jueves, 14 de julio de 2022

Rusia está en medio de los planes europeos de ‘transición ecológica.

 

Rusia está en medio de los planes europeos de ‘transición ecológica

DIARIO OCTUBRE / julio 14, 2022



Desde hace bastantes años los planes estratégicos de suministro de energía fracturan la Unión Europea entre Alemania y Francia. El plan del primero consistía en eliminar la energía nuclear para este año y traer gas ruso. El del segundo era explotar una central nuclear alemana, asociada a una empresa pública rusa: Rosatom.

 

Francia tiene tecnología nuclear propia para construir centrales nucleares de tecnología punta, independiente de la rusa, pero la materia prima, el uranio, procede de Rusia, de tal manera que algunas explotaciones nucleares, como la alemana, son conjuntas.

Al final, el plan de Bruselas ha sido salomónico: tanto el gas como las nucleares han recibido la etiqueta verde, por lo que ambos subsectores pueden beneficiarse del dinero fácil.

El dilema es interno a Alemania, que no sabe si debe hacer un excepción con la empresa nuclear franco-rusa. ¿Por que cerrar las centrales nucleares alemanas y permitir una extranjera?

Como se ve, el capital no es tan “multinacional” como muchos suponen. También tiene pasaporte, lo que complica las retóricas de los partidos políticos. ¿Somos más bien verdes o más bien nacionalistas?

La empresa nuclear francesa Framatome es propiedad de la empresa pública EDF en un 75 por cien, fabrica combustible para centrales nucleares en Francia y en el extranjero. Tiene una filial en Alemania, Advanced Nuclear Fuels (ANF). Su planta de Lingen, en el noroeste del país, produce combustible principalmente para las centrales eléctricas de Europa occidental. La central debe seguir funcionando después de 2022, a pesar de que Alemania ha decidido cerrar definitivamente todos sus reactores y abandonar la energía nuclear.

En abril, los alemanes se sorprendieron al descubrir que, para mantener la planta en funcionamiento, Framatome planeaba asociarse con una filial de la empresa nuclear estatal rusa Rosatom, llamada Tvel. No obstante, el plan tiene que ser aprobado por el Ministerio de Economía alemán.

La cuestión se complica porque, aunque cierren las centrales alemanas, sigue suministrando combustible a centrales extranjeras, incluidas las dos belgas de Doel y Tihange, que llevan más de cuarenta años en funcionamiento. ¿Hasta dónde alcanza el cierre de los reactores en Alemania? Aunque no tengamos centrales en Alemania, ¿podemos vender uranio a las que están fuera del país?

El Ministerio de Economía (socialdemocracia) dice una cosa y el de Medio Ambiente (verdes) dice otra. Naturalamente, nadie habla de los intereses de los belgas, ni tampoco de los de las empresas propetarias de Lingen y Gronau, que son de capital británico y holandés. Rusia está en medio.

Desde 2015 la central de Lingen funciona a menos de la mitad de su capacidad. Con Rosatom, podría tener más pedidos, ya que Rusia dispone de la tecnología necesaria para producir combustible para los reactores rusos de los países del este de Europa (que también forman parte de la Unión Europea).

Es un negocio que no puede fallar. Rosatom ampliaría el mercado para la central belga, que podría funcionar a pleno rendimiento. Además, consolidaría su mercado en el este de Europa y adquiriría otros nuevos en el oeste con la etiqueta “Made in Germany”, o sea, con la posibilidad de acceder a los fondos verdes europeos. Por fin, el plan elevaría la indemnización que el Estado tiene que pagar para cerrarla.

Si la colaboración nuclear entre Francia y Rusia sigue adelante, resolvería el nudo principal de la energía nuclear, al menos formalmente: los residuos nucleares, que podrían almacenarse en Sibería.

En 2019 el monopolio francés Orano, sucesor de Areva, firmó un contrato con una filial de Rosatom para construir una planta de uranio empobrecido, situada en el emplazamiento de Zelenogorsk, al norte de San Petersburgo, en el Golfo de Finlandia. Ese mismo año, Rosatom anunció la firma de un contrato con Framatome y la empresa alemana Siemens para el suministro de sistemas de control para una planta en Hungría. En abril de 2020, EDF también consiguió un contrato para suministrar el sistema de protección de los reactores de la central nuclear Kursk II, en Rusia.

En occidente los medios de comunicación sólo hablan del gas, pero Rusia también estaba ganando influencia en el sector nuclear europeo y les va a resultar muy complicado que las sanciones consigan frenar ese desarrollo. No hay forma de sancionar a una empresa rusa sin sancionar a las propias empresas europeas.

FUENTE: mpr21.info

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ALEMANIA deja de recibir gas de Rusia; Gazprom ha cortado el suministro por mantenimiento durante 10 días.

 

ALEMANIA deja de recibir gas de Rusia; Gazprom ha cortado el suministro por mantenimiento durante 10 días


A pesar del motivo anunciado para llevar a cabo el cese temporal del suministro, no sólo Alemania sino Europa entera se ha echado a temblar.

INSURGENTE.ORG / 11 julio 2022

 



Ha sido desde este lunes y para prolongarlo durante 10 días cuando Rusia ha iniciado el corte de suministro de gas a Alemania.

La información facilitada apunta a que la iniciativa se debe a los trabajos de mantenimiento de las instalaciones del gasoducto Nord Stream 1 del mar Báltico, que es la conexión más importante para el flujo de gas natural hacia Alemania.

Cabe recordar que es a través de este gasoducto por donde Alemania y parte de Europa occidente reciben gran parte del gas que aún suministra Rusia.

La misma información facilitada señala que será a primera hora de la mañana del próximo jueves 21 de julio cuando se reanude el suministro.

Este hecho ha propiciado que la preocupación de Alemania y del resto de los países de la Unión Europea se haya disparado. El miedo a que Rusia no restablezca el suministro de gas, pasados los 10 días, les atenaza.

Se volcaron en su apoyo al gobierno neonazi de Zelenski y ahora temen sufrir las consecuencias.

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John Bolton admite: Hemos ayudado a muchos golpes de Estado

 

John Bolton admite: Hemos ayudado a muchos golpes de Estado

TERCERAINFORMACION / 13.07.2022

John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, admite que ayudó a planear golpes de Estado en varios países.


El entonces asesor de seguridad Nacional de EE.UU., John Bolton, habla con la prensa desde Minsk, 29 de agosto de 2019. (Foto: AFP)

En una entrevista concedida el martes a la cadena estadounidense CNN, el periodista Jake Tapper dijo a Bolton que “no hay que ser brillante para intentar un golpe de Estado”.

“No estoy de acuerdo con eso. Como alguien que ha ayudado a planificar golpes de Estado, no aquí, sino en otros lugares, se necesita mucho trabajo”, respondió Bolton sin ofrecer más detalles al respecto.

El exfuncionario estadounidense solo se refirió a Venezuela y sostuvo que en el país bolivariano los intentos de Washington en este campo no “resultaron exitosos”.

En este contexto, Bolton precisó que “no es que tuviéramos mucho que ver con eso, pero vi lo que se necesitó para que una oposición intentara derrocar a un presidente elegido ilegalmente, y fracasó”, afirmó haciendo alusión a las acciones de la oposición venezolana en 2019 para derrocar al Gobierno de Nicolás Maduro.

En esta línea, un general retirado de Venezuela identificado como Cliver Alcalá reveló en enero pasado que altos funcionarios de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos estaban al tanto de los planes golpistas para derrocar a Maduro.

EE.UU. ha jugado un papel preponderante en decenas de golpes de Estado en todo el mundo a través de estratagemas que materialicen sus intereses. La implicación de Washington en el cambio de gobiernos se ha realizado a través de acciones abiertas y encubiertas, destinadas a alterar la estructura política de los países.

Las operaciones significativas de la Casa Blanca incluyeron el golpe de Estado en Irán en 1953, orquestado por EE.UU. y el Reino Unido; la invasión de la Bahía de Cochinos, en Cuba de 1961, y el apoyo al derrocamiento de Sukarno por el general Suharto en Indonesia.

ftn/ncl/rba

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Sobre lo estructural y la nada

 

Sobre lo estructural y la nada

 


Por Guillem Martínez

Rebelion / Espapa

 | 14/07/2022 |

Fuentes: Ctxt


El discurso de Sánchez estuvo repleto de torpezas evitables. La mayor fue no decir la verdad. No dibujar la crisis que viene. El presidente no aludió a la economía de guerra. No enumeró ninguna medida estructural. No dio indicios de que vendrían

1- La semana pasada Rusia presentó una serie de planes para adaptar su economía a la guerra. Eso es importante. Contrariamente a lo que se supondría, los países autoritarios son reacios a ese tipo de medidas. Más bien tienden a disimular las guerras en su interior. Hasta que ya no pueden más. Momento en el que practican la economía de guerra. Radical, rigurosa, retrasada y, comúnmente, un tiempo antes de perder la guerra. Rusia, en todo caso, ha avanzado en esta ocasión. A través de decretos ha explicitado la guerra en su economía. Y, si bien las fuentes no son fiables ni directas –desconozco el ruso; las he leído en prensa inglesa–, parece ser que son medidas que tienden a garantizar los suministros, antes que el reparto de la penuria. Establecen turnos intensos en la industria armamentista, amplían horarios laborales, fijan la imposibilidad de huelgas, así como la imposibilidad de que una empresa se niegue a aceptar encargos del Estado.

2- Rusia se adelanta, en todo caso, a Europa. En Europa no se ha accedido a la economía de guerra, esa cosa que hacían con premura las democracias para evitar una mayor injusticia de la guerra. Lo que explica que las democracias europeas tienen el mismo miedo que antaño tenían los sistemas autoritarios para proclamar la economía de guerra. Lo que, a su vez, dibuja a las democracias europeas como un sistema en crisis, con la presencia en su interior ya de signos autoritarios, como el de alejar la guerra de la opinión pública y, más aún, de la economía.

3- Es más, el grueso de las medidas europeas no inciden en el reparto de la injusticia, sino que, à la russe, inciden en garantizar suministros, a través de la subida del presupuesto armamentístico en un 2%. Esto es, a través de la rebaja del Bienestar, la forma de la democracia en Europa –se dice rápido–, ya seriamente herida en la pasada década. El resto de medidas son lentas y extraordinarias/puntuales, y no inciden en el reparto del sufrimiento, sino que crean deuda –esto es, sufrimiento– a devolver, en el futuro, a las empresas energéticas. La excepción ibérica sería el modelo, y la ausencia de plan al respecto en el resto de Europa, su complemento. Una metáfora de la ausencia de planificación sería el cambio de importador del gas en España. Se ha pasado del gas de Argelia, barato, al de EE.UU., caro. Y no ha existido ninguna explicación al respecto que haga al fenómeno comprensible. Una metáfora, a su vez, sobre el reparto del sufrimiento realizado: las fabulosas sanciones a los oligarcas rusos. Tenían que ser la pera. Bastarían para canalizar el conflicto. En todo caso, no se habla de ellas desde hace meses. La razón: se han paralizado. No existen. Han llegado a su tope. Su tope, como advertía Piketty, era el de no molestar a las economías irregulares de los Estados. A su tratamiento de las fortunas. A los oligarcas rusos, en fin, les ha pasado lo que a Juan Carlos I y por la misma razón. Nada. La metáfora dentro de la metáfora: Italia parece ser, con la escasez de datos de la que disponemos, el Estado que más ha recaudado por sanciones a millonetis rusos. El monto que comunica –es un depósito, a devolver en el futuro– no supera la recaudación histórica por la Ley Mordaza, sin devolución posible. Lo que por sí solo habla de crisis democrática en Europa –y más, en España– y de ausencia de reparto, de capacidad y de cultura para el reparto, incluso.

4- Hace escasas horas Rusia ha reducido un tercio el suministro de gas a Italia, y Alemania ha comunicado la inquietud de que las restricciones estivales de gas ruso, por el mantenimiento del gaseoducto, pueden ser definitivas. Son indicios de que la drôle de guerre finaliza. Y de que empieza otra gradación de la guerra. Si eso es así sería en otoño, con una Europa sin las reservas previstas al 80%, y con gas licuado procedente de proveedores más caros. Un festival. Más aún sin economía de guerra.

5- Algo pasa en Berlín, por cierto. Se han asignado zonas de refugio y evacuación en caso de bombardeo –sic–, y se están comunicando a la ciudadanía serias restricciones en otoño. La construcción de un depósito gigante de agua caliente, que facilitaría agua a los domicilios –cuando en los domicilios no se pueda calentar; ese es el mensaje–, no solo es una estructura de guerra, sino propaganda de guerra. Y un aviso. Alemania es la gran ausente en esta crisis. El motor de Europa, que provoca cambios cuando arquea las cejas, no arquea las cejas ni con la inflación al nivel del azafrán. Está ensimismada. Esto es, en sí y para sí. A ver qué nos dice cuando así lo decida.

6- España es la inflación más alta de Europa. No mucho más. Lo que es determinante es que esa diferencia viene, mayormente, del precio de la energía y de los combustibles. Lo que habla de un abuso longevo, que viene de lejos. De un mal estructural y estructurado. Y, por ello, solucionable desde la política local. Y nunca corregido desde ella. La inflación es, a su vez, una injusticia, una ausencia de reparto. Provoca que un asalariado gane un 10% menos, por ejemplo. Y, por lo mismo, provoca que un rentista pueda comprar una casa por un 10% menos, por ejemplo. Indicios como estos eran la razón del interés hacia el discurso de Pedro Sánchez, con el que se iniciaría el Debate del Estado de la etc., y del que desde hacía días se puso férrea voluntad en filtrar que sería histórico.

7- No lo ha sido. Un periodista debe medir sus palabras. Lo que sigue es la medición de mis palabras.

8- Sánchez ha arrancado con novedades léxicas, prometedoras. La explicación de la inflación a partir de la pandemia y de la guerra. Bien. Una alusión al precio de la energía como la corona de espinas de la inflación local. Bravo. Valiente, incluso. Alusiones al poder del Gobierno para modular la inflación –algo muy relativo; el BCE es el bicho que custodia las medidas más importantes–. El anuncio solemne del reparto del sufrimiento de esta crisis y, con ello, una descripción crítica de la anterior crisis –en la que, recordemos, el PSOE participó en el otro bando, promoviendo incluso el fin del Bienestar en la CE78, a través de su reforma–. Posteriormente, la cosa ha empezado a torcerse. O a explicitarse. En política, en fin, no existen los cambios radicales, sino los paulatinos. No puede haber movimiento donde no ha habido, previamente, su indicio.

9- Presentó a España como vinculada a la defensa de Europa –no acaba de ser exacto; la UE también es una organización de autodefensa, pero en esto de la guerra estamos en modo OTAN, bajo mando americano, hasta que Francia y Alemania decidan, llegado a un punto, si la recesión consecuente merece la pena–, en un mundo post-guerra fría, en el que, señaló Sánchez, la división ya no es comunismo-capitalismo, sino legalidad internacional-ilegalidad internacional. Lo que deja aún más sin explicación el giro africano del Gobierno, y la deslocalización en Marruecos de la defensa de la frontera, con criterios alejados, definitivamente, de los DD.HH. Es difícil, por cierto, para una sociedad y para un sistema político, saber que el asesinato es, explícitamente, un recurso vigente. Eso tiene su peso y su lastre y culpa. Lo cambia todo. Matar tiene una repercusión ética, cotidiana, y que aún, por ello mismo, no podemos calcular. Posteriormente a todo esto, Sánchez enumeró las medidas económicas propuestas, en un tono épico y animoso, muy superior en épica y ánimo a lo anunciado, me temo.

10- El grueso de las medidas anunciadas ya existen en Europa. Las emiten –como el impuesto a las energéticas– gobiernos sumamente alejados de la socialdemocracia. O –impuesto a la banca– las defiende el BCE. La medida más importante y original –y dentro de las escasas medidas de contención de la inflación de las que dispone un Gobierno de la UE, con escasa soberanía en ese pack– son los bonos gratuitos de Renfe para trenes de cercanías y media distancia. Algo sexi. Le siguen los aludidos y nebulosos impuestos especiales a la banca y a las industrias energéticas. Son nebulosos porque especifican que los impuestos convencionales son una broma, y porque lo extraordinario suele ser lo contrario a lo estructural. Son más nebulosos aún porque el Gobierno/Moncloa/PSOE/Hacienda renunció, hace una semana, a una reforma fiscal, lo que es un serio aviso de su ambición ante el reparto del sufrimiento.

11- En el resto de medidas la crisis climática y de combustibles fue una nota de color. Esto es, algo muy alejado, incluso, de lo no estructural. Se plantean becas para los ya becados –no se prevé, parece, una aumento de la desigualdad y, con él, del abanico de destinatarios de las becas; no prever aumento de desigualdad es un indicio del no prever, me temo–. Se alude a un pacto de rentas, algo preocupante cuando lo propone un Gobierno que, lo dicho, ha abandonado la reforma fiscal, ese pacto de rentas desde otro lado, más democrático. Seguimos, en fin, con un IRPF atrapa-asalariados, y con excepciones fiscales para los grandes velocistas estipuladas en el 30% –en el resto de la UE la media es del 5%–. Lo que es un decálogo.

12- A pesar del dominio del directo de Sánchez, animoso, el discurso estuvo repleto de torpezas evitables. Y descomunales, lo que evita la comprensión del conjunto. Como la emisión de la frase “construcción de 12.000 viviendas en Madrid”, única propuesta para el apartado vivienda, y que sonó, y suena, fatal. La mayor torpeza, no obstante, fue no decir la verdad. No aludir, no dibujar la crisis que viene. Sí, se aludió a posibles cortes y carencia de servicios energéticos. Pero no se aludió a lo que pueda venir a través de las medidas propuestas –las propuestas deben de ser por sí mismas, una gramática de la situación; no lo son–. Sánchez no aludió, en fin, a la economía de guerra. No enumeró ninguna medida estructural. No dio indicios de que vendrían. Esto es, las aplazó. No se puede emplear el tono del discurso presidencial de Independence Day, para no hacer ese discurso.

13- No tengo la menor duda de que habrá medidas estructurales, que modulen el reparto del sufrimiento, y cierta democracia económica en guerra. O la perderán. Empiezo a dudar que el PSOE las emita. Empiezo a dudar que el PSOE sea necesario. En otros Estados, estas medidas, que alivian sin solucionar, que no superan ni rozan a la Comisión, las hacen otros partidos. Si la izquierda no ofrece algo más, desaparecerá, pues puede planificar –la economía de guerra es planificación–, si no mejor, sí antes que la derecha. Está sucediendo en la UE.

14- En la anterior crisis supimos que la instancia es Europa. Que Europa no es un organismo propiamente democrático, que su parlamento importa una higa, y que se debe ser Gobierno para hablar con ella. Ser Gobierno, el actual estado del PSOE, es importante, por tanto. Debería aprovecharlo, para no repetir la anterior crisis, en la que el PSOE, tras la reforma de la CE78, tampoco fue necesario. El PSOE no sería necesario en absoluto si el PP no fuera un partido tóxico, corrupto e incapaz –sí, suena dramático; lo es–. Pero eso no lo hace imprescindible. Sin el PSOE no es el caos. Sin él habría un abandono mayor, absoluto, pero seguiría sin haber medidas estructurales, previsión, corrección. Hablar con la Comisión, presionarla, plantear el conflicto, promover medidas estructurales es el gran rol progresista del PSOE, si así lo desea. Me temo que no tiene otra. Si no puede acceder a eso, tan básico y tan alejado del radicalismo, el PSOE volverá a desaparecer, como en la anterior crisis.

15- La baza del PSOE, y de Podemos/Súmate, es abogar y decir, por otra parte, la verdad. Decir lo que se puede hacer, lo que no se puede, lo que se podría. Evitar el triunfalismo, la victoria continua y, sin ser cenizo, la alegría non-stop. La verdad, visto lo visto, es una suerte de alegría. La verdad es importante. Mucho más en guerra. Que la izquierda diga lo que puede o no puede hacer, lo que pasa, no solo es honesto. Es estructural. No ha sucedido eso, tampoco, en el discurso de Sánchez. El hecho de que el PSOE no asuma soberanías que le respeta la Comisión –como la regulación de alquileres–, es un indicio de lo lejos que le queda lo estructural. Otra vez. Ya son dos en dos crisis. 

16- Apostar por el tono antes que por las medidas es apostar por la guerra cultural. Por ser barrido por los profesionales del tono y de la guerra cultural. 

Guillem Martínez es autor de ‘CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española (Debolsillo), de 57 días en Piolín de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de Caja de brujas, de la misma colección. Su último libro es Los Domingos, una selección de sus artículos dominicales (Anagrama).

Fuente: https://ctxt.es/es/20220701/Politica/40269/pedro-sanchez-debate-sobre-el-estado-de-la-nacion-guerra-economia-guillem-martinez.htm

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El movimiento vecinal y los problemas de la izquierda

 

Movimiento vecinal y sindicalismo deberían constituir espacios sobre los que desarrollar una base social alternativa. Para una fuerza política que aspire a transformaciones profundas, potenciar esta base social es tarea imprescindible.


El movimiento vecinal y los problemas de la izquierda

 

Albert Recio

El Viejo Topo

14 julio, 2022 

 


I

Empiezo con una autocelebración. Este mes celebramos el 50.º aniversario de la Federació d’Associacions Veïnals de Barcelona (FAVB). Es una parte importante de mi vida activista. El movimiento vecinal jugó un papel central en la Transición. En cada barrio, especialmente en los de clase obrera, se produjeron reivindicaciones que acabaron generando un amplio movimiento que desbordó al régimen. El vecinal y el obrero fueron los dos grandes movimientos de masas que sustentaron la fuerza de la izquierda y que elaboraron un plan reivindicativo del que salieron las mejores reformas. En ambos casos gran parte de la izquierda se reforzó mediante la penetración en los resquicios legales que creó la dictadura para tratar de legitimar su continuidad: en los enlaces sindicales y en las asociaciones de vecinos. Al principio se trató de acciones locales en empresas y barrios. La creación de macroorganizaciones como la FAVB fue posible cuando el movimiento ya había arraigado en muchos lugares y había capacidad para desarrollar una organización a escala local. Seguramente sucedió algo parecido en otros muchos lugares, aunque mi experiencia directa se circunscribe al caso de Barcelona.

El momento crucial de la historia se produjo en la Transición, con la elaboración de la Constitución y la celebración de las primeras elecciones democráticas municipales en 1979. Por cierto que estas se demoraron porque desde el poder se temía que iniciar un ciclo electoral en el momento de mayor auge del asociacionismo vecinal pudiera dar demasiado poder a la izquierda real. La cuestión fundamental que se planteó fue el encaje institucional de las asociaciones de vecinos. Una opción podría haber sido concederles un estatus parecido al de los sindicatos, con una cierta financiación pública institucionalizada y unos derechos de participación que garantizaran tiempo de acción sindical a los delegados. Esta opción se descartó porque todas las fuerzas políticas del momento temían que unas asociaciones de vecinos demasiado fuertes pudieran convertirse en un contrapoder excesivamente molesto. Se optó por mantener un perfil institucional de bajo nivel, que supone que la capacidad organizativa se basa en el voluntariado estricto y en una modesta financiación que depende de la voluntad política de cada momento. La fuerza del movimiento reside fundamentalmente en su capacidad de movilización y de creación de hegemonía (por ejemplo, actuando en los medios, mucho más hostiles en la actualidad que hace unas décadas), y en la influencia en los nuevos mecanismos de participación, por lo general bastante limitados.

La coyuntura de los años ochenta fue totalmente desfavorable a la continuidad del movimiento vecinal. Aunque muchas veces se ha comentado la cooptación de cuadros vecinales por parte de los partidos, este fue, hasta donde conozco, un tema menor; entre otras cosas porque el PSOE, que por su posición era el que más capacidad de cooptación tenía, no solo era un cuerpo extraño al movimiento sino que a menudo era particularmente hostil. Más importancia tuvieron las políticas orientadas a minimizar el papel de las asociaciones de vecinos mediante el establecimiento de lazos clientelares y el cierre de espacios de participación, pero, sobre todo, la deserción en masa de muchos activistas que percibieron que “la guerra ha acabado” y se refugiaron en su vida privada, en los estudios, en la carrera profesional… Fue una respuesta bien analizada por Albert Hirschman en Salida, voz y lealtad. Al fin y al cabo, la participación política intensa se enfrenta a los ritmos de la vida cotidiana, regulados fundamentalmente por la participación en el ámbito laboral capitalista y las necesidades de la vida doméstica. En un mundo donde se han reforzado las presiones del capital, encarnadas en carreras profesionales competitivas y horarios laborales complicados, el voluntarismo solo es posible sostenerlo si hay gente que ha integrado esta práctica en su experiencia vital. Estas personas existen, por motivos diversos. Algunas porque han desarrollado, o han sido formadas, en culturas morales o políticas que tienen integrada esta dimensión (no es casualidad que la mayoría de los activistas vecinales de más larga y mejor trayectoria provengan de los restos de la izquierda —del PCE y del amplio magma de la vieja izquierda extraparlamentaria— o del cristianismo progresista). Otras por motivos menos valiosos, pero entendibles: por afán de protagonismo personal, de relacionarse con el poder, o por simple inercia. Por fortuna predominan los primeros, y esto explica la larga persistencia de un movimiento presente en muchos barrios de la ciudad, capaz de generar de vez en cuando movidas importantes (de hecho, la vieja Convergència atribuyó su derrota electoral en las municipales de 2015 al movimiento vecinal, simplemente porque no pudo entender que su política antisocial había generado respuestas importantes en muchos barrios). Es un movimiento que, además, ha sido crucial para construir espacios de convivencia que van desde la organización de fiestas mayores hasta la construcción de redes sociales en los barrios. Por esto el 50.º aniversario de la FAVB no es solo la celebración de una efeméride, sino también un recordatorio de que sigue vivo un movimiento vecinal más necesario que nunca.

II

Movimiento vecinal y sindicalismo deberían constituir espacios sobre los que desarrollar una base social alternativa. En ambos casos coinciden dos aspectos que los hacen especialmente atractivos: su capilaridad en el tejido social y el hecho de que planteen demandas y reivindicaciones que afectan a las condiciones de vida de la mayoría. Por no extenderme, me limitaré a situar el tema en el movimiento vecinal.

Es cierto que la presencia de organizaciones implantadas en los diversos barrios permite generar dinámicas que refuerzan tejidos progresistas en muchos terrenos: demandas de equipamientos, presiones por la mejora de los servicios sociales, creación de dinámicas de cooperación social… En las mejores experiencias locales se han creado verdaderas redes sociales que han favorecido la incorporación de la cultura feminista y del ecologismo en las demandas sociales. O que se han enfrentado con relativo éxito a respuestas racistas o reaccionarias en los barrios. Con todo, siempre queda la sensación de que la acción vecinal solo llega a la superficie, sin conseguir nunca generar dinámicas de cambio profundas. Es habitual que la gente acuda a la asociación de vecinos cuando tiene un problema, agradezca el trato y el apoyo recibido y desaparezca cuando ha obtenido una solución. En el mejor de los casos queda un poso colectivo y de reconocimiento a la labor de los esforzados activistas y poco más. Es aún mucho más difícil organizar cuando se trata de demandas que no pertenecen al día a día del vecindario. Creo que entender esta cuestión es crucial para captar las dificultades reales que tiene la izquierda para consolidar una base social suficientemente amplia para impulsar cambios sostenidos. El trabajo vecinal exige mucha paciencia, capacidad de diálogo y de ir tejiendo espacios de relación entre entidades (muchas de ellas dedicadas a un solo tema) que converjan en la construcción de una fuerza social alternativa.

Sin consolidar en los barrios espacios sociales que ayuden a crear cultura política, sentimiento de colectividad (incluyendo en ello las sucesivas llegadas de nuevas personas de procedencias diversas), resistencia a los abusos del capital, proyectos de transformación, parece imposible desarrollar verdaderas políticas alternativas de amplio alcance, sobre todo cuando debe desarrollarse sobre la base de un voluntariado estricto, con pocos recursos materiales y técnicos y sujeto a una hostilidad persistente y a demoledoras campañas por parte de los poderes económicos. Por esto una izquierda política que quiera una transformación real de la sociedad, o que simplemente pretenda oponerse a la actual deriva social, debe plantearse en serio cómo reforzar estas dinámicas, cómo reconstruirlas.

III

Para una fuerza política que aspire a transformaciones profundas, potenciar esta amplia base social es una tarea imprescindible, pero al mismo tiempo complicada. De entrada, la presencia en las instituciones requiere de un enorme esfuerzo orientado a conseguir representación institucional, a saber moverse en las propias instituciones y, muchas veces, a negociar o compartir poder con fuerzas con las que hay enormes diferencias. Es un trabajo que muchas veces agota las capacidades humanas y materiales de la propia organización. Además, lo que se puede conseguir en las instituciones casi siempre está lejos de las expectativas de las bases. Hay obstáculos de muchos tipos que frenan los cambios: limitaciones jurídicas, la presión de los lobbies capitalistas, las inercias de los empleados públicos y, también, las obsesiones de los políticos, que no siempre coinciden con la opinión de sus movimientos sociales afines (a veces también porque las reivindicaciones no tienen en cuenta las complicaciones del tema). Para un político que ha conseguido aprobar una reforma después de arduas negociaciones, en las que ha tenido que renunciar a bastantes cosas y superar obstáculos, el resultado es un triunfo. Pero su base social puede verlo como un fracaso parcial (y siempre hay candidatos dispuestos a explotar al máximo las diferencias entre la aspiración y el resultado). El político institucional que espera el aplauso se frustra cuando obtiene una respuesta tibia o cuando directamente es criticado. Que en estos contextos se generen dinámicas de desencuentro es bastante habitual. Si son puntuales tienen poco recorrido, pero por acumulación acaban generando numerosas tensiones y distanciamientos.

En la experiencia de la nueva izquierda hay además una cuestión nueva. La fascinación de los políticos jóvenes por las nuevas tecnologías de la comunicación, por los sistemas de votación plebiscitaria, combinada con desdén o ignorancia hacia los movimientos organizados, algo reforzado en parte por la buena fe de pensar que la participación organizada excluye a demasiada gente. Este ha sido un punto de fricción persistente entre las políticas municipales de participación y los movimientos vecinales tradicionales. Para mí este constituye uno de los peores errores de las nuevas políticas en un doble sentido. En primer lugar, el no entender la importancia de la organización, especialmente entre los grupos sociales más desfavorecidos, y pasar por alto que en muchos casos los grupos organizados tienen una larga experiencia de cooperación y trabajo conjunto que hace que sus propuestas ya hayan recogido muchos puntos de vista diferentes. La segunda es que un modelo plebiscitario, de voto en la red, es poco —por decirlo suavemente— reflexivo. No hay deliberación en el mero voto, sino simplemente la expresión de un punto de vista particular gestado no se sabe cómo. Y estos defectos, que no generan confianza ni buena elaboración política, se contradicen con la evidencia de la sobrerrepresentación de los intereses empresariales en numerosas instancias y con la patente actuación de los lobbies económicos mediante una y mil vías.

No todo es culpa de los políticos. Es cierto que a veces tienen su contrapartida en la persistencia de líderes sociales personalistas, poco reflexivos, obsesionados por temas concretos. Es lo que tiene la dificultad de renovar liderazgos cuando escasea el voluntariado. Y por esto también los movimientos sociales deben trabajar en su propia renovación, en la formación de sus cuadros. En reconocer los problemas y limitaciones de las vías institucionales.

La guerra de posiciones gramsciana es mucho más difícil de desarrollar que la de posiciones, que a menudo solo requiere de arrestos, tozudez y olvidarse de los costes laterales. Hasta ahora la izquierda no ha sabido resolver el problema de cómo compaginar acción institucional e intervención social. Quizás sea empezando por reconocer los problemas como se encontrarán las respuestas. Porque lo que es totalmente imprescindible es que en ambos ámbitos de acción exista una sólida base social que dé consistencia.

IV

Mi reflexión sobre el movimiento vecinal en Barcelona tiene algo que ver con lo ocurrido en Andalucía. Allí se ha experimentado un espectacular corrimiento electoral que antes ya tuvo lugar en otras comunidades (Murcia, País Valencià), y que, a mi entender, refleja la poca solidez social de la izquierda, la ausencia de raíces profundas que garanticen una cierta estabilidad social de los procesos. Ciertamente el PSOE nunca se ha preocupado de ello, su modelo es el clientelismo y el club de fans. Pero esta sí que debe ser una preocupación social de la izquierda transformadora: la de generar buenas propuestas institucionales y desarrollar una base social con cultura y organización que permitan continuidad y fuerza más allá de los avatares del momento.

Fuente: Mientrastanto.org

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