sábado, 24 de septiembre de 2022

Las olas de calor ni son más frecuentes ni más largas que antes en todo el mundo

 

Las olas de calor ni son más frecuentes ni más largas que antes en todo el mundo

 

 

 

 

La tesis de que las olas de calor son ahora más frecuentes y más largas que en el pasado es incierta, ya sea porque los datos anteriores a 1950 son escasos o se ignoran por completo.



Uno de los principales registros de olas de calor y temperaturas mundiales procede de un grupo internacional de científicos del clima y meteorólogos cuyos datos se actualizaron por última vez en 2020. Dichos datos proceden de la base de datos de temperaturas diarias del Centro Hadley de la Oficina Meteorológica de Reino Unido.

 

Los datos del Centro Hadley parecen apoyar la afirmación de que las olas de calor han aumentado a escala mundial desde aproximadamente 1990. Los datos también indican que las olas de calor actuales son mucho más frecuentes que durante la década de los treinta, una conclusión que contradice los datos sobre la frecuencia de las olas de calor en Estados Unidos, que cuenta con datos detallados sobre las olas de calor que se remontan a 1900.

En Estados Unidos las olas de calor eran mucho más frecuentes y más largas y calurosas en la década de 1930 que en la actualidad. La duración total anual de las olas de calor ha descendido de 11 días en la década de los treinta a unos 6,5 días en la década de 2000. El índice máximo de ola de calor en 1936 fue tres veces mayor que en 2012 y hasta nueve veces mayor que en muchos otros años.

Aunque los registros de Estados Unidos y del resto del mundo muestran un aumento de la duración total anual de las olas de calor desde 1970, el aumento en Estados Unidos es mucho menor que el nivel de los años treinta, que era de 11 días, en comparación con el nivel actual, que es de sólo unos 7 días.

La discrepancia entre los dos conjuntos de datos refleja probablemente la diferencia en el número de estaciones de temperatura utilizadas para calcular la temperatura máxima media. Los datos del Centro Hadley proceden de 942 estaciones, frente a las 11.000 de los datos estadounidenses. Para que la compilación general del Centro Hadley se considere fiable, debería probarse con el conjunto de datos de Estados Unidos, mucho más amplio.

Una característica notable de los datos de la tendencia mundial a partir de 1950 es la pronunciada variación de las olas de calor de un país a otro, que va desde un aumento de más de 4 días por década en países como Brasil, a menos de 0,5 días por década en la mayor parte de Estados Unidos y Sudáfrica, hasta una disminución de 0,5 días por década en el norte de Argentina.

Un calentamiento generalizado en todo el planeta contradice unas variaciones regionales tan acusadas en las olas de calor. Es más probable que las disparidades se deban a la insuficiencia de datos. Además, la tendencia está exagerada artificialmente porque la fecha de inicio de 1950 se encuentra en medio de un período de 30 años de enfriamiento mundial, de 1940 a 1970.

Las olas de calor de la década de los treinta en Estados Unidos se vieron agravadas por la sequía del Dust Bowl, que agotó la humedad del suelo y redujo los efectos moderadores de la evaporación. Pero no sólo el Dust Bowl experimentó temperaturas abrasadoras en la década de los treinta.

En el verano de 1930 dos olas de calor consecutivas que batieron el récord, cada una de las cuales duró ocho días, afectaron a Washington DC; mientras que en 1936, la provincia de Ontario (muy alejada de las Grandes Llanuras, donde se concentraba el Dust Bowl) vio cómo el mercurio se elevaba hasta los 43 grados centígrados en la ola de calor canadiense más larga y mortífera de la que se tiene constancia.

Ralph B. Alexander https://www.scienceunderattack.com/blog/2022/8/8/evidence-for-more-frequent-and-longer-heat-waves-is-questionable-109


El “dust bowl” en Estados Unidos, durante los años treinta

(*) El “Dust Bowl” (tazón de polvo) fue un período de fuertes tormentas de polvo que dañaron la agricultura de las llanuras y praderas que se extienden por norteamérica, desde el golfo de México hasta Canadá, impactando principalmente en Estados Unidos. Se prolongó al menos entre 1932 y 1939, y fue precedida por un largo periodo de precipitaciones por encima de la media.

FUENTE: mpr21.info

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Sin cultura no hay libertad posible

 


Sin cultura no hay libertad posible

 

Publicado el 24 de septiembre de 2022 / Por 

KAOSENLARED

 

Por Vijay Prashad

En 2002, el presidente de Cuba Fidel Castro Ruz visitó la Escuela Nacional de Ballet para inaugurar el 18º Festival Internacional de Ballet de La Habana. Fundada en 1948 por la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), la escuela atravesó dificultades económicas hasta que la Revolución Cubana decidió que el ballet —al igual que otras formas de arte— debía estar al alcance de todas las personas y, por tanto, ser financiado públicamente. En la escuela, en 2002, Castro recordó que el primer festival, celebrado en 1960, “afirmó la vocación cultural, la identidad y la nacionalidad cubanas aun en las circunstancias más adversas, cuando grandes peligros y amenazas acechaban al país”.

El ballet, como tantas otras formas culturales, había sido alejado de la participación y el disfrute popular. La Revolución Cubana quiso devolver esta práctica artística al pueblo, como parte de su determinación por fomentar la dignidad humana. Para construir una revolución en un país asaltado por la barbarie colonial, el nuevo proceso revolucionario debía tanto establecer la soberanía del país como construir la dignidad de cada uno de sus habitantes. Esta doble tarea es la obra de la liberación nacional. “Sin cultura no hay libertad posible”, dijo Castro.

En muchos idiomas, la palabra «cultura» tiene al menos dos significados. En la sociedad burguesa, la cultura ha llegado a significar tanto el refinamiento como las bellas artes. Propiedad de las clases dominantes, esta cultura se hereda a través de la transmisión de los modales y la educación de alto nivel. El segundo significado de cultura es el de modo de vida, incluidas las creencias y prácticas, de un pueblo que forma parte de una comunidad (desde una tribu hasta una nación). La democratización del ballet y la música clásica por parte de la Revolución Cubana, por ejemplo, formaba parte de su intento de socializar todas las formas de vida humana, desde la económica hasta la cultural. Además, los procesos revolucionarios intentaron proteger el patrimonio cultural del pueblo cubano de la perniciosa influencia de la cultura del colonialismo. Para ser precisos, «proteger» no significa rechazar la totalidad de la cultura del colonizador, ya que eso impondría una vida parroquial a un pueblo que debe tener acceso a todas las formas de cultura. La Revolución adoptó el béisbol, por ejemplo, a pesar de sus raíces en Estados Unidos, el mismo país que ha tratado de asfixiar a Cuba durante seis décadas.

Por lo tanto, un enfoque socialista de la cultura requiere cuatro aspectos: la democratización de las formas de la alta cultura, la protección del patrimonio cultural de los pueblos previamente colonizados, el desarrollo de elementos básicos de alfabetización cultural y la domesticación de las formas culturales procedentes de la potencia colonizadora.

En julio de 2022, ofrecí una conferencia en la Casa de las Américas de Cuba —una de las principales instituciones de la vida cultural de La Habana y un punto neurálgico de los procesos culturales desde Chile hasta México— que se centró en diez tesis sobre el marxismo y la descolonización. Pocos días después, el director de la Casa, Abel Prieto, también ex ministro de Cultura, convocó allí un seminario para debatir algunos de estos temas, principalmente cómo la sociedad cubana tenía que defenderse tanto de la irrupción de las formas culturales imperialistas como de la perniciosa herencia del racismo y el patriarcado. Este debate provocó una serie de reflexiones sobre el proceso del Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial anunciado por el presidente Miguel Díaz-Canel en noviembre de 2019 y sobre el proceso que condujo al referéndum del Código de Familia 2022 (que llegará a votación popular el 25 de septiembre), dos dinámicas que tienen la capacidad de transformar la sociedad cubana en una dirección anticolonial.

El Dossier no. 56 (septiembre de 2022) del Instituto Tricontinental de Investigación Social y Casa de las Américas, Diez tesis sobre marxismo y descolonización, contiene una versión ampliada de esa conferencia con un prólogo de Abel Prieto. Para que se hagan una idea, aquí está la tesis nueve sobre “la batalla de las emociones”:

Tesis nueve: La batalla de emociones. Fidel Castro provocó un debate en la década de 1990 alrededor del concepto de la Batalla de ideas, la lucha de clases en el pensamiento contra las banalidades de las concepciones neoliberales de la vida humana. En los discursos de Fidel de este periodo no solo era clave lo que decía, sino cómo lo decía, con cada palabra impregnada de la gran compasión de un hombre comprometido con la liberación de la humanidad de los tentáculos de la propiedad, el privilegio y el poder. De hecho, la Batalla de ideas no se refería únicamente a las ideas en sí, sino también a una “batalla de emociones”, un intento de cambiar la gama de emociones de una fijación en la codicia a consideraciones de empatía y esperanza.

Uno de los verdaderos retos de nuestro tiempo es el uso burgués de las industrias culturales y de las instituciones educativas y religiosas para distraer la atención de cualquier debate sustancial sobre los problemas reales —y sobre la búsqueda de soluciones en común a los dilemas sociales— hacia la obsesión por problemas fantasiosos. En 1935, el filósofo marxista Ernst Bloch llamó a esto la “estafa del cumplimiento”, plantar una serie de fantasías para enmascarar lo imposible de su realización. El beneficio de la producción social, escribió Bloch, “es apropiado por el estrato superior de los grandes capitalistas, que utiliza sueños góticos contra las realidades proletarias” (1991: 103). La industria del entretenimiento erosiona la cultura proletaria con el ácido de las aspiraciones que no pueden realizarse bajo el sistema capitalista. Pero estas aspiraciones son suficientes para debilitar cualquier proyecto de la clase trabajadora.

Una sociedad degradada por el capitalismo produce una vida social impregnada de atomización y alienación, desolación y miedo, rabia y odio, resentimiento y fracaso. Se trata de emociones desagradables que son moldeadas y promovidas por las industrias culturales (“tú también puedes tenerlo”), los establecimientos educativos (“la codicia es el motor principal”) y los neofascistas (“odia a los inmigrantes, a las minorías sexuales y también a cualquiera que te niegue tus sueños”). El dominio de estas emociones en la sociedad es casi absoluto y el ascenso de los neofascistas se basa en este hecho. El significado se vacía, tal vez como resultado de una sociedad de espectáculos que ya se ha agotado.

Desde una perspectiva marxista, la cultura no se considera un aspecto aislado y atemporal de la realidad humana, ni las emociones se consideran como un mundo en sí mismo o ajenas a los acontecimientos de la historia. Dado que las experiencias humanas se definen por las condiciones de la vida material, las ideas de destino perdurarán mientras la pobreza sea una característica de la vida humana. Si la pobreza se supera, entonces el fatalismo tendrá un fundamento ideológico menos seguro, pero no se verá automáticamente desplazado. Las culturas son contradictorias y juntan una serie de elementos de formas desiguales, del tejido social de una sociedad desigual que oscila entre la reproducción de las jerarquías de clase y la resistencia a elementos de la jerarquía social. Las ideologías dominantes impregnan la cultura a través de los tentáculos de aparatos ideológicos como un maremoto, arrollando las experiencias reales de la clase trabajadora y el campesinado. Al fin y al cabo, es a través de la lucha de clases y a través de las nuevas formaciones sociales creadas por los proyectos socialistas que se crearán nuevas culturas, y no por meras ilusiones.

Es importante recordar que, en los primeros años de cada uno de los procesos revolucionarios —desde Rusia en 1917 hasta Cuba en 1959—, la efervescencia cultural estaba saturada de emociones de alegría y posibilidad, de intensa creatividad y experimentación. Es esta sensibilidad la que ofrece una ventana a algo distinto de las macabras emociones de la avaricia y el odio.

En los primeros años después de 1959, Cuba se convulsionó con estos brotes de creatividad y experimentación. Nicolás Guillén (1902-1969), un gran poeta revolucionario que había sido encarcelado durante la dictadura de Fulgencio Batista, captó la dureza de la vida y el gran deseo de que el proceso revolucionario emancipara al pueblo cubano de la miseria del hambre y las jerarquías sociales. Su poema “Tengo”, de 1964, nos dice que la nueva cultura de la revolución era elemental: la sensación de no tener que inclinar los hombros ante un superior, de decir a las y los trabajadores en las oficinas que ellos también son compañeros y no “señor” y “señora”, de entrar como negro en un hotel sin que te digan que te detengas en la puerta. Su gran poema anticolonial nos alerta sobre los fundamentos materiales de la cultura:

Tengo, vamos a ver,
que ya aprendí a leer,
a contar,
tengo que ya aprendí a escribir
y a pensar
y a reír.
Tengo que ya tengo
donde trabajar
y ganar
lo que me tengo que comer.
Tengo, vamos a ver,
tengo lo que tenía que tener.

Al final de su prólogo al dossier, Abel Prieto escribe: “El sentido anticolonial tenemos que convertirlo en un instinto”. Reflexionemos sobre esto por un momento: el anticolonialismo no es solo la lucha contra la dominación colonial formal, sino un proceso más profundo, que debe arraigarse a nivel instintivo para que podamos construir la capacidad de resolver nuestras necesidades básicas (como superar el hambre y el analfabetismo, por ejemplo) y construir nuestra conciencia sobre la necesidad de culturas que nos emancipen y no nos aten a un mundo vistoso de mercancías inasequibles.

Instituto Tricontinental de Investigación Social

*  Image: Ballet Nacional de Cuba – BNC oficial

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El viejo Lukács como teórico político

 

Rescatamos aquí un viejo texto de uno de nuestros maestros, siempre presente, siempre añorado, nunca olvidado. Una reflexión sobre otro sabio relativamente poco leído en nuestros días: György Lukács


El viejo Lukács como teórico político


Francisco Fernández Buey

El Viejo Topo

24 septiembre, 2022 

 

En ocasión del setenta aniversario de Georg Lukács[1], en 1955, Wolfgang Harich, uno de los más agudos filósofos alemanes de las últimas décadas[2], escribió: “Sus observaciones sobre temas introducidos con la expresión “no es este el lugar para hablar de ello”, dejan entrever en todo momento que su obra histórico-filosófica e histórico-literaria se asemeja a un iceberg del que solo asoma una pequeña parte a la superficie del mar”. Eso es, precisamente, lo que ocurre con las sugerencias teórico-políticas del viejo Lukács. Y, en efecto, el lector académico o el universitario que está acostumbrado a exposiciones sistemáticas de teoría política puede sufrir cierto despiste cuando se encuentra con las habituales fórmulas lukácsianas en las que se niega con modestia o con prudencia que el autor, no siendo un político, tenga algo que aportar acerca de problemas vitales para la actuación política en nuestras sociedades.

Por desgracia, cuando en 1969 apareció en España[3] la traducción de las Conversaciones mantenidas con Lukács por Hans Heinz Holz, Leo Kofler y Wolfgang Abendroth, la repercusión del librito fue más bien escasa. Parte de los lectores aceptaron sin más la adecuación de expresiones y fórmulas como las aludidas por Harich y no se preocuparon en reflexionar sobre lo que había debajo de la superficie visible. El clima político tampoco era apropiado para un texto así. Se salía por entonces de un estado de excepción durante el cual la tiranía franquista golpeó duramente, sobre todo en Cataluña, a trabajadores, estudiantes y profesionales militantes en las organizaciones comunistas; las pocas editoriales que en los años inmediatamente anteriores habían logrado implantarse publicando libros marxistas, fueron clausuradas o se vieron obligadas a cerrar. Además, en los círculos intelectuales de oposición al franquismo había empezado a extenderse un cierto desprecio hacia la obra del filósofo húngaro, en parte por lo que se consideraba rigidez excesiva de su teoría del reflejo en las manifestaciones artísticas, pero también por discrepancias varias respecto de los gustos literarios de Lukács o en relación con su crítica del proceso de destrucción de la razón por obra de los irracionalismos contemporáneos.

Las ideologías que hicieron su agosto en el mayo del sesentayocho francés no eran especialmente favorables al clasicismo del viejo Lukács. Y menos en España. De manera que al acabar la década se produjo aquí una curiosa confluencia entre antiguos realsocialistas desencantados, a la búsqueda de novísimos, y jóvenes universitarios tan dispuestos a saltar de clase social como a autoafirmarse con la convicción eufórica de que los hijos de la burguesía por fin han dicho basta (título de una célebre proclama barcelonesa de entonces) o postulando la abolición inmediata de la universidad. Así se quería ser. Pero, en realidad, como viene ocurriendo desde hace tiempo en momentos en que las cosas parecen ponerse difíciles para la clase social hegemónica, las ideologías que entonces competían, complementándose, eran variantes más o menos novedosas del positivismo y del romanticismo, solo que en este caso traducidas a lenguaje marxista: estructuralismo althusseriano y marcusianismo.

En el plano de las ideas políticas ni una cosa ni otra conectaba con la empresa intelectual y moral en la que andaba embarcado Lukács. Pues el estructuralismo althusseriano era más renovador de formas y lenguajes que de actitudes políticas; y el marcusianismo, aunque más atento que la otra ideología a la sensibilidad de la época, oscilaba en lo político entre la añoranza de los años veinte y la idealización del tercermundismo.

Aún así, por lo que se suponía de enlace ideal entre dos décadas revolucionarias, la añoranza de los años veinte propició el reencuentro con Lukács. Con el joven Lukács de Historia y consciencia de clase[4]. La invitación a este reencuentro nos llegó sobre todo a través de la influencia de estudiantes e intelectuales alemanes e italianos poco dados a aceptar la visión estructuralista de una historia sin sujeto[5]. Pero en aquella invitación predominada un punto de vista según el cual la obra de Lukács había de juzgarse política y moralmente invirtiendo por completo el rasero de lo que pasaba por ser la “ortodoxia: el buen Lukács, el que todavía resultaba interesante, el recuperable, era el “heterodoxo” de 1923; el otro Lukács, el que se sometió a la crítica a los dirigentes de la III Internacional para retirarse luego al estudio de temas literarios y culturales, el que escribió El asalto a la razón e inició la redacción de una monumental Estética, precisamente por su “ortodoxia”, nada tendría que decir ya a las jóvenes generaciones marxistas.

Tal inversión era sin duda muy grosera y el cuadro resultante demasiado crudo para cualquier persona que conozca con un poco de detalle la trayectoria de Lukács desde 1924. Hubo, por lo demás, entre nosotros quien lo advirtió ya entonces. Si alguien se toma la molestia de echar un vistazo a los papeles clandestinos o semiclandestinos de la oposición comunista barcelonesa de finales de los años sesenta, encontrará con facilidad una refutación de aquella grosería en los ensayos de Manuel Sacristán. Es más: hallará una explicación razonada de la continuidad de fondo existente entre el Lukács idealista y subjetivista de Historia y consciencia de clase y el equilibrado llamamiento a poner de nuevo en primer plano los temas de la subjetividad y de la consciencia revolucionaria que hay en la última parte de las Conversaciones. La razón por la cual se impuso en aquellos años el desprecio hacia la obra del Lukács maduro o la exaltación de Historia y consciencia de clase en contraposición a las páginas políticas de las Conversaciones, es algo que se me escapa, aunque sospecho que ese algo tiene que ver con los motivos por los que los teólogos no acaban de ponerse de acuerdo acerca de si la sabiduría del diablo es consecuencia de su “heterodoxia” o de la experiencia que da la vejez.

Pues, en efecto, en la parte de las Conversaciones titulada “Ideas básicas para una política científicamente fundamentada” hay atisbos y sugerencias de viejo sabio, tanto más simpáticos unos y otros, incluso en la forma, cuando que en ellos Lukács no pontifica (o pontifica mucho menos que al tratar de temas filosóficos generales, históricos o estéticos).

Vale la pena recordar que la entrevista a tres bandas que dio origen al librito titulado Conversaciones se hizo en septiembre de 1966, es decir, año y medio antes de la tantas veces mencionada rebelión estudiantil europea. No era previsible en aquella fecha un estallido como el que acabaría produciéndose. Pero, sobre todo, el punto de vista de Lukács nada tenía que ver con la euforia ni con la añoranza melancólica; su análisis, su diagnóstico de las sociedades capitalistas y no-capitalistas, y sus propuestas alternativas parecen más bien inspiradas en la máxima brechtiana según la cual no hay que proponerse enlazar con el buen tiempo pasado sino con el mal tiempo presente. Precisamente ese “mal tiempo presente” es explorado por el viejo Lukács sobre la base de dos datos esenciales. Primero: el reconocimiento de que se ha producido un retroceso en la consciencia de las masas trabajadoras en los países capitalistas. Segundo: la observación de que el desmantelamiento del estalinismo iniciado después del XX Congreso del PCUS se estaba realizando con métodos igualmente estalinistas. Por eso, al avanzar la propuesta de una renovación del factor subjetivo en decadencia, Lukács insiste en que la tarea de despertar la subjetividad en nuestra época exige un nuevo comienzo[6], y no meramente recuperar el marxismo de los “felices veinte”.

Curiosamente, en el plano de la teoría política, el último Lukács resulta ser menos ideologista que en otros ámbitos. Así, por ejemplo, en las Conversaciones mantiene que el fundamento de todo movimiento económico y social es siempre un aspecto teleológico concebido como ideal, pero, lejos ya de la imputación al conjunto de los trabajadores de una conciencia revolucionaria, afirma que “sería muy desesperante partir de bases puramente ideológicas mientras la multitud se siente a sus anchas dentro de esa manipulación”. Ninguna ilusión, por tanto, respecto de los hipotéticos efectos positivos de la contracultura anticonsumista que se estaba esbozando por entonces. Al contrario: Lukács ve aquellas primeras manifestaciones de protesta contra la técnica, la manipulación de los consumos y el despilfarro característico de la difusión del imperialismo como un síntoma de la naturaleza primitiva, aunque moralmente acertada, de los movimientos sociales que están naciendo. Esto le lleva a una comparación que en aquel momento podía parecer unilateral y que fue muy criticada en la izquierda revolucionaria, a saber: que nos encontramos, por lo que hace al nivel de la consciencia y la subjetividad, en una situación parecida a la que tuvieron que vivir gentes como Fourier y Sismondi, en una situación, esto es, que se asemeja a la de los comienzos del siglo XIX, cuando empezaba a formarse lentamente el movimiento obrero.

Una afirmación así puede parecer hoy una trivialidad e incluso habrá quien la considere exageración optimista. Pero para juzgar la agudeza de la misma se pueden hacer dos pruebas. Una: comparar eso con la euforia de la mayor parte de los análisis marxistas de aquellos años. Otra: estimar las hipótesis prospectivas que el propio Lukács hacía seguir de aquella analogía. Prescindiré aquí de las comparaciones odiosas. Por lo que hace, en cambio, al segundo punto tiene interés resaltar uno de los frutos de la experiencia teórico-política.

El viejo Lukács, que ha abandonado por completo su espontaneísmo juvenil y que en 1966 concede un valor extraordinariamente grande al trabajo minoritario que se ha de hacer desde fuera para introducir la consciencia en el seno de clase obrera; este hombre que sugiere la creación de un brain trust para el análisis científico de un mundo económico y social cada vez más complejo, que propone recuperar la conservadora institución de los veteranos para dar continuidad a las protestas juveniles, piensa sin embargo que la forma de organización adecuada para propiciar la resistencia antimanipulatoria no es un nuevo partido, sino un movimiento amplio, abierto y antisectario; un movimiento en el que lo primero sería ponerse en claro acerca de lo que el marxismo puede dar de sí en el presente, establecer con precisión lo que se sabe y lo que se ignora sobre la evolución del capitalismo imperialista y su repercusión en las actitudes de los trabajadores.

Cierto es que Lukács tenía la vista puesta en ese momento en la particular situación de la República Federal Alemana; pero no es menos cierto que su apreciación de lo que podía ser el futuro ha resultado adecuada, empezando precisamente por la RFA: “Ponerme a soñar que en Alemania se pueda fundar inmediatamente un cuarto partido sería, desde luego, una necedad, una ilusión. Pero el cabo de cierto tiempo podría ocurrir que el movimiento antimanipulatorio llegara a determinar qué diputados enviarían los habitantes de tales o cuales circunscripciones al Parlamento. Esto ya no es ilusorio. Tal movimiento tendría un futuro, pero no un futuro coronado por el éxito en el plazo de tres meses, sino con perspectivas de éxito para dentro de algunos decenios.”

Junto a esta hay otras observaciones y sugerencias del viejo Lukács que siguen conservando todavía su interés para aquellas personas preocupadas por la extensión de las manipulaciones y las nuevas formas de la alienación contemporánea. Ejemplos: la denuncia de la pérdida de toda idea seria de democracia en las socialdemocracias europeas; la propuesta de un análisis del sentimiento religioso en las sociedades industrialmente desarrolladas y en las sociedades llamadas socialistas que corrigiera una de las hipótesis más pesadas del marxismo tradicional, por lo general oscilante entre el desprecio dogmático de las religiones y la condescendencia ideológica; la insistencia en que el movimiento antimanipulatorio del futuro habría de poner el acento en el desarrollo pleno de la fuerza productiva “hombre” para hacer frente simultáneamente al fatalismo tecnológico y a la crítica irracionalista de la técnica, etc.

Todo eso, escrito en 1966 por un hombre que no se consideraba un político y que en las últimas décadas había repetido varias veces (es de suponer que con cierta ironía) que su incapacidad para convencer a otros compañeros, pese a tener razón, le obligaba a retirarse de la política activa, no está nada mal, como solía decir Juan de Mairena en ocasiones así.

Notas:

[1] NE. Véase “Historia (personal) y conciencia de clase: György Lukács”. En Poliética, Madrid: Losada, 2003, pp. 85-122.

[2] NE. Véase FFB, “Wolfgang Harich: ¿retorno a Babeuf o a Diógenes de Sínope?”  https://espai-marx.net/?p=12290

[3] NE. En Alianza Editorial. A esas conversaciones dedicó Manuel Sacristán, amigo y maestro del autor, la penúltima de sus conferencias: “Sobre Lukács”. Véase M. Sacristán, Seis conferencias, Barcelona: El Viejo Topo, 2005, libro prologado por el autor.

[4] NE. Traducido para Grijalbo por Manuel Sacristán. Reeditado por Siglo XXI en 2021.

[5] NE. La historia es un proceso sin sujeto ni fines. Véase L. Althusser, Para una crítica de la práctica teórica. Respuesta a John Lewis, Madrid: Siglo XXI, 1973.

[6] NE. Véase “Volver a empezar” (1990). En FFB, 1917. Variaciones sobre la Revolución de Octubre, su historia y sus consecuencias, Barcelona: El Viejo Topo, 2017, pp. 161-166.

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