jueves, 15 de septiembre de 2022

La educación a la que deberíamos aspirar

 

La educación a la que deberíamos aspirar

 

Por Gabriel Plaza 

Rebelion / España

| 14/09/2022 | España

 

Fuentes: Ctxt

El autor, que fue el estudiante con la mejor nota de la EvAU en Madrid este año, analiza las carencias de la enseñanza media y superior en España.

Decía el pedagogo estadounidense John Dewey que “la educación no es preparación para la vida; la educación es la vida en sí misma”. Él y muchos otros pensadores de todos los rincones del mundo han confiado en el poder constructivo de la educación como medio para alcanzar una democracia plena y una sociedad igualitaria. Y es que, como dijo el sabio Confucio muchos siglos atrás, “donde hay educación, no hay distinción de clases”. 

Pero en esta nuestra España, “país de todos los demonios”, la educación queda menoscabada por el ideario colectivo a algo mucho más burdo y sin trascendencia. Renegamos del valor del conocimiento en sí mismo y de su potencia transformadora y reducimos la educación a una mera preparación para el mundo laboral, para servir como empleados. Despreciamos las disciplinas humanísticas por no ser productivas para la sociedad capitalista. Y, así, nos sorprende y causa revuelo que el estudiante con mayor nota de EvAU en Madrid estudie clásicas porque “ganaría mucho más en otras cosas”, porque “está desperdiciando sus capacidades”. Hubo incluso quien me achacó ser egoísta por no estudiar “algo más útil para la sociedad”.

No obstante, no me dejo vencer por el derrotismo y confío en que seremos capaces de avanzar hacia la educación a la que aspiro: más moderna, más humanística, una educación para todos, capaz a su vez de provocar una mejora en esta sociedad que, en ocasiones, tanta impotencia me genera. Y aunque cada pocos años se aprueba una nueva ley educativa (en total llevamos ya ocho desde 1970, en un tramo de 52 años), las mejoras son lentas e insuficientes.

España adolece de un sistema educativo eternamente anacrónico, a la cola de Europa, como demuestran los resultados de 2018 de los informes PISA, donde, en las pruebas de matemáticas y ciencias, obtuvo peores resultados que una gran parte de las naciones de Europa (Alemania, Polonia, Portugal, Francia, Dinamarca…) y se posicionó por debajo de la media de la OCDE. Otras estadísticas alarmantes son las que proporciona el INE en relación al abandono temprano de la educación-formación en España: la cifra en hombres en 2020 (20,2%) fue la más alta de Europa y casi duplica la media de los países de la UE y en mujeres (11,6%) es solo superada por tres países más. La causa de esto, en gran parte, es que no se han resuelto algunos problemas crónicos de la educación española.

De forma general podemos destacar la rigidez y escasa adaptabilidad de nuestra educación en distintos aspectos. Los largos currículos de ciertas asignaturas como Literatura Universal, Historia de la Filosofía o Historia de España, por lo menos en la Comunidad de Madrid, pretenden abarcar todo en estas disciplinas desde los albores de la humanidad hasta la actualidad en un único curso académico, lo cual es casi imposible por el reducido tiempo y conlleva que se deseche el aprendizaje en favor de la memorización y la preparación para los exámenes de acceso a la universidad, que en la mayoría de ocasiones, a su vez, terminan siendo pruebas memorísticas y no valoran la madurez intelectual del alumno. 

El problema de los currículos excesivamente extensos afecta de manera similar a todas las asignaturas y es la causa de que muchas veces se sacrifique la lectura, producción o análisis de textos literarios en clase de Lengua, las disertaciones y reflexiones críticas en Filosofía, etc. Deberíamos hacer caso de nuestro refranero, que tanta sabiduría popular encierra: “El que mucho abarca, poco aprieta”. Ciertamente, es mejor reducir el contenido de algunas asignaturas para que los estudiantes aprendan más y mejor y sean capaces de aplicar sus conocimientos de forma creativa , así como reflexionar sobre ellos.

Tengo depositada una gran confianza en el enfoque competencial y basado en la transversalidad de la LOMLOE, que deja de concebir las diferentes disciplinas como compartimentos estancos y sin relación entre sí, y permitirá a los alumnos aplicar, por ejemplo, sus conocimientos en materia tecnológica al latín, sus conocimientos históricos a la literatura… También me genera gran expectación la prueba de madurez que sustituirá a la EvAU, que, según parece, será similar a la fase oral de la Maturità italiana, donde el alumno debe analizar un material (audiovisual, escrito, etc.) proporcionado por el tribunal examinador y realizar conexiones multidisciplinares relativas a las asignaturas estudiadas. Este enfoque demuestra que todo conocimiento suma, contribuye a una visión más amplia de la realidad, y permite determinar si el alumno ha comprendido realmente lo estudiado. 

También espero que en lo relativo a la Filosofía, imitando el Baccalauréat francés o el Bachillerato Internacional, se dé una mayor importancia al desarrollo por parte del alumno de disertaciones en torno a preguntas filosóficas determinadas, que aportan mucho más a la formación de este que estudiar únicamente las perspectivas de diversos autores: la filosofía se aprende filosofando.

No obstante, creo que la LOMLOE no es el fin de esta lucha por una educación de calidad y aún son posibles muchas mejoras, como la ya mencionada reducción del temario o una oferta más amplia en la elección de asignaturas. Y con esto no me refiero a introducir asignaturas nuevas, lo cual muchos creen que es la solución a todos los problemas, sino a acabar con el estancamiento en áreas de saber que conllevan las modalidades de bachillerato y permitir, de forma similar a los A-Levels británicos o el Bachillerato Internacional, que los alumnos configuren su itinerario libremente eligiendo qué asignaturas desean cursar. 

Es normal que un adolescente tenga intereses muy variados y sería enormemente beneficioso que, si alguien quisiera cursar a la vez Matemáticas y Latín o Física e Historia del Arte, tuviera la oportunidad. De este modo, no le limitaríamos u obligaríamos a abandonar un área de conocimiento que le atraiga a tan temprana edad, como a mí me ocurrió con las Matemáticas, que tanto amaba. No soy partidario de las medias tintas y creo que el Bachillerato General, que muchos centros ni siquiera implantarán, es una solución parcial que no atiende a la raíz de la cuestión.

Existen otros graves problemas de índole social y económica, que me limitaré a nombrar brevemente porque merecen su propio artículo. Por un lado, la dificultad para acceder a estudios superiores de aquellas personas con peor situación económica, que a menudo deben precipitar su incorporación al mundo laboral para contribuir a la economía familiar. Este problema, aunque mitigado por ciertas becas y ayudas, sigue siendo una de las principales causas del abandono escolar temprano o el fracaso escolar. Por otro lado, hallamos ciertas fallas estructurales en la educación pública, causadas por la falta de fondos destinados a esta –mientras se sigue financiando la concertada–, como los altos ratios de alumnos por aula o las instalaciones deficientes.

Antes de terminar, me gustaría tratar también el arraigado eurocentrismo presente en el mundo académico español, incoherente en una realidad tan globalizada y multicultural. Así, la Historia en los institutos omite hechos de gran relevancia, como la invasión mongola de Europa. La Filosofía, a su vez, se limita a autores europeos o norteamericanos, cuando filósofos tan importantes como Lao Tse, Confucio o Rumi podrían aportar mucho a la formación de los jóvenes, y lo mismo ocurre con la Literatura Universal.

Esto es mucho más grave en las universidades, donde un estudiante en Filosofía en la Complutense, por ejemplo, solo dispone de dos optativas de Filosofía no europea; donde un filólogo clásico no puede estudiar el sánscrito, lengua clásica tan relevante para la lingüística indoeuropea, si no es de forma extracurricular. Otras naciones de Europa, como Países Bajos, ya avanzan en este aspecto y, así, el estudiante de Filosofía en la Universidad de Leiden comprobará que la filosofía china, hindú, árabe o africana forma una parte fundamental de su currículo. También hallamos en universidades europeas grados en Egiptología, Estudios de Medio Oriente, Estudios Latinoamericanos… solo presentes en la universidad española como máster, mientras en esta misma línea solo existen como grado los Estudios de Asia Oriental o los Estudios Semíticos e Islámicos.

En la resolución de todos los problemas citados reside la posibilidad de conformar una educación mejor, que nos haga libres. Una educación que conduzca al fortalecimiento de la democracia, que valore el conocimiento en sí mismo y no se instrumentalice para crear a los empleados perfectos: dóciles, obedientes, conformistas. Una educación que motive la creatividad y el pensamiento crítico, incluso hacia la propia cultura o la sociedad en que vivimos, que sirva a los intereses del pueblo y no a los de la oligarquía capitalista. Una educación que erradique la LGBTfobia, el machismo, el racismo y otras formas de discriminación y conduzca al aprecio de las diferentes culturas y lo que de estas podemos aprender, que entusiasme a los jóvenes y les permita construir su propio futuro. Citando otra vez a Confucio: “La educación genera confianza. La confianza genera esperanza. La esperanza genera paz”.

La lucha está lejos de terminar y confío en que, algún día, alcanzaremos ese sistema educativo al que deberíamos aspirar.

Fuente: https://ctxt.es/es/20220901/Firmas/40729/gabriel-plaza-evau-tribuna-educacion-formacion-capitalismo-humanidades.htm

 *++

Los salarios reales del Estado Español perderán un 4’5% este año según la OCDE

 


Los salarios reales del Estado Español perderán un 4’5% este año según la OCDE

 

Publicado el 15 de septiembre de 2022 / Por Redacción Kaosenlared

 

La OCDE sitúa al Estado Español entre los países con mayor caída prevista del poder adquisitivo de los salarios, sólo por detrás de Grecia. Al respecto cabe recordar que la media del crecimiento de los salarios en los convenios colectivos para este año es de 2’6%, prácticamente 8 puntos por debajo de la inflación.

Según el estudio publicado por la organización  el pasado 9 de setiembre con el título Perspectivas de empleo para 2022, “el crecimiento de los salarios reales en España cayó bruscamente en 2021, y se prevé que siga cayendo un 4,4% en 2022” (el salario real es el efectivo, es decir, una vez descontada la inflación del salario nominal). Esta caída supone el doble de la media del llamado “club de los países ricos”, solo por detrás de Grecia, cuyos salarios caerían en 6’9% según sus previsiones.

La consecuencia de la inflación desbocada castiga duramente a la clase trabajadora y los pensionistas de los distintos países, reduciendo significativamente su poder de compra, afectando especialmente a países como Grecia, el Estado Español o Italia, este último con una pérdida de los salarios reales del 3,1%.

En relación al Estado Español, el citado informe señala que “el mercado laboral generó escasez de mano de obra en los sectores del turismo, la agricultura, la construcción y la tecnología. Esto contribuyó al aumento de los salarios nominales en 2021, pero en un contexto de aceleración de la inflación no fue suficiente para proteger el poder adquisitivo”. Es decir, en 2021 los salarios crecieron por debajo de los precios, situación que se ha agravado con el IPC disparado en 2022 , que en agosto alcanzó el 10’5%.

El estudio apunta que este descenso de los salarios reales se traduce en “un recorte sustancial del poder adquisitivo de los trabajadores, sobre todo para aquellos que cobran el Salario Mínimo Interprofesional (SMI), ya que los precios al consumo en España siguen subiendo a niveles máximos históricos”. Con un IPC disparado hasta cifras desconocidas en los últimos cuarenta años, los salarios apenas si han crecido un 2’6% este año, una cuarta parte de lo que lo han hecho los precios.

Frente a esta situación, sólo una cláusula de revisión automática que garantice mensualmente la actualización de salarios, pensiones y prestaciones sociales podría asegurar el mantimiento del poder adquisitivo de la clase trabajadora, los verdaderos productores de la riqueza. Otras medidas elementales, como la regulación de precios de productos y servicios básicos (energía, alimentos…), contribuirían asimismo a evitar que la crisis (su crisis ya que quien la origina es el capital y su sistema económico) recayera sobre la clase trabajadora. Lo contrario de lo que hacen organizaciones sindicales como CCOO y UGT, cuyos dirigentes ya afirman sin el mayor rubor estar dispuestos a aceptar subidas salariales por debajo del IPC en el sector público (referencia para el sector privado), mientras “el gobierno más progresista de la historia”, con la ministra de Trabajo Yolanda Díaz,  les emplaza a alcanzar un acuerdo de ‘paz social‘ con la patronal de ámbito estatal.


*++

 

El ocaso de los intelectuales y el extravío de la razón

 

El ocaso de los intelectuales y el extravío de la razón


TERCERAINFORAMCION / 12.09.2022

Quizás una de las ausencias más palpables en la vida pública sea la de los intelectuales. Eclipsados por la comentocracia y sus corifeos bufonescos, dejaron de plantearse las preguntas en torno a los problemas fundamentales de la humanidad, así como los argumentos de peso revestidos de un aura de filósofos y estadistas. La comentocracia les suplantó aupados en el poder y en el alcance de los mass media y las redes sociodigitales; e hicieron de la trivialización de la palabra y de la praxis política –en tanto espectáculo y parodia– el argumento central de su teatralidad mediática.

Provenientes de la ciencia, la literatura, la filosofía o el cultivo del pensamiento, los intelectuales clásicos (recordemos a Raymond Aron, Pierre Teilhard de Chardin, José Ortega y Gasset, Jean Paul Sartre, Albert Camus, George Orwell, Michel Foucault, Gore Vidal, Frantz Fanon, Carl Sagan, Umberto Eco, Norberto Bobbio, Giovanni Sartori, Edgar Morin, Octavio Paz, Juan María Alponte, Noam Chomsky, entre muchos otros) gozaban de amplios círculos de lectores y audiencias. Dispuestos a ejercer un uso público de la razón, por lo regular gozaban de un sofisticado juicio político y no pocos se identificaban con causas sociales en pro de la justicia y en contra de la opresión. Aunque los hubo –a lo largo del siglo XX– que se identificaron con los fascismos y el nazismo, como fue el caso de Martin Heidegger. De tal forma que la calidad académica e intelectual no es sinónimo, en automático, de coherencia y sagacidad en el juicio político/histórico.

Al ejercicio del pensamiento crítico, estos intelectuales clásicos aunaban la pretensión de mover y refrescar la conciencia y provocar a sus lectores y audiencias, abriendo con ello nuevas perspectivas sobre los  problemas públicos y evidenciando las contradicciones y sentido de los mismos. Posicionados más allá de falsas dicotomías o dilemas, su mensaje o argumentos abrevan de ciertas dosis de paciencia y sabiduría; aunque también algunos, a lo largo del siglo XX, reincidieron en exageraciones e, incluso, en arrogancias y jactanciosidades.

Su proclividad a la vanguardia hizo de este intelectual clásico un perspicaz agente que incentivaba el cambio social y despertaba respeto a sus ideas; aunque también existieron aquellos que reivindicaron el statu quo –el caso más emblemático en el mundo de haba hispana sería Mario Vargas Llosa– y se mostraron partidarios o seguidores de alguna corriente ideológica. En esa lógica de las vanguardias fueron capaces de identificar los problemas trascendentales de la humanidad, abrir y difundir argumentos estructurados y orientados a detonar debates públicos, no pocas veces dotados de análisis histórico y de una perspectiva estratégica que pretendía incidir en el curso de los acontecimientos y en la formación de la opinión pública y de la cultura política.

Sin embargo, el ocaso de los intelectuales se presentó a la par del marchitamiento de la cultura ciudadana y de la desciudadanización de la política. Una especie de anestesiamiento e individualismo a ultranza se cierne sobre la racionalidad de las sociedades contemporáneas, y ese adormecimiento inhibe la posibilidad de ejercer el pensamiento crítico. Ese entorno social, que lo mismo incluye a sujetos, organizaciones como los sindicatos, gremios y universidades, los movimientos sociales y las comunidades de base, constriñe toda posibilidad de razonamiento y de despliegue de procesos cognitivos de largo aliento. En buena medida, ello explica la muerte de la clase intelectual y la entronización de la racionalidad tecnocrática, que privilegia el despliegue de supuestos expertos o especialistas en los mass media y en las redes sociodigitales.

La dimensión filosófico/histórico/ética que manejaba la clase intelectual fue suplantada por una voz que comenta el acontecer coyuntural pero que no penetra en las raíces profundas de las problemáticas sociales. El comentócrata es un avezado especialista que, si bien puede ofrecer un discurso cuasi técnico –y no pocas veces circular–, no provoca una agitación radical de las conciencias ni forma ciudadanía. Recurre más a un discurso descriptivo y superficial que apela más a las emociones de los sujetos que al pensamiento y la razón, contribuyendo con ello a hacer del espacio público un espectáculo y una arena para el despliegue de la polarización. Este especialista no hace más que acompañar las noticias del día, tras realizar cierto encuadre, pero su análisis no suele escapar de lo coyuntural, ni ofrecer siquiera una perspectiva de conjunto de la realidad. Entonces la especialización se impone a la mirada omniabarcadora del intelectual y se socava toda posibilidad de análisis amplio y reposado. Con ello tiende a ascender la mercantilización de las ideas y de la palabra, en tanto que los intereses creados definen lo que se comenta o difunde o no en los mass media a partir de ciertas agendas de temáticas mediadas por esos intereses y por la forma particular en que esos comentócratas y think tanks observan y conciben los problemas públicos.

Se comenta sobre la personalidad de Donald Trump, el conflicto ruso/ucraniano, la caída de las Torres Gemelas, la pandemia del Covid-19, etc., pero no se analizan las causas profundas y el sentido histórico de esos acontecimientos, sino que se aborda cierta apariencia de los mismos y se establece desde esos poderes fácticos que controlan los mass media y las redes sociodigitales lo que es verdad o lo que no lo es. En estos discursos de los especialistas se entrecruzan también los rasgos de la era de la post-verdad con una narrativa hegemónica que encauza unos temas y no otros, que apela a los sentimientos del homo videns o del homo digitalis y no a sus procesos cognitivos y a las perspectivas de larga duración. Entre esos expertos comentaristas destacan Yuval Noah Harari, ­Niall Ferguson, Paul Krugman, Moisés Naím, Michel Houellebecq, Samuel P. Huntington, Francis Fukuyama, Fernando Savater, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañeda, entre otros. Varios de ellos más cercanos al histrionismo, la política-ficción, el maniquismo y la descalificación respecto a aquello que les inspira fobia o ira. Es de destacar que sus planteamientos no soportan el fuego de la contrastación histórico/empírica a que llama la deliberación pública regida por el pluralismo.

En el extremo, algunos representantes de la comentocracia rayan en lugares comunes y en actitudes de bufones que lapidan a aquel que piensa diferente. Se erigen en todólogos que suponen contar con el elixir ante los problemas públicos sin siquiera lograr diagnósticos certeros y dotados de rigor metodológico. Más preocupados por el teléfono móvil y los trending topics del Twitter, su obscenidad llega a los set de televisión, comentando casi de todo sin pudor y sin temor a equivocarse. Fungen más como voceros de algún partido político o de los intereses corporativos y financieros del gran capital. Con la pandemia del Covid-19 lo mismo opinaban –sin respeto ni rigor alguno– de sus orígenes, que de epidemiología, vacunas, omisiones de los Estados, el uso de la mascarilla, etc.

La sociedad de los extremos regida por la polarización ideológica pulsiva cancela toda posibilidad de reinvención del intelectual, y hace de los comentócratas simples ideólogos que abogan por una u otra causas. Se impone, entonces, un discurso faccioso que apela a la división y a la ausencia de posibilidades de conciliación. No hacen más que poner en palabras intereses creados de distinto signo para inundar las redes sociodigitales y apelar a las emociones pulsivas de los internautas, sin reparar siquiera en la posibilidad de ejercicio del pensamiento autónomo y en la articulación de una narrativa mínimamente coherente. 



El ocaso de los intelectuales marcha a la par de la pérdida de sentido en las sociedades contemporáneas, así como de la erosión de la función orientadora que éstos desplegaban respecto a los grandes problemas mundiales y nacionales. Si bien existen intelectuales de peso hoy día (Jürgen Habermas, o el mismo Noam Chomsky, por ejemplo), su influencia tiende a ser menor y a diluirse en medio de la industria mediática de la mentira y de la tergiversación semántica. Esta pérdida de valor del intelectual y de sus funciones, también son experimentadas por organizaciones como las universidades, las editoriales, los periódicos, las revistas de análisis, etc. Arrasa, entonces, un pensamiento rapaz y socavador que fortalece consignas ideológicas al ritmo no de argumentos y sí de opiniones sin sustento y de golpes de voz que opacan a quien piensa y actúa diferente.

Salir de las prisiones de este pensamiento hegemónico que diezma y lastra el oficio intelectual es una urgencia en las sociedades contemporáneas ante el constante asedio mediático de trogloditas de la palabra que pretenden espectacularidad y no la construcción de argumentos razonados. Solo el ejercicio del pensamiento crítico y la diversidad de ideas salvarán de esa lógica implacable impuesta por la comentocracia y los fastuosos intereses que reivindican. Lo contrario nos conduciría a un nuevo oscurantismo y a la definitiva pérdida de rumbo y proyecto en el curso del colapso civilizatorio contemporáneo.

Académico en la Universidad Autónoma de Zacatecas, escritor,  y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación  semántica y escenarios prospectivos.

Twitter: @isaacepunam

 *++

Contraofensiva ucraniana

 

Algunos medios le solicitaron a Scott Ritter un comentario sobre la situación militar en Ucrania a partir del 9 de septiembre, cuando el ejército ucraniano recuperó 3.000 km2 de territorio hasta entonces en poder del ejército ruso. Esta es su respuesta.


Contraofensiva ucraniana


Scott Ritter

El Viejo Topo

15 septiembre, 2022 

 


Se me ha pedido que comente la situación en el este-sur de Ucrania tras el inicio de una importante contraofensiva por parte de las fuerzas armadas ucranianas (FAU). Dada la fluidez de la situación sobre el terreno, evitaré tratar de realizar un análisis detallado de las acciones concretas que han tenido, tienen y tendrán lugar. Estoy a miles de kilómetros del campo de batalla y recibo información incompleta y a menudo contradictoria. Cualquier esfuerzo por tratar de pintar un cuadro completo de este campo de batalla sería, al menos en mi caso, una tarea absurda.

Empezaré por los primeros principios. La guerra es un asunto complicado. Cualquier esfuerzo que pase por alto esta realidad a la hora de promulgar «soluciones» a los problemas en el campo de batalla se anula por sí mismo.

Tanto el ejército ucraniano como el ruso son grandes organizaciones profesionales respaldadas por instituciones diseñadas para formar guerreros cualificados. Ambos ejércitos están bien dirigidos, bien equipados y bien preparados para llevar a cabo las misiones que se les asignan. Se encuentran entre las mayores organizaciones militares de Europa. Los militares rusos cuentan con oficiales del más alto calibre, que han recibido una amplia formación en las artes militares. Son expertos en estrategia, operaciones y tácticas. Conocen su oficio.

El ejército ucraniano ha sufrido una transformación radical en los años transcurridos desde 2014, donde la doctrina de la era soviética ha sido sustituida por una doctrina híbrida que incorpora la doctrina y las metodologías de la OTAN. Esta transformación se ha acelerado drásticamente desde el inicio de la Operación Militar Especial, y los militares ucranianos prácticamente han pasado de los antiguos equipos pesados de la

era soviética a un arsenal que se asemeja más al cuadro de organización y equipamiento de las naciones de la OTAN que están proporcionando miles de millones de dólares en equipos y formación.

Los ucranianos son, al igual que sus homólogos rusos, profesionales militares expertos en la necesidad de adaptarse a las realidades del campo de batalla. Pero la experiencia ucraniana se ve complicada por la complejidad que supone tratar de fusionar dos enfoques doctrinales dispares sobre la guerra (el de la era soviética y el de la OTAN moderna) en condiciones de combate. Esta complejidad crea oportunidades para cometer errores, y los errores en el campo de batalla a menudo se traducen en bajas, bajas significativas.

Rusia ha librado tres guerras de distinto estilo en los seis meses que lleva en marcha la Operación Militar Especial. La primera fue una guerra de maniobras, diseñada para apoderarse de la mayor cantidad de territorio posible para configurar el campo de batalla militar y políticamente. La Operación Militar Especial se llevó a cabo con aproximadamente 200.000 fuerzas rusas y aliadas, que se enfrentaron a un ejército ucraniano en activo de unos 260.000 soldados respaldados por hasta 600.000 reservistas. No se aplicó la proporción estándar de 3:1 entre atacantes y defensores: los rusos trataron de utilizar la velocidad, la sorpresa y la audacia para minimizar la ventaja numérica de Ucrania y, de paso, esperar un rápido colapso político en Ucrania que impidiera cualquier combate importante entre las fuerzas armadas rusas y ucranianas.

Este plan tuvo éxito en algunas zonas (en el sur, por ejemplo), y fijó las tropas ucranianas en su lugar y provocó el desvío de los refuerzos fuera de las zonas críticas de la operación. Pero fracasó desde el punto de vista estratégico: los ucranianos no se derrumbaron, sino que se afianzaron, asegurando una larga y dura lucha por delante.

En la segunda fase de la operación rusa, los rusos se reagruparon para centrarse en la conquista/liberación de la región del Donbás. Aquí, Rusia adaptó su metodología operativa, utilizando su superioridad en la potencia de fuego para llevar a cabo un avance lento y deliberado contra las fuerzas ucranianas atrincheradas en extensas redes defensivas y, al hacerlo, logrando ratios de bajas inauditos, con diez o más ucranianos muertos o heridos por cada baja rusa.

Mientras Rusia avanzaba lentamente contra las fuerzas ucranianas atrincheradas, EE.UU. y la OTAN proporcionaban a Ucrania miles de millones de dólares en equipamiento militar, incluyendo el equivalente a varias divisiones blindadas de equipo pesado (tanques, vehículos de combate blindados, artillería y vehículos de apoyo), junto con un amplio entrenamiento operativo de este equipo en instalaciones militares fuera de Ucrania. En resumen, mientras Rusia se dedicaba a destruir el ejército ucraniano en el campo de batalla, Ucrania se dedicaba a reconstituir ese ejército, sustituyendo las unidades destruidas por fuerzas frescas muy bien equipadas, bien entrenadas y bien dirigidas.

En la segunda fase del conflicto, Rusia destruyó el antiguo ejército ucraniano. En su lugar, Rusia se enfrentó a unidades territoriales y nacionales movilizadas, apoyadas por fuerzas reconstituidas entrenadas por la OTAN. Pero el grueso de las fuerzas entrenadas por la OTAN se mantuvo en reserva.

Estas son las fuerzas que se han comprometido en la actual fase de lucha, una nueva tercera fase. Rusia se encuentra en una guerra por delegación en toda regla con la OTAN, enfrentándose a una fuerza militar al estilo de la OTAN que está siendo sostenida logísticamente por la OTAN, entrenada por la OTAN, provista de inteligencia de la OTAN y trabajando en armonía con los planificadores militares de la OTAN.

Lo que esto significa es que la actual contraofensiva ucraniana no debe verse como una extensión de la fase dos de la batalla, sino como el inicio de una nueva tercera fase que no es un conflicto ucraniano-ruso, sino un conflicto OTAN-ruso.

El plan de batalla ucraniano lleva el sello «Made in Brussels» por todas partes. La composición de las fuerzas fue determinada por la OTAN, al igual que el momento de los ataques y la dirección de los mismos. La inteligencia de la OTAN localizó cuidadosamente las costuras en las defensas rusas, e identificó los nodos críticos de mando y control, logística y concentración de reservas que fueron objetivo de la artillería ucraniana, que opera según un plan de control de fuego creado por la OTAN.

Las tácticas utilizadas por Ucrania parecen ser completamente nuevas. Se lanzan ataques de sondeo para obligar a los rusos a revelar sus fuegos defensivos, que luego son suprimidos por los fuegos de contrabatería ucranianos dirigidos por drones y/o radares de contrabatería. A continuación, las fuerzas ucranianas, de gran movilidad, avanzan rápidamente a través de las fisuras identificadas en la defensa rusa, adentrándose en territorio ampliamente desprotegido. Estas columnas principales son apoyadas por incursiones llevadas a cabo por tropas montadas en vehículos que atacan las posiciones de la retaguardia rusa, desbaratando aún más cualquier respuesta rusa.

En resumen, el ejército ucraniano al que se enfrenta Rusia en Kherson y en los alrededores de Kharkov no se parece a ningún oponente ucraniano al que se haya enfrentado anteriormente. Ventaja, Ucrania.

Sin embargo, Rusia es un oponente militar capaz. La posibilidad de una contraofensiva ucraniana se conoce desde hace tiempo. Pensar que Rusia ha sido tomada completamente desprevenida es despreciar la profesionalidad de las fuerzas armadas rusas.

Pero hay algunas realidades operativas que se acumulan cuando Rusia se ha autolimitado a una estructura de fuerzas de unos 200.000 hombres, especialmente cuando se lucha en un campo de batalla tan grande como el que existe en Ucrania. Sencillamente, no hay suficientes fuerzas para todos, y por eso Rusia ha desplegado fuerzas en sectores de baja prioridad de forma más dispersa de lo que sería aconsejable. Estas fuerzas ocupan puntos fuertes que están diseñados para cubrir los huecos entre los puntos fuertes con potencia de fuego. Los rusos también han identificado las fuerzas que reforzarían estas zonas del frente poco pobladas cuando fuera necesario.

Es posible que Rusia haya previsto la posibilidad de un contraataque ucraniano concertado y que, sin embargo, le haya cogido por sorpresa la combinación de nuevos factores que se presentaron una vez materializado este ataque. La velocidad del avance ucraniano fue inesperada, al igual que las tácticas utilizadas por Ucrania. El nivel de apoyo a la planificación operativa y de inteligencia proporcionado por la OTAN en apoyo de este contraataque también pareció tomar a los rusos por sorpresa.

Pero el ejército ruso es extremadamente adaptable. Han mostrado su disposición a salvar vidas cediendo territorio, permitiendo a los ucranianos gastar recursos y capacidad sin llevar a cabo un enfrentamiento decisivo con las tropas rusas. Cuando fue necesario, las tropas rusas igualaron la audacia y el coraje de las fuerzas ucranianas con su propia tenacidad, resistiendo en un esfuerzo por retrasar el avance ucraniano mientras otras fuerzas rusas se redesplegaban.

Al final, parece que Ucrania agotará sus fuerzas de reserva, cuidadosamente reunidas, antes de que el grueso de la respuesta rusa entre en acción. La ofensiva de Kherson parece haberse estancado, y ya sea por diseño o por accidente, la ofensiva de Kharkov se está convirtiendo en una trampa para las fuerzas ucranianas comprometidas, que se encuentran en peligro de ser cortadas y destruidas.

Al final, esta contraofensiva terminará en una derrota estratégica ucraniana. Rusia restaurará el frente a sus posiciones originales y podrá reanudar las operaciones ofensivas. Los ucranianos, por su parte, habrán dilapidado sus reservas, limitando su capacidad de respuesta ante un nuevo avance ruso.

Esto no significa que la guerra haya terminado. Ucrania sigue recibiendo miles de millones de dólares de ayuda militar, y actualmente cuenta con decenas de miles de tropas que reciben un amplio entrenamiento en los países de la OTAN. Habrá una cuarta fase, y una quinta fase… tantas fases como sean necesarias antes de que Ucrania agote su voluntad de luchar y morir, o la OTAN agote su capacidad de seguir suministrando al

ejército ucraniano. Ya dije en abril que la decisión de Estados Unidos de proporcionar miles de millones de dólares de ayuda militar era «un cambio de juego».

Lo que estamos presenciando hoy en Ucrania es cómo este dinero ha cambiado el juego. El resultado es más fuerzas ucranianas y rusas muertas, más civiles muertos y más equipos destruidos.

Pero el juego final sigue siendo el mismo: Rusia ganará. Solo que el coste de la prolongación de esta guerra es mucho mayor para todas las partes implicadas.

 *++