viernes, 23 de junio de 2017

CORRUPTO ESTÁ HASTA EL PINGANILLO DEL TIMBRE DE LLAMADAS AL SISTEMA. DESDE EL REY HASTA EL GATO PARDO QUE TENGO EN CASA. PERO ADEMÁS DE DENUNCIAR LA CORRUPCIÓN Y LOS CORRUPTOS, HAY QUE PASAR A LA ACCIÓN EFECTIVA CONTRA LA CORRUPCIÓN Y LOS CORRUPTOS


Una radiografía de la corrupción

Rebelion
El Salmón Contracorriente
23.06.2017


La corrupción es uno de los motores ilícitos del capitalismo, aunque nefasta y destructora para la gente común. Que la lucha contra la corrupción no se toma en serio de verdad lo demuestra que en los países ricos se castiga a funcionarios públicos que se corrompen, pero no a quienes los corrompen.

En el Reino de España es difícil que pase tiempo sin noticia de corrupción. Un problema que no es de hoy ni mucho menos. En 2009, por ejemplo, había en el Reino de España 730 causas por corrupción y en 2012, ya eran 800 los imputados por ese tipo de delitos. Evidentemente tanto hace diez años como ahora, la corrupción no se reduce a unos casos individuales o extraordinarios como pretenden algunos políticos nada fiables.

Un capitalismo de amiguetes

Lo cierto y documentado es que el sistema está podrido. Doménech, Raventós y Búster, al analizar la economía del Reino de España, nos explican que “la naturaleza institucional de la corrupción hunde sus raíces en el capitalismo oligopólico de amiguetes en que se transformó el poder empresarial heredado del franquismo con las privatizaciones desatadas de la Transición. (...) En ese escenario cuajó ese capitalismo oligopólico de amiguetes que formó una nueva minoría rica que controla gran parte de la economía del Reino de España. Copó el Ibex 35 y, como clase dominante, se sumó a los restos de la aristocracia terrateniente (que esquilma Extremadura y Andalucía rurales), más los grandes accionistas bancarios, altos cargos financieros y grandes propietarios de la industria. Ese capitalismo corrompido ha generado y hecho crecer una economía sumergida que es la cuarta parte del PIB”.

No son casos aislados. La corrupción es estructural y no solo en España. Acabar con ella pasa por cambiar el sistema económico. Probablemente. Y eso son palabras mayores que hay que tomarse muy en serio.

Corrupción internacional

En la década de los noventa y primera del siglo XXI, se desvelaron en Europa grandes escándalos de corrupción como Eurostat, Parmalat y Barclays o el del primer ministro italiano Berlusconi que pretendió promulgar con la mayor desfachatez leyes de inmunidad, para no ser condenado por corrupción; una licencia para robar. En EEUU, las macroestafas de Enron y World Com y, en Alemania las cajas ocultas, dinero negro y sobornos que salpicaron a poderosas corporaciones empresariales (Siemens, Scherin, Daimler Chrysler, Henkel, BMW, Volkswagen o Degusta), mostraron la globalidad de la corrupción. Hasta dieciocho grandes corporaciones alemanas eran sospechosas de cambalaches delictivos, por lo que muchos de sus dirigentes se sentaron en el banquillo, acusados de diversos delitos.

Según la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la corrupción es mundial y las empresas multinacionales son las más corruptas y corruptoras. Marx entrevió el futuro al escribir años ha que “todas las naciones capitalistas abrazan periódicamente el fraude, porque quieren ganar más dinero sin necesidad de producir”.

A efectos de inventario, corrupción es prevaricación, soborno, apropiación indebida, tráfico de influencias, malversación de fondos públicos, fraude fiscal, evasión de capitales, falsedad de documentos, financiación ilegal, concesiones ilegales, adjudicaciones ilícitas, delitos urbanísticos y blanqueo de dinero. Pero también es abuso de poder para cambiar leyes, alterar reglas de concursos públicos o dar concesiones por sobornos del sector privado, en dinero o especies. Delitos que perjudican muy gravemente a la ciudadanía. El coste de la corrupción se calcula en España en 90.000 millones de euros, según la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia. Mucho dinero que se hurta a la gente común, sus derechos y necesidades esenciales.

Trampas en la lucha contra la corrupción

La corrupción es inherente al capitalismo y solo reducir la corrupción es tarea difícil. ¿No ha de haber corrupción cuando el beneficio es el motor del capitalismo y su escenario preferido la ausencia de normas y de control para ganar más?

La corrupción no es nefasta por cuestiones éticas, que también. Lo es porque recorta ingresos del Estado, dilapida los recursos públicos en gasto público improductivo y reduce hasta casi hacer desaparecer la capacidad inversora del Estado. Además, aumenta la economía sumergida y la desigualdad al recortar el gasto social por ingresos perdidos en perjuicio de la ciudadanía con menos ingresos o sin empleo. Encarece y deteriora servicios públicos y hace recaer mayor carga fiscal sobre la ciudadanía y la clase trabajadora. Luchar contra la corrupción de verdad es una exigencia urgente que no admite paños calientes.

Pero en la presunta lucha contra la corrupción hay trampa. Lo explico. Transparency International es la organización global contra la corrupción de mayor renombre. Pero Transparency nunca publica nombres de corruptores, no denuncia a las empresas que sobornan ni tampoco o los muchos y poderosos bancos que aceptan dinero sucio de grandes empresas u otras entidades corruptas. Un dinero sucio y sospechoso que finalmente sale de los bancos impoluto y blanqueado. Transparency solo ataca a los gobiernos que se dejan corromper, que por supuesto son corruptos y despreciables, pero hay más actores en esta historia. Faltan los corruptores y los blanqueadores, pues todos conforman la indignidad de la corrupción. Para que no queden dudas, si hay corrupción se necesitan dos: corruptor y corrompido. Quien trampea y cobra; quien paga y se beneficia.

No se puede dejar la corrupción a los políticos

La corrupción tiene todo que ver con los paraísos fiscales. Porque sin opacidad, secreto bancario y ausencia de control y reglas, propios de esos paraísos y de las zonas offshore, corruptores y corrompidos lo tendrían mucho más difícil para esconder su dinero sucio y actuar con la impunidad que tienen hoy. En tanto haya secreto bancario, paraísos fiscales y falta de control de movimientos de capital, habrá corrupción.

Que la lucha contra la corrupción no se toma en serio de verdad lo demuestra que en los países ricos se castiga a funcionarios públicos que se corrompen, pero no a quienes los corrompen. O, aún peor, castigan a quienes informan de fraudes fiscales, una de las herramientas de la corrupción. El colmo parece ser que en algunos países europeos se haya permitido en la década de los noventa y primera del siglo XXI deducir pagos a funcionarios extranjeros; es decir, se podían deducir los sobornos del pago de impuestos. Así era y aún queda algún caso por ahí.

Lo que sucede hoy es que pagar muchos menos impuestos se ha vuelto legal por los acuerdos secretos que varios países de la Unión Europea (Luxemburgo, Irlanda, Holanda...) han firmado con empresas multinacionales para que éstas paguen muchos menos tributos. Ya no hace falta arriesgarse a evadir impuestos, que es delito. Los grandes consiguen lo mismo gracias a algunos gobiernos.

Pero la corrupción no es solo un problema español ni siquiera del sur europeo, la corrupción es mundial. Porque en realidad es uno de los motores ilícitos del capitalismo, aunque nefasta y destructora para la gente común. Como afirma el magistrado Joaquim Bosch, “acabar con la corrupción es demasiado importante para dejarlo en manos de los políticos”.

Las ciudadanas y ciudadanos han de coger las riendas de la lucha contra esa lacra. Por eso de entrada se convoca en Madrid una gran movilización y acción en redes sociales contra la corrupción. Para que crezca la indignación ciudadana contra la corrupción y la impunidad de los corruptos. Para poner cara a corruptos y corruptores.

Para apoyar con firmas el manifiesto contra la corrupción y la impunidad que ha de devenir programa de acción. La manifestación convocada en Madrid será el 24 de junio a las 19 horas y marchará desde la glorieta Ruiz Jiménez hasta Sol.


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EL CAMBIO CLIMÁTICO, UN CUENTO DE ROJOS, SEGÚN DICEN EN EL PROGRAMA DE HERRERA CARLOS, LOCUTOR DE USTEDES DE LA CADENA COPE PARA ESTAR INFORMADOS


“El sistema capitalista que tenemos ha causado el cambio climático”.

Entrevista

 

Naomi Klein
Sociología Crítica
28.03.2017              
          



Fuente: SIN PERMISO ¿Podemos detener el calentamiento global? Sólo si cambiamos de modo radical nuestro sistema capitalista, sostiene la ensayista Naomi Klein. En una entrevista con el semanario alemán DER SPIEGEL, realizada por Klaus Brinkbäumer, explica por qué ha llegado el momento de abandonar los pequeños pasos en favor de un enfoque radicalmente nuevo, tal como detalla en su libro de reciente aparición en castellano, Esto lo cambia todo, El capitalismo contra el clima (Paidós, Barcelona, 2015).

DER SPIEGEL: Señora Klein, ¿por qué no consigue la gente detener el cambio climático?

Klein: Mala suerte. Mal momento. Muchas coincidencias lamentables.

SPIEGEL: ¿La catástrofe equivocada en el momento equivocado?

Klein: El peor momento posible. La conexión entre gases de invernadero y calentamiento global viene siendo una cuestión política central para la humanidad desde 1988. Fue precisamente la época en que cayó el Muro de Berlín y Francis Fukuyama certificó “el fin de la Historia”, la victoria del capitalismo occidental. Canadá y los EE.UU. firmaron el primer acuerdo de libre comercio, que sirvió de prototipo para el resto del mundo.

SPIEGEL: ¿De modo que lo que dice usted es que empezó una nueva era de consumo y energía precisamente en el momento en que la sostenibilidad y contención habrían sido más adecuadas?

Klein: Exacto. Y fue precisamente en ese momento cuando nos dijeron que ya no había nada parecido a la responsabilidad social y la acción colectiva, que deberíamos dejarlo todo al mercado. Privatizamos nuestros ferrocarriles y la red energética, la OMC y el FMI se comprometieron con un capitalismo desregulado. Por desgracia, esto condujo a una explosión de las emisiones.

SPIEGEL: Usted es activista y lleva culpando al capitalismo de toda clase de cosas a lo largo de los años. ¿Le echa la culpa ahora también del cambio climático?

Klein: No hay razón para ser irónicos. Las cifras cuentan cuál es la historia entera. Durante los años 90, las emisiones se elevaron un 1% anual. Desde el año 200 han ido subiendo una media del 3.4 %. Se exportó globalmente el sueño americano y se expandieron rápidamente bienes de consumo que creíamos esenciales para satisfacer nuestras necesidades. Empezamos a vernos exclusivamente como consumidores. Cuando el comprar como forma de vida se exporta a todos los rincones del globo, eso exige energía. Mucha energía.

SPIEGEL: Volvamos a nuestra primera pregunta: ¿por qué no ha podido la gente detener este cambio?

Klein: Hemos desechado sistemáticamente las herramientas. Hoy se hace mofa de regulaciones de toda laya. Los gobiernos ya no aplican reglas severas que pongan límites a las compañías petrolíferas y demás empresas. Estas crisis se nos ha venido encima en el peor momento posible. Ya no nos queda tiempo. Estamos en un momento de ahora o nunca. Si no actuamos como especie, nuestro futuro está en peligro. Tenemos que reducir emisiones de modo radical.

SPIEGEL: Volvamos a otra pregunta: ¿No está usted apropiándose indebidamente del cambio climático para utilizarlo en su crítica del capitalismo?

Klein: No. El sistema económico que hemos creado ha creado también el cambio climático. No me lo he inventado. El sistema es inservible, la desigualdad económica es demasiado grande y la falta de contención por parte de las compañías energéticas es desastrosa.

SPIEGEL: Su hijo Toma tiene dos años y medio. ¿En qué clase de mundo vivirá cuando salga del instituto en 2030?

Klein: Eso es lo que está decidiéndose ahora mismo. Veo señales de que podría haber un mundo radicalmente distinto del que tenemos hoy en día, y de que el cambio podría ser bien bastante positivo o extremadamente negativo. Ya es seguro que al menos en parte será un mundo peor. Vamos a experimentar el cambio climático y bastantes más desastres naturales, eso es seguro. Pero tenemos tiempo todavía para impedir un calentamiento verdaderamente catastrófico. Tenemos tiempo asimismo de cambiar nuestro sistema económico para que no se vuelva más brutal y despiadado al enfrentarse al cambio climático.

SPIEGEL: ¿Qué puede hacerse para mejorar la situación?

Klein: Tenemos hoy que tomar algunas decisiones acerca de qué valores son importantes para nosotros y cómo queremos de verdad vivir. Y, por supuesto, hay una diferencia entre que la temperatura se eleve solo 2 grados o lo haga 4 o 5 o más. Todavía nos es posible a los seres humanos tomar las decisiones correctas.

SPIEGEL: Han pasado 26 años desde que se fundó el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC – Intergovernmental Panel on Climate Change) en 1988. Sabemos como mínimo desde entonces que las emisiones de CO2 causadas por quemar petróleo y carbón son responsables del cambio climático. Pero poco se ha hecho por encarar el problema. ¿No hemos fracasado ya?

Klein: Yo veo la situación de modo diferente, dado el enorme precio que tendremos que pagar. Mientras tengamos la menor oportunidad de éxito o de minimizar el daño, tenemos que seguir luchando.

SPIEGEL: Hace varios años, la comunidad internacional estableció un objetivo para limitar el calentamiento global a dos grados centígrados. ¿Lo considera todavía alcanzable?

Klein: Bueno, todavía es una posibilidad física. Tendríamos que reducir inmediatamente las emisiones globales en un 6% anual. Los países más ricos tendrían que sobrellevar un peso mayor, lo que significa que los EE.UU. y Europa tendrían que recortar emisiones entre un 8% y un 10% anual. Inmediatamente. No es imposible, solo que es profundamente irreal políticamente con nuestro actual sistema.

SPIEGEL: ¿Está usted diciendo que nuestras sociedades no son capaces de hacerlo?

Klein: Sí. Necesitamos un cambio espectacular, tanto en la política como en la ideología, porque hay una diferencia fundamental entre lo que los científicos nos dicen que tenemos que hacer y nuestra actual realidad política. No podemos cambiar la realidad física, así que tenemos que cambiar la realidad política.

SPIEGEL: ¿Puede una sociedad que se centra en el crecimiento combatir de verdad con éxito el cambio climático?

Klein: No. Un modelo económico basado en un crecimiento indiscriminado lleva inevitablemente a un mayor consumo y a mayores emisiones de CO2. Puede y debe haber crecimiento en el futuro en muchos sectores bajos en carbón de la economía: en tecnologías verdes, en transporte público, en todas las profesiones que proporcionan cuidados, en las artes y, por supuesto, en educación. Ahora mismo, el núcleo de nuestro producto interior bruto comprende solo el consumo, las importaciones y exportaciones. Ahí tiene que haber recortes. Cualquier otra cosa sería engañarse.

SPIEGEL: El Fondo Monetario Internacional afirma lo contrario. Dice que el crecimiento económico y la protección del clima no se excluyen mutuamente.

Klein: No analizan las mismas cifras que yo. El primer problema es que en todas estas conferencias sobre el clima todo el mundo actúa como si fuéramos a llegar a nuestra meta por medio de un compromiso propio y de obligaciones voluntariamente aceptadas. Nadie le dice a las empresas petrolíferas que van a tener que ceder. El segundo problema es que estas empresas van a luchar como fieras para proteger lo que no quieren perder.

SPIEGEL: ¿En serio quiere eliminar el libre mercado con el fin de salvar el clima?

Klein: No hablo de eliminar mercados, pero nos hace falta mucha más estrategia, dirección y planificación, y un equilibrio muy diferente. El sistema en el que vivimos está abiertamente obsesionado con el crecimiento, considera bueno todo crecimiento. Pero hay formas de crecimiento que está claro que no son buenas. Está para mí claro que mi posición entra en conflicto directo con el neoliberalismo. ¿Es verdad que en Alemania, aunque han acelerado ustedes el cambio a las renovables, el consumo de carbón está en realidad aumentando?

SPIEGEL: Eso era cierto entre 2009 y 2013.

Klein: Para mí eso es expresión de su renuencia a tomar decisiones sobre lo que hace falta llevar a cabo. Alemania tampoco va a cumplir su objetivo de emisiones en años venideros.

SPIEGEL: ¿Es la presidencia de Obama lo peor que podía haberle pasado al clima?

Klein: En cierto modo. No porque Obama sea peor que un republicano, que no lo es, sino porque estos ocho años fueron la mayor oportunidad desperdiciada de nuestras vidas. Se daban los factores justos para una convergencia realmente histórica: consciencia, apremio, ánimo, su mayoría política, el fracaso de los Tres Grandes fabricantes de automóviles norteamericanos y hasta la posibilidad de encarar a la vez el cambio climático y el fallido mundo financiero sin regular. Pero cuando accedió al cargo no tuvo el valor de acometerlo. No venceremos en esta batalla a menos que estemos dispuestos a hablar de por qué Obama consideró que el hecho de tener control sobre bancos y compañías de automóviles era más una carga que como una oportunidad. Estaba prisionero del sistema. No quiso cambiarlo.

SPIEGEL: Los EE.UU. y China llegaron finalmente a un acuerdo inicial sobre el clima en 2014.

Klein: Lo cual, por supuesto, es algo bueno. Pero todo lo que puede resultar penoso en el acuerdo no entrará en vigor hasta que Obama concluya su cargo. Con todo, lo que ha cambiado es que Obama dijo: “Nuestros ciudadanos se están manifestando, no podemos ignorarlo”. Los movimientos de masas son importantes, tienen repercusiones. Pero para empujar a nuestros líderes hasta donde tienen que llegar, los movimientos tienen que hacerse aún más fuertes.

SPIEGEL: ¿Cuál debería ser su meta?

Klein: En los últimos 20 años, la extrema derecha, la absoluta libertad de las empresas petrolíferas y la libertad del 1% de los superricos de la sociedad se han convertido en norma política. Tenemos que desplazar de nuevo el centro político norteamericano de la franja derechista a su lugar natural, el verdadero centro.

SPIEGEL: Señora Klein, eso no tiene sentido, porque es una ilusión. Piensa usted en abarcar demasiado. Si quiere usted eliminar el capitalismo antes de pergeñar un plan para salvar el clima, sabe usted que esto no va a suceder.

Klein: Mire, si quiere usted deprimirse, hay muchas razones para ello. Pero seguirá usted equivocándose, porque el hecho es que centrarse en cambios graduales supuestamente conseguibles, como el comercio de emisiones y el cambio de bombillas, ha fracasado miserablemente. En parte eso se debe a que en la mayoría de los países, el movimiento ambiental ha seguido elitista, tecnocrático y supuestamente neutral en lo político durante dos décadas y media. Ya vemos hoy cuáles son los resultados: nos ha llevado por el camino equivocado. Las emisiones están aumentando y aquí está el cambio climático. En segundo lugar, en los EE.UU. todas las transformaciones importantes legales y sociales de los últimos 150 años han sido resultado de movimientos sociales masivos, ya estuviesen a favor de las mujeres, contra la esclavitud o en pro de los derechos civiles. Necesitamos de nuevo esta fortaleza, y bien rápido, porque la causa del cambio climático es el sistema político y económico mismo. Su enfoque es demasiado tecnocrático y estrecho.

SPIEGEL: Si intenta usted solucionar un problema específico dándole la vuelta a todo el orden social, no lo va a resolver. Eso es una fantasía utópica.

Klein: Si el orden social es la raíz del problema, no. Visto desde otra perspectiva, nadamos literalmente en ejemplos de pequeñas soluciones: hay tecnologías verdes, leyes locales, tratados bilaterales e impuestos al CO2. ¿Por qué no tenemos todo eso a escala global?

SPIEGEL: ¿Está usted diciendo que todos esos pequeños pasos – tecnologías verdes e impuestos al CO2 y un comportamiento ecológico individual – no tienen sentido?

Klein: No. Todos deberíamos hacer lo que podamos, por supuesto. Pero no podemos engañarnos con que eso sea suficiente. Lo que digo es que esos pequeños pasos seguirán siendo demasiado pequeños si no se convierten en un movimiento de masas. Necesitamos una transformación económica y política, que se base en comunidades más fuertes, empleos sostenibles, mayor regulación y un alejamiento de esta obsesión del crecimiento. Esas son las buenas noticias. Tenemos de verdad la oportunidad de resolver muchos problemas de inmediato.

SPIEGEL: No parece contar con la razón colectiva de políticos y empresarios.

Klein: Porque el sistema no puede pensar. El sistema recompensa la ganancia a corto plazo, lo que quiere decir beneficios rápidos. Fíjese en Michael Bloomberg, por ejemplo…

SPIEGEL: …empresario y antiguo alcalde de la ciudad de Nueva York…

Klein: …que entiende la gravedad de la crisis del clima como político. Como empresario, prefiere invertir en un fondo que se especializa en activos de petróleo y gas. Si una persona como Bloomberg no puede resistirse a la tentación, se puede asumir en ese caso que no es tan grande la capacidad de autoconservación del sistema.

SPIEGEL: Un capítulo especialmente inquietante de su libro es el de Richard Branson, presidente del Grupo Virgin.

Klein: Sí, no me lo habría esperado.

SPIEGEL: Branson ha tratado de presentarse como un hombre que quiere salvar el clima. Todo empezó en un encuentro con Al Gore.

Klein: Y en 2006 se comprometió en un acto que acogía la Clinton Global Initiative a que invertiría 3.000 millones de dólares en investigación en tecnologías verdes. En aquella época yo pensaba que sería una aportación realmente fantástica. Lo que no se me ocurrió pensar es “qué cabrón tan cínico eres”.

SPIEGEL: Pero Branson no estaba más que simulando y solo invirtió una parte de ese dinero.

Klein: Puede que fuera sincero en ese momento, pero sí, se invirtió una parte.

SPIEGEL: Desde 2006, Branson ha añadido 160 nuevos aviones a sus numerosas líneas aéreas y ha incrementado sus emisiones en un 40%.

Klein: Sí.

SPIEGEL: ¿Qué se puede aprender de esta historia?

Klein: Que tenemos que poner en tela de juicio el simbolismo y los gestos que hacen las estrellas de Hollywood y los superricos. No podemos confundirlos con un plan científicamente serio para reducir emisiones.

SPIEGEL: En Norteamérica y Australia, se gasta mucho dinero intentando negar el cambio climático. ¿Por qué?

Klein: Es distinto de Europa. Se trata de una indignación semejante a la de quienes se oponen al aborto y el control de armas. No se trata sólo de que estén protegiendo un modo de vida que no quieren cambiar. Es que han entendido que el cambio climático pone en solfa el núcleo de su sistema de creencias contrario al gobierno y en pro del libre mercado. De modo que tienen que negarlo para proteger su propia identidad. Por eso por lo que existe esta diferencia de intensidad: los liberales quieren actuar un poquito en la protección del clima. Pero al mismo tiempo, estos liberales tienen una serie de cuestiones aparte que figuran de modo más destacada en su agenda. Pero tenemos que entender que los más duros de quienes niegan el cambio climático entre los conservadores harán todo lo que esté en su mano para impedir que se actúe.

SPIEGEL: ¿Con estudios pseudocientíficos y desinformación?

Klein: Con todo eso, por supuesto.

SPIEGEL: ¿Explica eso por qué relaciona todas esas cuestiones – cuestiones de medio ambiente, igualdad, salud pública y trabajo – que son populares entre la izquierda? ¿Por razones puramente estratégicas?

Klein: Esas cuestiones guardan relación y nos hace falta asimismo relacionarlas en el debate. Sólo hay un modo de vencer en una batalla contra un pequeño grupo de personas que se te enfrentan porque tienen mucho que perder: hay que iniciar un movimiento masivo que abarque a toda aquella gente que tiene mucho que ganar. A quienes lo niegan solo se les puede derrotar si te muestras igual de apasionado que ellos, pero también cuando eres superior en número. Porque la verdad es que son realmente muy pocos.

SPIEGEL: ¿Por qué no cree usted que la tecnología tenga potencial para salvarnos?

Klein: Se ha producido un progreso tremendo en el almacenamiento de energías renovables, por ejemplo, y en la eficiencia solar. Pero ¿en el cambio climático? Yo, en cualquier caso, no tengo bastante fe como para decir: “Como ya nos inventaremos algo en un momento dado, dejemos de lado todos los demás esfuerzos”. Eso sería una insensatez.

SPIEGEL: Gente como Bill Gates ve las cosas de modo diferente.

Klein: Y yo encuentro ingenuo su fetichismo tecnológico. En años recientes hemos sido testigos de ciertos fracasos verdaderamente resonantes en los que algunos de los tíos más listos metieron la pata hasta el fondo a una escala grandiosa, ya fuera con los derivados que desencadenaron la crisis o la catástrofe petrolífera de la costa de Nueva Orleans. En una gran mayoría, la gente, nosotros, destrozamos las cosas y no sabemos luego cómo arreglarlas. Y ahora mismo, lo que estamos destrozando es nuestro planeta.

SPIEGEL: Oyéndola, se podría tener la impresión de que la crisis del clima es una cuestión de género.

Klein: ¿Por qué dice usted eso?

SPIEGEL: Bill Gates dice que tenemos que avanzar e idear nuevas invenciones para poner bajo control el problema y, en última instancia, esta Tierra nuestra tan complicada. Por otro lado, dice usted: parad, no, tenemos que adaptarnos a este planeta y volvernos más livianos. Las compañías petrolíferas norteamericanas están dirigidas por hombres. Y a usted, una mujer crítica, la describen como una histérica. No resulta absurdo pensarlo, ¿verdad?

Klein: No. La industrialización en su conjunto estaba emparentada con el poder, con ver si sería el hombre o la naturaleza la que dominara la Tierra. A algunos hombres les resulta difícil reconocer que no lo tenemos todo bajo control; que hemos acumulado todo este CO2 a lo largo de los siglos y que la Tierra hoy nos dice: mira, no eres más que un invitado en mi casa.

SPIEGEL: ¿Invitado de la Madre Tierra?

Klein: Eso suena demasiado cursi. Pero, con todo, tiene usted razón. La industria petrolífera es un mundo dominado por los hombres, muy semejante en eso a las altas finanzas. Es algo muy de machos. La idea norteamericana y australiana de “descubrir” un país infinito y de que se puedan extraer inacabables recursos entraña un relato de dominación, que representa tradicionalmente a la naturaleza como una mujer débil y torpe. Y la idea de estar en relación de interdependencia con el resto del mundo natural se considera una debilidad. Por eso es por lo que les resulta doblemente difícil a los machos alfa reconocer que se han equivocado.

SPIEGEL: Hay en su libro una cuestión de la que parece querer desviarse. Aunque denigra usted a las empresas, no dice usted nunca que sus lectores, que son clientes de estas empresas, son asimismo culpables. Tampoco dice usted nada del precio que tendrá que pagar cada uno de sus lectores por la protección del clima.

Klein: Oh, yo creo que la mayoría de la gente estaría encantada de pagar por ello. Saben que la protección del clima exige un comportamiento razonable: conducir menos, volar menos y consumir menos. Estarían encantados de utilizar energías renovables si se les ofreciera.

SPIEGEL: Pero la idea no es lo bastante grande, ¿verdad?

Klein: (ríe) Exacto. El movimiento verde pasó décadas instruyendo a la gente para que utilizara su basura como abono, para que reciclara y montase en bicicleta. Pero fíjese en lo que ha sucedido con el clima durante estas décadas.

SPIEGEL: ¿Es su manera de vivir beneficiosa para el clima?

Klein: No lo bastante. Voy en bicicleta, utilizo el transporte público, trato de dar charlas por Skype, comparto un coche híbrido y he recortado mis vuelos hasta una décima parte de lo que eran antes de empezar este proyecto. Mi pecado está en tomar taxis y, desde que salió el libro, en volar demasiado. Pero no creo tampoco que tenga que ser la gente perfectamente verde y que vive sin emitir CO2 la única que deba hablar sobre esta cuestión. Si así fuera, entonces nadie podría decir una palabra en absoluto.

SPIEGEL: Señora Klein, gracias por esta entrevista.

Naomi Klein es autora, entre otros libros, de La doctrina del shock y No Logo.
Traducción para http://www.sinpermiso.info: Lucas Antón

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