lunes, 3 de junio de 2019

Carlos Puebla 1969 - Cronología Musical De La Revolución Cubana

PARA LA CRITICA DE UNIDAS PODEMOS. PUBLICADO EN LA REVISTA EL POLLO URBANO DE ZARAGOZA (ESPAÑA)

 

Notas para la crítica y debate de Unida Podemos 


Por Manuel Sogas
Coresponsal del Pollo Urbano en República Dominicana

    El fantasma que hoy recorre todo el mundo capitalista es el del simplismo mental y la unilateralidad, cuyos elementos constituyen, según Ortega y Gasset, la esencia del fascismo.
   Así, pues, el fascismo no consiste en una simple palabra o un exabrupto. Tampoco un individuo envuelto e una bandera, que hasta es posible que ni siquiera haya jurado defenderla, lanzando disparates como un energúmeno contra el comunismo, que no sabe ni lo que significa, y contra los separatismos nacionales.

    De esta simpleza mental y unilateralidad, de la no quedan exentos algunos que se autoproclaman pertenecientes a la izquierda por tan solo apelar a ella, se podrían extraer elementos que contribuirían a explicar la indigencia mental y chabacanería social que imperan en muchos órdenes de la vida incluida la política.

   En base a ello las políticas favorables a los intereses del capital avanzan y se consolidan, mientras que las políticas de izquierdas, favorables a los intereses de los trabajadores y contrarios a los intereses del capital, pierden terreno a marchas forzadas, incluidos gran número de trabajadores a los que les suena  música celestial.

   ¿Qué otros elementos de fondo, además de la alienación personal y social que produce el modo de producción capitalista, podrían explicar mejor el avance de los partidos de derechas en toda Europa que han evidenciado las últimas elecciones europeas? ¿Cómo explicar que millones de trabajadores que han perdido derechos y ven como paulatinamente van empeorando sus condiciones de vida, voten masivamente a partidos de derechas en todas sus variantes que defienden abiertamente (si bien escondidos en palabrería bien sonante) el modo de producción capitalista  que es el causante del empeoramientos de sus vidas, y que paradójicamente, en el colmo del cinismo, proponen para mejorar las condiciones de vida las mismas políticas causantes del empeoramiento?

   Estos dos datos delimitan suficientemente el marco socio-económico general amplio  en el que  se han producido las elecciones del 28-M con los resultados conocidos y claramente desfavorables para los partidos de izquierdas, y más en concreto en lo que respecta a Unidas Podemos. Estos datos deberían (que no acaban e aparecer súbitamente con las elecciones referidas, sino que se han venido gestando durante las últimas décadas) constituir por sí solos razones suficientes como para replantear teóricamente el papel práctico que debe ejercer el Partido, tanto interiormente, orgánicamente, como exteriormente, dado que siendo justos los planteamientos hechos a la sociedad, no han resultado votados mayoritariamente por la misma, lo que por lo menos indica que no han sido entendidos, y si no han sido entendidos por la sociedad quiere decir que no se ha tenido ni siquiera la capacidad política de explicar lo que se pretendía hacer porque resultaría inverosímil que la sociedad no quiera votar aquello que le interesa prefiriendo lo que no le interesa.

   Afirma Alberto Garzón que “Los resultados son malos para nuestro espacio político”, lo que es más que evidente, pero sin embargo convendría matizar esta afirmación, porque,  efectivamente, han sido malos, excepto en las municipales de Cádiz y Zamora, por lo que habría que plantearse y preguntar a los compañeros de estas dos ciudades qué han hecho o, que no han hecho, para poder representar la excepción positiva en el resultado electoral general de Unidas Podemos en el resto del Estado español. Y, muy especialmente, a los compañeros de Cádiz, dado que en Andalucía fue donde en las pasadas elecciones autonómicas tomó cuerpo formal institucional el neofascismo de VOX.

    Afirma Alberto Garzón que esta situación no “es la consecuencia de las habilidades y prácticas de seres individuales dotados de gran o escasa inteligencia.” Siendo cierto que las consecuencias del mal resultado electoral no puede ser atribuido exclusivamente al comportamiento personal de nadie en particular, no deja de ser menos cierto que determinados comportamientos de los responsables políticos, aun cuando sean de tipo personal y absolutamente al margen de los presupuestos políticos del partido, sí se pueden transformar en elementos políticos que puestos en manos de la reacción política sirven para levantar campañas de desprestigio social y político contra el partido. Varios dirigentes del partido han protagonizados casos personales como los que acaban de ser mencionados, que sin que se puedan calificar expresamente como los causantes del mal resultado electoral, si cabe decir que, cuando menos no lo han favorecido.

    Excluido pues los comportamientos personales como razones explicativas delº retroceso electoral sufrido, las causas, como afirma Alberto Garzón hay que buscarlas, “sin restar importancia a lo anterior, por factores de fondo más vinculados a trayectorias de medio plazo”. Factores de fondo que urge descubrir para determinar sus causas y el proceso que los han desarrollado a fin de poderlos erradicar.

   “Necesitamos un debate sereno para preguntarnos el «porqué» de estas dinámicas aquí descritas.” Afirmación de Alberto Garzón que a todas luces resulta incuestionable, que sigue diciendo: En mi opinión, es posible que en este momento no se den las condiciones económicas que «permitan» la existencia de una izquierda transformadora tan potente como la que hemos visto en los últimos años, lo que obliga a reconfigurar el espacio político a partir de una nueva y mejor articulación entre los diversos actores que conformamos el mismo.”

   A esta última afirmación de Alberto Garzón es preciso señalar una observación  de no poca monta, al considerar “las condiciones económicas”  el único elemento explicativo de la situación de “este momento”, lo que constituye un error de bulto en el diagnóstico como veremos a continuación, y siendo ello así, no es difícil intuir y prever que cualquier política establecida en base a un diagnóstico no puede constituir más que otro error.

    La economía, lo económico, constituye el eje central de la teoría marxista, y es el elemento esencial explicativo, en última instancia, de cualquier sociedad o momento histórico. Pero la economía, lo económico, por s solo no existe, porque siempre se da en unas condiciones políticas e ideológicas. De modo que lo económicos; lo político y lo ideológico, son los tres elementos que formando una unidad inseparable configuran cualquier sociedad o momento histórico de que se trate. Esto aspectos no los menciona Alberto Garzón, de ahí el error.

    Que lo económico sea lo esencial no significa que pueda anular en ningún caso ni a lo político ni a lo ideológico por la ya dicho: los tres elementos configuran una unidad inseparable. Lo que de hecho ocurre es que en cada momento concreto del que se trate, uno de ellos se puede presentar como prevalente sobre los otros dos, pero sin que pueda anularlos. Ello se ve tan pronto como se le preste atención a la realidad social o política.

    Así, no es difícil observar como miles, cientos de miles o millones de votos pasan de unas formaciones políticas a otras con absoluta normalidad, sin que en ninguna de ellas se hubiera producido un eventual y previo cambio en sus planteamientos políticos que pudiera justificar ni el aluvión de votos recibidos ni el aluvión de votos que se les escapa en momentos determinados.

    Por tanto, esta variabilidad en el sentido del voto no se explica por posturas racionales basadas en la conciencia política del individuo que vota que le induce al cambio del sentido del voto, sino por motivaciones subjetivas, es decir, por motivaciones ideológicas, entendiendo por ideología, la forma particular en la que cada cual se representa la realidad, en función de su propia experiencia personal, gustos, deseos, intereses, miedos, esperanzas…

    Este subjetivismo o postura ideológica no solo se observa en el momento del voto, sino también en el comportamiento habitual generalizado entre los militantes o afiliados de los respectivos partidos, los cuales atribuyen al dirigente propio todas las virtudes morales habidas y por haber, aunque no haya demostrado ninguna, mientras al dirigente del partido contrario le guardan todos los defectos y vicios, aunque no tenga ninguno de los que le atribuyen. Y por lo que respecta a la relación política entre los afiliados o simpatizantes de partidos políticamente opuestos, por lo general, se sustenta mediante el insulto y la descalificación entre ellos.

   Por tanto, estamos en un momento presidido por lo ideológico que parece sobrepuesto sobre lo económico y lo político, sin que estos dos últimos elementos queden anulados, como ya se ha indicado.

   En consecuencia, la afirmación de Alberto Garzón de que “… no se den las condiciones económicas que «permitan» la existencia de una izquierda transformadora …”  debería ser reformulada para ser dada por cierta en los siguientes términos: NO SE DAN LAS CONDICIONES IDEOLÓGICAS QUE PERMITAN LA EXISTENCIA DE UNA IZQUIERDA TRANSFORMADORA, es decir, la percepción social mayoritaria (incluso dentro de algunos partidos acusados de extrema izquierda por parte de la derecha) no es precisamente la de la necesidad de realizar ninguna transformación social, a pesar de que las condiciones económicas (que niega o no reconoce Alberto Garzón) para dicha transformación social, como necesidad histórica y no por ocurrencia de nadie están dadas desde la crisis de 2008, si bien encubiertas bajo los aspectos ideológicos y políticos, o sea, para la necesaria transformación social están dadas las condiciones objetivas, las económicas, a pesar y en contra de lo que afirma Alberto Garzón,  pero no las subjetivas, que son las que precisamente hay que crear con el trabajo político.

   La crisis de 2008 produce determinados efectos que se traducen en el empeoramiento de las condiciones de vida de cada vez mayores sectores sociales. De esta crisis se culpa a determinados fallos del sistema y actuaciones inmorales de algunos de sus dirigentes y administradores, pasando por alto su verdadera causa: la dinámica interna del funcionamiento del modo de producción capitalista, encubierto con diferentes eufemismos, uno de ellos el liberalismo o neoliberalismo.

   La crisis de 2008 como todas las crisis habidas en el capitalismo anteriormente se percibe por los efectos que produce, es decir, por los sentidos, y como todas las crisis capitalistas no se resuelve más que creando las condiciones de la siguiente crisis, que al manifestarse abiertamente será más intensa y extensa que la anterior.

     Las políticas que se plantean en la izquierda es la lucha contra los efectos producidos por la crisis, cosa que es perfectamente entendible y deseable: no se puede dejar a nadie sin comida o sin vivienda hasta que las izquierdas lleguen al poder y establezcan un sistema social justo, pero no se cuestiona el modo de producción capitalista (esencia de todos los reformismos, centrismos, transversalidades y otras paparruchas, que lo único que hacen es esconder implícitamente, en el mejor de los casos, su carácter político de derechas) que es el que la origina, ni siquiera se cuestiona teóricamente. Es decir, no se plantea la sustitución del modo de producción capitalista por el nuevo modo de producción socialista que es el que históricamente le corresponde, y por consiguiente no existen planteamientos políticos en este sentido.

    Así, pues, y ateniéndonos a los hechos hemos de manifestar  nuestra postura contraria a la de Albero Garzón, afirmando  que las condiciones objetivas (las económicas) para la existencia de una izquierda transformadora están dadas, y ello por la siguiente razón:

    La crisis de 2008 señala el máximo grado de desarrollo al que el capitalismo puede llegar como elemento de progreso social: el capitalismo financiero, penúltima etapa histórica, entrando a partir de esa fecha en su última etapa histórica: el fascismo financiero, antes de su extinción como modo de producción histórico dominante.

    Esta última aseveración que hoy constituye algo cuantitativo (de cantidad) y que se demuestra perfectamente mediante el desarrollo de la expresión: D – M … P … M´- D´ descubierta y expuesta por Marx desde hace más de un siglo, hay que convertirla en algo cualitativo (de cualidad) para que sea entendido por las amplias mayorías sociales a fin de que se tome conciencia social y política (la conciencia es simplemente el conocimiento objetivo y claro de la cuestión de que se trate) de lo que nos traemos entre manos, de que al política no es simplemente una palabra, sino una palabra, cuyo contenido expresa la relación de fuerzas en la lucha entre el grupo social que vive de su trabajo, que lo constituye la inmensa mayoría de la sociedad, y el grupo minoritario que vive y se enriquece a costa de los que trabajan.

    En esta cuestión debe centrarse la reflexión y el debate sereno que alude Alberto Garzón, que no por sereno deja de ser radial ni profundo, y es del resultado de esa reflexión y debate de donde tiene que surgir el punto de referencia que indique si las actuaciones políticas concretas realizadas son correctas o no, por lo que dicho debate no se puede circunscribir de ninguna manera al limitadísimo grupo de los cuadros dirigentes de Unidas Podemos, sino que se tiene que extender y ampliar (en el peor de los casos a todos los miembros del Partido) a la mayoría de capas sociales posibles. El instrumento material para esta realización ya existe: es el CIRCULO, que es el que tiene que determinar las políticas del Partido, y los dirigentes lo que tiene que hacer es proporcionar medios de conocimiento a todos los miembros del mismo y ceñirse a lo que estos determinen.

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EL DIOS NUESTRO DE LA REFORMA: ME REFORMAN, TE REFORMAN, LO REFORMAN. ENTENDIDO. ¡OÍDO COCINA, TRES DE REFORMA QUE ESTEN BIEN HECHAS! ¿PERO QUÉ ES UNA REFORMA? OIGA, NI LO SE NI ME IMPORTA. ¿PERO SI, TRABAJO, TRABAJAS Y TRABAJA: ÉL, ELLOS, SIN, SON, SOBRE, TRÁS, CON Y SUS QUERIDAS Y QUERIDAS SE ENRIQUECEN . CUÁLO QUÉ CLASE DE ROBO DE LUGAR ESPACIO Y TIEMPO ES ESE? Y YO QUE SE ME SE, Y QUE ME DEJE A MI DE ESAS TONTADAS QUE YO NO SOY POLÍTICO



Vacío estratégico: el Gobierno como objetivo

Rebelión
El Viejo Topo
03.06.2019


¿Puede la izquierda gobernar con un programa de izquierda? Las limitaciones impuestas por las férreas estructuras de poder –a nivel nacional y supranacional– son tan enormes que pueden abocarnos a un reformismo sin reformas sustanciales.

I
Propósito. Hace unos días que se realizaron las elecciones generales y, cuando se publique este artículo, se habrán celebrado autonómicas, municipales y europeas. Esto tiene sus ventajas e inconvenientes, soy consciente de ello. Lo importante, abrir un debate en Unidas Podemos y, más allá, en la izquierda española desde la conciencia de que estamos en un fin de ciclo y que iniciamos una nueva “estabilización” del Régimen del 78; entrecomillar estabilización tiene mucho de advertencia: la etapa histórica es, a nivel global, de excepción, de mutación, de cambios profundos que, de una u otra forma, afectarán a nuestro país.

Para debatir sobre Podemos tenemos una dificultad: es un partido-movimiento ágrafo: no tiene programa, no emite resoluciones políticas y sus órganos de dirección suelen refrendar lo que se discute y se decide en otras partes. Es el secretario general quien define y deslinda las grandes decisiones y lo hace en ruedas de prensa, en libros y, sobre todo, en informes orales de los que no quedan resúmenes escritos ni conclusiones. Saber lo que piensa Podemos no es nada fácil.

II 
 
La extraña soledad del reformista. No hace demasiado tiempo Pablo Iglesias, en un programa de Fort Apache, hizo una reflexión que conviene tener en cuenta: ¿por qué, con nuestro programa tan moderado, nos atacan tanto? La sinceridad iba unida a la veracidad. Los ataques contra Podemos han sido especialmente duros, sistemáticos y planificados. Algunos le hemos llamado trama, una alianza entre poderes económicos, clase política y las llamadas cloacas del Estado. Sin este “poder de poderes” no es inteligible lo que pasa en la política española.

Volvamos a la pregunta de Iglesias. Lo que se viene a decir es que el reformismo, fuerte o débil, ya no es posible tampoco en nuestras sociedades europeas. Esto es lo nuevo. Podríamos caracterizar la fase –lo he hecho alguna vez– del siguiente modo: reformismo imposible, revolución improbable. Estos son los dilemas reales de la izquierda europea; mejor dicho, de la izquierda en cada uno de los países pertenecientes a la Unión Europea. El debate es viejo, ¿cómo se es revolucionario en condiciones histórico-sociales no revolucionarias? Para decirlo de otro modo, ¿cómo luchar por el socialismo en sociedades capitalistas avanzadas, enormemente estables y que han tenido, hasta ahora, la capacidad de usar el conflicto social como instrumento de desarrollo y estabilización?

No quisiera entrar en viejas polémicas. Solo constatar que en Europa apenas ha habido dos o tres coyunturas revolucionarias a lo largo de más de un siglo; lo que realmente ha existido son durísimos conflictos de clase en torno a reformas, a conquistas sociales para las clases trabajadoras que han cambiado profundamente nuestro entorno social. En su centro, una clase obrera organizada y partidos de masas que han actuado como agencias que han socializado la política, desarrollado la democracia y generado eso que se ha llamado el Estado social.

Pero esto es ya el pasado. Lo nuevo es que el sistema no admite reformas sustanciales, reformas estructurales o reformas no reformistas como nos planteó hace muchos años André Gorz. El pensamiento único neoliberal se ha convertido en política económica única que todos los Estados, de una u otra manera, están obligados a realizar. Se ha hablado mucho de candados en la Transición española. El candado más potente ahora lo forman los Tratados europeos que, como es sabido, constitucionalizan las políticas neoliberales y que consagra el artículo 135 de la Constitución española. Sé que hablar de esto es políticamente incorrecto y que de la UE no se habla, ni siquiera en las elecciones europeas. Algún día alguien dirá que el “rey está desnudo” y aparecerá el sistema euro como una jaula de hierro, como una trampa que impide realizar políticas sociales avanzadas y, sobre todo, afrontar nuestro problema más acuciante, construir un nuevo modelo de desarrollo social y ecológicamente sostenible comprometido con la democracia participativa y defensor de la soberanía popular.

El tema se puede mirar desde otro punto de vista: ¿qué poder real tienen hoy los gobiernos de los países de la UE? Menos que antes, mucho menos. El politicismo todo lo confunde y esto mucho más. De aquí no cabe deducir que gobernar no tenga ninguna importancia. Los gobiernos, bueno es recordarlo, no tienen soberanía monetaria ni, en muchos sentidos, fiscal; están estructuralmente limitados por poderes ajenos que los convierten en periferias económicamente dependientes y políticamente subalternas de un centro organizado en torno a Alemania. Lo que intento decir es que gobernar, aquí y ahora, exige plantearse en serio cambiar las relaciones de España con la UE; es decir, prepararse para un conflicto especialmente duro, claro está, siempre que se esté dispuesto a realizar reformas de verdad y no meras correcciones del modelo.

Si algo ha quedado claro, antes y después de las elecciones, es que el gobierno de Sánchez considera los “criterios” de la Comisión Europea punto de partida imprescindible para la gobernabilidad del país. No nos engañemos ni tampoco engañemos; el contenido del consenso de los poderes económicos son las reglas que vienen de Bruselas. La soberanía limitada de España es la condición de su fuerza y su capacidad para influir en los gobernantes. ¿Alguien cree, a estas alturas, que se puede nacionalizar el sector eléctrico sin enfrentarse a la Comisión? ¿Alguien cree realmente que se puede intervenir el sector financiero y crear una banca pública con la aprobación de Bruselas? Se ha dicho que un gobierno de izquierdas tiene que escoger entre traicionar o perecer. Lo que queda claro es que debe elegir entre resolver los problemas vitales y reales del país y sus gentes y unos criterios impuestos por los poderes económicos europeos.

Esto va más allá de la economía y afecta a la democracia y a la soberanía popular. Gobierne quien gobierne, se acaban haciendo las mismas políticas o parecidas. Se degradan los derechos laborales y sindicales, el Estado social entra en una crisis permanente y renace la pobreza en contextos de desigualdad extrema. El día a día puede dejarnos sin estrategia, pero, si esto no cambia, es decir, si las políticas neoliberales no son, de una u otra manera, superadas, los problemas actuales se agravarán, los populismos de derechas seguirán creciendo y los nacionalismos se irán imponiendo en nuestras sociedades. Nuestras democracias solo son viables si se identifican con la justicia social, si fortalecen el poder contractual y de negociación de las clases trabajadoras, si son capaces de controlar a los poderes económicos y ofrecer a las mayorías sociales seguridad, protección y un orden democrático.

Insisto, gobernar importa, pero hay que subrayar sus límites, prevenir sus conflictos y, sobre todo, saber que la UE impone restricciones extremadamente exigentes a todos los gobiernos que intentan ir más allá del modelo neoliberal vigente. Este es el verdadero núcleo duro de un proceso de integración que, justo es decirlo, está en crisis en todas partes.

III 
 
¿Crisis de régimen? ¿restauración vencedora? Vivimos al día, de acontecimiento en acontecimiento. La línea es siempre la misma: de la dirección política a los medios y de éstos, a las instituciones: se cambia de posición política sin decirlo ni someterlo a debate; es un “decisionismo” permanente. Hablar de estrategia es no decir ya casi nada. Ahora que se cierra un ciclo electoral, convendría plantearse en serio lo que, hasta hace no mucho tiempo, era un debate de fondo: ¿está en crisis el Régimen del 78? Uno puede recitar la Constitución como elemento de propaganda política para señalar la contradicción más evidente entre norma y realidad. Lo que no se puede es eludir el dato de que nuestra Constitución tiene un carácter cada vez más nominal, menos normativo y que elementos sustanciales de la misma (destacadamente la llamada cuestión territorial) están en crisis.

Lo que está ocurriendo es que la correlación de fuerzas está cambiando en favor de los partidos que defienden la continuidad de este régimen. Se podría decir de otra forma: se está agotando el impulso transformador del 15M y, con ello, las posibilidades de un proceso constituyente en sentido estricto y de una revisión a fondo de la vigente constitución. El proceso electoral ha dado muchas señales del cambio de esta atmósfera social: desmovilización colectiva y “movilización” individual, privada; miedo e inseguridad vividos en familia y, lo fundamental, la desaparición de la actuación colectiva, solo visible en los actos de Vox.

En el debate electoral, la cuestión catalana perdió su centralidad, al menos, fuera de Cataluña. La derecha intentó seguir tirando de ella, pero no tuvo capacidad de convertirlo en un debate real. En el pasado, en la izquierda, se distinguió entre “crisis de Régimen” y “crisis de Estado”; hoy parecería que la crisis de Régimen devino crisis de Estado. Los que pensaron que el Estado español no existía, que iba a permanecer impasible ante su posible desmembración, se han dado cuenta que ha salido fortalecido del envite y, lo que es más grave, ha emergido un nacionalismo español con vocación de masas. En plena campaña, Pablo Iglesias –citando a Héctor Illueca– habló de que estas elecciones tendrían un contenido “materialmente constituyente”, es decir, que de una u otra forma, los problemas de fondo jurídico políticos que requieren de reformas sustanciales, seguirán estando presentes y que deberán resolverse, destacadamente la cuestión territorial.

IV 
 
Pablo y la ballena. Comentar unos resultados electorales invita a la melancolía. Todo el mundo gana, o casi, y pocos reconocen las derrotas. El campo político tiene sus reglas y tiende, sobre todo en etapas de normalidad, a ser auto referencial. Políticos, periodistas y encuestadores acaban definiendo posiciones, vencedores y vencidos, que terminan por construir expectativas que el resultado final confirman o niegan. Con el tercer peor resultado de su historia, el PSOE aparece como claro vencedor; el PP sufre una durísima derrota; Ciudadanos se dispone a hegemonizar el bloque de las derechas y emerge con fuerza Vox. Unidas Podemos “salva lo muebles” con un duro retroceso en escaños y en votos. La campaña electoral ha estado marcada por el miedo, por los miedos transversalizados y la carencia de propuestas políticas claras y solventes que solo Unidas Podemos ha intentado remediar. Pedro Sánchez e Iván Redondo –se veía venir desde hace tiempo– convirtieron su gobierno en una plataforma político-mediática: gobernar para ganar unas elecciones. Así desde el primer día. Cada iniciativa, cada pacto, cada ocurrencia, se convertía en instrumento para conseguir réditos electorales. Convendría recordar que el gobierno del PSOE nunca intentó dar cohesión y coherencia a lo que se llamó la mayoría de la moción de censura y que los pactos con Unidos Podemos fueron muy difíciles y bajo el ritmo que al gobierno le interesaba. Pablo Iglesias ha llamado a estos acuerdos tomaduras de pelo.

No hace falta ser un genio para comprender que la estrategia de Pedro Sánchez no ha variado en lo sustancial: volver a convertir al PSOE en la fuerza central de la gobernabilidad del país y que para ello era decisivo recuperar una clara mayoría en la izquierda; es decir, reducir lo más posible a Unidas Podemos. El PSOE, desde su refundación en Suresnes, siempre ha tenido claro que compartir la izquierda, reconocer su pluralidad interna y buscar acuerdos de gobierno era radicalmente contrario a su estrategia política. Pedro Sánchez ha sido fiel a esta doctrina desde el principio. La campaña electoral ha sido un fiel reflejo de esto. Polarizarse con las derechas, sobredimensionar el factor Vox y reclamar el voto útil para parar la involución que nos amenazaba. Solo le salió mal la jugada de los debates. Tezanos acertó, de nuevo, poniendo en pie una vieja tesis suya: la derecha no gana, pierde la izquierda; por eso, la clave era tensionar, usar el miedo a fondo y movilizar a la izquierda. Se intentó ir más lejos, ocupar el espacio de Ciudadanos centrándose aún más y convirtiéndose en la única fuerza de gobernar desde un “talante” moderado, sensato y racional.

La campaña de Unidos Podemos fue una audaz y típica estrategia populista: a) aprovechó a fondo las revelaciones del caso Villarejo para criticar a los poderes económicos y a los grandes medios de comunicación; b) denunció la injerencia permanente del capital financiero y de las grandes empresas en la vida política, en los partidos y en la formación de los gobiernos; c) criticó moderadamente al PSOE por su tradicional incapacidad para enfrentarse a los que mandan y no se presentan a las elecciones; d) y, genialidad, convertir su apuesta de gobernar con Pedro Sánchez en una reivindicación social, en una conquista democrática contra los poderes fácticos.

Esta estrategia electoral ha continuado después de las elecciones y ha ayudado mucho a aliviar los malos resultados. Aquí entra en juego una compleja relación entre percepción y realidad. Dado que las encuestas vaticinaban un resultado mucho peor que el obtenido, la percepción de los mismos no es tan negativa. Esto es verdad, una media verdad que puede dar rendimientos, pero que no puede ocultar la pérdida de peso social de una fuerza política que nació con voluntad de mayoría y de gobierno y que entra en lo que, en otro lugar, he llamado “problemática IU”. Se tiende a olvidar que las percepciones no son arbitrarias y que tienen fundamentos sociales. Cuando se dice que la percepción de los resultados de Unidas Podemos son mejores que los resultados mismos, no se tiene en cuenta que ésta estaba también marcada por un 21% de votos obtenidos y por 71 diputados en los anteriores comicios. Los próximos estarán marcados por los resultados de 2019.

La autocrítica de Unidas Podemos ha sido débil, centrada fundamentalmente en las crisis internas y sucesivas de Podemos. Hay un silencio clamoroso que todos vivimos y de lo que no se habla. Me refiero a la crisis político-organizativa de Podemos. La cuestión viene de lejos, se puso de manifiesto en las elecciones de Junio de 2016, en las pasadas andaluzas y estalla en las de 2019. Podemos ha perdido militancia, activismo, compromiso. Los círculos han ido languideciendo y la vinculación social cada vez está más diluida. La articulación organizativa básica lo es a través de los cargos públicos e institucionales y el trabajo real ha ido pasando a profesionales asalariados. Las “nuevas formas de hacer política” se han reducido a la aprobación on line de programas y listas electorales, la pluralidad interna ha ido desapareciendo y, paradójicamente, se hace más conflictual. Podemos se ha ido “cartelizando” y convirtiéndose en la forma usual, hoy dominante, de hacer y practicar la política.

La “problemática” IU, que ninguna percepción social puede borrar, es que, si queremos tener más fuerza en el futuro, mayor capacidad para tener alianzas y gobernar, necesitamos más organización, mayores vínculos sociales y generar un tipo de ejercicio de la política que vaya más allá de los cuadros profesionales. La política es algo más que aparecer en los medios de comunicación, tener poder institucional y gestionar parcelas gubernamentales.

 
Conclusión: gobernar como objetivo; gobernar como problema. El “se hace pero no se dice” nunca ha sido una buena directriz política y suele ocultar derrotas profundas. El paso siguiente es convertir la ruptura en reformas y, lo que es nuestra costumbre nacional, restauraciones permanentes. Cambiar todo para que sigan mandando los grandes poderes; en el horizonte, pasar del “bibloquismo” al bipartidismo en cómodos plazos.

Podemos, Unidas Podemos, han construido un programa que en su centro tenía la voluntad de constituir una mayoría social capaz de gobernar y dirigir el país. Durante años esto se fue convirtiendo en una identidad. Lo que hoy se está defendiendo es otra cosa, gobernar con el PSOE como socio minoritario. Podemos retorcer las palabras hasta ahogarlas; lo que no podemos es engañarnos a nosotros mismos. Convertir a Unidas Podemos en una fuerza política que tenga como objetivo gobernar con Pedro Sánchez supone un cambio de política. Podremos decir que no hay alternativa, que no tenemos elección y hasta que no hay más cera que la que arde, pero la realidad es tozuda y se venga de quienes la desconocen.

Antes he hablado de la genialidad de Pablo Iglesias al convertir la propuesta de gobernar con el PSOE en una reivindicación social anti oligárquica. Así mismo, he señalado que el poder de los gobiernos es hoy menor que antes y que las políticas neoliberales están sólidamente constitucionalizadas en la UE y, derivadamente, en España. Hay un dato del que poco o nada se habla: el programa.

La experiencia de estos últimos meses de aliados preferentes del gobierno de PSOE nos dice que hay diferencias y que estas son muy importantes. Gobernar es siempre producto de una determinada correlación de fuerzas sociales y electorales, de una subjetividad organizada.

Por otro lado, el Partido Socialista sigue con su guion conocido de gobernar en solitario y con geometría variable de alianzas. Las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas serán, a este respecto, especialmente significativas.

La pregunta sigue siendo pertinente: ¿Por qué el PSOE va a querer gobernar ahora con Unidas Podemos cuando casi los triplica en número de diputados? ¿Por qué no antes, cuando eran fuerzas similares?

 
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LA IZQUIERDA EUROPEA Y LA REVOLUCIÓN LATINOAMERICANA


Diálogos con la izquierda europea
¿Hay una revolución en Venezuela?

03.06.2019
Un par de recientes viajes a España e Italia me ofrecieron la posibilidad de conversar con muchos intelectuales, académicos y políticos del menguante arco progresista que aún existe en esos países. Luego de repasar la inquietante situación europea y el avance de la derecha radical mis interlocutores me pedían que les hablase de la actualidad latinoamericana pues, me aseguraban, les costaba comprender lo que allí estaba ocurriendo. Recogiendo el guante yo comenzaba por reseñar la brutal ofensiva restauradora del gobierno de Donald Trump contra Venezuela y Cuba; proseguía pasando revista a la desgraciada involución política sufrida por Argentina y Brasil a manos de Macri y Bolsonaro y los alentadores vientos de cambio que provenían de México; la centralidad de las próximas elecciones presidenciales que tendrían lugar en Octubre en Argentina, Bolivia y Uruguay y finalizaba esta primera ojeada panorámica de la política regional denunciando la perpetuación del terrorismo de estado en Colombia, con cifras espeluznantes de asesinatos de líderes políticos y sociales que causaban sorpresa entre mis contertulios por ser casi por completo desconocidas en Europa, lo cual dice mucho acerca de los medios de comunicación ya definitivamente convertidos en órganos de propaganda de la derecha y el imperialismo. Al detenerme para brindar información más pormenorizada sobre los criminales alcances de la agresión perpetrada en contra de la República Bolivariana de Venezuela siempre surgía, como si fuera un cañonazo, la siguiente pregunta: pero, dinos: ¿se puede realmente hablar de una revolución en Venezuela? 

Mi respuesta siempre fue afirmativa, aunque tenía que ser matizada porque las revoluciones –y no sólo en Venezuela- siempre son procesos, nunca actos que se consuman de una vez y para siempre. Impresionado por una visita que hiciera a la Capilla Sixtina para contemplar, una vez más, la genial obra de Miguel Angel se me ocurrió pensar que para muchos de mis interlocutores –y no sólo europeos- la revolución es algo así como el pintor florentino representaba la creación del hombre o de los astros: Dios, con un gesto, una mirada ceñuda, un dedo que apunta hacia un lugar y ¡he ahí el hombre, allí está Júpiter, allá la revolución! Esta suerte de “creacionismo revolucionario” sostenido con religioso ardor incluso por contumaces ateos. –¡que en lugar de Dios instalan en su lugar a la Historia, con hache mayúscula, bien hegeliana ella!- contrasta con el análisis marxista de las revoluciones que desde Marx, Engels y Lenin en adelante siempre fueron interpretadas como procesos y jamás como rayos que caen en un día sereno para dar vuelta, irreversiblemente, una página de la historia. Siguiendo con la analogía inspirada en la Capilla Sixtina uno podría decir que contra el “creacionismo revolucionario”, expresión de un idealismo residual profundamente anti-materialista, se impone el “darwinismo revolucionario”, es decir, la revolución concebida como un proceso continuo y evolutivo de cambios y reformas económicas, sociales, culturales y políticas que culminan con la creación de un nuevo tipo histórico de sociedad. En otras palabras: la revolución es una larga construcción a lo largo del tiempo, en donde la lucha de clases se exaspera hasta lo inimaginable. Un proceso que desafía al determinismo triunfalista de los "creacionistas" y que siempre se enfrenta a un final abierto, porque toda revolución lleva en su seno las semillas de la contrarrevolución, que sólo puede ser neutralizada por la conciencia y la organización de las fuerzas revolucionarias. Esta sería la concepción no teológica sino secular y darwinista -es decir, marxista de la revolución. Y no está demás, anticipándome a mis habituales críticos, recordar que no por casualidad Marx le dedicó el primer tomo de El Capital a Charles Darwin. 

Las revoluciones sociales, por consiguiente, son acelerados procesos de cambio en la estructura y también, no olvidar esto, en la superestructura cultural y política de las sociedades. Procesos difíciles, jamás lineales, siempre sometidos a tremendas presiones y debiendo enfrentar obstáculos inmensos de fuerzas domésticas pero sobre todo del imperialismo norteamericano, guardián último del orden capitalista internacional. Esto ocurrió con la Gran Revolución de Octubre, y lo mismo con las revoluciones en China, en Vietnam, en Cuba, en Nicaragua, en Sudáfrica, en Indonesia, en Corea. La imagen vulgar, desgraciadamente dominante en gran parte de la militancia y la intelectualidad de izquierda, de una revolución como una flecha que sube a los cielos del socialismo en línea recta es de una gran belleza poética pero nada tiene que ver con la realidad. Las revoluciones son procesos en donde las confrontaciones sociales adquieren singular brutalidad porque las clases instituciones que defienden el viejo orden apelan a toda clase de recursos con tal de abortar o ahogar en su cuna a los sujetos sociales portadores de la nueva sociedad. La violencia la imponen los que defienden un orden social inherentemente injusto y no los que luchan por liberarse de sus cadenas. Eso lo estamos viendo hoy en Venezuela, en Cuba y en tantos otros países de Nuestra América. 

Dicho lo anterior, ¿cuál fue mi respuesta a mis interlocutores? Sí, hay una revolución en marcha en Venezuela y la mejor prueba de ello, la más rotunda, es que las fuerzas de la contrarrevolución se desataron en ese país con inusitada intensidad. Una verdadera tempestad de agresiones y ataques de todo tipo, que sólo pueden comprenderse como la respuesta dialéctica a la presencia de una revolución en vías de construcción, con sus inevitables contradicciones. Es por eso que un test infalible para saber si en un país hay un proceso revolucionario en curso lo brinda la existencia de la contrarrevolución, es decir, de un ataque, abierto o solapado, más o menos violento según los casos, destinado a destruir un proceso que algunos “doctores de la revolución” consideran como un inofensivo reformismo o a veces ni siquiera eso. Pero los sujetos de la contrarrevolución y el imperialismo, como su gran director de orquesta, no cometen tan gruesos errores y con certero instinto procuran por todos los medios poner fin a ese proceso porque saben muy bien que, cruzada una delgada línea de no retorno, el restablecimiento del viejo orden con sus exacciones, privilegios y prerrogativas sería imposible. Aprendieron de lo ocurrido en Cuba y no quieren correr el menor riesgo. ¿Es una revolución aún inconclusa la que hay en Venezuela? Sin dudas. ¿Enfrenta gravísimos desafíos por las presiones del imperialismo y por déficits propios, por el cáncer de la corrupción o por algunas políticas gubernamentales mal concebidas y peor ejecutadas? Indudable. Pero es un proceso revolucionario que tendencialmente apunta hacia un final que es inaceptable para la derecha y el imperialismo, y por eso se lo combate con saña feroz.

En Colombia, en cambio. las fuerzas de la contrarrevolución actúan de la mano del gobierno para tratar de aplastar a la revolución en ciernes que se agita del otro lado de la frontera. ¿Están aquellas fuerzas operando para derrocar a los gobiernos de Honduras, Guatemala, Perú, Chile, Argentina, Brasil? No, porque en estos países no existen gobiernos revolucionarios y por lo tanto el imperio y sus peones se desviven por apuntalar esos pésimos gobiernos. ¿Operan en contra de Venezuela? Sí, y con el máximo rigor posible, aplicando todas y cada una de las recetas de las Guerras de Quinta Generación, porque saben que allí sí se está gestando una revolución. ¿Y por qué tanto encono en contra del gobierno de Nicolás Maduro? Fácil: porque Venezuela posee la mayor reserva petrolera del planeta y es junto a México uno de los dos países más importantes del mundo para Estados Unidos, aunque sus diplomáticos y sus paniaguados de la academia y los medios rechacen con burlas este argumento. Es ocioso enfadarse con ellos porque esa gente simplemente está cumpliendo el papel que les fuera asignado y por el cual son generosamente recompensados. Venezuela tiene más petróleo que Saudiarabia, y además muchísima más agua, minerales estratégicos y biodiversidad. Y además, todo a tres o cuatro días de navegación de los puertos estadounidenses. Y México también tiene petróleo, agua (sobre todo el acuífero de Chiapas), grandes reservas de minerales estratégicos y, como si lo anterior fuera poco, es país fronterizo con Estados Unidos. Un imperio que se cree inexpugnable al estar protegido por dos grandes océanos pero que se siente vulnerable desde el sur, donde una extensa frontera de 3169 kilómetros es su irremediable talón de Aquiles que lo coloca frente a frente con una Latinoamérica en perpetuo estado de fermentación política en pos de su Segunda y Definitiva Independencia. De ahí la importancia absolutamente excepcional que tienen esos dos países, cuestión ésta incomprensiblemente subestimada aún por gentes de izquierda ¿Y Cuba? ¿Cómo explicar los más de sesenta años de ensañamiento en contra de esta heroica isla rebelde? Porque ya desde 1783 John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, reclamaba en una carta desde Londres (donde había sido enviado para restablecer los lazos comerciales con el Reino Unido) que dada la gran cantidad de colonias que la Corona británica poseía en el Caribe había que anexar sin más demora a Cuba a los efectos de controlar la puerta de entrada a la cuenca caribeña. Cuba, excepcional enclave geopolítico, es una vieja y enfermiza obsesión estadounidense que arranca muchísimo antes que el triunfo de la Revolución Cubana. 

Pero la ofensiva contrarrevolucionaria no se detiene en los tres países arriba nombrados. También arrecia contra el gobierno de Evo Morales en Bolivia, que logró una prodigiosa transformación económica, social, cultural y política convirtiendo a uno de los tres países más pobres del hemisferio occidental (junto a Haití y Nicaragua) en uno de los más prósperos y florecientes de la región, según atestiguan organismos tales como la CEPAL, el Banco Mundial o la prensa financiera mundial. Recuperó el control de sus riquezas naturales, sacó a millones de la pobreza extrema y además lo hizo con Evo Morales, un miembro de una de sus etnias originarias fungiendo como presidente, un logro histórico sin parangón en esta parte del mundo. Y Nicaragua también está en la línea de fuego, porque por más defectos o errores que pueda tener la revolución sandinista la sola presencia de un gobierno que no esté dispuesto a ponerse de rodillas frente al Calígula americano (como hacen Macri, Bolsonaro, Duque y compañía) es más que suficiente para desatar todas las furias del infierno en contra de su gobierno. Y, además, está la crucial -en términos geopolíticos- cuestión del nuevo canal bioceánico que podrían construir los chinos y que constituye un verdadero escupitajo en el rostro de quienes se reapoderaron del Canal de Panamá y los saturaron, otra vez, con bases militares prestas a sembrar muerte y destrucción en nuestros países.

Termino recordando una sabia frase de Fidel cuando dijo que “el principal error que cometimos en Cuba fue creer que había alguien que sabía como se hacía una revolución”. No hay un manual ni un recetario. Son procesos en curso. Hay que fijar la vista no sólo el momento actual, en los desconcertantes relámpagos de la coyuntura que hoy agobian a Venezuela, sino también visualizar la dirección del movimiento histórico y tener en cuenta todas sus contradicciones. Al hacer esto, no cabe duda que en Venezuela se está en medio de un convulsionado proceso revolucionario que, ojalá, y "por el bien de todos", como decía Martí, termine prevaleciendo sobre las fuerzas del imperio y la reacción. Nuestra América necesita esa victoria. Todo esfuerzo que se haga para facilitar tan feliz desenlace será poco.


Dr. Atilio A. Boron: Coordinador del Ciclo de Complementación Curricular en Historia de América Latina-Facultad de Historia y Artes, UNDAV Director del PLED , Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación "Floreal Gorini".