viernes, 9 de diciembre de 2022

Defensa del proteccionismo. [“Mundialización de la economía”, “globalización”, junto a otros y no pocos tópicos, aproximaciones, son elementos conceptuales (teóricos, incluso metafísicos se podría decir) para la elaboración del muy buen pienso ideológico que por diversos medios que se nos arroja todos los días, intencionadamente o no, con el objetivo último de impedir que aparezca un pensamiento a favor del cuestionamiento y sustitución del modo de producción capitalista por el modo de producción socialista. La economía no está ni mundializada ni globalizada, sino so-ci-a-li-za-da, cuya socialización, eso sí, alcanza a prácticamente todo el mundo. Pero a la vez y junto a ella, contradictoriamente y sin ninguna posibilidad real y efectiva de resolución de esa contradicción, aparece una estructura política, que la mantiene y sustenta, absolutamente concentrada en unas pocas manos (unos cuantos grupos de grandes capitales). Esta no correspondencia entre las estructuras económica y política (socialización de la producción por una parte y concentración en cada vez menos manos en las decisiones y dirección de la economía que se traduce en la práctica en las decisiones políticas y, en general, en toda la sociedad, constituye sin ningún paliativo el origen de todos los males económicos, políticos y sociales de la sociedad presente de 2022. Y es esta situación presente que arranca del siglo XV hasta hoy es la que llama a voz en grito a la necesidad histórica de sustituir las relaciones de explotación capitalistas por las nuevas relaciones de producción de colaboración socialistas, lo que exige dicho a bote pronto que los intelectuales (los que pasan y son aceptados por tales socialmente) se dejen de decir gilipolleces para pasar a cumplir su función social, que es la de decirnos a los demás aquello que por sí mismo, cuando menos, nos muy difícil que podamos comprender en profundidad por nosotros mismos, es decir, que han de comenzar ellos, los intelectuales, por aprender que la economía capitalista no comprende toda la economía en grado absoluto, sino que, sencilla y simplemente es una forma de economía, una más. Punto. Todo lo que no sea esto (incluido una buena parte del artículo que sigue), paparruchas, o un elemento nuevo para reforzar la nutrición del pienso ideológico que nos dan. Y no hay más, compañero colegui del metal.]

 

Para Verstrynge, los economistas que explican la crisis desde una óptica neoliberal o bien son rematadamente tontos; o erróneamente creen que el mercado lo arregla todo por si mismo, o actúan en favor de determinadas clases sociales. Artículo publicado en El Viejo Topo nº 97, 1996


Defensa del proteccionismo

 

Jorge Verstrynge

El Viejo Topo

9 diciembre, 2022



Según Francis Marmande («La dure loi du marché», Revista «Ligues», París 1993), «el ideal del mercado es el mercado negro. (Este último) no es ni la desviación, ni la versión paralela del mercado a cielo abierto, sino la verdad, la purificación, la exaltación de la ley de la oferta y la demanda… La violación es la versión acelerada del mercado. La pólvora su símbolo, por excelencia, de rentabilidad».

En base a esta idea nació el capitalismo; hoy, doscientos cincuenta años después, sigue prosperando como sistema. Es, como ha dicho Ernest Mandel, la era del «Triunfal-capitalismo».

Pero el «Dios Mercado» ha sido en todo momento el eje de una historia que mezcla tragedia y progreso. Asi, Max Gallo, en su magnífico libro  Manifiesto sobre un oscuro fin de siglo, expone las consecuencias sociales de ese capitalismo liberal de la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del presente:

«Miseria obrera, fisiológica y moral; degradación de las condiciones de vida en los primeros decenios de la vida industrial; trabajo de los niños; enfermedades profesionales y accidentes de trabajo; hombres tratados como objetos desechables después de su uso; mujeres reducidas a la prostitución y al alcoholismo; ¿quién hará el recuento de las decenas de millones de vidas humilladas, saqueadas, destruidas, que el capitalismo -antes de que se organizase la resistencia obrera- arrojó a los altos hornos de  su crecimiento y enterró en los pozos mineros de sus crisis.»

Luego vinieron las luchas obreras, las Internacionales, los luchadores sindicalistas, socialistas y comunistas; y las reivindicaciones básicas: jornadas más cortas, vacaciones, salarios más dignos, desempleo, seguridad social, educación y sanidad, jubilación, conseguidas al precio de infinitas luchas sindicales, de la Revolución de Octubre, y del miedo al comunista “con el cuchillo entre los dientes.” Y también, para ser ecuánimes, gracias a un progreso tecnológico que, al llevar a la producción en masa de bienes, obligaba, necesariamente, a repartir medios de compra para absorber esa producción. Luego llegaron las guerras mundiales y de nuevo los infinitos sacrificios y, a cambio, el informe «Beveridge» y, en consecuencia, el «Estado de Bienestar», como compensación amén de como sostenedor del Estado Capitalista.

La propia ciencia económica progresó por la necesidad de superar las crisis cíclicas, rebasando la vieja teoría liberal de los ciclos «naturales», de la «mano invisible», y de las diversas «leyes de hierro», para sustituirla por la lucha contra el sub-consumo y por el papel del crédito, de los impuestos y de las obras públicas, bautizado todo ello unas veces con el nombre de Keynesianismo, otras con el de Planismo. Comenzó así, a partir de la década de los 30, una era de expansión y de progreso social. Luego, perdieron la guerra quienes la perdieron: el Fascismo y la Reacción, y como señala Samir Amin (en  La Gestión Capitaliste de la Crise, París, 1995): «el capitalista tuvo que ajustar sus estrategias a las condiciones sociales que las fuerzas populares y democráticas, reforzadas por la victoria antifascista, le impusieron. Lo contrario exactamente de las llamadas políticas de ajuste de nuestra época». Vinieron pues los tiempos en los que Samuelson pudo definir la economía como la «ciencia alegre del crecimiento», y los economistas hablar de la Edad de Oro, de los «gloriosos treinta años» y de los «milagros económicos» de la posguerra.

Porque el espacio generacional posterior a 1945 se caracterizó por un crecimiento extraordinario, de carácter fundamentalmente industrial, pero que arrastró consigo también a los demás sectores: una expansión industrial basada en las ramas química, electromecánica y siderúrgica, pujantes en la innovación tecnológica y esenciales a la hora de reconstruir una asolada Europa en un mundo entonces financieramente estabilizado por el predominio monetario y ban cario-empresarial norteamericano.

Sin embargo, a partir del inicio de la década de los 70, el panorama cambia. Y las curvas de crecimiento se tornan mis oscilantes, con dientes de sierra cada vez más profundos, a la vez que el crecimiento se ralentiza. Y hoy, el mundo desarrollado y  maduro se enfrenta a una doble crisis económica: de ciclo y de mutación estructural. A su vez, en el resto del mundo, surge el contragolpe de la crisis de los «desarrollados».

Al agotamiento de las potencialidades de crecimiento económico de posguerra por el lado de la oferta, tanto del factor de materias primas (excepto la energía) como del tecnológico (se está ralentizando notoriamente la innovación excepto en algunos sectores de las comunicaciones), se suma un fenómeno de agotamiento del crecimiento por el lado de la demanda en la CE y en USA. Por otra parte, en cuanto a los precios, nos hallamos en fase descendiente del ciclo Kondratiev y, además, en una fase negativa de endeudamiento empresarial (ciclo Haberle-Sicogne).

No contribuyen a reanimar la demanda los descensos continuados de la natalidad, la debilidad estructuralmente congénita del sector exterior, la deslocalización industrial que crea paro y deprime aún más la demanda, la crisis de la inversión (también por la caída de las tasas de acumulación y de beneficio del capital), la caída del crecimiento de la productividad, los errores de la política monetarista y el flotamiento de los keynesianos ante una estanflación persistente, así como un descenso de la capacidad adquisitiva del Tercer Mundo.

Todo ello ha configurado una crisis económica de carácter pre-depresivo o, cuando mínimo, recesivo de caídas múltiples que, para colmo, coincide con un cambio estructural profundo como es, a través de la mecanización, el orillamiento del trabajo humano del proceso productivo, y por ende la llegada de la era del trabajo sobrante. Mas, como dice el proverbio, «si los imbéciles volasen taparían el sol», (o quizá tratarían de gestionar la crisis  de «forma capitalista»).

De esta guisa, al inicio de esta década de los 90 el panorama de la reacción frente a la crisis es el siguiente: Triunfo del monetarismo, del equilibrio presupuestario (aún a costa de la reducción de gastos sociales esenciales no solo para los trabajadores sino incluso para la supervivencia de la actividad económica), del dinero caro, de la productividad a toda costa, y del absoluto y total predominio de la economía sobre la política (sobre el destino social común, el gobierno de los hombres, la solidaridad entre las personas). Todo esto se ha agravado porque las medidas adoptadas sólo tienen en cuenta soluciones favorables al capital.

Como primer ejemplo: la inflación perjudica el rendimiento del capital. Se luchará pues prioritariamente contra ella aun cuando jamás se ha conocido, en la historia económica, crecimiento sin algo de inflación; así son sacrificados el consumo, el empleo…

Segundo ejemplo: se luchará tanto más contra la inflación en lugar de contra el paro cuanto que, a menor paro, mayor precio del trabajo, con lo que no sólo puede reactivarse la inflación sino que caerán los beneficios empresariales; descenso del paro implicará pues, ante la pasividad del Estado, partidos y sindicatos, descenso de la bolsa. A su vez, se reducirá el consumo interno, pues éste será visto como una causa de aumento de la inflación; por ello, no se hará nada o poco, o con poca convicción para remediar la caida del consumo…

Tercer ejemplo: mantener tasas altas de rendimiento en épocas de tendencia a la caída de beneficios sólo se puede obtener:

–Por saltos tecnológicos fuertes

–Dopando el consumo (pero eso podría provocar inflación)

–Consiguiendo dinero barato: hay que crear abundancia de medios monetarios a disposición de la inversión (dado que abundancia implica abaratamiento!

Entonces, sobre la base de un postulado no sólo injusto sino falso (a saber, que las pensiones sólo son financiadas a través de las previas cotizaciones de los trabajadores, pero que dadas las actuales pirámides de edad y el paro, disminuye la cifra de cotizantes), se incita a la población a recurrir a los fondos privados de pensiones, es decir, se obliga a un sobre-ahorro forzoso y se cancela una parte del ahorro previo de los trabajadores cuando se reducen sus pensiones públicas. Paralelamente se reducirá la presión fiscal sobre los ricos para financiar de nuevo más ahorro excedentario. Igualmente, se generalizarán los impuestos indirectos sobre el consumo para de nuevo gravar el consumo, y otra vez descargar impositivamente las rentas altas.

Cuarto ejemplo: libertad de circulación de capitales, alias «Mundialización», para compensar la tendencia a la baja de los beneficios del capital, y así poder moverse libremente hacia donde quieran sus dueños, hacia donde consigan más rentabilidad.

Esta última es la medida más importante en defensa del capital,  pomposamente llamada «Mundialización de la economía» o «Globalización». Pero esta «Mundialización» sólo existe para:

–Favorecer las exportaciones, es decir, frenar el consumo interno (con los corolarios ya vistos: menos consumo, más ahorro, menos inflación, etc.); es el mismo «rollo» que antaño el mito del libre comercio.

–Favorecer la acumulación de capitales: la competitividad económica requiere concentración…

–Para hallar oportunidades (productos, países, etc..) nuevas donde invertir con la seguridad de poder repatriar beneficios y capital, pero, sobre todo, poder hallar inversiones más rentables…

Este punto de la libertad absoluta de acumulación de capitales es esencial para todos aquellos que han descrito el llamado «proceso de Mundialización»: Ignacio Ramonet, Noam Chomsky, Ricardo Petrella, Samir Amin, J.F. Kahn, José Mª Vidal Villa, etc.. Este último afirma (en su libro Mundialización, 1995): «La Mundialización requiere la libre movilidad de capital a escala mundial. Este es uno de los aspectos en los cuales el proceso está más avanzado». Pero las consecuencias son terribles:

  1. Economías desestabilizadas (véase México y el impacto de su crisis sobre la lira, la libra, la corona sueca, la peseta…).
  2. Quiebra de las soberanías nacionales (intervenciones cada vez más frecuentes y duras del FMI, préstamos a cambio de garantías abusivas).

Y quien se desvía es literalmente atracado; véase el caso ruso: el atraco a este país está siendo llevado a cabo mediante el llamado «método de la deuda» o de la «puesta al paso» o «sincronización económica».

El «Método de la deuda» nació en el siglo XIX y fue aplicado entonces, con éxito, en América Latina y Oriente Medio, y en África y América Latina durante el actual siglo. Ahora, ese «método» le está siendo aplicado a Rusia; consiste en hacer que:

  1. El deudor se endeude imprudentemente e invierta mal o gaste lo prestado.
  2. Para devolver el préstamo, el deudor tiene que aumentar (como le señala el FMI) sus exportaciones, para lo cual aplica programas de ajuste que son, esencialmente, programas de generación artificial de excedentes económicos que poder exportar (por ejemplo, mediante la política de los llamados «precios reales»).
  3. Ahora bien, el endeudado exportador ni está seguro de poder mantener los precios de venta de sus productos, ni tampoco que el mercado internacional adquiera ese excedente de bienes, apareciendo el riesgo de paro y de ralentización de la actividad económica… Si el deudor consigue pagar sus deudas, sale del atolladero; si no, tendrá que volver a pedir prestado para pagar los plazos de aquéllas… lo cual sólo obtendrá si aplica aún con más rigor la política de ajuste estructural propuesta por el FMI, o sea, desregulación de los mercados, austeridad fiscal, devaluaciones monetarias, descenso de los salarios, alza de los tipos de interés, privatizaciones, etc.
  4. Y ello con consecuencias reales tales como que el país endeudado (en este caso Rusia) tenderá a vender cada vez más sus materias primas para obtener ingresos inmediatos, aunque sea rompiendo precios (es decir, malvendiendo).
  5. Lo cual beneficiará sobre todo al extranjero (que compra esas materias primas baratas y esos bienes vendidos a bajo precio) y no a la industria rusa (la cual no podrá disponer ni de esas materias primas baratas ni de esos bienes a bajo precio).
  6. Lo que el país deudor ingresará por esas ventas tomará inmediatamente camino de los bancos de los países acreedores (el famoso «servicio de deuda»).
  7. No sólo no se impedirá la huida de capitales {llamada «libre circulación de capitales») sino que ésta será alentada. La inquietud que genera la aparición de dificultades económicas cada vez mayores en el deudor expulsará los capitales hacia los acreedores…
  8. Paralelamente, se producirá una «dolarización» de facto de la economía: con cada devaluación (exigida por la política de ajuste del FMI), mayor será la tendencia a huir de la moneda nacional (el rublo), para refugiarse en la moneda acreedora (dólar y otras).
  9. Aparición del «narco-capitalismo». En el país deudor, ante la desaparición de los ingresos clásicos la crisis económica incitará a comportamientos individuales y grupales que permitan ingresos alternativos: droga, corrupción, ilegalidades varias… Además, el sector «narco-capitalista» tiene como principal función permitir que una parte de los dólares pagados en concepto de servicio de la deuda vuelva al país deudor…
  10. Mientras los acreedores recuperan su dinero, (y ello les hace la espera más interesante) pueden participar en la invasión de! País deudor por productos de los países acreedores (pues el FMI y el G7exigen siempre la liberalización de intercambios) y en la compra de las privatizaciones, adquiriendo las más interesantes y a buen precio. Habitualmente, ello acentúa el deterioro económico, pues las privatizaciones suelen acarrear más despidos.
  1. Si se ve que el país deudor puede «quebrar», para paliar que suspenda el pago de la deuda se le pedirán garantías físicas (caso del petróleo mexicano), o financieras (caso de las aduanas otomanas), u otras (compromisos de desarme, o de no rearme), o de realineamiento en política exterior (caso de Rusia).

La crisis que atravesamos no es una crisis económica sencilla. Así, no es normal el nulo impacto económico positivo de la guerra contra Irak, dada la reconocida eficacia de los conflictos bélicos contra las crisis cíclicas del capitalismo. Los periodos de retroceso o de estancamiento se alternan con  recuperaciones ficticias o muy cortas. Japón y Alemania están cada vez peor, Francia no despega, y los casos de USA y UK se basan en la creación de empleos precarios y son relanzamientos momentáneos causados por la disminución del endeudamiento y, a veces el aumento del beneficio empresarial, pero con nula reactivación del consumo.

Esta crisis está repercutiendo cada vez más negativamente sobre lo que queda del Estado de Bienestar. ¿Cuáles son los ejes del asalto al que éste está sometido? Amén del artificial y forzado descenso del nivel de vida (por la creación forzada de excedentes para las exportaciones, del descenso de los salarios monetarios y de los reales y del fomento del sobre-ahorro de las clases menos pudientes), están las privatizaciones masivas en muy sabrosas condiciones para el capital, el recorte paulatino de los seguros de desempleo y de jubilación, y el de las prestaciones sanitarias y educativas…

Todo ello con un trasfondo de retorno a las argumentaciones reaccionarias sobre la inutilidad del progreso social y el carácter intrínsecamente vago de los trabajadores a los que el seguro de desempleo o salarios decentes «desmotivan» o vuelven aún más perezosos…

Como la mayoría de los economistas no corrigen el tiro, como se obstinan en que la equivocada es la realidad, sólo cabe pensar:

  1. Que los economistas creen sinceramente que hay que volver al monetarismo clásico: una «gestión capitalista de la crisis» intentará sobrellevarla hasta su término, hasta que las curvas, «naturalmente», vuelvan a ascender. Lástima, el economista especialista en econometría, Timbergen, ha calculado que los dramas sociales de nuestra época quedarán resueltos, de aplicarse las recetas del Banco Mundial y del FMI, en unos ¡908 años!
  2. Que entre ellos abunden los tontos.
  3. Que se dedican a encubrir, con pseudo-cíencia, una actitud de clase o favorable a determinadas clases sociales.

Porque hay evidencias de las que, sin embargo, nadie habla. En el interior del sistema, el obrero, el trabajador, el Estado de Bienestar se enfrentan a tres volantes de paro:

  1. el coyuntural, derivado de la incapacidad de los actuales dirigentes de hallar soluciones imaginativas para combatir la «sequedad» de las recuperaciones
  2. el estructural, derivado del orillamiento del trabajo por la robotizacion

Ambos son remediables mediante el reconocimiento: 1°) de que la sociedad industrial ha resuelto el problema de la producción; 2º) pero no el del consumo; 3º) que éste último ya no se puede resolver vía salarios; 4º) por lo que hay que ir a una primera desconexión histórica: la de la remuneración exclusivamente por el trabajo, por una parte, y enfocar la cuestión de la reducción del tiempo de trabajo, por la otra…

A esos dos volantes de paro hay que añadir otro, también interior: c) el de la nueva modalidad de trabajo servil para jóvenes, y el constituido por los esfuerzos tendentes a aplazar la edad de jubilación (medida absurda, por cuanto a los 60 años, la mitad de los trabajadores llevan ya años sin trabajo).

Pero hay más: es necesaria una segunda desconexión, porque el mayor y más inmediato peligro para el mundo del trabajo y para el Estado de Bienestar es que corre el riesgo de «taiwanización», derivado de la imposición del libre comercio y de la libre circulación de capitales. Es el cuarto cinturón, exterior. Y agravado por la deslocalización.

Ya hemos visto por qué ejes es asaltado el Estado de Bienestar. A lo que se va es a la destrucción de la mayor parte de lo arrancado. Como  apunta Samir Amin, «el paro es deseado, por el Estado del capital, para romper lo conseguido por el movimiento obrero». Porque si en economías de predominio de la demanda o de «crecimiento autocentrado», el mercado interior es el eje y, para absorber los excedentes, hay que subir el nivel de salarios y, por ello, el de vida, en el modelo de libre cambio, por el contrario, juega de lleno la rivalidad salarial. Con claridad, el efecto real, hoy, del libre cambio, de la mundialización, es el predominio casi absoluto del capital y el derrumbamiento del modelo de protección social. En el estudio magistral, llevado a cabo por Paul Bairoch, titulado Myths e t paradoxes de l’histoire económique, bastan doscientas noventa páginas para destrozar la tesis de que el libre cambio favoreció históricamente a los pueblos, excepto (y no siempre tampoco) a la Gran Bretaña y luego al mundo anglosajón. Bairoch demuestra, con cifras irrefutables, que la imagen de un «siglo XIX paraíso del proteccionismo» es radicalmente falsa. La consideración de la década de los 20, en este siglo, como una década proteccionista es, igualmente, falsa, como lo es la acusación hecha al proteccionismo de haber sido el causante de la gran crisis del 29: el  proteccionismo ni fue la causa del crack, ni una de ellas. Sencillamente, no existió en el periodo considerado.

Pero, además, prosigue Bairoch, tampoco es cierto que los periodos considerados más librecambistas lo fueran realmente; sin embargo, sí que puede ya establecerse una identidad entre los periodos de mayor crecimiento económico y un mayor grado de proteccionismo (o, lo que es lo mismo, de menor liberalización legal de los intercambios). Mas aún; increíble, pero cierto: los años de mayor grado de protección lo han sido también de un desarrollo más vigoroso de los intercambios exteriores.

En realidad, siempre según Bairoch, no ha habido más que dos fases de libre-cambio real en Europa: entre 1860 y 1879, a consecuencia del Tratado Anglo-francés al respecto; y, un siglo después, desde mediados de la década de los 60 hasta la actualidad.

Ahora bien, además de la crisis del 29, el mundo no ha conocido más que dos crisis de igual o similar magnitud: la de 1869-1873, con una caída brutal del P B por habitante; y la actual… «No al proteccionismo», «No al desarrollo aurocentrado», es pues el primer tabú que debe ser abandonado, sin rubor ni duda alguna. Ello tanto más cuanto la obligación de centrar el crecimiento económico en el propio mercado continental (hablamos siempre de mercado continental, no de mercado nacional) obliga a fomentar el consumo interno y el alza del nivel de vida de la propia población, y a respetar e incluso a potenciar el «Welfare State». Proteccionismo, es decir, la protección de grandes espacios económicos frente a otros, de manera que no se permita la generación de más del 12-15% del PNB por el sector exterior de la economía considerada, y que equivale pues, sobre todo hoy, a más nivel de vida y mayor bienestar social.

Y no se argumente que ello frenaría el progreso técnico. Los actuales procesos de concentración de capital sí que son peligrosos; pero bloques de 350-400 ó más millones de habitantes son el primer seguro contra aquello. Deniro de los bloques autocentrados, habría una libertad radical de comercio y circulación de capitales y, por ello, una rivalidad, empresarial y  tecnológica, real: no se permitirá a las empresas cubrir más de una cuota dada de mercado del bloque geográfico de crecimiento autocentrado. Hacia fuera, complementariedad y rivalidad limitada.

Además, cerrar hasta el 15% los Bloques «autocentrados» es lo único que puede obligar a los demás Bloques a tener que absorber el excedente productivo a través de la demanda interna; y por ello, esta es la mejor arma contra el subdesarrollo y contra la dictadura económica y social del capital. Recuérdese, finalmente, que:

  1. Hay que rechazar, por falsa, la afirmación según la cual existe una relación inversa entre mayor «Estado de Bienestar» y competitividad. Lo cierto es que esta última requiere la existencia de un elevado número de empresas, lo cual a su vez exige un gran mercado, única garantía de que exista una demanda amplia y sostenida…
  2. La economía sólo crece, real y duraderamente, gracias al mercado interno…
  3. Al mercado exterior sólo pueden ir los excedentes reales, no los creados artificialmente.
  4. Aumentar estos excedentes bajando el nivel de vida de la población, es decir, disminuyendo la demanda interna, sólo producirá dificultades mayores para, cuando el tirón del comercio exterior se agote, volver a requerir una demanda interna -repito, deprimida hoy adrede- para tirar del carro.

Artículo publicado en El Viejo Topo nº 97, 1996.

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