miércoles, 12 de abril de 2017

100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA ( 15 / 25)

León Trotsky

HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA

Tomo II

   

Capitulo XV


El campesinado ante Octubre                  

La civilización ha hecho del campesino el asno que lleva la carga. La burguesía, a fin de cuentas, ha modificado solamente la forma de la carga. Apenas llegado al umbral de la vida nacional, el campesino sigue detenido ente el umbral de la ciencia. El historiador se interesa normalmente tan poco por él como un crítico teatral puede interesarse por los oscuros personajes que barren la escena, llevan a la espalda el cielo y la tierra y limpian los trajes de los artistas. La participación de los campesinos en las revoluciones del pasado sigue hasta el presente apenas dilucidada.
"La burguesía francesa ha comenzado por emancipar a los campesinos, escribía Marx en 1848. Con la ayuda de los campesinos ha conquistado Europa. La burguesía prusiana estaba tan aferrada a sus intereses propios, inmediatos, que perdió incluso este aliado y lo convirtió en un instrumento de la contrarrevolución feudal." En esta contradicción hay de cierto lo que se refiere a la burguesía alemana; pero afirmar que "la burguesía francesa había comenzado por emancipar a los campesinos" es hacerse eco de la leyenda oficial francesa que ejerció en su tiempo una gran influencia, incluso sobre Marx. En realidad, la burguesía, en el sentido propio de la palabra, se oponía con todas sus fuerzas a la revolución campesina. Ya en los cuadernos de quejas de 1789, los líderes provinciales del Tercer Estado rechazaban, bajo el pretexto de una mejor redacción, las reivindicaciones más violentes y osadas. Las famosas decisiones de la noche del 4 de agosto, adoptadas por la Asamblea nacional bajo el cielo rojo de las aldeas que ardían, fueron durante largo tiempo una fórmula patética sin ningún contenido. A los campesinos que no querían resignarse a ser engañados, la Asamblea constituyente les llamaba a "volver al cumplimiento de sus deberes y a considerar la propiedad -¡feudal!- con el respeto adecuado". La guardia nacional se puso más de una vez en marcha para reprimir los movimientos del campo. Los obreros de las ciudades, tomando el partido de los campesinos insurrectos, acogían a la represión burguesa a pedradas y tejazos.
Durante cinco años, los campesinos franceses se sublevaron en todos los momentos críticos de revolución, oponiéndose a un acomodamiento entre los propietarios feudales y los propietarios burgueses. Los sans-culottes de París, al derramar su sangre por la república, liberaron a los campesinos de las trabas del feudalismo. La república francesa de 1792 traía un nuevo régimen social, diferente de la república alemana de 1918 o de la república española de 1931, que representaban al viejo régimen con la dinastía en menos. En la base de esta distinción, no es difícil reconocer la cuestión agraria.
El campesino francés no soñaba de una forma directa en la república: quería echar fuera al señor. Los republicanos de París olvidaban con frecuencia la aldea, pero únicamente el empuje de los campesinos contra los propietarios garantizó la creación de la república, despejándole el terreno de la mezcolanza feudal. Una república con nobleza no es una república. Esto había sido perfectamente comprendido por el viejo Maquiavelo cuatrocientos años antes de la presidencia de Ebert cuando, exilado en Florencia, entre la caza del mirlo y el juego a las cartas con un carnicero, generalizada la experiencia de las revoluciones democráticas: "Quienquiera que pretenda fundar una república en un país en el que haya muchos nobles, no podrá hacerlo hasta después de haberlos exterminado a todos." Los mujiks rusos eran, en definitiva, del mismo parecer y lo manifestaron muy pronto abiertamente sin ningún "maquiavelismo".
Si Petrogrado y Moscú desempeñaban un papel dirigente en el movimiento de los obreros y soldados, el primer lugar en el movimiento campesino debe ser atribuido al centro agrícola atrasado de la Gran Rusia y a la región central del Volga. Allí, las supervivencias del régimen de esclavitud conservaban raíces particularmente profundas, ya que la propiedad agraria y la de los nobles tenía allí su carácter más parasitario y la diferenciación de la clase campesina estaba más atrasada, desvelando tanto más la miseria del pueblo. él movimiento que había estallado en esta región en el mes de marzo se impregnó pronto de terror. Los esfuerzos de los partidos dirigentes pronto canalizaron el movimiento por el lecho de la política conciliadora.
En la Ucrania industrialmente atrasada, la agricultura que trabajaba para la exportación tomó un carácter mucho más progresista y, por lo tanto, más capitalista. La segregación en el campesinado fue llevada mucho más lejos que en la Gran Rusia. La lucha por la emancipación nacional frenaba, al menos por un tiempo, las otras formas de lucha social. Pero las diferencias de condiciones regionales e incluso nacionales se tradujeron, al fin de cuentas, únicamente por la diversidad de los plazos. Hacia el otoño, el territorio de los levantamientos campesinos se extiende por casi todo el país. De los 624 distritos que componían la antigua Rusia, el movimiento ha ganado 482, o sea el 77 por 100; y excepción hecha de las regiones que se distinguen por condiciones agrarias especiales: la región del norte, la Transcaucasia, la región de las estepas y Siberia, de los 481 distritos la insurrección campesina ha ganado 439, o sea el 91 por 100.
Las modalidades de la lucha son diversas, según se trate de tierras de labranza, bosques, pastos, arrendamientos o trabajo asalariado. La lucha cambia de forma y de método en las diversas etapas de la revolución. Pero, en su conjunto y con un retraso inevitable, el movimiento campesino se desarrolló pasando por las dos mismas grandes fases que había tenido el movimiento de las ciudades. En la primera etapa, el campesino se adapta todavía al nuevo régimen y se esfuerza por resolver los problemas por medio de las nuevas instituciones. No obstante, se trata más de la forma que del contenido. Un periódico liberal de Moscú, que hasta la revolución tenía un aire populista, expresaba con una encomiable espontaneidad del sentimiento íntimo de los círculos de propietarios durante el verano de 1917: "El mujik mira alrededor de él y por el instante no emprende nada todavía; pero escrutadle bien la mirada y sus ojos dicen que toda la tierra que se extiende alrededor de él es suya." Tenemos la clave irremplazable de la política "pacífica" de los campesinos en un telegrama enviado en abril por uno de los grupos de la provincia de Tambov al gobierno provisional: "Deseamos conservar la calma en interés de las libertades conquistadas y para esto prohibid a los propietarios que arrienden sus tierras hasta la Asamblea constituyente; en caso contrario, haremos correr la sangre y no permitiremos trabajar a nadie."
Tanto más cómodo le resultaba al mujik emplear ese tono de amenaza respetuosa cuanto que, con la presión de los derechos históricamente adquiridos, apenas había tenido la ocasión de entenderse directamente con el Estado. En las localidades no existían órganos de poder gubernamental. Los comités de cantón [volosti] disponían de la milicia. Los tribunales estaban desorganizados. Los comisarios locales eran impotentes. "Somos nosotros quienes te hemos elegido -les gritaban los campesinos-, y somos también nosotros quienes te expulsaremos."
Desarrollando la lucha de los meses precedentes, el campesinado se acerca durante el verano cada vez más a la guerra civil y su ala izquierda pasa este umbral. Según una comunicación de los propietarios de tierras del distrito de Taganrog, los campesinos se apoderan arbitrariamente de los pastos y de las tierras, impiden las labores, fijan a su voluntad los arriendos y expulsan a los mayorales y a los gerentes. Según el informe del comisario de Nijni-Novgorod, las violencias y las ocupaciones de tierras en la provincia son cada vez más frecuentes. Los comisarios de distrito tienen miedo de mostrarse ante los campesinos como los protectores de los grandes propietarios. La milicia rural es poco segura: "Hubo casos en los que la milicia rural participó con la multitud en las violencias." En el distrito de Schulseburg, el comité de cantón prohibió a los propietarios cortar madera en sus propios dominios. La idea de los campesinos era simple: ninguna Asamblea constituyente podrá reconstituir con los tocones los árboles talados. El comisario del Ministerio de la Corte se queja de la apropiación de las dehesas: ¡fue necesario comprar heno para los caballos de palacio! En la provincia de Kursk, los campesinos se han repartido los barbechos abonados de Terechenko: el propietario es ministro de Asuntos Exteriores. A Schneider, propietario de yeguadas en la provincia de Orel, los campesinos le comunican que no solamente iban a segar en su propiedad trébol, sino que a él le enviarían al cuartel como soldado. El administrador de la propiedad de Rodzianko recibió del comité de cantón la orden de ceder los prados a los campesinos: "Si no obedece al comité agrario, se hará de otra forma; será detenido." Firma y sello.
De todos los rincones del país afluyen quejas y lamentaciones: de los propietarios víctimas, de las autoridades locales, de honorables testigos. Los telegramas de los propietarios de tierras constituyen la más evidente refutación de las teorías simplistas de la lucha de clases. Personajes titulados y dueños de latifundios, señores de siervos, clérigos y laicos, se preocupan exclusivamente del bien general. El enemigo no es el campesino, son los bolcheviques y a veces los anarquistas. Sus propios dominios interesan a los terratenientes exclusivamente desde el punto de vista de la prosperidad de la patria.
Trescientos miembros del partido kadete de la provincia de Chernigov declaran que los campesinos, excitados por los bolcheviques, liberan a los presos de guerra y proceden arbitrariamente a la cosecha de los trigos; como resultado, esta amenaza: "la imposibilidad de pagar los impuestos". ¡Los propietarios liberales veían el sentido de su existencia en el sostén del Tesoro! La sucursal del Banco del Estado de Podolsk se queja de las actuaciones arbitrarias de los comités de cantón, "cuyos presidentes son a menudo prisioneros austríacos". Aquí habla el patriotismo ofendido. En la provincia de Vladimir, en la propiedad del propietario Odintsov, se requisan materiales de construcción "preparados para obras de beneficencia". ¡Los notarios no viven más que para obras humanitarias! El obispo de Podolsk hace saber que han ocupado arbitrariamente un bosque que pertenece al obispado. El Alto Procurador del Sínodo se queja de que le hayan sido ocupados los prados de la Laure Alexandra Newski. La abadesa del monasterio de Kizliar maldice a los miembros del comité local: se mezclan en los asuntos del monasterio, confiscan en beneficio propio los alquileres de arriendo, "excitan a las religiosas contra las autoridades". En casos semejantes, eran afectados directamente los intereses de la Iglesia. El conde Tolstoy, uno de los hijos de León Tolstoy, hace saber en nombre de la Unión de propietarios rurales de la provincia de Ufim, que la transmisión de la tierra a los comités locales, "sin esperar la decisión de la Asamblea constituyente... provocará una explosión de descontento entre los campesinos propietarios que son más de doscientos mil en la provincia". Este propietario de alta alcurnia se preocupa exclusivamente de sus hermanos menores. El senador Belhardt, propietario en la provincia de Tver, está dispuesto a resignarse a los cortes hechos en los bosques, pero se aflige viendo que los campesinos no quieren someterse al gobierno burgués. Veliaminov, propietario de la provincia de Tambov, pide que se salven dos propiedades "que sirven a las necesidades del ejército". Casualmente, estos dominios son de su propiedad. Para los filósofos del idealismo, los telegramas de los propietarios en 1917 son un verdadero tesoro. El materialismo verá en ellos más bien una exposición de modelos de cinismo. Agregará, quizás, que las grandes revoluciones despojan a los poseedores hasta de la posibilidad de una hipocresía decente.
Las peticiones de las víctimas son enviadas a las autoridades de distrito y de provincia, al ministro del Interior, al presidente del consejo de ministros; en general, no producen ningún resultado. ¿A quién, pues, pedir ayuda? A Rodzianko, presidente de la Duma de Estado. Entre las jornadas de Julio y el levantamiento korniloviano, el chambelán se siente transformado en un personaje influyente: muchas cosas se hacen después de sus llamadas telefónicas.
Los funcionarios del Ministerio del Interior expiden circulares a las provincias prescribiendo la comparecencia de los culpables ante los tribunales. Los propietarios de la provincia de Samara, algo patanes, telegrafían en respuesta: "Las circulares no firmadas por los ministros socialistas no tienen efecto." Tsereteli debe superar su modestia: el 18 de julio envía una prolija instrucción, prescribiendo "medidas rápidas y resueltas". De la misma forma que los propietarios, Tsereteli no se preocupa más que del ejército y del Estado. Sin embargo, a los campesinos les parece que Tsereteli ha tomado a los propietarios bajo su protección.
En los métodos de represión del gobierno hay un viraje. Hasta julio se prefería sobre todo lanzar bellos discursos. Si eran enviados destacamentos de tropas a las provincias, era únicamente para proteger al orador gubernamental. Después de la victoria conseguida sobre los obreros y campesinos de Petrogrado, los equipos de caballería, ya sin charlatanes, son puestos directamente a la disposición de los propietarios. En la provincia de Kazán, una de las más agitadas, sólo se pudo -según el joven historiador Yugov- "obligar a los campesinos a resignarse durante algún tiempo..., recurriendo a las detenciones, a la permanencia de destacamentos del ejército en los pueblos e incluso restableciendo el castigo de la verga". Tampoco en otros lugares era ineficaz la represión. El número de dominios de propietarios nobles afectados descendió en julio de 516 a 503. En agosto, el gobierno logró otros éxitos: el número de distritos afectados descendió de 325 a 288, es decir, el 11 por 100; el número de propiedades alcanzadas por el movimiento se redujo incluso a un 33 por 100.
Algunas regiones de las más agitadas hasta entonces se calman o pasan a segundo plano. A la inversa, las regiones todavía ayer seguras, entran ahora en la lucha. No hace aún un mes, el comisario de Penza describía un cuadro consolador: "El campo se ocupa de la recolección. Se prepara a las elecciones de zemstvos de cantón. El período de crisis gubernamental ha transcurrido con calma. La formación del nuevo gobierno ha sido acogida con satisfacción." En agosto no queda ya ni rastro de este idilio: "Roban los huertos y cortan los bosques en masa... Para liquidar estos desórdenes es necesario recurrir a la fuerza armada." Por su carácter general, el movimiento estival se relaciona todavía con el período "pacífico". Sin embargo, se observan ya síntomas, ciertamente débiles, pero indudables, de radicalización: si durante los cuatro primeros meses los ataques directos contra las residencias señoriales disminuyen, desde julio van en aumento. Los investigadores establecen dentro del conjunto la siguiente clasificación de los acontecimientos de julio ordenados en una curva descendente: apropiación de prados, de cosechas, de vituallas, de forrajes, cultivos, material agrícola; lucha por los precios de arrendamientos; saqueo de dominios. En agosto: apropiación de cosechas, de reservas de vituallas y de forrajes, de pastos y prados, de tierras y de bosques; el terror agrario.
A comienzos de septiembre, Kerenski, en su calidad de generalísimo, repitió en una ordenanza especial las recientes amenazas de su predecesor, Kornílov, contra los "actos de violencia" provenientes de los campesinos. Unos días después, Lenin escribe: "O bien... toda la tierra a los campesinos inmediatamente... o los propietarios y capitalistas empujarán el conflicto hasta una espantosa insurrección campesina." Eso fue lo que sucedió el mes siguiente.
El número de propiedades en las que se extendieron los conflictos agrarios se elevó en septiembre a un treinta por ciento en relación a agosto; en octubre, en un cuarenta y tres por ciento en relación a septiembre. A septiembre y las tres primeras semanas de octubre corresponde más de un tercio de todos los conflictos agrarios registrados desde marzo. Su osadía se había acrecentado infinitamente más que su número. En los primeros meses, incluso los embargos directos de diversos bienes raíces tomaban la apariencia de convenios atenuados y disimulados por los órganos conciliadores. Ahora la máscara de la legalidad cae. Cada una de las ramas del movimiento toma un carácter más intrépido. Renunciando a diversos aspectos y grados de presión, los campesinos se lanzan a la apropiación violenta de las partes esenciales de los dominios, al saqueo de los nidos de propietarios nobles, al incendio de las mansiones e incluso a la muerte de los propietarios y de los administradores.
La lucha por la modificación de las condiciones de arriendo que en julio era superior numéricamente al movimiento de destrucción constituye en octubre menos de la cuadragésima parte de los saqueos, y el movimiento de los colonos cambia de carácter, transformándose simplemente en otra forma de expropiar a los propietarios. La prohibición de comprar o vender tierras y bosques es sustituida por la apropiación directa. Talas rigurosas en los bosques, abandono de los animales en los cultivos, son hechos que adquieren el carácter de destrucción consciente de los bienes raíces. En septiembre se registraron 279 casos de saqueo de propiedades; constituyen ya más de la octava parte del conjunto de los conflictos. Octubre da más del cuarenta y dos por ciento de todos los casos de destrucción registrados por la milicia entre la insurrección de febrero y la de octubre.
La lucha adquirió un carácter particularmente encarnizado en lo que respecta a los bosques. Las aldeas eran consumidas frecuentemente por los incendios. La madera de construcción estaba rigurosamente custodiada y se vendía cara. El mujik tenía hambre de madera. Además, había llegado el tiempo de abastecerse para la calefacción del invierno. De las provincias de Moscú, de Nijni-Novgorod, de Orel, de la Volinia, de todos los puntos del país llegan continuas quejas sobre la destrucción de bosques y la apropiación de reservas de madera. "Los campesinos han quemado doscientas deciatinas de bosques pertenecientes a propietarios nobles." "Los campesinos de los distritos de Klimov y de Cherikov destruyen los bosques y devastan los cultivos de otoño..." Los guardabosques huyen. Un clamor se eleva en los bosques de la nobleza, las astillas vuelan por todo el país. El hacha del mujik golpea durante todo el otoño al ritmo enfebrecido de la revolución.
En las regiones que importan trigo, la situación del abastecimiento es todavía más grave que en las ciudades. No sólo faltaban subsistencias, sino incluso semillas. En las regiones exportadoras apenas era mejor la situación, ya que los recursos alimenticios eran absorbidos sin descanso. La subida de los precios obligatorios de los cereales afectó duramente a los pobres. En buen número de provincias se declararon agitaciones provocadas por el hambre, se saquearon graneros, fueron atacados los encargados del abastecimiento. La población utilizaba sucedáneos del pan. Se extendían noticias anunciando casos de escorbuto y de tifus, de suicidios causados por situaciones insoportables. El hambre, o su espectro, hacía particularmente intolerable el vecindaje con el bienestar y el lujo. Las capas más necesitadas del campo ocupaban las primeras filas en la lucha.
Las oleadas de irritación removían el cieno del fondo. En la provincia de Kostroma "se observa una agitación de las centurias negras y de los antisemitas. La criminalidad aumenta. Se nota una disminución del interés por la vida política en el país". Esta última frase del informe del comisario significa que las clases educadas vuelven la espalda a la revolución. Repentinamente suena en la provincia de Podolsk la voz de las centurias negras monárquicas: el comité de la ciudad de Demidovka no reconoce al gobierno provisional y considera al emperador Nicolás Alexandrovitch "como el más fiel al pueblo ruso": si el gobierno provisional no se va, "nos uniremos a los alemanes". Sin embargo, eran raras confesiones tan atrevidas. Hacía mucho tiempo que los campesinos monárquicos habían cambiado de color siguiendo en ello a los propietarios. En algunos lugares de esta misma provincia de Podolsk, las tropas y los campesinos destruyen las destilerías. El comisario hace un informe sobre la anarquía. "Las aldeas y la gente están en peligro; la revolución va a la ruina." No, la revolución está lejos de ir a la ruina. Se cava un lecho más profundo. Sus aguas impetuosas se acercan al estuario.
En la noche del 7 al 8 de septiembre, los campesinos del pueblo de Sichevka, de la provincia de Tambov, armados de palos y látigos, van de casa en casa convocando a todos, desde el más pequeño al más grande, para demoler hasta los cimientos la casa del propietario Romanov. En la asamblea comunal, un grupo propone embargar la propiedad en buen orden, repartir los bienes entre la población y conservar los edificios para fines culturales. Los pobres exigen que sea quemada la mansión, que no quede piedra de ella. Los pobres son los más numerosos. La misma noche un mar de fuego se extiende a todas las propiedades del cantón. Se quemó todo lo que era susceptible de ser quemado, incluso una plantación modelo, se degolló al ganado de raza, "se emborracharon insensatamente". El fuego gana un cantón tras otro. El ejército de alpargata no se limita a emplear las horquillas y las guadañas patriarcales. El comisario de la provincia telegrafía: "Campesinos y desconocidos, armados con revólveres y granadas, saquean las propiedades en los distritos de Ranenburg y de Riajsk." La guerra había aportado una rica técnica a la insurrección campesina. La unión de propietarios señala que en tres días se han quemado 24 dominios. "Las autoridades locales son impotentes para imponer el orden." Aunque con retraso, llegó un destacamento enviado por el mando de las tropas, se declaró el estado de sitio y se prohibieron las reuniones; se detuvo a los instigadores. Los barrancos estaban llenos de bienes de los propietarios, los ríos engullían mucho de lo que había sido saqueado.
Beguichev, un campesino de Penza, cuenta: "En septiembre, fueron todos a derribar el dominio de Logvin (que ya había sido saqueado en 1905). Al ir y al volver se alargaba una fila de carros; centenares de mujiks y de mozos expulsan el ganado, llevándose también el trigo y cualquier cosa..." Un destacamento pedido por la dirección del zemstvo intentó recuperar parte de lo saqueado, pero cerca de quinientos mujiks y mozos se agruparon alrededor de la capital del cantón y el destacamento se dispersó. De manera evidente, los soldados no manifestaban ningún celo en restablecer el derecho pisoteado de los propietarios.
Según los recuerdos del campesino Gaponenko, en la provincia de Táurida, desde los últimos días de septiembre "los campesinos se pusieron a devastar las explotaciones, a expulsar a los administradores, a apoderarse del trigo de los graneros, de los animales de labranza, del material... Arrancaron y se llevaron también las ventanas, las puertas, los pisos y el zinc de los techos..." "Al principio -cuenta Grunko, campesino de Minsk- llegaban a pie, tomaban las cosas y se las llevaban; pero al poco tiempo engancharon los caballos los que tenían y llevaron todo a carretadas. Sin descanso... lo transportaron, lo llevaron durante dos jornadas enteras, día y noche, a partir del mediodía. En cuarenta y ocho horas lo limpiaron todo." El embargo de bienes, según Kuzmichev, campesino de la provincia de Moscú, era justificado de esta manera: "El propietario era nuestro, trabajábamos para él, y su fortuna nos correspondía enteramente." Antiguamente, el noble decía a sus siervos: "¡Son míos, lo suyo me pertenece!" Ahora el campesino replicaba: "El barín es nuestro y sus bienes también."
"En algunos lugares -según dice otro campesino de Minsk, Novikov- se comenzó a inquietar a los propietarios por la noche. Se incendiaban cada vez con más frecuencia las mansiones señoriales." Le llegó el turno al dominio del gran duque Nicolás Nicolaevitch, antiguo generalísimo. "Cuando se llevaron todo lo que se podían llevar, empezaron a destruir las estufas y a retirar los hornos, los pisos y las tarimas, y a llevárselo todo a sus casas..." Tras estos actos, de destrucción estaba el cálculo multisecular, milenario, de todas las guerras campesinas: destruir en su base las posiciones fortificadas del enemigo, no dejarle lugar donde reposar la cabeza. "Los más razonables -escribe en sus recuerdos Tsigankov, campesino de la provincia de Kursk- decían: no hay que destruir los edificios, tendremos necesidad de ellos... para escuelas y hospitales; pero la mayoría gritaba que se debía destruir todo para que nuestros enemigos no supiesen donde esconderse, pasase lo que pasase..." "Los campesinos se apropiaron de todos los bienes de los propietarios -relata Savchenko, campesino de la provincia de Orel-, expulsaban a los propietarios de sus dominios, rompían las ventanas, las puertas, los pisos y techos de sus casas... Los soldados decían que si se destruía la guarida de los lobos, había que estrangular también a los propios lobos. A raíz de estas amenazas, los propietarios más importantes y linajudos se escondieron uno tras otro: por esta razón no hubo muertes de propietarios."
En la aldea de Zalesie, provincia de Vitebsk, se quemaron graneros llenos de trigo y heno en una propiedad perteneciente al francés Bernard. Los mujiks estaban tanto menos dispuestos a hacer diferencias de nacionalidad cuanto que los propietarios se apresuraron a transmitir sus tierras a extranjeros privilegiados. "La embajada de Francia pide que se tomen medidas." A mediados de octubre era difícil tomar medidas en la zona del frente, ni siquiera para complacer a la embajada de Francia.
Durante cuatro días se prosiguió el saqueo de una gran propiedad próxima a Riazan; "hasta los niños participaron en el saqueo". La Unión de propietarios de tierras hizo saber a los ministros que si no se tomaban medidas, "habrá linchamientos, hambre y guerra civil". Es difícil comprender cómo los propietarios nobles hablan en futuro de la guerra civil.
A comienzos de septiembre, en el congreso de la cooperación, Berkenheim, uno de los líderes del sólido campesinado comerciante, decía: "Estoy convencido de que todavía Rusia no se ha transformado enteramente en un manicomio; que, por el momento, la demencia ha ganado sobre todo a la población de las grandes ciudades." Esta voz presuntuosa de un sector sólidamente establecido y conservador de los campesinos hablaba con irremediable retraso. Precisamente ese mes, el campo rompió definitivamente todos los frenos de la cordura y, por su exasperación en la lucha, dejó muy atrás el "manicomio" de las ciudades.
En abril, Lenin creía posible todavía que los cooperativistas patriotas y los kulaks arrastrasen tras ellos a la gran masa del campesinado hacia un acuerdo con la burguesía y los propietarios. Esto le llevaba a insistir sin cesar en la creación de soviets particulares de obreros agrícolas [batraks] y en la organización independiente de los campesinos más pobres. Con el paso de los meses fue descubriendo que esta parte de la política bolchevique no tenía fundamento. A excepción de las provincias bálticas, no existían en ninguna parte soviets de obreros agrícolas. Tampoco los campesinos pobres hallaron formas independientes de organización. Explicar esto únicamente por el atraso de los obreros agrícolas y de las capas más pobres de las aldeas sería omitir lo esencial. La causa principal estaba en la naturaleza misma del problema histórico: el de la revolución democrática agraria.
En las dos cuestiones más importantes -la del arrendamiento y la del trabajo asalariado- se ve claramente cómo los intereses generales de la lucha contra la supervivencia de la servidumbre interceptan el camino de una política independiente no sólo de los campesinos pobres, sino incluso de los obreros agrícolas. En la Rusia europea los campesinos tomaban en arriendo a los propietarios nobles veintisiete millones de deciatinas -aproximadamente el 60 por 100 de todos los dominios particulares- y pagaban por ellas un tributo de arrendamiento que se elevaba hasta cuatrocientos millones de rublos anuales. Con el estallido de la insurrección de febrero, la lucha contra las condiciones expoliadoras de los arriendos se convirtió en el elemento esencial del movimiento campesino. Menor lugar, aunque, sin embargo, considerable, ocupaba la lucha de los obreros agrícolas, que les enfrentaba no sólo con los propietarios nobles, sino también con los campesinos. El colono luchaba por el alivio de las condiciones de arriendo; el obrero, por la mejora de las condiciones de trabajo. Uno y otro, cada uno a su manera, partían del reconocimiento del señor como propietario y como patrón. Pero a partir del momento en que se abrió la posibilidad de llevar las cosas hasta el fin, es decir de apropiarse de las tierras e instalarse en ellas, el campesinado pobre dejó de interesarse por los arrendamientos y el sindicato empezó a perder su fuerza de atracción sobre los obreros agrícolas. Fueron precisamente estos últimos y los campesinos pobres quienes, al unirse al movimiento general, dieron a la guerra campesina su carácter extremado de resolución e irreductibilidad.
La campaña contra los propietarios nobles no arrastraba plenamente al otro polo de la aldea. Mientras las cosas no llegaban al levantamiento declarado, las altas capas del campesinado desempeñaron en el movimiento un papel evidente y a veces dirigente. En el período de otoño, los mujiks acomodados consideraron con una desconfianza creciente el desbordamiento de la guerra campesina: no sabían cómo iba a terminar aquello, tenían algo que perder, se mantuvieron al margen. Pero no consiguieron, sin embargo hacerlo completamente: la aldea se lo impedía.
Más encerrados en sí mismos y más hostiles que "los del medio", los kulaks que pertenecían a la comuna, se mostraban los pequeños propietarios de sus tierras, campesinos separados de la comuna. Los cultivadores que poseían lotes de hasta cincuenta deciatinas eran seiscientos mil en todo el país. En muchos lugares constituían la espina dorsal del movimiento cooperativista, y en política se inclinaban -sobre todo en el sur- hacia la conservadora Unión campesina, que ya era un puente hacia los kadetes. "Los campesinos separados de la comuna y los rurales acomodados -según cuenta Gulis, cultivador de la provincia de Minsk- apoyaban a los propietarios nobles y se esforzaban por contener a los campesinos con amonestaciones." Aquí y allá, bajo la influencia de las condiciones locales, la lucha interna en el campesinado se agudizaba desde antes de la insurrección de Octubre. Los campesinos separados de la comuna lo sufrieron particularmente. "Casi todas las explotaciones particulares -cuenta Kusmichev, campesino de la provincia de Nijni-Novgorod- fueron incendiadas, el material en parte destruido, en parte embargado por los campesinos." El campesino separado de la comuna era "el lacayo del propietario noble, su hombre de confianza que protegía sus reservas forestales; era el favorito de la policía, de la gendarmería y de sus amos". Los campesinos y los comerciantes más ricos de algunos cantones del distrito de Nijni-Novgorod desaparecieron durante el otoño y sólo volvieron a sus casas dos o tres años más tarde.
Pero en la mayor parte del país las relaciones internas en la aldea distaban mucho de alcanzar ese grado tan alto de tensión. Los kulaks se comportaban diplomáticamente, frenaban y forcejeaban, pero se esforzaban en no chocar demasiado con el mir (comuna rural). El campesino ordinario, por su parte, vigilaba muy atentamente al kulak y no le dejaba que se uniera al propietario noble. La lucha entre los nobles y los campesinos por la influencia sobre el kulak se prosiguió durante todo el año 1917 tomando formas variadas que iban desde una acción "amistosa" hasta un terror enfurecido.
Mientras que los latifundistas abrían obsequiosamente ante los campesinos propietarios la puerta de horno de la asamblea de la nobleza, los pequeños propietarios de tierras se apartaban significativamente de los nobles para no perecer con ellos. En el lenguaje político, esto significaba que los propietarios nobles, que hasta la revolución habían pertenecido a los partidos de extrema derecha, se vestían ahora con los ropajes del liberalismo, tomándolos, según los viejos recuerdos, como garantía de protección; mientras que los campesinos propietarios, que frecuentemente habían apoyado antes a los kadetes, ahora evolucionaban hacia la izquierda.
El congreso de los pequeños propietarios de la provincia de Perm, que tuvo lugar en septiembre, se desolidarizó vehementemente del congreso moscovita de propietarios de tierras, encabezado por ¡condes, príncipes y barones! Un propietario de cincuenta deciatinas afirmaba: "Los kadetes no han llevado nunca sayal ni alpargatas y por eso no defenderán nunca nuestros intereses." Apartándose de los liberales, los propietarios que trabajan sus propias tierras buscaban a los "socialistas" partidarios de la propiedad. Uno de los delegados se pronunciaba por la socialdemocracia. "... ¿El obrero? Dadle tierra, volverá a la aldea y cesará de escupir sangre. Los socialdemócratas no nos quitarán las tierras." Se trataba, por supuesto, de los mencheviques. "No cederemos nuestra tierra a nadie. Le resulta fácil separarse de ella a quien la ha obtenido sin esfuerzo, por ejemplo al propietario noble. Para el campesino, la tierra ha sido una penosa adquisición."
En este período otoñal la aldea luchaba contra los kulaks sin rechazarlos, al contrario, obligándoles a unirse al movimiento general y a protegerlo contra las capas de la derecha. Hubo casos incluso en que la negativa a participar en un saqueo fue castigada con la ejecución del que no participaba en él. El kulak zigzagueaba todo lo que podía, pero en el último minuto, después de rascarse la cabeza una vez más, enganchaba sus bien nutridos caballos al carro, subía sobre sólidas ruedas y marchaba a tomar su lote. Muchas veces era la parte del león. "Los que se aprovecharon especialmente -cuenta Beguichev, campesino de la provincia de Penza- fueron los más acomodados, que poseían caballos y gentes a su disposición." Casi en los mismos términos se expresa Savchenko, de la provincia de Orel: "La mayor parte de los beneficios se la llevaron los kulaks, bien alimentados y con medios para transportar la leña."
Según el cálculo de Vermenichev, sobre cuatro mil novecientos cincuenta y cuatro conflictos agrarios con los propietarios nobles, sólo trescientos veinticuatro fueron con la burguesía campesina. ¡Informe evidentemente significativo! Demuestra por si mismo, sin lugar a dudas, que el movimiento campesino de 1917, en su base social, no era dirigido contra el capitalismo, sino contra las supervivencias de la servidumbre. La lucha contra los kulaks se desarrollará más tarde, a partir de 1918, con la liquidación definitiva de los propietarios nobles.
El carácter puramente democrático del movimiento campesino, que aparentemente debía dar una fuerza irresistible a la democracia oficial, puso en realidad de manifiesto la magnitud de su podredumbre. Viendo las cosas desde arriba, el campesinado en su totalidad estaba dirigido por los socialistas revolucionarios, les daba sus votos, les seguía y casi se confundía con ellos. En el Congreso de los soviets campesinos, celebrado en mayo, Chernov obtuvo ochocientos diez votos en las elecciones para el Comité ejecutivo, y Kerenski ochocientos cuatro, mientras que Lenin no obtuvo en total más que veinte votos. No se equivocaba Chernov cuando se calificaba como "ministro del campo". Pero tampoco fue por error por lo que la estrategia del campo se apartara violentamente de Chernov.
La dispersión económica hace que los campesinos, tan resueltos en la lucha contra un propietario determinado, se encuentren impotentes contra el propietario generalizado en la persona del Estado. De ahí la necesidad orgánica del mujik de apoyarse sobre un reino fabuloso contra el Estado real. Antiguamente, el mujik apoyaba a impostores, se agrupaba alrededor de un falso pergamino dorado del zar, o bien alrededor de una leyenda sobre la tierra de los justos. Después de la revolución de Febrero, los campesinos se agruparon en torno a la bandera socialista revolucionaria, "Tierra y Libertad", buscando en ella una ayuda contra el propietario noble y liberal, transformado en comisario. El programa populista correspondía al gobierno real de Kerenski como el pergamino apócrifo del zar a la autocracia real.
En el programa de los socialistas revolucionarios hubo siempre mucho de utópico: se preparaban a edificar el socialismo sobre la base de una pequeña economía mercantil. Pero el fondo del programa era democrático revolucionario: tomar las tierras de los propietarios nobles. Moroso en cumplir su programa, el partido se enredó en la coalición. Contra la confiscación de tierras se levantaban irreductiblemente no sólo los propietarios nobles, sino también los banqueros kadetes: los inmuebles rústicos habían sido hipotecados por los Bancos por un mínimo de cuatro mil millones de rublos. Dispuestos a regatear con los propietarios nobles el precio en la Asamblea constituyente, pero con el propósito de llegar a un acuerdo amistoso, los socialistas revolucionarios pusieron todo su empeño en impedir que el mujik ocupase la tierra. Perdían así su influencia entre los campesinos, no por el carácter utópico de su socialismo, sino por su inconsistencia democrática. La verificación de su utopismo habría podido exigir años enteros. Su traición al democratismo agrario se hizo evidente en unos meses: bajo el gobierno de los socialistas revolucionarios, los campesinos tuvieron que emprender el camino de la insurrección para cumplir él programa de esos mismos socialistas revolucionarios.
En julio, cuando el gobierno desató la represión contra la aldea, los campesinos se pusieron por si acaso bajo la protección de los socialistas revolucionarios: en Poncio el menor buscaban una defensa contra Pilatos el mayor. El mes en el cual los bolcheviques son más débiles en las ciudades, es el de mayor extensión de los socialistas revolucionarios en el campo. Como sucede con frecuencia, sobre todo en épocas de revolución, la mayor influencia organizativa coincide con el comienzo de la decadencia política. Al agazaparse tras los socialistas revolucionarios para escapar a los golpes de un gobierno socialista revolucionario, los campesinos perdían cada vez más su confianza en ese gobierno y en ese partido. De esta forma, el enorme crecimiento de las organizaciones socialistas revolucionarias en el campo se hizo mortal para este partido universal que se sublevaba desde abajo y reprimía desde arriba.
En una reunión de la Organización militar de Moscú, el 30 de julio, un delegado del frente, socialista revolucionario, decía: Aunque los campesinos se consideren todavía socialistas revolucionarios, hay una fisura entre ellos y el partido. Los soldados asentían: bajo la influencia de la agitación socialista revolucionaria, los campesinos son aún hostiles a los bolcheviques, pero resuelven los problemas de la tierra y del poder como si fueran bolcheviques. Povoijski, bolchevique que militaba en el Volga, atestigua que los socialistas revolucionarios más conocidos, que habían participado en el movimiento de 1905, se sentían eliminados paulatinamente: "Los mujiks los llamaban "los viejos", los trataban con aparente respeto, pero votaban según su propia conciencia." Eran los obreros y los soldados quienes enseñaban a los campesinos a votar y a actuar "según su propia conciencia".
Es imposible evaluar la influencia revolucionaria de los obreros sobre el campesinado: tenía un carácter permanente, molecular, omnipresente, y por eso mismo, poco susceptible de ser calculado. La reciprocidad de la penetración se veía facilitada por el hecho de que un número considerable de empresas industriales estaban repartidas por el campo. Pero incluso los obreros de Petrogrado, la más europea de las ciudades, conservaban vínculos inmediatos con la aldea natal. El paro, que había aumentado durante los meses de verano, y los lockouts patronales arrojaban a la aldea a muchos miles de obreros: la mayoría de ellos se convertían en agitadores y dirigentes.
En mayo y junio, se crean en Petrogrado las organizaciones obreras regionales [zemliachestva] agrupando a los oriundos de tal provincia o incluso de los cantones. Columnas enteras de la prensa obrera son dedicadas a los anuncios de las reuniones de la zemliachestva, donde se leían los informes sobre las giras hechas por las aldeas, se daban instrucciones a los delegados y se buscaban los recursos financieros para la agitación. Poco antes de la insurrección, las zemliachestva se fusionaron en torno a un secretariado central especial, bajo la dirección de los bolcheviques. El movimiento de las zemliachestva se extendió pronto a Moscú, a Tver y probablemente a buen número de otras ciudades industriales.
Sin embargo, desde el punto de vista de la acción directa sobre la aldea, los soldados tenían una importancia todavía mayor. Sólo en las condiciones artificiales del frente, o del cuartel en la ciudad, los jóvenes campesinos, superando en cierta medida los efectos de su dispersión, podían afrontar los problemas de envergadura nacional. Sin embargo, también allí se hacía sentir la falta de autonomía política. Cayendo invariablemente bajo la dirección de intelectuales patriotas y conservadores y esforzándose por escaparse de ellos, los campesinos intentaban formar un bloque en el ejército, al margen de los otros grupos sociales. Las autoridades se mostraban desfavorables a semejantes tendencias, el ministro de la Guerra se oponía, los socialistas revolucionarios no acudían en su ayuda... y los soviets de diputados campesinos estaban muy débilmente implantados en el ejército. Incluso en las condiciones más favorables, el campesino es incapaz de transformar su cantidad aplastante en calidad política.
Unicamente en los grandes centros revolucionarios, bajo la acción directa de los obreros, los soviets de campesinos y soldados consiguieron desarrollar un trabajo considerable. Así, por ejemplo, el Soviet campesino de Petrogrado envió a las zonas rurales mil trescientos noventa y cinco agitadores provistos de mandatos especiales, entre abril de 1917 y el 1 de enero de 1918; otros, casi tan numerosos, fueron sin mandato. Los delegados recorrieron sesenta y cinco provincias (gobiernos). También en Cronstadt, los marineros y soldados, siguiendo el ejemplo de los obreros, constituyeron zemliachestva que entregaban credenciales a los delegados atestiguando su "derecho" a viajar gratis en ferrocarril y en barco. Los ferrocarriles de las sociedades privadas admitían esas credenciales sin chistar, pero en los del Estado se producían conflictos.
Los delegados oficiales de las organizaciones eran, sin embargo, simples gotas de agua en el océano del campesinado. Un trabajo infinitamente más importante era realizado por centenares de miles y millones de soldados que desertaban del frente y de las guarniciones de la retaguardia, conservando en sus oídos las sólidas consignas escuchadas a los oradores en los mítines. Los mudos del frente, cuando volvían a su casa, en la aldea, se convertían en oradores. Y no faltaban gentes ávidas de escucharles. "En el campesinado que rodea la zona de Moscú -cuenta Muralov, uno de los bolcheviques de la localidad- se producía un formidable movimiento hacia la izquierda... En los pueblos y en las aldeas hormigueaban los desertores y allí también penetraba el proletariado de la capital que no había roto todavía con la aldea." "El campo adormecido de la provincia de Kaluga -según cuenta el campesino Naumchenkov- fue despertado por los soldados que llegaban del frente por una razón u otra en los meses de junio y julio." El comisario de Nijni-Novgorod informaba que "todas las infracciones al derecho y a la ley son debidas a la aparición en los límites de la provincia de desertores, de soldados con permiso o de delegados de los comités de regimiento". El administrador principal de las propiedades de la princesa Bariatinskaya, del distrito Zolotonochski, se quejaba en agosto de los actos arbitrarios del comité agrario, presidido por Gatran, un marinero de Cronstadt. Según el informe del comisario del distrito de Bugulminski: "Los soldados y marineros venidos de permiso desarrollan la agitación con el fin de crear la anarquía y provocar pogromos." "En el distrito del Mglinsk, en el burgo de Belogoch, un marinero ha prohibido, con su propia autoridad, cortar y coger leña y traviesas del bosque." Si no eran los soldados los que empezaban la lucha, eran, sin embargo, ellos quienes la terminaban. En el distrito de Nijni-Novgorod los mujiks inquietaban al convento de monjas, segaban sus prados, destruían sus cercas, no dejaban tranquilas a las monjas. La abadesa no cedía, los milicianos reprimían a los mujiks. "Esto duró -escribe el campesino Arbekov- hasta la llegada de los soldados. Los hombres del frente tomaron en seguida el toro por los cuernos"; el convento fue evacuado. En la provincia de Mohilev, según el campesino Bobkov, "los soldados que regresaban del frente a sus hogares eran los principales cabecillas de los comités y los que dirigían la expulsión de los propietarios nobles".
Los del frente aportaban al conflicto esa grave resolución de quien está habituado a servirse del fusil y de la bayoneta contra sus semejantes, pero las mujeres de los soldados se contagiaban del espíritu combativo de sus maridos. "En septiembre -cuenta Beguichev, campesino de la provincia de Penza- se produjo un amplio movimiento de los mozos-soldados, que se pronunciaban en las asambleas en favor del saqueo." Se observaba el mismo fenómeno en otras provincias. Las "soldadas", incluso en las ciudades, desempeñaban un papel importante en la agitación.
Los casos en que se encontraron los soldados a la cabeza de las revueltas campesinas, según el cálculo de Vermenichev, fueron del uno por ciento en marzo, del ocho por ciento en abril, del trece por ciento en septiembre y del diecisiete por ciento en octubre. Un cálculo semejante no puede pretender ser exacto; pero indica sin errores la tendencia general. La dirección moderadora de los maestros de escuela, secretarios y funcionarios socialistas revolucionarios, era reemplazada por la dirección de los soldados, que no retrocedían ante nada.
Un escritor alemán, Parvus, buen marxista en su tiempo, que supo enriquecerse durante la guerra, pero a costa de perder sus principios y su perspicacia, comparaba los soldados rusos con los lansquenetes alemanes de la Edad Media, acostumbrados al saqueo y a la violencia. Para hablar así, era necesario no ver que los soldados rusos, a pesar de todos sus excesos, seguían siendo simplemente el órgano ejecutivo de la mayor revolución agraria de la historia.
Mientras el movimiento no rompía definitivamente con la legalidad, el envío de tropas al campo tenía un carácter simbólico. Para una represión efectiva sólo podía contarse con los cosacos. "Han sido enviados cuatrocientos cosacos al distrito Serdobski... Esta medida ha restablecido la tranquilidad. Los campesinos declaran que esperarán a la Asamblea constituyente." Así escribe el 11 de octubre el periódico liberal Ruskoie Slovo [La Palabra Rusa]. ¡Cuatrocientos cosacos en un argumento indudable en favor de la Asamblea constituyente! Pero no había suficientes cosacos y los que había vacilaban. Mientras tanto, el gobierno se veía forzado a tomar cada vez más a menudo "medidas decisivas". Durante los primeros meses, Vermenichev cuenta diecisiete casos de envío de fuerzas armadas contra los campesinos; en julio y en agosto, treinta y nueve casos; en septiembre y octubre, ciento cinco.
Reprimir el movimiento campesino por la fuerza armada era echar aceite al fuego. Los soldados, en la mayoría de los casos, pasaban al lado de los campesinos. Un comisario de distrito de la provincia de Podolsk informa de lo siguiente: "Las organizaciones militares, e incluso ciertos contingentes, resuelven las cuestiones sociales y económicas, fuerzan (?) a los campesinos a realizar incautaciones y a cortar leña, y a veces, en algunos lugares, ellos mismos participan en el saqueo... Las tropas locales se niegan a tomar parte en la represión contra estas violencias..." De este modo la insurrección de la aldea destruyó los últimos vestigios de la disciplina. Era imposible, en unas condiciones de guerra campesina a cuya cabeza estaban los obreros, que el ejército se dejara enviar contra la insurrección en las ciudades.
Los campesinos aprendían por primera vez de los obreros y de los soldados la verdad sobre los bolcheviques, no lo que les habían contado los socialistas revolucionarios. Las consignas de Lenin y su nombre penetran en la aldea. Las quejas cada vez más frecuentes contra los bolcheviques son, sin embargo, en muchos casos, puros inventos o exageraciones' de esa manera esperaban obtener con seguridad la ayuda de los propietarios nobles. "En el distrito Ostrovski reina una total anarquía debido a la propaganda del bolchevismo." De la provincia de Ufim: "El miembro del comité de cantón Vasiliev propaga el programa de los bolcheviques y declara abiertamente que los propietarios nobles serán colgados." Polonik, propietario de la provincia de Novgorod, al buscar "protección contra el pillaje" no olvida añadir: "Los comités ejecutivos están todos llenos de bolcheviques"; lo cual quiere decir: mala gente para los propietarios. "En agosto -escribe en sus Memorias Zumorin, campesino de la provincia de Simbirsk- los obreros recorrieron las aldeas agitando en favor del partido bolchevique y exponiendo su programa." El juez de instrucción del distrito de Sebeje ha abierto un proceso a Tatiana Mijailova, de veintiséis años, obrera textil llegada de Petrogrado, que en su aldea había llamado al "derrocamiento del gobierno provisional y había elogiado la táctica de Lenin". El campesino Kotov, de la provincia de Smolensk, testimonia que a finales de agosto la gente "comenzó a interesarse por Lenin, a prestar atención a la voz de Lenin"...Sin embargo, la inmensa mayoría de los elegidos por los zemstvos de cantón son socialistas revolucionarios.
El partido bolchevique se esfuerza por acercarse a los campesinos. El 10 de septiembre, Nevski reclama al comité de Petrogrado que se emprenda la publicación de un periódico campesino: "Hay que arreglar el asunto de tal forma que no pasemos por las pruebas que ha conocido la Comuna de París, cuando el campesinado no comprendió a la capital y París no comprendió al campesinado." El periódico Bednota [Periódico de los pobres] comenzó pronto a aparecer. Pero el trabajo directo del partido entre el campesinado siguió siendo, sin embargo, insignificante. La fuerza del partido bolchevique no estaba en sus medios técnicos, ni en el aparato, sino en una política justa. Al igual que las ráfagas de aire extienden las semillas, los torbellinos de la revolución diseminaban las ideas de Lenin.
"Hacia el mes de septiembre -escribe en sus Memorias Vorobiev, campesino de la provincia de Tver- defienden a los bolcheviques en las reuniones no sólo los soldados del frente, sino también los campesinos pobres, cada vez con más frecuencia y audacia..." Entre los pobres y algunos campesinos medios -como lo confirma Zumorin, campesino de la provincia de Simbirsk-, el nombre de Lenin estaba en todos los labios y sólo se hablaba de él." Un campesino de Novgorod, Grigoriev, cuenta que en un cantón un socialista revolucionario trató a los bolcheviques de "ladrones" y de "traidores". Los mujiks gritaron: "¡Abajo el polizonte, echémosle a pedradas! ¡Que no nos venga a contar embustes! ¿Dónde está la tierra? Basta ya. ¡Que nos traigan a un bolchevique!" Es posible además que este episodio -y hubo otros semejantes- corresponda al período posterior a octubre: en los recuerdos de los campesinos, los acontecimientos quedan gravados, pero el sentido de la cronología es flojo.
Un soldado, Chinenov, que había llevado a su casa, en la provincia de Orel, una maleta repleta de literatura bolchevique, fue mal acogido en su aldea natal: el oro alemán, pensaban. Pero en octubre, "la cédula del cantón tenía setecientos miembros, muchos fusiles y se movilizaba siempre en favor del poder bolchevique". El bolchevique Vrachev cuenta cómo los campesinos de la provincia exclusivamente agrícola de Voronej, "una vez libres de la asfixia socialista revolucionaria, comenzaron a interesarse por nuestro partido, gracias a lo cual tuvimos un buen número de células de aldea y de cantón abonadas a nuestros periódicos y recibimos a numerosos mujiks en el estrecho local de nuestro comité". En la provincia de Smolensk, según recuerdos de Ivanov, "los bolcheviques eran muy raros en las aldeas, había muy pocos en los distritos, no existían periódicos bolcheviques y muy raramente se repartían octavillas... Y, sin embargo, cuanto más se acercaba Octubre, más se volvía la aldea hacia los bolcheviques...".
"En aquellos distritos en los que hasta Octubre había una influencia bolchevique en los soviets -escribe el mismo Ivanov- no se desencadenaba, o sólo raras veces, el vandalismo contra las haciendas de los propietarios nobles." Las cosas, sin embargo, no se presentaban en todas partes de la misma forma. "Las reivindicaciones de los bolcheviques exigiendo la entrega de la tierra a los campesinos -relata, por ejemplo, Tadeus- eran adoptadas con rapidez particular por la masa de los campesinos del distrito de Mohilev, que saqueaban haciendas, incendiando algunas, apoderándose de los prados y los bosques." No hay en definitiva contradicción entre estos testimonios. La agitación general de los bolcheviques fomentaba indudablemente la guerra civil en el campo. Pero allí donde los bolcheviques conseguían arraigarse más sólidamente, se esforzaban, sin debilitar naturalmente el empuje del movimiento campesino, en ordenarlo y en limitar los estragos.
La cuestión agraria no se planteaba aisladamente. Sobre todo en el último período de la guerra, el campesino se sentía afectado tanto como vendedor que como comprador: su trigo se cotizaba según las tarifas fijadas por el Esta o, y los productos de la industria le resultaban cada vez más inabordables. El problema de las relaciones económicas entre el campo y la ciudad, que más tarde llegaría a ser -con el nombre de "tijeras"- el problema central de la economía soviética, se presenta ya con su aspecto amenazador. Los bolcheviques decían al campesino: los soviets deben tomar el poder, entregar la tierra, acabar la guerra, desmovilizar la industria, establecer el control obrero sobre la producción, regular las relaciones de precios entre productos industriales y productos agrícolas. Por somera que fuera esta respuesta, señalaba bien el camino. "La barrera entre nosotros y los campesinos -decía Trotsky el 10 de octubre en la Conferencia de los Comités de fábrica- la forman los sovietistas del género Avkséntiev. Es preciso atravesar la barrera. Hay que explicar en el campo que todos los esfuerzos del obrero para ayudar al campesino, suministrando a la aldea maquinaria agrícola, no darán resultado mientras no se establezca el control obrero sobre la producción organizada." En este sentido la conferencia publicó un manifiesto dirigido a los campesinos.
Los obreros de Petrogrado habían constituido en las fábricas en este tiempo comisiones especiales que recogían metales, recortes y residuos para entregarlos a un centro especial: El obrero al campesino. Estos desperdicios servían para la fabricación de sencillos instrumentos agrícolas y de piezas de recambio. Era la primera intervención obrera, según un plan en la marcha de la producción, todavía poco considerable por su volumen, en la que predominaban los propósitos de agitación sobre los objetivos económicos, pero anticipaba, sin embargo, la perspectiva de un futuro cercano. Espantado por la intrusión de los bolcheviques en la esfera sagrada de la aldea, el Comité ejecutivo campesino intentó captar la nueva iniciativa. Pero rivalizar con los bolcheviques en la ciudad estaba por encima de las fuerzas fatigadas de los conciliadores, que incluso en el campo estaban ya perdiendo pie.
El eco de la agitación de los bolcheviques "despertó de tal modo a los campesinos pobres -escribía Vorobiev, campesino de la provincia de Tver- que se puede afirmar categóricamente: si Octubre no se hubiera producido en octubre, habría tenido lugar en noviembre". Esta característica sumamente brillante de la fuerza política del bolchevismo no está en contradicción alguna con su debilidad organizativa. Es únicamente a través de desproporciones tan fuertes que la revolución puede abrirse camino. Precisamente por eso, dicho sea de paso, su movimiento no puede ceñirse al marco de la democracia formal. Para poder llevar a cabo, en octubre o en noviembre, la revolución agraria, el campesinado sólo podía utilizar el ropaje cada vez más usado del partido socialista revolucionario. Sus elementos de izquierda se agrupan apresuradamente y en desorden bajo la presión de la insurrección campesina, siguen los pasos de los bolcheviques y rivalizan con ellos. En los meses que van a seguir, el desplazamiento político del campesinado se producirá principalmente bajo la bandera remendada de los socialistas revolucionarios d e izquierda: este partido efímero se convierte en un reflejo, una forma inestable de bolchevismo rural, un puente provisional entre la guerra campesina y la insurrección proletaria.
La revolución agraria necesitaba sus propios órganos locales. ¿Qué carácter tenían? En las aldeas existían de diferentes tipos: las organizaciones del Estado como los comités ejecutivos de cantón, los comités agrarios y los de aprovisionamiento; organizaciones sociales como los soviets; organizaciones puramente políticas como los partidos; por último, órganos de administración autónoma, representados por los zemstvos de cantón. Los soviets campesinos sólo se habían desarrollado en los límites administrativos de las provincias y parcialmente en los distritos; eran pocos los soviets de cantón. Los zemstvos de cantón eran difícilmente asimilados. En cambio, los comités agrarios y los comités ejecutivos, que habían sido concebidos como órganos del Estado, se transformaban, por extraño que pueda parecer, a primera vista, en los órganos de la revolución campesina.
El comité agrario principal, compuesto de funcionarios, propietarios, profesores, agrónomos diplomados, políticos socialistas revolucionarios, a los que se mezclaban campesinos vacilantes, era en definitiva un freno central para la revolución agraria. Los comités provinciales no cesaban de aplicar la política gubernamental. Los comités de distrito oscilaban entre los campesinos y las autoridades. Pero, en cambio, los comités de cantón, elegidos por los campesinos y trabajando allí, a la vista de la aldea, se convertían en los instrumentos del movimiento agrario. Las cosas no cambiaban nada por el hecho de que los miembros de los comités de ordinario socialistas revolucionarios: se alineaban sobre la isba del mujik, pero no se situaban al lado de la mansión del noble. Los campesinos apreciaban especialmente el carácter estatal de sus comités agrarios viendo en ellos una especie de certificado para la guerra civil.
"Los campesinos dicen que fuera del comité de cantón no reconocen a nadie -declara ya en el mes de mayo uno de los jefes de la milicia del distrito de Saransk-; pero todos los comités de distrito y de ciudad trabajan para servir a los propietarios de tierras." Según el comisario de Nijni-Novgorod, "las tentativas hechas por algunos comités de cantón para luchar contra los procedimientos arbitrarios de los campesinos, en la práctica terminaban casi siempre en fracaso, y ocasionaban la destitución de todo el equipo..." "Los comités estaban siempre -según Denisov, campesino de la provincia de Pskov- al lado del movimiento campesino, contra los propietarios, ya que sus elegidos representaban la parte más revolucionaria del campesinado y de los soldados del frente."
En los comités de distrito y sobre todo en los de capital de provincia, era la intelligentsia de los funcionarios quien los dirigía, esforzándose por mantener relaciones pacíficas con los propietarios nobles. "Los campesinos se dieron cuenta -escribe Yurkov, campesino de la provincia de Moscú- que era la misma pelliza, pero vuelta al revés, el mismo poder, pero con otro nombre." "Se observa una tendencia -escribe el comisario de Kursk-... a realizar nuevas elecciones para los comités de distrito que aplican con intransigencia las decisiones del gobierno provisional." Sin embargo, al campesino le era sumamente difícil conseguir el comité de distrito: la ligazón política de las aldeas y de los cantones era realizada por los socialistas revolucionarios, de tal forma que los campesinos estaban obligados a actuar por intermedio del partido, cuya principal misión era la de dar vuelta a la vieja pelliza.
La frialdad del campesinado, sorprendente a primera vista, ante los soviets de marzo, tenía en realidad causas profundas. Un soviet no representa una organización específica como un comité agrario, sino una organización universal de la revolución. Pero en la esfera de la política general, el campesino no podía dar un paso sin dirección. Todo el problema radicaba en saber de dónde vendría esa dirección. Los soviets campesinos de provincia y de distrito se constituían a iniciativa y, en una medida considerable, con los recursos de la cooperación, no como órganos de la revolución campesina, sino como instrumentos de una tutela conservadora sobre el campesinado. La aldea soportó a los soviets de los socialistas revolucionarios de derecha como un escudo contra el poder. Pero en su casa, prefería los comités agrarios.
Para impedir que la aldea se encerrase en el círculo "de los intereses puramente rurales", el gobierno aceleraba la creación de zemstvos democráticos. Esto debía forzar al mujik a ponerse en guardia. Con frecuencia tuvo que obligar a que se celebrasen elecciones. "Ha habido casos de ilegalidad -informa el comisario de Penza- y como consecuencia de esto las elecciones han sido anuladas." En la provincia de Minsk, los campesinos detuvieron al presidente de la comisión electoral del cantón, el príncipe Drutski-Kiubetski, acusándole de haber adulterado las listas: los mujiks tenían dificultad para entenderse con el príncipe sobre la solución democrática de una querella secular. El comisario de distrito, Bugulminski, informa: "Las elecciones a los zemstvos de cantón en el distrito no han sido totalmente regulares... La composición de los elegidos es exclusivamente campesina, se nota el alejamiento de los intelectuales de la región y sobre todo de los propietarios de tierras." En ese sentido los zemstvos apenas se distinguían de los comités. "Respecto a los intelectuales y en particular los propietarios de tierras -escribe lamentándose el comisario de la provincia de Misk-, la actitud de la masa campesina es negativa." En un periódico de Mohilev, fechado el 23 de septiembre, podemos leer: "El trabajo de los intelectuales en el campo implica riesgos si no se promete categóricamente ayudar a la entrega inmediata de toda la tierra a los campesinos." Allí donde un acuerdo, e incluso un compromiso, entre las principales clases es imposible, se está hundiendo el terreno para las instituciones democráticas. Los zemstvos de cantón, nacidos ya muertos, presagiaban sin lugar a dudas el desmoronamiento de la Asamblea constituyente.
"El campesinado de la región -declaraba el comisario de Nijni-Novgorod- tiene la convicción de que todas las leyes civiles han perdido su fuerza y de que todas las relaciones jurídicas deben ser reguladas desde ahora por las organizaciones campesinas." Disponiendo de la milicia local, los comités de cantón promulgaban las leyes locales, establecían los precios de arrendamiento, regulaban los salarios, ponían administradores en las propiedades, se hacían cargo de la tierra, de los prados, de los bosques, del-material, confiscaban las armas de los propietarios, procedían a registros y detenciones. La voz de los siglos y la nueva experiencia de la revolución decían también al mujik que el problema de la tierra era un problema de fuerza. Para una revolución agraria, era necesario tener los órganos de una dictadura campesina. El mujik no conocía todavía esta palabra de origen latino. Pero el mujik sabía lo que quería. La "anarquía" de que se quejaban los propietarios, los comisarios liberales y los políticos conciliadores, era en realidad la primera etapa de una dictadura revolucionaria en los cantones.
Desde los acontecimientos de 1905-1906, Lenin había insistido en la necesidad de crear órganos específicos; puramente campesinos, para la revolución agraria: "los comités revolucionarios campesinos -afirmaba en el Congreso del partido en Estocolmo- señalan el único camino por el que puede avanzar el movimiento campesino". El mujik no leía a Lenin. Pero, en cambio, Lenin leía bien el pensamiento del mujik.
Sólo hacia el otoño la aldea cambia de actitud respecto a los soviets, cuando éstos modificaban a su vez su orientación política. Los soviets bolcheviques y socialistas revolucionarios de izquierda en las capitales de distrito o de provincia no frenan ya a los campesinos, sino que, al contrario, los empujan hacia adelante. Si durante los primeros meses la aldea había buscado en los soviets de los conciliadores un camuflaje legal para entrar luego en conflicto abierto con ellos, ahora empezaba a encontrar por primera vez en los soviets revolucionarios una verdadera dirección. Los campesinos de la provincia de Saratov escribían en septiembre: "El poder debe pasar en toda Rusia a manos... de los soviets de diputados obreros, campesinos y soldados. Esto será más seguro." Es sólo en otoño cuando el campesinado empieza a ligar su programa agrario con la consigna de poder a los soviets. Pero entonces no sabe todavía quién dirigirá estos soviets y de qué forma.
Las revueltas agrarias tenían gran tradición en Rusia, un programa simple, pero claro, y héroes y mártires en diversos lugares. La experiencia grandiosa de 1905 no pasó sin dejar huellas en la aldea. A esto hay que añadir el pensamiento de las sectas religiosas que unían a millones de campesinos. "He conocido -escribe un autor bien informado- a muchos campesinos que acogieron la revolución de Octubre como la realización absoluta de sus esperanzas religiosas." De todos los levantamientos campesinos conocidos en la historia, el movimiento campesino ruso fue sin duda el más secundado por las ideas políticas. Si a pesar de todo fue incapaz de dotarse de una dirección autónoma y de tomar en sus manos el poder, esto se debía a la naturaleza orgánica de una economía aislada, mezquina y rutinaria: esa economía chupaba al mujik toda su savia y no le resarcía dándole la capacidad para llegar a sacar las conclusiones necesarias.
La libertad política del campesinado significa en la práctica la libertad de escoger entre los diversos partidos de las ciudades. Pero esta elección no se ejerce a priori. Sublevándose, el Campesinado empuja a los bolcheviques al poder. Pero sólo después de haber conquistado el poder los bolcheviques podrán ganar al campesinado, transformando la revolución agraria en una ley del Estado obrero.
Un grupo de eruditos, bajo la dirección de Yakovlev, ha establecido una clasificación muy interesante de los documentos que caracterizan la evolución del movimiento agrario de Febrero a Octubre. Adoptando como base la cifra de 100 para señalar el número mensual de manifestaciones inorganizadas, estos eruditos han calculado que el número de conflictos "organizados" se eleva en abril a 33, en junio a 86 y en julio a 120. Este fue el momento de apogeo de las organizaciones socialistas revolucionarias en el campo. En agosto, de 100 conflictos no organizados, hay más de 62 organizados, y en octubre sólo 14. De estas cifras, enormemente instructivas, aunque muy convencionales, Yakovlev saca, sin embargo, una conclusión totalmente inesperada: si antes del mes de agosto el movimiento era cada vez más organizado, adquiere en otoño cada vez más el carácter de una "fuerza elemental". Otro investigador, Vermenichev, llega a la misma formulación: "la reducción del porcentaje del movimiento organizado en el período de la ola ascendente de vísperas de Octubre refleja el carácter elemental del movimiento durante esos meses". Si se opone lo elemental a lo consciente, como la ceguera a la vista -y ésa es la única antítesis científica-, habrá que concluir que el nivel de conciencia del movimiento campesino se eleva hasta agosto, pero luego empieza a decaer hasta desaparecer completamente en el momento de la insurrección de Octubre. Eso es lo que nuestros eruditos, evidentemente, no querían decir. Si reflexionamos un poco sobre la cuestión, no es difícil comprender que, por ejemplo, las elecciones rurales a la Asamblea constituyente, pese a su apariencia "organizada", tenían un carácter infinitamente más "elemental" -es decir, no razonado, gregario, ciego- que la lucha "no organizada" de los campesinos contra los propietarios nobles, en la que cada uno de los campesinos sabía claramente lo que quería.
Con el giro del otoño, el campesinado no rompía con su opinión consciente para arrojarse a las fuerzas elementales, sino con la dirección de los conciliadores para llegar así a la guerra civil. La decadencia organizativa tuvo en definitiva un carácter superficial: las organizaciones de los conciliadores caían; pero lo que dejaban tras ellas ayudaba a la marcha por un nuevo camino que se efectuaba bajo la dirección inmediata de los elementos más revolucionarios: soldados, marineros, obreros. Cuando iban a realizar acciones decisivas, los campesinos convocaban frecuentemente una asamblea general e incluso se preocupaban por hacer firmar la decisión tomada por todos los habitantes de la aldea. "En el período otoñal del movimiento campesino, que llegaba a ser devastador -escribe Chestakov, tercer erudito-, lo más frecuente era la aparición en la escena de la vieja asamblea comunal [sjod] de los campesinos. Es por medio del sjod como los campesinos se reparten los bienes requisados, a través del sjod entablan negociaciones con los propietarios y administradores de las haciendas, con los comisarios de distrito y con diferentes pacificadores..."
¿Por qué desaparecen de la escena los comités de cantón, que condujeron directamente a los campesinos a la guerra civil? A este respecto no tenemos indicaciones precisas en los documentos. Pero la explicación es obvia. La revolución desgasta con gran rapidez sus organismos y sus armas. Ya el hecho de que los comités agrarios dirigieran mediante medidas semipacíficas les hacía poco aptos para pasar directamente al ataque. Esta razón general se completaba con razones particulares, pero que no dejaban de tener peso. Emprendiendo una vía de guerra abierta contra los propietarios, los campesinos sabían demasiado bien lo que les amenazaba en caso de derrota. Más de un comité agrario, ya en tiempos de Kerenski, había ido a parar a la cárcel. Descentralizar las responsabilidades pasaba a ser una exigencia absoluta de la táctica. Para esto la forma más utilizable era el mir [comuna rural]. En el mismo sentido actuaba sin duda la desconfianza habitual entre los campesinos: cuando se trataba de apoderarse y repartirse los bienes de los propietarios, cada uno quería participar personalmente en la operación, no confiando sus derechos a nadie. De esa forma la agravación creciente de la lucha llevaba a la eliminación temporal de los órganos representativos de la primitiva democracia campesina en beneficio del sjod y de las resoluciones del mir.
Quizá parezcan sorprendentes aberraciones tan grandes en la definición del carácter del movimiento campesino, especialmente si provienen de la pluma de eruditos bolcheviques. Pero no hay que olvidar que se trata de bolcheviques de nueva formación. La burocratización del pensamiento conduce inevitablemente a una sobreestimación de las formas organizativas impuestas desde arriba al campesinado y a una subestimación de las formas que adoptaba por sí solo el campesinado. El funcionario instruido, a la zaga del profesor liberal, considera los procesos sociales desde el punto de vista administrativo. En calidad de comisario del pueblo de la Agricultura, Yakovlev manifestó más tarde la misma actitud superficial del burócrata respecto al campesinado, pero ya en un terreno infinitamente mucho más importante y lleno de responsabilidades, precisamente en la aplicación de "la colectivización generalizada". ¡Lo superficial en la teoría se paga terriblemente cuando se trata de una práctica de gran envergadura!
Pero aún faltan trece largos años para llegar a los errores de la colectivización generalizada. Por el momento sólo se trata de la expropiación de las tierras de los propietarios. Hay ciento treinta y cuatro mil propietarios que tiemblan todavía ante sus ochenta millones de deciatinas. Los más amenazados son los de arriba, los treinta mil amos de la antigua Rusia, que poseen setenta millones de deciatinas, más de dos mil deciatinas de promedio por cabeza. Un miembro de la nobleza, Boborikin, escribe al chambelán Rodzianko: "Soy propietario y no me entra en la cabeza que me puedan privar de mi tierra, sobre todo con el propósito más inverosímil: para hacer una experiencia de las doctrinas socialistas." Pero la revolución tiene justamente como tarea el realizar lo que no entra en la cabeza de los dirigentes.
Los propietarios más perspicaces no pueden, sin embargo, ignorar que no podrán conservar sus propiedades. Ya no se esfuerzan en conservarlas: cuanto antes se desembaracen de la tierra, tanto mejor. La Asamblea constituyente aparece ante ellos como un gran Tribunal de Cuentas, en el que el Estado les indemnizará no sólo por la tierra, sino también por sus tribulaciones.
Los campesinos propietarios adherían a este programa desde la izquierda. Querían acabar con la nobleza parasitaria, pero temían poner en cuestión la concepción de la propiedad territorial. El Estado es bastante rico -declaraban en su congreso- para pagar a los propietarios unos doce mil millones de rublos. En calidad de "campesinos" esperaban beneficiarse, en condiciones ventajosas, de la tierra de los propietarios nobles que habría sido pagada a expensas del pueblo.
Los propietarios comprendían que la importancia de las indemnizaciones tenían un valor político que sería determinado por la correlación de fuerzas en el momento de ajustar las cuentas. Hasta finales de agosto subsistía la esperanza de que una Asamblea constituyente convocada a lo Kornílov hacía pasar la línea de la reforma agraria entre Rodzianko y Miliukov. La caída de Kornílov significaba que las clases poseedoras habían perdido la partida.
De septiembre a octubre, los propietarios aguardaban el desenlace como un enfermo incurable espera la muerte. El otoño es la época de la política de los mujiks. La cosecha está terminada, las ilusiones se disipan, la paciencia se pierde. ¡Es preciso acabar! El movimiento, desbordador, se extiende a todas las regiones, borra las particularidades locales, arrastra a todas las capas de la aldea, barre todas las reticencias ante la legalidad y la prudencia, se hace ofensivo, exasperado, feroz, rabioso, utiliza como armas el hierro y el fuego, el revólver y la granada, derriba e incendia las casas solariegas, expulsa a los propietarios, limpia la tierra y aquí y allá la riega a veces de sangre.
Parecen los nidos de señores cantados por Puchkin, Turgueniev y Tolstoy. La vieja Rusia se volatiliza con el humo. La prensa liberal recoge los lamentos y gemidos por la destrucción de los jardines a la inglesa, los cuadros bosquejados en la época de servidumbre, las bibliotecas patrimoniales, los Partenones de Tambov, los caballos de carreras, los vicios grabados, los toros de raza. Los historiadores burgueses intentan achacar a los bolcheviques la responsabilidad del "vandalismo" de los campesinos en su venganza contra la "cultura de los nobles". En realidad, el mujik ruso acababa una obra emprendida muchos siglos antes de la aparición de los bolcheviques en el mundo. Cumplía su tarea histórica progresiva con los únicos medios que estaban a su disposición: con la barbarie revolucionaria extirpaba la barbarie medieval. Además, ni él mismo, ni sus abuelos, ni sus antepasados habían conocido nunca la clemencia o la indulgencia.
Cuando los feudales eliminaron la Jacquerie, cuatro siglos y medio antes de la liberación de los campesinos franceses, un viejo monje escribía en su crónica: "Han hecho tanto daño al país que no era necesaria la llegada de los ingleses para la devastación del reino; los ingleses no hubieran podido hacer lo que han hecho los nobles de Francia." Tan sólo la burguesía, en mayo de 1791, superó en atrocidad a la nobleza francesa. Los campesinos rusos, gracias a la dirección de los obreros, y los obreros rusos, gracias a la ayuda de los campesinos, escaparon a esta doble lección de los defensores de la cultura de la humanidad.
Las relaciones recíprocas entre las clases esenciales de Rusia se vieron reproducidas en el campo. Al igual que los obreros y soldados habían luchado contra la monarquía, pese a los planes de la burguesía, los campesinos pobres fueron los más decididos en sublevarse contra los propietarios, haciendo caso omiso de las advertencias del kulak. Y así como los conciliadores creían que la revolución sólo descansaría firmemente sobre sus pies a partir del momento en que Miliukov la reconociese, el campesino de condición media, mirando a la izquierda y a la derecha, se imaginaba que la firma del kulak legalizaría las expropiaciones. De la misma manera que la burguesía hostil a la revolución no dudó en atribuirse el poder, los kulaks que se habían opuesto a las devastaciones no renunciaron a sacar provecho de ellas. El poder no quedaría mucho tiempo en manos de la burguesía, ni los bienes de los propietarios en manos del kulak: en ambos casos, por causas análogas.
La fuerza de la revolución democrática agraria, de esencia burguesa, se expresó en el hecho de que sobrepasó durante cierto tiempo los antagonismos de clase en la aldea: el obrero agrícola saqueaba al propietario ayudando con ello al kulak. Los siglos XVII, XVIII y XIX de la historia rusa se subían sobre los hombros del XX y le hacían tocar tierra. La debilidad de la atrasada revolución burguesa no empujó a los revolucionarios burgueses hacia adelante, sino que, al contrario, los arrojó definitivamente al campo de la reacción: ¡Tsereteli, presidiario todavía la víspera, protegía las tierras de los propietarios nobles contra la anarquía! Rechazada por la burguesía, la revolución campesina se une al proletariado industrial. Y con ello el siglo XX no sólo se liberaba de los siglos anteriores, sino que sobre sus hombros se elevaba a un nuevo nivel histórico. Para que el campesino pudiese limpiar la tierra y levantar las barreras, el obrero debía ponerse a la cabeza del Estado: esa es la fórmula más simple de la revolución de Octubre.


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