viernes, 3 de septiembre de 2021

Islam político y globalización imperialista

 

Tal día como hoy de 1931 nacía en El Cairo uno de los intelectuales marxistas más brillantes de la izquierda contemporánea: Samir Amin. Lo recordamos con este texto sobre la asociación entre liberalismo económico y autocracia en el Islam político.

Islam político y globalización imperialista

 


Samir Amin

El Vejo Topo

03.09.2021

 

La asociación entre liberalismo económico y autocracia política conviene a la perfección a la clase dominante encargada de la gestión de las sociedades de la periferia capitalista. No será nada extraño que EEUU se aproveche de los servicios que le presta el islam político para su proyecto de hegemonía mundial: el islam político no está de ninguna forma en oposición al imperialismo, todo lo contrario, es su perfecto servidor

EL drama argelino muestra la naturaleza y las funciones que cumplen en el conjunto del mundo musulmán contemporáneo los movimientos políticos que se reclaman islamistas. Frente a su habitual calificación como «fundamentalistas», prefiero utilizar la que es de uso en el mundo árabe: «el islam político». Porque no se trata de movimientos de reflexión religiosa -los cuales, si bien numerosos son de hecho poco variados- sino más vulgarmente de organizaciones políticas cuyo objetivo fijo es la toma del poder de Estado, ni más ni menos, y que a estos efectos hacen un uso oportunista de la bandera del islam.

El islam político no se interesa por la religión a la que invoca, ni propone en este aspecto reflexión alguna, ni teológica ni de naturaleza social. En este sentido, no se trata de una «teología de la liberación», homóloga musulmana de la que existe en los países de América Latina, por ejemplo. Lo que retiene del islam es tan sólo el conjunto de las costumbres -especialmente rituales, de los que exige un respeto absoluto- de los musulmanes de nuestra época. Simultáneamente, el islam político exige el retorno de la sociedad al conjunto de las reglas del derecho público y privado tal y como eran puestas en práctica hace dos siglos -en el Imperio Otomano, en Marruecos, en Irán y en Asia Central- por los poderes de la época. Que en su discurso el islam político crea (aparenta creerlo) que las reglas sean las del «islam verdadero» (el de la época del Profeta) no tiene demasiada importancia. Ciertamente el islam permite una interpretación semejante, como medio de legitimación del ejercicio del poder. Así se hizo en el pasado, desde los orígenes a los tiempos modernos. Pero en este sentido el islam no es original.

El cristianismo ha sido el medio de legitimación del conjunto de las pirámides de poder político y social en la Europa pre-moderna, por ejemplo. Toda persona dotada de un mínimo de sentido de observación y de capacidad crítica no puede ignorar que tras el discurso de legitimación se perfilan sistemas sociales reales que tienen una historia. El islam político contemporáneo no se interesa por esto y no propone ningún análisis –a fortiori ninguna crítica- de estos sistemas. En este sentido el islam contemporáneo no es más que una ideología arcaizante que propone a los pueblos a los que se dirige una simple vuelta al pasado, y más precisamente al pasado reciente, a las épocas que precedieron inmediatamente a la sumisión del mundo musulmán frente a la expansión del capitalismo y del imperialismo occidental.
Que las religiones -ya se trate del islam, del cristianismo u otras- permitan este tipo de interpretación no excluye que hayan sido inspiradas por otra, reformista o revolucionaria. Aquí no puedo salvo remitir al lector a lo que ya escribí a propósito de esto[1].

El retorno a este pasado probablemente no es poco deseable (y en realidad no es deseado por los pueblos en nombre de los cuales el islam político pretende hablar); simplemente es imposible. Y es por esto por lo que los movimientos que constituyen la nebulosa de este islam político se niegan a definir en programa alguno, como es usual en la vida política, las respuestas a las cuestiones concretas de la vida social o económica. Se contentan con repetir el eslogan vacío: «el islam es la solución». Y cuando, puesto entre la espada y la pared se ven constreñidos a optar por una respuesta, nunca fallan al decantarse a favor de la que mejor le convenga al funcionamiento de la economía capitalista liberal tal y como es. Por ejemplo, decantándose por la libertad absoluta del propietario frente al campesino granjero (como se vio en el parlamento egipcio). En su desafortunado intento de producir una «economía política islámica», los autores de manuales en cuestión (financiados por Arabia Saudí) no han hecho más que colgar los colores de la religión a las propuestas de la vulgata liberal americana más banal[2].

Si el islam político no es otra cosa que una versión del neoliberalismo económico, elogioso en extremo de las virtudes del «mercado» -desregulado, bien entendido- es, sobre el plano político la expresión de un rechazo absoluto de toda forma de democracia. En su interpretación del islam, la ley religiosa (la charia) una vez encontradas las respuestas principales para todas las cuestiones que podrían ser formuladas, estima que la humanidad no tiene leyes nuevas para inventar (esto define a la democracia); no le queda más que interpretar una ley ya formulada por el poder divino. Se entiende entonces que este discurso ideológico desconoce la realidad, es decir, que en la historia vivida por las sociedades musulmanas, ha habido que inventarlas. Pero se ha hecho sin decirlo; y esto venía a restringir este poder a la clase dirigente, atribuyéndose para sí sola la capacidad de «interpretar». Arabia Saudí da el ejemplo extremo de esta autocracia: sin Constitución (el Corán ocupa su lugar, dicen). De hecho, como todo el mundo sabe, el poder absoluto es de la monarquía y de los jefes de tribus. El Irán revolucionario mismo no ha concebido otro sistema político que el de la dictadura de partido único en el cual los hombres de religión han monopolizado la dirección directamente.

La comparación que a veces se hace -a la cual parece que habría que creerla para justificar las conclusiones- entre los «partidos islamistas» y los partidos cristianos demócratas de Europa (si la Democracia Cristiana ha gobernado Italia durante medio siglo, ¿porqué un partido islamista no estaría autorizado a gobernar Egipto o Argelia?) no tiene base entonces. Un gobierno islamista abole inmediata y definitivamente toda forma de legalidad de la oposición.

Liberalismo económico y autocracia política

La asociación entre liberalismo económico y autocracia política conviene a la perfección a la clase dominante encargada de la gestión de las sociedades de la periferia capitalista contemporánea. Los partidos islamistas son todos instrumentos de esta clase. No se trata únicamente de los Hermanos Musulmanes y de otras organizaciones de las llamadas «moderadas» cuyos lazos estrechos con la clase burguesa son conocidas de todos. También se trata de las pequeñas organizaciones clandestinas que practican el «terrorismo». Estás están perfectamente instrumentalizadas por el islam político dirigente y el reparto de las tareas está claro entre los unos -encargados del uso de la violencia- y los otros -encargados de infiltrar las instituciones del Estado (en particular la educación, la justicia y los media, la policía y el ejército si es posible). El objetivo es único: tomar el poder. Ello no quita, que en la futura victoria la dirección «moderada» se encargue de poner término a los excesos de sus «radicales». Como se ha visto ya en Irán, donde el Estado islámico ha constituido sus milicias terroristas de «pasdaran» (reclutados en el lumpen) después de haber masacrado a los radicales (en este caso fedayines y muyaidines que habían creído poder asociar la movilización islámica y las transformaciones revolucionarias populistas inspiradas en una lectura del marxismo-leninismo) sin los cuales el triunfo de la «revolución islámica» hubiera sido imposible.

Los poderes locales con los que tropiezan los movimientos del islam político son igualmente los de la burguesía mercantil de la región, abnegándose todos ellos a los dictados del liberalismo mundializado. Por lo demás no son mucho más democráticos en sus prácticas, incluidas las que se dan el lujo de elecciones parlamentarias «pluripartidistas»; y a menudo toman el pretexto del terrorismo islámico para legitimar su rechazo de la democracia (este es el caso de Argelia).

Se trata, entonces, únicamente de un conflicto alrededor de la clase dirigente. Es una lucha para el poder y nada más, en la que se enfrentan distintos lideres y sus seguidores. Según las circunstancias, las formas de este conflicto pueden variar desde la extrema violencia (el caso de Argelia) hasta el «diálogo» (el caso del poder egipcio en sus relaciones con los Hermanos musulmanes). Los unos y los otros utilizan en muchos casos la misma demagogia «islamista», creyendo de esta manera captar para su beneficio el desarrollo de la población. Un desarrollo semejante al de numerosos pueblos en el mundo, después de que se desmoronaran las esperanzas depositadas en las potencias del populismo nacionalista de la época anterior (Nasser, Boumedian, el Baas [en Siria e Iraq]), y después de que los sustitutos del mercado hubieran revelado la amplitud de las destrucciones sociales de las que son responsables. Un desarrollo que es con mucho el producto de la timidez extrema de la crítica de izquierda frente al populismo en cuestión, habiendo optado las organizaciones que se reclamaban socialistas, comunistas o marxistas, por su apoyo casi incondicional. La burguesía en el poder no es «laica» para nada. Ella pretende ser no sólo tan «islámica» como sus adversarios sino que también aplica las leyes islámicas (en especial en la esfera del derecho familiar) -y eso es la pura verdad. El conflicto puede tener, entonces, una solución de compromiso que podría acentuar todavía más las opciones neoliberales y antidemocráticas.

El poder mundial dominante -EEUU asegurando su liderazgo-, no ve ningún inconveniente en tener en el poder al islam político. Este hecho habla bastante de la hipocresía de sus discursos a favor de la «democracia» y de que «mercado» y «democracia» lejos de ser nociones convergentes, según lo proclama el pensamiento único, de hecho están en conflicto entre sí. El apoyo al «islam político» pudo tomar su forma más extrema en el entrenamiento de sus agentes, en el suministro de armas y de medios de financiación como en el caso de Afganistán. Evidentemente, el pretexto fue el de combatir al «comunismo» (de hecho un régimen de populismo radical) pero el comportamiento insoportable de los islamistas en cuestión (los que cerraban escuelas abiertas para chicas por los terribles «comunistas») no dejó lugar a dudas ni en las cancillerías de Oeste ni entre sus feministas. Y los dichos «afganos» -o sea los esbirros entrenados por la CIA, «voluntarios» musulmanes argelinos y demás tienen hoy en día el papel decisivo en las operaciones militar-terroristas efectuadas acá y allá. Ese apoyo puede también tomar la forma de estatuto de «refugiados políticos» otorgado de una manera demasiado fácil por EEUU, Gran Bretaña y Alemania, lo que permite a dichos movimientos dirigir sus operaciones desde el exterior sin riesgo y con eficiencia.

El acompañamiento ideológico de esta auténtica alianza entre potencias occidentales y el islam político está legitimada por los media que se manejan por la distinción «moderados-radicales» (que no son nada más que una realidad ilusoria) o por los que alaban la «especificidad cultural» (tan estimada por los norteamericanos, ya se sabe) que tiene que ser respetada. Esas formas de «respeto de las comunidades» son muy útiles para la gestión del capitalismo liberal mundializado porque no implican ninguna confrontación respecto a problemas reales (las «comunidades» en cuestión participan del juego del liberalismo económico), transfiriendo el debate -cuando tiene lugar- a la esfera del imaginario cultural.

Por tanto, el islam político no está de ninguna forma en oposición al imperialismo, todo lo contrario, es su perfecto servidor. No obstante, eso no impide a nadie hacer creer que es un enemigo, que participa en la «guerra de civilizaciones», como nos quieren hacer pensar Samuel Huntington y los servicios de la CIA para los que él trabaja. Una guerra que se está desencadenando sólo en el imaginario a nivel mundial, y cuyas únicas víctimas son las poblaciones que los culturalismos en cuestión (como el islam político) sitúan bajo su golpe. Una guerra ideológica que además proporciona un pretexto creíble para una intervención (de EEUU y de sus aliados) si es necesario.

No será nada extraño que EEUU se aproveche de los servicios que les presta el islam político para su proyecto de hegemonía mundial. Ningún movimiento del islam político está clasificado por Washington como un «enemigo». No hay más que dos excepciones -Hamás en Palestina y Hizbollah en Líbano- porque la geografía política hace de ellos los enemigos de Israel que evidentemente está antes que nada en la lista de preferencias americanas. Sólo esas dos organizaciones son calificadas como «terroristas», aunque son las únicas que luchan contra una ocupación extranjera. Las demás -aunque utilicen la violencia extrema contra sus compatriotas- no están definidas como tales. Dos pesos, dos medidas, el doble lenguaje de la hipocresía, ¿se puede esperar otra cosa de los imperialistas?

11 de octubre de 2001

Traducción del francés de Natasha Litvina para CSCAweb.

Notas:

[1] Samir Amin, «Judaisme, christianisme, islam: rêflexions sur leur spécifités rèelles ou  prétendues»,  Social Compass, núm. 46-4, 1999.

[2] Samir Amín, La déconexion, chapitre 7: «Y a-t-il une economie politique du fondamentalisme islamique», La Decouverte, 1986.

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Endesa troceada: un expolio de lo público o la historia de un despropósito. [Pero benditos y queridos míos, si yo no deseo que a nadie se le quite nada (¡Hostias, Pedrín, que me acaban de quitar ENDESA! Pero si yo la dejé ayer a ENDESA aquí y ya no está. ¡A mí la Legión!, que me acaban de dar un encontronazo-robo y se me han llevado ENDESA). Si yo lo que quiero es que los ladrones que dominan ENDESA y la comparsita de compaña vayan a la cárcel y me devuelvan lo que es mío. Por el amor de Dios, ¡cómo voy yo a querer que se le expropie al ladrón lo que es mío! Que lo devuelva y punto pelota, que ya se encargará el cabo Jefe de Puesto del Cuartelillo de la Guardia Civil de ajustarles las cuentas. Y, aquí paz y allá gloria, oyes. ]

 

Endesa troceada: un expolio de lo público o la historia de un despropósito

·      La liberalización del sector está siendo una enorme estafa para los más débiles y un enorme despropósito empresarial y sectorial.

·      La opa de Enel sobre la entonces primera eléctrica española fue una de las operaciones más caras de la historia económica europea.

·      La Endesa estatal contribuyó con sus beneficios al saneamiento financiero de otros sectores industriales



Sede de Endesa en Madrid.

Economistas Sin Fronteras

Rodolfo Rieznik —26 de octubre de 2014 20:24h

@EconomiaJusta

Enel, la eléctrica estatal italiana, expolia y trocea Endesa, de la que tiene el 92%, al repartir un dividendo de 14.600 millones de euros y llevarse todos sus activos latinoamericanos. El dividendo es el más grande jamás pagado en la historia de España. Los italianos hacen caja para pagar la compra del negocio latinoamericano, unos 8.600 millones, y de paso, reducir la deuda de Enel, de 50.000 millones. Para poder transferir semejante cantidad duplicarán la deuda de Endesa con 5.000 millones más. Enel se lleva el segmento de negocio más rentable y dejará a Endesa como empresa de ámbito nacional1, lo que era 20 años antes. Endesa quedará desmembrada y en términos de capitalización será menos de la mitad de lo que llegó a ser hace 7 años, cuando Enel la compró.

La electricidad en España subirá más (ya es de la más cara de la Unión Europea) cuando Endesa repercuta en la luz la nueva situación financiera de la empresa. Y la operación es un expolio a los ciudadanos españoles que financiaron durante 70 años, con la tarifa eléctrica, las inversiones que transformaron, a fines del siglo pasado, a Endesa en uno de los mayores grupos empresariales de España.

Paradójicamente, será una empresa pública la que terminará de liquidar a la que se llamó en su momento, con cierto orgullo, Empresa Nacional de Electricidad y que a fines del siglo XX era un líder sectorial energético eficiente. Endesa contribuyó a universalizar el servicio eléctrico haciendo posible que la electricidad llegara al conjunto de los ciudadanos y fortaleció técnicamente el suministro asegurando una energía más segura y confiable. Fue la empresa insignia del antiguo Instituto Nacional de Industria que, además, contribuyó con sus beneficios a fortalecer al sector eléctrico español y al saneamiento financiero de otros sectores industriales.2

Breve historia de Endesa

Endesa nació en 1944 cuando, aislado el país económica y políticamente, tuvo dificultades para desarrollar y consolidar un sector eléctrico en condiciones de afrontar la reconstrucción económica. La España inmediata de la posguerra no tenía las divisas necesarias para importar la tecnología y los combustibles para generar energía eléctrica. No hubo otra opción que construir centrales térmicas e hidráulicas aprovechando los recursos naturales autóctonos del carbón de Galicia y el impulso del agua de las cuencas del norte del país. Endesa se creó para esa tarea.

Los años 50 y 60, de desarrollismo y planes de estabilización, coincidieron con los modelos energéticos sustentados en petróleo barato y abundante que impusieron instalaciones de centrales de fuel-oil, técnicamente más sencillas y económicas. El consumo creció en esos años a tasas superiores al 10%. Las constantes necesidades de inversión por el crecimiento de la demanda energética indujeron, sin mucho debate ecológico en aquellos primeros años de introducción de esta tecnología, a la construcción de centrales nucleares ante el agotamiento de los recursos hidrológicos y la necesidad de diversificar el mix de generación.

La crisis de los años 70 (guerra árabe-israelí) cuadruplicó el precio del petróleo y disparó los costos energéticos. Como resultado, se formularon los primeros planes indicativos3. Entre otras cosas, se establecieron garantías de remuneración a la inversión en la tarifa eléctrica ante la incertidumbre económica del final de los años dorados del capitalismo de posguerra, en un sector, como el eléctrico, intensivo en capital.

La década de los 80 registra la segunda gran subida de los precios del petróleo después de la caída del Sha de Irán en el año 79. España se encontró con un parque de generación muy dependiente del petróleo y con una gran parte de las empresas eléctricas privadas endeudadas peligrosamente en inversiones en centrales térmicas y nucleares4. Endesa había construido plantas de carbón e hidroeléctricas y pudo sortear la crisis del petróleo. El primer gobierno del PSOE, en 1982, aprovechó sus cuentas saneadas para concretar un salvataje financiero del sector eléctrico privado a través de un intercambio de activos. Endesa, que compró plantas y otros negocios a las empresas en situación delicada para aliviar la deuda de las mismas, salió convertida en 1985 en la cabecera de un grupo eléctrico público de ciclo completo al agregtar al negocio de la generación, de la cual ya era líder, el de la distribución. Aquel conjunto de operaciones terminó transformando al sector en un oligopolio de Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa y Gas Natural, con una participación más que proporcional de las primeras dos.

Las políticas neoliberales y globales de los años 90 condujeron a la liberalizaron y desregulación del sector energético, especialmente el eléctrico, que llevaron a la creación de mercados abiertos a partir del desmembramiento, en algunos países, de los monopolios naturales preexistentes, como en América Latina, o la separación de los negocios de generación, transmisión y distribución integrados hasta entonces en empresas únicas.

El abandono de la planificación indicativa en España y el desarrollo del “marco legal y estable”5 se hizo cuando Endesa estaba capitalizada6, con tesorería para acometer una expansión internacional dada la saturación de capacidad de producción eléctrica en España.

A su vez, las políticas neoliberales del “Consenso de Washington” en los años 90 vigentes en América Latina, de privatización y venta rápida de empresas de servicios públicos, permitió a Endesa concretar en 1992, en Argentina, la primera compra de una empresa de distribución eléctrica en la ciudad de Buenos Aires. Así inició la expansión como grupo empresarial en Latinoamérica. En 7 años, entre 1992 y 1997, invirtió la friolera de 15.000 millones de dólares7 y pasó a ser la primera empresa eléctrica privada de la región.

El Partido Popular se hace con Endesa

Sin embargo, fue la privatización progresiva de Endesa en los 80–90 el caldo de cultivo en el que se fraguó el expolio actual. Comenzó en 1988 con los socialistas en el poder, al vender un 25% del capital. La continuó el Partido Popular con Aznar en 1997 colocando en bolsa, vía OPV8, otro 35%. Ahí se pierde la mayoría de control público. En 1998 el PP termina de privatizarla al 97%. Simultáneamente, el gobierno maniobra y blinda estatutariamente el consejo de administración de la compañía para garantizar su futuro control ejecutivo con directivos políticamente afines. Por eso Manuel Pizarro pudo conservar la presidencia de Endesa después de que Rodríguez Zapatero ganara las elecciones de 2004.

En 2001, el grupo ya era un negocio monumental: 13.500 millones de ingresos y 4.400 millones de beneficios anuales. Era muy apetitoso para cualquier “gestor” privado manejar esa masa ingente de dinero. 9

Rodolfo Martín Villa, su presidente entre 1997 y 2002, con el PP en el gobierno, intentó en 2001 la fusión con Iberdrola. Incluso propuso conformar un núcleo duro de control con las cajas de ahorro a partir del porcentaje de participación que tenía Caja Madrid en Endesa, para poder defenderse de una potencial OPA10 de control por algún grupo extranjero. El sector más liberal del PP, con Rodrigo Rato y Pizarro a la cabeza, se opusieron con el argumento falaz de que iba contra el mercado competitivo y el proyecto de fusión fracasó.

El gobierno de Zapatero no pudo retomar el control de Endesa. Lo intentó en 2005 a través de la OPA de Gas Natural. Pizarro, a la sazón presidente de Endesa, entendió que tras la operación estaba la mano negra de los catalanes11 y el gobierno del PSOE y, con la complicidad del PP, se revolvió para hacerla abortar. Gastó generosamente millones de euros en asesores legales y consultores para frenarla y terminó impulsando una contraopa de la alemana E.ON, de la que se sentía más cercano ideológicamente. Finalmente, tras 2 años de una batalla político económica extraordinariamente agresiva y costosa, la constructora española Acciona y la estatal italiana Enel, con el concurso financiero del Banco Santander, formalizaron en una mañana la compra de Endesa por más de 40.000 millones de euros. Una de las operaciones más caras de la historia económica europea.

En esos 2 años, el precio de la acción de Endesa se disparó de los 20 euros de septiembre de 2005 a más de 41 en marzo de 2007, cuando concluye. Endesa tenía en torno a 1.000 millones de acciones emitidas y se canalizaron a la especulación unos 20.000 millones, dejando pingues beneficios a los actores participantes y a los promotores. La especulación, como siempre la financian el conjunto de los ciudadanos. La subida del valor de las acciones exige más dividendos para remunerar el capital y como la tarifa eléctrica garantiza la rentabilidad de las empresas, ésta crece en paralelo al aumento de cotización de las mismas.

Para que esta fantástica operación financiera no impactara súbitamente en el precio de la electrcidad, Rato, ministro de Economía en 1998, camufló el incremento del precio de la luz instaurando el “déficit de tarifa”. Aunque el recibo no subía más que en un 2% anual, porcentaje próximo a la inflación, la diferencia con el precio del mercado eléctrico se trataba como una deuda, de todos los españoles, a pagar en el plazo de 15 años. El saldo acumulado alcanzó a principios de este año, 2014, los 30.000 millones de euros, importe que las eléctricas ya han cobrado en su mayoría convirtiendo los títulos de deuda en ingresos adelantados. En cambio, los ciudadanos los pagamos a los bancos, tenedores de la deuda, en forma de “peaje” todos los años en el recibo de la luz.

La liberalización progresiva del sector eléctrico en marcha desde 1997 y completado definitivamente en 2013 con la desregulación total de la tarifa eléctrica, no ha introducido ni eficiencia ni mejores precios de la electricidad; al revés, ha recogido en tarifa el expolio y la especulación a la que ha estado sometido el sector en los últimas décadas. Empresas, fondos de inversión y grupos capitalistas del más variado origen se han embolsado grandes ganancias mientras que una parte importante de los ciudadanos han ingresado en un status de “pobres energéticos”, esto es, sin acceso a los beneficios de un servicio eléctrico en condiciones

Este es el panorama eléctrico en el que se consuma este escándalo de 14.600 millones de euros. Los 30 años de liberalización del sector eléctrico están siendo una enorme estafa para los más débiles y un enorme despropósito empresarial y sectorial.

1 Le quedarán algunas inversiones en Marruecos y Portugal.

2 Los buenos resultados de Endesa nutrían las cuentas del INI y se utilizaban financiar para procesos de reconversión industrial en otras empresas del INI como la minería.

3 Las empresas se obligaban a realizar las inversiones que satisfacían el incremento de la demanda.

4 La tecnología nuclear era un monopolio de americanos y franceses y los costos de construcción se habían multiplicado de manera incontrolada.

5 A fines de los 80, el gobierno presionado por Europa diseñó una transición para la apertura del sector eléctrico a nuevos agentes. Las empresa que venían a acometiendo inversiones de acuerdo los planes indicativos previos negociaron seguir cobrando en tarifa las amortizaciones a través de los llamados costes a la transición y que aún hoy siguen recuperando a través de los peajes.

6 En 1995 Endesa era la primera empresa española por beneficios (150 mil millones de pesetas) y capitalización bursátil (882 mil millones de pesetas)

7 Lo mismo que hoy se llevan los italianos en forma de dividendo

8 OPV: Oferta pública de Venta de acciones.

9 Hay que recordar que si bien la UE presionó a la creación de mercados eléctricos en esos años ello no implicaba la ausencia total del estado en el control de las principales empresas del sector. Edf de Francia y Enel de Italia, entre otras, siguen teniendo capital público de control.

10 Oferta Pública de Adquisición de acciones.

11 La Caixa de Cataluña controlaba Gas Natural

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