sábado, 3 de septiembre de 2022

¿Votaría Usted por Hitler?

 

Autor desconocido (DP)

Con el fin de exterminar a todos los judíos de Polonia y la URSS, el Tercer Reich organizó las unidades Einsatzgruppen. En esta imagen vemos a un miembro del Einsatzgruppe D justo en el momento de matar a un hombre arrodillado delante de una fosa común en Vinnitsa, la actual Ucrania, en 1941.

FUENTE: https://www.jotdown.es/

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¿Votaría Usted por Hitler?


Por Rubén Kotler | 22/02/2010 | Argentina

Fuentes: Rebelión

El martes 16 de febrero dio comienzo el juicio por la mega causa del Centro Clandestino de Detención y Torturas, la ex Jefatura de Policía de Tucumán, en el corazón del Noroeste Argentino. Los primeros tres días de sesiones dejaron muchas impresiones y se han convertido en la antesala de los meses por venir. Se […]

El martes 16 de febrero dio comienzo el juicio por la mega causa del Centro Clandestino de Detención y Torturas, la ex Jefatura de Policía de Tucumán, en el corazón del Noroeste Argentino. Los primeros tres días de sesiones dejaron muchas impresiones y se han convertido en la antesala de los meses por venir. Se calcula que el proceso abierto a siete represores de la última dictadura militar por el secuestro y posterior desaparición de 22 personas, podría extenderse hasta el mes de junio o julio. Lo que sigue entonces es una reflexión sobre qué se está juzgando habida cuenta de la avanzada edad de la mayoría de los imputados y ante una sociedad que mayoritariamente parece querer dar vuelta la página de la historia. La pregunta que disparará el presente artículo tiene que ver con la expresión de deseo, que parecen tener ciertos sectores ultra conservadores, que no se juzgue a los represores, alegando, entre otros motivos, su «aparente delicado estado de salud» y su «avanzada edad».

La semana que precedió al inicio del juicio se especuló que éste, podría retrasarse una vez más debido a las complicaciones de salud que aparentemente (siempre, en apariencias) sufría el represor Luciano Benjamín Ménendez. La humanidad de los represores siempre se antepone a la necesidad de las víctimas de conseguir, aunque sea un mínimo y con más de 30 años de atraso, la justicia por los crímenes cometidos por el Terrorismo estatal. Las expresiones de la calle y de ciertos foros cibernéticos son idénticas: han pasado muchos años y mejor mirar los problemas que tenemos hoy; dejen de «torturar» a los abuelitos que además están enfermos; que ya han tenido su merecido; que hay que gastar el dinero de los juicios en los problemas actuales. El listado es grande, hay quienes incluso se animan, desfachatadamente a más: son los héroes de la patria, dejen de juzgarles, merecen reconocimiento por haber limpiado este país de marxistas. Esta añoranza por la mano dura y la vuelta del ejército se expresa en determinados sectores políticos argentinos. Y no hablamos, para el caso tucumano, de los hijos de Bussi, quienes además buscan asesoramiento en materia «de seguridad» en Colombia. Hablo a nivel nacional, cómo determinados personajes piden la vuelta del servicio militar obligatorio, mandan a sus policías a las calles con aparatos capaces de picanear, piden pena de muerte y se regocijan de ver cómo en otros países el verde oliva se impone sobre la población civil. Es así como a los Bussi hay que sumarle el ex presidente Duhalde, el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri; todos éstos como expresión de importantes sectores sociales que paradójicamente llaman a olvidar el pasado y dar vuelta la página de la historia sin revisión, ni juicio ni castigo, y sin embargo, viven añorando la vuelta de los tiempos oscuros en la que los uniformados, que ahora están siendo juzgados, eran los dueños de la vida y la muerte de los ciudadanos argentinos. Esto que afirmamos aquí es perfectamente aplicable a países hermanos como Chile, donde ya hemos podido escuchar a los seguidores del presidente electo Piñera vivar a Pinochet.

Los dictadores quieren ser como Pinochet

Y claro, es que los generales argentinos emulan a un Pinochet que tienen como ejemplo. Todos recordamos la pantomima del dictador chileno al bajar del avión que lo regresaba a su país desde Inglaterra, donde por algunos meses estuvo preso. Al pisar la pista del avión el dictador se levantó de la silla como si de un milagro se tratara y comenzó a caminar. Comparemos lo sucedido en Tucumán al comenzar el juicio y cualquier similitud con la realidad antes descripta es veraz. Bussi: el dictador alegaba y alega un empeoramiento en su estado de salud y una incapacidad para recordar determinados hechos. Yo he podido presenciar las exposiciones del genocida y ver su firme actitud incluso al increpar a los abogados querellantes y lejos de verle con la salud deteriorada el otrora general de las desapariciones de personas, se encuentra en perfecto estado, no le tiembla el pulso, lo mínimo que uno podría esperar de quien toma todo tipo de medicamento y al no sentirse bien representado por sus abogados defensores, él mismo «interroga» a los testigos, saltando incluso las órdenes de los jueces, quienes desde el estrado le piden moderación. El altercado con la abogada Mirta Mántaras es solo un ejemplo y demuestra una vez más que Bussi no solo no ha cambiado las formas, sino que sigue conservando intacto su espíritu autoritario, aquel que le llevó a comandar la provincia y asesinar a opositores políticos, o ya en «democracia» (valen las comillas) cuando recibió en casa de gobierno a funcionarios con un revólver en su escritorio.

En el caso de Menéndez también habría que destacar que el represor no solo alega problemas de salud sino que desconoce a la justicia civil que lo juzga. Menéndez no ha perdido su «calidad» de militar estructurado, cuadrado, que solo responde en términos militares, recibiendo y dando órdenes. Es el único de los acusados en el juicio de la ex Jefatura de Policía que pidió estar aislado de la sala, siguiendo las instancias del debate en un cubículo de dos por dos acompañado de sus abogados defensores. Si no hubiera tenido la posibilidad de ver a Menéndez en persona, conversando tranquilamente con su defensor, pensaría que al genocida efectivamente le queda poco hilo en el carrete, sin embargo ni la supuesta neumonía ni la actuación de su salida del tribunal por una supuesta descompensación son creíbles. Aquí, la escuela de teatro pinochetista ha sido muy efectiva y los «generales» argentinos han aprendido de su maestro en el don de la actuación. Enferman cuando quieren, pero no les tiembla la voz para amedrentar, incluso dentro de la sala del juzgado, ni le tiemblan las manos para señalar con sus índices, a los que ellos consideran «el enemigo».

Los delitos de lesa humanidad no prescriben

Es cierto que han pasado más de 30 años desde que los últimos militares que asaltaron el poder en Argentina dieran comienzo al Plan sistemático de exterminio. Es cierto que algunos de los degenerales que llevaron a cabo el «genocidio» están viejos y enfermos, algunos incluso más cerca de la muerte. Es cierto que algunos cobardes manifiestan su propia cobardía de enfrentar a un tribunal civil llorando. Pero no es menos cierto que los delitos cometidos por el Estado terrorista no prescriben, así hayan pasado 40 años o más, el ejemplo de Nüremberg debe primar.

 Muchos pueden preguntarse qué sentido tiene el juzgar a estos tipos cuando están en el epílogo de sus vidas. La respuesta es simple: estos juicios y los que deberían juzgar a los cuadros medios e inferiores, deben ser «aleccionadores», deben servir de basamento moral y ético para establecer cuál es el límite dentro del cual un ser humano cualquiera y en especial aquellos que ejercen el poder del Estado, pueden actuar. Decía Marx que la historia se repetía una vez como tragedia y luego como farsa. Por un lado ya hemos tenido en la historia argentina momentos de tragedias y de farsas. Por otro debemos comprender que la actual crisis que se abate sobre el país, es una crisis cuyos orígenes hay que buscarlos en el modelo económico y social que vino a implementar a sangre y fuego los dictadores que ahora se sientan en el banquillo de los acusados: el capitalismo en su fase más salvaje.

Mirta Mántaras lo explicó con solvencia durante su testificación. El golpe del ’76 estuvo perfectamente planificado y el proyecto de su ejecución fue controlado y avalado por el mismísimo Departamento de Estado en Estados Unidos. Ese modelo impuesto a sangre y fuego, de manera ilegal e ilegítima, creando miles y miles de excluidos e indigentes que viven en la miseria más absoluta, es el que hoy prima en nuestro país. Porque todo tiene un origen y las políticas criminales de los genocidas tuvieron su corolario en la crisis estructural que vive desde entonces Argentina. De Alfonsín a la fecha, los presidentes elegidos en las urnas no hicieron otra cosa que cumplir a pie juntillas el plan económico y social impuesto en aquellos oscuros años 70. Una generación entera fue desaparecida entonces, otras generaciones han sido postergadas tras el retiro a los cuarteles de los dictadores. Si no comprendemos esta ecuación entonces seguiremos postrados en la crisis eterna creyendo que lo sucedido durante el genocidio nada tiene que ver con nosotros.

De Hitler a Bussi, pasando por Pinochet

Conviene recordarlo una vez más. Un día después de las elecciones presidenciales chilenas, los seguidores del presidente electo, Piñera, vivaban a Pinochet y le ofrendaban el triunfo electoral al dictador fallecido. Entre estas manifestaciones y los comentarios que uno puede leer en los periódicos locales de Tucumán, vivando a los genocidas y dándoles fuerza en momentos en que se desarrolla el juicio por los delitos de lesa humanidad, uno reflexiona sobre qué hemos aprendido de nuestra historia. En todo caso estas expresiones son el fiel reflejo del valor que «las democracias occidentales» pueden tener y lo poco que valen ciertos valores morales y éticos, lo poco que importa el pasado y en todo caso una justificación de los medios a costa de determinados fines. Sin embargo creo que parte de la población que viva a los Bussi, a los Menéndez o a los Pinochet, desconoce el horror de los Centros Clandestinos de Detención, no comprende que el Arsenal Miguel de Azcuénaga pudo haber sido el Auschwitz tucumano, como lo expresan algunos abogados defensores de los DDHH, como Laura Figueroa. A una población convencida del valor de las dictaduras y los genocidios difícilmente pueda uno tratar de explicarle lo sucedido. Sin embargo, estimo, que gran parte de los apoyos que reciben los dictadores hoy, tienen que ver con el desconocimiento de la historia reciente de nuestros países. Creo que más allá del fascismo residual que queda en nuestras sociedades existe un núcleo importante de población que ignora la magnitud de los genocidios latinoamericanos. A éstos últimos uno debería hacerle la siguiente pregunta: ¿Votaría Usted por Hitler?

Es que tampoco imaginan un Hitler anciano, actuando para las cámaras de TV, haciéndose pasar por enfermo, con cara de abuelito que da de comer a las palomas un domingo en la tarde en la Plaza de Mayo. Y no lo imaginan porque esa imagen no existe. La vejez entonces puede generar efectos contrarios, sobre todo cuando iconográficamente se la muestra con los achaques propios del paso del tiempo. Y esto fue lo que he discutido con algunos militantes tucumanos acerca de una muestra fotográfica que mostraba imágenes del primer juicio a los dictadores llevado a cabo en 2008. En la muestra las fotos «más conmovedoras» no parecían ser la de los familiares de las víctimas con sus fotos en la mano, sino la imagen de Bussi con un tubo de oxígeno postrado en una silla de rueda, foto que «enternece» a quien no sabe que detrás de ese «viejito lloroso» se esconde el Hitler tucumano. Aquel que en nombre de la civilización occidental y cristiana asesinaba a los detenidos políticos a punta de pistola en los campos de concentración a su cargo. Bussi es Hitler, solo que nuestro Hitler criollo ha envejecido y a quienes desconocen la historia causa piedad. En eso reside la propaganda que los hijos del general apuestan.

Veamos lo que dice su hijo mayor, José Luis Bussi: «Antonio Bussi es un hombre de 84 años; dio lonjas de su vida por los tucumanos y tiene las ñañas de cualquier persona a esa edad». Acto seguido el hijo de B. recalcó que su padre es un preso político. Habría que explicarle a Bussi (H) que su padre es un preso VIP y que presos políticos eran los detenidos desaparecidos que fueron secuestrados ilegalmente sin garantías algunas, garantías de las que goza su padre cuando incluso, al momento de declarar, puede evadir «el banco de los acusados». ¿Qué clase de preso político cumple condena en un Country? ¿Los desaparecidos por su padre? La respuesta es obvia.

Insistimos entonces en confundir la imagen de Hitler con la de Bussi, de la misma manera que la podríamos confundir con la de Menéndez, la de Videla y con la de tantos genocidas que en la fecha están siendo juzgados en los tribunales. Lejos de toda piedad, si Hitler viviera y lo encontráramos en una plaza dando de comer a las palomas, no dudaríamos ni un instante en exigir a Nüremberg que siente en el banco de los acusados al genocida. Detrás de los 84 años de Bussi, y amén de los triunfos electorales, existe una necesidad moral y ética de juzgar y sentenciar al criminal. En lo personal, y aún cuando verdaderamente Bussi o Menéndez estuvieran enfermos, cuestión que insisto, me generan dudas, no sentiría la mínima piedad por ellos. No son venerables ancianos: SON genocidas. Y esto es lo que hay que explicarle a esa sociedad que lo ignora. El hecho que haya ganado todas las contiendas electorales en las que participó no le condona los crímenes de lesa humanidad cometidos. En este sentido no estoy de acuerdo con aquello que los pueblos no se equivocan y ante la ignorancia que conduce a votar por un genocida, el papel de los historiadores y educadores por explicar quién es quién y qué hizo cada actor social es importante. Insisto en la pregunta sobre las opciones electorales de un Hitler. Y vuelvo una vez más a recalcar la necesidad de explicar a nuestras sociedades la historia y darles a conocer sin miedos ni prejuicios lo sucedido. Aunque nos vaya la vida en esto. Pues la dignidad de las generaciones futuras y la construcción de otro modelo social justo y equitativo solo puede erigirse sobre los basamentos de los dos principios que las organizaciones de derechos humanos han levantado como bandera históricamente: la Verdad y la Justicia. De lo contrario volveremos a repetir nuestra historia como tragedia una vez más y nos lamentaremos de no haber juzgado, por lo menos, a los máximos responsables del genocidio.

Blog del autor: www.rubenkotler.com.ar

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La crisis ucraniana, el proyecto euroasiático y el paso grand écart de Putin


Tal día como hoy de 1931 nacía en El Cairo uno de los intelectuales marxistas más brillantes de la izquierda contemporánea: Samir Amin. Este fragmento, perteneciente al título Rusia en la larga duración, publicado por El Viejo Topo en 2015, se anticipa a lo que hoy sucede.


La crisis ucraniana, el proyecto euroasiático y el paso grand écart de Putin

 

 


Samir Amin

El Viejo Topo

3 septiembre, 2022 

 

La crisis ucraniana en curso funciona como un indicador del balance actual de la historia de Rusia (y de Ucrania, por supuesto). Arroja plena luz sobre la índole de las oligarquías que se han adueñado de los poderes establecidos, el lugar de la nomenklatura de los países de la ex Unión Soviética y sobre sus salvajes opciones capitalistas (que Alexandre Buzgalin califica como «capitalismo de Jurassik Park»). Revela sus ambiciones y las limitaciones de lo que dichas opciones pudieran hacer en ese sentido, su aceptado sometimiento al estatus de correa de transmisión de la dominación mundializada del capital financiero del imperialismo colectivo de la tríada, pero también –en lo que respecta a Rusia– la posibilidad que ellas tienen de emprender otra vía acercándose a países emergentes (Rusia pertenece al grupo de los BRICS). La crisis ucraniana, por tanto, revela que las condiciones necesarias para garantizar su eventual éxito en esta vía están lejos de reunirse. Pero también revela –como es obvio– las verdaderas ambiciones de los poderes dominantes de la tríada imperialista, tales como los medios poco escrupulosos que emplean para lograr sus objetivos, que van desde la manipulación de pueblos ociosos hasta la práctica del terror a cargo de milicias fascistas. El conflicto ucraniano, por consiguiente, se inscribe en el marco más amplio de ese que opone, por un lado, la estrategia desplegada por Washington y sus aliados europeos subalternos y, por otro, las aspiraciones –aunque confusas– de los pueblos, de las naciones, y con certeza de los Estados de las periferias contemporáneas –Rusia y los demás países de la ex Unión Soviética, al igual que todos esos países de Asia, de África y de la América Latina. En mis conclusiones volveré a tocar esta apertura mundializada de las interrogantes planteadas por las crisis actuales en Rusia y en Ucrania.

Es un hecho que los Estados Unidos y Europa organizaron en Kiev, en marzo de 2014, un verdadero putsch «euro-nazi». La retórica del coro mediático occidental que se regodea con promesas de democracia es pura y simplemente una falsedad. Las potencias de la tríada no han promovido la democracia en ninguna parte. Por el contrario, han apoyado siempre a los adversarios más encarnizados de la democracia, fascistas incluidos, rebautizados como «nacionalistas». En la ex Yugoslavia, los europeos han apoyado a los nostálgicos del fascismo croata, reexpedidos de su exilio canadiense; en Kosovo dieron el poder a las mafias de la droga y de la prostitución; en los países árabes siguen apoyando el Islam político más reaccionario, financiado este por las nuevas repúblicas democráticas en que se habrían convertido la Arabia Saudita y Qatar, si se cree en las falacias de los medios de comunicación occidentales. La intervención militar en Irak y en Libia ha destruido estos países, sin promover en ellos la menor promesa de democracia. En Siria, el apoyo militar de las potencias de la tríada a los «islamistas», directamente o por intermedio de la Arabia Saudita y Qatar, no promete nada mejor.

El poder autoproclamado de Kiev tomó la precaución de darse una apariencia de legitimidad por medio de elecciones. Los candidatos a esas elecciones incluso tomaron la precaución de no asumir los nombres de las milicias fascistas que les llevaron al poder. Ello permitió a los medios de comunicación occidentales presentarlos como ¡«nacionalistas demócratas»! De hecho se trataba de una farsa electoral, aquí como en otras partes (en el mundo árabe, por ejemplo). La represión brutal de todas las resistencias al proyecto de la junta –prohibición de los partidos calificados de «pro-rusos», control sobre los medios de comunicación, masacre de los opositores, como en Odesa (¡la justicia controlada por las milicias absteniéndose de perseguir a los criminales para ensañarse con las familias de las víctimas!)– no ha sido objeto de ningún comentario por el coro mediático de la tríada. Estos medios de comunicación atribuyen la responsabilidad del drama ucraniano solo a las desmesuradas ambiciones expansionistas de Putin, acusado de haber violado la independencia de las naciones (mediante la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas del Estado ucraniano). Curiosa acusación proveniente de los que han violado sin titubear la independencia de Serbia, de Irak, de Siria y persisten en extender ese intento a otros.

El obstáculo con que choca el poder de Kiev no es solo de una naturaleza «étnica» que opondría a los rusoparlantes y a los de habla ucraniana. Ciertamente las fronteras de las repúblicas de la ex URSS habían sido voluntariamente diseñadas por el poder soviético, dando la mejor parte a los nacionalistas no rusos en un espíritu de ruptura con el chovinismo de la Gran Rusia. El ejemplo de Crimea, que nunca había sido ucraniana, es prueba de ello. Donetsk y Odesa tampoco habían sido nunca «étnicamente» ucranianas. Al igual que las fronteras de las repúblicas yugoslavas, estas jamás fueron diseñadas para convertirse en las fronteras de Estados secesionistas. Putin no es probablemente un héroe de las causas democráticas, pero aquí no hace más que apoyar a todos los que rechazan en Ucrania la colonización euro-alemana que Bruselas quiere imponer tal como lo ha hecho en Europa oriental, en Grecia y en Chipre. Y no son solo los «rusoparlantes» de Ucrania quienes podrían rechazar el proyecto de los europeos, a pesar de que los poderes despóticos ejercidos por la junta de Kiev no permitan expresar esta oposición al proyecto euro-alemán.

Rusia está en busca de un lugar en el sistema mundial de nuestros días y del mañana. Rusia está ya cercada por las fuerzas de la OTAN. La amenaza no es un resultado de las alucinaciones de Putin. Es real y ha surgido a causa de la violación por los Estados Unidos y Europa de su compromiso de no integrar en la OTAN a la Europa oriental, en particular a los Estados bálticos. En la actualidad la amenaza consiste en integrar a su vez a Ucrania en esta organización bélica. ¡No obstante, debería saberse que las promesas no cumplidas constituyen el pan diario de las políticas del imperialismo (desde 1492)! Era preciso, pues, ser muy ingenuo para creer en la palabra de Washington y de Bruselas. Esta ingenuidad se manifestó de nuevo cuando Rusia y China se abstuvieron de utilizar su derecho al veto en el Consejo de Seguridad para quitar toda legitimidad a la agresión contra Libia. Pero parece que Moscú y Beijing por fin han aprendido la lección de sus meteduras de pata. En respuesta al proyecto expansionista de los Estados Unidos y de la Europa alemana, Putin parece haber apoyado el proyecto de construcción de una vasta alianza de los pueblos de la ex URSS.

Este proyecto es ya conocido con el nombre de alianza de los pueblos «euroasiáticos». No se trata de un invento artificial reciente. En el capítulo primero de este libro yo señalaba que esta idea respondía, desde hace siglos, a la búsqueda por Rusia de la definición de su lugar en el mundo. Y no veo por qué se le negaría ese derecho a los rusos y a los demás pueblos de la ex URSS.

El combate emprendido por Moscú contra el orden imperialista, en Ucrania y en otras partes, solo podrá triunfar si cuenta con el firme apoyo de los pueblos involucrados. Este apoyo solo será posible si Rusia se libera del yugo neoliberal que, aquí, como en otras partes, está en el origen del desastre social. Putin lleva a cabo hasta ahora el peligroso ejercicio de abrise de piernas, asociando, por un lado, la continuación de su desastrosa política interna y, por otro, la defensa de los legítimos intereses de una Rusia independiente.

Abandonar el neoliberalismo y salir de la mundialización financiera son en adelante necesarios y posibles. Esta exigencia no se refiere solo a la Rusia de hoy, es también válida para los BRICS y para todos los países del gran Sur, tal como diré en mis conclusiones. Sin embargo, actualmente hay segmentos de la clase política que gobierna a Moscú que están dispuestos a adherirse a un capitalismo de Estado, capaz, a su vez, de abrir la vía para un eventual avance hacia la socialización democrática de su gestión.

Pero si la fracción compradore de las clases dirigentes rusas –beneficiarias exclusivas del neoliberalismo– es la que prevalece, entonces las «sanciones» con que Europa amenaza a Rusia podrían dar sus frutos; los compradore están siempre dispuestos a capitular para preservar su parte en el producto del saqueo de sus países. Rusia no podría entonces rechazar su colonización por el imperialismo de la tríada. Y perderá, mientras espera, la batalla en Ucrania.

Fragmento del capítulo 6 de Rusia en la larga duración.

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¿Quién intentó matar a Cristina? Fue el odio. [En España, al igual que en el resto del mundo, los trabajadores representamos la inmensa y aplastante mayoría de la población (¿se va entendiendo con tan sólo este dato el por qué las clases dominantes, o sea, el gran capital, necesita imperativamente tenernos engañados y controlados socialmente permanentemente?) Y tenemos encima una que no es floja con claros síntomas (que ya no son síntomas sino datos) de ser cada vez peor. Por esta razón, entre otras muchas, deberíamos tener los trabajadores cuidadito cuidadin con la sarta de mentiras y descalificaciones de tipo personal que diariamente nos están escupiendo algunos angelitos desde los más grandes medios de comunicación, todos ligados de una manera u otra a los grandes capitales, y algunos pertenecientes al Estado de El Vaticanos, que en España al menos, andan como Pepe Luis por su casa, o sea, como quiere. ¿O no?, Herrera Carlos, locutor de ustedes de la Cadena Cope para estar bien informados]

 

¿Quién intentó matar a Cristina?


Fue el odio

 

Ezequiel Ipar

Rebelion

03/09/2022 

 


Fuentes: Revista Anfibia


El intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Kirchner es el “acontecimiento de violencia política más previsible de la historia argentina”. Esto podía pasar, analiza Ezequiel Ipar, porque una red de ideología, medios y tecnologías de comunicación preparaba algo así. Decían: las palabras que apelan a la destrucción del adversario político no importan. Las palabras sí importan y hoy explican esta secuencia trágica.

A pesar de la consternación que genera el intento de asesinato de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner estamos ante la certeza de que se trata del acontecimiento de violencia política más previsible y explicable de la historia reciente. Esto que finalmente se materializa con brutalidad, que observamos en la crudeza registrada en la imagen del arma de fuego lanzada sobre una de las principales dirigentes del país, responde y se explica por un proceso social, político-ideológico y mediático muy claro y muy preciso. En la historia inmediata tenemos el hostigamiento y la persecución en el proceso judicial del fiscal reproducida por los medios de comunicación. Si a eso se le agregan las declaraciones desafortunadas de dirigentes políticos, los pedidos de pena de muerte, más la serie de acontecimientos que se vienen sucediendo sólo en el último año, hay un primer registro que explica por sí solo esa fotografía trágica.

Luego, hay que reponer el circuito para alentar los discursos de odio contra los políticos que trazan las redes sociales, los medios de comunicación, influencers políticos y los movimientos de estetización de la violencia en las calles. En este caso es contra una determinada orientación pero en realidad es contra la vida política democrática en general. Esto emergió. Pasó por este circuito en donde se supone que las palabras no hacen nada y terminó en un hecho político gravísimo, comparable con acontecimientos como la violencia política que culminó con la toma del Capitolio en los Estados Unidos, la radicalización de grupos de derecha en Europa o las múltiples manifestaciones de violencia política en el Brasil de Bolsonaro. Esto podía pasar porque esa red de ideología, medios y tecnologías de comunicación estaban preparando, ni siquiera silenciosamente, este tipo de acontecimientos. El contexto político-ideológico marcado por una creciente intolerancia y el autoritarismo político merece de modo urgente nuestra atención. 

El atentado se explica por la creciente intolerancia y autoritarismo político.

En el transcurso de este último año se acumularon declaraciones y posicionamientos que componen el sistema dentro del que hay que pensar este hecho: las declaraciones explícitas del magistrado Rosenkrantz mediante las que descalifica la doctrina de uno de los principales partidos políticos del país, la profundización del sesgo en la persecución y la condena que hace el sistema judicial contra funcionarios y ex-funcionarios políticos (frente a los mismos hechos castiga sistemáticamente a unos y exculpa siempre a los otros), la desproporción entre los crímenes que se imputan y las penas que se proponen (con la pena de muerte siempre como acicate fundamental), la negación de la igualdad de las inteligencias para razonar públicamente, la normalización en los medios de comunicación de mensajes que abiertamente propician y justifican la desaparición de un partido político, la creciente estetización de la violencia en las redes sociales que discuten cuestiones políticas y, last but not least, las declaraciones de importantes dirigentes políticos, en algunos casos parlamentarios y líderes de fuerzas políticas, que plantean la disputa bajo la lógica anti-democrática del “ellos o nosotros”. 

En todos estos casos se apela a una supuesta racionalidad de los pronunciamientos y las declaraciones públicas que justifican este tipo de destrucción masiva del adversario político, cuestión que no deja de generar efectos paradójicos en las identidades y las ideologías.

Este hecho es comparable con la violencia política que culminó con la toma del Capitolio en los Estados Unidos, la radicalización de grupos de derecha en Europa o las manifestaciones en el Brasil de Bolsonaro.

Estos pronunciamientos creen que siguen criterios elementales de racionalidad cuando llegan al punto de justificar la exclusión o directamente la violencia política. Racionalidad que aparece siempre como respuesta, como reacción defensiva frente a una amenaza: “como ellos son violentos no nos queda otra alternativa que no sea la violencia”, “como hacen demandas infinitas de imposible cumplimiento no nos queda más que excluirlos”, “como critican la verdad de nuestras ideas sólo podemos asumirlos como incapaces para pensar por sí mismos”. 

La distancia entre lo que devuelve el espejo en el que los ciudadanos se reconocen y las prácticas sociales en las que efectivamente desarrollan su vida social es algo que afecta y fisura desde dentro a todas las posiciones ideológicas. Pero estamos frente a algo diferente cuando un juez de la corte suprema hace una proclama en la que se convoca al filósofo liberal Rawls para luego terminar condenando con retórica jurídica a la doctrina comprensiva de un partido por el mero hecho de que pretenda alojar derechos sociales dentro de la constitución de un Estado racional. Lo mismo vale para el supuesto liberalismo del legislador que vocifera como praxis política recomendada la consigna “ellos o nosotros”. También para los funcionarios que se apresuran a identificar la crítica pública de decisiones políticas o jurídicas con un acto de incitación a la violencia. 

Las declaraciones que justifican este tipo de destrucción masiva del adversario político generan efectos paradójicos en las identidades y las ideologías.

Si se afirma que criticar en el espacio público las decisiones de un juez o de un funcionario es un acto de violencia y una irracionalidad política que el Estado tendría que sancionar, entonces lo que se propone es que todas las decisiones importantes del Estado, sobre todo las que tienen que resolver conflictos, deben tomarse dentro de un espacio cerrado y ser aceptadas en silencio. Pero ese modelo de gestión del capitalismo -porque en buena medida de eso trata la cuestión de fondo- no guarda relación con los principios de las democracias liberales. Más bien se parece al fundamento cotidiano de los Estados autoritarios y de los partidos políticos iliberales. Este es el juego de espejos invertidos en el que los partidos de derecha en Argentina sucumben y hoy les impide terminar de asumir su compromiso con una democracia pluralista basada en la protección de los derechos humanos.  

Toda esta movilización de fantasías autoritarias no sólo deteriora la calidad de la democracia sino que explican la secuencia trágica que vimos una y otra vez esta noche imposible de olvidar. 

Ezequiel Ipar. Sociólogo (UBA), Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Doctor en Filosofía por la Universidad de Sao Paulo (USP). Es Investigador del CONICET y profesor en el área de teoría sociológica en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Fuente: https://www.revistaanfibia.com/atentado-a-cristina-fernandez-de-kirchner-fue-el-odio/

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