viernes, 24 de septiembre de 2021

Hay distintas clases sociales entre las mujeres y, por lo tanto, diferentes feminismos. (No es cosa del palique semántico del las, les, lis, los, lus ni de la pijotada, también semántica, en el parlamento, sino de clases sociales, que no es sinónimo de los de arriba, los de abajo, los de un lado y los de otro. Y la lo siento ya, pero como no acuda a Marx para ver qué es una clase social y en base a qué sepuede definir, pues eso, que no se enterará de qué es una clase social y en consecuencia no podrá comprender la realidad. Y cuidado cuidadín, mi querido lector camarada en Cristo bendito, que yo no me estoy refiriendo a la concepción sociológica de clase social, puesto que desde este punto de vista pueden ser el ciento y la madre y cinco más las clases sociales existentes o, tres, cinco, nueve o catorce, según le haya dado al señor sociólogo al diseñar la encuesta correspondiente, sino en base a qué se pueden definir las clases sociales de forma objetiva. Eso he dicho: de forma objetiva. Oigan, que si lo desean yo esto lo puedo repetir en verso)

 

¿Qué implica en el desarrollo de políticas públicas?

Hay distintas clases sociales entre las mujeres y, por lo tanto, diferentes feminismos

 

Por Vicenç Navarro

Rebelión

24/09/2021 


Fuentes: Nueva tribuna

Este artículo se refiere a las diferencias por clase social que existen entre las mujeres y sus implicaciones en el desarrollo de políticas públicas relevantes para las mujeres (y para los hombres).

Entre los hombres, la manera de expresar su machismo (la manera de oprimir a la mujer) depende, en gran parte, de la clase social del que lo manifiesta. Naturalmente que hay puntos y comportamientos comunes, pero siempre, o casi siempre, la clase social del hombre define muy marcadamente cómo se expresa tal machismo. No es, pues, de extrañar que lo mismo ocurra entre las mujeres (en un comportamiento precisamente opuesto al machismo). La bienvenida concienciación de las mujeres, como colectivo social, de la necesidad de conseguir los mismos derechos que los hombres, también viene marcada de una manera muy palpable por la clase social a la que la mujer pertenece o representa. De ahí la pluralidad de movimientos feministas.

Quedó ello claro hace varios días en un hecho que adquiría gran visibilidad mediática en EEUU, y que ocurrió en la Harvard University, el centro académico con más recursos, más rico y más poderoso de EEUU. Tal universidad tiene 37.000 millones en endowment (es decir, en propiedad sobre la cual generar ingresos). Las matrículas de los estudiantes son una parte muy minúscula de sus ingresos y, con tal propiedad, se ha convertido en uno de los centros de fondos de inversión más importantes del país. El hecho que sea un centro educativo es una actividad más que le da nombre, pero la mayoría de sus fondos se obtienen a través de las inversiones de su endowment. La riqueza de recursos es, pues, su característica principal. Dicha universidad es también donde parte de la élite de EE.UU. se educa, se socializa y configura su manera de pensar mediante los valores que tal universidad promueve. En EE.UU., es conocido que la cultura de tal centro es predominantemente conservadora y liberal (“liberal” en el sentido europeo de la palabra, pues la palabra “liberal” en EE.UU. quiere decir socialdemócrata o socialista, de los cuales hay muy pocos en Harvard. Por cierto, el hecho que los corresponsables de los medios de información españoles parezcan no darse cuenta de esta diferencia en la utilización del término “liberal”, crea una confusión enorme en la audiencia de tales rotativos).

El conservadurismo de Harvard aparece en todas sus dimensiones, incluyendo en su escasa sensibilidad hacia las poblaciones vulnerables y discriminadas, como afroamericanos, latinos y mujeres. Ahora bien, en 1977 tomaron la decisión de intentar parecer más modernos y se abrieron lentamente a afroamericanos (procedentes, sin embargo, de escuelas privadas de élite, como fue el caso del estudiante Obama, que llegó a ser presidente del país), más tarde a latinos y, últimamente, a mujeres. Harvard quiere parecer moderna y feminista.

Ahora bien, su conservadurismo y liberalismo estructural permanece y es marcado, apareciendo cuando uno menos se lo espera, como ocurrió recientemente cuando el que había sido ministro de Hacienda de la Administración Clinton, el señor Larry Summers fue nombrado, por el Executive Board de tal universidad, presidente de la Universidad. En una entrevista, dicho señor Summers dijo que el hecho de que no hubiera más mujeres que fueran catedráticas en disciplinas científicas como física o química, se debía –según él- a razones biológicas, es decir, que las mujeres no eran hábiles para tales ciencias.

El feminismo de la clase de renta alta y mediana-alta

El escándalo que tales declaraciones crearon fue mayúsculo, de manera que el Executive Board de la Universidad rápidamente indicó que nombraría a una mujer como Presidenta, lo cual, por fin ocurrió. Se nombró como Presidenta a la Dra. Drew Faust, que era, además de ser mujer, una conocida feminista entre la comunidad científica que había animado a las mujeres (de su clase social, de renta alta y mediana-alta) a aspirar a lugares de alto poder institucional, rompiendo así con el monopolio del hombre en las estructuras de poder. Tal nombramiento fue celebrado prácticamente por la mayoría de las asociaciones feministas de EE.UU.

El feminismo popular

Ahora bien, hubo algunas mujeres de Harvard que no lo han celebrado. No eran ni profesoras, ni estudiantes, sino trabajadoras. Eran las mujeres de limpieza de la Universidad de Harvard (concretamente del hotel que tiene Harvard en su terreno, de siete pisos y cuarenta habitaciones, gestionado por la compañía Hilton Hotels & Resorts). Este hotel es uno de los más exitosos de Boston (los cuales, todos ellos, dependen primordialmente de la clientela provista por sus vinculados al mundo académico de tal ciudad). Tal hotel el año pasado consiguió uno de los mayores beneficios en el sector hotelero de la ciudad. Pero, a pesar de tal riqueza, las mujeres de la limpieza del hotel (la gran mayoría de ellas latinas) se encontraban entre las peor pagadas del sector, con mayor número de habitaciones a limpiar por día y mayor número de accidentes.

Durante más de tres años tales mujeres han estado intentando sindicalizarse, pues, de conseguirlo, podrían defenderse colectivamente y negociar sus salarios, beneficios sociales y condiciones de trabajo. Harvard, incluyendo su presidenta feminista, se ha opuesto durante muchos años. Y a pesar de las peticiones de las trabajadoras, muchas feministas de gran renombre en EE.UU., figuras del establishment político-mediático del país, ignoraron estas peticiones. En un interesante artículo en la revista The Nation, Sarah Lemand y Rebecca Rojas han detallado la enorme y heroica lucha de estas trabajadoras para conseguir que Harvard aceptara que pudieran sindicalizarse. Y las trabajadoras de limpieza descubrieron que hay tantos feminismos como clases sociales existen en EEUU. Y que las feministas del establishment político-académico-mediático estadounidense, no representaban los intereses de la mayoría de las mujeres que no pertenecen a tales clases pudientes y adineradas. El conflicto entre estas dos clases (las clases de renta alta y mediana-alta, por un lado, y la clase trabajadora, por el otro) apareció también en la definición de sus intereses. La realidad es que la integración de las primeras en las estructuras de poder era y es irrelevante para la mujer de las clases populares.

Y ello apareció también claramente en las últimas elecciones a la Presidencia de aquel país. El hecho de que la candidata a la presidencia del Partido Demócrata intentara movilizar a las mujeres presentándose como la candidata feminista es un ejemplo de ello. La gran mayoría de las mujeres de clase trabajadora no le votaron; apoyaron a Trump que, junto con el candidato socialista, apeló al voto de clase, incluyendo un discurso y unos temas de clara aceptación y atractivo para las clases populares. Clase social, después de todo, continúa siendo una variable clave para entender lo que pasa a nuestro alrededor, no solo en el mundo del hombre, sino también en el mundo de la mujer.

Las consecuencias de la debilidad del feminismo popular

Y esto ocurre también en España. La evidencia científica existente muestra claramente que, en España, aquellos servicios del Estado del bienestar que están menos desarrollados son precisamente los servicios de ayuda a las familias, tales como las escuelas de infancia –mal llamadas guarderías en nuestro país- y los servicios domiciliarios a las personas con dependencia. El déficit en el desarrollo de tales servicios en este país es enorme.

Y en España cuando decimos “familia” queremos decir mujer. Es la mujer la que lleva la mayor carga de responsabilidades familiares. El contraste de los países del sur de Europa (donde las derechas han sido históricamente muy fuertes) con el norte (donde las izquierdas han sido históricamente muy fuertes) es abrumador. En Suecia, por ejemplo, el número de horas semanales dedicadas a las tareas familiares por parte de la mujer es de 26. El hombre, 22. En España, la proporción es de 42 versus 8.

Ahí radica el escasísimo desarrollo de los servicios de ayuda a las familias en el sur de Europa, con un coste humano enorme. La mujer española tiene tres veces más de enfermedades debidas al estrés que el hombre. Y la mujer más afectada es la de clase trabajadora que no tiene servicios privados como la de clase pudiente (la sirvienta), que puede ayudarla. De ahí que la mayoría de encuestas muestren que, además de mejor condiciones de trabajo y mejores salarios, las demandas más comunes por parte de las mujeres de las clases populares son las dirigidas a conseguir estos servicios. Es urgente que los partidos políticos que están enraizados en las clases populares y que se consideren al servicio de dichas clases protagonicen y lideren la universalización de tales servicios en España. España (incluyendo Catalunya) necesita mayor concienciación de las necesidades de las mujeres pertenecientes a las clases populares. La evidencia de ello es abrumadora. Así de claro.

Fuente: https://www.nuevatribuna.es/opinion/vicenc-navarro/distintas-clases-sociales-mujeres-tanto-diferentes-feminismos/20170417133003138829.html

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Etiopía en el umbral de una nueva hambruna a causa de la guerra

 

La guerra en el norte de Etiopía está desembocando en una catástrofe humanitaria. El presidente etíope, obsequiado con el Premio Nobel de la Paz en octubre de 2019, se niega a una salida negociada al conflicto.


Etiopía en el umbral de una nueva hambruna a causa de la guerra



Mark Aguirre

El Viejo Topo

24 septiembre, 2021 


Otra vez la hambruna amenaza a Etiopía. Trabajadores humanitarios han advertido que en septiembre no habrá comida suficiente en el norte del país. No es la sequía como en 1974 y 1984, cuando cientos de miles de campesinos murieron de hambre y el mundo se movilizó indignado, esta vez se trata de una guerra maquiavélica.

Grant Leaity, el Coordinador Humanitario de las Naciones Unidas en Etiopía, ha manifestado que 5,2 millones de personas, el 90% de la población en Tigray, necesita urgentemente ayuda humanitaria. Entre ellas 400.000 ya están pasando hambre. Leaity advirtió que si no se actúa será “la peor situación de hambre en el mundo en décadas”. Si está en lo cierto, conociendo lo que ocurre en Yemen y el desastre que amenaza a Afganistán, el Sahel y Madagascar, tiene que ser una catástrofe de proporciones épicas.

La catástrofe humanitaria empezó a incubarse desde el primer día de guerra. Periodistas que lograron visitar la región este verano han confirmado que soldados etíopes y sus aliados eritreos robaron grano, quemaron cosechas y destrozaron aperos agrícolas y graneros como si se tratase de una guerra genocida. Tigray es una región de campesinos pobres que viven mayoritariamente de sus cosechas. Cientos de miles de personas tuvieron que huir de sus comunidades para salvar su vida de los soldados etíopes y eritreos, las mujeres para evitar ser violadas por ellos, abandonando temporalmente sus campos de maíz. De 1,3 millones de hectáreas posibles de cultivo solo han sido sembradas 320 mil. Se estima que este mes, cuando acaba la época de lluvias y empieza la cosecha de teff y cebada, se recolectará entre el 25 y el 50% de lo habitual. Si no se compensa el grano perdido el hambre arrasará Tigray.

La guerra comenzó el pasado noviembre después de que Abiy Ahmed, el primer ministro galardonado irónicamente con el Premio Nobel de la Paz, decidiera resolver con la guerra sus diferencias políticas con el TPLF (Frente de Liberación Popular de Tigray), quien había gobernado el país durante las tres últimas décadas. Abiy Ahmed decidió invadir Tigray ayudado por el ejército eritreo –el Presidente de Eritrea Isaias Afwerki odia al TPLF– y milicias amharas. Tigray tiene litigios territoriales con Eritrea. Abiy Ahmed y los líderes del TPLF habían sido camaradas en el mismo partido, incluso algunos eran amigos. Pero Abiy Ahmed quería crear uno nuevo, el Partido Prosperidad, más centralista y neoliberal, y el TPLF se resistía. Abiy Ahmed pensó que la guerra sería breve. Daría una lección a los del TPLF por su rebeldía. Pero ha pasado casi un año y la guerra en vez de terminar ha empeorado.

En junio la guerra dio un vuelco inesperado. Las comunicaciones habían sido cortadas y poco se sabía de lo que ocurría sobre el terreno. Para sorpresa de todos, las Fuerzas de Defensa de Tigray (TDF), que aglutinan a diferentes fuerzas políticas, no solo al TPLF, lograron derrotar al ejército etíope. Siete de sus 12 divisiones fueron destruidas. Se calcula que 18 mil soldados habrían muerto. El ejército etíope se retiró de Tigray. Tras la victoria Debretsion Gebremichael, el líder de Tigray, regresó a Mekelle desde las montañas. Había dicho semanas antes que no esperaba regresar vivo. Además de los muertos, al menos siete mil soldados etíopes fueron hechos prisioneros por los tigriños y obligados a desfilar como prisioneros en Mekelle. La derrota fue una humillación para Abiy Ahmed, quien acababa de ganar unas elecciones cuestionadas por la oposición.

El TDF había podido cambiar la marea de la guerra gracias a un masivo alistamiento de la población que pedía ser movilizada, entrenada y armada. Los jóvenes, hombres y mujeres, acudieron en masa a los centros de reclutamiento. Unos porque sentían su cultura e identidad pisoteada, pero la mayoría estaban motivados por las masacres, los asesinatos y las violaciones cometidas por soldados etíopes y tigriños. Según un portavoz del TDF, “los voluntarios eran tantos que no podían admitirlos a todos”.

Abiy Ahmed, quien había proclamado la victoria, reaccionó furioso ante la derrota con un lenguaje inflamatorio. Se refirió a los líderes tigriños como “cáncer”, “malas hierbas” que hay que arrancar. Diplomáticos lo vieron peligroso en unos tiempos donde la violencia étnica está a flor de piel. El recuerdo de Ruanda estaba presente. Llamaba la atención que eran los mismos diplomáticos que le ayudaron a ganar el Premio Nobel de la Paz.

Abiy Ahmed no se limitó al lenguaje inflamatorio, hizo un llamamiento a los jóvenes amharas a incorporarse a la guerra. Sintayehu Abate, un vice-alcalde de Addis Abeba, dijo que tras el llamamiento 3.000 residentes se habían alistado en la ciudad y que miles más habían firmado su incorporación a filas. En Bahir Dhar, la capital amhara, docenas de camiones con cientos de nuevos reclutas partieron para el frente como había ocurrido meses antes en Axum, una ciudad de Tigray. La guerra se extendía a civiles alineados en base a la etnia. La violencia étnica se estaba haciendo cada vez más difícil de controlar.

Días después 50 cadáveres fueron recogidos flotando en el río Tekeze, en Sudán, a escasos metros de la frontera con Etiopía. Tewodros Tefera, un cirujano que trabaja para la Media Luna Roja, dijo a al-Jazeera “que los cadáveres estaban terriblemente heridos, algunos llenos de balas”. Esos días FANO, una milicia amhara, había ido casa por casa en Humera, una ciudad disputada por amharas y tigriños. En Dabat, una woreda en las montañas Simien, el gobierno etíope ha denunciado que más de 100 campesinos amharas han sido asesinados a principios de septiembre por el TPLF, quien lo niega y ha llamado a una investigación independiente. En Oromia, al oeste de Addis Abeba, la Comisión de Derechos Humanos de Etiopía denunció la muerte de 210 personas en varios días de violencia étnica entre oromos y amharas.

Es difícil saber qué está ocurriendo sobre el terreno, pero hay alarmantes noticias de que la guerra se está extendiendo. Han sido reportados combates en Amhara, Afar y Oromia. EL TPLF y OLA (Ejército de Liberación Oromo) –los oromos son la etnia más numerosa y su territorio se extiende al oeste y sur de Addis Abeba– han formado una alianza que disputa la visión centralista de Abiy Ahmed y puede cambiar el sentido de la guerra. Las necesidades humanitarias se han extendido a Afar y Amhara. Naciones Unidas ha dicho que 1,7 millones de personas de estas provincias federales necesitan ayuda en las zonas fronterizas con Tigray. Ha habido informaciones de que los tigriños habrían tomado Lalibela.

Trabajadores humanitarios han denunciado que el gobierno de Addis Abeba está haciendo todo lo posible para impedir que la ayuda llegue al norte, en donde los graneros están vacíos y hay escasez de gasolina y medicinas. Abiy Ahmed. un cristiano pentecostal, estaría usando el hambre como arma de guerra. Todavía la electricidad, internet, los cajeros y los vuelos siguen sin funcionar con normalidad. En Mekelle el precio del aceite vegetal ha aumentado cinco veces en el último mes. La comida no llega en la cantidad que se necesita. Se requiere un mínimo de 100 camiones diarios para afrontar la crisis. A finales de agosto y desde el 12 de julio únicamente habían entrado en Tigray 335 camiones, es decir, un 9% de lo que se necesita.

En Semera, la capital de Afar, hay 172 camiones varados esperando permisos o que las batallas terminen para viajar a Tigray.

Llama la atención que mientras el gobierno está gastando su magro presupuesto en comprar armas –habría comprado drones a Turquía e Irán–, no atienda las necesidades básicas de su población. Se estima que la guerra ha costado al país ya 2,500 millones de dólares. Dos grandes empresas, Ethiopia Airlines y el Comercial Bank, controladas por el gobierno, estarían desviando recursos al esfuerzo de guerra en vez de pensar en las necesidades de la economía o impedir la hambruna. El FMI ha estimado que este año la economía crecerá un 2%, bien lejos del 10% de los últimos años.

El gobierno etíope se negó desde el principio de la guerra a establecer el diálogo, necesario para parar la catástrofe humanitaria. Una comisión de ex presidentes africanos creada por la Unión Africana que buscaba establecer puentes entre ambos bandos ni tan siquiera fue recibida por Abiy Ahmed. En junio, el parlamento clasificó al TPLF como una organización terrorista, haciendo todavía más difícil el diálogo. Abiy Ahmed ha amenazado con movilizar a medio millón de combatientes, pero cada vez es más difícil pensar que esté en condiciones de ganar la guerra, y mucho menos pronto. Si la guerra continúa la catástrofe será épica, han advertido jefes humanitarios de las Naciones Unidas. Los gobiernos europeos deberían presionar a Abiy Ahmed para buscar una salida negociada al conflicto. Al fin y al cabo fueron ellos quienes celebraron y facilitaron el Premio Nobel de la Paz que impulsó su poder.

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