martes, 17 de noviembre de 2020

Historia de la Revolución Rusa

 

Rosa Luxemburgo. Obras Escogidas. 11 de 17

Izquierda Revolucionaria

www.marxismo.org

8/8

Rosa Luxemburgo

8. Democracia y dictadura

El error básico de la teoría Lenin-Trotsky es que ellos también, igual que Kautsky, oponen la dictadura a la democracia. “Dictadura o democracia”, es como plantean la cuestión tanto los bolcheviques como Kautsky. Este se decide naturalmente en favor de “la democracia”, es decir de la democracia burguesa, precisamente porque la opone a la alternativa de la revolución socialista oponiéndola a la democracia, y por lo tanto, a favor de la dictadura. Lenin y Trotsky, por otro lado, se deciden a favor de la dictadura de un puñado de personas, es decir de la dictadura según el modelo burgués. Son dos polos opuestos, ambos igualmente distantes de una genuina política socialista. El proletariado, cuando toma el poder, no puede nunca seguir el buen consejo que la da Kautsky, con el pretexto de “la inmadurez del país”, de renunciar a la revolución socialista y dedicarse a la democracia. No puede seguir este consejo sin traicionarse a sí mismo, a la Internacional y a la revolución. Debería y debe encarar inmediatamente medidas socialistas, de la manera más enérgica, inflexible y firme, en otras palabras ejercer una dictadura, pero una dictadura de la clase, no de un partido o una camarilla. Dictadura de la clase significa, en el sentido más amplio del término, la participación más activa e ilimitada posible de la masa popular, la democracia sin límites.


“Como marxistas —escribe Trotsky— nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal.” Es cierto que nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal Ni tampoco fuimos nunca adoradores fetichistas del socialismo ni tampoco del marxismo. ¿Se desprende de esto que también debemos tirar el socialismo por la borda, a la manera de Cunow, Lensch y Parvus,195 si nos resulta incómodo? Trotsky y Lenin son la refutación viviente de esta respuesta.


“Nunca fuimos adoradores fetichistas de la democracia formal.” Lo que realmente quiere decir es: siempre hemos diferenciado el contenido social de la forma política de la democracia burguesa; siempre hemos denunciado el duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales. Y no lo hicimos para repudiar a éstas sino para impulsar a la clase obrera a no contentarse

(195)   Heinrich Cunow (1862-1936): socialdemócrata y catedrático alemán, teórico del grupo de Scheideman. Antes de la guerra se consideraba marxista ortodoxo y luchó contra el revisionismo. Luego socialpatriota. Paul Lensch (1873-?): socialdemócrata alemán. Antes de la guerra pertenecía al ala izquierda, y su periódico publicaba trabajos de Rosa Luxemburgo, Mehring, etcétera. Cuando ésta estalló se volvió chovinista. Su evolución hacia la derecha prosiguió hasta ser publicista de Hugo Stinnes, empresario y magnate de la prensa alemana. Fue expulsado del PSD en 1922. Parvus (Alexander Helphand) (1869-1924): destacado teórico marxista antes de la guerra, llegó a conclusiones similares a la teoría de la revolución permanente de Trotsky. Este rompió con él en 1914, cuando Parvus encabezó el ala guerrerista de la socialdemocracia alemana. En 1917 intentó en vano reconciliar al PSD alemán con los bolcheviques y luego a los socialistas independientes con la dirección Ebert-Noske con la cobertura sino a conquistar el poder político, para crear una democracia socialista en reemplazo de la democracia burguesa, no para eliminar la democracia.


Pero la democracia socialista no es algo que recién comienza en la tierra prometida después de creados los fundamentos de la economía socialista, no llega como una suerte de regalo de Navidad para los ricos, quienes, mientras tanto, apoyaron lealmente a un puñado de dictadores socialistas. La democracia socialista comienza simultáneamente con la destrucción del dominio de clase y la construcción del socialismo. Comienza en el momento mismo de la toma del poder por el partido socialista. Es lo mismo que la dictadura del proletariado.


¡Sí, dictadura! Pero esta dictadura consiste en la manera de aplicar la democracia, no en su eliminación, en el ataque enérgico y resuelto a los derechos bien atrincherados y las relaciones económicas de la sociedad burguesa, sin lo cual no puede llevarse a cabo una transformación socialista. Pero esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de la clase; es decir, debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas; debe estar bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir de la educación política creciente de la masa popular.


Indudablemente los bolcheviques hubieran actuado de esta manera de no haber sufrido la terrible presión de la guerra mundial, la ocupación alemana y todas las dificultades anormales que trajeron consigo, lo que inevitablemente tenía que distorsionar cualquier política socialista, por más que estuviera imbuida de las mejores intenciones y los principios más firmes.


Lo prueba el uso tan extendido del terror que hace el gobierno soviético, especialmente en el periodo más reciente, antes del colapso del imperialismo alemán y después del atentado contra la vida del embajador alemán. El lugar común de que en las revoluciones no todo es color de rosa resulta bastante inadecuado.


Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable de causas y efectos, que comienza y termina en la derrota del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán. Seria exigirles algo sobrehumano a Lenin y sus camaradas pretender que en tales circunstancias apliquen la democracia más decantada, la dictadura del proletariado más ejemplar y una floreciente economía socialista. Por su definida posición revolucionaria, su fuerza ejemplar en la acción, su inquebrantable lealtad al socialismo internacional, hicieron todo lo posible en condiciones tan endiabladamente difíciles. El peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias, recomendándolas al proletariado internacional como un modelo de táctica socialista. Cuando actúan de esta manera, ocultando su genuino e incuestionable rol histórico bajo la hojarasca de los pasos en falso que la necesidad los obligó a dar, prestan un pobre servicio al socialismo internacional por el cual lucharon y sufrieron. Quieren apuntarse como nuevos descubrimientos todas las distorsiones que prescribieron en Rusia le necesidad y la compulsión, que en última instancia son sólo un producto secundario de la bancarrota del socialismo internacional en la actual guerra mundial.


Que los socialistas gubernamentales alemanes clamen que el gobierno bolchevique de Rusia es una expresión distorsionada de la dictadura del proletariado. Si lo fue o lo es todavía, se debe solamente a la forma de actuar del proletariado alemán, a su vez una expresión distorsionada de la lucha de clases socialista. Todos estamos sujetos a las leyes de la historia, y el ordenamiento socialista de la sociedad sólo podrá instaurarse internacionalmente. Los bolcheviques demostraron ser capaces de dar todo lo que se puede pedir a un partido revolucionario genuino dentro de los límites de las posibilidades históricas. No se espera que hagan milagros. Pues una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado mundial, sería un milagro.


Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Yo osé!”


Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”.


Transcripción:

Célula 2


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Y es que no hay más: seis son tres veces dos, y a una mano cerrada se le llama puño. Cada cual le puede llamar como más le guste o menos le asuste, pero da igual: no hay más.

 

La lucha de clases en el coronavirus (más dosis como remedio)


 

 DIARIO OCTUBRE / 17.11.2020

Final del formulario

La degradación de la situación es de tal magnitud, en todos los planos y de forma tan acelerada y precipitada, que plantea unos retos ingentes a quienes bregan por insertar una línea revolucionaria en el seno del pueblo, que solo podrá salir de la barbarie que se perfila cuestionando directamente al poder. La pandemia no ha hecho sino acelerar y agravar hasta el paroxismo una crisis sistémica que ya venía anunciándose, y la declaración de estados de alarma en sus distintas versiones no hace sino dificultar sobremanera las condiciones en que tiene que darse una lucha de clases que no solo no puede confinarse, sino que tiene que pasar a niveles superiores.

La sucesión de acontecimientos en las últimas semanas plantea a la militancia que se reclama del movimiento revolucionario, e incluso a la que meramente se proclama progresista, dar pasos resueltos y decididos en la superación de los límites que nos afectan, empezando por clarificar y saberse manejar en una situación que es normal que vaya a ser de máximo caos, confusión y eclecticismo en el seno de la indignación y la protesta. La coyuntura extrema que se nos dibuja nos obliga a hacer prueba de máxima inteligencia en la reagrupación de fuerzas, forzosamente diversas, frente al principal enemigo en estos momentos: la gran oligarquía financiera y empresarial, la política imperialista dictada por la Unión Europea y los gobiernos a su servicio.

Más allá de anuncios y “desanuncios” administrativos, donde la demagogia y la mentira calculada campan a sus anchas, en medio de peleas politiqueras por coger el volante gubernamental, en mitad pues de este desorden generalizado, la única política clara y planificada que desde el poder finalmente se impone es la de salvar y rescatar a esas oligarquías parasitarias. Nada les valdrá más que eso.

Existe un interés por parte de los medios en tildar de “negacionista” cualquier oposición a los dictados del gobierno, una burda simplificación que no tiene otro fin que el de acomplejarnos y tornarnos dóciles ante el control social que de facto se está imponiendo. Por más que sea cierta la existencia de ese negacionismo del virus, no podemos caer por un segundo en su trampa. No somos negacionistas de la enfermedad, pero sí que negamos la mayor, y por partida doble. Negamos que este Estado al servicio de los oligarcas parásitos de aquí y de Bruselas-Berlín pueda controlar y salvarnos de las dos grandes enfermedades en curso: la propia pandemia y la de la enorme descomposición social que tanto sufrimiento callado está generando. Aquí no cabe más que estar en primera línea del negacionismo sistémico.

Frente a la planificación estatal que se hace al servicio exclusivo de los grandes emporios financieros y empresariales –negando incluso su sacrosanta economía de mercado, que solo dejan para inframercantilizarnos laboral y socialmente o para cargarse sectores empresariales de segunda fila–, urge la planificación al servicio del pueblo. Hay que caminar hacia el control popular de los grandes sectores financieros e industriales, de los dominios de la sanidad, de los servicios sociales. Planificación social o barbarie, eso es lo que está en juego; algo imposible de lograr sin cuestionar la dictadura del capital bajo la que vivimos. He aquí la alarma mayor que debe sonar en la lucha de un pueblo que se juega su propia salvación.

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Efectivamente nos encontramos en medio de ese tipo de crisis profunda comparable a otras que han hecho temblar el curso de la historia; más aún por la fuerza con que se da en el centro mismo del sistema capitalista. La crisis que vivimos es de las que, si no se resuelven con un cambio en la clase que tiene el poder, nos aboca irremediablemente a situaciones de guerra social o directamente de guerra abierta, como ya ha ocurrido en otras ocasiones. En cualquier caso, nada tendrá que ver el escenario de lo que vendrá con lo que habíamos vivido hasta ahora.

Cuando decimos que la situación es de gran degradación en varios planos es porque, además de agravar extremadamente las condiciones de vida de la clase obrera y los sectores populares más humildes, también afecta a sectores de la burguesía, de los pequeños y medianos empresarios, conllevando una extensa descomposición social. Es por eso que no podemos contentarnos con generalidades del estilo de que estamos ante un estado burgués, de la economía capitalista, etc. Estas categorías, siendo totalmente justas, hoy son insuficientes para situarnos ante la compleja realidad de las contradicciones sociales y la expresión que pueden tomar en forma de protestas; máxime cuando tenemos un gobierno que va de progresista y se le asocia con la izquierda y hasta con el socialismo.

Numerosos sectores de la pequeña burguesía en proceso de descomposición, o incluso de la burguesía media, entran hoy objetivamente en contradicción con las políticas dictadas al servicio de la oligarquía, por un gobierno que se intenta disfrazar de socialdemócrata. El resultado es que esos sectores llegan a movilizarse con discursos reaccionarios e imposibles, pudiendo arrastrar con ellos a capas humildes de la población en una situación límite. Y no por ello debemos situarnos ni por un instante al lado de un gobierno que ejecuta, entre postureos de todo tipo, la política del enemigo principal señalado más arriba; por más que, por supuesto, debamos mantener distancia ideológico-política con los distintos sectores reaccionarios.

En un contexto en que la economía de mercado no funciona, en que ni “los de arriba” controlan lo que está pasando, los Estados ahondan en su reconversión en regímenes de contrarrevolución preventiva, cada vez más preparados para la guerra social. Es mentira que tengamos un gobierno socialdemócrata. De ser cierta tal cosa, ese gobierno entraría en contradicción inmediata con los dictados oligarcas y de la Unión Europea, que cada vez estrechan más los márgenes reales de las reformas; unas reformas y mejoras, cuya máxima garantía para obtenerlas y asegurarlas es que sean arrancadas como “productos accesorios de una lucha con perspectiva revolucionaria”, parafraseando a Lenin.

Sobre este gobierno, lo que importa es que no solo no se opone a los dictados del capital nacional e internacional, sino que se postula como sus mejor garante ante un desbordamiento de la protesta. El papel del “reformismo” en el gobierno como anestesiante de la lucha de clases cobra más fuerza aún en la situación que se está abriendo. Tanto es así, que hasta el propio Sánchez hace esfuerzos por convencer a la patronal de la utilidad de UP en el gobierno1, en base al papel de apagafuegos que estos pudieran jugar frente a la enorme protesta social que se avecina.

Por lo demás, es necesario señalar que la derecha española proveniente del franquismo tiene unos vínculos más fuertes con el empresariado patrio, la pequeña o mediana patronal, la burguesía rural, etc., mientras el PSOE, que tiene una importante base social en el funcionariado o personal que vive de las administraciones, tiene a menudo una conexión y obediencia más directas con la oligarquía financiera. A ello hay que sumar la lealtad que el llamado centro-izquierda ha tenido siempre hacia la Unión Europea, mayor que el de una derecha que en general viene de unas relaciones más estrechas con el imperialismo estadounidense; lo cual ha llegado incluso a utilizar para hacerse más fuerte ante la Comisión Europea, siendo el ejemplo más notorio el de Aznar. Todo esto, en el contexto de un Estado intermedio como el nuestro, en medio de una fuerte competencia internacional por comerse mercados ajenos –algo que persigue sobremanera el núcleo duro de la UE–, hace que un gobierno como el actual pueda serle más útil a dicho núcleo duro en la aplicación de sus políticas de integración-expansionistas. Así ha venido siendo de hecho desde los años del felipismo.

Al actual gobierno no lo convierte en inocente, ni menos aún lo hace objeto especial de nuestro cuidado, el que se le enfrenten elementos con discursos reaccionarios, por mucho disfraz democrático o antifascista con que se quiera revestir. Si algún papel ha jugado frente a la reacción es el de allanarles el terreno, y convenzámonos de que no le va a temblar el pulso a la hora de descargar sobre el pueblo toda la capacidad represiva de su aparato estatal. Ya hemos visto a los Iglesias utilizando el espantajo de la extrema derecha para justificar esa represión, y en estos días ya se suceden noticias de casos represivos hacia militantes y luchadores sociales de todo tipo. Sea como fuere, nuestro enfrentamiento a los que gritan “vivan las caenas”, a los elementos más casposos del régimen, debe supeditarse a las necesidades mayores de la lucha de clases; en concreto, a contribuir a concentrar el máximo de fuerzas y también a aislar al máximo a la fracción del capital que pilota esta guerra.

En las últimas semanas se han comenzado a precipitar acontecimientos en forma de protestas, muchas de ellas caóticas, con una fuerte componente espontánea, lemas difusos y participación e ideología muy eclécticas, derivando varias de ellas en disturbios y enfrentamientos con la policía. Algunas movilizaciones han sido en barrios obreros, como las que ocurrieron en Gamonal, con consignas antifascistas y una participación que llamaríamos de izquierdas, mucha de ella joven. También han seguido un patrón similar, quizás más organizado, algunas de las habidas en Euskal Herria, donde por cierto no es casualidad que no aparezcan con fuerza expresiones reaccionarias, producto de que allí existiera durante décadas un movimiento verdaderamente rupturista que no creó vacío político entre el pueblo, y cuyo poso sigue estando presente.

Ciertamente, algunas de las convocatorias han venido siendo pringadas con la intervención de grupúsculos de extrema derecha (o de gente en longitud de onda con ellos), pero ni son todas ellas ni se debe magnificar su capacidad de convocatoria. Pretender afirmar que esta gente es capaz de movilizar lo que se ha visto estas semanas atrás es otorgarles una capacidad que no tienen. Y en cuanto a la extrema derecha más institucional, hemos visto las contradicciones en las que han ido cayendo diferentes líderes de Vox, a veces aplaudiendo las protestas contra el gobierno, a veces echando la culpa de disturbios y saqueos a la “extrema izquierda” o a la inmigración, desdiciéndose hoy de lo que dijeron ayer.

En el Estado español históricamente nunca ha habido una extrema derecha obrerista o social que haya logrado ser de masas, y ésta en gran parte ha tenido una componente clasista muy marcada. Su inmensa mayoría nunca será capaz de tener un discurso consecuente contra la gran burguesía, contra el capital financiero, por las ligazones personales que tiene con él y que vienen del franquismo. Y, sobre todo, la extrema derecha es incapaz de entrar en contradicción con las fuerzas de seguridad del Estado. Se moverá como pez en el agua en las concentraciones del Barrio de Salamanca, pero lo tiene realmente crudo para poder liderar ningún tipo de protesta social, ya no digamos de clase, de cierto calado. Una línea consecuente, que se desprenda de prejuicios esquemáticos y que haga un trabajo permanente entre las masas, es perfectamente capaz de aislarla. Pero para ello hay que desmarcarse de todo tipo de conciliación y acomplejamiento para con el “progrerío”.

Volviendo a las movilizaciones, si algo es evidente es que no podemos encasillar lo que hemos visto hasta ahora bajo un único patrón, ni tener total claridad acerca de lo que está pasando, pero no pasa nada: más grave sería querer simplificar la realidad para hacerla encajar en esquemas preconcebidos. Históricamente, en momentos de profunda crisis económica se han sucedido protestas de grupos lumpenizados y proletarizados, o de capas intermedias en proceso de proletarización, con altos niveles de eclecticismo y sin responder a patrones organizativos típicos del movimiento obrero clásico. Pues bien, más aún ocurrirá esto en un contexto en que el movimiento revolucionario continúa en horas tan bajas. El hecho de que unas protestas no expresen reivindicaciones claras o no sigan un patrón ideológico determinado no sólo no las convierte en reaccionarias, es que seguramente puedan seguir jugando un papel progresivo, en la medida en que contribuyan a confrontar con el enemigo de clase.

Hay que señalar que en estas semanas también ha habido movilizaciones convocadas por sectores del movimiento obrero y popular organizado, que no se mencionan en unos medios de comunicación interesados en tachar de negacionista o de ultraderecha a casi todo lo que se mueve. Algunas de ellas han sido muy numerosas, y por cierto, se han llegado a “comer” grupos de esos reaccionarios o negacionistas que también anduvieron por allí, quedando sepultados dentro de la propia movilización por la fuerza de la misma; sirva esto de ejemplo de que no hay mejor antídoto contra la extrema derecha que una fuerza de clase organizada capaz de vehicular el descontento social.

Aún está reciente el ejemplo en Francia de unos chalecos amarillos sobre quienes al principio se vertían acusaciones similares a las que estamos asistiendo estos días. En esas movilizaciones había sectores de la pequeña burguesía, con ideas reaccionarias, con algunas organizaciones de extrema derecha intentando pescar en río revuelto… A partir de aquellas protestas se desarrolló un importantísimo movimiento que sostendría un conflicto con el Estado que duraría meses2, y que ha significado un enorme aprendizaje colectivo para el pueblo vecino.

Así, lo esencial de las protestas que inevitablemente se van a dar, en lo que debemos poner acento, es si en ellas hay pueblo, si hay sectores que se están viendo al límite del precipicio con la brutal crisis en curso. Y en numerosos casos así está siendo; en muchas ciudades ha sido gente joven, con cierta abundancia de perfil migrante, que sale a expresar rabia y descontento de la manera en que sabe. Por cierto, esta crisis va a sacar mucha gente nueva a la calle, capas populares que nunca antes habían salido y que no responderán a forma o expresión organizativa alguna. Tarea nuestra será contribuir a elevar ese descontento y esos primeros niveles de conciencia a estadíos más elevados. Y eso pasa por saber hacerlo.

Como venimos señalando, en un Estado donde domina el capital financiero y en un momento histórico en el que no hay margen para que “se salve” todo el mundo, es normal que salgan a protestar sectores de la pequeña burguesía en descomposición. Como también es normal que diferentes capas populares que pueden salir a la calle, no expresen ni siquiera contenidos progresistas. ¿Qué podemos esperar al respecto cuando a la debilidad de la línea revolucionaria se le suma que agentes de facto del gran capital y de las políticas dictadas por la Unión Europea aparezcan con ropajes progresistas y de izquierda?

La criminalización que se está dando de las protestas es de libro, de un libro muy conocido ya en este país desde tiempos de la transición. Primero negando que en ellas haya gente, mucha de ella joven, que podríamos llamar de izquierdas, combativa, o sencillamente que haya pueblo expresando descontento de la manera que sea. Y segundo, metiendo a buena parte de toda esta amalgama en el cajón de la extrema derecha o del negacionismo. Esto es grave que venga del progrerío progubernamental, pero más preocupante aún es ver cómo desde “nuestras filas” se cae también en los mismos tipos de simplificaciones y acusaciones. No es admisible que no se entienda este eclecticismo, esta confusión, la existencia de sectores o ideas reaccionarias que se mezclen y se hagan hueco en la protesta social, consecuencia todo ello del vacío político entre las masas provocado por la ausencia de una línea que revolucione consecuentemente la realidad, y una organización capaz de llevar a cabo todas estas tareas.

En momentos de crisis los tempos se aceleran y aparece una necesidad urgente de actuar, de movilizarse, por parte de un pueblo que cuando sale a protestar lo hace desde la posición en que se encuentra, con todas sus contradicciones y bajo el paraguas de la ideología dominante. Ya decimos que mucha gente nueva saldrá a las calles en esta nueva etapa de crisis. Y no sólo es que sea erróneo pretender ver pureza alguna en sus expresiones, es que nos toca ser lo más flexibles que podamos frente a todas las contradicciones que vamos a ver; debemos aprender a relacionarnos de la manera más natural posible con la gente normal, tal cual es. El propio proceso de la lucha de clases juega a favor de cambiar las conciencias, las cuestiones culturales más de fondo, pero no podemos pretender no encontrarnos con ellas: es desde la realidad, como se nos presenta, desde donde toca trabajar.

En fin, que habrá que optimizar al máximo aquello de que se nos impone “la clarificación en (y dentro) de la movilización” por más desorientación y confusión que en esta pueda haber.

Sobre el confinamiento y el estado de alarma

Hay que ser claros: un movimiento revolucionario, en las condiciones actuales, no puede dejarse llevar por prioridades puramente sanitarias, menos aún cuando acatar toda la actuación del gobierno significa someterte a los designios del enemigo de clase. Al inicio de la pandemia sacábamos a la luz un fragmento biográfico de Lenin que hoy no viene mal recordar: “Ayudar al régimen a vencer el terrible azote es contribuir a su consolidación, cuando precisamente esta catástrofe revela rotundamente su imprevisión, su incapacidad, y favorece la difusión de nuestras ideas revolucionarias.3

La cuestión de “vida o muerte” en la situación que estamos viviendo es de vida o muerte social, de tener un trabajo, un techo o algo con lo que llenar la nevera. Cada vez hay más sectores que se expresan en estos términos, la situación es límite y no tiene ningún viso de mejorar4. Es una auténtica irresponsabilidad supeditarnos a los tiempos y políticas del Estado, porque eso es debilitar o directamente cancelar la lucha de clases, atarnos de pies y de manos, perder toda independencia política. No cabe conciliación alguna con ellos.

A estas alturas de la pandemia es evidente que el poder está utilizando todos los mecanismos que tiene a su alcance para frenar una movilización y protesta social que puede ser inmensa y sacar en forma de explosión de rabia tanto sufrimiento callado. El confinamiento, las medidas represivas y todo el bombardeo mediático en torno al COVID 19 están suponiendo un desánimo, unas situaciones de soledad, aislamiento, miedo y desconfianza que están dejando a muchas personas tocadas; también a gente consciente e incluso militante. El desmoronamiento organizativo, o como mínimo la situación de debilidad y bloqueo de parte del ya precario movimiento obrero y popular es un hecho palpable, y esta es una situación a la que hay que hacer frente con toda nuestra clarividencia.

Radios, periódicos y televisiones, propiedad de quienes gestionan la crisis a su mayor beneficio, vomitan a todas horas datos y más datos, muchos de ellos incomprensibles y carentes del mínimo rigor, aderezados con análisis de tertulianos y de supuestos expertos, todos en la misma dirección. A menudo el resultado es la creación de sentimientos de pánico, de miedo a tener la mínima relación social y de inseguridad ante todo lo que suponga salir de casa, que colonizan las cabezas de millones de personas.

De todas formas, el pueblo no se encuentra ya en las mismas condiciones en esta segunda ola de la pandemia; la desconfianza hacia las medidas, el hartazgo y la situación de desespero son cada vez mayores. Hay gente sencillamente progresista que también se está dando cuenta de la componente represiva del estado de alarma, los toques de queda y todas esas medidas, más aún si se relacionan con la nefasta gestión de la pandemia.

En menor medida que durante la primavera, aún hay quien desde posturas críticas al gobierno pide más cierres en la economía, más confinamientos generales, etc; una cosa que creemos que es poco seria por parte de quien pretende ser vanguardia. Las medidas drásticas de confinamiento en nuestro contexto significan dejar en el desamparo en primer lugar a las capas más precarizadas, a quien vive de la economía sumergida, al proletariado en definitiva. Y esto es así por mucho que quien alce la voz en primer término sea esa pequeña o mediana burguesía que ve afectados sus negocios, que en muchos casos se irán realmente a pique. Son todos esos sectores más humildes, al margen incluso de las capas de asalariados con trabajos relativamente estables, quienes son más escépticos con los confinamientos tal y como se han venido dando, quienes además ven en primera persona cómo todos esos “escudos sociales” anunciados a bombo y platillo son poco más que humo.

Por cierto, a la hora de hablar de medidas restrictivas tampoco es correcto compararse con Estados con componente socialista o de planificación económica, con una capacidad mucho mayor para controlar la epidemia. No podemos pedir a nuestro pueblo el mismo respeto por las contradictorias e incoherentes medidas sanitarias y de aislamiento aquí que si estuviéramos en países donde se ha estado planificando una superación de la epidemia en conjunción integral con la debida protección social.

En este sentido, cabe pararse solo sea un tanto en el caso de China, contraponiéndolo con la política seguida aquí y en nuestro entorno más cercano, para comprobar la irracionalidad y el descontrol en la lucha contra la pandemia por parte de Estados como el nuestro, donde al final lo que más interesa es quedarse con la componente de control policial al tiempo que se permite hacer negocios con la cuestión sanitaria. China ha demostrado que la humanidad ya está preparada para vencer a esta pandemia; y, sobre todo, que es posible vencerla sin dejar en la estacada al pueblo. Repárese, por ejemplo, en que el confinamiento de los más de 10 millones de habitantes de Wuhan fue acompañado de la completa asistencia social y vital. Por no hablar de la construcción acelerada de 16 hospitales en la ciudad, perfectamente equipados. O como, ante el menor foco, las pruebas de PCR en aquel país se han hecho de forma masiva y gratuita.

En sangrante contraste, el confinamiento español fue (y sigue siendo) una farsa. Así, a modo de ejemplo significativo, millones de madrileños iban al trabajo cada mañana hacinados en el metro. La precariedad en los puestos de trabajo hacía el resto. Muchos negocios particulares ven, en toda lógica, en el confinamiento total su hundimiento. El desorden, el sálvese quien pueda de la economía capitalista no permite hacer otra cosa. Para colmo se nos pide, en última instancia, que vayamos a trabajar pero no protestemos, para frenar cualquier oposición a su ola de despidos. Se apela, en fin, con descaro a la “irresponsabilidad” de la gente, mientras nos obligan a trabajar hacinados y en franco peligro.

Si no hay protección social, las medidas de prevención sanitarias dictadas se llegan a convertir, como decimos, en un flagelo contraproducente, en puro cinismo: en definitiva, en una farsa criminal que el tiempo se encargará de revelar en toda su crudeza. Pero, precisamente, se trata de que la razón se imponga antes de que el tiempo se la dé… demasiado tarde. No hay, pues, parálisis de lucha que valga.

Se impone la disputa por el control del sistema productivo. Y esta disputa solo puede hacerse desde el propio sistema productivo. El control popular de la pandemia y de la crisis que nos interesa se debe hacer desde la propia lucha de clases, no desde un confinamiento que no deja de ser burdo, irracional y respetuoso del (de)sorden capitalista. No se trata, entonces, de pedir desde el aislamiento organizativo medidas a un gobierno y un Estado que sirven a una clase que no es la nuestra.

Debemos conseguir por la vía de la práctica que ellos se nieguen a sí mismos, que nieguen su propia política por la presión de la lucha de clases. Es importante saber señalar todas sus contradicciones, e imponer reivindicaciones que vayan en este sentido: intervención del parque hotelero para las cuarentenas inteligentes y para ofrecérselo al personal sanitario que está en primera línea de combate con la pandemia; intervención y control de la industria privada que sea necesaria, empezando por toda la sanitaria y farmacéutica; apoyo a las residencias y al personal sanitario con aumentos de plantillas y mejoras en las condiciones laborales, etc. Y. por supuesto, todas las que tienen que ver con la salud social y laboral de un pueblo que está siendo sacrificado en el altar del beneficio del capital.

Queremos acabar con una llamada a la militancia organizada, al activismo, a toda persona con conciencia política. En tiempos más que complicados nuestra entrega militante es muy necesaria, como lo es que a esta le demos toda la seriedad posible. Las tareas históricas que tenemos por delante así lo exigen.

Red Roja, noviembre de 2020

https://www.vozpopuli.com/espana/sanchez-podemos-gobierno-incendiar-calle_0_1405360706.html

http://xarxaroja.cat/los-chalecos-amarillos-expresion-de-nuestros-limites-y-de-las-capacidades-del-pueblo/

https://diario-octubre.com/2020/04/07/lenin-y-la-actividad-revolucionaria-frente-a-las-epidemias/

https://www.publico.es/sociedad/coronavirus-nuevos-pobres-pandemia-economia-sumergida-precariedad-desamparo.html

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¿Para qué sirve un escritor?

 

Palabras inaugurales en la XVI Feria Internacional del Libro de Venezuela

¿Para qué sirve un escritor?

 

Por Luis Britto García

Rebelión

17/11/2020 

 luisbrittogarcia.blogspot [Foto: Luis Britto]

Siempre me he preguntado, al igual que todo el mundo, para qué sirve un escritor. La primera respuesta que  se nos ocurre es obvia: para nada. En otros sitios los literatos motorizan industrias editoriales que ensucian mucho papel y mueven mucho dinero. En un país donde los índices de lectores subieron abruptamente y posiblemente se desplomaron tras el bloqueo, vuelve el escritor a ser fantasma sin aplicación, salvo el arribismo político o el malabarismo burocrático. Esta respuesta es falsa, pero me siento cómodo con ella. Sostener que un ser humano debe servir para algo es  mercantilismo ajeno a la Utopía, donde el Ser se justificará por el prodigio de su propia existencia y sus creaciones. Instalarse en un oficio sin escalafón ni tabla de remuneraciones es conquistar  de manera soberbia una parcela del Reino de la Libertad: del vivir sin deberle a nadie excusas ni plusvalía. Vale decir, la aristocracia sin siervos ni esclavos a la que acceden sólo creadores e indigentes.

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Me corrijo: el escritor sí sirve para algo, o más bien para todo. Los  seres vivientes acceden a la condición de animales sociales al desarrollar el lenguaje. Abejas, hormigas y delfines disponen de complejos medios de comunicación. El de los seres humanos es el que más depende de la capacidad de invención. De creerle a Noam Chomsky, las estructuras profundas de nuestro lenguaje serían fijas e innatas, pero a partir de ellas hemos desarrollado millares de idiomas y culturas distintas. El escritor  organiza, fija, potencia y preserva las palabras, primero en el mecanismo mudable de la memoria, luego en la trama de los signos preservados en piedra, arcilla, nudos, papel o pulsos electromagnéticos. La palabra dicha es local y fugaz, sin más alcance que la voz y el recuerdo. La reducida a  signos en la escritura aspira a perdurable. Gracias a ella disfrutamos de inagotable  acceso a todo lo dicho desde el comienzo de los tiempos y el confín de las distancias.

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Sin lenguaje sería  imposible coordinar  conductas humanas; sin escritura, hacer  esta coordinación perdurable. Las palabras no son la realidad, pero erigen  modelos modificables de ella. Las más poderosas  nombran objetos intangibles. Tribu, Aldea, Ciudad, Nación, Religión, República, Estado, son palabras. El escritor incesantemente construye y destruye  la concepción del mundo. Alrededor de textos como la Biblia, las Analectas, la Odisea, el Popol Vuh, el Corán,  El Príncipe o El Quijote terminan de decantarse los idiomas que a su vez definirán naciones. La escritura  fija la realidad fluyente del idioma y mediante él  estabiliza el sistema compartido de valores que llamamos Nación. Cada escritor desarrolla un estilo y cada comunidad una civilización, especie de intangible frontera del cuerpo político. Hay Naciones cuya cultura perdura milenios después de destruido su Estado, y Estados aniquilados porque dejaron morir su cultura. 

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La naturaleza  se nos hace inteligible a través del lenguaje. Organizamos  vocablos mediante gramáticas cuyas construcciones llamamos filosofías, con las cuales  explicamos el mundo. El universo es sólo  caos de sensaciones hasta que lo ordenamos con el mito, la Historia y las matemáticas. No hay escritor más preciso que quien  traza números, a pesar de que su cosmos está poblado de criaturas insensatas: el cero, el infinito, los números irracionales. No olvidemos al que apunta sonidos y nos interna en orbes musicales  al parecer desprovistos de otro sentido que el de cautivarnos. Pintores y escultores  articulan imágenes y formas, ingenieros y arquitectos palabras  sólidas. Todo lo real fue escritura; pasado su tiempo devendrá Historia.

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Cuenta Maquiavelo que luego de pasar el día discutiendo con jornaleros y pastores, se encerraba en su biblioteca para conversar con los grandes hombres del pasado. La filosofía no ha encontrado mejor manera de definir el Ser que considerarlo una hilación de ideas, vale decir, de palabras. Seguir el monólogo interior de James Joyce es temporariamente convertirse en él. Mediante la lectura disponemos de mil vidas; mediante la escritura, de la ilusión de ubicuidad e inmortalidad. Sólo muere el escritor cuando ya no es leído; sólo deja de serlo cuando evade su Verdad. Nace muerta la palabra que  expresa adulación o  moda. La venalidad no expresa más que el precio que la compra.

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Toda opresión es legitimada por cadenas verbales. Su fin llega cuando son resignificadas las  palabras de sus murallas conceptuales.  Toda Revolución es disparada por la prédica de una Vanguardia Ilustrada. La Revolución Francesa, la Independencia, la Bolchevique, la China, la Descolonización, la Cubana, la Sandinista, la Boliviana,  fueron movimientos explosivos detonados por  mechas de conceptos. El bolivarianismo es  intento de plasmar lo mejor del nacionalismo, el antiimperialismo, el integracionismo, el socialismo del  proyecto de la izquierda de los años sesenta. En vano desdijeron de este último algunos de sus autores. Lo dicho en vida sobrevive a quien muere en espíritu. 

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Sobre la tierra se baten  a muerte el discurso de la Alienación y el del Reino de la Libertad. Algoritmos de  dividendos deciden hecatombes. Mentes artificiales enuncian palabras digitales que asfixian la esperanza y proscriben el futuro. Cada vocablo que tecleamos es registrado por mecanismos espías y cribado por análisis de contenido.  La información se concentra en un número cada vez menor de softwares. Todo lo que digamos puede ser digitalizado en  contra nuestra. Más de un millar de idiomas hablamos los humanos: las máquinas los han traducido a  uno solo. Mientras construimos el mundo con conceptos los ordenadores lo reducen a data. Debemos aprender idiomas inhumanos que sólo conocen el uno y el cero para defender nuestra patria, que es el infinito. Una vez más, es preciso inventar el lenguaje que nombre la vida. La palabra es nuestra memoria y nuestro consuelo. Nuestro anhelo de arribar al mundo donde, como anticiparon Carlos Gardel y Alfredo Lepera, no habrá más penas, ni olvido.

Fuente: http://luisbrittogarcia.blogspot.com/2020/11/para-que-sirve-un-escritor.html

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Historia de la Revolución Rusa

 

Rosa Luxemburgo. Obras Escogidas, 11 de 17

Izquierda Revolucionaria

www.marxismo.org

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Rosa Luxemburgo 

7. La lucha contra la corrupción

Un problema muy importante en toda revolución es el de la lucha con el lumpenproletariado. También en Alemania, como en cualquier otro lado, tendremos que enfrentamos con este problema. El elemento lumpenproletario está profundamente incrustado en la sociedad burguesa. No es solamente un sector especial, una especie de escoria social que crece enormemente cuando se derrumban los cimientos del orden social, sino una parte integrante de éste. Los acontecimientos de Alemania -y en mayor o menor medida los de otros países- demostraron con qué facilidad todos los sectores de la sociedad burguesa caen en esa degeneración. Los matices entre las excesivas ganancias comerciales, los negocios ficticios, la adulteración de alimentos, el fraude, el desfalco oficial, el robo, el hurto, el asalto a mano armada, se confunden de tal modo que la línea divisoria entre la ciudadanía honorable y la penitenciaría ha desaparecido. Se repite el mismo fenómeno que en la degeneración regular y rápida de los dignatarios burgueses cuando son trasplantados a tierra extraña en las colonias de ultramar. Con el derrumbe de las barreras convencionales y los puntales de la moralidad y la ley, la sociedad burguesa cae víctima de una degeneración directa e ilimitada [Verlumpung], pues la ley que rige su vida interna constituye la más profunda de las inmoralidades, es decir la explotación del hombre por el hombre. 


La revolución proletaria tendrá que luchar en todos lados contra este enemigo e instrumento de la contrarrevolución.


Y sin embargo, también en relación a esto, el terror es una espada de doble filo, sórdida, negativa. Las medidas más duras de la ley marcial son impotentes frente al estallido de la enfermedad lumpenproletaria. Por cierto, todo régimen persistente de ley marcial lleva inevitablemente a la arbitrariedad, y toda forma de arbitrariedad tiende a depravar la sociedad. Al respecto, las únicas medidas efectivas en manos de la revolución proletaria son: medidas radicales de carácter político y social, la transformación lo más rápida posible de las garantías sociales de la vida de las masas; despertar el idealismo revolucionario, que puede mantenerse durante un largo lapso si las masas llevan una vida intensamente activa en las condiciones de una ilimitada libertad política.


Así como la libre acción de los rayos del sol constituye el remedio más efectivo, purificador y curativo contra las infecciones y los gérmenes de la enfermedad, el único sol curativo y purificador es la revolución misma y su principio renovador, la vida espiritual, la actividad y la iniciativa de las masas que surgen con aquella y se conforman en la más amplia libertad política.


En nuestro caso, como en cualquier otro, será inevitable la anarquía El elemento lumpenproletario está profundamente en-quistado en la sociedad burguesa y es inseparable de ella.

Pruebas:

1 - Prusia Oriental, los saqueos “cosacos”.

  - La irrupción generalizada del saqueo y el robo en Alemania. (Especulación, personal de correo y ferroviario, policía, disolución total de límites entre la sociedad bien ordenada y la penitenciaría.)

3 - La rápida degeneración [Verlumpung] de los dirigentes sindicales.

Contra esto, son impotentes las medidas draconianas de terror. Por el contrario, producen una corrupción aun mayor. La única antitoxina: el idealismo y la actividad social de las masas, la libertad política ilimitada.

Es una ley objetiva todopoderosa a la que no puede escapar ningún partido.


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