miércoles, 23 de enero de 2019

EE.UU, BARRIO DE BILBAO O QUE CUANDO LLUEVE SE MOJAN COMO LOS DEMÁS



EE UU

Democratic Socialists of America dos años después: ¿Dónde estamos? ¿Adónde vamos
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Dan La Botz
Viento sur
22.01.2019

Harrington y la vieja guardia del DSA

Conviene que nos detengamos un momento y situemos a DSA en una perspectiva histórica. Los orígenes del grupo se remontan a las luchas sociales de las décadas de 1950 y 1960 y los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra. En aquella época, el viejo Partido Socialista (PS) en que se hallan las raíces de DSA –es decir, el partido de Eugene V. Debs, quien estuvo en prisión por oponerse a la primera guerra mundial– se había derechizado y decidió apoyar la guerra de EE UU contra Vietnam.

El antiestalinismo del Partido Socialista se parecía demasiado al anticomunismo socialdemócrata, propiciado por el Departamento de Estado, de Americans for Democratic Action (ADA). A finales de la década de 1960, Michael Harrington, la cara juvenil e izquierdosa del PS (por entonces acababa de cumplir los 40 años de edad) se enemistó con los jóvenes radicales de Students for a Democratic Society (SDS) porque les dijo que no eran suficientemente anticomunistas, con lo que el PS perdió toda relación con el movimiento de izquierda más importante de los años sesenta. SDS acabó fagocitado por los estalinistas del Progressive Labor Party (que a la sazón era prochino), los socialistas radicales del Revolutionary Youth Movement (RYM) y los Weathermen, que se dedicaban a romper escaparates y colocar bombas y cometer atracos a mano armada, matando a algunos de sus propios miembros y a unos cuantos más. Después de que Harrington diera la espalda a SDS, tan solo un pequeño colectivo se acercó a la política socialista a través de grupos como International Socialists. (Yo fui uno de ellos.)

El apoyo del PS a la guerra de Vietnam hizo que Harrington finalmente abandonara el partido en 1972, y al año siguiente él y sus seguidores fundaron el Democratic Socialist Organizing Committee (DSOC). Harrington tenía una perspectiva estratégica que inspiró a la nueva organización. Como declaró en su libro, Socialism, creía que si los sindicatos, las organizaciones pro derechos civiles y el movimiento antiguerra aunaban esfuerzos dentro del Partido Demócrata, podrían expulsar del mismo a los racistas sureños y a los aparatos corruptos de las grandes ciudades, transformando el Partido Demócrata en un partido obrero. En aquel entonces, Harrington y sus compañeros mantenían relaciones con líderes negros del movimiento pro derechos civiles y con importantes dirigentes de grandes sindicatos obreros y de funcionarios, mientras que el movimiento antiguerra todavía estaba en las calles. La estrategia de Harrington parecía tener pies y cabeza.

El plan de Harrington de trabajar dentro de un partido capitalista constituía una ruptura fundamental con la teoría y la práctica socialista desde que Karl Marx creara el socialismo moderno en Europa o desde que Debs liderara el movimiento en EE UU. Los socialistas habían rechazado históricamente toda implicación en partidos políticos capitalistas, considerando que la gente trabajadora necesitaba su propio partido político si pretendía acabar con el capitalismo y establecer un orden socialista. Sin embargo, Harrington no fue el primero en abandonar esta posición marxista. En los cien años que median entre 1870 y 1970, diversos partidos de izquierda acabaron por diferentes vías rechazando las advertencias de Marx sobre el appel de los partidos capitalistas y los Estados capitalistas.

El Partido Comunista (PC), durante su periodo frentepopulista en las décadas de 1930 y 1940, se alió con los Demócratas progresistas y en otros países con otros partidos capitalistas, incluso conservadores, justificando su posición por la necesidad de parar los pies al fascismo. En esa época, cuando el líder del PC en EE UU, Earl Brower, proclamó que “el comunismo es el americanismo del siglo XX”, el partido contaba con 100.000 miembros y alrededor de un millón de personas bajo su influencia. En ese mismo periodo, en Europa los partidos laboristas, socialistas y socialdemócratas, después de más de un siglo de implicación en la política burguesa y tras las desastrosas guerras civiles y mundiales de 1914-1945, habían emergido como partidos capitalistas reformistas. Los partidos socialistas gestionaban ahora el capitalismo. Su estrategia en regiones como Escandinavia pasó a ser un modelo para el programa de Harrington en EE UU.

La posición política de Harrington, con su similitud con el frentepopulismo de los comunistas y con la socialdemocracia europea, permitió, casi una década después, que el DSOC se fusionara con el New American Movement (NAM), una organización de la nueva izquierda constituida en 1971, algunos de cuyos líderes eran antiguos comunistas prosoviéticos, mientras que otros se inclinaban por la China comunista o la Cuba de Fidel Castro, y en general muchos simpatizaban con los movimientos nacionalistas del Tercer Mundo. El NAM aportó además cuestiones relacionadas con el feminismo y el medioambiente, que hasta entonces no habían formado parte de la visión del DSOC. La organización fusionada contaba con 6.000 miembros, 5.000 procedentes de DSA y 1.000 del NAM. Fue entonces cuando DSA formuló su enfoque de carpa grande y su concepción como organización aglutinadora de múltiples tendencias.

El viejo DSA, que había roto con sus orígenes marxistas y el socialismo revolucionario, necesitaba una nueva teoría, y sus intelectuales la hallaron en interpretaciones de los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci, y en los escritos de pensadores de la izquierda de los partidos socialistas europeos, como el escritor francés André Gorz, el politólogo grecofrancés Nicos Poulantzas y el sociólogo británico Ralph Milliband. Todos estos intelectuales, empezando por Gramsci, insistían en la teoría de la hegemonía, la autonomía relativa del Estado con respecto a la clase capitalista y la lucha política en el seno de los Estados capitalistas parlamentarios existentes. Según la interpretación, primero, de Richard Healey, y después, de Joseph Schwartz, los socialistas debían, en primer lugar, adoptar el punto de vista de Gramsci –al menos de momento– de que nos hallamos en una guerra de posiciones, es decir, en un intento de construir organizaciones, influir en la política y ganar la hegemonía, evitando al mismo tiempo una guerra de movimientos, es decir, una confrontación reavolucionaria con el Estado. A veces se sugería que la guerra de posiciones, larga, lenta y gradual como era, desembocaría finalmente en una guerra de movimientos, en la revolución, pero al posponer indefinidamente esta guerra de movimientos, la revolución cayó, debido al retroceso continuado, en el olvido.

En segundo lugar, según los teóricos de DSA, los socialistas debían asumir la teoría gorziana de las reformas no reformistas, es decirm favorecer reformar profundas que rebasaran los límites del sistema capitalista. El problema que no se plantearon era que tales reformas, o bien tenderían a reforzar el Estado capitalista, o bien harían que el capitalismo fuera menos rentable, con lo que los empresarios y políticos virarían a la derecha y optaríoan por la represión. En este último caso, la derecha iniciaría entonces la guerra de movimientos, para la que la izquierda no se habría preparado. En cualquier caso, en boca de los dirigentes intelectuales y políticos de DSA, toda esta teoría servía ante todo para justificar el trabajo en el seno del Partido Demócrata.

Así, desde su fundación en 1982, DSA intervino en los movimientos sociales, que entonces se hallaban en plena calma chicha, y muchas veces apoyó a candidatos electorales del Partido Demócrata en proceso de derechización. En la década de 1990, DSA creció hasta contar con 10.000 miembros al colaborar estrechamente con el Grupo Progresista del Congreso para oponerse a las políticas regresivas del presidente Bill Clinton. El compromiso de DSA de trabajar dentro del Partido Demócrata, en alianza con la burocracia sindical más progresista de United Auto Workers, la AFSCME y la IAM, y su apoyo a Israel, prácticamente definieron al grupo como organización socialdemócrata, justo cuando la socialdemocracia de viejo estilo entró en crisis y en declive.

El nuevo DSA que emergió hace dos años, tras el fenómeno Bernie, era de naturaleza fundamentalmente diferente. Lo formaban personas enojadas con Hillary Clinton y el Comité Nacional del Partido Demócrata, así como con su presidenta Debbie Wasserman-Schultz. En aquel entonces, muchos odiaban abiertamente al Partido Demócrata. Algunos preconizaban que Bernie se presentara como candidato independiente o creara un nuevo partido. La rabia que cundía hacia los Demócratas hizo que el congreso de DSA de 2017 rompiera con la Internacional Socialista y aprobara otras resoluciones progresistas, pero no llevó a la ruptura con los Demócratas. Y como veremos, la vieja estrategia, basada en el trabajo en el seno del Partido Demócrata, siguió siendo una corriente poderosa y atractiva. Pero examinemos ahora el activismo de DSA en los movimientos sociales, que representa actualmente gran parte de la labor de la organización, pues queremos plantear la relación entre el activismo en los movimientos sociales y la política.

El trabajo de DSA

Con sus nuevos miembros, DSA ha sido capaz, en los últimos dos años, de lanzar más campañas, formar parte de más coaliciones y simplemente hacer mucho más trabajo. La campaña nacional de DSA por la sanidad –“Necesitamos Medicare para todos”– desmiente los debates teóricos sobre el conflicto inevitable entre el reduccionismo económico y la preocupación por los grupos especialmente oprimidos al proponer un amplio cambio económico que mejoraría en particular las condiciones para las mujeres y la gente de color. Aunque “Medicare para todos” sería bueno para todo el mundo, favorecería especialmente a los trabajadores pobres, a quienes cobran bajos salarios, al precariado, a los afroamericanos, los latinos y las mujeres en general. En la ciudad de Nueva York, el Grupo de Trabajo Socialista Feminista ha encabezado la campaña de la sanidad, montando puestos en los barrios y llamando por teléfono al vecindario para recabar el apoyo a la Ley de Sanidad de Nueva York. Actualmente, la lucha por la sanidad universal es un punto central del programa político de DSA.

Los Grupos de Trabajo sobre Justicia para Inmigrantes de todo el país han combatido la práctica de los agentes de Inmigración y Aduanas (ICE), que a menudo detienen a personas que comparecen ante los tribunales para asistir a las vistas sobre casos de inmigración, como testigos en juicios penales o simplemente como curiosos que encajan en el perfil de inmigrantes, cualquiera que sea esa cosa. Algunos miembros de DSA han sido detenidos en acciones de protesta contra esas prácticas. En Nueva York, las protestas vinieron acompañadas de la presentación de una petición con miles de firmas reclamando que se pusiera fin a la presencia de agentes de ICE en los tribunales. DSA de Nueva York ha colaborado con grupos como la New Sanctuary Coalition, explicando a comunidades de inmigrantes qué derechos les asisten y cómo pueden protegerse de los actos ilegales de los agentes de ICE. Los activistas de DSA también se han movilizado en solidaridad con las recientes caravanas de inmigrantes, y algunos han viajado hasta la frontera para dar la bienvenida a quienes buscan refugio y asilo. Algunos miembros de DSA de diversas agrupaciones locales se encuentran actualmente en Tijuana y San Diego para ofrecer ayuda a los migrantes.

La lucha contra la gentrificación y el aumento del coste de la vivienda, así como la protección de la vivienda pública, también constituyen una parte importante de la actividad de DSA en muchas ciudades. En casi todas partes se trata de una lucha contra grandes bancos, sociedades inmobiliarias y empresas constructoras por parte de comunidades de clase obrera y gente pobre, compuestas en gran medida de gente de color de escasos ingresos. DSA se une a estos activistas y a organizaciones de las comunidades para explicar sus derechos a los inquilinos, a veces crean sindicatos de inquilinos y organizan reuniones del vecindario y manifestaciones de protesta y declaran en audiencias públicas.

A veces, el trabajo de DSA en este ámbito implica llevar a cabo una labor de zapa en el terreno legislativo. Estas batallas pueden enfrentar a los socialistas de DSA con políticos municipales supuestamente progresistas. En Brooklyn, DSA se juntó con el Sindicato de Inquilinos de Crown Heights para oponerse a la transformación del vasto Arsenal de Bedford Union, que es de propiedad municipal, en una zona residencial de lujo. La coalición llevó el conflicto a la alcaldía progresista de los Demócratas de la ciudad que, aunque no les concedió todo lo que pedían, si aprobó que se aumentara el número de viviendas asequibles a construir.

DSA también trabaja sobre la legislación en materia de vivienda. En California, el grupo de vivienda de DSA apoyó la “Proposición 10, la Ley de Viviendas Asequibles, [que] permitiría a las comunidades ampliar su territorio y reforzar la protección de los inquilinos, legalizando el control de alquileres para todo inquilino de California, independientemente del tipo de vivienda que habite”. La proposición legislativa salió derrotada por 6,3 contra 4,2 millones de votos, pero las derrotas en estas cuestiones, en Nueva York y California, no son más que batallas de una guerra mucho más larga y la cuestión, que retomaremos más adelante, es qué lecciones sacaremos de estas experiencias.

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EE.UU, BARRIO DE BILBAO O QUE CUANDO LLUEVE SE MOJAN COMO LOS DEMÁS


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Democratic Socialists of America dos años después: ¿Dónde estamos? ¿Adónde vamos

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Dan La Botz

Viento sur
22.01.2019



Han pasado dos años desde el auge espectacular del grupo Democratic Socialists of America (DSA), que actualmente es la organización socialista más grande de EE UU y también la más grande desde la década de 1940. Y puede anotarse varios éxitos notables. Ahora que el país está centrando su atención en la elección presidencial de 2020, nos preguntamos: ¿Qué tal lo está haciendo DSA? ¿Qué logros tiene en su haber? ¿A dónde va? ¿Qué proponen las diversas agrupaciones y corrientes políticas en su seno como orientación futura del grupo? ¿Existe un ala izquierda genuina y, si no, cuál es la alternativa?

En los últimos dos años, DSA se ha convertido en un fenómeno de la izquierda estadounidense con más de 50.000 miembros organizados en numerosas agrupaciones locales presentes en todos los Estados de la Unión. Actualmente ya es la organización socialista más grande de EE UU desde la década de 1940, cuando el Partido Comunista contaba con unos 100.000 miembros. Y paralelamente a DSA, los Young Democratic Socialists of America también están extendiéndose en las universidades, atrayendo a miles de jóvenes a la órbita del socialismo. El auge espectacular de DSA ha venido acompañado de una creciente visión positiva del socialismo por parte de los votantes del Partido Demócrata. Como reflejó el sondeo de Gallup en agosto de 2018:

Por primera vez en los sondeos de Gallup durante la década pasada, los Demócratas tienen una imagen más positiva del socialismo que la que tienen del capitalismo. La actitud hacia el socialismo entre los Demócratas no ha variado sustancialmente desde 2010, siendo actualmente el 57 % los que tienen una visión positiva. El cambio principal entre los Demócratas es una actitud menos alentadora con respecto al capitalismo, ya que este año ha descendido al 47 % el número de personas que tienen una visión positiva del mismo, menos que en cualquiera de los tres sondeos anteriores.

Muchos miembros de DSA esperan que dadas estas actitudes pueden reclutar a más progresistas del Partido Demócrata e influir en el propio partido, pese a que existe un amplio debate sobre la estrategia, en que el entusiasmo de algunos choca con el escepticismo de otros.

Todo esto comenzó con la campaña de Bernie Sanders en 2016 por lograr la candidatura del Partido Demócrata de cara a la elección presidencial. Cuando Sanders se autocalificó de “socialista democrático”, mucha gente joven accedió a Google para buscar el término y se topó con DSA, leyó sobre este grupo y sus ideas y esto les impresionó. Las redes sociales –y algunos militantes de DSA– hicieron el resto y prontó la organización contaba con 20.000 miembros. Entonces Donald J. Trump ganó la elección en noviembre de 2016 y, asustados por la perspectiva que se abría, otros 20.000, más o menos, también se apuntaron. Y más recientemente, la victoria de Alexandria Ocasio Cortez, en junio, en las primarias del Partido Demócrata para elegir al candidado al Congreso, derrotando al presidente del grupo Demócrata en el Congreso, Joe Crowley, atrajo a algunos miles más. Nada es más sencillo que inscribirse. No hay preguntas. No hay periodo de prueba. Vas a DSA, pides inscribirte, pagas la cuota mínima y listo: ya eres miembro.

Era una generación de gente joven, en gran parte de familias de clase media, que después de haberse emocionado con el presidente Barack Obama, se desilusionaron profundamente. Pese a recibir una buena educación, en muchos casos arrastraban la carga de la deuda contraída a raíz del crédito obtenido para poder estudiar en la universidad, y muchas de estas personas, normalmente muy cualificadas, acabaron siendo trabajadoras con empleo precario, mientras que otras sirven cervezas en bares o atienden a las mesas de los clubes. Se han criado en un país comprometido en una guerra permanente en Irak, Afganistán y media docena de otros países, al tiempo que han observado –si es que no se han involucrado personalmente en ellos– los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matters. Se han visto influidos por la lucha victoriosa del movimiento LGBT por la derogación de la prohibición de declararse homosexual por parte de los soldados y por la legalización del matrimonio gay. Aunque en su mayoría son blancos en un país en que pronto los blancos serán una minoría, su experiencia universitaria y su trabajo posterior les han puesto en contacto con asiáticos, latinos y negros y les han hecho conocer todos los debates sobre las políticas de identidad. A raíz de todo ello han acudido a DSA con idealismo y un enorme deseo de hacer un mundo mejor.

Miles de nuevos miembros de DSA, en su mayoría jóvenes de 25 a 35 años de edad, procedentes del ámbito progresista en sentido amplio, pero en la mayoría de los casos sin experiencia previa en los movimientos sociales o grupos de izquierda y apenas experiencia más allá de la campaña de Bernie Sanders, se inscribieron y pronto se convirtieron en activistas, no solo en campañas políticas, sino también en grupos de trabajo de DSA implicados en diversos movimientos sociales, desde los que batallan por la sanidad universal o la vivienda social hasta los que se oponen al racismo y al abuso policial y defienden los derechos de los inmigrantes, o que se movilizan contra el cambio climático, desde las campañas de organización sindical y apoyo a huelgas hasta la construcción de un movimiento feminista socialista. Por su participación en actos de desobediencia civil en varias ciudades han sido detenidos varios miembros nuevos de DSA –ha sido su primera detención– que luchan contra el secuestro de niños inmigrantes por parte del gobierno de Trump o por algunas otras causas que lo merecen.

Las agrupaciones locales de DSA –que en las grandes ciudades se dividen en grupos de barrio– organizan cursos de formación sobre socialismo, historia de la izquierda y teoría marxista. Algunos rebotados de otras organizaciones de izquierda que se han unido a DSA han aportado, en su mayoría, levadura a la hogaza. Y entre reuniones y manifestaciones se organizan actos sociales en los bares, encuentros de socialistas negros o latinas, dependientes de comercio o maestras, o simplemente tertulias después de la reunión de la agrupación, donde entre cañas se discuten todos los temas habidos y por haber.

No hemos tenido una izquierda tan viva en EE UU desde hace 40 o 50 años, ni un grupo socialista tan grande desde hace 70, y nunca nada parecido exactamente a esto. Todas las personas de izquierdas deberían celebrar este fenómeno notable. Esto no implica que no haya problemas, pero muchos son problemas sanos, casi todos necesarios, y solo algunos son realmente preocupantes. La cuestión crucial es la orientación: ¿adónde va DSA? Y la cuestión principal en relación con el futuro del grupo es su relación con el Partido Demócrata, un partido que cambia constantemente. ¿Será capaz DSA, cuyo resurgir comenzó en la campaña de primarias de Sanders en el Partido Demócrata, de alcanzar velocidad de escape y convertirse en una organización socialista verdaderamente independiente, o comportará la mayor fuerza de gravedad del Partido Demócrata –su tamaño, su dinero, su influencia, sus conexiones, su poder– que DSA se mantenga dentro de su órbita?

De los días felices de la primavera a las tormentas de otoño

Comienzos de 2017, esos fueron los días felices. La enorme afluencia de nuevos miembros hizo de DSA una organización prácticamente nueva. Las personas que se inscribieron individualmente o por parejas, a veces en pequeños círculos de amigos, se encontraron en las reuniones con muchas otras muy parecidas a ellas, trabándose así nuevas amistades al tiempo que revitalizaban las viejas agrupaciones locales, formaban nuevas secciones y elegían las direcciones locales. Por todas partes crearon nuevos grupos de trabajo y marcharon juntas tras las banderas rojas de DSA en lo que para muchas fueron sus primeros piquetes o manifestaciones callejeras.

La dirigente nacional Maria Svart y la minúscula plantilla de personal de la organización llevaron a cabo una labor notable manteniéndose a la cabeza de un grupo que doblaba de tamaño cada pocos meses, asesorando a los nuevos líderes de las agrupaciones locales, creando nuevas estructuras y publicaciones, enviando correos electrónicos en que animaban a los miembros a mantener viva la lucha. La confianza mutua y la naturaleza bondadosa de la mayoría de miembros nos llamó la atención a quienes veníamos de una izquierda más vieja, formada por pequeños grupos constituidos al calor de las revueltas sociales de las décadas de 1960 y 1970, sometidos a prueba después en la larga travesía del desierto de los años ochenta y las luchas intermitentes de los noventa y dos mil, que desilusionaron y amargaron a algunos. De pronto, el nuevo DSA, una corriente de aire fresco.

Los nuevos adheridos, como he dicho, se apuntaron y encontraron a otros semejantes, tal vez demasiado semejantes. La mayoría de los nuevos miembros de DSA eran universitarios, muchos de ellos –en Nueva York, por ejemplo– empleados como técnicos o con carreras profesionales de ingeniería, edición o diseño. En Los Ángeles hay todo un grupo de trabajadores del sector cinematográfico. Otros de diferentes partes del país representan el nuevo precariado que trabaja en cafeterías, restaurantes y bares o tienen empleos temporales que les permiten pagar la renta de alquiler en pisos compartidos. Pocos miembros de DSA están casados o tienen hijos. Y pocos tienen más de 50 o siquiera más de 30 años de edad. La mayoría son blancos y la proporción de la gente de color en DSA es inferior a la del conjunto de la sociedad estadounidense, aunque similar a la de los afiliados a sindicatos. Y en general hay más hombres que mujeres, si bien la diferencia no es extrema y sin duda no tan exagerada como en algunos pequeños grupos de izquierda que prácticamente son clubes masculinos. Los miembros LGBT han formado un grupo propio, que no siempre se muestra tan sensible a estas cuestiones como debería, pero ha demostrado que es capaz de aprender. Todos los miembros de DSA son conscientes de estas cuestiones de raza y género y aspiran a conseguir que la organización sea más representativa de la clase obrera estadounidense en su conjunto.

En el congreso de agosto de 2017, cuando sus filas se habían llenado de miembros más jóvenes y radicales, DSA viró a la izquierda, adoptando una serie de medidas que parecían romper con el pasado socialdemócrata del grupo. Los delegados al congreso votaron a favor de abandonar la Internacional Socialista (IS) con el argumento de que los socialdemócratas europeos se habían convertido en ejecutores de políticas neoliberales y de austeridad, mientras que los partidos afiliados a la IS de muchos países en desarrollo encabexzaban gobiernos autoritarios. El congreso votó asimismo a favor del apoyo a la campaña de boicot, desinversión y sanciones (BDS) contra Israel y contra los intentos de criminalizar el movimiento. Los delegados, deseosos de reorientar la política de DSA, decidieron además crear un grupo de gente de color y una comisión sindical. Finalmente, declaró objetivo nacional establecer un sistema sanitario de caja única.

No es extraño que, dado el creciente acaloramiento de la política en el país y vistas las crisis de los principales partidos políticos, en la antesala de aquel congreso de DSA ya aparecieran diferencias políticas significativas en su seno, divergencias que reflejaban los debates sobre cuestiones de género, raza y clase que tenían lugar en las universidades, los medios de comunicación y los movimientos sociales. Así, por primera vez en la historia del grupo, aparecieron agrupamientos y sectores rivales y hubo una verdadera refriega, por no decir una batalla por el liderazgo del grupo. Después del congreso, el enfrentamiento continuó entre una minoría en las redes sociales, con sarcasmos y ataques personales en Twitter y Facebook, aunque la gran mayoría de miembros se mantuvieron ajenos. Parece que ya ha pasado lo peor de esa tormenta –o nos hemos acostumbrado a ella– y hemos pasado a debatir más en serio sobre nuestro futuro.

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¿CAPITALISMO, COOPERATIVISMO O SOCIALISMO? AL PAN LE PODEMOS LLAMAR LECHE MERENGADA, PERO SEGUIRÁ SIENDO PAN



Entrevista a Andrés Ruggeri autor de "Autogestión y revolución. De las primeras cooperativas a Petrogrado y Barcelona"


"Hay que discutir el papel de los trabajadores en la construcción de una economía no capitalista"

23.01.2019


M.H.: Quisiera conocer tu opinión acerca de la situación que se vive actualmente en Venezuela. 

A.R.: En primer lugar hay una ofensiva terrible contra los venezolanos que es muy peligrosa no solo para Venezuela sino para toda América Latina. Hay toda una deslegitimación cada vez más abierta del proceso bolivariano, inclusive por sectores que hasta hace no tanto o no opinaban o apoyaban. Han instalado tanto que en Venezuela se violan los Derechos Humanos, que es algo poco defendible, que hay una crisis humanitaria. Que hay crisis está claro, pero esto hace que muchos compañeros no quieran emitir opinión.

En realidad creo que hay que tener una postura crítica, pero la República Bolivariana es una democracia, es un gobierno legítimo el de Maduro. La oposición es golpista, lo que pasa es que hasta ahora no le dio la fuerza para hacerlo, pero si hay algo que no es democrático en Venezuela es la oposición.

Y hay una coyuntura muy peligrosa donde se acerca cada vez más la posibilidad de una intervención militar extranjera sobre Venezuela que puede ser la punta de lanza para convertir a América Latina en una región catastrófica parecida a zonas de Medio Oriente o de Africa.

Creo que ese es un peligro que excede a los venezolanos y que es una cuestión sumamente peligrosa. El hecho de que Trump, Bolsonaro y Duque más todo un coro que los sigue, como la declaración del Grupo de Lima desconociendo el nuevo período presidencial que asumió Maduro, etc. Toda esa gente es potencialmente peligrosa en pos de que haya una posible intervención que termine en guerra, que convierta a Venezuela en una especie de Siria latinoamericana. Es una situación extremadamente peligrosa y no hay que hacerse el distraído. Uno puede tener muchas críticas, o no, hacia el proceso bolivariano, pero hay que ver que ese es el peligro y no solamente el destino del chavismo.

M.H.: La idea hoy es hablar del nuevo libro de Andrés Autogestión y revolución. De las primeras cooperativas a Petrogrado y Barcelona. En realidad es un primer tomo de una serie de análisis respecto del movimiento de autogestión obrera en el mundo a partir de sus primeros pasos en el Siglo XIX.

A.R.: Esa es la idea. Ojalá sea el primer tomo de una serie. No era la intención original cuando empecé pero a medida que se iba extendiendo vi la necesidad de ampliar, porque esto termina en 1938 en España, y obviamente hay muchos más procesos fuera de Europa. Todo lo que analizo en este libro es en el contexto europeo.

M.H.: Y un análisis que nos remite a las primeras cooperativas que señalás fueron anteriores a lo que de alguna manera se identifica con el inicio que es la cooperativa Rochdale. Y un inicio del movimiento cooperativo muy vinculado a las luchas del movimiento obrero.

A.R.: Ese es el punto de partida que elegí. Siempre me llamó la atención cuando a partir del estudio de las fábricas recuperadas se hacía una mención a los antecedentes históricos y siempre aparecía lo mismo, la Comuna de París, la Revolución Rusa, etc. Pero también en el marco de la historia del cooperativismo, se hacía referencia a la famosa cooperativa de los precursores de Rochdale de 1844 en Inglaterra. Pero no mucho más.

Al investigar un poco uno se encuentra con que esa no fue la primera cooperativa. Y basta con ponerse a ver cuáles fueron las primeras cooperativas para llegar a por qué se habla de esa como la primera cooperativa y se elige ignorar, al menos desde el punto de vista del cooperativismo institucional, a las otras cooperativas que hubo antes. Lo que me motivó a buscar y trabajar sobre ese tema. Ahí encontré esta situación.

Las primeras cooperativas surgen con el capitalismo industrial, como surge el movimiento obrero en general. Surgen absolutamente relacionadas con los primeros sindicatos. Son las formas primigenias de las cooperativas y de los sindicatos las que aparecen como dos formas interrelacionadas de la lucha de los trabajadores ingleses en este caso. No solamente generaban cooperativas sino que había teorías sobre ellas, había revistas, un movimiento intelectual con el tema de las cooperativas que no se limitaba a Robert Owen, esta es la segunda relación que se hace; primero se afirma que la primera cooperativa fue la de Rochdale y que estaba vinculada a las ideas de Robert Owen.

Owen efectivamente fue un gran teórico y práctico con mucha influencia en el desarrollo de esas primeras cooperativas, pero vivió antes, entonces ¿cómo puede ser que Rochdale fuera la primera cooperativa? La respuesta tiene que ver con una lectura posterior, cuando el cooperativismo se institucionaliza y se convierte en una forma económica que convive con la economía capitalista, pierde ese carácter militante y revolucionario y se aleja totalmente del movimiento obrero, de los sindicatos, de los partidos obreros. Por lo tanto hay que reconstruir la historia.

La primera cooperativa es la primera que afirmó la necesidad de la neutralidad política. Una cooperativa que era una forma económica para que los obreros consuman más barato, pero al mismo tiempo inocua desde el punto de vista político, eso fue lo que declaró la cooperativa de Rochdale y por eso aparece como la primera. Esto fue lo que me interesó y que hace al primer capítulo del libro.

M.H.: Toda esta discusión que nos traés respecto de Autogestión y revolución. De las primeras cooperativas a Petrogrado y Barcelona ¿cómo se vincula con la actualidad?

A.R.: Pareciera que poco, porque estamos hablando de cosas que pasaron hace casi 200 años en algunos casos y lo más reciente que aborda el libro hace 80/90 años. Pero yo creo que mucho, a pesar de la lejanía temporal, incluso geográfica. Eso es porque incluso cosas que ahora discutimos alrededor de los procesos nuestros, concretos, de autogestión obrero, empresas recuperadas de distinto tipo, las relaciones con el Estado, con el mercado, las perspectivas, se vienen discutiendo hace mucho tiempo.

Mi intención no fue solamente hacer una historia sobre lo que pasó con la autogestión, sino intentar ver en esos procesos cuáles fueron los debates, las soluciones, las propuestas que tuvieron esos trabajadores enfrentándose a problemas que en algunos casos fueron muy similares a los nuestros. Entonces a veces uno encuentra las mismas discusiones. La discusión entre cooperativas y sindicatos, la discusión de para qué servía una cooperativa que era una forma económica que cuestionaba el capitalismo y si servía de alguna manera para enfrentarlo o no. Una organización económica para trabajar, para sobrevivir o inclusive para acumular capital. Lo que discutió Gramsci en el Bienio Rojo, cuando fueron las tomas de fábricas en Turín, después de la Revolución Rusa y del final de la 1ª Guerra mundial, hay todo un debate sobre si la puesta en marcha de fábricas bajo autogestión de los trabajadores era una forma prefigurativa de una futura economía socialista o no, cuál era el rol de los sindicatos, el del partido político.

Hay muchas cosas que son de muchísima actualidad, inclusive las definiciones de Marx sobre las cooperativas. No es que Marx le haya dedicado libros a las cooperativas, de hecho son solo párrafos, pero son de una gran lucidez, como toda su obra y que perfectamente se pueden aplicar a una empresa recuperada actual. Él dice algunas cosas de una claridad conceptual que no se han valorado mucho para estudiar la autogestión.

M.H.: Hablás de Gramsci, del proceso que se vivió en Italia hace 100 años y me imagino que algo de eso se va a desarrollar y va a ser motivo de discusión en el próximo Encuentro europeo de la Economía de los trabajadores.

A.R.: Esperemos. Todavía no hay programa del Encuentro pero efectivamente se aproximan los 100 años del Bienio Rojo. Hay una discusión presente en cuanto a esas ideas o esos debates en Europa. Vamos a ver qué nos encontramos en el Encuentro europeo, cómo evolucionó la red, las fábricas y los procesos de lucha en Italia, Grecia, España, Francia, donde siguen habiendo fábricas recuperadas, pocas, pero las hay. Hay un reciente proceso en una imprenta.

Pero hay una discusión latente, en un contexto que aparece cada vez más desfavorable, el crecimiento de la ultraderecha, el Brexit, etc. Y la izquierda europea y mundial pareciera no dar una respuesta, sin embargo, creo que las respuestas están al alcance de la mano con experiencias que existen. Sin embargo no se le está dando la importancia, y además no se está viendo este vínculo con la historia del movimiento obrero, de la clase trabajadora, tanto en Europa como acá mismo.

Esa es una de las cosas que más me interesó a mí de hacer este libro, esto no es nuevo, las empresas recuperadas tienen sus particularidades, son contextos totalmente diferentes, no es un contexto revolucionario, pero no son algo que inventamos acá, que salió de la nada. En realidad es una historia muy presente en la lucha de la clase trabajadora.

M.H.: El BAUEN está viviendo una situación complicada.

A.R.: Muy complicada porque ahora la Corte Suprema hizo lo que era esperable, rechazó el recurso del Bauen, lo volvió a mandar al juzgado y el juzgado muy probablemente vuelva a la carga con el desalojo. Ya no quedan demasiadas puertas de escape a la situación jurídica. Las últimas veces que se intentó levantar el desalojo fue algo casi milagroso cómo se logró escapar de esa situación. Tenemos un gobierno que no creo que le haga asco ni le preocupe el hecho de tener que reprimir para desalojar, de hecho le conviene para su pose de mano dura. Así que la situación es realmente complicada.

De todas maneras no hay que darlo por perdido. El Bauen se caracteriza por una capacidad de supervivencia más que importante, los compañeros están preocupados pero al mismo tiempo no lo dan por perdido, van a dar batalla, van a seguir peleándola, se va a hacer toda la campaña a su favor. Además es un año electoral, en que va a ser difícil que se logre algo por el lado del Parlamento, quizás alguna presentación de algún recurso, algo que habrá que sacar de la galera para intentar frenar judicialmente el desalojo. Y sino, movilizar y resistir.

M.H.: También sos responsable de la revista Autogestión para otra economía. Salió el Nº 7 en noviembre del 2018. Dos años tiene de vida esta publicación. ¿Qué van a encontrar los lectores?

A.R.: Este es un número en el que hemos dado un giro en la revista, hasta este número cada uno de los anteriores tenía un eje, “Autogestión y mercado”, “Autogestión y sindicalismo”, etc. Veíamos que esto nos limitaba un poco los temas así que esta edición es más variada. Hay cosas que se mantienen, todos los números tienen una entrevista. En esta edición tenemos una entrevista a un personaje que está muy en boga que es Juan Grabois.

M.H.: “Resistencia es la capacidad de poner en riesgo la estabilidad política”, se titula la nota.

A.R.: Sí, esa es una de las frases que dijo en la entrevista. Creo que es interesante, porque no hablamos de la coyuntura, de quién va a ser Presidente ni de los conflictos inmediatos sino tratamos de ver qué hay detrás de él y de su organización que es el MTE, una parte importante de la CETEP.

M.H.: Una organización a la que Juan está vinculado desde su juventud. Él cuenta que teniendo 20 años y viendo lo que estaba pasando hace 17/18 años en su barrio, él vivía por Palermo, se vinculó a un grupo de cartoneros y a partir de ahí empieza una militancia. Digo esto porque es importante ubicar a los personajes que vienen de una actividad de base, de lucha, como es el caso de Juan Grabois, como es el caso también de Andrés Ruggeri que encara un proyecto en el marco de una actividad académica que le permite desarrollar toda una actividad vinculada a las empresas recuperadas, no solo en nuestro país, porque Andrés se ha transformado en un referente internacional respecto de este tipo de situaciones que tienen que ver con la autogestión de los trabajadores y que vos en el libro señalás que nunca fue parte del proyecto de la Revolución Rusa, del socialismo. Recuerdo que a Juan Carlos Campos, amigo común, le pregunté si alguna vez se había desarrollado algún proyecto similar en Cuba y me dijo que nunca. Entonces me pregunto, ¿con qué podemos asociar a la autogestión obrera?

A.R.: Yo creo que no fue hegemónico en los proyectos socialistas el tema de la autogestión, porque se impuso una concepción que se probó en la práctica y que llevó a lo que llevó.

M.H.: Una concepción estatalista.

A.R.: Sí, una concepción con una economía centralizada y planificada desde el Estado y en eso perfectamente podía tener lugar la autogestión pero no lo tuvo. Creo que justamente la autogestión siempre apareció como un proceso de forma permanente pero que la izquierda mundial no lo tuvo muy en consideración. Y ahora habiéndose botado el otro proyecto empieza a aparecer y se lo empieza a valorar. O tenemos que hacerlo valorar. Creo que es una lucha. El encuentro de la economía de los trabajadores tiene ese sentido de alguna manera. Por lo menos ponerlo a prueba.

En el caso cubano es obvio que adoptó esa concepción tradicional del socialismo pero también se discutió, porque me parece que no es necesariamente discutir la cooperativa o la fábrica recuperada, sino el papel de los trabajadores en la construcción de una economía socialista, no capitalista si queremos ser más amplios. En Cuba se discutió, el Che lo hizo con esa concepción soviética, no es que tuviera una visión favorable a las cooperativas, incluso tuvo una crítica muy negativa sobre Yugoeslavia, no le gustó lo que vio, pensaba que llevaba de vuelta al capitalismo. Pero lo discutió, cuál es el papel del trabajador.

Me parece que pasa por esas formas y que no hay que absolutizar, porque a veces nos casamos con la autogestión o con la centralización, y no tenemos flexibilidad de ver qué sirve en un momento y qué en otros.

Volviendo al tema de Juan Grabois, me parece que ahí también juega esto, estamos tan acostumbrados a poner rótulos que cada uno tiene una idea de que la coherencia pasa por tener determinadas posiciones. Él no se pronuncia a favor del aborto entonces lo descartamos, es un reaccionario que está con el Papa. Y viceversa. Me parece que la entrevista (en la que no tocamos ese tema) es interesante porque es una discusión que tiene un antecedente en otra entrevista de fines de 2017 cuando discutimos el papel de la economía popular y la autogestión, fue justo antes de las manifestaciones y la represión por el tema previsional en una mesa que se armó en la que estuvimos los dos. Un contrapunto. Él no valoraba la autogestión. En la entrevista se desdice de esto, lo discute más a fondo. Hay un planteo en cuanto a qué pasa con el enorme sector de trabajadores que no tienen salario formal, ¿eso es clase trabajadora o no? Hay una serie de cuestiones conceptuales que son muy densas pero que definen mucho, porque el capitalismo no es el mismo que hace 100 años ni que hace 50. No todas las herramientas de antes van a servir. Esa es una discusión que está abierta y son válidas las diferentes posturas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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PSOE, LA EXTREMA DERECHA NO LLEGA POR GENERACIÓN ESPONTÁNEA, SINO PORQUE LA IZQUIERDA NO RESUELVE LOS PROBLEMAS DE LOS TRABAJADORES QUE SOMOS LA INMENSA MAYORÍA DE LA SOCIEDAD



[PAH Lleida] El alquiler nos ahoga y PSOE pretende que lo siga haciendo

KAOSENLARED
PAH Lleida
22.01.2019

La reforma de la LAU propuesta por el PSOE, sigue dando la espalda a los derechos de las inquilinas y poniendo la alfombra roja a la especulación aun no recoger medidas para regulazación de los precios



Que en España se sufre desde hace años una situación de grave emergencia habitacional es algo reconocido por casi todo el mundo. Mañana martes, el Congreso votara la convalidación o no del contradictorio Real Decreto 21/2018 de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler. Leído el mismo, resulta que tras un preámbulo en el que se hace un diagnóstico acertado, ya que parte del reconocimiento del Derecho a la Vivienda como un derecho fundamental, de reconocer también la insignificancia del Parque Público de Vivienda Social, de admitir la obligación de cumplir el Pacto Internacional por los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC)… finalmente, el Gobierno cede a la presión de los fondos buitre y la banca, y aprueba una serie de recetas incongruentes con el diagnóstico de la enfermedad que ha descrito, ya que

·         No propone ninguna medida tendente a forzar la salida al mercado de los 3,4 millones de casas deshabitadas que señala el INE.

·         Aunque reconoce la existencia de una burbuja en relación con los precios de los alquileres, no adopta ninguna medida para abaratarlos.

·         No limita los incrementos de renta vinculándolos al IPC.

·         La comunicación entre juzgados y servicios sociales en caso de desahucio, al final es inútil, ya que como el propio preámbulo del real decreto describe, no existe parque de vivienda social público que pudiera permitir el realojo de las familias desahuciadas.

·         El PIDESC, se viola y se seguirá violando cada vez que se produzca un desalojo forzoso a familias vulnerables sin alternativa habitacional.

·         A pesar de reconocer como fundamental el Derecho a la Vivienda adecuada, el acceso a la misma sigue vinculado exclusivamente al nivel de renta de cada persona o familia, sin que se garantice el derecho de acceso a las gentes sin renta o con rentas insuficientes.

·         No permite a los ayuntamientos intervenir en las denominadas zonas tensionadas al no incluir la elaboración de índices de referencia de los precios.

Frente a esta emergencia, el PP todavía más partidario de los fondos buitre, a quienes Ana Botella vendió un importante número de viviendas sociales de Madrid, reacciona, utilizando la Ley de Vivienda de la PAH, presentando una enmienda a la totalidad, con la que pretende anularla, y enmendar a la vez el real decreto del Gobierno, revirtiendo los escasos avances del mismo, en relación con la ampliación de la duración de los contratos.
¿Qué dice la PAH en materia de alquileres?
·         Cumplimiento del PIDESC: Ningún desahucio a familias vulnerables sin alternativa habitacional.

·         Duración de los contratos: 5 años si el propietario es persona física con más de 5 viviendas en propiedad, o 10 años si es persona jurídica.

·         Los precios del alquiler estarán subordinados al índice de referencia de precios.

·         Los aumentos de renta no podrán subir por encima del IPC.

·         En caso de cambio de inquilina, el nuevo contrato no podrá superar al anterior en más del 1,5%.

·         Limita la fianza a una mensualidad de alquiler.

·         Modifica el régimen fiscal de las socimis, para que tributen al 40% en el impuesto de sociedades.

·         Promueve la cesión obligatoria de viviendas desocupadas de grandes tenedores que hayan recibido dinero público.

·         Establece la obligación de generar parque público de vivienda.

·         Aumenta el IBI a las casas injustificadamente vacías y

·         Prohíbe la venta de viviendas del parque público.

Por todo esto, desde la PAH lamentamos la oportunidad perdida por el Gobierno para hacer un decreto que atacase de manera real las causas que impiden el acceso a la vivienda: la especulación, el acaparamiento de viviendas por parte de especuladores, la carencia de parque público o el híper liberalismo del mercado y limitara y redujera los precios, o que garantizase el cumplimiento del PIDESC.

Sin embargo, ahora que la complicidad del PP con los especuladores ha posibilitado el desbloqueo que junto a Cs mantenían de la Ley de Vivienda de la PAH, su trámite urgente, y la aplicación de las medidas que contiene, pueden facilitar el que el acceso a la vivienda en España deje de ser un privilegio y pase a ser un Derecho, y por conseguirlo seguiremos luchando.
¡Sí se puede!

#RegulaciónAlquileresYa
P.A.H. Lleida

(Plaça Santa Maria Magdalena,1, al cantó de l’església)
Plataforma d’Afectades per la Hipoteca

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