sábado, 6 de junio de 2015

GRECIA: EN ESPAÑA HAY QUE VOTAR PP-PSOE PARA ALCANZAR LOS MAYORES NIVELES DE POBREZA E INJUSTICIA SOCIAL JAMÁS SOÑADOS



Acumulación por desposesión en Europa

Rebelión
Púbico
05.06.2015


La Unión Europea pretende anular el resultado de las elecciones celebradas en Grecia el pasado 25 de enero. Como era previsible, el Eurogrupo intenta aprovechar las dificultades financieras que atraviesa el país heleno para liquidar definitivamente el programa de Syriza y desautorizar su mensaje. Al exigir nuevas reformas del mercado laboral y del sistema de pensiones para desbloquear el último tramo del rescate financiero, medidas absolutamente ajenas a las necesidades reales del país, la Unión Europea evidencia que su estrategia de negociación no responde a motivaciones de índole económica, sino política: se trata, ante todo, de subvertir el proceso democrático y quebrantar la soberanía de Grecia, enviando al mismo tiempo un elocuente mensaje a los países de la periferia, y muy especialmente a España, que tiene a la vista las elecciones generales más importantes de su historia reciente. En este contexto, cabe preguntarse por la auténtica naturaleza del experimento social y político al que se enfrentan los pueblos del sur de Europa. ¿Qué está pasando en el Viejo Continente?

Debemos a David Harvey la acuñación de la expresión acumulación por desposesión, que describe la persistencia de prácticas depredadoras de acumulación en el capitalismo contemporáneo, similares a las observadas por Marx en la fase primitiva de este sistema económico. A juicio de Harvey, estas prácticas revisten formas diferentes en contextos distintos, pudiendo mencionarse a título ejemplificativo la privatización de activos públicos, la mercantilización de la fuerza de trabajo o la apropiación de los recursos naturales en el marco de procesos coloniales. El modus operandi de este régimen de acumulación consiste en utilizar el sistema de crédito como palanca de desposesión, atribuyendo al Estado un especial protagonismo con su monopolio de la violencia y su definición de la legalidad. O, por emplear las palabras de Harvey, “la perversa alianza entre los poderes del Estado y los comportamientos depredadores del capital financiero constituye el pico y las garras de un capitalismo buitresco que ejercita prácticas caníbales y devaluaciones forzadas” mientras invoca hipócritamente los más altos valores de la democracia.

En nuestra opinión, la evolución que ha experimentado la economía europea desde que empezó la crisis económica constituye una buena muestra de acumulación capitalista depredadora y especulativa. El endeudamiento de los países periféricos ha derivado en un estado de servidumbre por deudas que, con la mediación de la Unión Europea, está siendo utilizado para propiciar una gigantesca redistribución de activos desde el campo popular al dominio del capital. Esta operación incluye, entre otros aspectos, el desmantelamiento progresivo del Derecho del Trabajo, la privatización de empresas públicas o la abolición de conquistas históricas logradas por los trabajadores tras la intensa lucha de clases que se desarrolló con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Naturalmente, la desposesión se está llevando a cabo contra la voluntad de las poblaciones periféricas, que asisten atónitas a la imposición de programas económicos asombrosamente similares entre sí con independencia de las circunstancias de cada país. Como siempre, el aparato represivo del Estado juega un papel fundamental en la consolidación y desarrollo de tales procesos. 
 
Llegados a este punto de la exposición, quedan pocas dudas sobre la auténtica naturaleza del fenómeno al que nos hemos referido en los anteriores párrafos. Los países del sur de Europa están siendo sometidos a un proceso de acumulación por desposesión, en el marco de una intensificación sin precedentes de la explotación de los trabajadores. Un balance provisorio muestra, en primer término, una redistribución profundamente regresiva del ingreso y un reordenamiento del equilibrio de fuerzas en beneficio del capital. Desde 2010, los salarios reales han retrocedido en casi todos los países europeos, destacando por su intensidad las caídas experimentadas en Grecia (20 por ciento), Portugal (7 por ciento) y España (6,4 por ciento). Tales datos evidencian la inversión del patrón distributivo vigente en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, delineando un escenario caracterizado por la recomposición del beneficio empresarial a través de la confiscación salarial.

Conquistas históricas como la sanidad y la educación públicas están siendo mercantilizadas, acentuando la vulnerabilidad de sectores cada vez más amplios de la población. En la actual fase de su desarrollo, la Unión Europea no sólo constituye un mercado unificado, sino que, por emplear la expresión de Polanyi, apunta a la conformación de una sociedad de mercado, es decir, una sociedad plenamente mercantilizada en la que los derechos sociales aparecen fagocitados por el mercado. En este contexto, y muy especialmente en el ámbito de los países periféricos, la transición neoliberal se viene produciendo por la vía de neutralizar las capacidades de intervención pública en la economía, convirtiendo a los pueblos del sur de Europa en rehenes del mercado autorregulado. La capitulación del Estado social y la mercantilización de las relaciones sociales alimentan un darwinismo social despiadado que selecciona a los más aptos en detrimento de los más débiles: parados, pensionistas, enfermos, trabajadores precarios… El resultado es un paisaje aterrador caracterizado por una precariedad galopante, obscenas desigualdades sociales y un dramático aumento de la pobreza.

Sin embargo, a medida que se descomponen las redes de solidaridad, aparecen las condiciones para una movilización sociopolítica capaz de poner en cuestión el entramado neoliberal de la Unión Europea. O, por decirlo de otra manera, la mutilación de la democracia en países como Grecia o España ha provocado una grave crisis de legitimidad y ha reforzado el protagonismo de los movimientos sociales en el ámbito político, reintroduciendo la vieja distinción entre un país real atravesado por rupturas y contradicciones y un país legal incapaz de atender las reivindicaciones de los ciudadanos. La proliferación de problemas sociales y la acumulación de demandas insatisfechas alimentan una movilización creciente de las clases populares que puede desalojar del poder a los gobiernos neoliberales, como efectivamente ha sucedido en Atenas y podría ocurrir en otros lugares. No obstante, está por ver si este proceso puede extenderse más allá de Grecia, donde predomina la influencia de un combativo movimiento obrero desde que empezó la crisis económica.

Lo que parece indudable es que cualquier fuerza política que pretenda romper realmente con el neoliberalismo, y no sólo sustituir unos gobiernos por otros, debe plantearse la cuestión de la soberanía y enfrentarse a la Unión Europea como tal. En nuestra opinión, el inicio de una era post-neoliberal sólo puede producirse sobre las ruinas de la actual Unión Europea y en el marco de una reestructuración radical del poder económico y social en favor de los trabajadores. Negar esta realidad o no atreverse a enfrentarla conduce invariablemente a la derrota ideológica y favorece a las fuerzas que alientan la recomposición del dominio neoliberal. La clave es construir un discurso global que articule adecuadamente el secuestro de la democracia, la deslegitimación de la política y la acumulación por desposesión que se ha desencadenado en Europa, otorgando coherencia y eficacia al aluvión de reclamos populares que expresan el sufrimiento de las grandes mayorías sociales.

Héctor Illueca Ballester es Doctor en Derecho e Inspector de Trabajo y Seguridad Social.


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ORTEGA Y GASSET. LO NUEVO SE HACE VIEJO


VIEJA Y NUEVA POLÍTICA. CONFERENCIA DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET, MAYO DE 1914, TEATRO DE LA COMEDIA (MADRID)

3/8

Sociología Crítica
30.05.2015


 Ortega, aquel 24 de mayo de 1914 en el Teatro de la Comedia


Qué significa para nosotros política (4)

La nueva política, todo eso que, en forma de proyecto y de aspiración, late vagamente dentro de todos nosotros, tiene que comenzar por ampliar sumamente los contornos del concepto politico. Y es menester que signifique muchas otras actividades sobre la electoral, parlamentaria y gubernativa; es preciso que, trasponiendo el recinto de las relaciones jurídicas, incluya en sí todas las formas, principios e instintos de socialización. La nueva política es menester que comience a diferenciarse de la vieja política en no ser para ella lo más importante, en ser para ella casi lo menos importante la captación del gobierno de España, y ser, en cambio, lo único importante el aumento y fomento de la vitalidad de España. De suerte que llegará un día (¿quién lo duda?) en que, con unos u otros hombres, la nueva política ganará sus elecciones y tendrán gentes de su espíritu las varas de alcaldes; pero esto no pesará en su satisfacción ni un adarme más que el haber conseguido, por ejemplo, que se publique un buen libro de anatomía o de electricidad, o haber hecho que se forme por los labriegos perdidos en el áspero rincón de una montaña una Sociedad agrícola de resistencia.

Con esto está dicho que el Estado español, es decir, el buen compás jurídico, el formalismo oficial, el orden público, en una palabra, no es precisamente a quien nosotros deseamos servir en última instancia. Es más: si el Estado español fuera el que se hallara enfermo por errores de esto que se ha llamado política, entonces probablemente no tendríamos por qué considerarnos obligados moralmente a seguir en la vida pública. Lo malo es que no es el Estado español quien está enfermo por externos errores de política sólo; que quien está enferma, casi moribunda, es la raza, la sustancia nacional, y que, por tanto, la política no es la solución suficiente del problema nacional porque es éste un problema histórico. Por tanto, esta nueva política tiene que tener conciencia de sí misma y comprender que no puede reducirse a unos cuantos ratos de frívola peroración ni a unos cuantos asuntos jurídicos, sino que la nueva política tiene que ser toda una actitud histórica. Esta es una diferencia esencial.

El Estado español y la sociedad española no pueden valernos igualmente lo mismo, porque es posible que entren en conflicto, y cuando entren en conflicto es menester que estemos preparados para servir a la sociedad frente a ese Estado, que es sólo como el caparazón jurídico, como el formalismo externo de su vida. Y si fuera, como es para el Estado español, como para todo Estado, lo más importante el orden público, es menester que declaremos con lealtad que no es para nosotros lo más importante el orden público, que antes del orden público hay la vitalidad nacional.

Diferencia radical entre la Liga y los partidos actuales (5)

Si tenéis algún deseo de entender bien nuestras aspiraciones y queréis, desde luego, ser justos con aquello que hay de pretensión de novedad en nuestros propósitos — no esperando a que hasta los ciegos lo tengan que reconocer —, es necesario que toméis completamente en serio esa ampliación del concepto «política» que yo acabo de exigir; que la realicéis en vuestro pensamiento y advirtáis las consecuencias a que lleva.

Todas las labores que hasta ahora realizan todos los partidos se reducen a preparar, conquistar y ejercer la actuación de gobierno. Política es, hasta ahora, sólo gobierno y táctica para la captación de gobierno. Sólo en parte, y en parte sólo, habremos de considerar como excepciones el partido socialista y el movimiento sindical; que por esto son las únicas potencias de modernidad que existen hoy en la vida pública española, y con las cuales nosotros nos confundiríamos si no se limitaran, sobre todo el socialismo, a credos dogmáticos con todos los inconvenientes para la libeftad que tiene una religión doctrinal.
Consideramos el Gobierno, el Estado, como uno de los órganos de la vida nacional; pero no como el único ni siquiera el decisivo. Hay que exigir a la máquina Estado mayor, mucho mayor rendimiento de utilidades sociales que ha dado hasta aquí; pero aunque diera cuanto idealmente le es posible dar, queda por exigir mucho más a los otros órganos nacionales que no son el Estado, que no es el Gobierno, que es la libre espontaneidad de la sociedad.

De modo que nuestra actuación política ha de tener constantemente dos dimensiones: la de hacer eficaz la máquina Estado y la de suscitar, estructurar y aumentar la vida nacional en lo que es independiente del Estado. Nosotros iremos a las villas y a las aldeas, no sólo a pedir votos para obtener actas de legisladores y poder de gobernantes, sino que nuestras propagandas serán a la vez creadoras de órganos de socialidad, de cultura, de técnica, de mutualismo, de vida, en fin, humana en todos sus sentidos: de energía pública que se levante sin gestos precarios frente a la tendencia fatal en todo Estado de asumir en sí la vida entera de una sociedad.

Por esto es, en nuestra opinión, «política» toda una actitud histórica. La Historia, según hoy se entiende, no es, en primer término, la historia de las batallas, ni de los jefes de Gobierno, ni de los Parlamentos; no es la historia de los Estados, que es el cauce o estuario, sino de las vitalidades nacionales, que son los torrentes.
Esto de que con tanta insistencia aparezca, no sólo en mis palabras, que es lo de menos, sino en el fondo de las conciencias de esa España no oficial, el término y la idea de la vitalidad nacional y su oposición a eso que se llama el orden público, indica que deben significar cosa distinta de lo que a primera vista aparece. Pues es natural, es evidente: nadie está dispuesto a defender que sea la Nación para el Estado y no el Estado para la Nación, que sea la vida para el orden público y no el orden público para la vida. Algo, pues, debe haber latente, y es la convicción de que hay motivos para que sea de especial urgencia entender por política el conjunto de labores cuyo fin sea el aumento del pulso vital de España, especialmente aquellas que signifiquen el violento acoso de esta raza valetudinaria hacia una enérgica existencia.

La lealtad puede decirse que es el camino más corto entre dos corazones, y yo ahora no hago sino dirigirme al fondo leal de los vuestros y preguntaros si allá, en ese fondo insobornable que no se deja desorientar nunca por completo, al comparar la época actual con la que queda del otro lado — por lo menos en el pleno dominio de la conciencia española —, del otro lado del 98, si no notáis que es característica de la actual la sospecha recia y trágica de que no ha sido sólo este o el otro Gobierno, tal institución o tal otra, quien ha llegado por sus errores y sus faltas a desvirtuar la energía nacional al punto a que ha llegado; y estoy seguro de que en ese fondo leal de vosotros a que antes me refería, si recordáis lo que os pasara siempre que hayáis pensado en un tema político con un poco de atención, habréis sorprendido en vosotros la sospecha previa de que las soluciones políticas no son bastantes; de que, bajo las presentes o posibles texturas legales, la raza se halla como exánime; de que no se puede contar, por lo menos de antemano y como han contado y cuentan otros pueblos, con una abundancia de energías que sólo aguardan cauce; que sólo le quedan como unos hilillos de vitalidad histórica, y que, por tanto, toda solución meramente política es insuficiente.

Por esta trágica convicción, señores, nos preocupa tanto afirmar la necesidad de anteponer el salvamento de nuestra vida étnica a toda jurídica delicadeza, porque estamos en el fondo convencidos de que tenemos muy poca vida, de que urge acudir a salvar esos últimos restos de potencialidad española.

Y es claro que, bajo esta trágica convicción, el orden público, la paz jurídica no perderán el carácter de cosas respetables, pero francamente se convertirán en respetables nimiedades. Nuestro problema es mucho más grande, mucho más hondo; no es vivir con orden, es vivir primero.


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