miércoles, 30 de junio de 2021

¿Y si el Covid-19 “se escapó” de un ‎laboratorio militar de Estados Unidos?:

 

¿Y si el Covid-19 “se escapó” de un laboratorio militar de Estados Unidos?

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Diario octubre / junio 30, 2021


La República Popular China ha iniciado una campaña mediática para obtener información sobre las actividades del laboratorio militar estadounidense de Fort Detrick.

Teniendo en cuenta el caso de contaminación voluntaria con ántrax –en 2001– y ante las insistentes acusaciones contra el laboratorio chino P4 de Wuhan, Pekín considera que una “fuga” del laboratorio militar de Fort Detrick, en el Estado de Maryland, Estados Unidos, pudiera haber dado origen a la epidemia de Covid-19.

Hoy se sabe que el laboratorio chino P4 de Wuhan fue contratado indirectamente por el director del Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas e Infecciosas de Estados Unidos (US National Institute of Allergy and Infectious Diseases, NIAID), el doctor Anthony Fauci.

El doctor Fauci, quien fue colaborador del secretario de Defensa Donald Rumsfeld, pagó con fondos públicos desviados de las ganancias por virus descubiertos en murciélagos. Ese tipo de investigación es ilegal en Estados Unidos, debido a su gran peligrosidad. La transacción se hizo utilizando como intermediario a EcoHealth Alliance, cuyo director, Peter Daszak, publicó en la revista especializada The Lancet un artículo donde afirmaba que el Covid-‎‎19 era de origen natural. Los coautores de ese estudio desmintieron después sus propias afirmaciones y denunciaron los vínculos de subordinación de Peter Daszak. Este último estuvo además entre los miembros de la Comisión Investigadora de la Organización Mundial de la Salud ‎‎(OMS) que dictaminó la inocencia del laboratorio de Wuhan.

Por muy chocante que puede parecer este asunto, en realidad no prueba que el laboratorio de Wuhan haya estado implicado en el inicio de la epidemia de Covid-19.

En cambio, el laboratorio militar estadounidense de Fort Detrick fue responsable de la producción de las esporas de ántrax enviadas por vía postal a varios políticos y medios de prensa en Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ese laboratorio estadounidense realiza investigaciones consideradas ilegales en Estados Unidos y dispone de varias dependencias fuera de ese país, como el Richard Lugar Center for Public Health Research, en Georgia [1].

En el verano de 2019, el laboratorio militar estadounidense de Fort Detrick fue cerrado temporalmente por orden del Center for Disease Control and Prevention (CDC, la autoridad sanitaria estadounidense a cargo del control y prevención de enfermedades). Posteriormente, en diciembre de 2019, una misteriosa infección respiratoria apareció entre los vecinos de Fort Detrick… precisamente al mismo tiempo que aparecía el Covid-19 en Wuhan.

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[1] «Experimentos del Pentágono en Georgia provocan epidemia de peste porcina en Bélgica», 7 de octubre de 2018; «¿Se esconden ensayos del Pentágono tras los crímenes de Gilead Sciences?», Red Voltaire, 4 de octubre de 2018; «La Géorgie dénonce la transformation par la Russie des lignes de démarcation», por David Zalkaliani, Réseau Voltaire, 22 de mayo de 2020.

FUENTE: Red Voltaire

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Ecología. Algunas preguntas incómodas. [Al olmo le podemos pedir peras, porque como estamos en una democracia al olmo se le puede pedir cualquier cosa (por esta razón al olmo se le parte el pecho de la risa que le entra cuando se pone a escuchar la de de cosas que se le piden), aunque yo prefiero un buen bocadillo de sardinas en aceite puro de oliva de los que da el guindo calentito y todo que hasta te lo lleva a casa de lo amable y servicial que es el guindo. Pero el asunto es que el modo de producción capitalista a partir de la crisis de 2008 nos dice a grito abierto que ya no puede seguir funcionado y que hay que cambiarlo por el socialismo (pintarlo de verde y estas cosas no. Cambiarlo) por las mismas razones históricas que el capitalismo sustituyó al feudalismo, y este a la esclavitud, y la esclavitud al salvajismo y el salvajismo a la barbarie. Tal cual, que esto solo es historia, para dejarnos de tontiecotonterías al verde verde limón que no servirán más que para alargar e intensificar el estado de penurias y sufrimientos a la humanidad entera. Pero esto ya es de puro santoral, que no sé dónde se me ha podido meter Santa Lucía que ve menos que un gato de yeso (ecológico) metido en un baúl, y que no me tomes esto como cosa personal, Santa Lucia de mis entretelas, que ya sabes que yo te aprecio un rato, pero que tienes menos luces que un candil apagado si no ves lo que está pasando, lo siento mucho. Que no lo vea uno de la morralla política e intelectual bien, lógico. Pero mujer, lo tuyo es la vista].

 

El autor, investigador científico del CSIC, plantea en esta carta a los responsables políticos de la Transición Ecológica en España y Europa preguntas que aportan conocimiento y reflexiones necesarias sobre cuestiones relevantes para esta Transición.


Algunas preguntas incómodas

Antonio Turiel Martínez

El Viejo Topo

29.06.2021

 

Estimados Sres., estimadas Sras.:

Me dirijo a Vds. con la intención de plantear una serie de cuestiones que me parecen relevantes, respecto al actual esfuerzo para la realización de una Transición Ecológica que debe conseguir la descarbonización total de España y de Europa para el año 2050. De acuerdo con lo que he leído sobre el tema, incluyendo la propia Ley de Cambio Climático y Transición Energética, hay en los planes anunciados ciertos puntos oscuros que, por su gran relevancia, creo que convendría aclarar.

Dado lo extenso de los puntos a tratar, me permitirán que vaya directamente al grano. Éstas son las cuestiones:

1.- Es conocido que se necesita una gran cantidad de materiales críticos para el gran despliegue de los sistemas energéticos renovables que se pretende hacer, y también se sabe que no hay suficiente para permitir ese despliegue a escala mundial ¿Contemplan Vds. un plan alternativo, en caso de que al final los materiales escaseen? En suma, ¿existe un Plan B para la Transición Energética?

El tema de la escasez de materiales críticos para la transición renovable es muy conocido desde hace bastante tiempo. Hace unos días, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) sacó un informe sobre estos materiales, en el cual se mostraban algunas cosas curiosas. La más destacada, estas gráficas, sobre todo la de la derecha.

Como pueden ver, se prevé que, de aquí a 2040, la extracción anual de litio se multiplique por 42, la de grafito por 25, la de cobalto por 21, la de níquel por 19 y la de tierras raras por 7. Fíjense que no es que la AIE diga que eso es lo que va pasar: lo que dice es que eso es lo que se necesita que pase, lo que es muy distinto. Pero, ¿es ese incremento posible? La propia AIE tiene sus dudas, y entre sus 6 recomendaciones (obviamente, a los países de la OCDE) nos encontramos que se debe fomentar el reciclaje (complicado, porque alguna de estas materias se usa de tal manera que son difíciles de reciclar) y que, si acaso, se constituyan «reservas estratégicas para hacer frente a posibles interrupciones del suministro». En definitiva: mejor acaparar ahora estos materiales, no sea que después ya no vengan.

Volviendo a la cuestión de si tal incremento es posible, hay muchos estudiosos que tienen claro que no. Entre ellos, Alicia Valero y su padre Antonio Valero, de la Universidad de Zaragoza, que llevan años estudiando el tema. La siguiente imagen es una diapositiva de una presentación reciente de Alicia Valero.


Resulta que las reservas conocidas de muchos materiales son menores que la demanda esperada hasta 2050, y atención que incluye otros metales «más corrientes» que no estaban en la gráfica de la AIE, como la plata, el cobre, el plomo, el platino o el zinc, entre otros. Quizá la AIE se ha dado cuenta ahora de que hay un problema, pero en realidad los científicos lo saben desde hace tiempo. Por ejemplo, hay un artículo reciente del Grupo de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid que muestra que no se puede pretender mantener el actual modelo de movilidad basándose en fuentes renovables y vehículos eléctricos.

En todo caso, no quiero discutir aquí si va a haber o no esa escasez, ni tan siquiera si realmente las renovables pueden hacer todo lo que se dice.  El caso es que hay una duda razonable de si los planes anunciados pueden llevarse a cabo, y eso lleva a mi pregunta.

La pregunta real es si tienen un Plan B. Si tienen una alternativa, por si esto falla. Una salvaguarda. Ésa es la pregunta. ¿La tienen o no? Porque si no la tienen, la cuestión que se suscita es otra: Vale, y si este plan falla, entonces, ¿qué? ¿Nos vamos al garete? En definitiva: ¿es éste un modelo de administración responsable si no se tiene en cuenta un riesgo tan evidente?

Seguramente la tentación es decir que la ciencia y la innovación permitirán mejorar la eficiencia en el uso de los materiales. A lo cual yo les digo: perdonen, pero no pueden dar eso por asumido, porque como no sea así nos estrellamos. De nuevo, no es un modelo de administración razonable.

Quizá la otra tentación es decir que si hay problemas podremos ralentizar la transición energética hasta que la tecnología avance lo suficiente (como si eso estuviera garantizado), estirando un poco más el uso de los combustibles fósiles gracias a una implantación masiva de sistemas de captura de CO2 (suponiendo que éstos realmente se puedan implantar de manera masiva y eficaz). Si van por ahí, les recordaré esta gráfica del último informe de la AIE que nos dice que, gracias a la desinversión de las petroleras desde 2014, de aquí a 2025 la producción de petróleo puede caer hasta un 50%.

De hecho, por culpa de este descenso ahora mismo ya escasea el plástico y cada día escasean más cosas: acero laminado, aluminio, cobre, chips…

Así, pues, ¿hay plan B? Porque a lo mejor tenemos que implementarlo urgentemente…

2.- Incluso asumiendo que España consiguiera asegurarse suficientes materiales para hacer «su» transición, ¿es una buena apuesta a largo plazo, teniendo en cuenta de aquí 20-30 años las nuevas instalaciones renovables acabarán su vida útil y entonces será imposible reemplazarlas?

Tengamos en cuenta que muchos materiales son de difícil reciclaje por la manera en que se usan. En la electrónica de más altas prestaciones, las tierras raras que se usan y metales como el oro y la plata entran en cantidades muy pequeñas, típicamente en aleaciones con concentración de traza. El diseño de esos circuitos no está pensado para el reaprovechamiento. Algo similar le pasa a las placas fotovoltaicas: la concentración de materiales como la plata y la forma en la que están hechos los paneles no favorecen su recuperación. En el caso de los aerogeneradores, reaprovechar el cobre y el núcleo magnético o inductivo es mucho más simple; pero en su caso el problema es la degradación de los metales con el paso del tiempo, y también la dificultad para reemplazar el hormigón armado (recordemos que la arena que se usa para hacer cemento empieza a escasear) y para el reciclaje de las aspas (que es posible, pero que hasta ahora masivamente lo que se hace es enterrarlas).

¿Tiene por tanto sentido que lo apostemos todo a un sistema que quizá solo se pueda usar durante esos 20 ó 30 años, para luego dejar a la sociedad inerme para gestionar lo que venga después? ¿Volveremos a recurrir al comodín de «el progreso tecnológico lo resolverá», cosa que no podemos saber si pasará? ¿Nos vamos a arriesgar a condenar a nuestros hijos?

3.- La instalación de los sistemas renovables es posible consumiendo grandes cantidades de combustibles fósiles, tanto en la extracción de materiales, su elaboración, el transporte, la instalación, el mantenimiento, etc. No se instalan parques renovables usando energía renovable; quizá hacer eso ni siquiera es posible. ¿No se han parado a pensar que el modelo que se propone solo puede funcionar si hay combustibles fósiles?

Éste es un de los problemas más serios del modelo propuesto: nadie se ha planteado seriamente que todo el proceso de elaboración, transporte y despliegue use solo energía renovable. ¿Es ni tan siquiera posible? Algunos autores, como Gail Tverberg, consideran los modernos sistemas de energía renovable meras extensiones de los combustibles fósiles: solo pueden dar energía si hay combustibles fósiles disponibles. Una de las dificultades para que se pueda cerrar el ciclo de «producción de energía renovable – uso de la misma para generar más» es la complejidad (y coste energético) de los procesos, y la gran cantidad de materiales que se requieren. En un escenario de rápido declive de la cantidad de petróleo disponible, eso haría que la energía renovable producida con este modelo también decreciera en un determinado plazo. Por tanto, nos arriesgamos a que en un plazo breve de tiempo este modelo de renovable dejara de servir. ¿De verdad que es eso lo que queremos?

4.- El nuevo modelo pretende substituir los combustibles fósiles por electricidad renovable, pero los combustibles fósiles mayoritariamente no se usan de manera eléctrica. Aquí hay un salto al vacío tecnológico enorme, teniendo en cuenta que 1) en España tenemos ya mucha más capacidad instalada de la estrictamente necesaria para garantizar el consumo; 2) en los países avanzados, la electricidad representa poco más del 20% del consumo de energía final y electrificar ese casi 80% restante parece difícil; 3) el consumo de electricidad cae en España desde 2008. ¿No tendría sentido que se concentran los esfuerzos en ver cómo aprovechar la electricidad, más que en producir más? ¿O quizá mirar cómo producir con renovables otras formas de energía que no sean electricidad?

En España la potencia media equivalente al consumo eléctrico de 2008 fue de 32 GW, y ha ido disminuyendo hasta los 30 GW de 2019. Eso, con una potencia instalada de 108 GW. Incluso contando con un cierto grado de redundancia para tener en cuenta el factor de planta, es una cantidad excesiva, que ahora se quiere incrementar en otros 58 GW de aquí al 2030.

Eso sin contar con la gran dificultad de convertir todo el consumo energético en 100% eléctrico, un problema que aqueja a todas las economías avanzadas. De hecho, lo que se suele ver es que la electricidad es una energía secundaria que de alguna manera sigue al consumo general de energía: sube si éste sube y baja cuando éste baja (aunque no ciertamente en el mismo porcentaje y a menudo con un cierto lag o retraso, que puede ser de años). Y es que la electricidad es una forma de energía muy especializada y de alto valor añadido, pero solamente útil para cierto usos.

Incluso sin pretender que toda la energía sea eléctrica, intentar que al menos toda la electricidad sea 100% renovable es ya un gran desafío. En primer lugar, se necesitan sistemas de respaldo para cubrir la intermitencia de las renovables (que no siempre luce el Sol, o que a veces no sopla viento). Para hacer ese respaldo renovable, se puede recurrir a la hidroelectricidad, pero ésta tiene un cierto margen y tampoco lo puede cubrir todo (se necesita el agua embalsada también para otros usos) o aprovechar la acumulación de los excedentes renovables cuando éstos se producen (usando, por ejemplo, bombeo inverso o hidrógeno verde), pero éstos también son limitados. La otra opción para conseguir electricidad de respaldo es las interconexiones de larga distancia, por ejemplo de ámbito continental, porque sobre la escala de un continente se puede compensar mucho la intermitencia, ya que en todo momento algún lado de Europa soplará el viento o lucirá el Sol (excepto de noche). Pero aquí chocamos con el segundo problema de la electricidad renovable: la estabilidad de la red. La instalación de muchos sistemas de generación eléctrica, que entran y salen continuamente del sistema y que están distribuidos sobre un territorio muy amplio y lejos de los centros de consumo genera inestabilidad de la red. Resulta que en Europa usamos corriente alterna con una frecuencia de 50 ciclos por segundo, pero con tanta generación intermitente y distribuida mantener esa frecuencia es hoy en día un hito: de hecho, el pasado 8 de enero una inestabilidad originada en Croacia se propagó por toda Europa y estuvo a punto de tumbar toda la red. Y poner más y más sistemas renovables conectados a la red incrementa el riesgo de inestabilidad. Se podría compensar instalando sistemas de estabilización en la red, pero nadie quiere hacer frente a este sobrecoste, que además tendría que ir creciendo con el número de sistemas enganchados. En Australia se está planteando prohibir que se conecten más sistemas fotovoltaicos a la red eléctrica.

Lo mejor sería ir aprovechando la electricidad localmente, pero entonces nos encontramos con el problema del aprovechamiento para ese casi 80% de usos no eléctricos. Es aquí donde se debería estar incidiendo seriamente, pero lo que se hace es simbólico. ¿Qué sentido tiene dar por hecho que nos conviene tener más electricidad, teniendo en cuenta todo lo dicho arriba? ¿Para qué va a servir, si no hay demanda posible para tanto?

5.- Para intentar cubrir con renovables ese casi 80% de la energía final actualmente no eléctrico actualmente, la gran apuesta es utilizar el hidrógeno producido a partir de electricidad renovable, o hidrógeno verde. El hidrógeno, sin embargo, no es la panacea y sus problemas originales no han sido resueltos. ¿Por qué va a solucionar ahora el hidrógeno nada, conociendo como conocemos sus limitaciones?

Hace algunas semanas asistí a una conferencia telemática organizada por el Club de Roma sobre el hidrógeno verde. En un momento de sinceridad, uno de los ponentes dijo que hace unos 20 años se había intentado introducir el hidrógeno como el combustible del futuro y se había fracasado; que hacía 10 años se había intentado de nuevo y que tampoco se había conseguido; y que esperaba que ahora, a la tercera, fuera la vencida. Esta reflexión es bastante interesante, porque refleja muy crudamente el problema que no se quiere ver. Y es que, ¿por qué tendría que funcionar una solución energética basada en el hidrógeno? Nos negamos a aceptar que es una mala solución, e insistimos sobre ella una y otra vez, pero no por ello se va a convertir en una buena solución. Damos por descontado que el progreso tecnológico conseguirá superar los problemas del hidrógeno, pero no comprendemos que a lo mejor esos problemas no se pueden superar porque dependen de principios inviolables de la Física o la Química.

Recordemos, una vez más, cuáles son los inconvenientes del hidrógeno:

  • El hidrógeno no es una fuente de energía: En la actualidad la mayoría del hidrógeno se consigue mediante el procesamiento químico del gas natural u otros hidrocarburos, con desprendimiento de dióxido de carbono, pero el objetivo es pasarse al «hidrógeno verde», que es el que se obtiene haciendo pasar una corriente eléctrica por una cubeta de agua, lo cual rompe la molécula de este líquido (electrolisis) y separa el hidrógeno del oxígeno, sin otras emisiones. El problema es que se necesita consumir electricidad para producir el hidrógeno; el hidrógeno es un sitio donde guardar energía, pero no una fuente de energía. Técnicamente es lo que se denomina un vector energético.
  • El rendimiento del proceso es bajo: Centrándonos en el hidrógeno verde, las mejores plantas de electrolisis consiguen un rendimiento del 70%, es decir, que el 30% de la energía se pierde y no se acumula en las moléculas de hidrógeno producidas. Pero este mejor rendimiento solo se produce en condiciones ideales y con plantas muy sofisticadas y caras; en condiciones más realistas, el rendimiento ronda el 50%, y el otro 50% simplemente se pierde.
  • El rendimiento de los motores de hidrógeno es bajo: Si se quiere el hidrógeno para motores, se puede quemar directamente en un motor de gasolina pero entonces se aprovecharía solo entre el 15% y el 20% de la energía del hidrógeno (es decir, solo entre el 7,5% y el 10% de la energía eléctrica inicial). Incluso usando pilas de combustible de las más eficientes (y haciendo más complejo el motor, porque se requiere una batería además) el rendimiento ronda el 50% (es decir, solo el 25% de la energía eléctrica inicial). Por comparación, un motor eléctrico tiene rendimientos que están sistemáticamente por encima del 75% o del 80%. Se podría decir que el hidrógeno se quiere solo para producir calor (por tanto, rendimiento del 50% sobre la energía eléctrica inicial), sobre todo industrial, pero lo cierto es que también se necesita hidrógeno para sustituir al diésel en la flota de camiones y maquinaria pesada.
  • El hidrógeno tiene que estar almacenado a alta presión: Al ser un gas, para conseguir una densidad energética en volumen aceptable el hidrógeno tiene que estar a una alta presión, generalmente de 750 atmósferas (enorme: es la presión a 7.500 metros de profundidad en el mar) para tener una densidad energética que es solo la mitad de la del gas natural a la presión habitual. Estas altas presiones implican, primero, un esfuerzo para comprimirlo (otro gasto energético adicional), segundo, usar recipientes de paredes densas (más costosos) y tercero, que se tenga que refrigerar previamente a la compresión para evitar que la temperatura suba mucho (más gasto energético). Y por no hablar del peligro que supone una grieta o un impacto medianamente fuerte en el depósito.
  • El hidrógeno se escapa de los recipientes: Al ser una molécula tan pequeña, el hidrógeno se escapa con facilidad de cualquier recipiente, incluso en uno de paredes densas y especialmente bien sellado. Pérdidas de entre el 2 y el 3% diario son normales, lo cual implica que el hidrógeno tiene que ser producido para ser consumido en el plazo de pocos días.
  • El hidrógeno corroe el acero: En los depósitos y conducciones de acero al carbono, el hidrógeno forma hidruros que acaban fragilizándolos hasta que se rompen. La solución es recubrirlos con unas películas especiales que se llaman liners, pero que no están exentas de problemas (aguantan mal los contrastes térmicos y los esfuerzos mecánicos) y que para mayor ironía se fabrican con petróleo.

En la práctica, las pérdidas energéticas de convertir electricidad a hidrógeno para cualquier uso energético son bastante  grandes, yendo del 50% de producir hidrógeno para ser quemado inmediatamente hasta pérdidas superiores al 95% si se tiene que almacenar a presión para ser consumido unos días más tarde en un motor de un camión.

En una conferencia reciente, yo presenté unos números sencillos comparando el consumo de energía del sector del transporte en Europa con la producción de energía eléctrica renovable que se necesitaría para que pudiera funcionar con hidrógeno, asumiendo el máximo y mejor rendimiento (pilas de combustible con platino, hidrógeno producido prácticamente para consumir, despreciando las pérdidas por refrigeración y compresión, etc). La conclusión es que Europa debería multiplicar su producción eléctrica renovable por 3,5. En condiciones mucho más realistas, no sería de extrañar que esa multiplicación fuera por 4, 5 o un factor todavía mayor; pero en todo caso, ese 3,5 ya supone un reto de gran envergadura… y solamente para mantener el transporte. Y ese reto es probablemente imposible, porque aquí no hemos incorporado los límites de las renovables, pero siguen existiendo.

Extrapolándolo al caso de España, no resulta creíble que pudiéramos producir aquí todo el hidrógeno que se necesitaría ya tan solo para mantener todo el sistema de transporte en pie. Y eso sin contar con todo el gasto de combustible que implica nuestro estilo de vida pero que no se computa aquí (por ejemplo, esos cargueros que llegan cargados de mercancías fabricadas en China).

¿Alguien se ha parado a mirar estos problemas con detenimiento y objetividad? ¿O solamente se han limitado a sumar cantidades en un fichero Excel, contando que todo lo que se necesite va a estar ahí porque se necesita? ¿Alguien se ha parado a pensar que quizá el hidrógeno no da, ni de lejos, para mantener el actual estado de cosas? ¿Alguien se ha planteado que quizá no es la solución?

6.- Dado que el hidrógeno que se puede producir domésticamente no puede cubrir nuestras necesidades, ¿de dónde lo vamos a sacar? ¿Vamos a intentar explotar la producción de otros países, típicamente de África?

Porque al final es de esto de lo que estamos hablando. Sabiendo que no podremos producir suficiente hidrógeno para poder mantenerlo todo en pie, dado el bajo rendimiento del proceso y los límites a la producción renovable, la idea seguramente es ir a apropiarse del hidrógeno que produce otro. Por ese motivo Alemania está en la presa del río Inga en el Congo. Y por ese motivo el tren de hidrógeno, mucho más ineficiente que el eléctrico, está ahora en boga: para sacar corriendo el hidrógeno de países que tienen vías de tren pero no catenaria.

Ese modelo de explotación colonial tiene no pocos riesgos y muchas fragilidades, aparte de otras cuestiones de índole moral. Pero además, el colonialismo se puede ejercer a muchas escalas. Colonialismo energético del centro contra la periferia, dentro de nuestro país. Pero también desde otros países, y más concretamente Alemania, contra nuestro país.

Este modelo colonial probablemente nos lo aplicarán a nosotros en beneficio de Alemania; el Gobierno federal alemán ya dice que espera que los países europeos con mayor potencial renovable le aporten su hidrógeno. Es decir, que la energía renovable captada aquí se convertiría en hidrógeno, con enormes pérdidas, para después irse en un tren de hidrógeno fabricado por Siemens hasta Frankfort o Munich. Señores y señoras representantes políticos de mi país, ¿habían pensado en esto? ¿Están seguros de que es el hidrógeno lo que tenemos que producir, si no nos da para nosotros mismos y encima nos lo quieren quitar?

7.- Por todo lo expuesto más arriba, me resulta evidente que nos hacen falta modelos alternativos para el aprovechamiento de la energía renovable, modelos mucho más locales y eficientes que garanticen la riqueza del país. El caso es que existen, pero no se debaten, no se contemplan. ¿No creen que se debería invertir, si cabe un pequeño esfuerzo, en ver cuánto podrían dar de sí?

A principios del siglo XX, proliferaban en Cataluña las colonias textiles. Se aprovechaba la fuerza hidráulica de los ríos para producir algo de electricidad de consumo local, y la fuerza mecánica del agua servía en muchos casos para accionar directamente los telares, con un rendimiento mucho mejor que poner un generador eléctrico en un extremo y un motor eléctrico en el otro. Con este sistema se mantuvieron también fundiciones y otras industrias; en todos los casos, aprovechando la energía de manera más eficiente que si se usase electricidad y, lo que es más importante, generado riqueza y empleo localmente. La energía mecánica no es como los electrones o el hidrógeno: no se puede exportar a grandes distancias. La energía de aquí se queda aquí.

Con todo el conocimiento y desarrollo técnico del último siglo, podríamos hacer eso mismo y mucho mejor. Aprovechando el Sol directamente para calentar, fundir, transformar. Aprovechando la fuerza mecánica del agua y del viento para mover, trabajar, forjar. Aprovechando las plantas, cultivadas y silvestres, herbáceas y árboles, para obtener reactivos y materiales. Produciendo también algo de electricidad para cuando fuera necesario, pero sin obsesionarse con producir solo electricidad. Produciendo también algo de hidrógeno para cuando fuera necesario, pero sin obsesionarse con mantener una ingente flota de camiones y maquinaria pesada con él. Siendo más eficientes. Alcanzando un mejor equilibrio con la naturaleza, disminuyendo nuestro impacto ambiental, adaptándonos a los ritmos del planeta, dependiendo lo justo de materiales que llegan de lejos, con instalaciones a una dimensión más humana y más fáciles de reparar y mantener, creando riqueza y empleo localmente, descarbonizando plenamente nuestra actividad.

¿Por qué no?

Repito.

¿Por qué no?

¿Qué sentido tiene que esto ni se considere, ni se analice, ni se estudie siquiera someramente? ¿Qué sentido tiene que nos empeñemos en un modelo megalomaníaco, tremendamente destructivo y contaminante que, encima, ni siquiera es posible, cuando podríamos tener una alternativa mucho más razonable que ni nos dignamos en estudiar?

¿Por qué no?

¿Por qué nos vamos a condenar a un modelo insostenible e imposible que va a fracasar, cuando puede haber una alternativa viable y mucho menos costosa? Seguro que habrá muchas dificultades, pero la mayor ahora mismo es ni siquiera comenzar a trabajar sobre esta posibilidad

Yo les pregunto, y les preguntaré una y otra vez:

¿Por qué no?

Fuente: Blog de Antonio Turiel The Oil Crash.

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Cuba. El mundo dice no al bloqueo

 

En la sede de la ONU en Nueva York el mundo ha dicho no, por enésima vez, al bloqueo de Estados Unidos a Cuba. 184 países votaron a favor de la resolución cubana, dos en contra (Estados Unidos e Israel) y tres abstenciones (Colombia, Brasil y Ucrania).

El mundo dice no al bloqueo

Rosa Miriam Elizalde

El Viejo Topo

30 junio, 2021 


El veredicto de la abrumadora mayoría de los países que integran Naciones Unidas en favor del levantamiento del bloqueo a Cuba, emitido el miércoles contra el gobierno de Estados Unidos, es más que una victoria diplomática de la isla que llega puntualmente cada año desde 1992, salvo en 2020, cuando la resolución del gobierno de La Habana no se presentó por el auge de la pandemia. Constituye un recordatorio de la larga espera del pueblo cubano por un acto de justicia que revierta la preocupante situación donde se mezclan el abuso de autoridad, el empleo desproporcionado de la violencia y la intención muy específica de destruir, totalmente o en parte, un grupo nacional, étnico o racial, en su totalidad, que es lo que describe como genocidio la Convención de 1948.

Sólo muy pocos casos de matanzas masivas son considerados genocidio de manera inequívoca por la comunidad internacional. Pero no hay otra manera de llamar a este horror de más de 60 años que ha obligado a varias generaciones de cubanos a enfrentar su vida cotidiana bajo una espesa niebla y a ahondar en las nada sobrenaturales formas de monstruosidad que es capaz de desarrollar una élite poderosa, contra millones de personas por el delito de existir. Si no es genocidio que en medio de una pandemia se le niegue a un pueblo medicinas y alimentos, acceso a la mayoría de los servicios de Internet, a las finanzas y al comercio entre iguales, habrá que inventar como Raphael Lemkin una palabra para llamar a un crimen sin nombre.

Es difícil de contabilizar en Cuba cuántos han muerto porque no tenían la medicina que necesitaban o porque no les llegó a tiempo. El informe presentado por el canciller cubano, Bruno Rodríguez, que corresponde sólo a los daños del bloqueo de 2020, tiene 60 páginas sin un solo adjetivo: es la enumeración de hechos, gastos excesivos, cosas que no llegaron porque tenían algún componente estadunidense –desde un avión hasta un respirador destinado a una sala de terapia intensiva–, nombres de empresas que se han negado a suministrarle al país tecnologías, materias primas, reactivos, medios de diagnóstico, medicamentos, dispositivos, equipos y piezas de repuesto necesarios en el sistema de salud pública. Y todo eso en medio de una pandemia mundial.

Me dijo un amigo que si hay una imagen que impactó en Cuba es la de George Floyd asfixiándose en el suelo mientras el policía no levantaba la rodilla de su cuello, a pesar de los gritos de la víctima diciendo que no podía respirar. El video dio la vuelta al mundo y desencadenó la mayor protesta antirracista en Estados Unidos desde los tiempos de la lucha por los derechos civiles en los años sesenta.

Conocemos esa sensación de impotencia de muchos estadunidenses ante lo que consideran, con razón, una sistemática actuación abusiva del poder. En el caso de los ocho minutos y 46 segundos de agonía de Floyd, ha sido clave la existencia de un video que grabó toda la escena, pero la pregunta que sigue en el aire, incluso después de la condena al policía asesino, es cuántas personas han muerto o han sufrido en silencio simplemente porque no hay cámara cuando el sistema no las deja respirar.

Sabemos que la rodilla que asfixia está siempre ahí, invisible, sobre el cuello de alguien. Pasa con el bloqueo, esa palabreja que puede parecer para algunos una abstracción, pero no para el que se encuentra en una sala de terapia intensiva en Cuba, tiene a un hijo enfermo o se ha pasado seis horas en una cola para comprar un alimento que antes de las 242 sanciones adicionales de Donald Trump y antes de la pinche pandemia, podía alcanzar con menos esfuerzo.

Rodney Hunter, representante de Joe Biden en la ONU, llevó el cinismo hasta el extremo de sostener que el bloqueo favorece y empodera al pueblo cubano y que las sanciones son una forma legítima de lograr objetivos de política exterior. De milagro no añadió que el bloqueo es un pretexto del gobierno cubano, como repiten como loros otros empleados de Washington. Es como si el policía que mató a George Floyd dijera que su rodilla en el cuello ajeno era un pretexto de la víctima para asfixiarse.

Por tanto, resultan más que justificadas las escenas de alegría en Cuba cuando en la sede la ONU en Nueva York el mundo dijo no, por enésima vez, al bloqueo de Estados Unidos. El número apabullante de 184 países en favor de la resolución cubana –con sólo dos en contra (Estados Unidos e Israel) y tres abstenciones (Colombia, Brasil y Ucrania)– coincidió con otra noticia, quizás más esperanzadora: científicos cubanos han logrado llevar a término las dos primeras vacunas latinoamericanas. Una de ellas, Abdala, tiene una tasa de eficacia de 92.28 por ciento. Es la felicidad en casa del pobre, que a veces sí da para más.

Artículo publicado originalmente en La Jornada.

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martes, 29 de junio de 2021

¿La pandemia de hoy o el capitalismo de siempre? [Los trabajadores sabemos de los efectos del capitalismo porque lo percibimos por los sentidos. Pero no entendemos qué es y como funciona el capitalismo, y hasta que esto no lo entendamos y lo tengamos claro clarito como el agua clara iremos de capa caída y jugarán con nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos los chipirilú de la política se llamen como se llamen: centrados centralmente en el centro; chispitilla más centrados en la parte central del centro; ni de izquierdas ni de derechas sino de aquí, de allá y de donde haga falta ser con tal de tener el chupe teta borrega pública al alcance del bolsillo; ni de izquierdas ni de derechas sino de esto y lo otro, etc. Y hasta que los más enteradillos del asunto (quiere decirse que deberían estarlo), o sea, los que pasan por ser dirigentes e intelectuales de izquierdas (aunque yo se me chistes mucho mejores) no bajen del guindo unos y dejen de estar en la inopia otros, se aprendan ellos primero qué es y como funciona el capitalismo sin trampa ni cartón, para que luego nos lo puedan explicar a los comunes mortales de carne y hueso que somos los trabajadores, los protagonistas del milagro de hacer vivir como Dios a todo Dios menos a los trabajadores, a pedir por Dios, queridos míos. Y ahora viene ya cuando le doy suelta a seis sacos de perdices por barba para que vayáis comiendo y os volváis felices mientras yo me voy componiendo el mango de la palanca del mando a vuestra costa, que ya sabéis que yo estoy siempre a vuestro servicio. Y no me digáis que con esto último no he quedado super guay de bien con vosotros, como corresponde a uno que no se mete en política y es además de un centro central político de atosigue, oiga.]

 

¿La pandemia de hoy o el capitalismo de siempre?

Por Laura Álvarez Huwiler

Rebeli

29/06/2021 

 

Fuentes: Tierra viva

Nuevo libro: «Geografías del conflicto». Compilado por Daiana Melón y Mariana Relli Ugartamendía, aborda desde la pandemia al modelo agropecuario, de los humedales a la crisis habitacional, la crisis civilizatoria y las construcciones de alternativas populares. Material de libre descarga, compartimos uno de los quince capítulos.

“En esta confluencia de crisis sociales y ecológicas, ya no podemos permitirnos ser poco imaginativos; no podemos permitirnos soslayar el pensamiento utópico. Estas crisis son demasiado serias y las posibilidades demasiado avasallantes como para ser resueltas con las formas tradicionales de pensamiento, que son justamente las productoras de estas crisis”, escribía Murray Bookchin en 1972, sin haber vivido la actual crisis sanitaria desatada por el virus Covid-19. Quizás no imaginó específicamente esta pandemia, pero sí previó, como otras y otros ecologistas, las brutales consecuencias de un accionar cada vez más avasallante y destructor que como sociedad estamos teniendo sobre la naturaleza.

El 2020 ha sido, hasta ahora, aunque con diferencias dependiendo el lugar, un año trágico para la humanidad entera: colapsos de los sistemas de salud, muertes, encierro y la consecuente pérdida de socialización para personas adultas y jóvenes, una crisis económica mundial sólo comparable con la crisis del treinta, con sus correlatos de mayor desigualdad, desocupación y pobreza, por mencionar sólo algunas de las consecuencias más inmediatas de esta pandemia.

Según la propia Vicesecretaria General de las Naciones Unidas, Amina J. Mohammed, “entre 70 y 100 millones de personas podrían verse empujadas a la pobreza extrema; 265 millones de personas más podrían enfrentar una grave escasez de alimentos a fines de este año, y se estima que se han perdido 400 millones de puestos de trabajo, por supuesto, afectando de manera desproporcionada a las mujeres” [1].

A pesar de los diferentes análisis que pueden encontrarse sobre el origen y desarrollo de la pandemia del coronavirus, gran parte de los científicos y las científicas, incluso los de la “ciencia hegemónica”, coinciden en que es innegable la relación causal entre esta pandemia y los problemas causados por la destrucción de la biodiversidad [2]. Y esta destrucción de la biodiversidad existe gracias a una forma particular que cobra la escisión entre la sociedad y la naturaleza en el sistema capitalista. La sociedad capitalista no solo reproduce una objetivación de la naturaleza previa a este sistema, sino que además la mercantiliza, es decir, la convierte en recurso económico, elegantemente denominado como “recurso natural”.

Hoy más que nunca, debido a las visibles consecuencias de la actual pandemia, debemos cuestionar esta conversión de la naturaleza en recurso económico, como lo viene haciendo el movimiento socioambiental en las luchas en defensa de los bienes comunes. Pero esta mercantilización de la naturaleza, sin embargo, no es un hecho aislado, sino que es parte de la maquinaria irracional de producir, vender y consumir que en este sistema tiene como fin principal la generación de la rentabilidad capitalista.

Como parte de esta maquinaria irracional, por un lado, los gobiernos, los grandes laboratorios y las universidades vienen persiguiendo, desesperadamente, la vacuna contra esta enfermedad. Aunque, “si este tipo de pandemias echa raíces en las tramas de la producción capitalista, ¿cómo puede una vacuna ser la solución que todos esperamos?”, se pregunta Rob Wallace, investigador en la Universidad de Minnesotta [3].

Por otro lado, en simultáneo, los gobiernos buscan una solución inmediata que revierta la crisis económica que estamos atravesando, como la desesperada búsqueda de inversiones por las cuales los Estados capitalistas compiten, promocionando actividades rentables para las grandes empresas del mundo. Entre estas actividades se encuentran las causantes de un cambio ambiental global, es decir, las responsables de estas pandemias. Y, además, son causantes del cambio climático que ya está generando tantos o más desastres que el propio coronavirus, con sequías, deforestación e inundaciones, por mencionar sólo algunos de sus efectos.

Por lo tanto, cualquier salida que busquemos para terminar con las pandemias, deberá generar cambios profundos en la forma de producción, y, a su vez, debemos discutir quién decide qué y para qué producimos como sociedad. Tendremos que cuestionar si lo define la rentabilidad capitalista o las necesidades de las poblaciones. Pero, además, deberemos reflexionar sobre cuáles son las necesidades de la población, porque en el capitalismo no solo las cosas se fetichizan, sino también nuestras necesidades. Éstas, digamos, adquieren vida propia. Así, por ejemplo, se naturaliza la necesidad de producir por producir y consumir por consumir, transformando a “crecer o morir” o a “comprar o morir” en máximas de la sociedad actual, tal como decía Bookchin (1972).

Para terminar con este mundo de pandemias, entonces, no basta pensar cómo haremos para abastecer todas nuestras necesidades, sino que también debemos cuestionarnos acerca de nuestras propias necesidades.

Sin embargo, sólo podrán impulsar un cuestionamiento de este tipo sujetos libres para elegir sus necesidades, no para elegir ofertas en tiendas de supermercado; sujetos libres para modificar una forma de producción generadora de pandemias y, antes que nada, para modificar la finalidad de esa producción.

Pero lejos de una búsqueda de soluciones profundas, se nos presentan cotidianamente propuestas de salidas falsas a este problema, sean mágicas o simplemente superficiales, como lo son las que impulsan bonos verdes, energías limpias, explotación de la naturaleza en manos de empresas estatales, entre otras.

Una solución profunda no puede reducirse a una discusión de quiénes y cuánto tienen que pagar por destruir la naturaleza, desforestar, verter líquidos contaminantes o agrotóxicos en ríos. Es decir, esta solución no puede limitarse a impulsar políticas que busquen que los precios incorporen el costo de las “externalidades”.

En otras palabras, no se trata de plantear impuestos, propuesta histórica neoliberal, aunque ahora se vista con camisas progresistas. Su ya vieja y conocida proclama de “el que contamina paga” significa determinar un precio para la destrucción de la naturaleza y de nuestros cuerpos. De todos modos, incluso introduciéndonos en la lógica de los profetas de los impuestos verdes y sus amigos desarrollistas, surge el interrogante de cómo calcularían, a la luz de la situación actual, es decir, de una crisis económica y social sin precedentes, los “costos” en cuestión.

Tampoco puede restringirse la solución a una propuesta de “energías más limpias” llevadas adelante por una sociedad irracional, que las transformará en nuevos mercados para el capital. Las propuestas mágicas de un “capitalismo verde” no pueden ser la consigna de quienes busquen una solución real a este mundo de pandemias. Porque aquella irracionalidad, así como la objetivación de la naturaleza y del trabajo humano en tanto recursos para la rentabilidad, son inseparables de la esencia del sistema capitalista en el que vivimos.

Mucho menos puede reducirse a una discusión sobre si la explotación y destrucción de la naturaleza debería hacerse de forma privada –sea ésta con capitales nacionales o extranjeros–, estatal o mixta. Es decir, no importa quién destruye la biodiversidad, sino la destrucción misma. Así como no importa si quien explota a las trabajadoras es un capitalista bueno o malo, si nació en la Patagonia o en Alemania. La destrucción de la naturaleza y la explotación del trabajo humano no saben de banderas.

Por último, sobre todo no encontraremos la solución cuestionando el mal -o sub-desarrollo- que padecemos, ilusionándonos con un mejor o mayor desarrollo. Una ecología crítica no puede someterse a la promoción de un desarrollo sin más, sino que debe desnaturalizar la necesidad de ser una sociedad más y más productiva, es decir, desfetichizar la necesidad de producir de forma eficiente como objetivo en sí mismo, porque la “productividad” así como las “necesidades humanas” no pueden desprenderse del contexto social en el que surgen.

La productividad -o eficiencia- en el capitalismo se nos impone como imperativo, como meta para alcanzar un desarrollo que la sociedad ya no se cuestiona. Y la productividad en el sistema actual implica, en un país como Argentina, la necesidad de producir más commodities para exportar o para atraer inversiones extranjeras. Y, entonces, por ejemplo, para que la minería tenga una producción eficiente, sea más productiva y, por lo tanto, genere más divisas, tendrá que dinamitar montañas y utilizar grandes cantidades de agua y energía, contaminar ríos, es decir, generar “externalidades”, o sea, destruir la naturaleza [4].

Tampoco la agroindustria podría ser más productiva en este mundo dominado por la competencia y la rentabilidad capitalista dejando de utilizar agrotóxicos que generan, entre otras consecuencias, contaminación en los suelos y en los cuerpos de las personas, es decir, otras “externalidades” [5]. Por lo tanto, la búsqueda de una mayor productividad en este mundo gobernado por la rentabilidad capitalista, solo puede traducirse en más despojo y destrucción de la naturaleza. Pero no necesariamente porque todos los empresarios o los gobiernos estén ansiosos por contaminarnos, sino porque esta es la manera de hacerlo en un mundo irracional gobernado por la rentabilidad.

Por lo tanto, en lugar de ilusionarnos con regresar a esa “normalidad” que causó esta pandemia mundial, deberíamos detenernos a observar que cuando la máquina de producir, comprar y consumir se frenó como resultado de la cuarentena, se produjo una caída sin precedentes de la emisión de dióxido de carbono (CO2), una de las principales causantes del cambio climático. Por un momento, la naturaleza respiró, vimos más pájaros y más estrellas. Pero solo por un momento. Porque nuestros gobiernos no están frenando la maquinaria para pensar si podemos como humanidad producir de otra manera, para repensar nuestras necesidades reales y para que pensemos en cómo usar esa capacidad de enfrentar, dominar y destruir a la naturaleza, en reconstruir creativamente una nueva forma de reconciliarnos con ella.

Pero no hay tiempo para estas reflexiones, porque tenemos que pagar la deuda, salir de la crisis, buscar inversores, exportar, destruir montañas, contaminar aguas, incendiar bosques, destruir humedales para producir soja, impulsar proyectos de criaderos industriales de cerdos a gran escala, aunque puedan generar nuevas zoonosis y más. Eso nos dicen los gobiernos y eso es lo que están haciendo para buscar una “reactivación económica”. Es decir, volver a una, y quizás más fuerte, “normalidad” a la cual, como decía una pared de Hong Kong, no podemos retornar porque la normalidad era precisamente el problema.

Pero mientras empresarios y gobiernos buscan nuevos negocios pandémicos, en nuestra contradictoria sociedad se generan voces críticas, etiquetadas por los de arriba como “antidesarrollistas” o incluso “ecoterroristas”. Voces algunas sueltas y otras organizadas en asambleas, que se atreven a cuestionar los “bellos” discursos desarrollistas; que comenzaron a defender lo que quizás aún no identificaban como “bien común”, porque éstos eran sólo “el bosque”, “el cielo”, “el río”, “el agua”; y hubieran seguido existiendo como tales si una empresa o el Estado no hubieran dicho “¡esto es mío, lo voy a destruir para hacer dinero!”.

Sólo a partir de ese momento, aquello que era parte de un “entorno natural”, esas montañas, esos ríos, esos bosques, ese cielo y esa agua, empiezan a transformarse en un proceso de defender lo común.

La idea de “bienes comunes” se opone entonces a la de “recursos naturales”, en tanto representación de la mercantilización de la naturaleza.

Pero no debe enfrentarse para generar una nueva objetivación de la naturaleza, es decir, en tanto lista de “objetos naturales, pero ahora comunes” como algo preexistente a las luchas socioambientales, sino, justamente, para desfetichizar esa objetivación de la relación de dominación, para ir destruyendo aquella relación de dominación como modo predominante de relacionarnos con la naturaleza.

En sus proclamas “contra el saqueo y la contaminación”, esas voces que se multiplican buscan discutir la necesidad de más desarrollo capitalista y defender su derecho a la autodeterminación, porque para solucionar los problemas de raíz, esas voces saben que debemos construir relaciones diferentes, tanto entre seres humanos como con la naturaleza.

Cuestionar la relación de dominación de la humanidad sobre la naturaleza se va aunando así con una lucha contra la propia dominación de una parte de la humanidad por otra. Dominación que, como la maquinaria de necesitar, producir, consumir y comprar, no nos es impuesta desde afuera, sino que la hacemos funcionar a diario como sociedad.

Por ello, no es casualidad que estas voces busquen el modo asambleario como otra forma de hacer política no jerárquica, como otro modo de tomar decisiones, aunque no sin contradicciones, no sin frustraciones, no sin tropiezos, no sin vicios propios “heredados” de una sociedad capitalista, por lo tanto, irracional, patriarcal y jerárquica. Ninguna forma asamblearia, ni defensa ecologista en este mundo puede desprenderse del todo, como las necesidades sociales, del mundo en el que nacen. Pero, ahora, la búsqueda de una sociedad verdaderamente libre, no jerárquica y racional, que pueda definir sus necesidades, se hace sumamente imprescindible. Porque sabemos las y los ecologistas críticos que, si la sociedad actual continúa con este proceso de destrucción de la biodiversidad, es muy probable que, lejos de dominar completamente a la naturaleza como pretendería la soberbia humana, ésta sea incapaz de sustentarnos como especie.

**Link para descargar el libro.

Referencias bibliográficas

Álvarez Huwiler, L. (2017). Minería, dinamismo y despojo. RELACSO, 10.

Bookchin, M. [1999, (1972)]. La ecología de la libertad. Madrid: Nossa y Jara Editores.

Schmidt, M. y Toledo López, V. (2018). Agronegocio, impactos ambientales y conflictos por el uso de agroquímicos en el norte argentino. Revista Kavilando, 10 (1), 162-179.

Notas

[1] Noticias ONU, “La recuperación de la crisis económica debida al Covid-19, a debate en la ONU”, 8/9/2020.

[2] Puede leerse en el informe elaborado por 22 especialistas en el tema, convocados por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas. https://ipbes.net/pandemics, 2020.

[3] El Salto, “Rob Wallace: Las vacunas pueden ayudar, pero hay que intervenir para que la Covid-19 no sea seguida de la Covid-20, Covid-21, etc.”, 16/11/2020.

[4] Para más información sobre las características que asumió la nueva forma de

producción minera a gran escala, puede leerse Álvarez Huwiler (2017).

[5] Para más información sobre las características del agronegocio y sus consecuencias ambientales y en la salud de la población, véase Schmidt, M., y Toledo López, V. (2018).

Laura Álvarez Huwiler. Investigadora del Centro de Investigación en Economía y Sociedad de la Argentina Contemporánea (UNQ) y Profesora en la UNAJ. Correo electrónico: lauralvhu@gmail.com

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/la-pandemia-de-hoy-o-el-capitalismo-de-siempre/

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Salarios miserables: uno de cada cinco trabajadores cobra por debajo del SMI

 

Salarios miserables: uno de cada cinco trabajadores cobra por debajo del SMI

La mayoría de los trabajadores, casi dos de cada tres, cobraron menos de 25.200 euros al año, es decir, menos de dos veces el SMI. De ellos el 18'2% ni siquiera lo alcanzó, según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) relativos a 2019.



Kaos. Laboral Y Economía 

 27 Jun, 2021 

El sueldo anual más habitual en España fue de 18.489,7 euros en 2019, cifra que solo mejora en 20,81 euros, un 0,1%, el de 2018, según la ‘Encuesta de Estructural Salarial’ del Instituto Nacional de Estadística (INE), con datos correspondientes al ejercicio 2019.

Pese al ligero incremento, el salario más frecuente es 5.906 euros inferior al salario medio registrado en 2019. En concreto, el salario medio bruto anual por trabajador subió un 1,6% en 2019, hasta situarse en 24.395,9 euros, la cifra más elevada al menos desde 2008.

El organismo estadístico explica esta diferencia entre el salario medio y el más habitual en que hay pocos trabajadores con salarios muy altos, pero que influyen notablemente en el salario medio. El INE hace, pues, una división entre los que tienen un salario superior y los que tienen un salario inferior para obtener el salario mediano, que en 2019 se situó en 20.351 euros.

Según la encuesta, casi uno de cada cinco trabajadores (el 18,2%) ganó en 2019 como mucho el salario mínimo interprofesional (SMI), que fue de 12.600 euros anuales, mientras que el 46,4% percibió una retribución de entre 12.600 y 25.200 euros. De esta forma, casi dos de cada tres asalariados ganaron en 2019 menos de 25.200 euros al año, es decir, menos de dos veces el SMI.

El salario medio bruto anual de los hombres se situó en 2019 en 26.934,38 euros, un 0,7% superior al de 2018, en tanto que el de las mujeres avanzó un 3,2%, hasta los 21.682 euros. Pese a ello, el salario medio anual femenino representa el 80,5% del masculino.

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lunes, 28 de junio de 2021

La fragmentación de las luchas de clases

 

Hoy hace tres años fallecía el insigne filósofo marxista italiano Domenico Losurdo. Comunista militante, crítico radical del liberalismo, el capitalismo y el colonialismo e infatigable investigador de cuestiones políticas contemporáneas.

La fragmentación de las luchas de clases



Domenico Losurdo

El Viejo Topo

28.06.2021

No es el supuesto cambio de paradigma lo que caracteriza la situación creada a raíz de la crisis y posterior derrumbe del «campo socialista». Al contrario, la contraposición entre paradigma de la redistribución (cuyo intérprete sería el movimiento obrero) y paradigma del reconocimiento (cuya primera encarnación sería el movimiento feminista) es más bien el indicador del cambio real producido. Para comprenderlo no hay que perder de vista un aspecto que he señalado varias veces. Los sujetos de la lucha de clases son varios, y las luchas por el reconocimiento y la emancipación son múltiples. Entre ellas no hay una armonía prestablecida: por razones objetivas y subjetivas puede haber incomprensiones y divisiones. Los momentos más altos de la historia que se inició con el Manifiesto del partido comunista son aquellos en que se evitó la fragmentación, de modo que las distintas luchas confluyeron en una sola y poderosa ola emancipadora.

Pero esta situación es más bien excepcional. Por avanzada que sea, no hay lucha de clases que no pueda ser manipulada por el poder para incluirla en el ámbito de un proyecto global de signo conservador o reaccionario. No es ningún fenómeno nuevo, pero se acentuó y adquirió un nuevo valor cualitativo a raíz del desencanto por el resultado de las revoluciones del siglo XX y la consiguiente desorientación teórica.

Disraeli extendió el sufragio a las clases populares y promovió así su emancipación política, pero lo hizo a cambio de su respaldo a la política de expansión colonial de Inglaterra. Fue una maniobra exitosa: Marx y Engels tuvieron que reconocer que hasta la clase revolucionaria por excelencia, el proletariado, puede sucumbir a la seducción de la sirena colonialista. Hoy este fenómeno, con el neocolonialismo y el «imperialismo de los derechos humanos» –como lo llama, entre otros, un politólogo estadounidense que presta especial atención a las razones de la geopolítica–, está mucho más acentuado (Huntington 1997, p. 284). El país opresor y agresor puede envolver fácilmente en una niebla mistificadora la violencia que ejerce sobre el país oprimido y agredido.

Pero esta no es la única causa de la fragmentación de la lucha de clases. Echemos un vistazo a su tercer frente, es decir, al movimiento de emancipación femenina. El movimiento obrero reclamó durante mucho tiempo la extensión de los derechos políticos a las mujeres como parte integrante del proyecto de derrocamiento o superación del antiguo régimen capitalista. En 1887 Eleanor Marx, cuando aborda junto con su marido Edward Aveling la «cuestión femenina» y reclama los derechos políticos para las mujeres, además de comparar la «opresión» y la «humillación» de las mujeres con las que sufren los obreros, añade que «las relaciones entre hombres y mujeres» son la expresión más clara y repugnante de la «cruel bancarrota moral» de la sociedad capitalista como tal (Marx-Aveling, Aveling 1983, pp. 16 y 13). En la misma época hay exponentes o ideólogos de las clases dominantes que sopesan el sufragio femenino desde una perspectiva política y social completamente distinta, e incluso opuesta. El sufragio femenino, sugiere un autor francés, podría ser «la mayor reserva conservadora». Sí, tanto en Europa como en Estados Unidos se invoca a menudo el voto de las mujeres como contrapeso de la temida influencia política de las masas populares debido a la relajación de la discriminación censitaria (Losurdo 1993, cap. 6, § 3). En otras palabras, vemos que el poder dominante usa la lucha de clases y por el reconocimiento protagonizada por las mujeres para neutralizar o combatir la lucha de clases y por el reconocimiento promovida por las clases populares. También se puede crear otra situación: a comienzos del siglo XX, en un país como Gran Bretaña, no faltaron las mujeres que apoyaron con entusiasmo el expansionismo colonial y asumieron el papel de «Cruzadas del Imperio», ni faltaron feministas que reivindicaron la emancipación de las mujeres en nombre del lugar que les correspondía, justamente, en la construcción del Imperio (Callaway, Helly 1992 y Burton 1992). En este caso el movimiento de emancipación de las mujeres choca con el movimiento de emancipación de los pueblos colonizados.

Todas estas contradicciones, que reflejan una compleja situación objetiva (cuando no son el resultado de los manejos del poder), solo en ocasiones especiales, gracias a convincentes síntesis teóricas o a la influencia de grandes revolucionarios o de proyectos revolucionarios maduros, se resuelven y desembocan en la unidad, no sin oscilaciones y dificultades de todo tipo. Durante la primera guerra mundial, Lenin, por un lado, emplaza al proletariado de Occidente a levantarse contra la burguesía y transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria, y por otro saluda las luchas y las guerras de liberación nacional de los «pueblos coloniales» y los «países oprimidos» en general, y llama la atención sobre la permanente condición de «esclava doméstica» a la que está sometida la mujer (LO, 23; 31 y 70), excluida de los derechos políticos junto con los «pobres» y «el estrato inferior propiamente proletario» (LO, 25; 433 y LO, 22; 282). En este caso sí convergen los tres frentes de la lucha de clases.

Con cerca de un decenio de diferencia, a partir de las áreas rurales, Mao (1969-1975, vol. 1, pp. 41-43) promueve una revolución que, en el ámbito de una profunda renovación nacional y social de China, también cuestiona «el poder marital», la otra «gruesa cuerda» que llevan las mujeres al cuello además de las que estrangulan al conjunto del pueblo chino. Otras veces la unificación de los frentes de la lucha de clases resulta más difícil. Ciertamente, también para Frantz Fanon «la libertad del pueblo argelino se identifica […] con la liberación de la mujer, con su ingreso en la historia». No es una mera declaración de principios. Con su participación activa en la guerrilla, la mujer deja de ser una «menor», pues esta participación cuestiona la segregación sexual y el «tabú de la virginidad»; en todo caso, «el viejo miedo a la deshonra resulta completamente absurdo comparado con la inmensa tragedia del pueblo» (Fanon 2007, pp. 94-96). Pero no conviene perder de vista otro aspecto de la cuestión:

Los responsables de la administración francesa en Argelia, nombrados para destruir la originalidad del pueblo, encargados por las autoridades de disgregar a toda costa unas formas de existencia capaces de evocar con más o menos fuerza una realidad nacional, centran al máximo sus esfuerzos en el uso del pañuelo, entendido en este caso como símbolo de la condición de la mujer argelina […]. La agresividad del ocupante, y por lo tanto sus esperanzas, se multiplican a punto de desvanecerse con cada rostro descubierto […]. Con cada pañuelo quitado, es como si la sociedad argelina aceptara ingresar en la escuela del amo y cambiar sus costumbres bajo la dirección y con el patrocinio del ocupante (Fanon 2007, pp. 40 y 44-45).

En un contexto objetivo bien determinado, la liberación nacional, al menos en lo inmediato, puede entrar en conflicto con la emancipación de la mujer. Este riesgo ha aumentado claramente hoy en Oriente Próximo donde, tras la crisis de comunismo y el marxismo, son los partidos de orientación religiosa los que llevan las riendas de los movimientos de liberación y resistencia nacional. En el pasado, las potencias coloniales (incluyendo la Italia de Mussolini) promovieron su expansión en nombre de la emancipación de la esclavitud, todavía vigente en África, pero impusieron el trabajo forzado con formas aún más odiosas y no a una clase determinada, sino al conjunto de la población indígena. Hoy en día el proyecto neocolonialista a veces levanta, no sin éxito, la bandera de la emancipación de la mujer, pero no para atacar a países como Arabia Saudí –donde la segregación y la esclavitud doméstica de la mujer persisten en su forma más rígida y obtusa–, sino a países que se rebelan contra Occidente como Irán, donde las discriminaciones contra las mujeres, aunque siguen siendo fuertes y odiosas, han disminuido de forma considerable (las muchachas constituyen la mayoría de la población universitaria y gozan de una notable movilidad social).

Fuente: Apartado 4 del capítulo XI del libro de Domenico Losurdo La lucha de clases. Una historia política y filosófica.

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