lunes, 6 de marzo de 2017

MOCIÓN DE CENSURA A RAJOY. MECANISMO DEMOCRÁTICO, PERO NO SE SABE SI SERÁ DEL GUSTO DE HERRERA CARLOS, LOCUTOR DE USTEDES DE LA CADENA COPE PARA ESTAR INFORMADOS



PODEMOS anima al PSOE a presentar una moción de censura para echar del gobierno a Mariano Rajoy

Por Kaos. Estado español
06.03.2017
El PSOE está aún a dos meses de las primarias de las que saldrá escogido su nuevo secretario general, pero en Podemos estarían dispuestos a apoyar una moción de censura contra el Gobierno de Mariano Rajoy, tanto si Pedro Sánchez volviese a estar al frente del partido como si fuese Susana Díaz la elegida para […]

El PSOE está aún a dos meses de las primarias de las que saldrá escogido su nuevo secretario general, pero en Podemos estarían dispuestos a apoyar una moción de censura contra el Gobierno de Mariano Rajoy, tanto si Pedro Sánchez volviese a estar al frente del partido como si fuese Susana Díaz la elegida para tomar las riendas -si finalmente decide presentar su candidatura-.

El secretario de Organización de Podemos, Pablo Echenique, animaba este lunes al Partido Socialista a dar este paso, para lo que se vería respaldado por el partido morado.

Este domingo, el líder de la formación, Pablo Iglesias, aseguraba en el programa Salvados que su formación estaría dispuesta a secundar al PSOE para expulsar al PP de La Moncloa, y Echenique iba hoy un paso más allá, afirmando que es el Partido Socialista quien debe dar el primer paso.

“Si no lo hace veremos, esperaríamos que la iniciativa fuera suya”; “Hay números para una moción de censura constructiva con un candidato del partido que más diputados pone”, apostillaba.

Agencias/Prensa

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EL POPULISMO, UNA DEFINICIÓN SIN TRAMPA NI CARTÓN





Populismo: Partido Popular y Trump




Javier Fisac Seco
Eco Republicano
05.03.2017



Populismo: Partido Popular y Trump
Hoy la palabra de moda es populismo. Todavía no he escuchado a ningún intelectual, periodista o analista del espíritu en puro estado de abstracción, que sepa lo que está diciendo cuando habla de populismo. No voy a empezar diciendo la obviedad, que la palabra populista la inventó la derecha clerical. Más precisamente el cura italiano Don Luigi Sturzo, fundador del Partido Popular, y de la expresión, la palabra popular/populista, como alternativa al comunismo, al socialismo y al liberalismo político. ¿Acaso las dictaduras militares católicas y de derechas en Hispanoamérica, África negra y Filipinas, no han sido dictaduras populistas? Esta posición ideológica debería darnos una idea de lo que estamos hablando.


Setenta años antes que Don Sturzo pusiera en marcha el populismo contra las libertades, otro católico, Luis Napoleón Bonaparte inventó el bonapartismo que, como muy rigurosamente analizó Marx en sus ensayos “La guerra civil en Francia” y “La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850”, era una forma de gobierno populista. Algo así como pretendieron ser, en el siglo XVIII, las monarquías ilustradas de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, y sin ilustración. O lo que es lo mismo sin formación intelectual y educativa.


Todas las dictaduras populistas impusieron y siguen imponiendo la doctrina cristiana. Luis Napoleón mediante la “ley Falloux”. Mussolini mediante el Concordato que imponía la doctrina cristiana en toda la Italia fascista. Franco, Salazar, Perón, Pinochet…etc., etc., etc. ¿No fueron populistas todas estas dictaduras? Evidentemente las monarquías ilustradas eran algo más. Eran ilustradas y jansenistas.


El populismo, como cualquier sistema político, se sustenta sobre una ideología. El partido Popular, por ejemplo, no tiene como referente la ideología liberal sino la católica. Pues la cita expresamente en sus estatutos. Por lo tanto, la primera definición que deberían hacer todos aquéllos y aquéllas que hablan de populismo es la calificación de ideología. Es una ideología. Qué tipo de ideología.



El populismo es una ideología alternativa a la democracia y a los comunistas, socialistas y liberales. Por sus orígenes cristianos es una ideología mística, interclasista, autoritaria y, en consecuencia, machista, antifeminista y homófoba.


Cualidades de las que Trump no carece, pero de las que tampoco carecen los papas y obispos, como se empeñan en recordarnos reiteradamente, en su condena pública y doctrinal del feminismo, de la igualdad de género, de la homosexualidad y de las libertades de expresión, imprenta, pensamiento, moral…que vienen condenado desde los tiempos del humanismo renacentista.

Las ideologías populistas existen como alternativa al Poder democrático. Y existen desde mucho antes de que el comunismo fuera una amenaza para las derechas y la Iglesia. Porque se engendraron como alternativa ideológica contra el liberalismo. Su expresión más radical y desesperada fueron el fascismo, el nazismo y las dictaduras militares de los años treinta. Y lo siguen siendo en la actualidad. Por lo tanto, no necesitan ser poder para existir. El problema empieza cuando conquistan el Poder.


Esta ideología, favorecida por la desaparición de la “Guerra Fría”, apunta desde las democracias contra los derechos individuales. Que siguen siendo su enemigo principal y común. En esta batalla Trump y la Iglesia católica tienen intereses comunes. Su objetivo es gobernar en el nombre del pueblo, pero sin el pueblo, conservando el mecanismo democrático de elección de los gobernantes, según el modelo calvinista, pero suprimiendo los derechos individuales, ideología de las democracias, por un individuo con deberes. Según los modelos del calvinista Rousseau, que rechazaba los derechos, y de Kant, discípulo de aquel, con su imperativo categórico. Las ideologías totalitarias o teocráticas nunca se sienten cómodas cuando los individuos tienen derechos.


Esta batalla contra las libertades, que está impulsando Trump en nombre del pueblo y de dios, ya la viene dando la Iglesia. Su última versión está contenida en una expresión que llaman: “democracia política” contra la “ideología democrática”, considerada, ésta, como la causa de todos los males.


Citando las encíclicas “Centesimus annus” y “Veritatis Splendor” ambas de Juan Pablo II, el jesuita Alejandro Llano, en el artículo: “Claves filosóficas sobre el actual debate cultural” publicado en la revista Humanitas” n º 4, escribe: “ Los límites de la ideología democrática…no es posible defender la vigencia pública de unos principios morales sustantivos y permanentes. Y ello, por una fundamental razón: porque los ciudadanos no están de acuerdo en ningún ideal de la vida buena, de manera que imponerles uno de ellos iría en contra de la libertad individual de pensamiento y expresión, que es el quicio mismo del sistema democrático”. De manera que, una democracia sin ideología democrática o derechos individuales sería una forma moderna de populismo. Esta forma de democracia sin derechos es lo que propone hoy la Iglesia y Trump. El PP ya lo aplica.


Javier Fisac Seco


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CENTENARIO DE LA REVOLUCION RUSA


Centenario de la Revolución rusa

Los bolcheviques toman el poder


 Alexander Rabinowitch
Viento Sur
04.03.2017
[La
editorial La Fabrique acaba de publicar “Les Bolcheviques prennent le pouvoir”*, aparecido inicialmente en inglés en 1976. Este libro de Alexander Rabinowitch tiene el enorme mérito de restituir lo que fue realmente la Revolución rusa en Petrogrado, entonces capital de Rusia y sobre todo epicentro de la revolución: un movimiento de insubordinación generalizada en que las clases dirigentes se mostraban incapaces de imponer su dominación como antes y en que las clases subalternas ya no consentían esa dominación (la definición por antonomasia de una “crisis revolucionaria” según Lenin), y al mismo tiempo un momento de aceleración y de bifurcación políticas, cuyas consecuencias serán ingentes a escala mundial.

En particular, el libro examina con todo detalle la política y la acción de los bolcheviques –tanto de la dirección del partido como de los militantes y las organizaciones intermedias– entre julio y octubre de 1917. Permite salvar el escollo cruzado de una disolución del papel del partido bolchevique (que para algunos no habría hecho más que ir a la zaga de los acontecimientos sin desempeñar ninguna función real más que canalizar la combatividad popular) y de una fetichización del mismo (sea negativa, con los bolcheviques como golpistas y usurpadores, sea positiva, como encarnación política del proletariado ruso).

Leyendo el libro se ve claro que es la dialéctica compleja entre una revuelta popular extremamente potente y creativa, una autoorganización de masas en forma de soviets –en los barrios, las empresas, en el frente, así como en el mundo rural, por todas partes se formaban consejos–, y un partido que logró conquistar una audiencia masiva en las filas del proletariado y estaba decidido a llevar a cabo la revolución (es decir, a derribar el poder capitalista), la que explica el destino de la Revolución rusa entre febrero y octubre de 1917.

Un aspecto importante que se desprende del trabajo magistral de Rabinowitch: el papel específico de Lenin. Aunque su acción fue absolutamente decisiva para enderezar en distintas ocasiones la política de la dirección del partido bolchevique y ofrecer una perspectiva de resolución de la crisis revolucionaria –mediante la insurrección armada–, el libro muestra muy claramente que él no fue en modo alguno el maestro de ceremonias de la revolución de Octubre, contrariamente a lo que da a entender una visión policial o estalinista (que a menudo fueron lo mismo), así como cierta ortodoxia trotskista que demasiado a menudo ha sucumbido a una especie de heroización del dirigente bolchevique.
Una de las razones es que Lenin quedó en lo esencial cortado del movimiento revolucionario (al menos hasta la insurrección de octubre): al estar buscado activamente por la policía tras la insurrección abortada de julio, los bolcheviques temían que lo asesinaran en la cárcel y le ordenaron que se fuera de Petrogrado. Pero hay otra razón, que tiene que ver con tres rasgos cruciales del partido bolchevique que llaman la atención al leer el libro:

– la implantación de masas y la confianza de que goza la organización en las filas del proletariado de Petrogrado (y más allá);

– contrariamente a una posterior redefinición deformada del “leninismo” (que divulgó Zinóviev en 1925 y Stalin acentuó posteriormente), la democracia interna, caracterizada por el vigor de los debates que tuvieron lugar entonces en el partido: pese a que la amenaza de la represión y de la contrarrevolución era permanente, en el seno de la organización podían manifestarse divergencias tácticas y estratégicas muy importantes, que incluso podían salir a la luz pública (a diferencia de lo que será el PC de la Unión Soviética bajo Stalin);

– y la autonomía de las organizaciones intermedias del partido, bien se trate de los comités locales, bien de entidades específicas como la organización militar.

Al menos tanto como la capacidad estratégica propia de Lenin (cuyas posiciones quedaron a menudo en minoría o fueron ignoradas o incluso ocultadas por la dirección ante la militancia), fueron por tanto esta implantación de masas (entre los obreros y soldados especialmente), la democracia interna y la flexibilidad organizativa las que permitieron al partido bolchevique mantener el rumbo en las circunstancias fluctuantes del año 1917. Como escribe Rabinowitch en el epílogo de la obra (p. 446-447): “El éxito fenomenal de los bolcheviques también se debe en buena parte a la naturaleza del partido en 1917. Con esto no me refiero ni al liderazgo tan audaz como decidido de un Lenin –cuya importancia histórica, sin embargo, no se puede negar– ni a la unidad o la disciplina organizativa legendarias de los bolcheviques, que muy a menudo se exageran. Quisiera más bien poner de relieve el carácter relativamente democrático, tolerante y descentralizado de las estructuras del partido y de su modo de funcionamiento, así como el hecho de que en aquel entonces operaba fundamentalmente como un partido de masas abierto, en ruptura clara con el modelo leninista tradicional.”

Prosigue Rabinowitsch: “Ya lo vimos, en 1917, cuando la organización bolchevique de Petrogrado conocía constantes intercambios y debates tan libres como apasionados, en todos los niveles, en torno a cuestiones teóricas y tácticas fundamentales. Los dirigentes que estaban en desacuerdo con la mayoría con respecto a tal o cual asunto tenían la posibilidad de defender sus puntos de vista. Y no era raro que Lenin saliera perdiendo en esas controversias. En 1917, algunos órganos subalternos del partido, como el comité de Petersburgo o la organización militar, gozaban de un grado de autonomía e iniciativa notable. Sus opiniones y sus críticas se tenían en cuenta a la hora de fijar la línea política por parte de la dirección. Y sobre todo, esos órganos subalternos podían adaptar sus tácticas y su mensaje a las características de sus propias bases en un contexto que evolucionaba rápidamente.”

El extracto del libro que se reproduce a continuación muestra lo que fue el método de los bolcheviques en general, y de Lenin en particular: no la inflexibilidad y el sectarismo que se les suele atribuir, sino al contrario, la capacidad de tomarse en serio los cambios súbitos de la coyuntura y de forjar alianzas en función de las circunstancias y de objetivos concretos. Rabinowitch describe cómo, a finales del mes de agosto de 1917, los bolcheviques –y especialmente Lenin– respondieron a la amenaza de un golpe de Estado impulsado por la camarilla reaccionaria constituida alrededor del general Kornílov, que contaba entonces con el apoyo de los sectores conservadores y burgueses que estaban hartos de lo que consideraban, desde la revolución de febrero, un desorden insoportable.

Mientras que tan solo unos días antes Lenin acusó a los partidos menchevique y socialista-revolucionario de desempeñar un papel contrarrevolucionario, acto seguido recomendó constituir un frente anti-Kornílov con esas mismas organizaciones, e incluso imaginaba –también durante algunas semanas– un desarrollo pacífico posible de la revolución, lo que suponía buscar y obtener el apoyo de los mencheviques y de los socialistas-revolucionarios a la idea de una ruptura total con la burguesía (es decir, con Kerenski) y de una transferencia inmediata del poder a los soviets (de los que Lenin pensaba, sin embargo, desde julio, que habían perdido toda funcionalidad revolucionaria).

Si bien la situación actual está muy lejos del año 1917 en Petrogrado, la Revolución rusa todavía tiene mucho que enseñar a aquellos y aquellas que se plantean la ruptura con el orden capitalista y la transformación revolucionaria de la sociedad. En particular permite, sin fetichizarla a modo de “lecciones” inmutables y transparentes, replantear algunas cuestiones complejas sobre el sujeto revolucionario (que no fue únicamente, a todas luces, el proletariado industrial de Petrogrado), la organización política (el partido) –su forma, su papel y sus relaciones con los movimientos populares–, así como la cuestión del poder. Cuestiones que se nos plantean ahora de un modo evidentemente distinto, pero que exigen retomar y reapropiarnos de debates antiguos, so pena de sucumbir a la alternativa mortal del olvido o de la insistencia machacona. Ugo Palheta]

“Todo el poder a los soviets”

Durante todos estos últimos días críticos del mes de agosto, Lenin permaneció en su refugio clandestino en Helsingfors, la capital de Finlandia. En este país, que formaba parte del imperio ruso desde 1809, las aspiraciones nacionales complicaban e intensificaban fuertemente la efervescencia que había seguido a la caída del régimen zarista. Helsingfors también era la base principal de la flota del Báltico, en la que los bolcheviques eran muy activos y tenían una gran influencia. Como en otras partes de Rusia, la conflictividad política y social y el apoyo a los programas de la extrema izquierda crecieron con fuerza a finales del verano y comienzos del otoño de 1917. El tercer congreso regional de los soviets del ejército, de la flota y de los trabajadores de Finlandia, reunido en Helsingfors del 9 al 12 de septiembre, eligió un comité ejecutivo permanente (el comité ejecutivo regional del ejército, la flota y los trabajadores de Finlandia), compuesto casi exclusivamente de bolcheviques y socialistas-revolucionarios (SR) de izquierda. Bajo la presidencia del bolchevique ultrarradical Ivar Smilga, este órgano se autoproclamó autoridad política suprema de Finlandia.

Durante su estancia en Helsingfors, Lenin entró en contacto con los dirigentes socialdemócratas locales. Es muy probable que la fuerza de la izquierda y el carácter cada vez más explosivo de la situación política en Finlandia hayan contribuido a orientar su reflexión sobre los avances ulteriores de la revolución en general. Sin embargo, el líder bolchevique estaba preocupado sobre todo por la política revolucionaria en Petrogrado. Poco tiempo después de su paso por Razliv en Finlandia, el 9 de agosto, había conseguido establecer un sistema de comunicación relativamente fiable con el Comité Central, para el envío de la prensa de Petrogrado, que solía llegar al día siguiente de su publicación por la tarde. Además de la reflexión que acompañaba su lectura voraz de las últimas noticias, parece que repartió su tiempo entre la terminación de El Estado y la revolución y la redacción de comentarios para la prensa bolchevique /1.

Fue el 28 de agosto cuando Lenin recibió las primeras noticias sobre la amenaza del general Kornílov de avanzar sobre la capital, y hasta entrada la noche del 29 no recibió los diarios de la víspera, que informaban sustancialmente del comienzo de la crisis. Sin embargo, ni siquiera entonces había recibido todavía algún ejemplar del diario bolchevique Rabotchiy, por lo que no tenía ni idea de la actitud de su partido. Aun así, en la mañana del día 30, mientras esperaba ansiosamente nuevas informaciones procedentes de Petrogrado, escribió una carta de recomendaciones tácticas al Comité Central que anticipaban un cambio de perspectiva importante, aunque provisional, sobre la cuestión del desarrollo de la revolución. La respuesta inicial de Lenin a la amenaza de una dictadura reaccionaria era que la situación política había experimentado de pronto un cambio fundamental y que por tanto había que revisar la táctica del partido. Dejó de afirmar que los rumores de conspiración contrarrevolucionaria respondían a “una estratagema bien meditada de los mencheviques y los SR”, como todavía había hecho durante la conferencia de Moscú. Por el contrario, llamó a los bolcheviques a unirse a la lucha contra Kornílov.

Sin pronunciarse sobre la cuestión crucial de hasta qué punto los miembros del partido podían permitirse cooperar con los socialistas mayoritarios en los preparativos de la defensa, exhortó a sus camaradas a que evitaran apoyar directamente a Kerenski y trataran de derribarlo. Los bolcheviques debían aprovechar más bien todas las ocasiones para denunciar los puntos débiles y los fallos de Kerenski y presionar al gobierno para que pusiera en práctica “medidas parciales” como la detención de Miliúkov, la entrega de armas a los trabajadores, la repatriación de las fuerzas navales a Petrogrado, la disolución de la Duma de Estado, la legislación sobre la entrega de tierras a los campesinos y la introducción del control obrero en las fábricas.

La aceptación tácita de la colaboración con los demás grupos para combatir a Kornílov y la insistencia en la necesidad de presionar a favor de “medidas parciales” se desmarcaban de las posiciones anteriores de Lenin cuando sostenía que los bolcheviques debían mantener sus distancias con respecto a los mencheviques y los SR y que la tarea prioritaria del partido era la conquista directa del poder por el proletariado en el plazo más breve posible. Como hemos visto, fue esa precisamente la posición adoptada durante los primeros días del mes de agosto por parte de la mayoría de dirigentes del partido en Petrogrado. Esta aprobación inesperada de su línea por parte de Lenin la puso de relieve en una posdata añadida a su carta al Comité Central en la noche del día 30, después de haber recibido un nuevo paquete de diarios de Petrogrado, entre ellos varios ejemplares del Rabotchiy. “Habiendo leído seis números de Rabotchiy después de escribir este texto”, explicaba Lenin, en efecto, “debo decir que nuestros puntos de vista coinciden totalmente /2.”

Esta evolución del pensamiento de Lenin por efecto de la crisis korniloviana apareció de forma todavía más pronunciada en un artículo titulado “A propósito de los compromisos”, que redactó el 1 de septiembre y que se difundió en Petrogrado dos días después. De hecho, resulta difícil interpretar este ensayo como algo distinto de un deseo de marcar las distancias con respecto a las principales hipótesis subyacentes a las directrices del líder bolchevique al sexto congreso: la decadencia de los soviets como instituciones revolucionarias, la quiebra irreversible de los mencheviques y los SR y la absoluta necesidad de tomar el poder por la fuerza. Estimulado por la debilidad y el aislamiento evidentes de Kerenski, impresionado por la energía desplegada por los soviets en la lucha contra Kornílov e intrigado por la hostilidad aparentemente creciente de los mencheviques y los SR a dar continuidad a la colaboración con los Cadetes, Lenin pasó a plantear la posibilidad de retomar el programa táctico “pacifista” de antes de julio, tal como lo defendía la fracción moderada del partido.

Más concretamente, proponía un compromiso con los socialistas mayoritarios que en términos generales seguiría estas pautas: de momento, los bolcheviques abandonarían su reivindicación de traspasar el poder a un gobierno formado por representantes del proletariado y del campesinado pobre y recuperarían oficialmente la consigna de antes de julio, “todo el poder a los soviets”. A cambio de ello, los mencheviques y los SR asumirían el control de un gobierno responsable ante el soviet de Petrogrado. En el conjunto de Rusia, el poder político pasaría a manos de los soviets locales. Los bolcheviques no participarían en el gobierno y conservarían la plena libertad de defender su propio programa. En esencia, “A propósito de los compromisos” expresaba el hecho de que Lenin estaba ahora dispuesto a abandonar la violencia armada y a competir por el poder en el seno de los soviets con medios políticos si los mencheviques y los SR rompían con la burguesía. El líder bolchevique pasó a sostener que esta línea
puede asegurar muy probablemente el progreso pacífico de la revolución en su conjunto y ofrece oportunidades excepcionales de realizar grandes avances en el movimiento mundial hacia la paz y la victoria del socialismo.
El 3 de septiembre, cuando Lenin se disponía a enviar “A propósito de los compromisos” a Petrogrado, se enteró de la creación del Directorio, la reticencia fundamental de la mayoría de los socialistas moderados a proceder a la formación de un gobierno exclusivamente socialista y, por el contrario, sus esfuerzos por organizar un nuevo gabinete de coalición con representantes de la burguesía no pertenecientes a los Cadetes. Bajo la influencia de estas noticias, Lenin añadió una breve posdata a “A propósito de los compromisos”, en la que formuló la siguiente observación pesimista:
Ahora pienso, después de leer los diarios del sábado y domingo, que nuestra oferta de compromiso llega sin duda demasiado tarde. Los pocos días en que el desarrollo pacífico de los acontecimientos todavía era posible pertenecen sin duda, también ellos, al pasado /3.
Sin embargo, Lenin no abandonó ni siquiera entonces totalmente la idea de un curso pacífico. Durante la primera semana y media de septiembre, su interés por un posible “compromiso” se mantuvo vivo, al menos en parte, a la vista de las informaciones que le llegaban sobre las permanentes disensiones internas que desgarraban las filas de los mencheviques y los SR en relación con el futuro gobierno. También estaba al corriente de la creciente antipatía entre Kerenski y los dirigentes socialistas moderados del soviet de Petrogrado, como reflejaba, por ejemplo, la resistencia obstinada del comité de lucha frente a los intentos del gobierno de disolver los comités revolucionarios creados al calor de la crisis korniloviana. En todo caso, veremos a Lenin retomar la cuestión de un posible compromiso con los moderados y la evolución no violenta de los revolución en tres artículos consecutivos: “Las tareas de la revolución”, “La revolución rusa y la guerra civil” y “Una de las cuestiones fundamentales de la revolución” /4.

En “Las tareas de la revolución”, escrito alrededor del 6 de septiembre, pero no publicado hasta finales de ese mes, Lenin expuso de manera más detallada las propuestas políticas que había formulado primeramente en “A propósito de los compromisos”.
“Una vez el poder en sus manos, los soviets podrían todavía –y esta es probablemente su última oportunidad– asegurar el desarrollo pacífico de la revolución, la elección pacífica de los diputados del pueblo, la lucha pacífica de los partidos en el seno de los soviets /5.”
En “Una de las cuestiones fundamentales de la revolución”, escrito uno o dos días más tarde (pero publicado el 14 de septiembre), Lenin se extendió sobre la importancia suprema del poder estatal en el desarrollo de toda revolución y sobre el nuevo significado que atribuía a el traspaso inmediato de “todo el poder a los soviets”:
La cuestión del poder no se puede eludir y relegar a un segundo plano, porque es la cuestión fundamental, la que determina todo el desarrollo de la revolución, su política exterior e interior. […] Toda la cuestión, ahora, radica en saber si, sí o no, la democracia pequeño-burguesa ha aprendido algo durante estos seis meses tan importantes, tan ricos en acontecimientos. Si es que no, la revolución está perdida, y únicamente una insurrección victoriosa del proletariado podrá salvarla. Si es que sí, hay que empezar a crear de inmediato un poder estable y firme. […] Únicamente el poder de los soviets podría ser estable; es el único que no podrá ser derribado, ni siquiera en las horas más agitadas y de la más tempestuosa de las revoluciones; únicamente este poder podría asegurar el desarrollo amplio y continuo de la revolución, la lucha pacífica de los partidos en el seno de los soviets.
Centrándose en los mencheviques y los SR, Lenin prosiguió explicando el significado de la consigna “Todo el poder a los soviets”, tal como la había resucitado en “A propósito de los compromisos”:
Sin embargo, la consigna ‘Todo el poder a los soviets’ se entiende muy a menudo, por no decir en la mayoría de los casos, de forma absolutamente equivocada, en el sentido de un ‘ministerio formado por los partidos que tienen la mayoría en los soviets’ […]. ‘El poder a los soviets’ significa una refundición radical de todo el antiguo aparato de Estado, aparato burocrático que impide toda iniciativa democrática; la supresión de este aparato y su sustitución por un aparato nuevo, popular, verdaderamente democrático, el de los soviets, es decir, de la mayoría organizada y armada del pueblo, de los obreros, los soldados y los campesinos; la facultad otorgada a la mayoría del pueblo de hacer gala de iniciativa e independencia, no solo para la elección de diputados, sino también en la administración del Estado, en la aplicación de reformas y de transformación sociales.
Únicamente un régimen de los soviets, venía a decir, tendría el coraje y espíritu de decisión suficientes para instituir un monopolio de los cereales, imponer controles eficaces de la producción y la distribución, limitar la emisión de papel moneda, asegurar un intercambio equitativo de trigo por productos manufacturados, etc., todas estas medidas que resultaban necesarias a causa de los imperativos y las dificultades sin precedentes de la guerra, el grado excepcional de desintegración económica y el peligro de hambruna. Crear un gobierno de este tipo, “valiente y decidido”, equivaldría a instaurar una “dictadura del proletariado y de los campesinos pobres”, cuya necesidad ya había subrayado en sus “Tesis de abril”. Se enfrentaría enérgicamente a Kornílov y sus partidarios y llevaría a cabo inmediatamente la democratización del ejército.

Lenin aseguraba a sus lectores que 48 horas después de su formación, el 99 % de los hombres en uniforme se convertirían en partidarios entusiastas de la dictadura. Entregaría la tierra entre los campesinos y todo el poder a sus comités locales, atrayéndose así el apoyo indefectible de las masas rurales. Únicamente un gobierno fuerte que gozara de una base popular, sostenía el líder bolchevique, sería capaz de aplastar la resistencia de los capitalistas, de manifestar un coraje y una determinación extremas en el ejercicio del poder y de asegurarse el apoyo entusiasta y la abnegación heroica de las masas en uniforme y del campesinado. La entrega inmediata del poder a los soviets, insistía, era la única manera de conseguir avances graduales, pacíficos y ordenados al mismo tiempo/6.

En el último de estos ensayos, “La revolución rusa y la guerra civil”, probablemente terminado de escribir el 9 de septiembre (y publicado el 16), Lenin trató de apaciguar los recelos de los socialistas moderados, que temían que una ruptura con la burguesía provocara una sangrienta guerra civil, sosteniendo, por el contrario, que la amargura y la indignación crecientes de las masas garantizaban que las tergiversaciones con respecto a la formación de un gobierno de los soviets comportarían inevitablemente una sublevación de los trabajadores y una guerra civil que, por mucho que hubiera que hacer lo posible por evitar el baño de sangre que provocaría, concluiría de todos modos con la victoria del proletariado.
[Ú]nicamente la entrega inmediata de todo el poder a los soviets haría que la guerra civil fuera imposible en Rusia”, explicaba. […] “Frente a esta alianza, frente a los soviets de diputados obreros, de soldados y campesinos, cualquier guerra civil desencadenada por la burguesía es impensable, pues esta ‘guerra’ no daría pie ni a una sola batalla.
Para ilustrar su razonamiento, Lenin destacaba la impotencia de la burguesía durante el golpe de Kornílov. La alianza de los bolcheviques, de los SR y de los mencheviques “supuso durante esas jornadas una victoria total sobre la contrarrevolución, conseguida con una facilidad sin parangón en ninguna otra revolución” /7.

El hecho de que esta moderación inaudita de Lenin no fuera acogida sin oposición es una prueba de la libertad de debate que reinaba entonces en el seno de la organización bolchevique. En el momento en que los dirigentes bolcheviques de Petrogrado pudieron leer el artículo “A propósito de los compromisos”, los comités ejecutivos panrusos habían rechazado formalmente la declaración bolchevique del 31 de agosto. Para los editores de Rabotchiy Put’, el tipo de “compromiso” planteado por Lenin parecía impracticable. Uno de los miembros del comité de redacción, Grigori Sokólnikov, recuerda incluso que “A propósito de los compromisos” fue rechazado inicialmente por la redacción. Por insistencia de Lenin, reconsideró esta decisión y publicó el artículo el 6 de septiembre /8.

También se vio expresar objeciones contra los puntos de vista de “A propósito de los compromisos” entre los miembros del comité regional de Moscú /9, conocidos por su radicalismo, y entre algunos dirigentes más izquierdistas del comité de Petersburgo. En el sexto congreso, es decir, apenas cuatro semanas antes, estos últimos habían apoyado, en efecto, las posiciones de Lenin en la cuestión de la ruptura total con los socialistas moderados y de la posibilidad de tomar el poder por las armas, y estaban visiblemente muy consternados ante este cambio de postura de última hora de su líder. Esta reacción de determinados dirigentes locales de Petrogrado se manifestó con motivo de una reunión de análisis de la “situación actual” celebrada por el comité de Petersburgo el 7 de septiembre, al día siguiente de la publicación de “A propósito de los compromisos” /10.

Fue Slutski, en nombre de la comisión ejecutiva del comité, quien abrió el debate sin morderse la lengua. Aunque aceptó la afirmación de Lenin de que las masas y los socialistas moderados se habían radicalizado y la idea de que, en cierto sentido, los soviets habían vuelto a cobrar dinamismo ante la intentona de Kornilov, se rebeló contra la idea de un acercamiento con los mencheviques y los SR, sosteniendo que las principales tareas del partido consistían en evitar que las masas se lanzaran a acciones prematuras y prepararse para utilizar los soviets como centros de combate en la conquista del poder /11. Más adelante, Slutski volvió a tomar la palabra para responder a argumentos favorables al punto de vista de Lenin:
Tanto en las fábricas como entre los campesinos acosados por la pobreza, asistimos a una radicalización. Por tanto, es absurdo hablar hoy de compromiso. ¡Nada de compromiso! […] Nuestra revolución no se asemeja a las que hemos conocido en Occidente. Se trata de una revolución proletaria. Nuestra tarea consiste en aclarar nuestra postura y en prepararnos para un enfrentamiento militar.
En una vena similar, G. F. Kolmin, un pensador independiente que había formado parte de las cabezas locas del partido en julio, rechazó la idea de que los soviets, los mencheviques y los SR hubieran cambiado fundamentalmente a raíz de la intentona de Kornilov:
“Su radicalización no nos brinda ninguna razón para pensar que los soviets adoptarán un rumbo revolucionario. No debemos cambiar de posición. Nuestro objetivo no consiste en ir de la mano con los dirigentes de los soviets, sino en tratar de arrebatar a sus elementos más revolucionarios de su influencia y movilizarlos en nuestras filas.”
También es interesante observar que las observaciones del representante del Comité Central en el comité de Petersburgo, Búbnov, se acercaban más a las opiniones expresadas por Slutski y Kolmin que a las ideas de Lenin expresadas en “A propósito de los compromisos”.
Es difícil determinar el grado de popularidad de estas posiciones radicales entre los miembros del comité de Petersburgo, dado que la discusión del 7 de septiembre sobre la situación actual no dio pie a ninguna resolución final. De todas maneras, del mismo modo que durante el periodo anterior a julio, la idea de una vía pacífica era compatible a corto plazo tanto con las concepciones programáticas de los bolcheviques moderados, como Kámenev –quien consideraba que Rusia no estaba preparada para una revolución socialista y de momento se planteaba a lo sumo la formación de un gobierno de amplia coalición formado exclusivamente por los partidos socialistas, incluidos los bolcheviques, la creación de una república democrática y la convocatoria de una asamblea constituyente–, como con las de dirigentes como Lenin, Trotsky y algunos cuadros locales de Petrogrado. Para estos últimos, la entrega del poder a los soviets y la formación de un gobierno de mencheviques y socialistas-revolucionarios se percibían como una etapa transitoria del desarrollo de una revolución socialista, que debía desembocar rápidamente en la instauración de una dictadura del proletariado y del campesinado pobre.

Está claro que la línea propuesta por Lenin halló un eco favorable entre la mayoría del Comité Central. De hecho, durante las primeras semanas de septiembre, bajo la dirección del Comité Central, los bolcheviques de Petrogrado dedicaron más esfuerzos a tareas acordes con la posibilidad de una evolución pacífica de la revolución que no a la profundización de sus divergencias con los moderados o a preparar a las masas para la conquista armada del poder a corto plazo, de acuerdo con el espíritu de las directrices de Lenin en el sexto congreso. En particular, hicieron todo lo posible por ganar el apoyo de elementos todavía vacilantes del campo menchevique-SR para la idea de una ruptura completa con la burguesía, lo que les permitió ampliar y consolidar la influencia del partido en el seno de las organizaciones de masas (y sobre todo del soviet de Petrogrado) y asegurarse la más amplia representación en las filas de la Conferencia Democrática de Estado. Esta estaba programada ya para mediados de septiembre y había sido concebida por los mencheviques y los SR como el foro en que se resolvería finalmente la cuestión de la coalición y de la naturaleza del nuevo gobierno.

La competición por adquirir influencia en el soviet de Petrogrado mereció una atención especial por parte de los bolcheviques. En la sensacional votación del 31 de agosto, en que una mayoría apoyó el programa político bolchevique, habían participado menos de la mitad de los diputados con derecho a voto. Buena parte de los ausentes eran soldados (un grupo hasta entonces muy influido por los SR), todavía movilizados en posiciones defensivas alrededor de la capital. Por tanto, no es extraño que los socialistas moderados no dieran demasiada importancia a la victoria bolchevique del 31 de agosto, pues confiaban en una pronta inversión de la tendencia.

Para medir sus fuerzas en el soviet de Petrogrado, los estrategas SR y mencheviques aprovecharon la ocasión de la elección de la directiva de este organismo. Desde sus comienzos en marzo, los miembros de la directiva procedían exclusivamente de las filas de estas dos organizaciones. Entre ellos estaban Chjeidse, Tsereteli, Chernov, Dan, Skobélev, Gots y Anisímov, es decir, las figuras públicas más conocidas de los moderados y las que gozaban de la máxima autoridad. Estas eminentes personalidades amenazaban ahora con dimitir en bloque si no se repudiaba formalmente el voto del 31 de agosto y si no obtenían un voto de confianza. Esta estrategia colocaba a los bolcheviques en una posición delicada, pues era posible, e incluso verosímil, que no lograrían reunir suficientes votos para ganar este pulso simbólico. El repudio del voto del 31 de agosto y un voto de confianza a favor de los mencheviques y los SR implicaban un serio cuestionamiento de los recientes éxitos del partido en la acumulación de un apoyo de masas más amplio.

Para descartar la posibilidad de semejante derrota, los bolcheviques trataron de minimizar el significado político del voto sobre la directiva y desviaron la atención sobre cuestiones de procedimiento. Más concretamente, defendieron la idea de que no era justo que la directiva estuviera compuesta únicamente por miembros de la mayoría. En lugar de elegir entre programas políticos opuestos y dejar que los que ganen formen la directiva, como proponían los moderados, los bolcheviques explicaron que sería más democrático reconstituir la directiva sobre una base proporcional, añadiendo cierto número de miembros de grupos que hasta entonces no estaban representados. Esta propuesta les pareció razonable a muchos delegados que se inclinaban a la izquierda, pero que habrían dudado de alinearse con los bolcheviques a riesgo de recusar totalmente a sus propios dirigentes /12. En un esfuerzo por tranquilizar a estos indecisos, Kámenev defendió del modo siguiente la tesis de la representación proporcional:
Si los mencheviques y los SR han podido considerar aceptable una coalición con los Cadetes en la Conferencia de Estado de Moscú, no veo por qué no podrían plantear una política de coalición con los bolcheviques en el marco de este organismo.
El voto crucial sobre los procedimientos de reestructuración de la directiva tuvo lugar al comienzo de la sesión del 9 de septiembre del soviet de Petrogrado. La posición bolchevique alcanzó una exigua mayoría /13. Posteriormente, Lenin criticaría a sus camaradas del soviet por haber defendido la representación proporcional en la elección de la directiva; veía en ello un nuevo ejemplo de aceptación de un grado excesivo de cooperación con los demás grupos socialistas a expensas de los objetivos propios del partido. Sin embargo, la pertinencia de la táctica de la representación proporcional se confirmaría más adelante, durante la misma sesión, cuando el debate sobre otra propuesta de los bolcheviques demostró que estos últimos no disponían todavía de una mayoría fiable en el soviet. En este caso, los cambios propuestos por los bolcheviques en la manera en que debían estar representados los soldados en el soviet fue rechazada por la mayoría de diputados, y los bolcheviques tuvieron que retirar su propuesta de resolución en el último momento para evitar una derrota segura /14.

Al final, la hábil estrategia de los bolcheviques en el soviet de Petrogrado dio sus frutos. Cuando se anunciaron los resultados de la votación del 9 de septiembre sobre la representación proporcional, los socialistas mayoritarios que formaban la directiva saliente abandonaron la sala en una reacción airada, así que el 25 de septiembre se procedió a reorganizar completamente la dirección del soviet. La directiva pasó a estar formada entonces por dos SR, un menchevique y cuatro bolcheviques (Trotsky, Kámenev, Rýkov y Fédorov); Trotsky sustituyó a Chjeidse en la presidencia /15.

Paralelamente, la dirección del partido también seguía con mucha atención los preparativos de la Conferencia de Estado. En un telegrama del 4 de septiembre, dirigido a los 37 comités del partido de todo el país y en una carta suplementaria de la misma fecha, los dirigentes bolcheviques habían subrayado la importancia de una nutrida representación en esa conferencia; encarecieron a los militantes que se familiarizaran con la composición de la conferencia y que obraran, en la medida de lo posible, por lograr que salieran elegidos miembros del partido. Todos los delegados elegidos con el apoyo de los bolcheviques debían presentarse a su llegada a la capital en el cuartel general del grupo bolchevique en el soviet, en el Smolny, para recibir instrucciones /16.

La esperanza de que la Conferencia Democrática de Estado recusara la política de coalición y adoptara medidas con vistas a la formación de un nuevo gobierno exclusivamente socialista se desvaneció estrepitosamente cuando se conoció el origen respectivo de los 1 198 delegados. Estaban representados los soviets obreros, campesinos y de soldados, dumas municipales, comités del ejército, sindicatos y una docena de otras instituciones menos importantes. Sin embargo, la proporción de escaños otorgados a los soviets de trabajadores urbanos y de soldados, así como a los sindicatos, organizaciones en las que los bolcheviques tenían más influencia, era baja en comparación con la representación atribuida a los soviets rurales, los gobiernos locales y las cooperativas, todavía dominados por los moderados.

Ni siquiera en estas condiciones abandonaron los bolcheviques completamente la esperanza de que la conferencia concluyera con la formación de un gobierno socialista. En su reunión del 13 de septiembre, el Comité Central asignó a Trotsky, Kámenev, Stalin, Miliutin y Rýkov la tarea de redactar una plataforma ad hoc para presentar en la conferencia /17. Basada en parte en los escritos de Lenin de comienzos de septiembre, el texto en cuestión partía de la hipótesis de que todavía era posible una evolución pacífica de la revolución y de que la conferencia podía y debía concluir con la formación de un gobierno revolucionario /18.

Al igual que el artículo de Lenin “A propósito de los compromisos”, la plataforma bolchevique para la Conferencia Democrática de Estado era esencialmente un llamamiento dirigido a los antiguos partidarios de la política de coalición para que rompieran con la burguesía y una expresión de confianza en los soviets como órganos de un gobierno revolucionario. La plataforma declaraba sin ambages que los bolcheviques no habían tratado de tomar el poder en contra de la voluntad de la mayoría de las masas trabajadoras y que no se les ocurriría hacerlo. En términos parecidos a los de Lenin, se afirmaba que en virtud de la plena libertad de agitación y de la continua regeneración de los soviets desde la base, es dentro de estos últimos donde tendría lugar la lucha por la influencia y el poder /19. Sin embargo, al mismo tiempo la plataforma divergía de “A propósito de los compromisos” en la medida en que no descartaba la posibilidad de que los bolcheviques formaran parte de un gobierno de los soviets /20; parece que esto fue obra de la influencia de Kámenev.

En la víspera de la Conferencia Democrática de Estado se vio claramente que los recelos de la extrema izquierda con respecto a la probable composición de este órgano estaban justificados. Entre los delegados que llegaban a Petrogrado y estaban dispuestos a manifestar abiertamente su adscripción, 532 se declararon SR (de ellos, 72 SR de izquierda), 530 mencheviques (de ellos, 56 mencheviques-internacionalistas), 55 socialistas populares y 17 sin afiliación partidaria. Solamente había 134 bolcheviques /21.

No obstante, en los debates preliminares en los grupos de delegados de cada partido y en las reuniones de delegados por afiliación institucional, se vio de inmediato que no había consenso entre los moderados sobre la cuestión crucial de continuar o no la política de coalición con los partidos no socialistas; las divergencias importantes que habían aparecido al respecto después de la intentona de Kornílov incluso se habían profundizado. El malestar de numerosos dirigentes mencheviques y SR, que hasta entonces se habían mostrado fieles al gobierno provisional, lo puso de manifiesto el menchevique Bogdánov el primer día de la conferencia:
En esta terrible coyuntura, hemos de reconocer sin ilusión que carecemos de toda autoridad gubernamental; asistimos a un verdadero vals de ministros en el seno del gabinete, exactamente igual que en la época del zarismo. El resultado de este vaivén ministerial incesante es un gobierno totalmente ineficaz, y es a nosotros a quien incumbe la responsabilidad de esta situación. […] No me resulta agradable, como partidario que soy de la política de coalición, tener que concederlo, pero hay que reconocer que la causa principal de esta parálisis gubernamental es precisamente el hecho de que se trata de un gabinete de coalición /22:
De este modo, a medida que se desarrollaba la Conferencia Democrática de Estado, los dirigentes bolcheviques de Petrogrado creían poder percibir todavía algunos signos alentadores que reforzaban su esperanza de que una mayoría de delegados acabaran votando a favor de la ruptura con Kerenski y de la formación de un gobierno socialista homogéneo. A esta esperanza persistente se refería Zinóviev en un editorial publicado en portada del número del 13 de septiembre de Rabotchiy Put’, que sin duda circuló ampliamente entre los delegados recién llegados a Petrogrado:
La cuestión principal a que se enfrenta hoy cualquier revolucionario es saber si todavía existen posibilidades de un desarrollo pacífico de la revolución y qué hay que hacer para reforzar esas posibilidades. Es preciso responder que estas posibilidades dependen fundamentalmente de la adopción de un compromiso concreto, de un acuerdo definido entre la clase obrera, que se adhiere plenamente a la línea de nuestro partido, y las masas adeptas de la democracia pequeño-burguesa, que siguen la línea de los SR y los mencheviques. […] Un acuerdo con las fuerzas democráticas pequeño-burguesas es deseable y, en unas condiciones que conocemos bien, posible. […] La conferencia panrusa que se inaugura dentro de poco todavía puede abrir la puerta a esta salida pacífica /23.
La Conferencia Democrática de Estado inició sus trabajos, en la tarde del 14 de septiembre, bajo los oropeles del teatro Alexandra (hoy teatro Pushkin). Esta venerable sala de espectáculos de la época zarista, cuyos palcos, platea y anfiteatro estaban repletos de delegados venidos de todas partes de Rusia, ofrecía ahora una apariencia sumamente insólita. Los lujosos acolchados de las butacas y de los palcos se confundían con el océano escarlata de las banderas revolucionarias. En el escenario, la escenografía mostraba una gran sala con varias puertas flanqueadas de palmeras y enebros falsos. Los miembros de la directiva estaban sentados detrás de una larga mesa estrecha que ocupaba toda la longitud del proscenio; delante de la mesa, un atril revestido de rojo llevaba la inscripción: “¡Prohibido fumar!”

La esperanza bolchevique de que se formara un nuevo gobierno con ocasión de la Conferencia Democrática de Estado quedó reflejada en la alocución oficial pronunciada en nombre del partido por Kámenev en la sesión inaugural y en los comentarios realizados al día siguiente por Trotsky ante los delegados bolcheviques. En su largo discurso, Kámenev declaró que el balance de los gabinetes de los últimos seis meses impedía albergar la mínima confianza en las políticas propuestas por Kerenski. Subrayó que la situación se había deteriorado tanto que ahora ya no cabía perseverar en las experiencias de coalición gubernamental. La incapacidad del gobierno para sofocar el movimiento contrarrevolucionario en el seno del ejército, así como las medidas equivocadas en materia de política agraria, de abastecimiento de alimentos y de política internacional, no podían atribuirse a tal o cual ministro socialista, sino a la influencia política de la burguesía como clase:
No hay ni un solo ejemplo de revolución en la que la realización de los ideales de los trabajadores no haya provocado el terror de las fuerzas contrarrevolucionarias. […] Si las fuerzas democráticas no tienen la voluntad de tomar ahora el poder, deben decirse a sí mismas con toda sinceridad: ‘No confiamos en nuestras propias capacidades y, por consiguiente, son los Burishkin y los Kishkin /24 quienes deben asumir las responsabilidades en nuestro lugar, nosotros no sabemos qué hacer con ellas.’ […] Pueden ustedes redactar perfectamente un programa que cumpla los requisitos de la democracia obrera, pero es utópico creer que ese programa será aplicado realmente de forma sincera por la burguesía. […] La única orientación posible es que el poder estatal sea entregado a las fuerzas de la democracia; no a los soviets de diputados de obreros y soldados, sino a los órganos de la democracia que están muy bien representados aquí. Debemos instaurar un nuevo gobierno y una institución ante la cual este gobierno sea responsable /25.
En las directrices que transmitió a los delegados bolcheviques, Trotsky explicó que, en la medida de lo posible, su objetivo prioritario debía ser el de convencer a la conferencia de que rechazara toda coalición con las clases privilegiadas y tomara la iniciativa de organizar un nuevo gobierno; una vez coronada por el éxito, esta iniciativa sería el primer paso hacia la entrega del poder a los soviets /26.

Vale la pena observar que mientras Kámenev defendía la creación de un gabinete de amplia coalición democrática (que reflejara la diversidad de los grupos invitados a la Conferencia Democrática de Estado) y estaba en contra de un régimen basado exclusivamente en los soviets, Trotsky abogaba a su vez por la entrega íntegra del poder a estos últimos. Esta diferencia importante expresaba dos concepciones fundamentalmente divergentes sobre el desarrollo de la revolución rusa que pronto alimentarían una de las controversias internas más feroces y más significativas de la historia del bolchevismo. No obstante, en el contexto específico que nos ocupa aquí, lo importante es que tanto Kámenev como Trotsky, a semejanza de la mayoría de los bolcheviques de Petrogrado, vieran con buenos ojos los trabajos de la Conferencia Democrática de Estado y las perspectivas de una evolución pacífica de la revolución.

Vista la moderación que prevalecía entre los bolcheviques en aquel periodo, y dado que desde comienzos de septiembre el propio Lenin alentaba este enfoque, cabe imaginar la consternación que cundió entre las filas de los dirigentes del partido cuando el 15 de septiembre recibieron dos cartas escritas por Lenin entre el 12 y el 14 del mismo mes, en las que abandonaba completamente las posiciones moderadas expresadas en “A propósito de los compromisos” y exhortaba a los bolcheviques a asumir la tarea de preparar un levantamiento armado a la mayor brevedad posible.

Lenin tenía al parecer varios motivos que se reforzaban mutuamente para efectuar un giro tan radical. Citemos en primer lugar, entre los factores determinantes: la fuerza de las posiciones de la extrema izquierda en Finlandia; el apoyo mayoritario al programa bolchevique en los soviets de Moscú y Petrogrado, además de una serie de otros soviets regionales; la propagación masiva de revueltas de los campesinos hambrientos de tierras en el medio rural; la desintegración creciente de las fuerzas armadas en el frente y las reivindicaciones cada vez más insistentes de los soldados a favor de una paz inmediata; los signos de agitación revolucionaria en las filas de la marina alemana. Todos estos procesos parecen haber animado en Lenin la esperanza de que la toma del poder por los bolcheviques contaría con un fuerte apoyo en las ciudades y no chocaría con ninguna oposición sustancial en las provincias y en el frente.

Además, podía pensar que la formación de un gobierno verdaderamente revolucionario en Rusia catalizaría la rebelión de las masas en los demás países europeos. Está claro que a partir del momento en que el líder bolchevique concibió la posibilidad de una solución rápida del problema de la creación de un gobierno de extrema izquierda, su interés por la perspectiva de un “compromiso” con los partidos socialistas moderados amainó. Por otro lado, y de una manera un poco contradictoria, parece que Lenin estaba realmente alarmado ante la posibilidad de que el gobierno lograra de un modo u otro frenar el impulso revolucionario negociando una paz separada, entregando Petrogrado a los alemanes, manipulando las elecciones a la asamblea constituyente o provocando una insurrección popular desorganizada. También le preocupaba al parecer la eventualidad de que, si el partido temporizaba durante demasiado tiempo, empezara a perder su influencia entre las masas y resultara incapaz de detener la deriva de Rusia hacia la completa anarquía.
La primera de las cartas de Lenin, dirigida a la sazón al Comité Central y a los comités de Moscú y Petersburgo, comenzaba así:
Habiendo obtenido la mayoría en los soviets de diputados obreros y de soldados de ambas capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar el poder. Pueden porque la mayoría activa de los elementos revolucionarios del pueblo de ambas capitales basta para arrastrar a las masas, para vencer la resistencia del adversario, para aniquilarlo y para conquistar el poder y conservarlo.
La Conferencia Democrática de Estado, insistió,
no representa a la mayoría del pueblo revolucionario, sino únicamente a los dirigentes pequeño-burgueses conciliadores”. ¿Por qué debían los bolcheviques tomar el poder “justamente hoy”? Porque según Lenin, “la rendición inminente de Petrogrado nos ofrecerá muchas menos oportunidades”.
Correspondía a los dirigentes locales decidir sobre el terreno el mejor momento para iniciar un levantamiento; en lo que respecta a la dirección del partido, debía aprovechar de inmediato la presencia en Petrogrado del equivalente a un congreso del partido para emprender la tarea de organizar “la insurrección armada en Petrogrado y Moscú (y en la región), la conquista del poder, el derrocamiento del gobierno”. Tomando el poder tanto en Moscú como en Petrogrado (a Lenin no le importaba mucho quién debía comenzar), concluyó Lenin, “venceremos sin ninguna duda, con toda seguridad” /27.

En su segunda misiva, titulada “El marxismo y la insurrección” y dirigida únicamente al Comité Central, Lenin sostuvo que “considerar la insurrección como un arte” no era en absoluto blanquismo, sino un principio fundamental del marxismo. Para triunfar, escribió, la insurrección debe apoyarse, no en un complot, no en un partido, sino en el proletariado y en el impulso revolucionario del pueblo. En suma, la insurrección debía producirse en el apogeo de la actividad de la vanguardia del pueblo y en el instante en que las vacilaciones eran más fuertes en las filas del enemigo. Cuando se cumplían estas condiciones, negarse a considerar la insurrección como un arte equivalía a “traicionar al marxismo, […] traicionar a la revolución”.

A partir de esto, Lenin procedió a explicar por qué una insurrección inmediata estaba “en el orden del día”. Estableció un contraste entre la situación actual y la que prevalecía en julio, cuando el partido no contaba todavía con el apoyo del proletariado; ahora, a raíz de las persecuciones de que habían sido víctimas y de la experiencia de Kornílov, los bolcheviques disponían de una mayoría en los soviets de Moscú y Petrogrado. En julio no existía un impulso revolucionario en el conjunto del país, y la intentona de Kornílov había suscitado precisamente este impulso. Finalmente, los adversarios de los bolcheviques estaban muy decididos entonces, mientras que ahora se mostraban llenos de vacilaciones. “[N]o habríamos conservado el poder los días 3 y 4 de julio”, concluyo Lenin,
porque antes de la aventura de Kornílov, el ejército y la provincia habrían podido marchar sobre Petrogrado. Hoy, la situación es totalmente distinta. […] Todas las condiciones objetivas de una insurrección coronada por el éxito se cumplen.
Hacia el final de este texto, Lenin solicitó que el Comité Central consolidara el grupo bolchevique en la Conferencia Democrática de Estado “sin miedo a dejar a los indecisos en el campo de los indecisos”. Le instó a redactar una breve declaración (“cuanto más breve y más tajante, mejor”)
subrayando de la manera más categórica la inoportunidad de largos discursos, la inoportunidad de los ‘discursos’ en general, la necesidad de una acción inmediata para salvar la revolución, la necesidad absoluta de una ruptura completa con la burguesía, de la destitución de todos los miembros del gobierno actual, […] la necesidad de traspasar inmediatamente todo el poder a manos de la democracia revolucionaria dirigida por el proletariado revolucionario.
Los bolcheviques, “[d]espués de leer esta declaración, después de haber reclamado decisiones y no palabras, actos y no resoluciones escritas”, debían enviar “a todo nuestro grupo a las fábricas y los cuarteles”. Al mismo tiempo, considerando la insurrección como marxistas, es decir, como un arte, debían organizar sin demora
el estado mayor de los destacamentos insurreccionales, distribuir [sus] fuerzas, enviar a los regimientos más seguros a los puntos más importantes, cercar el teatro Alexandra, ocupar la fortaleza Pedro y Pablo [y] detener al estado mayor general y al gobierno.
También debían
movilizar a los obreros armados, convocarlos a una lucha definitiva y encarnizada, ocupar simultáneamente el telégrafo y el teléfono, instalar nuestro estado mayor de la insurrección en la central telefónica, conectarlo por teléfono con todas las fábricas, todos los regimientos, todos los centros de la lucha armada /28.
No es extraño que la reacción inicial de los dirigentes bolcheviques de Petrogrado a estos mensajes de Lenin fuera harto similar a la que había acogido anteriormente sus “Cartas desde lejos”. “Estábamos todos estupefactos”, recordará Bujarin algunos años después /29. Varios miembros del Comité Central abandonaron a toda prisa el teatro Alexandra para reunirse en su propio cuartel general en sesión secreta de urgencia para discutir sobre las cartas de Vladímir Ilíich. En esta reunión no solo participaron los miembros del Comité Central presentes normalmente en la capital y responsables de la gestión cotidiana de los asuntos del partido (a saber, Bubnov, Djerzinski, Ioffe, Miliutin, Sverdlov, Sokolonikov, Stalin y Uritski), sino también Kámenev, Kolontai y Trotsky (era la segunda reunión del Comité Central a la que este asistía desde su salida de la cárcel), los moscovitas Bujarin, Lómov, Noguin y Rýkov, así como Stepán Chaumian, representante de la organización bolchevique en el Cáucaso.

Casi todos habían recibido una copia de las cartas de Lenin antes de la deliberación /30. Lo que se ha publicado de este debate es muy fragmentario /31. El comité entendió de común acuerdo que sería oportuno programar rápidamente una reunión sobre las cuestiones tácticas. Stalin propuso que se hiciera circular más ampliamente las cartas de Lenin, pero esta propuesta fue rechazada, pese al hecho de que la primera misiva estuviera dirigida específicamente no solo al Comité Central, sino también a los comités de Moscú y de Petersburgo. Por el contrario, la mayoría de los presentes parecían desear que se destruyeran discretamente. Bujarin sostuvo más tarde que el Comité Central calibró la posibilidad de quemar las cartas, e incluso que decidió por unanimidad hacerlo /32. Según el acta oficial del debate, el comité votó a favor de conservar una sola copia de cada carta y adoptar medidas para evitar que cundiera el nerviosismo.

Según Lómov, una de las mayores preocupaciones del Comité Central en aquel momento era
lo que podía suceder si las cartas llegaban a manos de los trabajadores de Petrogrado […] y de los comités de Moscú y de Petersburgo, pues ello habría provocado de inmediato enormes disensiones en nuestras filas. […] Temíamos que si las palabras de Lenin llegaban a los trabajadores, serían muchos los que dudarían de lo acertado de la posición adoptada por el conjunto del Comité Central /33.
Para mayor seguridad, el Comité Central concluyó el debate del 15 de septiembre confiando a dos de sus miembros, que trabajaban respectivamente con la organización militar y el comité de Petersburgo (eran Sverdlov y Bubnov), la responsabilidad de velar por que en los cuarteles y las fábricas no circulara ningún llamamiento a la acción inmediata al estilo del preconizado por Lenin.

De momento, por tanto, los llamamientos de Lenin al derrocamiento del gobierno provisional fueron rechazados sin más ceremonia. Si cabe señalar un cambio de actitud pública de los bolcheviques durante la Conferencia Democrática de Estado tras la recepción de los mensajes de Lenin, no es más que el hecho de que Trotsky comenzara a descartar la posibilidad de que de esta surgiera un gobierno cuya creación fuera una primera etapa hacia la entrega del poder a los soviets. Ahora insistía categóricamente en la entrega directa del poder político a los soviets. Este cambio sutil, pero importante, se puso de manifiesto el 18 de septiembre, en una reunión de los delegados de los soviets de obreros y soldados a la conferencia. Trotsky emprendió allí una encendida polémica con Mártov, quien se expresó a favor de la formación de un gobierno socialista amplio que incluyera a representantes de todos los principales grupos invitados a la conferencia. Trotsky sostuvo, por el contrario, que, vista la composición de la Conferencia Democrática de Estado, era sumamente imprudente confiarle poderes gubernamentales, y que de hecho era necesario entregar el poder a los soviets, que se habían acreditado como fuerza política enérgica y constructiva /34.

De todos modos, los bolcheviques no cejaron en sus esfuerzos por convencer a los delegados a la conferencia de que debían romper con la burguesía y adoptar las primeras medidas encaminadas a la creación de un gobierno revolucionario. Así, en la sesión del 18 de septiembre, dieron lectura formalmente a la declaración oficial del partido sobre la cuestión del gobierno, es decir, de la plataforma autorizada por el Comité Central el 13 de septiembre, que como hemos visto se inspiraba en parte en el artículo de Lenin “A propósito de los compromisos”. Esa noche, respondiendo a los llamamientos de los bolcheviques, 150 delegados de las fábricas y unidades de Petrogrado se manifestaron delante del teatro Alexandra para apoyar la formación de un gobierno exclusivamente socialista. Por tanto, en vez de abandonar la conferencia y convocar a las masas para la insurrección, como proponía Lenin, el partido movilizó a los obreros y soldados para presionar a la Conferencia Democrática de Estado e incitarla a adoptar una línea más radical /35.

Para Lenin, la presentación de la plataforma bolchevique en la Conferencia Democrática de Estado era una señal innegable de que la dirección del partido rechazaba las tesis expuestas en sus misivas de mediados de septiembre. No cabe duda de que se sintió todavía más perturbado al leer la edición del 16 de septiembre de Rabotchiy Put’, que incluía su ensayo “La Revolución rusa y la guerra civil”, debidamente atribuido a su autor. No solo el Comité Central había tomado medidas para que el conjunto del partido no se viera influido por sus llamamientos a un levantamiento inmediato, sino que también se ocupaba de difundir sus puntos de vista anteriores para dar la impresión de que el líder bolchevique seguía manteniendo las posiciones moderadas que había defendido la semana anterior.

Este fue el momento en que Lenin decidió volver de inmediato a Petrogrado, a pesar de que el Comité Central se lo había prohibido expresamente, según la explicación oficial porque le preocupaba su seguridad. El 17 de septiembre, o poco tiempo después, sin autorización del Comité Central /36, Lenin viajó de Helsingfors a Vyborg, a 130 kilómetros de la capital, y avisó a Krupskaya y Svérdlov –pero no al Comité Central– de que estaba firmemente decidido a volver a Petrogrado /37.

* Alexander Rabinowitch, Les bolcheviques prennent le pouvoir. La révolution de 1917 à Petrograd, París, La Fabrique, 2016.

Notas:
1/ G. S. Rovio, Kak Lenin skryvalsja u gel’singforsskogo policmajstera, En Institut Marksizma-leninizma pri CK KPSS, Lenin v 1917 godu, vospominanija, Moscú, 1967, p. 148-156 ; Starcev, V. I. Lenin v avguste 1917 goda, p. 121-130 ; Starcev, O nekotoryh rabotah V. I. Lenina pervoj poloviny sentjabrja 1917 g., en A. L. Fraiman, (dir.), V. I. Lenin v oktjabre i v pervye gody sovetskoi vlasti, Leningrado, 1970, p. 30-31 ; H. M. Astrahan y cols., Lenin i revoliucija 1917 g., Leningrado, 1970, p. 277-284 ; Norman E. Saul, Lenin’s Decision to Seize Power: The Influence of Events in Finland , Soviet Studies, abril de 1973, p. 491-505 ; M. M. Koronin, V. I. Lenin i finskie revoljucionery, Voprosy Istorii, 1967, n° 10, p. 11-17.

2/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 119-121.

3/ Ibid., p. 133-139.

4/ Los historiadores occidentales apenas han prestado atención a estos escritos. Entre los historiadores soviéticos que trataron de dilucidar de forma precisa la evolución de las opiniones de Lenin, estas cartas son objeto de una gran confusión y ocasionalmente de amargas disputas. Esto se debe en particular al hecho de que toda discusión abierta sobre el apoyo proclamado de Lenin a un desarrollo pacífico de la revolución en septiembre de 1917 y sobre la relación entre sus opiniones al respecto y las de la dirección del partido en Petrogrado se consideraba tabú. También se debe en parte al desfase entre la redacción de estos ensayos y su publicación; aparentemente, hasta hace muy poco no se ha realizado un intento prudente de comprobar la fecha exacta de su elaboración. Para diferentes puntos de vista, véase A. M. Sovokin, O vozmožnosti mirnogo razvitija revoljucii posle razgroma kornilovščiny, Voprosy Istorii KPSS, 1960, n° 3, p. 50-64; B. I. Sandin, Lenin o sootnošenii mirnogo i vooružennogo putej razvitija revoljucii posle razgroma kornilovščiny, Učenye zapiski Leningradskogo gosudarstvennogo pedagogičeskogo instituta, vol. 195, vyp. 2 (1958), p. 213-232; S. N. Frumkin, V. I. Lenin o vozmožnosti mirnogo razvitija revoljucii, Učenye zapiski Riazanskogo gosudarstvennogo pedinstituta, vol. 19 (1958), p. 29-51; Starcev, O nekotoryh rabotah V. I. Lenina pervoj poloviny sentjabrja 1917 g., p. 28-38 ; N. Ja. Ivanov, Nekotorye voprosy krizisa ‘pravjaščih verhov’ i taktika bol’ševikov nakanune oktjabr’skogo vooružennogo vosstanija, en I. I. Minc, Lenin i oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie v Petrograde: Materialy Vsesojuznoj naučnoj sessii sostojavšejsja 13-16 nojabrja 1962 g. v Leningrade, Moscú, 1964, p. 202-214. Salvo en las ediciones más recientes de las obras de Lenin, estos ensayos están recopilados en orden cronológico de su publicación, es decir, entre el 14 y el 27 de septiembre. Un análisis definitivo de las pruebas textuales internas ha llevado a V. I. Startsev a concluir que los tres extractos habían sido redactados antes de los que solía creerse (o sea, entre el 6 y el 9 de septiembre).

5/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 229-238.

6/ Ibid., p. 200-207.

7/ Ibid., p. 214-228.

8/ Sokól’nikov, Kak podhodit’ k istorii oktjabrja, p. 165; Oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie, vol. 2, p. 188.

9/ Véase Perepiska sekretariata CK RSDRP(b) s mestnymi partijnymi organizacijami, vol. 1, p. 186-187.

10/ Las actas de esta reunión están reproducidas en Pervyj legal’nyj Peterburgskij komitet, p. 259-270.

11/ Slutski presentó una resolución de la comisión ejecutiva que no se publicó y que al parecer reflejaba claramente su posición.

12/ Sobre esta cuestión véase Trockij, Sočinenija, vol. 3, 1ª parte, p. 435-436.

13/ El resultado fue de 519 votos a favor del plan bolchevique, 414 a favor de la resolución socialista moderada y 67 abstenciones.

14/ Todas las unidades de la guarnición de Petrogrado, independientemente de su tamaño, tenían derecho a un representante por lo menos en el soviet de Petrogrado, mientras que la representación de los obreros se ajustaba a la regla de un diputado por mil trabajadores. En la práctica, esto creaba un gran desequilibrio entre los soldados, entre los que los SR eran relativamente fuertes, y los obreros, entre los que la influencia de los bolcheviques era muy fuerte. Desde el comienzo del mes de agosto, los bolcheviques trataron sin éxito de eliminar esta desventaja proponiendo que hubiera un representante por cada unidad de mil soldados, como en el caso de los obreros.

15/ Vladimírova, Hronika sobytii, vol. 4, p. 269.

16/ Perepiska sekretariata CK RSDRP(b)s mestnymi partijnymi organizacijami, vol. 1, p.

 35; Komissarenko, “Dejatel’nost’ partii bol’ševikov”, p. 300.

17/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 49.

18/ A este respecto, véase V. I. Starcev, Iz istorii prinjatija rešenija ob organizacii vooružennogo vosstanija, en “Lenin i oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie v Petrograde”, p. 472.
19/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 49-54 ; Trockij, Sočinenija, vol. 3, 1ª parte, p. 293-298, p. 351-357; véase también Oktjabr’skoe vooruzbennoe vosstanie, vol. 2, p. 196 y 206.

20/ A este respecto, véase Reiman, Russkaja revoljucija, vol. 2, p. 271.

21/ Isvestia, 17 de septiembre, p. 7.

22/ Soldat, 17 de septiembre, p. 3.

23/ Rabočij Put’, 13 de septiembre, p. 1-2.

24/ A. A. Burishkin era un industrial moscovita y Kishkin un Cadete de Moscú; ambos participaban entonces en las conversaciones con Kerenski sobre un futuro gobierno.

25/ Las informaciones periodísticas sobre el discurso de Kámenev divergen notablemente. Véase Rabočij Put’, 17 de septiembre, p. 2-3 ; Isvestiya, 15 de septiembre, p. 5 ; Novaya Žizn’, 15 de septiembre, p. 5.

26/ Isvestiya, 16 de septiembre, p. 5.

27/ Lenin, PSS, vol. 34, p. 239-241.
28/ Ibid., p. 242-247.

29/ N. I. Bujarin, Iz reči tov. Buharina na večere vospominanii v 1921 g., PR, 1922, n° 10, p. 319.

30/ E. D. Stasova, Pis’mo Lenina v CK partii, en Vospominanija o V. I. Lenine, 5 vol., Moscú, 1969, vol. 2, p. 454.

31/ Protokoly Central’nogo komiteta, p. 55.

32/ Bujarin, Iz reči tov. Buharina na večere vospominanii, p. 319.

33/ G. Lómov, V dni buri i natiska, PR, 1927, n° 10 (69), p. 166.

34/ Novaja Žizn’, 19 de septiembre, p. 5.

35/ Oktjabr’skoe vooružennoe vosstanie, vol. 2, p. 208-209.

36/ A. Šotman, Lenin nakanune oktjabrja, en O Lenine, 4 vol., Moscú y Leningrado, 1925, vol. 1, p. 116.

37/ N. Krupskaja, Lenin v 1917 godu, en O Vladimire ll’iče Lenine: Vospominanija 1900-1922, Moscú, 1963, p. 208 ; K. T. Sverdlova, Jakov Mihajlovič Svérdlov, Moscú, 1960, p. 283.


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