lunes, 3 de noviembre de 2025

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Gran Caribe une esfuerzos para defender a Venezuela

 

Gran Caribe une esfuerzos para defender a Venezuela

 

DIARIO OCTUBRE / noviembre 2, 2025


El Consejo Nacional por la Soberanía y la Paz, surgido de la Asamblea Nacional de Venezuela y que agrupa a todos los sectores de vida venezolana, convocó a los diputados y senadores ante la urgencia de la amenaza imperialista de “promover un cambio de régimen” en Caracas.

Luego de las deliberaciones realizadas con representantes de 14 países de América Latina y el Caribe, los delegados sostuvieron un encuentro con el presidente Nicolás Maduro Moros y aprobaron la Declaración Parlamentaria del Gran Caribe por la Paz, que afianza los nexos entre los parlamentos, para defender la verdad de nuestros pueblos ante las aviesas acciones imperiales.

El presidente del parlamento venezolano, Jorge Rodríguez, calificó esa intención de aviesa con el objetivo de permitir a Estados Unidos hacerse con las riquezas naturales que “solo pertenecen al pueblo y a la República”.

Rodríguez abogó por una sola voz y acción que conduzca a preservar la paz, el futuro, la independencia y soberanía de los países de la región, conceptos planteados de diferentes maneras y un solo sentido, y en el que la palabra unidad retumbó una y otra vez.

Así concordaron en sus intervenciones los delegados de Cuba, Nicaragua, Colombia, Antigua y Barbudas, Belice, Dominica, Granada, San Vicente las Granadinas, México, Guatemala, Honduras, Brasil, Uruguay y Venezuela.

La delegación de Nicaragua estuvo integrada por el canciller Denis Moncada; la Primer Vicepresidenta de la Asamblea Nacional, Arling Alonso; el jefe de la bancada de diputados del FSLN, Edwin Castro; el diputado Carlos Emilio López; la diputada Yitsy Hernández; la embajadora de Nicaragua en Venezuela, Daysi Torres y los funcionarios de la embajada Valezka López y César Acosta.

Por eso se recordó la celebración de la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en 2014 en La Habana, Cuba, donde fue proclamada a América Latina y el Caribe como Zona de Paz.

Esa Proclama de Paz de la CELAC es la que ahora está amenazada, así como el mar Caribe, como declaró el titular del Poder Legislativo venezolano, en un “despliegue bárbaro” de fuerzas y medios estadounidenses en un intento de agredir a Venezuela y los países del Caribe.

El viernes, en nombre del Gobierno Sandinista, el canciller Denis Moncada denunció que “el Gobierno norteamericano fundamenta su agresión política, psicológica y militar contra Venezuela, en la falsedad y la mentira. Pretenden destruir la verdad venezolana, elaborando una narrativa falsa que difunden de forma sistemática a través de su poder mediático, con el objetivo de derrocar a su legítimo y constitucional Presidente; crimen que no lograrán”.

Asimismo, exigió el “cese inmediato de la agresión contra la soberanía, independencia y autodeterminación de Venezuela y el retiro urgente de la fuerza de tarea norteamericana desplegada en el Caribe que es “Zona de Paz de Nuestra América”, por la que lucharon nuestros Héroes”, y reiteró que Nicaragua acompaña y apoya la unidad cívico–militar para defender la Patria Bolivariana.

Como colofón de la reunión, el presidente Nicolás Maduro convocó a un gran encuentro antes de finalizar el año con la participación fuerzas políticas, movimientos sociales y populares y parlamentarios de toda la región para defender el derecho a la paz del continente.

La Declaración Final del Encuentro Parlamentario del Gran Caribe llamó a afianzar todavía más los lazos y nexos entre los parlamentos de los países de la región; establecer formas de comunicación mucho más profundas y rápidas entre los parlamentarios y los pueblos.

Asimismo, profundizar la solidaridad que “bien nos enseñaron los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez” como paso inicial de la hermandad entre pueblos, gobiernos y procesos revolucionarios, y repudió la presencia de efectivos y equipos militares desproporcionados en el Caribe.

Declaración Parlamentaria del Gran Caribe por la paz

Nosotras y nosotros, parlamentarios y parlamentarias de las naciones de: Cuba, Nicaragua, Colombia, Antigua y Barbuda, Belice, Dominica, Grenada, San Vicente y las Granadinas, México, Brasil, Guatemala, Honduras y Uruguay, pertenecientes a la cuenca del Caribe, reunidos en la ciudad de Caracas, Venezuela, con el propósito de defender la paz, el respeto a la soberanía y el derecho internacional en nuestra Región, frente a las crecientes amenazas y agresiones por parte del gobierno de los Estados Unidos de América, bajo el pretexto de una “guerra contra el narcotráfico”, manifestamos lo siguiente:

Considerando

Que los pueblos del Gran Caribe, unidos por el mar y herederos de las luchas anticoloniales, así como de una profunda tradición de solidaridad y cooperación entre naciones hermanas, han forjado su identidad regional sobre los valores de la independencia, la justicia y el respeto mutuo, haciendo de la paz una forma de vida y un compromiso histórico con la dignidad, el desarrollo y la libertad de todos los pueblos de la región.

Que la Carta de las Naciones Unidas establece como propósito “Mantener la paz y la seguridad internacionales” y; adopta como principios “la igualdad soberana de todos sus Miembros”; de manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad internacionales ni la justicia” y; que sus miembros “se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o independencia política de cualquier Estado”.

Que el Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina y el Caribe (Tratado de Tlatelolco), suscrito por 33 Estados de nuestra región en el año 1967, establece “prohibir e impedir” en sus respectivos territorios “cualquier forma de posesión de toda arma nuclear, directa o indirectamente, por mandato de terceros o de cualquier otra forma”.

Que el 29 de enero del año 2014 en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada en La Habana, Cuba; se declaró por parte de 33 países de la región a “América Latina y el Caribe como Zona de Paz basada en el respeto de los principios y normas del Derecho Internacional”; con el “compromiso permanente para la solución pacífica de controversias a fin de desterrar para siempre la amenaza y el uso de la fuerza, en nuestra región”, en reconocimiento de “la paz como es un bien supremo y anhelo legítimo de todos los pueblos”.

Que el pasado 20 de agosto, la XIII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno del ALBA, declaró el rechazo de manera categórica a “las órdenes del gobierno de los Estados Unidos de desplegar fuerzas militares bajo pretextos, con la clara intención de imponer políticas ilegales, injerencistas y contrarias al orden constitucional de los Estados de América Latina y el Caribe”.

Que desde el mes de agosto del presente año, el gobierno de los Estados Unidos ha realizado un despliegue militar en nuestra región que según diversas fuentes incluyen 10 mil soldados, aviones de combate AC-130 de transporte y logística, un buque de combate USS Wichita, 6 drones Reaper MQ9, 3 aviones de vigilancia bombardero B-52, 10 cazas furtivos F-35, 2 buques de reaprovisionamiento, tres destructores de misiles guiado, 1 submarino nuclear, tres Grupos Anfibio del Iwo Jima, un número hasta ahora no determinado de helicópteros Black Hawk y recientemente la movilización del Buque Portaviones USS “Gerald R. Ford”.

Que mediante este despliegue armamentístico se han cometido ejecuciones extrajudiciales a partir del pasado 2 de septiembre, donde se han asesinado al menos a 61 personas de diversas nacionalidades de la región, en 15 ataques a embarcaciones; acciones a todas luces ilegales y criminales, que atentan contra la soberanía de nuestras naciones y que buscan interferir por vía del uso de la fuerza en los asuntos internos de los Estados de América Latina y el Caribe, con el fin último de aprovecharse y apropiarse de los recursos naturales y energéticos existentes en el territorio de nuestras naciones.

Que las naciones caribeñas a lo largo de sus relaciones históricas han asumido los temas comunes desde la solidaridad, tal como ha quedado demostrado durante los últimos años con políticas conjuntas para el bienestar de nuestros pueblos, las misiones médicas cubanas hacia distintos países de la región, Acuerdo Energético de Caracas, Petrocaribe, entre otras iniciativas que han permitido fomentar la hermandad, armonía, la paz y el respeto a la soberanía de nuestras naciones.

Declaramos

Rechazar enérgicamente las acciones de agresión, amenaza y promoción de la violencia por parte del gobierno de los Estados Unidos en el Gran Caribe, ejecutadas bajo el pretexto de la “guerra contra el narcotráfico”, con el objetivo de interferir en los asuntos internos de nuestros países y promover cambio de régimen sometidos y alineados a sus intereses, mediante prácticas coloniales obsoletas.

Reafirmar nuestro compromiso inquebrantable con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, en particular:

·         El mantenimiento de la paz y la seguridad internacional.

·         El principio de la igualdad soberana de todos sus miembros.

·         La obligación de abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o independencia política de cualquier Estado.

Ejercer nuestro derecho a la paz como fundamento inalienable para el desarrollo sostenible y el bienestar de los pueblos del Caribe.

Defender de manera irrestricta la soberanía nacional e integridad territorial de todos los Estados, condenando cualquier intento de injerencia externa, coerción política o medidas unilaterales.

Ratificar nuestro compromiso con la no agresión, rechazando el uso de la fuerza. Reconocer el derecho de Venezuela a ejercer su legítimo derecho a la defensa, según el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, a través de todas las gestiones para preservar la paz y la movilización cívica, militar, policial.

Promover el dialogo y la cooperación mediante el fortalecimiento de mecanismos regionales como la CELAC, ALBA-TCP y CARICOM, para fomentar la solidaridad y la paz.

Condenar las ejecuciones extrajudiciales realizadas por las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en el Mar Caribe, actos que violan los derechos humanos y el ejercicio soberano de nuestros Estados.

Exigir al gobierno de los Estados Unidos y al congreso de ese país el cese inmediato de todas las acciones que vulneren los derechos de los Estados soberanos del Caribe, el retiro de su flota militar desplegada en la región, y la adopción de un enfoque responsable en el tratamiento del narcotráfico.

Invitar a los parlamentos nacionales, regionales e internacionales a sumarse a este compromiso, promoviendo iniciativas conjuntas en defensa de la paz y la soberanía, y articulando esfuerzos en foros multilaterales para reafirmar a América Latina y el Caribe como Zona de Paz.

Nuestra voluntad de promover acciones conjuntas orientadas a fortalecer la diplomacia parlamentaria por la paz, incluyendo espacios de concertación, intercambio y cooperación que contribuyan a la creación de mecanismos permanentes de articulación regional y a la difusión global de mensajes comunes en defensa de la soberanía, la integración y la paz del Gran Caribe.

Ratificar la plena vigencia de la Proclama de América Latina como zona de Paz, cuyo alcance se ratifica particularmente en estas condiciones, al Gran Caribe.

Defender la paz, rechazar las guerras, agresiones y provocaciones imperiales, con posturas de unidad en la diversidad para proteger el bien más preciado de nuestros pueblos, que es la vida de cada persona, no importa su filiación política, sus religiones pluralidad de pensamiento.

Promover con urgencia y por todos los medios y vías posibles, la activación de concientización del peligro que afecta la región.

Promover un movimiento cultural con la suma de artistas, vocerías desde el arte y la cultura, así como intelectuales que promuevan la paz y la soberanía de los pueblos.
Remítase la presente Declaración Parlamentaria del Gran Caribe por la Paz al Secretario General de las Naciones Unidas, a la Presidencia Pro Témpore de la CELAC, a la Secretaría de CARICOM, al Parlamento Latinoamericano y Caribeño (PARLATINO), al Parlamento Centroamericano (PARLACEN), y a los parlamentos nacionales de la región, para su conocimiento, respaldo y difusión.

En Caracas, a los 31 días del mes de octubre de 2025.


Fuente: radiolaprimerisima.com

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Del mar a la celda

 

Querido lector/a: Si leyendo esto no se te remueven las tripas; si la indignación no te aumenta la tensión; si no se te escapa alguna lágrima furtiva o al menos se te enrojecen los ojos; si no desearías fulminar a tanto canalla, preocúpate: es que estás muerto/a.


Del mar a la celda

Reyes Rigo

El Viejo Topo

3 noviembre, 2025



DEL MAR A LA CELDA: TESTIMONIO DE UNA INTEGRANTE DE LA GLOBAL SUMUD FLOTILLA

Lo que me ocurrió a mí es insignificante frente al sufrimiento del pueblo palestino. Mientras yo fui detenida unos días, hay miles de palestinas y palestinos que viven años —incluso toda una vida— en las cárceles de la ocupación, torturados, humillados, privados de luz, de justicia y de esperanza. Mi experiencia es apenas una grieta en un muro de injusticia y dolor. El énfasis está, y debe estar, en Palestina: en su pueblo, en su dignidad, en su resistencia. ¡Viva Palestina Libre y Soberana desde el rio hasta el mar!

Miércoles 1 de octubre

Esa noche, nuestro barco el Adara fue interceptado por las fuerzas de ocupación israelíes. Eran alrededor de las nueve de la noche cuando fuimos abordados, secuestrados y llevados a Israhell sin nuestro consentimiento.

Jueves 2 de octubre

Desembarcamos en el puerto de Ashdod sobre las siete de la tarde. Nos llevaron a una explanada que estaba perimetrada por rejas. Algunos estábamos sentados con la cabeza agachada. A las personas más racializadas las obligaban a arrodillarse con la cabeza hacia abajo. Vi a algunos participantes de cara a la pared, enfrente de una gran bandera israelí. Hubo agresiones físicas: patadas, golpes, aplastamientos de cabeza contra el suelo. Recuerdo cómo una compañera vio su guitarra destrozada al ser lanzada contra la pared. A mí me dieron dos patadas mientras permanecía sentada, y a un compañero lo castigaron simplemente por «mirar».

Después nos trasladaron a un edificio de la terminal portuaria, donde había máquinas de inspección como las de los aeropuertos. Tras pasar por ellas, nos llevaron a unos cubículos donde fuimos desnudadas y registradas. Luego nos condujeron a unas mesas donde revisaban y registraban todo lo que había en nuestras mochilas. En ese proceso, vi cómo arrojaban a una papelera común todas nuestras pertenencias: medicinas de pacientes con enfermedades graves, ropa, botiquines, objetos de aseo, linternas y, en mi caso, todo mi material de acupuntura.

Se nos hizo un documento de detención y de ahí nos llevaron al lugar donde los abogados de Adalah nos esperaban. A mí me tocó la mesa número 24no me dejaron ver a mi abogado, me negué a firmar cualquiera de los tres documentos que me dieron. Fue en este lugar donde vi entrar al ministro Ben Gvir y pronunciar amenazas directas asegurando de nos trataría como a terroristas.

Después de la burocracia, nos quitaron los cordones de los zapatos y, a algunas personas, nos vendaron los ojos antes de subirnos a una camioneta con pequeñas celdas metálicas. Era ya de noche. El trayecto, que debía durar un par de horas, se alargó durante toda la madrugada. Apenas había ventilación y el aire era irrespirable. El espacio era tan estrecho que mis rodillas tocaban la puerta. Permanecimos allí toda la noche, en lo que fue claramente un castigo psicológico.

Viernes 3 de octubre de 2025

Al amanecer llegamos a la prisión de alta seguridad de Ketziot, en pleno desierto del Negev. Nada más bajar, nos metieron en una jaula. Nos iban llamando de dos en dos. En una mesa nos volvían a preguntar si queríamos firmar los papeles de deportación y, después, nos conducían a una habitación donde nos obligaban a quitarnos la ropa. Nos entregaron un uniforme de prisión: chándal gris, camiseta blanca y chanclas.

A varias compañeras musulmanas les prohibieron mantener su hijab, el pañuelo que cubre el cabello. Lloraban, suplicaban respeto por su fe. Nadie las escuchó. Algunas, desesperadas, se colocaron camisetas sobre la cabeza para cubrirse.

Luego pasamos por un supuesto «médico», que se negó a proporcionar medicación incluso a compañeras con enfermedades crónicas.

A mí me asignaron la celda número 1. Medía unos 20 metros cuadrados y tenía un pequeño cubículo de un metro por uno con un lavabo y un váter. Todo estaba sucio, lleno de hormigas e insectos. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones: mensajes de presos palestinos que habían pasado por allí, con sus nombres, procedencias y años de reclusión. Pudimos leerlos gracias a una compañera que hablaba árabe.

Éramos catorce mujeres en una celda para cinco. Una de ellas tenía cáncer; otras padecían enfermedades crónicas. A todas se les negaron sus medicinas. A las que tenían la menstruación también se les denegaron compresas. Recuerdo especialmente a una chica con un sangrado hemorrágico: como no les proporcionaban compresas, compañeras de celda se rompieron las mangas de sus camisetas para improvisarlas.

Solo había dos literas y una cama. Las demás dormíamos en el suelo. Pedimos colchonetas, pero no las trajeron hasta el tercer día. La comida estaba podrida; nos negaron agua embotellada y solo podíamos beber agua del grifo del lavabo, un líquido turbio y marrón.

Durante la noche, nos despertaban constantemente: linternas en los ojos, empujones, insultos, portazos. A una compañera le rompieron un dedo del pie con un portazo. Pedíamos medicación a gritos, pero nadie respondía.

El tercer día, una de las compañeras —la que sufría una cardiopatía grave— se desmayó.

¡Estuvimos gritando durante bastante tiempo «urgent medical assistance!», pidiendo ayuda médica desesperadamente. Finalmente, el médico apareció y entregó algunos medicamentos, aunque muchas siguieron sin recibir lo que necesitaban, incluida la compañera con cáncer.

Sábado 4 de octubre

Ese día, por la mañana, nos sacaron de la celda a gritos y empujones a las de habla hispana. Nos llevaron a otro módulo para comparecer ante un supuesto «juez» que debía tomar declaración sobre lo ocurrido desde la intercepción. Había una traductora presente.

Para el traslado nos metieron en una furgoneta blindada sin ventanas, la calefacción al máximo, pese a que estábamos en pleno desierto y el calor fuera ya era intenso.

Los chándales que nos habían dado estaban forrados, diseñados para invierno, y dentro del autobús el aire era irrespirable. Pedimos que bajaran la calefacción, pero nos ignoraron completamente.

Esa misma tarde nos volvieron a sacar de la celda, también a empujones, para ver al cónsul español. Allí le informamos que iniciábamos una huelga de hambre.

La visita duró menos de cinco minutos: un pelotón antidisturbios irrumpió de repente y, a punta de metralleta, nos ordenaron que el encuentro había terminado.

Sacaron al cónsul del brazo y dijeron que la reunión se daba por finalizada porque habíamos cantado Free Palestine.

Domingo 5 de octubre

Por la mañana, nos permitieron ducharnos por primera vez desde nuestra llegada y salir al patio durante apenas diez minutos. En el patio había un póster gigante con la imagen de Gaza destruida y con unas letras que ponían: Nueva Gaza. Debajo había una bandera muy grande de Israel.

También había una pantalla donde había un video del 7 de octubre, el volumen estaba a tope.

Por la tarde volvimos a ver al cónsul. La visita apenas duró diez minutos. Por la noche nos trasladaron a la celda número 13, que estaba vacía y sin colchonetas. Tras insistir y negociar con las guardias, conseguimos que tres de nosotras fuéramos a buscar colchonetas a la celda 1.

En la tercera ida y vuelta, cuando regresábamos con colchonetas, presencié una agresión: una compañera estaba fuera de la celda, agarrada a los barrotes de la barandilla, mientras varias guardias le daban patadas en los glúteos y la espalda. Instintivamente solté las colchonetas y me lancé para cubrirla con mi cuerpo, intentando protegerla. En ese momento nos golpearon, nos tiraron al suelo, nos arrastraron del pelo y nos pusieron boca abajo. Todo ocurrió muy rápido.

Recuerdo que mi compañera y yo les pedíamos que nos dejaran entrar por nuestro propio pie en la celda, que no nos arrastraran. Finalmente lo hicimos así: entramos por nuestro propio pie mientras las demás compañeras, desde dentro, presenciaban toda la escena pues la puerta de la celda estaba abierta. Cerraron la celda de un portazo y se marcharon.

Media hora después, llegó un pelotón antidisturbios, acompañados también por perros. Nos arrinconaron a todas contra una esquina de la celda y nos sacaron a la compañera y a mí a punta de metralleta, nos esposaron de manos y pies y nos condujeron a empujones, pellizcos y golpes, hasta una celda de aislamiento.

Alrededor de medianoche vinieron a buscarme. Me llevaron frente a un grupo de policías que me comunicaron formalmente que estaba detenida y que podía permanecer en silencio. Me subieron a una furgoneta y me trasladaron a una comisaría en la ciudad de Beer Sheva a unos 45 minutos de Ketziot. Allí me obligaron a desnudarme y someterme a un registro completo, me tomaron las huellas digitales y fotografías, y me encerraron en una celda donde pasé toda la noche.

Desde el momento en que llegué pedí llamar al cónsul y a los abogados de Adalah, pero se me negó. A la 1:30 de la madrugada apareció un abogado de oficio. Me explicó que la policía no tenía intención de avisar ni al cónsul ni a mis abogados, pero que él lo intentaría por la mañana.

Le conté lo sucedido durante el incidente con las guardias. Me respondió que cuando se marchara, me harían un interrogatorio y decidirían si me devolvían a Ketziot o me llevaban ante un juez. Nada de eso ocurrió durante la noche. Permanecí encerrada, sin información, sin contacto y completamente incomunicada.

Debo aclarar que cada vez que me trasladaban de una celda a otra, me obligaban a desnudarme, revisar todo mi cuerpo y el cabello de forma humillante y violenta, me colocaban cuatro grilletes en los pies, cuatro en las manos y una cadena pesada que los unía, al estilo Guantánamo –los grilletes estaban tan apretados que paraban la circulación, hacían daño al andar y dejaban marcas profundas en la piel. Los guardias siempre me empujaban o tiraban de mi para que me tropezara.

Entre las ocho de la mañana y el mediodía, estuve encerrada en una celda con dos mujeres más: una filipina y otra de origen africano. Esta última llevaba cinco días allí desde su último juicio, desesperada, lloraba, pidiendo una manta o una chaqueta. Nadie la atendía. El aire acondicionado estaba al mínimo, hacía un frío insoportable. Me tuve que masajear brazos y piernas constantemente para estimular la circulación y no entumecerme.

La celda medía tres por tres metros, con un pequeño cubículo que tenía un inodoro –no había papel higiénico– y un lavabo del que no salía agua. A lo largo de tres paredes había un banco de hormigón de unos cuarenta centímetros de profundidad.

A mediodía, me subieron a la sala de juicio. Me empujaron, insultaron y golpearon mientras me conducían hasta allí. Nada más entrar, varios hombres sentados en los bancos del fondo comenzaron a gritarme: «¡Terrorista! ¡Que te ejecuten! ¡Te queremos muerta!»

Allí estaba el abogado que había venido la noche anterior y la traductora que había visto en la prisión de Ketziot. Sentado junto a mi abogado había un hombre con camisa blanca, aparentemente una figura de poder político o institucional. Mi abogado mantenía la cabeza gacha, visiblemente asustado. Aquel hombre lo intimidaba abiertamente.

Cuando mi abogado intentó acercarse a hablar conmigo, ese hombre se interpuso, impidiéndolo, y me amenazó de muerte directamente. El juicio comenzó. La acusación presentó los cargos, y la traductora no pudo asistirme adecuadamente porque el mismo hombre se lo prohibió. El ambiente era de miedo extremo y presión constante. Cuando fue el turno de mi abogado, el hombre de la camisa blanca se colocó detrás de él, impidiéndole hablar y ejerciendo una intimidación evidente, todo ante la mirada pasiva de la jueza.

El juicio terminó y me devolvieron al mismo calabozo donde estaban las dos mujeres de antes. Pasaron muchas horas. Finalmente, me sacaron de allí y me trasladaron a la prisión de Oaly Kidar, un centro destinado principalmente a hombres palestinos acusados de entrar «irregularmente». Allí había una pequeña celda reservada para mujeres que esperaban ser trasladadas a una prisión femenina. El trato fue extremadamente cruel. Los policías mostraban violencia, desprecio y sadismo. Una vez más me obligaron a desnudarme, ponerme en cuclillas, ser fotografiada y cacheada con brutalidad. Me llevaron a empujones por los pasillos, mientras los guardias gritaban que yo había llegado con la flotilla «para ayudar a Hamás», para que todos los presos escucharan. No me permitieron llamar al cónsul o a los abogados de Adalah.

En la celda había tres literas, todo estaba sucio, las literas estaban oxidadas y había cucarachas e insectos que salían de dentro de las literas. Había una pequeña ventana con barrotes que por fuera tenía una plancha metálica que impedía ver la luz del día. Durante los cinco días que permanecí allí no vi la luz natural ni se me permitió salir al patio. No recibí toalla, ni cepillo, ni pasta de dientes hasta el cuarto día. Desde el día uno de octubre hasta que llegué a España, llevé la misma ropa. No se me proporcionaron mudas limpias en ningún momento. En la celda había dos mujeres israelíes: una estaba detenida por vender marihuana y la otra por robar tarjetas de crédito y falsificar pasaportes.

Miércoles 8 de octubre

Ese día me llamaron muy temprano por la mañana. Me dijeron que tenía juicio a las doce, pero me sacaron de la celda alrededor de las seis y media. Me trasladaron en la misma furgoneta con celdas al juzgado de Beer Sheva. Me metieron otra vez en el calabozo, esta vez sola, hasta que me subieron al juicio.

Antes de subir a la sala de juicio, uno de los policías se me acercó y me amenazó, diciéndome que si hablaba con las cámaras lo pagaría caro. Yo no entendía a qué se refería; no sabía de qué hablaba. Cuando entré en la sala no vi las cámaras. Estaba confundida y asustada, buscando a alguien conocido. Solo reconocí al cónsul, y fue entonces, en voz baja, cuando dije: «Me están amenazando de muerte». Fue la frase que quedó registrada en el vídeo que después se difundió por todas las televisiones del mundo.

Allí estaban, por primera vez, mis abogados de Adalah, no los conocía, era la primera vez que los veía, porque hasta ese momento no me habían permitido comunicarme con ellos. Cuando reconocí que eran de Adalah, le tomé la mano a la abogada y le conté, casi sin poder contenerme, todo lo que estaba viviendo: las amenazas de muerte, el hombre que intimidaba a los abogados, la ausencia de traductora oficial, el primer juicio sin garantías y la negativa a permitirme hablar con ellos o con el cónsul.

Fue la primera vez que tuve un juicio real, con representación legal y un mínimo de garantías. También fue el primer momento en el que pude saber de qué se me acusaba exactamente: según ellos, yo había provocado un altercado en el puerto de Ashdod, me había mostrado agresiva y había creado una situación violenta. También me acusaban de haber atacado a una guardia dentro de la celda y de haberla mordido. Pedí a mis abogados que solicitaran las grabaciones de las cámaras de seguridad, porque sabía que existían y demostrarían lo ocurrido. Ni en el puerto de Ashdod se produjo ningún altercado, ni dentro de la celda ocurrió lo que decían.

El juicio terminó con la decisión de mantenerme detenida unos días más, hasta el viernes, cuando se celebraría una nueva audiencia. El juez ordenó que se presentaran las grabaciones de las cámaras. Mis abogados pidieron que me dejaran en libertad o, al menos, que me trasladaran a la prisión donde estaban las demás mujeres de la flotilla, pero no lo permitieron. Pasé muchas horas en los calabozos del juzgado, hasta bien entrada la tarde.

Hacia las cinco o seis de la tarde me llevaron de vuelta a la cárcel de Oaly Kidar.

Al llegar, repitieron el mismo proceso de humillación. Antes de devolverme a la celda con las otras dos mujeres, me mantuvieron durante varias horas en una jaula metálica que estaba frente a las celdas de los hombres. La jaula era estrechísima, no tendría más de setenta centímetros de profundidad y un metro y medio de largo por dos metros de alto con un banco metálico roto. Me colocaron allí, expuesta a la vista de todos los presos y de los guardias, que al pasar se burlaban, me gritaban, me insultaban y algunos escupían. Algunos decían: «¿Eres la otra Greta? ¿Vienes a ayudar a Hamás?».

Viernes 10 de octubre

De madrugada, hacia las dos de la mañana, vinieron a buscarme. Repitieron todo el protocolo: desnudarme, registrarme, colocarme los grilletes en manos y pies, y me llevaron en la misma furgoneta con celdas hasta la comisaría de Beer Sheva.

Allí me interrogaron de nuevo, esta vez con un inspector distinto, y un traductor por teléfono. El inspector me pidió que relatara otra vez lo sucedido. Cuando terminé, me mostró un vídeo: era la grabación del incidente en la cárcel. Desde el primer momento noté que el vídeo estaba cortado justo en las partes más importantes. Las imágenes omitían la agresión, los golpes, los tirones de pelo, las patadas. Tampoco se mostraba la llegada del pelotón antidisturbios. Todo lo que probaba la agresión había sido eliminado. Solo se veía un círculo de policías rodeándonos, se intuía que nosotras estábamos en el centro en el suelo.

El inspector me pidió que firmara la declaración, pero me negué porque estaba redactada en hebreo. Poco después me llevaron de vuelta a Oaley Kidar No dormí en toda la noche. A las seis y media de la mañana vinieron de nuevo a buscarme para llevarme al juzgado de Beer Sheva, el juicio era a las doce. Antes de subir a la sala, los policías volvieron a advertirme: «No hables a las cámaras.»

Cuando llegué, estaban presentes mis abogados de Adalah y el cónsul. Me informaron que la fiscalía proponía un acuerdo: si me declaraba culpable, quedaría libre de inmediato y no tendría que volver a prisión. La condición era reconocer que había mordido a una funcionaria y pagar una multa de 10.000 shekels. Les dije que no aceptaba. Que no era verdad. Les conté que la noche anterior había visto el vídeo en la comisaría y que no mostraba nada. Les pedí que exigieran que el juez lo viera entero.

Finalmente, tras largas negociaciones, se alcanzó un acuerdo: reconocer un supuesto arañazo, pagar una multa de 4.000 shekels (unos 2.600 euros) y quedar en libertad. Los últimos dos minutos de audiencia se me concedieron para que pudiera relatar con mis propias palabras lo ocurrido durante el incidente, también aproveche y expliqué las condiciones en las que nos mantenían en Ketziot y Oaly Kidar: la falta de higiene, el agua contaminada, las humillaciones, las agresiones y los constantes abusos, todo quedó recogido en el acta judicial, dejando constancia oficial de lo que sucedió.

El juez declaró que quedaba libre, sin ningún registro criminal, y que la multa correspondía únicamente a los días de prisión, no a la presunta agresión. Se acordó que el pago debía hacerse ese mismo día, ya que al siguiente era Sabbath. La Global Sumud Flotilla pagó la multa el mismo viernes.

Con el tiempo he comprendido que aquel juicio no fue realmente por una agresión —porque nunca pudieron demostrarla—, sino por una necesidad políticaDesde el primer momento, cuando Ben Gvir anunció que nos tratarían como terroristas, ya estaba decidida la narrativa: necesitaban un ejemplo, una pieza que mostrar a su electorado para justificar la represión y reforzar su discurso de fuerza.

Mi detención y mi proceso judicial fueron parte de esa escenografía. Ser española también pesó: España fue de los primeros gobiernos de occidente en reconocer oficialmente al Estado palestino y en impulsar sanciones contra el gobierno israelí. Convertirme en un caso visible servía, en parte, para enviar un mensaje político de castigo y advertencia.

Tras el juicio me devolvieron a Oaly Kidar. Allí me volvieron a meter en la jaula del pasillo, enfrente de las celdas de los hombres. Cada vez que pasaba un guardia me insultaba y denigraba. Ya entrada la noche, me llevaron a una furgoneta policial y me metieron en una jaula pequeña entre el conductor y la parte trasera. Detrás iban cuatro policías jóvenes (dos mujeres y dos hombres). Pusieron la música a tope. Yo me encontraba mal. Tras dos horas y media llegamos a Tel Aviv, cerca del aeropuerto, a un edificio de inmigración. Casi no me tenía en pie, llevaba puestos los grilletes estilo Guantánamo durante todo el día y no había bebido ni una gota de agua en 24 horas. Subimos a una oficina y un señor, que dijo ser el jefe de inmigración, no me dejó llamar ni al abogado ni al cónsul. Me preguntó qué llevábamos en los barcos; contesté que medicinas, comida y comida para bebés. Él dijo que no era verdad. Me acusó de ser de Hamás y amenazó con dejarme hasta dos meses en la cárcel por «entrada ilegal».Me llevaron a otra cárcel. Se reían de mí, me gritaban, me hicieron desnudarme, me cachearon otra vez, me tiraron del pelo y me pellizcaron. Finalmente me vio un enfermero: la tensión estaba altísima (150 la baja y 197 la alta). Me llevaron a una celda, allí estaban seis mujeres de la segunda flotilla. Sabían que quedaba una española de la flotilla anterior y estaban dispuestas a quedarse hasta que me soltaran.

Sábado día 11

Ese sábado lo pasamos entero dentro de la celda. No nos dejaron salir ni un momento al patio. Yo seguía en huelga de hambre, muy debilitada y con la tensión alta. Las compañeras empezaron a llamar a la puerta para pedir salir; aparecieron varios guardias, como un pelotón, entraron gritando y empujaron a una de mis compañeras. Pusieron bridas a todas (manos a la espalda) con muchísima fuerza. A mí no me las pusieron porque me vieron tirada en el suelo, casi sin energía. Estuvieron horas con las bridas. Yo me levanté como pude y les masajeaba las muñecas para aliviar la presión. Toqué la puerta varias veces pidiendo ayuda porque una se desvanecía, no hicieron ni caso.

Domingo día 12

Por la mañana nos despertaron: nos íbamos. Nos devolvieron los pasaportes, nos metieron en autobuses y nos llevaron a la frontera con Jordania. Cambiamos de autobús: ¡¡por fin libres y fuera de Israhell!! El trayecto duró unos 20 minutos. Nos llevaron a un edificio cerca de la frontera, donde ya estaban cónsules y representantes de distintos países.

La cónsul española junto a tres funcionarios estaba allí. Nos trataron con mucha humanidad y cariño. Éramos cuatro de la segunda flotilla, y yo. Me vio un enfermero: tensión muy alta y azúcar muy bajo. Nos llevaron a comer y descansar y nos dejaron sus teléfonos para que pudiéramos llamar a nuestros familiares. Más tarde nos trasladaron a Ammán, por la noche tomamos el vuelo de regreso a España. El lunes día 13 de octubre aterrizamos en Madrid.

Este relato no es solo un relato de lo vivido, sino también un agradecimiento profundo a la Global Sumud Flotilla por haber hecho posible una acción que recordó al mundo que la solidaridad internacional es un acto de resistencia y que la libertad de Palestina es una causa de toda la humanidad. Haber formado parte de la Global Sumud Flotilla ha sido un honor y una experiencia que me acompañará siempre.

Me siento profundamente agradecida por haber compartido este viaje con tantas compañeras y compañeros comprometidos con la justicia y la dignidad del pueblo palestino.

También con los miles, quizá millones de personas en todo el mundo que se movilizaron tras nuestra detención: familiares, amistades, colectivos y voces anónimas que pusieron presión, exigieron nuestra liberación y no dejaron que el silencio nos cubriera. Agradezco igualmente a las compañeras y compañeros de la flotilla, que tras regresar siguieron presionando para que me liberaran y me esperaron para regresar juntas a casa. En todas ellas y ellos reconozco la fuerza de la solidaridad que atraviesa fronteras y mantiene viva la esperanza de una Palestina Libre.

Palma de Mallorca 25 de octubre de 2025

Fuente: EspaiMARX

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