viernes, 6 de mayo de 2022

¿Es la de Ucrania una guerra por delegación de Estados Unidos contra Rusia?

 

¿Es la de Ucrania una guerra por delegación de Estados Unidos contra Rusia?

 

Por Jacob G. Hornberger 

Rebelion / España

| 05/05/2022 | Mundo

 

Fuentes: Counterpunch



Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

A primera vista, parece que Rusia está en guerra con Ucrania. Pero el presidente ruso, Vladimir Putin, dice que en realidad es Estados Unidos el que está en guerra contra Rusia y que simplemente está delegando en Ucrania para llevar a cabo esa guerra. Por tanto, lo que Putin quiere decir es que, si que Estados Unidos está en guerra contra Rusia, la posibilidad de una guerra nuclear sigue aumentando con cada día que pasa.

Esto plantea una pregunta importante para el pueblo estadounidense, una que la prensa generalista de Estados Unidos se resiste a realizar: ¿Es cierta la acusación de Putin? ¿Están los funcionarios estadounidenses utilizando a Ucrania para debilitar o incluso destruir a Rusia sin participar directamente en una guerra contra este país?

Ciertamente, no sería la primera vez que las instituciones de seguridad nacional de Estados Unidos utilizara un ejército delegado para intentar disfrazar su papel en una guerra contra un régimen extranjero. Recordemos el uso por parte de las autoridades de EE.UU. de un ejército externo para atacar e invadir Cuba. Para disfrazar el hecho de que era Estados Unidos el que estaba librando una guerra de agresión contra Cuba, las autoridades estadounidenses utilizaron un ejército formado por exiliados cubanos para llevar a cabo la invasión.

Aunque dicho ejército había sido entrenado y armado por los organismos de seguridad nacional de Estados Unidos, los funcionarios estadounidenses podían negar que su país estuviera en guerra contra Cuba, a pesar de que ese era el caso. Esa es la función de un ejército delegado.

Si situamos la guerra de Ucrania dentro de un contexto histórico más amplio, hay pruebas considerables de que la acusación de Putin es válida y que las autoridades de EE.UU. están haciendo con Ucrania lo mismo que hicieron con su ejército delegado en la Bahía de Cochinos.

A lo largo de la Guerra Fría, la administración estadounidense se dejó llevar por una animadversión extrema contra Rusia, contra los soviéticos, contra los comunistas y contra Cuba, una animadversión que en realidad nunca desapareció y se ha ido trasmitiendo a cada generación sucesiva de generales del Pentágono y funcionarios de la CIA.

Esa es la razón por la que Estados Unidos mantiene su brutal embargo económico contra Cuba, que no pretende sino el empobrecimiento y la muerte del pueblo cubano, con el fin de promover el cambio de régimen en la isla.

No tenía por qué ser así. Después de la revolución cubana, la administración estadounidense podría haber dejado a Cuba en paz y no haber impuesto un embargo económico a la isla. Podrían haber dejado que los estadounidenses siguieran viajando a Cuba y comerciando con el pueblo cubano.

Además, la administración de EE.UU. podría haber levantado el embargo cuando se produjo el ostensible final de la Guerra Fría. A fin de cuentas, ¿por qué continuar con él si la Guerra Fría supuestamente había terminado? La razón era que la extrema animadversión anticubana y anticomunista era tan poderosa dentro del establishment de seguridad nacional de Estados Unidos que sus funcionarios sentían el impulso irrefrenable de seguir tratando de destruir a Cuba.

No ha sido diferente con Rusia, que era el principal miembro de la Unión Soviética. Tras derrotar a la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, a los estadounidenses se les dijo que, lamentablemente, no podían relajarse. Les informaron de que Estados Unidos se enfrentaba ahora a un nuevo enemigo oficial, posiblemente más peligroso que la Alemania nazi. Ese nuevo enemigo era doble: el comunismo ateo y la Unión Soviética. Se decía que una conspiración comunista internacional con sede en Moscú pretendía apoderarse del mundo. A menos que Estados Unidos actuara para detener esta conspiración, dicho país y el resto del mundo terminarían volviéndose Rojos.

Así es como el gobierno federal pasó a convertirse en un Estado de seguridad nacional, representado por el Pentágono, el vasto complejo militar-industrial, un imperio de bases militares nacionales y extranjeras, la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional, la NSA, todo lo cual era nuevo para el estilo de vida estadounidense. También así es como aplicamos la cada vez mayor generosidad de los contribuyentes al pago del establecimiento de la seguridad nacional y su ejército cada vez mayor de contratistas de «defensa». También es la razón por la que ahora vivimos bajo un gobierno con poderes omnipotentes, no revisables, del lado oscuro, de tipo comunista-totalitario, como son el asesinato patrocinado por el Estado, el secuestro, la tortura, la detención indefinida, la vigilancia secreta masiva, los golpes de Estado, las operaciones de cambio de régimen, las sanciones, los embargos y las alianzas con regímenes dictatoriales extremos.

También es así como conseguimos la OTAN, una alianza militar burocrática cuyo propósito ostensible era proteger a Europa Occidental de un ataque de la Unión Soviética.

No importaba que los soviéticos nunca tuvieran la intención de iniciar una guerra contra Europa Occidental, lo que inevitablemente habría implicado a Estados Unidos, una nación con armas nucleares que había mostrado su disposición a emplearlas contra ciudades con población civil. No importaba que la Unión Soviética hubiera sufrido una devastación casi total en la Segunda Guerra Mundial, dejándola sin base industrial para librar otra gran guerra. Y no importaba que la Unión Soviética hubiera sido socia y aliada de Estados Unidos durante esa misma  guerra.

Todo eso no importaba. Lo que importaba era la extrema animadversión antirrusa, anticomunista y antisoviética que ahora movía al gobierno de Estados Unidos. Cualquiera que no se sumara a esta animadversión era considerado una grave amenaza para la seguridad nacional.

Como detallo en mi nuevo libro An Encounter with Evil: The Abraham Zapruder Story, hubo un hombre que se desvinculó de esta animadversión extrema contra Rusia, el comunismo, la Unión Soviética y Cuba. Ese hombre fue el presidente John F. Kennedy, que decidió poner fin a ello y llevar a Estados Unidos en una dirección diferente, que estableciera una relación pacífica y amistosa con Rusia, la Unión Soviética, Cuba y el resto del mundo comunista.

No hace falta decir que esa visión totalmente diferente de Kennedy para Estados Unidos no sentó bien al establishment de seguridad nacional. Después de su asesinato, Estados Unidos volvió a la senda de una animadversión extrema contra Rusia, los soviéticos y los comunistas, contra Cuba y contra Vietnam del Norte.

Cuando la Unión Soviética se retiró inesperadamente de Alemania Oriental y Europa Oriental, y se desmanteló en 1991, todos pensaron que era el fin de la Guerra Fría. En ese momento, lo lógico habría sido desmantelar la OTAN, dado que su misión manifiesta había perdido relevancia.

Pero lo que casi nadie pudo entonces prever era que la extrema obsesión antirrusa, antisoviética y anticomunista que había impulsado al Pentágono, la CIA y la NSA durante 45 años no iba a desaparecer de repente. Sino que, por el contrario, continuaría siendo una fuerza motriz para las autoridades de la seguridad nacional.

Ello quedó claramente de manifiesto con la continuación del brutal embargo económico contra el pueblo cubano. Pero también por la decisión de mantener la existencia de la OTAN e, incluso peor, de comenzar a utilizarla para absorber a los antiguos miembros de la Unión Soviética, lo que permitiría al Pentágono instalar sus misiles nucleares cada vez más cerca de la frontera rusa.

Durante los últimos 25 años, las autoridades rusas se han opuesto a esta expansión de la OTAN, al igual que las autoridades estadounidenses se opusieron cuando la Unión Soviética instaló misiles nucleares en Cuba en 1962. La administración estadounidense ignoró esas objeciones de forma consciente, deliberada e intencionada. Hizo exactamente lo contrario: continuó absorbiendo países de Europa del Este para acercar cada vez más sus misiles nucleares a la frontera con Rusia.

A pesar de las declaraciones públicas, la guerra entre Rusia y Ucrania no tiene nada que ver con la libertad, sino con el deseo de Estados Unidos de integrar Ucrania en la OTAN, un viejo dinosaurio de la Guerra Fría que podría -y debería- haber desaparecido cuando la Unión Soviética se desmanteló voluntariamente.

Desde la invasión rusa de Ucrania, los funcionarios estadounidenses, desde el presidente Biden hacia abajo, han cometido varios deslices freudianos en relación con el conflicto, como afirmar que su objetivo era destituir a Putin del poder, juzgarlo como criminal de guerra, debilitar y degradar al ejército ruso, especialmente matando a un gran número de tropas rusas, destruir la economía rusa y empobrecer al pueblo ruso con un conjunto extremo de sanciones económicas.

Vale la pena señalar, por supuesto, que la crisis de Ucrania ha hecho que las invasiones del Pentágono y la CIA y las guerras de agresión contra Afganistán e Irak caigan en un agujero negro de la memoria para la prensa generalista de Estados Unidos, al mismo tiempo que contribuye a seguir inundando las arcas de los organismos de seguridad nacional con dinero de los contribuyentes.

Todo esto pone claramente de manifiesto que la extrema animadversión antirrusa, antisoviética, anticomunista y anticubana que promovió el establecimiento de los organismos de seguridad nacional de Estados Unidos durante la Guerra Fría nunca desapareció. Está claro que sigue impulsando a la actual generación de generales y funcionarios de la CIA, como vemos no sólo con Cuba sino también con Rusia.

Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos surge de manera natural: ¿Está Putin en lo cierto? ¿Están el Pentágono y la CIA haciendo lo mismo que hicieron en 1962 contra Cuba? ¿Les mueve su extrema animadversión a Rusia a librar una guerra contra ese país mediante el uso de un ejército delegado, entrenado y armado por Estados Unidos? ¿Y están los estadounidenses dispuestos a aceptar las consecuencias altamente peligrosas de tal decisión de política exterior?

Fuente: https://www.counterpunch.org/2022/05/03/is-ukraine-a-us-proxy-war-against-russia/

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Una revolución anticapitalista

 

Tal día como hoy en 1758 nacía uno de los líderes más prominentes de la Revolución Francesa: Maximilien Robespierre, apodado el incorruptible. Para él la revolución política era poca cosa si no tenía la finalidad de una revolución social.


Una revolución anticapitalista

 

Florence Gauthier

El Viejo Topo

6 mayo, 2022 

 


La obra de Florence Gauthier constituye una aportación decisiva a los debates y a la renovación de la historiografía de la Revolución, y paralelamente, a la renovación de un republicanismo democrático y social. Su antología de Robespierre (editada en España por El Viejo Topo con el título Por la felicidad y la libertad, con traducción de Joan Tafalla) es notable porque, al contrario de otras antologías, Gauthier destaca en la misma el pensamiento social del Incorruptible, así como aquellos elementos que le muestran como expresión del movimiento social y no ajeno e incluso divergente del mismo como ha querido algún historiador del siglo XX.

 

Robespierre es el único gran hombre de la Revolución que no cuenta con ningún nombre de calle en París. Después de la Ocupación, con el gobierno surgido de la resistencia hubo una tentativa que no fructificó, y así hasta ahora. ¿Cuál es la razón de este hecho?

¿El único? En todo caso, Robespierre comparte el “privilegio” de la exclusión con Jean-Paul Marat, pero también con muchos otros de los que desempeñaron un papel central, por ejemplo en la revolución colonial y en la abolición de la esclavitud. Pienso en Julien Raimond, animador de la Sociedad de los Ciudadanos de color, Vincent Ogé, pero también con Étienne Polverel o Léger-Félicité Sonthonax, que fueron comisarios civiles de Santo Domingo e impulsaron con todas sus fuerzas físicas y morales la abolición de la esclavitud en la isla en 1793. Y esto sólo en una rápida aproximación. ¿Por qué Robespierre parece tan “repugnante”? Es una historia larga, que iremos abordando seguramente a lo largo de esta entrevista.

 

Desde 9 thermidor del año II[1], son más de doscientos años de campaña difamatoria. Montañas de infamia se amontonan al lado de numerosas biografías tendenciosas. Robespierre continúa siendo el “maldito”. ¿Qué hizo Robespierre para merecer tantas calumnias?

—De forma sintética, podemos decir que fue porque tomó la defensa de la “causa del pueblo”, como él mismo la llamaba, pero también de la “causa de los pueblos” y de sus derechos, y, en resumidas cuentas, “la causa de la humanidad” contra las diferentes formas de opresión colonialista que se imponían en su época. Para atenerme a la “causa del pueblo”, Robespierre, como diputado en los Estados Generales entre marzo y junio de 1789, luego en la Asamblea constituyente entre junio de 1789 a 1791 y en la Convención, entre septiembre de 1792 y 9 termidor el año II, defendió los derechos del pueblo. Uso pueblo en el doble sentido del término. En primer lugar en el sentido de “pueblo constituido” por la práctica del ejercicio de los derechos del ciudadano, eligiendo a sus representantes y participando en la elaboración de las leyes. Él intervino para defender los derechos de todos los excluidos, como los Comediantes, los Judíos y los Protestantes a quienes la Iglesia católica excluía de la vida de los “cristianos buenos”, pero también de los “libres de color”, que los colonos que se decían “blancos” excluían de los derechos de ciudadano en las colonias, así como de los esclavos privados de todos los derechos civiles y políticos.

También defendió al pueblo en el sentido de la “gente menuda”[2], para que sus derechos y su dignidad de seres humanos fueran tan respetados como los de las capas superiores de la sociedad. Defendió el proyecto de una democracia fundada sobre el ejercicio efectivo de la soberanía popular y fue uno de sus principales promotores.  ¡En una sociedad donde dominaban la “nobleza de la sangre” y la del dinero, tomar partido por el pueblo, a quien la “la gente de pro”[3] trataba ordinariamente con palabras tan insultantes como “canalla” o “populacho”, era no sólo valiente, sino todo un programa político!

 

En tu obra historiográfica, rechazaste la concepción “clásica” de la Revolución francesa como una “revolución burguesa con apoyo popular”, para proponer el concepto la “Revolución de los derechos del hombre y del ciudadano”. Explícanos por qué adoptaste este concepto y sus consecuencias tanto para el conocimiento de la Revolución francesa, como para las actuales lecturas políticas de la misma.

—¿Clásica? Verdaderamente, no lo es. Más bien se trata de la interpretación “marxista”, que no “marxiana”, de las Revoluciones de la época “moderna” (siglos XVIXVIII). Es una cuestión esencial y, por tanto, complicada. Trataré de presentarla a grandes trazos. A finales del siglo XIX e inicios del XX, los promotores de la noción de la “revolución proletaria” acabaron por cambiar el sentido de la Revolución francesa, que hasta entonces aparecía como una tentativa de realización de una República popular, democrática y social, portadora de las mayores esperanzas de  los pueblos en todos los continentes.

En Francia, fue Jaurès quien, en 1904, afirmó con fuerza esta nueva tesis en su Historia socialista de la Revolución francesa. ¡Los Montagnards[4], que hasta entonces habían sido percibidos como los defensores de la causa del pueblo y tachados de “anarquistas”, de repente se vieron transformados en “pequeño-burgueses” de nariz empolvada y de mentalidad estrecha! De nuevo, Robespierre fue el primero pagar los platos rotos. Con esta operación, la “revolución burguesa” se convertía en un paso obligatorio de la historia del “progreso” y el capitalismo se transformaba en el instrumento de este “progreso”. ¡Para Jaurès, el héroe de la Revolución ya no estaba al lado del pueblo, sino al lado del “capitalismo” y Barnave se transformó, por necesidades del guión, en una prefiguración del propio Marx! ¡Hay que leer las páginas asombrosas en qué Jaurès compara a Barnave con Marx en el tema del carácter progresista atribuido al capitalismo y de un materialismo que les sería común! Estas dos afirmaciones merecerían ser revisadas en modo crítico. Será bien difícil encontrar lo que Marx podía tener en común con un “liberal económico” y con un defensor del colonialismo esclavista y segregacionista. Pero aquí nos encontramos ante un nuevo capítulo de esas historias enmarañadas …

 

Si te parece… podemos empezar a hablar del joven abogado de provincias. En Arrás, pequeña ciudad del norte de Francia, el joven Robespierre adopta la causa de los pobres, la causa del pueblo…

—Robespierre había obtenido una beca para estudiar en París. Regresó a Arras, donde ejerció como abogado, en 1781, con 23 años. Sus alegatos muestran enseguida su interés por la justicia. Defendió a los débiles de todos los medios sociales y adquirió un conocimiento concreto de las miserias individuales y sociales. Dejó penetrantes descripciones de las condiciones espantosas de detención, por ejemplo. Pero mostró toda su talla en el proceso que transcurre entre la convocatoria de los Estados generales en 1788, hasta su elección como diputado del tercer estado de Arras en abril de 1789. Para él fue un auténtico descubrimiento conocer los abusos de poder cometidos por una pequeña camarilla que controlaba el poder local en los Estados de Artois. Estos Estados eran una institución antigua, en la cual cada uno de los tres órdenes: clero, nobleza, tercer-estado, estaba representado por cargos electos. Gracias a recientes reformas reales (que fechaban de 1771), el obispo de Arras y el gobernador habían sustituido las elecciones por un nombramiento. El resultado fue que una pequeña camarilla formada por algu nos nobles y miembros del muy alto clero eliminaron a los electos del tercer estado.

Sólidamente instalado en el poder local, este pequeño grupo pretendía que las elecciones para los Estados generales se hicieran de la misma manera. Esto provocó la cólera del pueblo y de todos los excluidos. Robespierre redactó varios textos en defensa de las instituciones electivas y del principio de soberanía popular. Esta batalla coincidía con la de diversas provincias que conocían la misma suerte y el rey se vio obligado a legislar: él mismo puso fin a estos Estados provinciales que se habían transformado en el instrumento de una tiranía local insoportable y abrió el derecho de voto, para el tercer estado, a todos los cabezas de familia de más de 25 años. En este proceso, Robespierre encontró al pueblo en lucha, con sus prácticas de democracia rural y municipal, abiertas a ambos sexos en el campo. Animó las reuniones del tercer estado de Arras, participó en la redacción del cuaderno de quejas de la provincia y fue elegido uno de sus ocho diputados. Por otro lado, el cuerpo de los zapateros remendones le pidió ayuda para redactar su cuaderno de quejas. ¡Fue en este ambiente donde Robespierre se inició en las prácticas de la democracia y en su renacer!

 

Durante la Asamblea Constituyente, la burguesía traicionó en diversas ocasiones la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano votada el 26 de agosto de 1789. Robespierre adoptó, en cambio, otra actitud. La lista de hechos es larga: la lucha por el sufragio universal y contra el derecho de voto censatario, la lucha por el derecho de todos los ciudadanos a formar parte de la guardia nacional, la oposición del Incorruptible a la ley marcial que se aplicaba contra los motines populares producidos la carestía de la vida, su lucha contra la esclavitud, su lucha contra la pena de muerte…

—Sí, la Declaración de los derechos de hombre y del ciudadano merece un instante de atención. Pero antes, precisemos que el término “burguesía” es inadecuado para designar a la mayoría de la Asamblea Constituyente. No olvidemos que esta asamblea de los Estados generales, transformada en junio de 1789, en Asamblea constituyente, estaba formada por numerosos señores, nobles o plebeyos, algunos cultivadores acomodados y por una miríada de profesiones liberales. Es mejor hablar de “clase de los poseedores”, en la que se mezclaban señores feudales y poseedores,  del  capitalismo de esta época (negociantes, plantadores de las colonias, grandes granjeros). ¡Esto es más preciso!

La Declaración de los derechos de hombre y del ciudadano sintetiza la teoría de la revolución del período moderno, desde el siglo XVI. No fue solamente un texto circunstancial, sino una nueva tentativa para hacer reconocer, a escala de toda una sociedad, principios de derecho de las personas, los pueblos y de la humanidad que debían ser respetados por los poderes públicos. ¡Habían habido unas tentativas anteriores, en Inglaterra en el siglo XVII, con dos revoluciones sucesivas, luego en Holanda, que desarrolló una guerra de independencia contra un ocupante extranjero, que duró cerca de un siglo! En 1788, una revolución en las “provincias belgas”, que intentaban seguir las huellas de Holanda, había precedido, en Europa, a la Revolución francesa. De hecho, un ciclo inmenso de revoluciones había comenzado ya a sacudir el dominio colonial europeo en América, luego había alcanzado Europa, para volver de nuevo a América a principios del siglo XIX.

El voto de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fue uno de los primeros actos de la Revolución en Francia. Cuando los Estados generales se reunieron en mayo de 1789, la imprudencia del Rey le hizo creer que podría reprimir este “barullo”, pero esa actitud tuvo consecuencias inversas, y los diputados tuvieron el coraje de arrebatarle la soberanía al Rey para reconocérsela al pueblo que acababa de elegirles. Este fue el sentido del Juramento del Jeu de Paume, el 20 de junio de 1789. En ese momento, los campesinos, que no veían mejorar su suerte, pasaron a la acción en julio siguiente y formularon claramente su voluntad de suprimir el régimen feudal y de repartir el dominio señorial en dos partes, quedando una mitad para los señores y la otra mitad para los campesinos, que verían por fin sus tierras libres de toda renta.

Este gran levantamiento campesino, llamado Gran Miedo, obligó la Asamblea a legislar. Ésta reconoció el principio de la supresión completa del régimen feudal, en el contrato social en Francia, y el de la declaración de los derechos de hombre y del ciudadano, como principios de carácter constituyente. En cuanto al régimen feudal, la Asamblea aceptó ese enunciado radical, rechazando posteriormente las medidas concretas. En cambio, la Declaración de los derechos fue votada el 26 de agosto de 1789.

 

La “clase de los poseedores” acogió las movilizaciones populares contra la escasez con la ley marcial. Robespierre, apoyando al pueblo, se opuso a esta medida. ¿No hay que establecer el relato verdadero de cómo y por qué la ley marcial surgió y contra quién fue utilizada?

—En efecto, la ley marcial era una creación reciente de los “economistas” quienes, como Turgot,  intentaron cambiar el comercio controlado de granos y transformarlo en un capitalismo comercial de nuevo género. Hasta los años 1760-80, el mercado de las subsistencias se hacía bajo el control del poder municipal de las ciudades y las villas, para velar por el abastecimiento de los mercados e impedir especulaciones alcistas de los precios de los granos. Estas alzas de los precios eran verdaderamente asesinas –la palabra no es exagerada– para los salarios bajos. Diversos estudios han mostrado que la parte de los salarios bajos reservada para la alimentación oscilaba entre el 50 y 75 %. Lo que significa que la menor subida de los precios provocaba una “escasez facticia” en el sentido de que los pobres se veían forzados a emplear todo su salario en alimentarse, y si la subida sobrepasaba este umbral, no tenían nada que comer.

Economistas, como los fisiócratas en los años 1760, después los Turgotinos en 1775, pensaron que la subida de los precios de los granos era una buena cosa porque permitiría enriquecer a los productores y a los vendedores de granos y, por consiguiente, al fisco. ¡Tenían razón sin duda, pero en detrimento de los salarios bajos! La libertad del comercio de los granos era el nombre “científico” dado a una operación de especulación alcista de los precios de los granos y de las harinas que eran la base de la alimentación del pueblo. Se efectuaron dos experimentos sucesivos y se provocaron “motines de subsistencia”  espectaculares.

¡Por dos veces consecutivas el Rey intentó imponer la libertad de comercio de los granos, y por dos veces, analizando los efectos muy negativos de estas “emociones populares”, había renunciado y prefirió proteger a sus súbditos!

El partido de los economistas, porque verdaderamente se organizó en partido, pensó que la Revolución era el momento propicio para volver a probarlo. Esta vez había que imponer la reforma por la fuerza. Turgot ya había pensado establecer la “ley marcial”: su objetivo era impedir a los poderes municipales “tasar” el precio de los granos en los mercados, o si se prefiere, imponer manu militari la subida de los precios que volvía a absorber los salarios y las rentas fijas, con riesgo de provocar escaseces facticias, enfermedades y crisis de mortalidad en las capas más pobres… Había nacido el arma alimentaria. El discurso de los economistas enmascaraba la cosa tras una argumentación impecable, salpicada por conceptos tan nuevos como bellos. Por ejemplo: “la libertad del comercio va a vivificarlo todo, la agricultura será floreciente, la economía crecerá, la felicidad está en el consumo sin freno, los gritos del pueblo son los gritos de ignorantes que no comprenden nada de economía, etc… Y para no oír más el grito del pueblo, los economistas apelaron a la “ley marcial”.

Podemos añadir que los economistas eran unos “creyentes”: para ellos, en efecto, la economía tenía leyes que ellos consideraban que eran de naturaleza “divina”, un poco a la manera de las leyes de Newton. ¿La economía era una ciencia de la naturaleza, o una actividad humana? La cuestión se planteó de este modo en aquella época. Lo cierto es que, el 29 de agosto de 1789, la Asamblea constituyente votaba el principio de la “libertad ilimitada del comercio de los granos”. Luego, el 21 de octubre, la “ley marcial” que se refería expresamente a toda tentativa de oponerse a eso. Una nueva idea había germinado en los cerebros fértiles de los economistas: ¡para evitar los disturbios en los mercados, el precio del pan fabricado en las panaderías sería subvencionado por las municipalidades… la especulación alcista de los precios de los granos podía desplegarse, financiada por los impuestos locales!

 

El público español suele ignorar que la asamblea constituyente constitucionalizó la esclavitud, en un contraste agudo con la Declaración de 1789, que proclamaba la igualdad de los hombres. Se ignora aún más que Robespierre fue el jefe de la pequeña minoría de diputados que defendió en esta ocasión la abolición de la esclavitud.

—El problema colonial es en efecto, en el contexto de la historiografía sobre la revolución francesa, un frente de investigación totalmente nuevo. Es difícil entender por qué la historiografía de la Revolución francesa tardó tanto en interesarse en ese tema.

Esta cuestión verdaderamente sólo salió a la luz de los estudios después de 1989. Incluso hubo ocultación de este sujeto. He aquí un ejemplo. El Rey de Francia era, desde finales del siglo XVII poseedor de colonias en América, entre las que estaban las “islas de azúcar”, donde la mano de obra estaba formada por cautivos africanos esclavizados en las plantaciones. La parte francesa de Santo Domingo se transformó en el primer productor de azúcar del mundo de la época y los beneficios, de naturaleza especulativa, eran verdaderamente prodigiosos. Los grandes plantadores azucareros eran allegados del Rey, quien les distribuía las tierras y los privilegios.

En la segunda mitad del siglo XVIII, los nuevos colonos procuraron hacer fortuna en Santo Domingo, pero las tierras azucareras eran cada vez más raras. Sabiendo que la capa superior de los colonos franceses era mestiza, porque se habían casado en matrimonios legítimos con las mujeres africanas, estos recién llegados intentaron introducir la discriminación racial en la legislación colonial, esperando que las víctimas serían forzadas a abandonar sus bienes.

Conocíamos estas prácticas de exclusión y sus resultados, similares a las practicadas en la época de las guerras de religión, donde los bienes de los católicos fueron confiscados en los países protestantes y viceversa. Sin embargo, el Rey negó esta política de división de la clase de los colonos, por la excelente razón de que en el Reino, la indiferencia del color era entonces la norma y que una gran parte de la nobleza era mestiza desde hacía varias generaciones.

Se formó un “partido colonial segregacionista” que quiso romper con el Rey y hasta procuró ponerse al servicio de otra potencia colonial protectora. Este “partido segregacionista” sacó provecho de la Revolución para introducir a sus diputados en la Asamblea, pero lamentó que se votara la DDHC. En efecto, el artículo primero afirmaba: “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos” ¡El partido colonial denunció esta Declaración peligrosa y hasta la presentó como “el Terror” de los colonos, esta palabra está en sus propios textos! Muy inquietos con el giro de los acontecimientos, estos colonos pusieron en marcha una campaña a favor de la conservación de la esclavitud en las colonias y recibieron el apoyo del gran comercio de los puertos atlánticos y, conjuntamente, hicieron presión sobre los diputados corruptibles. Así es como el partido colonial consiguió imponerse a la Asamblea que votó, por mayoría, la constitucionalización de la esclavitud en las colonias el 13 de mayo de 1791 y la discriminación racial el 24 de septiembre.

¡Pues bien, este decreto del 13 de mayo que constitucionaliza la esclavitud en las colonias fue “ocultado” desde 1898! ¿Por qué? Probablemente porque la historiografía “funcionaria” quería rehabilitar el período de la Constituyente, al precio de algunas manipulaciones de la historia, y esta ocultación todavía dura … También pienso que es muy interesante comprender que la izquierda de la Revolución se formó a partir de este problema colonial. En 1789-91, el lado izquierdo era, en la Asamblea, muy pequeño: lo dirigían tres diputados, Gregoire, Pétion y Robespierre, quienes descubrieron la realidad colonial a partir de la Sociedad de los Ciudadanos de color, que desarrollaba su lucha en el mismo París. Juntos, construyeron un proyecto revolucionario que pasaba por la destrucción de la sociedad colonial, esclavista y segregacionista, proponiendo una sociedad de “igualdad de epidermis” –el término es notable–, de introducción de los derechos universales del hombre y del ciudadano y de redistribución de las tierras. Este proyecto tomó cuerpo con la independencia de la república de Haití en 1804.

 

¿En qué concepción filosófica se basaban Robespierre y el “coté gauche”, cuando afirmaban que la Declaración de los derechos del hombre era universal?

—La filosofía de la Revolución era la del derecho natural moderno, que aún es muy desconocida. Es lamentable, porque esta filosofía interesa a toda la humanidad. ¿Sabe que esa filosofía tuvo uno de sus puntos de partida en España? De hecho, se desarrolló en el “mundo” entero de la época, es decir, en Europa y en su Imperio colonial, que comenzó en América, desde el principio del siglo XVI.

Esta filosofía del derecho natural era una respuesta a los crí menes cometidos por los conquistadores de América: conquistas, pillajes, destrucción de las sociedades “indias”, esclavización primero de los “indios”, luego de los cautivos africanos… Fue el rechazo a estos crímenes contra “la humanidad” lo que parió la formidable idea de los derechos de los seres humanos. Esto suponía redefinir la propia humanidad y eso es lo que hicieron las universidades de Salamanca y de Coimbra: la humanidad es una y no está dividida en amos y esclavos, ni en dominantes y dominados, nace libre, y cada individuo del género humano tiene derechos que los poderes públicos deben defender.

Esta filosofía política de los derechos de cada ser humano se acompañó con una defensa de los derechos de los pueblos a su territorio y a su soberanía. Vemos desde el principio esta concepción de un derecho natural que es a la vez político y cosmopolítico, que rechaza la conquista y el colonialismo, y esta conciencia es el producto de la abominable historia del “descubrimiento de América”, que Bartolomé de Las Casas llamaba la “destrucción de las Indias”.

En fin, esta filosofía del derecho natural moderno se completó entre los siglos XVI y XVIII, con las experiencias de diversas revoluciones que intentaron hacer reconocer estos derechos naturales del hombre. La Revolución inglesa los completó con los derechos del ciudadano, y Niveladores ingleses inspiraron a John Locke, que propuso una síntesis en su Two Treatises of Government, de 1690. En el siglo XVIII, en Francia, esta filosofía del derecho natural moderno tomó un giro resueltamente laico que se explica por el gran movimiento intelectual que caracterizó la llamada época moderna que, durante tres siglos, emprendió la obra inmensa de separar la teología de otras facultades “humanas”. Ahora bien, en Francia, esta separación había conocido un giro radical desde que Francisco I se alió con el Imperio otomano para conservar su Reino frente a los apetitos conjuntos de los Habsburgo y del Papa, y fundó la primera universidad laica, el Collège Royal, en París. En el siglo XVIII, la filosofía era la piedra de toque del saber, el punto de reunión de las demás facultades humanas.

Quiero recordar que los tres primeros artículos de la Declaración de los derechos de hombre y del ciudadano de 1789, expresan netamente la definición de los derechos del hombre de la Escuela de Salamanca y la aportación de los Niveladores ingleses:“1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos… 2. El fin de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre… 3. El principio de toda soberanía reside esencialmente  en la nación”[5].

¡Durante la Revolución francesa, la divergencia izquierda– derecha se produjo sobre la cuestión central de la Declaración de los derechos de hombre y del ciudadano, cuando al día siguiente del gran levantamiento campesino de julio de 1789, los propietarios de señorío comprendieron que la Revolución también interesaba a los campesinos! La divergencia se produjo pues en estos principios declarados. Por un lado la izquierda se empeñaba en defenderlos y en ponerlos en práctica, y por otro, la derecha se desembaraza de ellos tan pronto puede. Es preciso entender que en aquellos momentos, la Declaración de los derechos naturales apareció como “el Terror” para los poseedores. En septiembre de 1789, Rivarol, periodista monárquico, denunciaba lo que veía como un peligro en la Declaración de los derechos: “con la Declaración de los derechos en la mano, los negros en nuestras colonias y los domésticos en nuestras casas pueden echarnos de nuestras propiedades”.

 

Siguiendo la estela de Rousseau y de Montesquieu, la Montaña defendía el derecho humano a la existencia como un derecho básico e inalienable. Para hacer realidad este derecho, era preciso limitar el derecho de propiedad, como propuso Robespierre, en el debate sobre la Constitución de 1793. Esto supone que existen unos derechos humanos que son prioritarios y otros, que lo son menos. Supone la reciprocidad de los derechos…

—Lo que es prioritario es la reciprocidad del derecho: si tengo un derecho, todos los demás lo tienen también. De entrada, esta prioridad impone justamente “límites” al ejercicio de los derechos y de los poderes. En nuestras sociedades dominadas por una economía de tipo capitalista, los economistas llamados “clásicos” y los “políticos” corrompidos quieren imponer la idea que “la instancia económica” sería “independiente” de todo control social, político o filosófico. En la filosofía del derecho natural moderno, la independencia de una instancia está considerada como despótica y debe ser reintegrada en una política que vendrá imponerle límites.

Es lo que propusieron Robespierre y la Montaña. El “poder económico” había reivindicado su independencia de todo control político, con el fin de “poder” mantener la esclavitud en las colonias, someter los mercados públicos de las subsistencias al “poder” de los negociantes que organizaban un mercado privado (secreto o privatizado justamente) y reclamaba la ley marcial para llevar a cabo las resistencias. Robespierre propuso imponer un control político y moral al “poder económico” para respetar los principios de los derechos de hombre y del ciudadano. Concretamente, esto significa que el poder político hará leyes para forzar el poder económico a respetar los límites decididos.

De esa manera, fueron abolidas la feudalidad y la esclavitud. Los desastres de la “libertad ilimitada” del comercio de las subsistencias fueron combatidos por una legislación que imponía un equilibrio entre salarios, precios y beneficios. Fue la política del “maximum”[6] la que impuso estos límites y esta política fue puesta en práctica por lo que se llamó en la época el “gobierno revolucionario” de la Montaña.

 

Los defensores actuales de la Renta Básica miran a veces hacia Thomas Paine para encontrar una inspiración, pero posiblemente deberían también mirar hacia Robespierre.

—Sí, por supuesto. Pero Paine y Robespierre, o la Montaña, tenían la misma concepción de este derecho a la existencia. La historiografía girondina consiguió apropiarse de Paine mediante un número de prestidigitación que no debería resistir mucho tiempo al análisis. Paine está considerado en Inglaterra como uno de los padres del movimiento obrero, por haber propuesto un notable programa de derechos sociales en su libro Los Derechos del hombre (1791-92). En cambio, en Francia se le confunde con la Gironda, partido “liberal-económico”, colonialista, esclavista, conquistador y responsable del inicio de una guerra de conquista en Europa tan desastrosa como ridícula. Pero cuando Paine fue elegido diputado a la Convención, en Francia, en septiembre de 1792, no hablaba una palabra de francés y fue “cortejado” por algunos diputados o allegados de la Gironda que hablaban inglés. Paine acabó siendo tributario de sus traductores.

Sin embargo, la claridad se impuso –y pienso que también lo hará pronto entre nosotros– cuando el 9 termidor del año II, la caída de la Montaña por un “golpe de Estado parlamentario” mostró la realidad a Paine. El debate sobre la nueva constitución de 1795 abrió los ojos de Paine, que denunció el proyecto de supresión de la declaración de los derechos naturales del hombre y del ciudadano. Tomó partido por este derecho natural y entonces fue atacado por “el ala derecha” que lo comparaba a … ¡Robespierre!

En Inglaterra, fue Malthus quien denunció a Paine, el derecho a la existencia y la filosofía del derecho natural moderno[7].

 

El capitalismo proponía (tanto en el siglo XVIII, como hoy) la libertad total de mercado, y sometía al pueblo a una guerra permanente por las subsistencias. Contra este atropello se levantaban las viejas costumbres, las tradiciones morales y colectivistas que afirmaban que la sociedad tenía la obligación de respetar el derecho a la existencia. Robespierre denominó a esta visión popular “economía política popular”, retomando la visión de Rousseau. ¿Cuáles eran los principios básicos de esta “economía política popular”?

—Economía política popular… la expresión es notable. En Robespierre, esta expresión se contrapone a lo que llama “economía política tiránica”. Ello hace referencia a los numerosos debates que se abrieron en el siglo XVIII ante la ofensiva de los “economistas”, que intentaban apoderarse del sector del comercio de las subsistencias, que habían comprendido que podía ser más jugoso que el de los productos de lujo. Montesquieu ya había abierto una reflexión crítica; luego, cuando se produjeron las experiencias de “libertad ilimitada” del comercio de los granos en 1764 y en 1775, los debates habían proseguido con gran vigor. Rousseau ya había esbozado, de modo tan genial como de costumbre, pero sin profundizarla, esta oposición entre dos tipos de economía política. Mably y otros habían ido mucho más lejos en la crítica de la economía política de esta época y Robespierre formuló la cosa de modo nítido y preciso. La “economía política popular” se basa en impedir que el ejercicio del “poder económico” sea independiente de leyes que le imponen límites. Robespierre pone el énfasis en el papel esencial de la democracia. El papel de los ciudadanos es, en efecto, participar en la elaboración de la ley y controlar su aplicación. Para Robespierre, la “economía política popular” significa que el poder económico debe ser reglamentado por la política y la política es la “propiedad” común del pueblo, de los ciudadanos, que realmente ejercen el poder. Esta cuestión concierne pues al mismo funcionamiento de la democracia.

 

Durante el año II (1793-94), esta economía política popular llegó al gobierno y trató de defender las aspiraciones igualitarias de las masas campesinas y obreras. ¿ Cuáles fueron las medidas sociales que adoptó el “gobierno revolucionario”? ¿Constituían una vía alternativa al desarrollo capitalista?

—¡Naturalmente! La Revolución, en Francia, fue un movimiento profundamente anticapitalista, en todos los planos. Destruyendo realmente el régimen feudal, no solamente frenó un movimiento de concentración de la propiedad de la tierra en las manos de una clase de rentistas, sino que también realizó una reforma agraria redistribuyendo la mitad de las tierras de cultivo, gratuitamente, a los campesinos que las explotaban, ya fuesen ricos o pobres. También reconoció los bienes comunales como propiedad colectiva de los municipios, en Francia aún lo son. En el fondo, la revolución francesa fue realmente una revolución campesina. Además abolió la esclavitud en las colonias y ayudó a la crítica radical del colonialismo: cuando la Declaración de los derechos de hombre y del ciudadano penetró por primera vez en suelo americano en 1793, se produjo una apertura extraordinaria que permitió realizar la primera independencia negra de este continente. Contribuyó, en fin, a elaborar un programa de sociedad democrática, fundando el derecho a la existencia, oponiéndose a todas las formas capitalistas: la reforma agraria frenó el éxodo rural en Francia durante más de 50 años, pero también contribuyó a frenar la  concentración de la gran explotación agrícola capitalista. En Francia, el comercio de los granos nunca ha sido abandonado a los comerciantes y el precio del pan ha sido “tasado” hasta muy avanzado el siglo XX.

Por eso la interpretación “marxista” que quiso transformar la Revolución francesa en una “revolución burguesa” se convirtió en un verdadero rompecabezas para la izquierda, no sólo en Francia, sino en el mundo, si tenemos en cuenta que constituye un contrasentido asombroso. Digo “marxista” y no “marxiana”, porque el pobre Karl Marx jamás tuvo la pretensión de ser un historiador de este acontecimiento y sus conocimientos sobre este tema evolucionaron con sus lecturas, lo que es muy normal. ¡Que se sepa, Marx no era en absoluto un Dios todopoderoso y sabelotodo! Esto forma parte de un curioso capítulo de manipulaciones de las ideas y de montajes, a veces calumniosos y muy sabios. Ahora asistimos, a una ofensiva también asombrosa, que consiste en utilizar “ideas” atribuidas a Marx o a un “marxismo” ambiente, y oponerlas abiertamente a acontecimientos de la Revolución.

¡François Furet se había prestado a este juego curioso en Pensar en la Revolución francesa, en 1979, cuando no vaciló en adelantar la tesis absurda de la Revolución francesa, “matriz de los totalitarismos” del siglo XX! ¡Él también levantaba un Marx defensor encarnizado del capitalismo que reenviaba desdeñosamente la Revolución francesa a la utopía!

El filósofo Jean-Pierre Faye respondió luminosamente a Furet con su Diccionario político portátil en cinco palabras: demagogia, terror, tolerancia, represión, violencia[8], que retomaba la historia política de la Revolución de los derechos de hombre y del ciudadano hasta hoy, pasando por la Revolución rusa, el estalinismo, los fascismos. ¡Faye recordaba que “el estado totalitario” de Mussolini pretendía ser una inversión de la teoría política de los derechos del hombre elaborada por la Ilustración!

Gracias a esta interesante aportación, Furet llegó a renunciar a su filiación de una Revolución francesa matriz de los totalitarismos. ¡No se puede decir lo mismo de tantos de sus perezosos turiferarios, que aún no han comprendido lo que le había ocurrido a Furet, y que continúan vulgarizando temas a los cuales él mismo había renunciado antes de morir!

 

Guerra de las harinas en el siglo XVIII, “arma alimenticia” de la que habla Susan George en el siglo XXI. ¿Cuál es el hilo conductor que va de los fisiócratas a los neoliberales?

—Me temo que se trata de la misma cosa, es decir, de la ofensiva de los partidarios del sistema capitalista. Las potencias imperialistas tienen un objetivo común: imponer su control de las subsistencias por todas partes. No se trata solamente ya del control de los mercados de los granos y de la transformación de los mercados públicos en mercados privados, como decía anteriormente, sino de la casi totalidad de las subsistencias y de las materias primas, es decir, el conjunto del sector agrícola. Vayamos más allá, el espíritu capitalista se apoderó, además, de todos los sectores de la vida corriente: ¡la vivienda se ha transformado en un problema cada vez menos soluble! El trabajo se hizo un mercado, las relaciones entre la gente, los sentimientos, la cultura, la naturaleza misma todo está siendo transformado en mercado del mismo modo, por el espíritu capitalista, cuya crítica verdaderamente tiene que proseguir desde el principio de su historia… si todavía estamos a tiempo.

Desde los años 1970-80, una crisis profunda disuelve en todo el mundo a las fuerzas de izquierda. Hemos podido ver cómo el espíritu capitalista las penetraba por vías muy diversas. En Francia, las corrientes socialistas se transformaron en bardos del “liberalismo”, este viejo “chisme” con más de dos siglos, vuelto a poner de moda con vestidos realmente viejos. Hay que leer a los economistas del siglo XVIII para encontrar las mismas promesas jamás mantenidas, la misma creencia en las leyes de la economía y en la “técnica”, el mismo desprecio del pueblo, de su soberanía y de la política.

Mably, crítico de la economía política tiránica, respondía así a los economistas que, en 1775, pretendían ser los únicos capaces de conocer la realidad: “¿Si por casualidad, o más bien por torpeza de espíritu, yo fuera persuadido de que la libertad del comercio de los granos es una cosa muy funesta para el estado, por qué, le ruego, sería un mal ciudadano no compartiendo sus inquietudes? Usted ve un bien donde yo veo un mal; así, amando igualmente a nuestro país, usted detesta los motines que pueden quebrantar la firmeza del ministerio y derribar su sistema y sus proyectos; y yo, puedo excusarlos y hasta gustarlos, porque no es imposible que ellos sean la causa de una feliz revolución”[9].

¡Si conociéramos mejor la historia podríamos protegernos mejor y prevenir su repetición! ¡La ignorancia siempre fue grata al despotismo y a las dictaduras, sean militares o económicas, cuando no a ambas!

 

En fin, y para terminar: ¿ Por qué un joven de hoy debiera leer a Robespierre?

—Estamos en un nuevo período de ofensiva del capitalismo, revestido con el traje del “liberalismo” y los desastres ahora son claramente visibles. Estos desastres empiezan a asustar incluso a aquellos que se encuentran próximos a las esferas dirigentes, se hace sentir la misma espera de formas y de prácticas políticas nuevas. Tanto en 1789 como hoy se plantean las mismas preguntas: ¿Por qué nos formamos en sociedades? ¿ Cuáles son los relaciones de las sociedades entre ellas? ¿Cuál es el fin de la sociedad? ¿Para qué sirve una declaración de derechos? ¿Sobre qué, cómo fundar una sociedad justa? ¿Cómo una ley puede ser justa y legítima? ¿Cómo podemos resistir a los despotismos?

La Revolución respondió que las sociedades serían humanas sólo con la condición de que los derechos del más débil fueran garantizados y Robespierre llamó a esto “economía política popular”. Él nos cuenta esta experiencia.

 

Notas:

[1] 27 de julio de 1793. Salvo cuando se indique lo contrario, las notas son del entrevistador.

[2] En francés, “petites gens”.

[3] En francés, “honnêtes gens”.

[4] Literalmente, montañeses, minoría de la Convención Nacional, destacada por la defensa de los intereses populares. Se sentaban en los bancos más elevados de la Convención.

[5] Permítaseme precisar que en la expresión “derechos del hombre”, la palabra hombre tiene el sentido de “ser humano de los dos sexos” y no de “macho”. Algunas interpretaciones recientes han leído de forma abusiva “derechos del macho”, en lugar de “derechos del hombre”. Añado que me veo en la obligación de hacer este tipo de precisión en mi condición de mujer (nota de Florence Gauthier).

[6] El 29 de septiembre de 1793, la Convención Nacional, presionada por el movimiento popular, adoptó el máximo de los precios y de los salarios.

[7] Yannick Bosc publicará próximamente un libro sobre Thomas Paine que desembrolla esta historia (nota de Florence Gauthier).

[8] Jean-Pierre Faye, Dictionnaire politique portatif en cinq mots. Demagogie. Terreur. Tolerance. Repression. Violence. Idées Gallimard, Paris, 1982.

[9] Del Comercio de los granos, 1775.

Fuente: Entrevista de Joan Tafalla a Florence Gauthier publicada en el nº 231 de El Viejo Topo, abril de 2007.

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