jueves, 16 de diciembre de 2021

2050: el mundo que viene. [Que esto no va con ninguno de ustedes, ni siquiera con el señor de Facebook, un espía de tomo y lomo que lo tengo enfurruñado desde enero de 2021 y que no me deja compartir nada desde entonces de mi Blog, El Ojo Atípico, a ningún sitio, ni siquiera a otras cuentas mías. Que esto va con la Virgen de Guadalupe o la Moreneta de Montserrat, que me da igual, pero vamos, que es cosa entre Virgen o Vírgenes y yo. De modo que, Guadalupe mía, el mundo de 2050 no es el mundo que viene sino el mundo actual prolongado a esa fecha, así como el mundo actual de 2021 tien su antecedente más inmediato en la preparación de la Segunda Guerra Mundial cuando los grandes capitales con la crisis organizada por ellos se inventaron al Hitler (sí, sí, con capitales alemanes y otros europeos así como de american, de american)y otros fascistas para solucionar dicha crisis, no para solucionar ninguna crisis, que no pueden, sino para preparar la crisis de los años 70 del siglo pasado y la de 2008 del siglo que corre y vuela cual velero bergantín camino del choquetazo, talegazo u hostia contra la pared, salvo que a los trabajadores nos de por un despierte general, lo que requiere ya la intervención de Santa Lucía (que también es virgen) patrona de la vista y del dese tapone de los oídos, que vista y oído son dos cosas muy parejas para ver y oír lo que está pasando e intuir lo que puede pasar. Y qué, ¿Qué me dicen ahora. Era esto cosa de virgen o vírgenes o no? Pues eso.]

 

No podemos seguir negándonos a visualizar, en toda su crudeza, el mundo que viene. Estamos obligados a informar a las fuerzas que defienden la vida (humana y no humana) de lo que viene, para enfrentarlo y remontarlo. La acción será esencial.


2050: el mundo que viene

 

Víctor Manuel Toledo

El Viejo Topo

16 diciembre, 2021 



Cada minuto, cada hora, cada día que pasa, el mundo empeora inexorablemente y no se ve de qué manera este fenómeno de degradación y deterioro logrará ser detenido y remontado. La humanidad ha perdido el control sobre el gigantesco experimento que ella misma desencadenó y que la conduce irremediablemente a una catástrofe. Contra lo que supone la inmensa mayoría, por ignorancia o por desdén, estamos ya en la hora de las definiciones y de las decisiones que habrán de determinar el destino de buena parte de la humanidad y sus creaciones. Y este reconocimiento, que hoy es decisivo, constituye el reto principal y mayor solamente percibido por una minoría de minorías, los únicos que logran atisbar en toda su dimensión el peligro que acecha.

Este empeoramiento, hoy por hoy coronado por la pandemia del Covid-19, lo certifican 13 fenómenos agrupados en dos conjuntos de acontecimientos: ambientales y sociales. Para cada uno podrían dedicarse artículos enteros. Ahora sólo los menciono. Entre los primeros debemos citar: inundaciones (en todo el orbe), huracanes, ciclones y tifones (cada vez más frecuentes y poderosos), sequías, temperaturas extremas (en Europa en 2003, en el Ártico, este año en Norteamérica), incendios forestales (California, Siberia, Australia), deforestaciones (por monocultivos transgénicos, ganadería, plantaciones diversas), contaminaciones (de aire, suelos, costas y mares). Los cinco primeros son consecuencia confirmada del cambio climático, el resto de la locura industrial. En el segundo conjunto se ubican rebeliones ciudadanas (la primavera árabe hace una década y después las ocurridas en Latinoamérica, Europa y Asia), migraciones (de las zonas marginadas hacia los enclaves privilegiados), autocracias (hoy hay más países autocráticos que democráticos), gobiernos fallidos, crisis financieras (2008 y otras menores), accidentes diversos (petroleros, digitales, nucleares).

Este panorama se complica cuando esos 13 fenómenos se proyectan hacia 2050 en función de cinco grandes escenarios: la tendencia demográfica o poblacional, el embrollo energético, la crisis climática, la crisis del agua y el dilema alimentario. Entre 2020 y 2050 arribarán al planeta otros 2 mil millones de seres humanos que requerirán alimentos, agua, aire, vivienda, educación, salud, transporte, trabajo, seguridad, esparcimiento y cultura. Al mismo tiempo los combustibles fósiles que hoy mueven al mundo moderno se agotarán: petróleo, gas, carbón y uranio, y todas las proyecciones ven inviable o insuficiente la conversión hacia las energías renovables (solar, eólica, hidráulica, geotérmica, etcétera). La crisis climática que sigue sin resolverse incrementará los eventos extremos, sorpresivos e inesperados, y su mayor efecto reducirá las reservas de agua al derretir, como ya ocurre, los cascos polares y los glaciares de las principales montañas secando los ríos que permiten regar las mayores zonas de producción de alimentos (el caso más dramático: los Himalayas, de los cuales dependen China, India y Pakistán). No se ve cómo para esa fecha habrá suficientes alimentos sanos si no se abandonan los insostenibles y contaminantes sistemas agroindustriales y se transforman en sistemas agroecológicos. En 2050, mil 400 millones de productores rurales tendrán que alimentarse a sí mismos y a una población urbana de ¡6 mil 300 millones de consumidores!

Atravesando esos escenarios, a la manera de una daga, se encuentra el antihumano sistema social dominante, la civilización industrial, tecnocrática, capitalista y patriarcal embelesada con su confort e individualismo, sus mitos y dogmas y, lo que es peor, proyectándolos como anestésicos hacia las masas (la obscenidad convertida en normalidad) y ocultando lo que es ya la mayor desigualdad social de toda la historia.

La pregunta obligada es si paradójicamente el mundo de hoy, inusualmente depredado (crisis ecológica) y parasitado (crisis social) por una minoría cada vez más insensible, cínica e hipócrita dedicada a festinar y a exhibir sus excesos (los Papeles de Panamá, Paradise Pandora son una muestra), sólo podrá ser transformado mediante la autodestrucción del sistema, pues nadie ve cómo los 42 millones de seres humanos que acaparan 45 por ciento de la riqueza mundial dejarán de hacerlo, ni cómo los 4 mil 500 millones que sólo disponen de 16 por ciento lograrán organizarse e imponer un mundo más justo (datos del Banco Suizo).

No podemos seguir negándonos a visualizar, en toda su crudeza, el mundo que viene. Todos estos pensamientos, y otros más, ya se discuten y debaten entre los académicos que practican un nuevo campo de conocimiento: la colapsología, con una veintena de libros y decenas de artículos científicos. Hoy estamos obligados a informar a las fuerzas que defienden la vida (humana y no humana) del mundo que se viene, para enfrentarlo y, en su caso, remontarlo. La acción será esencial. Sólo así evitaremos que el destino nos alcance.

Artículo publicado originalmente en La Jornada.

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