viernes, 3 de abril de 2020

PRIMER PRINCIPIO DEL ARQUÍMEDES POLÍTICO: EE.UU, TODO LO QUE SUBE BAJA, SIENDO SU CAÍDA PROPORCIONAL AL CUADRADO DE LA MASA DE POLVAREDA EN SÍ MISMA QUE SE LEVANTE EN FUNCIÓN DEL ESTACAZO QUE SE PEGUE CONTRA EL SUELO



Estados Unidos podría perder para siempre su posición de superpotencia mundial

REBELIÓN
03/04/2020 


Fuentes: CounterPunch 

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Estados Unidos podría estar alcanzando su “momento Chernobyl” al ser incapaz de liderar el combate contra la epidemia de coronavirus. Como ocurrió en 1986 con el accidente nuclear de la Unión Soviética, un cataclismo está sacando a la luz los fallos sistémicos que ya han debilitado la hegemonía mundial estadounidense. Sea cual sea el resultado de la pandemia, hoy en día nadie está mirando a Washington para buscar soluciones a la crisis.

La pérdida de influencia de Estados Unidos fue perceptible esta semana en la reunión virtual de líderes mundiales donde Estados Unidos se dedicó a intentar convencer a los demás de que firmaran una declaración que hacía referencia al “virus de Wuhan”, como parte de una campaña para culpar a China de la epidemia de coronavirus. Uno de los rasgos principales de las tácticas políticas del presidente Trump es demonizar a los demás para desviar la atención de sus propias limitaciones. El senador republicano por Arkansas Tom Cotton redundó en el tema afirmando que “China desencadenó esta plaga mundial y hay que exigirle responsabilidades”.

El fracaso de Estados Unidos va mucho más allá del estilo político tóxico de Trump: La supremacía mundial estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial ha estado basada en su capacidad única para conseguir sus objetivos mediante la persuasión, la amenaza o el uso de la fuerza. Pero la incapacidad de Washington de responder de forma adecuada ante el coronavirus demuestra que las cosas han cambiado y cristaliza la percepción de que la competencia de EE.UU. está desvaneciéndose. Este cambio de actitud es importante porque las superpotencias, como el Imperio Británico, la Unión Soviética en el pasado reciente o Estados Unidos en la actualidad, dependen para el mantenimiento de su supremacía de cierto grado de fanfarronería. No pueden permitir que su imagen todopoderosa se cuestione demasiado a menudo porque no pueden permitirse el lujo de fracasar: la crisis del Canal de Suez de 1956 hizo pedazos la exagerada imagen de fortaleza del Imperio Británico, y lo mismo ocurrió con la Unión Soviética tras la guerra en Afganistán en la década de los 80.

La crisis del coronavirus es el equivalente de Suez y Afganistán para los Estados Unidos de Trump. En realidad, esas crisis se empequeñecen cuando se las compara con la pandemia del Covid-19, que tendrá un impacto mucho mayor porque cualquier persona del planeta es una víctima potencial y se siente amenazada. Enfrentada a una megacrisis de este volumen, la incapacidad de la administración Trump de responder y asumir el liderazgo de manera responsable está resultando extremadamente destructiva para la posición de EE.UU. en el mundo.

La decadencia de Estados Unidos suele contemplarse como la otra cara de la moneda del ascenso de China –y China, de momento al menos, ha logrado controlar su propia epidemia. Son los chinos quienes están enviando respiradores y equipos médicos a Italia y mascarillas a África. Los italianos se han dado cuenta de que los otros estados de la Unión Europea han ignorado su petición desesperada de equipo médico y solo China ha respondido. Una organización de beneficencia china envió 300.000 mascarillas a Bélgica en un contenedor que llevaba escrito el lema: “La unión hace la fuerza”, en francés, flamenco y chino.

Es posible que estos ejercicios de “poder blando” tengan una influencia limitada una vez se pase la crisis, aunque probablemente aún falte mucho para eso. Pero, mientras tanto, el mensaje que se percibe es que China puede proporcionar equipo y expertos médicos esenciales en un momento crítico y Estados Unidos no. Estos cambios en la percepción no van a desaparecer de la noche a la mañana.

Desde que Estados Unidos destacó como superpotencia mundial tras la Segunda Guerra Mundial ha habido a montones de profecías anunciando su declive. Sin embargo, la proclamada caída del Imperio Americano ha ido posponiéndose o ha sido testigo de otras decadencias más rápidas, especialmente la de la Unión Soviética. Los críticos de la hipótesis de la “decadencia estadounidense” explican que, aunque Estados Unidos ya no domine la economía mundial tanto como anteriormente, todavía mantiene 800 bases en todo el mundo y un presupuesto militar de 748.000 millones dólares. 

Sin embargo, la incapacidad de Estados Unidos de ganar las guerras en Somalia, Afganistán e Irak a pesar de su destreza técnica muestra lo poco que ha conseguido a pesar del descomunal gasto.

A pesar de su retórica belicosa, Trump no ha comenzado ninguna nueva guerra, pero ha utilizado el poder del Tesoro de Estados Unidos en lugar del Pentágono. Al imponer duras sanciones económicas a Irán y Venezuela y amenazar a otros países con la guerra, ha demostrado hasta qué punto Estados Unidos controla el sistema financiero mundial.

Pero estos argumentos sobre el ascenso o declive de Estados Unidos como potencia económica y militar olvidan un punto fundamental que debería ser obvio. Su auténtico declive como superpotencia tiene menos que ver con las armas y el dinero (como muchos piensan) y mucho más con el propio Trump, que representa tanto el síntoma como la causa de dicho declive.

Dicho de forma sencilla, Estados Unidos ya no es un país al que el resto del mundo quiera emular o, en todo caso, quienes lo desean suelen ser demagogos o déspotas autoritarios y nativistas (xenófobos –N. d. T.). Su admiración es por tanto bien recibida: y si no, fíjense en el caluroso abrazo que dedicó Trump al primer ministro nacionalista indio Narendra Modi y su relación con la nueva generación de tiranos como Kim Jong-il de Corea del Norte o el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman.

Los gobernantes demócratas y los despóticos saldrán reforzados de la pandemia, al menos en una primera instancia, pues en épocas de crisis agudas las personas quieren confiar en sus gobiernos, pensar que van a salvarles porque saben lo que están haciendo.

Pero los demagogos como Trump y sus equivalentes en todo el mundo no suelen ser muy buenos resolviendo verdaderas crisis, porque han accedido al poder explotando odios étnicos y sectarios, usando a sus adversarios como chivos expiatorios y dando bombo a sus supuestos logros míticos.

Un ejemplo de ello es el presidente de extrema derecha brasileño, Jair Bolsonaro, quien acusa a sus oponentes y a los medios de comunicación de “engañar” a los brasileños sobre los peligros del coronavirus. Es tal la laxitud del gobierno a la hora de forzar algún tipo de confinamiento en Río de Janeiro que, al menos en tres favelas, los narcotraficantes locales han intervenido para declarar un toque de queda a partir de las 8 de la noche que ellos mismos se encargan de hacer cumplir.

Trump siempre se ha destacado por saber explotar y acentuar las divisiones de la sociedad estadounidense y por proponer soluciones simplonas para crisis ficticias, como la construcción del famoso muro para detener la entrada de inmigrantes centroamericanos en el país. Pero ahora que debe afrontar una verdadera crisis, está apostando a que será de corta duración y menos grave de lo que la mayoría de los expertos predicen. Las encuestas afirman que su popularidad ha aumentado, probablemente porque las personas asustadas prefieren oír buenas noticias antes que malas. Hasta ahora, los peores brotes de la epidemia se han producido en Nueva York, Boston y otras ciudades en las que Trump nunca gozó de mucho apoyo. Si se propaga con la misma intensidad a Texas y a Florida, incluso la lealtad de sus más fervientes seguidores podría evaporarse. 

Estados Unidos se ha debilitado como país porque está dividido, y esa división se profundizará mientras Trump esté al mando. Hasta la fecha ha evitado provocar crisis graves y su mala gestión de la epidemia de coronavirus demuestra que hacía bien en evitarlas. Está polarizando un país ya bastante dividido, y esa es la verdadera razón por la que Estados Unidos está en decadencia.

Patrick Cockburn es un periodista irlandés galardonado con numerosos premios internacionales (entre otros el premio Orwell en 2009, al Reportero del Año 201 de, Gran Bretaña). Ha escrito tres libros sobre Irak, el último de ellos The Rise of Islamic State.

Ilustración: Nathaniel St. Clair.


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