domingo, 25 de agosto de 2013

EL ODIO A CRISTINA CIFUENTES: UNAS REFLEXIONES NECESARIAS


por Gustavo Vidal Manzanares
KAOSENLARED
22 de Agosto de 2013 



La defensora de los privilegiados se estrella contra un BMW de alta gama y salva su vida gracias a la sanidad pública... ¿paradoja o aviso del destino?

Cierto sector social anda escandalizado estos días por las manifestaciones de odio tras el accidente de la delegada del Gobierno en Madrid. Creo que el asunto merece una reflexión madura y realista.

Por lo visto, hasta las expresiones de rabia, desesperanza u odio deben reprocharse a quienes sienten que les roban la vida, las ilusiones, la salud, la felicidad… suicídese, pero en su casa y sin ruido; proteste, pero pacíficamente; llore, pero en un rincón, sin molestarnos, que los sollozos nos incomodan; sufra, pero sin violencia, en silencio, hemorroidalmente… ante todo no rompa la estética. 

Consienta que le jodamos la vida, la de sus padres, hijos y amigos… ¡pero sea educado, mantenga las formas, por Dios!

Le vamos a arruinar y por eso antes queremos hundirle en la resignación, la depresión y el miedo. Además, si protesta de manera distinta a la establecida por nosotros, unos tipos de uniforme, armados y sin identificar le abrirán la cabeza, le detendrán y le acusarán de varios delitos… de modo que compórtese, mantenga las formas… ¡no rompa la estética!

Todo lo que le robamos acaba en el bolsillo de nuestros amigotes. Y en el nuestro. Lo derrochamos en ropa de marca, joyas, coches de alta gama, cocaína y fiestas, mansiones, putas caras, viajes exóticos, lingotes de oro y fajos de billetes de 500 euros que apalancamos a buen recaudo de Hacienda, perpetuamos la desigualdad para asegurar nuestro status y el de nuestros hijos y que así Vd y sus hijos estén a nuestro servicio y en las condiciones que impongamos pero, por favor, mantenga las formas, hombre, no rabie, no desee el mal a nadie… ¿no ve que eso rompe la estética?

Deduzco que en este caldo de cultivo se ha incubado el odio a Cristina Cifuentes y sus semejantes. Quienes odian a esta señora opinan que este escenario tan inhumano, tan injusto, tan indignante (nunca mejor dicho) necesita ejecutores. ES decir, los poderosos, en su siniestro tablero de dolor, ruina, rabia y desesperanza ajena necesitarían piezas como la delegada del Gobierno. Muchos no perciben diferencia entre el “no es nada personal, don Vito” al “la policía actuó implacablemente”, salvo el papel mojado de alguna norma perdida en mitad de nuestra patética parodia de democracia.

Y en aquel siniestro tablero cotiza notablemente quien sea capaz de vender como “valores democráticos” o “respecto a la convivencia y los derechos en los que creo firmemente” lo que para otros muchos no implica más que amedrentamiento y represión de las víctimas. Para mayor lujo y riqueza de sus verdugos, quienes manejan las vidas ajenas al son de la frialdad asesina de sus cuentas de resultados.

Por lo que he podido leer y deducir, muchas víctimas de la estafa económica (llamada eufemísticamente crisis) ven a Cifuentes como un cancerbero fiel e interesado de los verdugos. Y este papel sería el que despertase las fibras del odio por adormecidas que se hallaren.

Criminalización y penalización de las protestas

También he observado que contribuye a avivar el fuego del rencor la criminalización y represión de la protesta social bajo una frialdad administrativa que aturde y espanta.

Esto es, la banalización del mal, que denunciaría Hannah Arendt: Las multas a todas luces ilegales, las acusaciones de “filoetarra”, el amparo cuando no estímulo de la brutalidad policial (un policía sin instrucciones es como un ordenador sin programas. Un bulto), las detenciones por hechos con los que bastaría una simple identificación y notificación posterior, las identificaciones masivas e indiscriminadas, las listas negras, las entradas y registros con innecesario y abultado despliegue de medios (como la sufrida por la peña de fútbol Bukaneros tras criticar a la delegada)… en suma, aplicar a la protesta los mismos métodos que a la delincuencia común, un arsenal de medidas propias de cualquier dictadura.

Y lo anterior, guste o no, es lo que muchos ciudadanos han percibido de la delegada del Gobierno. Y no hablo de ciudadanos entregados al blanqueo de dinero negro, el fraude fiscal, la prevaricación, los pagos en sobres de dinero B o el tráfico drogas, sino de hombres y mujeres honrados, de trabajadores, de familias con hijos, de ancianos con pensiones misérrimas, de estudiantes que no podrán pasar curso por falta de recursos económicos, de jóvenes que no ven el día en que puedan independizarse, de profesionales que contemplan horrorizados como los servicios públicos se entregan en manos de golfos codiciosos. En consecuencia, muchos de los anteriores contemplan a Cristina Cifuentes como la defensora de sus verdugos.

Además de lo expuesto, he detectado una visión de Cifuentes en donde se reflejaría una maldad sibilina, en estado puro, cuya sonrisa forzada no conseguiría disimular sino patentizar todavía más. He leído múltiples comentarios en donde se denuncia el perverso disfraz de la ropa de lujo y la tergiversación de la ley, sin otro fin que la defensa de abyectos intereses. Eso ven, eso detectan… y eso sienten y expresan muchos. 

La lección de Richard Nixon

Solo me resta concluir con las reflexiones de Richard Nixon: “He odiado toda mi vida y eso me ha acabado destruyendo. Odiar es un error. Si consiguen que odies, consiguen dañarte.”

Considero, por tanto, un error el odio a Cristina Cifuentes. Aunque debemos trabajar sin descanso para borrar de la vida pública a sujetas como ella. En primer término, por razones de higiene política, por el bien de la gente buena y trabajadora. En segunda instancia porque el odio es una pasión muy operativa. Cuando tantas personas odian solo se necesita un líder que canalice esa indeseable pasión y una chispa inflamable. Las chispas se generan a diario. El líder puede estar en camino. Entonces, las invectivas contra Cifuentes pueden extenderse a muchos más y, desde luego, fuera del ámbito de las meras palabras.

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