El
declive de Europa es tan evidente que nadie se esfuerza ya en disimularlo.
Décadas de una gestión subordinada a EEUU y al gran capital nos han llevado a
una situación sombría y con escasas esperanzas de cambio.
Europa: una crisis de identidad que obliga a cambiar
el rumbo
El Viejo Topo
6 febrero, 2025
La continua
aplicación de políticas económicas erróneas y orientadas a favorecer sólo el
interés privado, además del sometimiento a los dictados de Estados Unidos, han
dejado a Europa en una situación de gran debilidad, justo en un momento en que
debe enfrentarse a grandes amenazas en la escena internacional.
Dos hechos
reflejan sintomáticamente la situación con la que comienza Europa el nuevo año.
Alemania, su motor económico, culmina un segundo año en recesión y uno de
sus grandes institutos de investigación económica reconoce
que se encuentra en una situación de «crisis estructural».
Desde otro
punto de vista, es significativo el silencio vergonzante de las autoridades
europeas ante el anuncio de Donald Trump de que quiere apropiarse de
Groenlandia, un territorio que forma parte de un país miembro de la Unión
Europea.
Debilidad
económica e insignificancia geopolítica. Dos expresiones de una misma moneda:
la pérdida de impulso, poder y presencia de Europa en el mundo de nuestros
días.
FRACTURAS DE
TODO TIPO
La UE se
encuentra en el vértice de un conjunto de amenazas que no sólo se pueden
calificar de peligrosas, sino de auténticamente existenciales, pues afectan al
mismo tiempo a la economía, la política y sus instituciones, además de al poder
efectivo que estas van a poder desplegar para defenderse.
La primera es
de carácter estrictamente económica. Aunque de momento Alemania se lleva la
peor parte, es toda la economía europea la que tiene problemas. La eurozona no levanta
cabeza y la mayoría de los pronósticos coinciden en que «está lejos de la
recuperación». Y es normal. Crisis energética, desindustrialización acelerada,
pérdida de competitividad y retraso tecnológico conforman un cóctel envenenado
que produce parálisis productiva y retraso frente a las demás potencias
económicas.
La segunda
amenaza que enfrenta Europa es su pérdida de influencia en el nuevo marco de
relaciones económicas y comerciales que se está generando. Entre Estados Unidos
y los BRICS, Europa no encuentra lugar ni ofrece al mundo alternativas de
planteamiento y resolución multilateral de los grandes problemas de nuestro
tiempo. Está a la deriva y esta desubicación le supone una amenaza grave porque
la deja desprotegida, dependiente y vulnerable. Especialmente, si a eso se
añade el rechazo explícito que recibe de países, como los africanos, donde
antaño influyó y de donde obtuvo poder.
¿ACUERDOS QUE
DEBILITAN?
En contra de lo
que se quiere hacer creer, el reciente acuerdo entre la Unión Europea y
Mercosur no va a abrir un nuevo espacio de fortalecimiento para la economía
europea (como tampoco para la contraparte). Sin potentes políticas
redistributivas o de compensación, la liberalización del comercio aumentará las
divergencias internas, eliminará miles de empleos y deprimirá sectores fundamentales
en ambas partes al desprotegerlos. Impulsará la concentración que dará aún más
poder a los grandes grupos de capital industrial y financiero, como ha ocurrido
siempre que se conceden ventajas asimétricas en los mercados. Dañará al medio
ambiente, dificultando los procesos de transición hacia una mayor
sostenibilidad. Y, para colmo, debilitará aún más a Europa al llevarse a cabo
justo cuando Trump va a reforzar el proteccionismo de Estados Unidos.
A esas grandes
amenazas económicas se le pueden sumar otras dos que tienen que ver con la
política, el poder y la hegemonía.
Por un lado,
Europa mantiene una posición de sometimiento ante Estados Unidos que no sólo
hace que sufra ella misma los costes que se imponen a terceros, como en el caso
de las sanciones a Rusia. Además, la lleva a adoptar posiciones de incoherencia
e incluso de franca inmoralidad. Por ejemplo, condenando “la invasión a
gran escala de Ucrania” por parte de Rusia y permitiendo al
mismo tiempo que Israel cometa un genocidio con Palestina. Una contradicción
vergonzante que le impide asumir posiciones de liderazgo internacional
autónomas y resta credibilidad a cualquier iniciativa de política exterior en
el futuro inmediato.
Por otro,
Europa se muestra incapaz de contener el avance de fuerzas populistas de
extrema derecha que cada vez disimulan menos su propósito final de dinamitar el
actual modo de funcionamiento de la Unión Europa, sus instituciones, valores y
políticas.
Todo esto le
ocurre a Europa en el peor de los momentos, cuando la presidencia de Trump va a
abrir un periodo de convulsión y conflicto abierto en todos los órdenes. La
guerra comercial puede ser demoledora para una Europa económicamente
debilitada, dependiente, sin proyecto estratégico y desprotegida; y la tensión
militar la obligará a destinar recursos a este rubro, aumentando el descontento
que alimenta a la extrema derecha y mina la confianza institucional.
Lo sorprendente
de todo esto es que se produzca por causas tan visibles.
En primer
lugar, por la aplicación continuada durante décadas de políticas favorecedoras
de los mercados que sólo han servido para reforzar el poder de las grandes
corporaciones. Y no precisamente gracias a su dinamismo y capacidad innovadora,
sino la influencia conseguida sobre las instituciones europeas para poder
extraer rentas sin límite. Ni siquiera el shock que produjo la Gran Recesión,
ni la crisis del COVID-19 sirvieron para que los responsables de la Unión
Europea tomaran conciencia del daño que generan sus errores y el servilismo
hacia el poder económico y cambiaran de orientación política, como incluso
Estados Unidos hizo bajo la presidencia de Biden.
Aunque el
crecimiento del PIB es una expresión bastante burda, al menos resulta
significativo de la debilidad y decadencia que esas políticas han provocado en
la Unión Europea: su PIB (incluyendo el de Reino Unido antes del Brexit) sólo
aumentó un 21% en los últimos 15 años, frente al 72% de EE.UU. y el 290% de
China.
Desde el 2000,
su peso en la economía mundial medido en paridad de poder de compra (es decir,
equiparando los precios) ha bajado 5,1 puntos; el PIB per cápita en relación
con el de Estados Unidos se redujo en casi dos puntos y, en lugar de ser 12
veces mayor que el de China como lo era entonces, ahora sólo es poco más de 3
veces superior.
En segundo
lugar, la debilidad europea proviene de su incapacidad para reforzar la
democracia y las instituciones representativas, lo que impide que la UE se
consolide como un proyecto que la ciudadanía apoye y sienta como propio. Aunque
la opinión no sea exactamente comparable por la forma en que se realiza el
Eurobarómetro, es significativo, por ejemplo, que en 2000,
sólo un 19% de la población encuestada tenía una imagen negativa o bastante
negativa de la Unión, mientras que en 2024 un
59% consideraba que las cosas iban en la mala dirección.
En su día,
Angela Merkel reclamó reglas presupuestarias que ningún Parlamento pudiera
modificar y lo consiguió. Pero el resultado ha sido el reforzamiento de los
grupos de poder que actúan en las sombras, el declive económico, el descontento
social que ha catapultado a la extrema derecha y la irrelevancia cada vez mayor
de la Unión Europea en el tablero mundial.
Tras las
pasadas elecciones al Parlamento Europeo, la gobernabilidad se ha hecho más
difícil e inclinada hacia posiciones radicales, populistas y peligrosamente
volcadas hacia el militarismo, esto último, incluso con el apoyo de los
socialistas. Si no se produce un giro de orientación y la Unión Europea no
apuesta por políticas económicas que protejan su actividad productiva y generen
más bienestar, y si no define con urgencia un proyecto propio que la libere de
los imperativos de las imposiciones estadounidenses, Europa puede entrar en una
etapa de dolor, frustraciones y conflictos hasta hace poco imprevisibles.
[Fuente: blog del
autor]
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario