jueves, 19 de octubre de 2023

El domingo 8 de octubre se abrió la Mesa de Negociación entre el Gobierno colombiano y las Disidencias de las FARC, en la castigada región de Catatumbo. Yezid Arteta, ex comandante guerrillero, fue designado por el Gobierno para participar en ellas.

 

El domingo 8 de octubre se abrió la Mesa de Negociación entre el Gobierno colombiano y las Disidencias de las FARC, en la castigada región de Catatumbo. Yezid Arteta, ex comandante guerrillero, fue designado por el Gobierno para participar en ellas.


¡Ya no más!


Yezid Arteta Dávila

El Viejo Topo

19 octubre, 2023 

 


¿Cómo es posible que un lugar en el que hubo abundante petróleo, gas y luego extensas plantaciones de coca y palma africana, las vías de acceso estén igual o peor que las que hubo en la época colonial? 

El Catatumbo es la quintaesencia de una sumatoria de desgobiernos nacionales, departamentales y municipales. En la región nadie organiza, dirige o hace, escuché decir a un cura que lleva años cuidando a su rebaño de almas. Las escuelas están en ruinas y faltan maestros. El hospital de Tibú tiene un déficit de médicos y enfermeras porque trabajar en una zona de disputa armada trae riesgos que muchos prefieren no correr. No hay aulas y ayudas para que se puedan formar los jóvenes. Cuesta ir y vivir en el Catatumbo. Los productos de primera necesidad valen el doble y el triple de lo que cuestan en Bogotá. 

A pesar del sufrimiento yo quiero a mi región, me dijo una mujer que tras un carromato vende empanadas en la calle. Hasta la cabecera municipal de Tibú, un pueblo levantado por los gringos a comienzos de la bonanza petrolera, arribaron los delegados del Gobierno y la guerrilla para sentar las bases de un proceso de paz que toma lo bueno y descarta lo malo de los anteriores, pero conservando identidad propia: transformación territorial de la mano de las comunidades y los entes estatales. La cita fue el 8 de octubre, día que coincidió con un aniversario más de la ejecución de Ernesto ‘Che’ Guevara por parte del sargento Mario Terán en el remoto caserío boliviano de La Higuera. 

Los delegados que llegaron por helicóptero divisaban desde la altura los campos sembrados de arroz y palma africana, lo mismo que los cráteres dejados por la caótica explotación carbonífera. Los que vinieron por tierra se toparon con cientos de familias ganándose la vida al borde de las trochas que los contratistas han cobrado como carreteras primermundistas. Desde improvisados ventorrillos los lugareños ofrecen comida, frutas, gasolina envasada en tarros de gaseosa y cachama frita que viene de los estanques de peces que han excavado sobre la tierra que en el pasado sólo era ocupada por el pueblo Motilón-Barí. 

Un grupo de mujeres jóvenes apostadas sobre la vía detienen a los vehículos para pedirles a los conductores una especie de peaje en metálico. Con estas limosnas parchamos los baches, dijo una chica con la cara sudorosa. Sudorosos estaban también los cientos de personas que se habían arremolinado en el polideportivo de Tibú para escuchar desde la garganta gubernamental y guerrillera la buena noticia: el cese al fuego bilateral. 

La gente de los campos está harta de balaceras, ametrallamientos, explosiones, muertos, heridos y defenestraciones. ¡Ya no más!, coreaban las dos chicas de Motilonas Rap que interpretaron un par de temas de antesala al acto protocolario. Las raperas Sol y Denis son la sensación de la región. Su álbum El canto de la flecha reivindica el paisaje y la cultura raizal del Catatumbo. 

El público se animó, parecía dispuesto a realizar un gesto heroico, sobre todo las comunidades que habían atravesado medio país apiñados en buses y camiones. Hasta que la seguidilla de discursos déjà vu aplacaron los bríos. La vaina, literalmente, se calentó cuando la gente abatida por el bochorno y la retórica pidió a coro el alto al fuego entre las fuerzas militares y los alzados. Los campesinos e indios de los resguardos Motilón-Barí y Catalaura no querían volver a sus ranchos con las manos vacías. 

El juicioso y extenuante trabajo de las delegaciones de gobierno y guerrilla, al que le faltaban unas últimas pinceladas, estaba a punto de naufragar. En menos de lo que canta un gallo el acto de instalación de la Mesa de Paz tomó los ribetes de una asamblea estudiantil setentera en la que todo el mundo grita y los activistas se pelean el micrófono. El típico barullo que pareciera recortado de un drama de Lorca, pero sin sus terribles consecuencias. Minutos después, cuando se anunció el acuerdo de no seguir disparando hasta alcanzar un cese al fuego, las aguas volvieron a su cauce. Sólo fueron truenos. No hubo tempestad. El ya no más de Motilonas Rap fue atendido.

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