viernes, 15 de noviembre de 2019

CARTAS DE AMOR, Nº 8.



CARTAS DE AMOR
A MI PADRE
Nº 8.

(Fila de abajo: Molina, segundo por la derecha. Primero por la izquierda, Piti. Segundo por la izquierda, José el Pesacadero. Fila de pie, segundo por la derecha, José Cruz; tercero por la derecha, Alfonso; cuarto porla derecha, yo)

Irán ya para nueve o diez años el tiempo que hace que le debo carta. Pero usted ya sabe que mis retrasos con usted se cuentan por años. Así que por esto no le voy a pedir disculpas, tan sólo lo digo por si lo leyera alguien para que se haga una idea de por dónde pueden ir los tiros.
Desde la última carta, como ya se puede imaginar, han sucedió muchas cosas. Una de ellas es que hasta me he casado. Pensé escribirle, pero ya ve… Otro acontecimiento de los más importantes es que se murió el Primo Joaquín. Pensé escribirle…, pero en fin…
Por el primo Antonio he sabido que se ha muerto el Molina, Sí, el del kiosco de madera verde, en la acera de la Papelera, pegado casi a la puerta de entrada, junto a la palmera, en la que usted le hizo una foto a María para que yo al tuviera de recuerdo cuando nos fuimos del pueblo para que yo pudiera estudiar.
Ni que decir tiene: ya no está la papelera, excepto lo que era el edificio principal que la han dedicado a biblioteca, ¡menos mal!, pero no el kiosco ni tampoco el Molina, que como le he dicho acaba de morir.
Cuando más hable con él fueron los últimos cuatro o cinco años que estuve viviendo en el pueblo. Tampoco de esto le he escrito…, efectivamente, como creo pensará cuando lea la presente: ya le escribiré… 
Tampoco de niños hablé mucho con él, pero sin embargo, hay un par de hechos que los tengo meridianamente claros. El uno viene como anillo al dedo para esclarecer el enigma que no me atrevía a confesarle a mamá cuando, ella me preguntaba “¿pero para qué quieres tú unas alpargatas reforzadas con cuero?”, a lo que respondía: “¡por que cí!”. Y ella, vuelta a la carga: “No, no, porque sí, no, ¿para qué quieres tú unas alpargatas reforzadas de cuero?” Y yo quieto en la mata: “porque cí”,  porque, claro, de haberle dicho a mamá que las quería porque el Molina tenía unas botas de futbol (que yo no les pedía porque eso no me lo habrían comprado) yo no habría visto aquellas alpargatas ni en pintura, y la respuesta con toda seguridad habría sido: “Futbol ni leches de futbol ni tanto futbol, estudia. Total, y para acabar con este asunto: alpargatas del número 36 que tuve con refuerzo de cuero (unas tiras de badana en los laterales y puntera) compradas en la tienda de Pedro, número dos del Grupo Beca. Y al fin y al cabo, con aquellas alpargatas se jugaba igual de bien o igual de mal que con las que no tenían refuerzo de badana. Eso sí, duraban un par de partidos más, aunque no influían ni en el número ni en la calidad de pescozones que recibías al llegar a la casa, que eran los mismos, al menos yo no encontraba diferencia en ellos.
El otro recuerdo del Molina y que ya tenía influencia indirecta, pero influencia al fin y al cabo, junto a la de Andrés, el peón de la finca Del Toro, y su mujer Pura, con al que yo me quería casar cuando fuera un hombre y Francisco Gil, mi vecino, en mi afición inicial por escribir.
Con Francisco, aparte de jugar a tractoristas; buenos y malos; ladrones y policías; a echar carreras; a ver quien meaba más lejos: vaqueros e indios y a algunos más, mientras mi padre nos enseñaba a leer y escribir, discutíamos por la pronunciación de las palabras, si se decía hierro o yerro; petrolio o petróleo, o todo, papa o papá, papa o patata, etc., y Molina, porque vendía tebeos en el kiosco del padre.
Francisco y yo nos poníamos de acuerdo y todas las semanas en vez de comprar el mismo tebeo, cada uno comprábamos uno distinto, nos los intercambiábamos una vez leídos,  y así, por el precio de un tebeo leíamos dos. Pero lo reconozco, en la casa del pobre las alegrías duran poco, porque tuvo que ser el número 115 de los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín el que viniera a romper aquél consenso tan racional entre Francisco y yo respecto de la compra de los tebeos. Pero no solo rompimos el consenso, sino que además aquella ruptura nos indujo, seguramente a cometer nuestro  primer delito: robarle al Molina el número 115 de Roberto Alcázar y Pedrín  titulado, “Pedrín interviene”, en el que no hubo nocturnidad, porque fue a media mañana, pero si muchos cálculos y, sobre todo, discreción.
Que no le contara esto en su día tiene su explicación, no me iba a presentar ante usted diciéndole: “papá, acabo de cometer mi primer crimen”, lo mismo que tiene su explicación que se lo cuente ahora, porque Molina es de la primera generación de los nacidos en el pueblo que se muere, protagonista, aunque inconsciente, igual que yo, de la primigenia historia descarnada de Isla Mayor, y si no se cuenta lo que él sabía se queda sin saber y entonces lo que fue se queda en que no fue.
Los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, excepto los cinco o seis primeros números, en los que Roberto viajando a Argentina en un transatlántico conoce a Pedrín, eran todos números completos: empezaba y acababa la historia en el mismo número, no eran como los del Guerrero del antifaz, El Espadachín enmascarado, El Capitán Trueno o El Cachorro, en que cada número continuaba la historia del anterior, hasta que apareció Sintombús, un siniestro personaje que había inventad  la máquina del rayo de al muerte, en que unos cuantos números dejaron de ser historias completas, y así llegamos al número 114 en el que en su última viñeta aparecía Roberto Alcázar atado de pies y manos, inconsciente, en una camilla ante la siniestra mirada de Sintombús con su amenazadora maquina del rayo de la muerte, apuntándole. Fin. Próximo número: Pedrín interviene.  
Ni Francisco ni yo sabíamos a ciencia cierta el significado de la palabra interviene, pero parecía lógico, Roberto Alcázar no podía morir, porque si moría adiós muy buenas a la serie de tebeos, y si no moría no podía ser más que porque Pedrín lo salvara del malvado Sintombús, luego Pedrín tenía que hacer algo, y ese hacer algo necesariamente tendría que ver con el concepto “intervenir”, y por este deductivo camino Francisco y yo llegamos a tres sabias conclusiones: primera, intervenir tenía que ver con hacer algo, y este algo estaba en el número 115 de la serie: “Pedrin interviene”; segunda, que aquel número lo queríamos tener los dos y, tercera y principal conclusión, que el que iba a pagar el pato de todo aquello, es decir, el que iba a pagar aquellos dos números del 115 iba a ser el padre de El Molina, porque decidimos robarle los dos tebeos, cosa que resulto bastante más fácil de lo previsto y que no necesitó ni la decima aparte de los planes previstos para la realización del tal crimen, dado que como no El Molina no era muy alto de estatura, bastó con hacerlo bajar del cajón de cervezas con el que se ponía detrás del mostrador para otear con cierta facilidad lo que había encima de él, entre otras cosas los montoncitos de tebeos que más vendía, y a provechar ese momento para meterme en el seno de la camisa los dos números 115, cosa que hice.
Francisco y yo teníamos razón, porque ciertamente, Pedrín intervino: le aventó dos cachiporrazos al Sintombús en mitad de la frente, que nos lo dejos rodando por los suelos con una bandada de pájaros y un sistema planetario completo dándole vueltas en derredor de su cabeza, con lo que logró salvar a Roberto Alcázar de una muerte más que segura. 
El Molina jugaba bien al Futbol. Junto con el Piti,  que regateaba muy bien, y José el Pescadero, Chacarte, el hijo del herrero de la Herrería de Salvador y Alfonso y José Cruz, el portero, porque se estiraba y volaba por los aires, de poste a poste,  como los porteros de verdad, eran los que a mí más me gustaban. De los mayores eran Ferri, el Moni, José, el del cartero y Damián.
Luego, como otros muchos, El Molina se fue del pueblo a trabajar, estuvo en Suiza, y pasado el tiempo, cuando volvió, como unos pocos,  volvimos a reencontrarnos. Y me parece que en la primera conversación que tuvimos le conté lo que ahora le acabo de contar, lo del robo que le hicimos de los dos tebeos Francisco y yo. Nos reímos, y como bien está lo que bien acaba, no le quedó más remedio que reconocernos la habilidad que tuvimos Francisco y yo, calificándonos como era justo y necesario, de dos pedazos de hijoputas, en lo que no le faltaba razón: a cada cual lo suyo.
Hablamos varias veces, bien es verdad, que sin mucha profundidad de la situación política, de la manada de sinvergüenzas que nos conducían como borregos al matadero, de Marx, de mi libro y, especialmente  de escribir, decía él, de una verdadera historia del pueblo, contando las cosas como verdaderamente habían sido,  de los valencianos también, porque era un hecho evidente, pero de los andaluces también, o sea, de los que no teníamos tierras, y con esta intención abrió una página en facebook, NATIVOS DE ISLA MAYOR.
Y para terminar por hoy. A mi me parce que este mundo, como se diría en Aragón, no rula bien, porque siendo el ser humano un ser social por antonomasia, después resulta que mueren solo, porque el Molina ha muerto solo.
Un fuerte abrazo.
 Su hijo.

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