lunes, 6 de mayo de 2019

QUE EL CAPITALISMO NECESITA UN SISTEMA DEMOCRÁTICO ESPECÍFICO QUE NO ES DEMOCRÁTICO ES COSA SABIDA DESDE HACE CASI DOS SIGLOS, Y QUE A MEDIDA QUE EL CAPITALISMO SE DESARROLLA VA PONIENDO DE MANIFIESTO SU NATURALEZA ANTIDEMOCRÁTICA NO LO VE QUIEN NO QUIERA VERLO

El neoliberalismo y la muerte de la democracia (posdemocracia) / Cándido Marquesán Millán


Sociología Crítica
Cándido Marquesán Millán
 Fuente: Nueva Tribuna 
05.05.2019



Un libro de gran calado ideológico es Poder y sacrificio. Los nuevos discursos de la empresa de Luis Enrique Alonso y Carlos J. Fernández Rodríguez. De ellos también pude disfrutar del libro Discurso del presente. Análisis sobre los imaginarios sociales contemporáneos. Del primero quiero detenerme en algunas ideas expuestas en el Epílogo. Economía contra sociedad o los peligros antidemocráticos del discurso gerencial contemporáneo.

Las relaciones entre el sistema económico y el sistema político, relaciones claramente de subordinación de la política a la economía, se han transformado profundamente en los últimos decenios desde la implantación indiscutida del neoliberalismo a nivel mundial. Esta dinámica ha supuesto una degradación de las democracias occidentales, por lo que el concepto de democracia en la actualidad-presionado por el apabullante realismo del rendimiento, competitividad  y rentabilidad en todos los ámbitos de la sociedad- es complicado reconocerlo con los parámetros normales de evaluación de las democracias maduras implantadas a partir de mitad del siglo XX en el mundo occidental. El concepto de democracia y su modelo de ciudadanía, tras la implantación del neoliberalismo y la crisis financiera de la primera década del siglo XXI ha sido forzado y retorcido al límite, por lo que resulta muy difícil aplicarlo a nuestras formas actuales de gobierno, a pesar de que se mantienen el sufragio universal, una competición interpartidista, elecciones de representantes políticos indirectos, y la garantía relativa de las libertades negativas-según la denominación de Isaiah Berlin, y las que garantizan cierta autonomía del individuo. Pero la realidad es la que es, la desafección de gran parte de la ciudadanía hacia sus representantes políticos es incuestionable y, de  momento parece irreversible, porque percibe la subordinación de la clase política a los grandes poderes económicos. La estamos observando en estos momentos en esta España nuestra, en el proceso de formación de un nuevo gobierno.


Este fenómeno se ha reconocido como una pérdida de calidad democrática, o incluso de parálisis democrática, al anular o troquelar en gran medida la esfera económica todos los demás aspectos de la convivencia democrática, lo que supone banalizar o eliminar las razones públicas que no sean estrictamente mercantiles. En lo que se refiere a los derechos sociales vinculados a al  Estado social y democrático de derecho, implantado tras la Segunda Guerra Mundial el golpe ha sido de tal calibre que se ha llegado a hablar no sin razón de crisis de los derechos-incluidos los derechos humanos básicos- y de regresión grave de las libertades positivas-concepto también de Berlin- o de los derechos ciudadanos a obtener bienes o servicios colectivos para consolidar o aumentar el bienestar, la dignidad y calidad de vida.


Lo descrito más que una crisis coyuntural supone la implantación de un nuevo régimen de gobernanza vinculado al neoliberalismo, que denominó ya en 2004 el sociólogo británico, Colin Crouch posdemocracia. ¿Qué significa? Es un nuevo sistema político donde nominalmente se apelan a los mecanismos formales de elecciones, turno partidista, y además el incremento del protagonismo de la política espectáculo y los medios de comunicación- lo acabamos de contemplar en las recientes elecciones en los debates en televisión-, de la imposición de los mandatos de las grandes corporaciones económico-financieras globales, del declive de la soberanía de los Estados y de la imposibilidad de llevar a cabo políticas públicas eficaces para los problemas de la ciudadanía y del ataque mercantil a las bases de la ciudadanía social y los derechos laborales fordistas, a través de brutales reformas laborales continuas y cada vez más dañinas para los trabajadores, así como la destrucción de la negociación colectiva. Todos estos fenómenos ensamblados unos con otros los puede constatar en la España actual cualquier ciudadano medianamente informado. Lo grave es que muchos sectores de la ciudadanía asumen esta realidad como algo incuestionable, a lo que contribuyen los grandes medios de comunicación. Resulta sorprendente que las víctimas voten a sus propios verdugos.
Esta posdemocracia ha tendido a eliminar, lo que señalaba ya el informe de la Comisión Trilateral en 1973, el exceso de democracia participativa y distributiva en los diferentes espacios de convivencia de los Estados occidentales, desde el mundo de la política y de la empresa; el exceso de actores en la toma de decisiones (sindicatos, movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales, etc.) que generaba según este planteamiento desorden en el sistema político y el sistema económico, lo que significaba finalmente el pánico de las élites económicas al funcionamiento de la misma democracia. Por ello, se ha implantado una nueva gubernamentalidad, que supone una limitación de los derechos estrictamente parlamentarios, bloqueando los poderes de representación, la decisión de los movimientos sociales y cívicos (iniciados por los sindicatos).
El pacto keynesiano a nivel macro del Estado y el reconocimiento empresarial de tal pacto, a nivel micro, han quedado liquidados y demuestra que el discurso de la financiariarización los ha convertido en algo políticamente utópico. Lo mismo ocurre con las prácticas tradicionales socialdemócratas sin espacio real ya de intervención al estar subordinadas , incluso a nivel constitucional (reforma del artículo 135 de nuestra Carta Magna), a una estricta ortodoxia presupuestaria, que supone subordinar cualquier práctica, pública o privada, de lo social a lo financiero.

Pero si esta posdemocracia es una característica fundamental del capitalismo posfordista y financiero, el impacto de la crisis ha sido especialmente brutal y disciplinador de lo social en las instituciones reguladoras. Las grandes instituciones de la posguerra, la OCDE, Banco Mundial, FMI, la UE han dejado de ser  instrumentos modernizadores y financiadores de actividades empresariales para convertirse  en implacables e inmisericordes guardianes de la ortodoxia financiera y la austeridad presupuestaria. Desde ese sacrosanto marco institucional desvinculado de cualquier preocupación por lo social, se ha impuesto un ideario del dominio del mercado, la competencia a todos los niveles, la culpabilización de los no competitivos, como si el cumplir esas órdenes del mercado total  trajeran per se crecimiento y desarrollo a las naciones, así como talento y creatividad a las personas. Las razones auténticas de la desigualdad creciente e insultante quedan totalmente ocultas en este discurso neohobbesiano de todos contra todos.

La idea de cargar sobre las espaldas de los más débiles y más vulnerables los costes de un modelo de gestión financiarizada, apoyada e implementada por todos los partidos tradicionales, populares, liberales o socialdemócratas, ha provocado un gravísimo daño, no sé si irreparable, a la legitimidad de las instituciones políticas y económicas, además de producir un gravísimo malestar entre la población. El discurso dominante de los últimos años no ha podido ser más paradójico, ya que mientras se defendían y ponían en práctica los duros discursos para todo lo público, de la austeridad, los recortes sociales, los despidos colectivos o la socialización de los costes de la deuda financiera privada-con unos costes sociales brutales- se preconizaban desde el gerencialismo empresarial vistosos y virtuosos discursos sobre los valores de la empresa, coaching, el talento, la creatividad, la innovación, la confianza mutua, el surfear sobre la ola del riesgo, todo planteado como arrojo personal e imaginativo producto de un emprendimiento desinhibido, opuesto a la parálisis del burócrata y nos transmitía e imponía la idea de que todos en potencia éramos Amancios Ortegas y desde la aldea más recóndita, gracias a las nuevas tecnologías podíamos levantar auténticos imperios empresariales.

Todo lo expuesto por Luis Enrique Alonso y Carlos J. Fernández Rodríguez es más que suficiente para explicar la crisis de legitimidad, desafección y pérdida de confianza en la misión social de las instituciones públicas y privadas en la mayoría de la ciudadanía occidental, como la española, al haberse roto números consensos a nivel macro, del Estado, o micro, de la empresa, que se habían ido construyendo durante el largo plazo de la era keynesiana. Y también explica la irrupción de determinadas opciones políticas, representadas por los Trump, Duterte, Modi, Orban, Salvini, Erdogan, Abascal, que hace unos años nos hubieran resultado totalmente inimaginables.

Lo más grave es que somos incapaces de imaginar alternativas. Esto también es algo nuevo,  pero la historia nos enseña y advierte- para eso sirve- que en ella no hay nada definitivo ni predeterminado por el destino. Ni por supuesto el neoliberalismo, a pesar de su expansión y domino rápido y apabullante en la actualidad. Lo primero e imprescindible para atisbar alguna alternativa es abandonar la convicción asumida por gran parte de la sociedad de que el neoliberalismo es y representa el sentido común, y de que la historia corre a su favor, como creía el marxismo. No podemos aceptar, como señala Tony Judt, que el estilo materialista y egoísta de la vida contemporánea sea consustancial a la condición humana. Mientras no nos despojemos de esa autodestructiva convicción todo camino de liberación permanecerá cegado. Insisto la salida no es fácil de ver. Pero es posible. En realidad es indispensable. Y la oportunidad está ahí para ser aprovechada. En pocas ocasiones se presentará una situación tan propicia para cambiar radicalmente la situación presente. Nada más hay que observar la profunda indignación, generalizada y expresada masivamente. Y sobre todo es cuestión de imaginación. La cuestión ahora no es el predomino del mercado, sino su enorme capacidad de esterilizar todo tipo de pensamiento. Recurriendo de nuevo a Polanyi: “La creatividad institucional del hombre sólo ha quedado en suspenso cuando se le ha permitido al mercado triturar el tejido humano hasta conferirle la monótona uniformidad de la superficie lunar”. Mas, a pesar de todo, las generaciones que nos han precedido, además de imaginativas fueron valientes para luchar contra la injusticia. Así  nos dejaron una prodigiosa herencia, la más rica de toda la historia con una legislación laboral, un régimen democrático y un Estado de bienestar, que de no mediar un cambio radical, nosotros los más preparados de la historia, no sé si por cobardía o por egoísmo, no vamos a transmitir a las generaciones futuras. Nuestra conducta recuerda la ocurrencia de Groucho Marx: ¿Por qué debería preocuparme yo por las generaciones futuras? ¿Acaso han hecho ellas alguna vez algo por mí?

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