Eventos climáticos extremos en España: adónde vamos y de dónde venimos
TERCERAINFORMACION / 12.11.2024
Sequías, tornados y precipitaciones torrenciales han existido siempre en nuestro país. Mientras la ciencia trata de confirmar si su frecuencia se ve afectada por el cambio climático, lo que sí está demostrado es que el calentamiento global conduce a cada vez más olas de calor y mayor severidad en algunos fenómenos meteorológicos. Expertos de cuatro centros de investigación españoles nos cuentan el pasado, presente y futuro de estos sucesos.
Una persona camina por una calle del polígono de
Catarroja, este lunes. La última actualización de datos oficiales sobre los
efectos de la DANA y las devastadoras inundaciones del pasado 29 de octubre ha
elevado a 222 el número de víctimas mortales confirmadas en toda España. / EFE
| Jorge Zapata
Su profundo y ancho cauce siempre está seco, salvo en
las avenidas quando recibe tantas aguas y corre tan furiosamente, que destruye
quanto encuentra. En 1775, causó muchísimas desgracias en Chiva,
sorprehendiendo á media noche sus vecinos, asoló un número considerable de
edificios, esparciendo por más de dos leguas los tristes despojos y los
cadáveres de los pobres que no pudieron evitar la muerte”.
Son líneas escritas en 1795 –Observaciones sobre la
historia natural del reyno de Valencia, de Antonio
Josef Cavanilles– y se refieren al barranco del Poyo. El mismo que fue
origen de la catástrofe hace apenas una semana. “Tenemos un problema de olvido
y poca memoria”, dice a SINC el geólogo Bruno J. Ballesteros, jefe
de la Unidad Territorial de Valencia del Instituto Geológico y Minero de España
(IGME). “Las inundaciones en la cuenca mediterránea han ocurrido siempre”.
Es cierto que esta última DANA ha sido excepcional,
con 761 litros por metro cuadrado. Según cálculos del equipo de
Ballesteros, la rambla del Poyo transportó unos 65 hectómetros cúbicos en la
zona durante 14 horas, entre el 29 y el 30 de octubre, “el equivalente a todo
lo que contiene el embalse de Loriguilla”. Aunque esta cifra no supera a
la vivida hace casi cuarenta años en Oliva –3 de noviembre de 1987–, donde que
cayeron 817 litros en 24 horas.
Y ha habido otras muchas: en Granada y Almería cayeron más de 600 litros en un día en 1973.
El 25 de septiembre de 1962, una tormenta causó más de 800 muertos por la avenida
súbita de los ríos Besós y Llobregat en Barcelona. El 13 de
octubre de 1957 otra tormenta provocó una doble riada del Turia en Valencia,
causando casi un centenar de muertos. Y en octubre 1973, en dos municipios de
Granada y Almería se recogieron 600 litros por metro cuadrado y
una riada se llevó la vida de más de 200 personas.
Tormentas
extremas en las últimas décadas
“Son eventos que se registran en momentos muy puntuales. Por eso, no
podemos asegurar con robustez si se están incrementando su frecuencia o su
intensidad en el tiempo. Estadísticamente no tenemos registros suficientes”,
quiere dejar claro Sergio de Vicente, profesor de Investigación del
Instituto Pirenaico de Ecología del CSIC, que además es uno de los
coordinadores de la Plataforma Temática Interdisciplinar para el clima
(PTI+Clima).
En la misma línea, según César Azorín, director del
Laboratorio del Clima, Atmósfera y Océano del Centro de Investigación
sobre Desertificación-CSIC de Valencia, “tanto el IPCC como el Laboratorio
Europeo de Tormentas Extremas afirman que no hay ninguna evidencia de que
las tormentas extremas hayan aumentado en las últimas
décadas”. Por esta razón, desde un punto de vista científico, “hay que ser muy
cauto a la hora de afirmar que el cambio climático global está
detrás de una mayor frecuencia e intensidad de estos eventos”, añade.
Otra cosa son los daños que provocan estos fenómenos extremos, algo
evitable y que depende, sin dejar resquicio a la duda, del comportamiento
humano. El desastre que causan estas crecidas “es una cuestión de la
ocupación del territorio. Si hay un tormenta y no hay edificaciones junto a los
cauces donde se producen las avenidas, nadie se entera”, observa Ballesteros.
“Si no tuviéramos un problema de memoria, no ocuparíamos zonas que
históricamente se sabe que son inundables”, añade.
En este sentido, el nuevo cauce del Turia fue una de las lecciones aprendidas tras la riada de 1957 que inundó la capital de la provincia con hasta 5 metros de agua. “Se hizo un plan para desviar el cauce natural del río por el sur. Costó mucho dinero y se tardó más de una década en terminarlo. Pero, de no ser por eso, esta DANA habrían multiplicado por 50 o por 20 sus efectos”, señala este geólogo.
Cuanta más energía –en forma de temperatura– tenga el
mar, más propensión hay a tormentas de tipo DANA. EN la imagen, Barcelona. /
EFE | Quique García
Aumento de
temperatura del planeta
“Lo que sí está corroborado es que la temperatura del planeta está
subiendo”, afirma tajante Vicente. Entonces, “es razonable pensar que,
simplemente por termodinámica, al tener una temperatura de agua y
del aire mayor –con mayor energía disponible, por tanto– sean eventos de más
intensidad”, admite. Lo mismo comenta Ballesteros: “Que la temperatura está
subiendo es algo que podemos comprobar incluso en nuestra experiencia personal.
Evidentemente, en algo tiene que influir el actual calentamiento del
Mediterráneo, que es el punto que da energía a las tormentas extremas en el
sureste español. Pero tormentas e inundaciones han existido siempre”, remarca.
Cuanta más energía –en forma de temperatura– tenga el mar, más propensión
hay a este tipo de tormentas. Se llaman DANA (depresión aislada en niveles
altos), precisamente, porque describen el choque de masas de aire calientes con
elevada humedad con las masas de aire frío que, en forma de meandros verticales
que se derraman de arriba abajo, provienen de la corriente atmosférica del
chorro polar –desde el Ártico y rodea la Tierra a unos 11.000 metros de
altura–.
“España ocupa una zona geográfica peliaguda desde el punto de vista de las
DANA, que afectan a la cuenca mediterránea”, dice a SINC Alberto Sanz
Cobeña, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid e investigador
del Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y
Medioambientales (CEIGRAM). “Estamos altamente expuestos, ya que el
Mediterráneo se está calentando. Se estima que, para 2040, su temperatura
subirá 2,2 ºC por encima de las etapas preindustriales”.
Para Sanz Cobeña, autor del primer informe sobre riesgos
climáticos y ambientales en el Mediterráneo, “siempre ha habido
eventos meteorológicos, la clave está en el lugar y momento en que ocurren.
Ahora sucede todo a mayor velocidad. Las temperaturas aumentan más rápido que
nunca. Y esto causa cambios climatológicos a escala planetaria que alimentan
fenómenos extremos”.
No hay más
sequías, pero sí más severas
Lo mismo podemos decir de las sequías, como esta última que
esperamos haber dejado atrás en 2024. “En el sureste peninsular y la zona
mediterránea, hay un patrón que está registrado al menos en las últimas cuatro
décadas. Suele haber dos o tres años de sequía, coincidiendo aproximadamente
con la primera mitad de la década”, observa Ballesteros.
Ocurrió a principios de los 1980, a mediados de los 1990, de los 2000, de
los 2010 y, entre 2022 y 2025. “Todas siguen un comportamiento muy similar: al
final de la sequía, suelen darse unas precipitaciones muy intensas”.
Según este experto, no estamos viviendo, ni mucho menos, las peores sequías de
nuestra historia. Otra vez, “se nos olvida el pasado. La de los años 1940 fue
tremenda”, asegura.
De igual manera, Sergio Vicente asegura que “desde el punto de vista
pluviométrico, no se están incrementando las sequías. Es decir, no llueve
menos. Ni en el Mediterráneo, ni en España ni a escala global”. Más bien, es al
revés. “Llueve más, por una cuestión de pura termodinámica. Al subir la
temperatura, aumentan la evaporación y la cantidad de vapor de agua que alberga
nuestra atmósfera”, aclara.
“Por la propia variabilidad del clima, hay épocas que llueve más y otras
menos”, comenta Vicente, que define sequía como “periodo de tiempo en que las
condiciones de disponibilidad de agua están por debajo de las consideradas
normales”.
Olas de
calor más intensas
Lo que sí está cambiando, y tenemos registro de ello, es la forma en que el
aumento de temperatura afecta a esas sequías que han existido siempre.
“Si no hay agua y encima la atmósfera está más caliente, sus consecuencias
en el ambiente son más intensas y tienen mayor impacto en los suelos, en los
cultivos y en la vegetación natural, que se ven sometidos a mayor estrés”,
indica Vicente.
Junto a las precipitaciones y las sequías, el otro gran fenómeno extremo que experimentamos en la península ibérica son las olas de calor. En este caso, la evidencia empírica no deja lugar a dudas: “se están incrementando de forma notable tanto en frecuencia como en intensidad. Es un efecto termodinámico de libro. Y se espera que vayan a más”, aventura Vicente.
Junto a las precipitaciones y las sequías, el otro
gran fenómeno extremo que experimentamos en la península ibérica son las olas
de calor. / EFE | Ana Escobar
Los vientos
extremos, grandes olvidados
César Azorín recuerda a SINC el gran olvidado de los eventos climáticos
extremos: el viento. Esta es, precisamente, la línea de investigación
prioritaria de su equipo, que se centra en analizar los sistemas convectivos
severos que surgen en tormentas con capacidad energética muy fuerte.
Un ejemplos son los tornados que, a 120-200 km/h,
recorrieron zonas próximas a la DANA del 29-30 de octubre. Siete tornados, para
ser exactos, que no se cobraron víctimas, pero podrían haberlo hecho. Según
advierte el experto, “ocurren de forma muy localizada, a escala regional,
incluso, municipal y en las zonas de interior. Son un peligro para las
viviendas y, si atraviesan una carretera, pueden tumbar coches, camiones e
infraestructuras a su paso”. Sin embargo, son muy difíciles de predecir. Por
eso, su grupo trabaja activamente en nuevas técnicas de vigilancia basadas en
inteligencia, para poder alertar de ellos con antelación.
¿Podemos decir que el cambio climático está causando más tornados? “No
tenemos ahora mismo ninguna evidencia clara de ello”, responde Azorín. “En
parte, porque no hay ningún registro histórico de los que ha habido en los
últimos 50 años. Hay mucha incertidumbre a medio y largo plazo en cuanto a cómo
van a cambiar los vientos extremos. Si es complejo predecirlos con horas de
antelación, peor aún a años vista”.
Aunque este especialista en vientos asegura que “observar siete tornados
–en tierra– asociados a una DANA no es común. Es más habitual que se formen
mangas marinas en la superficie del mar”. Algo parecido les pasa a los
reventones –downburst en inglés–, un fenómenos extremo típico de EE
UU que se empieza a ver en la España mediterránea. Son vientos que avanzan
cientos de kilómetros en línea recta y están asociados a tormentas, como los
que causaron doce muertos y 150 heridos en Cataluña, en agosto de 2022.
En palabras de Azorín, “si aumentamos la temperatura, crece el contraste
entre las masas de aire cálidas y frías, lo que es de esperar que provoque
mayor convección y más riesgo de tormentas y vientos extremos. Reventones y
tornados son fenómenos atmosféricos que han ocurrido siempre en toda la
historia del planeta. El aumento de temperatura terrestre podría hacer que las
tormentas y eventos asociados, aunque no se hagan más frecuentes, sí se
intensifiquen”.
El futuro
que nos espera
En cuanto a las precipitaciones, los expertos entrevistados por SINC se
muestran prudentes a la hora de hacer predicciones. Eso sí, Ballesteros nos
recuerda que, en la comunidad científica, “la opinión mayoritaria es que el
aumento de temperatura y de energía en el mar puede desembocar en más tormentas
extremas”.
Azorín, por su parte, hace referencia a una teoría actual que sostiene que,
“a causa del calentamiento de los polos –algo que ocurre a una velocidad tres
veces superior al resto de planeta–, la corriente del chorro se está haciendo
más meandriforme, porque se debilita y viaja a menor velocidad, lo que hace que
el aire frío se desplome a nuestra latitud y, con ello, podría haber más DANA”.
¿Y qué podemos hacer? “Reducir las emisiones para que la temperatura no
suba todavía más y adaptarnos de alguna manera a lo que tenemos son las dos
grandes vías de acción”, apunta Sanz Cobeña. La primera, indispensable, es más
lenta y a largo plazo.
La segunda, igualmente urgente, tiene que ver con colocar más zonas verdes
en las ciudades que evaporan agua y refrescan el aire para paliar los efectos
de las olas de calor, diseñar asentamientos urbanos en función de los riesgos,
construir infraestructuras sabiendo que antes o después va a haber un evento
similar o peor… Y, sobre todo, “adecuar los planes de alerta a la realidad”,
sentencia Vicente.
Fuente: SINC
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