Es miércoles al
mediodía. Estoy en València –llegado el lunes de viaje largo y literario–
porque ayer martes ya no pude subir a Gestalgar. Seguramente hoy tampoco. Todo
está roto. Las carreteras. Los caminos. Las vidas de quienes se perdieron entre
las aguas y las de quienes se han quedado con la mirada perdida en ninguna
parte, que es el sitio donde habita la desolación.
Diario del horror
El Viejo Topo
5 noviembre, 2024
Es miércoles al mediodía. Estoy en València –llegado el lunes de viaje largo y literario– porque ayer martes ya no pude subir a Gestalgar. Seguramente hoy tampoco. Todo está roto. Las carreteras. Los caminos. Las vidas de quienes se perdieron entre las aguas y las de quienes se han quedado con la mirada perdida en ninguna parte, que es el sitio donde habita la desolación. Llovía como en el Macondo de García Márquez, como cuando regresa la barcaza de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas y surge como en un eco espeluznante el grito de Kurtz extraviado en la locura: ¡el horror, el horror! La vida muchas veces también sucede en las novelas.
La noche del
martes, y a esta hora de la mañana de miércoles cuando escribo, no paran de
llegar mensajes para preguntarme si estamos bien, que qué ha pasado para tanta
tragedia, que las durísimas imágenes de la televisión son de las que nunca se
olvidan. Los mensajes llegan de cerca y de lejos. Algunos de muy lejos. El
dolor parece que duele menos si se comparte, si te llegan esos mensajes cuando
un daño incalculable está desbordando los puentes y bajando a revolcones por
los barrancos y el cauce violento de los ríos.
Sigo en
miércoles. A las siete y veinticuatro minutos de la tarde. Acabo de leer en
este diario: «Los fallecidos por la DANA ascienden a 92». Eran más de
las ocho de la noche del martes cuando sonaron las alarmas en los móviles. Y
más de las nueve cuando en À Punt, la televisión autonómica, salió el president de
la Generalitat, Carlos Mazón,
para decir que la cosa no pintaba bien. Para entonces ya andaban a tope las
inundaciones y mucha gente sorprendida en las carreteras y puestos de trabajo
sin saber qué se les estaba cayendo encima. Cuando no se sabe lo que está
pasando se hace más grande la sensación de que está pasando algo muy gordo.
Desde hacía varios días se anunciaba la llegada de la DANA. Sin embargo, Mazón,
en un tuit, decía al mediodía de ayer martes que el temporal se dirigía hacia
la Serranía de Cuenca y que «se espera que en torno a las 18 horas disminuya su
intensidad en todo el resto de la Comunidad Valenciana». No sé qué información
manejaba el presidente. Luego borró ese tuit. Como si eso borrara también su
información peligrosamente desnortada.
Ya estamos a
jueves. Aún no he podido subir al pueblo. Aconsejan no ocupar las carreteras
para que puedan circular los vehículos de emergencias. Allí no hay luz, ni
agua, ni teléfono, ni internet. Allí y en otros sitios como el mío no hay nada.
Sólo daño por todas partes. Y mucho dolor. Las cifras de víctimas crecen sin
parar porque el barro y las torrenteras esconden montones de personas muertas y
desaparecidas. A las nueve de la mañana de este jueves llega a València el
presidente del PP Núñez Feijóo y escupe mierda sobre las víctimas: el
responsable del desastre es el gobierno de Pedro Sánchez, eso dice. ¿Se puede
ser más miserable? Hasta Mazón se escapa como puede del escupitajo de su jefe y
agradece el apoyo del gobierno.
Sigo en jueves
y a primeras horas de la tarde me llaman del pueblo. Ya funcionan a medias los
servicios. Salgo de València. El paso por Pedralba es desolador. La gente, los
tractores, todo el mundo en la calle ayudando a salir del desastre. Imagino que
también en Bugarra, que queda en lo hondo de la carretera. Cuando llego a
Gestalgar es como si regresara a la riada de 1957, también en octubre, también
con la gente arrimando el hombro para aliviar el desastre. Aquí no ha habido
muertos ni desaparecidos. Pero todo está devastado. Los comercios, como en la
pandemia, respiran aporte solidario para que no falte de nada. En todas partes,
cuando tanto daño aprieta, sale a la superficie lo mejor de una humanidad
admirable. A última hora de este jueves andamos ya, oficialmente, con más de
150 personas muertas y desaparecidas. El horror.
Son las seis de
la mañana del viernes. En unas horas he de entregar este artículo en la sección
de Cultura de Levante-EMV. No sé qué novedades habrá de aquí al
domingo. Ojalá todas las personas desaparecidas siguieran vivas. Dicen que este
fin de semana vendrán a València los reyes. Yo no soy de reyes. Creo que en
esas visitas hay más compromiso protocolario que otra cosa. Palabras dulces,
pensadas o escritas en la frialdad de los despachos. Y poco más. Prefiero los
tractores y la gente con el barro hasta las rodillas.
Me duele, hasta
hacerse insoportable ese dolor, todo lo que se ha perdido entre las aguas. Pero
no puedo dejar de lado la pregunta del millón: ¿qué estaría haciendo y diciendo
el PP a estas horas si aquí estuviera gobernando la izquierda? Pues lo que
estaría haciendo el PP de Feijóo y Carlos Mazón está muy claro: exigir la
dimisión del presidente Ximo Puig. Lo mismo que mucha gente, de la política y
fuera de la política, exigirá a Mazón cuando llegue el momento. Pero si cuando
la pandemia su compañera Díaz Ayuso llevaba a la espalda 7.291 personas muertas
en las residencias madrileñas y no dimitió, ¿por qué va a dimitir Carlos Mazón si
«sólo» tiene a cuenta de su mala gestión de la DANA la «irrisoria» cantidad de
unas 200? Yo tengo claro que no dimitirá. Muy claro. ¿Y ustedes?
Fuente: Levante
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