domingo, 16 de junio de 2024

Carta a Guy Debord

 

Hoy el espectáculo ha desbordado cualquier límite. Por eso nos ha parecido valioso recordar la figura de quien denunció más certeramente la sociedad del espectáculo, recuperando este texto necrológico publicado en el Topo nº 81, en las navidades de 1994.


Carta a Guy Debord


Miguel Riera

El Viejo Topo

16 junio, 2024 

 


Amigo mío:

No fue agradable saber que, en la húmeda noche del último día de noviembre, decidiste quitarte la vida. Tampoco fue una sorpresa –nunca ocultaste la náusea que esta absurda sociedad contemporánea te provocaba.

No temas, esto no es una necrológica: seguramente te repugna la idea de que ahora, tras tu muerte, se loe tu figura. El que quiera saber de tí, que busque tus libros o tus películas. No voy a llamar la atención sobre tu pasado, tu papel en la Internacional Situacionista, lo que representaste en el 68 y la repercusión de tus análisis y críticas de después: eso lo dejo para los grandes medios, para los poderes mediáticos, aunque la mayor parte de ellos estén más interesados en silenciar tu nombre que en airear tus palabras. En eso también fuiste profético: «No existe ni una sola persona en todo el mundo capaz de interesarse en mis libros salvo aquellos que sean enemigos del orden social existente». Y los media, habías señalado, son el orden social existente, O al menos una buena parte de él.

Nunca fuiste desmentido. Ni los otros, ni la historia, te han negado jamás la razón. Te han ocultado, eso sí. Tus libros no se ven en las universidades, no se habla de ellos. Pero al citar tu nombre, ¡oh sí!, entonces tirios y troyanos alaban tu lucidez y asienten con cara de circunstancias. Tus análisis son implacables, pero certeros ciento por ciento. En resumen: eras un tipo verdaderamente incómodo, con esa terca insistencia por desvelar la verdad, por desenmascarar el espectáculo. Todos, en mayor o menor grado, de un modo u otro, participamos en él.

Con tu libro «La sociedad del espectáculo» pusiste de relieve lo que el espectáculo moderno era ya en esencia: el reinado autocrático de la economía mercantil. Con tus «Comentarios sobre la sociedad del espectáculo» nos advertiste de que, con la caída del Este, las dos formas existentes del espectáculo convergían en una, que llamaste lo espectacular integrado, superación final del sistema a la que ya nada escapa.

No era un tema banal: la discusión sobre el espectáculo es la discusión sobre lo que hacen los propietarios del mundo. Creemos disponer de la información, pero lo que se nos comunica a través de los medios del espectáculo (los poderes mediáticos) son las órdenes y, qué casualidad, aquellos que las han dado serán los que en esos medios opinarán sobre ellas. Por eso jamás la censura ha sido más perfecta, jamás a aquéllos que se creen ciudadanos libres se les ha permitido menos dar a conocer su opinión. El espectador lo ignora todo, sólo mira, no actuará jamás; ésa es la naturaleza del espectador. Hoy, los espectadores son legión.

El espectáculo puede dejar de hablar de algo durante tres días y es como si ese algo no existiese. Habla de cualquier otra cosa y es esa otra cosa la que existe a partir de entonces.

Como puede verse, las consecuencias prácticas de tal situación son inmensas. El gobierno del espectáculo es el amo de la historia (que falsificará debidamente) y el dueño de los proyectos que conformarán el futuro. Donde reina el espectáculo sólo están organizadas las fuerzas que desean su existencia; por eso ya nadie se plantea –tampoco ningún partido, ni la más mínima parte de un partido– que una sociedad pueda ser realmente transformada o revolucionada, la revolución está fuera del espectáculo.

La lógica ha sido destruida por el espectáculo. La lógica: la capacidad de reconocer instantáneamente lo que es importante ante lo que no lo es. Así, cada vez más, damos importancia a lo banal e ignoramos lo que en verdad debería importamos.

Es una lástima que la sociedad humana tropiece con sus problemas más candentes (destrucción del planeta, ozono, nucleares, mafias, razón de estado, etc.) cuando se ha hecho materialmente imposible hacer oír la menor objeción al discurso mercantil. Aquellos que hace mucho tiempo empezaron a criticar la «economía política» definiéndola como la total negación del hombre no se equivocaban. Pero la economía, y eso es nuevo, ha venido a hacer abiertamente la guerra a los humanos Es comprensible: resulta aventurado basar una estrategia industrial en, por ejemplo, imperativos de tipo ambiental. Y, en el discurso mercantil, lo primero es lo primero.

Todo el espectáculo actúa al unísono. A la ciencia ya no se le pide que comprenda al mundo, o que lo mejore en algo, se le pide que justifique cada aberración que se comete. Incluso la medicina ha cedido hoy rastreramente, capitulando en los temas de las radiaciones nucleares o la industria agroalimentaria. La ciencia no sabe, no puede, no quiere oponerse al estado, ni siquiera a la industria farmacéutica. Prefiere callar.

Viste, hace ya años, lo que nadie aún intuía Anticipaste la explosión de las mafias. Recuerdo aquella declaración de la Mafia colombiana de enero de 1988, que reprodujiste en uno de tus libros: «Nosotros no pertenecemos a la mafia burocrática y política, ni a la de los banqueros y financieros, ni a la de los millonarios, ni a la mafia de los grandes contratos fraudulentos, los monopolios o el petróleo, ni a la de los grandes medios de comunicación». Nadie mejor que un mafioso confeso para reconocer a los de su propia especie.

Esta es la última gran victoria del espectáculo integrado: con el triunfo absoluto del secreto (por más que a veces nos complazcamos en las migajas que nos dejan saber, es mucho más y más importante lo que se nos oculta), la dimisión general de los ciudadanos, la total pérdida de la lógica y los progresos de la venalidad y la dejadez universal, las diversas mafias tienen el terreno abonado para su desarrollo ilimitado, hasta convertirse en la única gran potencia moderna.

Mafia y estado no se oponen: nunca son rivales. La Mafia, las mafias, no son ajenas al mundo; están integradas en él. En este momento del triunfo del espectáculo, la Mafia por fin reina como el modelo de todas las empresas comerciales avanzadas.

Amigo Debord: observarás que, en todo lo anterior, casi todas las palabras que he utilizado son tuyas. No es un homenaje vacío: si algún lector, sobre todo los más jóvenes, no las conoce, quizá se interese en ellas. No habrás escrito, entonces, en vano, eso que tanto te preocupaba.

Ser conocido al margen de las relaciones espectaculares equivale a ser conocido como enemigo de la sociedad. Ese. querido amigo, es tu caso. Quizá resaltarán tu figura, tu historia, pero silenciarán tus palabras. Tal vez por eso te fuiste, aburrido de gritar verdades. Ya sabes, lo verdadero, en esta sociedad, es sólo un momento de lo falso.

En fin, amigo Debord, buen viaje. Nos has dejado bastante, pero te echaremos en falta.

Hasta siempre.

El Viejo Topo

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