viernes, 2 de diciembre de 2022

Informe sobre la información/2

 

Publicada originalmente en febrero de 1996 en el nº 93 de El Viejo Topo, reproducimos aquí la intervención del añorado Manuel Vázquez Montalbán en la Jornada Anual de los Periodistas Catalanes, dedicada ese año a la propiedad de los medios de comunicación.


Informe sobre la información/2



Radiografía de la sospecha

Antes que nada, tengo que aclarar que yo no soy yo. En mi lugar podéis imaginar a cualquier otro compañero de la profesión, el que más os guste, porque no estamos aquí para consagrar ningún lipo de star system, y la función de los que hemos venido a hablar es sólo decir sinceramente lo que pensamos y lo que sabemos. El título Informe sobre la información/2 no es mío, obedece a una propuesta que me hicieron —aunque su segunda parte, Radiografía de la sospecha, sí lo es—, porque me daba cuenta a priori de la dificultad enorme que, treinta y dos años después de la publicación de Informe sobre la información, tenía escribir un libro equivalente sobre la situación actual de las relaciones de propiedad dentro de los medios de comunicación en España. Aparentemente esa cuestión se ha clarificado más gracias al proceso de concentración que se ha venido efectuando, pero en realidad hoy, si muchas veces es difícil saber con qué poder financiero nos acostamos, es imprevisible conocer con qué poder financiero nos levantamos al día siguiente. Los cambios de influencia de los poderes económicos sobre los medios de comunicación son tan volubles, tan dúctiles, tan secretos, hechos a veces a través de personajes interpuestos, que sería muy difícil llegar a establecer la red de los poderes fácticos de carácter económico —y todo poder económico tiene una finalidad de carácter ideológico— que operan realmente sobre la propiedad de los medios de comunicación. Pero de lo que podemos establecer una sospecha inicial —que de hecho anticipa la conclusión de mi ponencia— es de que aun hoy, en una situación democrática, el propietario de los medios de comunicación no es el público, que es, en definitiva, el destinatario de los mensajes. Hemos pasado de un proteccionismo dictatorial franquista a una sociedad liberal bajo la pauta del mercado. Hay una economía de mercado, basada en la dialéctica entre la oferta y la demanda, y como consecuencia hay también una cultura de mercado, una conciencia del mercado como factor determinante, que tiende a establecer que sólo tiene valor aquello que tiene comprador —y este sería un segundo elemento a considerar a lo largo de esta ponencia—, y finalmente, como consecuencia de estas dos condiciones, hay una información de mercado que está fundamentada en la dictadura de la audiencia y de la publicidad condicionada por el emergente sector consumista.

Este sector consumista, que en cada sociedad avanzada dentro del capitalismo puede tener una dimensión cualitativa y cuantitativa diferente, de un tercio a la mitad de la sociedad, es sujeto de la información y al mismo tiempo su objetivo. En nombre de este consumidor se dan los mensajes, se fija la jerarquía de valores mediáticos y se orienta la tendencia del mercado y la tendencia de las líneas ideológicas de los medios de comunicación y de los poderes económicos o políticos que están detrás de esos medios.

Bajo el franquismo, la información dependía directa o indirectamente del Estado y de sus aliados a consecuencia de la victoria en la guerra civil. Sólo podían ser propietarias de medios de comunicación aquellas personas bien vistas por el Régimen y que habían dado pruebas de su fidelidad; incluso durante un largo período sólo pudieron ser propietarios de medios de comunicación los que habían respaldado de una manera clara y directa al bando ganador de la guerra civil. El Régimen se podía permitir escoger quién iba a ser obispo o quien iba a ser el director de La Vanguardia o el ABC: eran cargos prácticamente políticos, pues correspondían a los dos periódicos que en aquellos momentos podían crear un estado de opinión, y eso prácticamente a lo largo de toda su existencia. Establecer un organigrama de cuales eran las relaciones de propiedad era bastante fácil: bastaba buscar, como hice cuando escribí Informe sobre la información, la composición de los consejos de administración de cualquier medio de comunicación, fundamentalmente de la prensa, que era donde existían medios privados o semiprivados, y entonces, según quienes formaban esos consejos de administración, podías establecer un árbol con las ramificaciones de los consejeros en los bancos, a partir de los cuales eran también miembros del consejo de administración de industrias del Estado o privadas. Se podía construir un cuadro bastante definitorio de los grupos de presión fundamentales que actuaban sobre la prensa. Todos estaban bajo la presión determinante y prácticamente inapelable del Estado, que disponía de un mecanismo, el de la censura previa, que mantuvo de forma más o menos disimulada incluso cuando se aprobó la ley de prensa, pues existía la posibilidad del secuestro de la publicación, y frente a ello los propietarios de los medios de comunicación se lo pensaban muchas veces antes de emitir un mensaje que pudiera ser de carácter conflictivo.

Hoy, los medios de comunicación se mueven en un doble campo: por un lado el de la propiedad privada, y por el otro, el de la pública. Empezando por la pública, debe destacarse que también está condicionada, cada vez más, por la dictadura del mercado. Lógicamente, en una situación democrática los medios públicos habrían de satisfacer la necesidad de abastecimiento de mensajes que no son determinantes dentro de una cultura, de una economía, de una política de mercado. Su finalidad debería atender al bien público, a todo aquello que pueda inreresar al conjunto de la sociedad, pero por su gestión y necesidades de carácter económico cada vez más los medios públicos tienen la tendencia a introducirse dentro de la dictadura del mercado y a respetar las reglas del juego. La caída de nivel de la televisión pública ha sido consecuencia del bajo nivel de las televisiones privadas, que han introducido en España una cultura de una mediocridad extraordinaria, empleando aquí el término cultura en su sentido más amplio y no en el que habitualmente damos a esa palabra, un sentido vinculado a patrimonio. La homologación de ambas televisiones está determinada por la ley de la audiencia, la ley del mercado, que trata de identificar al consumidor, al sujeto de esta jerarquía de valores informativos, con el consumidor de política. Buscar, delimitar y conseguir la hegemonía dentro de este sector social dominante implica también conseguir la hegemonía en relación al votante, al elector; hay por tanto un tratamiento a la vez económico y político pata identificar a este destinatario privilegiado de mensajes con el destinatario político, pues es éste el que otorga la mayoría, desde una posición centrista, céntrica y centrada, dando la pauta de la conducta política y de la determinación política de un país.

Los medios de comunicación privados pueden tratar de ser un negocio, entrando entonces dentro de la ley del mercado, o bien —independientemente de que además sean o no un negocio— pueden tratar de ser una herramienta de relaciones públicas y políticas al servicio de lobbies y grupos de presión. Y es en este sentido que se ha acentuado el papel de los lobbies que proceden del poder bancario, por cuanto la tendencia a la concentración ha implicado también una tendencia a la renovación del utillaje, a la renovación de las fuentes de la noticia y a una nueva instalación dentro del tejido comunicativo del país, lo cual implica unas necesidades de financiación muy elevadas y con ello la intervención casi constante del problema de la falta de liquidez de muchas de estas empresas y de su escasa capacidad de inversión cuando ha llegado la tentación plurimediática.Todo ello ha producido que los medios sean muy dependientes del poder financiero. De hecho, hoy en día los bancos, sobre todo algunos, son a menudo un elemento clave a través de una participación minoritaria en la propiedad de una empresa, porque dicha participación, aunque minoritaria, es cualitativamente determinante, a veces con hombres de paja de por medio que ejercen esta cada vez mayor influencia del poder financiero en la mediatización de los medios privados de comunicación.

Esta tendencia se ha visto acentuada por la batalla plurimediática, cuando muchas de estas empresas han querido tener presencia en diferentes medios, lo cual ha significado, por un lado, una mayor dependencia en relación al poder político, que tiene a su alcance actuaciones de carácter legislativo y también actuaciones cotidianas de carácter político, mediante las que puede decidir a que grupo de empresas beneficia y a que grupo no a la hora de favorecer la formación de multimedias.Y por otro lado está la cada vez mayor supeditación de los propietarios de los medios de comunicación a la ayuda del poder financiero para poder sacar adelante sus aventuras, o simplemente para aguantar su nivel de instalación dentro del mercado de la comunicación.

Es curiosísimo el hecho de que, con frecuencia, los periodistas teníamos el pudor de decir que nosotros no somos noticia, que no tenemos que hablar demasiado de los problemas de la prensa. Ello se ha convertido en una especie de coartada para no tener que explicar exactamente qué pasa en el interior de muchas empresas periodísticas. Pero yo invitaría a la lectura, por ejemplo, de dos libros, publicados uno ya hace bastante tiempo y el otro no hace mucho: El dinero del poder, de Díaz Herrera y Tijeras, y El sistema, de Mario Conde, porque en ellos se da una descripción, muchas veces indirecta y otras muy directa, de cuál es el papel que juega esta dependencia del poder económico plurimediático con las orientaciones que puede recibir un medio de comunicación por encima de la línea de flotación de su redacción, concretando una línea, una tendencia que casi nunca pasa por las manos de los redactores de base ni por los jefes medios de los consejos de redacción del medio. Esto concierne a los altos niveles de decisión de cualquier empresa.

Recordemos los casos de Antena3, El Independiente, aquella posible entrada de Conde en La Vanguardia, las batallas por los multimedia, la guerra para conseguir la televisión por cable. Todos elios responden a movimientos estratégicos del poder económico y mediático, muy vigilado por el poder político. Cuanto mas se acentúan el pioceso de concentración y el plurimediático más están el poder económico y el poder político en condiciones de presionar y de condicionar la línea, muchas veces coyuntural, de los mensajes que transmiten los medios de comunicación.

Así como bajo el franquismo sufríamos la brutalidad de la dictadura y la intervención directa del poder a través de la censura o a través de la elección de los directores o de los miembros de los consejos de administración, hoy tenemos que hablar de la mediatización indirecta del poder político. Esa mediatización se puede ejercer a través de dos grandes capítulos: uno ha consistido en el concesionismo plurimediático, que se concreta en establecer un determinado criterio a la hora de escoger qué medios o qué grupos de medios deben tener un destino plurimediático y cuales no; el otro pertenece a eso que podríamos llamar la cultura del secreto de Estado, y es el pressing fiscal. A menudo, detrás del milagro de los cambios de tendencia de algunas líneas editoriales se encuentra un mayor o menor pressing fiscal, una cierta indulgencia fiscal o la desaparición de esa indulgencia. Eso forma parte del secreto de Estado; hemos construido una cultura basada en la doble verdad, en la doble moral y en la doble contabilidad. Es evidente que si todo el mundo entra dentro del juego del secreto de Estado puede llegar a parecer algo legítimo; dejo aquí esta cuestión, bajo el signo de la sospecha, a fin de que sea meditada.

Lo anterior se refiere a una instrumentalización indirecta de los medios privados por parte del poder. En cuanto a los medios públicos, es evidente que están instrumentalizados partidariamente. Basta el análisis de los contenidos ideológicos, del oportunismo de la selección y de la jerarquía de valores de los medios para advertirlo. Tanto en las televisiones que están en lugares donde gobierna el PSOE, como en Galicia, donde lo hace el PP, o en Cataluña, con gobierno de Convergència i Unió, puede verse como se puede efectuar, en el momento oportuno, una decantación de transmisión de ideología y de la jerarquía de valores. Se están utilizando medios públicos, que en teoría pertenecen a todo el pueblo, y sin embargo esos medios llevan a cabo una elección partidista, cuantitativa y cualitativamente, en la transmisión del mensaje dominante que interesa a los dueños de los medios. No son propietarios para siempre, sino propietarios transitorios en función de una mayoría parlamentaria. Y cuando esta mayoría es absoluta, el control de los medios públicos por parte de estos partidos hegemónicos llega a ser también absoluto; sobre todo en cuanto a los contenidos informativos, culturales y de carácter ideológico.

Los medios privados que sufren, o han sufrido, la tentación plurimediática han precisado la movilización de un poder económico extramediático, y han colocado el juego mediático bajo la vigilancia del poder a través de los instrumentos de telecontrol a los que me he referido.

La lectura de El sistema, de Mario Conde, proporciona una cantidad de información extraordinaria sobre como se estaba preparando la fabricación de un Berlusconi a la española, y como esta prefabricadon contaba con una penetración medida en los medios de comunicación que podían crear el producto Mario Conde. Pero la penetración de esos poderes, ajenos muchas veces, han tenido otra función; por ejemplo, jugar un papel como grupo de presión en función de intereses concretos que pueden ser de una ambición completamente inabordable dentro de los límites de esta charla.

Esta situación se ha visto reforzada en el caso de la democracia española debido al corporativismo del sector emergente de esta sociedad. Hay una especie de pacto implícito entre las cúpulas del poder mediático, del poder político y del poder económico para fijar unos objetivos de transmisión de unas ideologías dominantes, de una jerarquía de valores dominantes, y de un dibujo imaginario de la situación y de su futuro que conecta con  intereses del sector emergente de la sociedad.

Me gustaría hacer una primera referencia a una cita de autor, de Chomsky, cuando dice que la función de estos dirigentes de élites es mentir a las masas de su propio país o del universo con la seguridad que si la gente conociera la inmoralidad de la política no la secundaría. Es una afirmación maximalista, pero sin ninguna duda existe un cierto ejercicio de hipnosis por parte de este corporativismo del sector emergente desde el punto de vista, repito, mediático, político y económico. Hipnóticamente se establece que el retrato y el modelo de sociedad que están vendiendo es el que interesa al conjunto de la sociedad y no fundamentalmente al sector emergente, que es el que respalda esta operación. Hay una coincidencia estratégica para inculcar una ideología de la supuesta modernidad como única posibilidad de modernidad, como único objetivo. Esto se vende como una necesidad colectiva, como una necesidad de bien social generalizado. Aquí me gustaría citar a James Petras cuando dice que nos encontramos ante un prototipo especial, reflejo de una clase social concreta: el emisario y agresivo promotor de la modernidad y de los valores que comprende la modernidad. En este sentido la modernidad significa movilidad, individualismo, secularismo, poder de adquisición, acumulación y adaptación. Estos son los valores que están detrás de estas operaciones que aparentemente sólo forman parte de una cierta tecnología financiera o de una determinada tecnología del poder pero que siempre tienen detrás una ideología y el objetivo de inculcar una determinada ideología.

Sería rehuir la realidad acabar mi intervención sin hablar del caso catalán, que nos afecta como profesionales que nos movemos mayoritariamente dentro del mercado catalán, y de las empresas privadas y públicas dentro del territorio de Cataluña.

Hemos oído hablar, y lo hemos hecho nosotros mismos, del supuesto oasis catalán, de un oasis en relación a la guerra de las tribus mediáticas madrileñas, en el sentido de que aquí esto no nos había afectado, lo que representaba un carácter diferente condicionado por unas reglas de juego diferentes.

Aquí no tenemos ningún factor sanguíneo diferenciador como en el caso del País Vasco, pero quizá se podría encontrar una explicación ideológica al por qué de este oasis catalán y del farplay.  En cierto sentido tiene ciertos aspectos positivos el que aquí no haya existido crispación dentro de la lucha que ha relacionado poder mediático, poder económico y poder político en los últimos tiempos. Pero yo invito a una seria reflexión de hasta que punto este supuesto oasis catalán no implica un bloqueo superestructural de la auténtica pluralidad y del auténtico derecho a la diferencia dentro del mercado de la información en Cataluña.

Sin ninguna duda, existen factores positivos en esta moderación crítica y autocrítica, pero yo quiero hablar con tranquilidad y muy sinceramente en esta audiencia, formada por los que estáis en medio de esta operación, del bloqueo superestructural, del pressing  bipartidista que ha existido sobre los medios de comunicación en Cataluña, cada vez más decantado al pressing del  partido dominante en la época que ha dispuesto de mayoría absoluta; ya veremos que pasa en los próximos tiempos. Este pressing  bipartidista se ha ejercido a través de la decantación de determinados valores comunicacionales que ha transmitido TV3 en calidad de herramienta fundamental del poder Transitorio pero hegemónico de Convergència i Unió, hasta el punto de haber convertido en muchas ocasiones buena parte de su programación en una especie de NO-DO, democrático, evidentemente, con una cierta capacidad de pluralidad, pero también con una cierta tendencia a tener su galán del NO-DO. Así como bajo el franquismo —y no establezco aquí ninguna referencia de equivalencia, ni mucho menos—, había una especie de actor privilegiado en los NO-DOs de aquella época, los informativos de TV3 muchas veces dan la impresión de que tienen un actor dominante, un actor que casi sale siempre, para dar, venga o no venga a cuento, cualquier inauguración, cualquier demostración de que es un referente total de un país y de un medio de comunicación.

La inclinación que los medios públicos del Estado situados en Cataluña tienden a sesgar, cuanritativa y cualitativamente, su información a favor de sus propietarios, repito que transitorios, y que también la podemos encontrar en los periódicos y en las emisoras, es evidente, incluso en algunos medios de comunicación se produce un milagro de que lunes, miércoles y viernes son convergentes, y martes, jueves y sábado pro socialistas. El domingo descansan, porque me parece que, desde mi perspectiva, de lo que  son más es del Barça. Eso demuestra un grado de equilibrio realmente extraordinario.

Ante esto se dice como coartada que eso sucede a causa de la independencia de las redacciones, pero los que vivís en ellas más que yo, que pertenezco al star system de los columnistas, comprobáis cotidianamente que eso no es del todo cierto. Es decir, existe una afinidad de las líneas editoriales, que están condicionadas por la selección ideológica de los staffs  dominantes.

No hace falta la consigna, en su lugar se procede a la selección ideológica de los staffs  dominantes, que son los que después determinan la línea editorial de cualquier medio de comunicación. Y, en segundo lugar, no hay que olvidar la fragilidad del mercado de trabajo. En lo único en que es muy parecida la época del franquismo a la actual es en lo que revela una afirmación de Martín Sánchez Julia, un teórico de la democracia cristiana del que no se podía saber si era demócrata cristiano o de la democracia nacional católica, que dijo una frase muy interesante en aquella época, cuando yo comenzaba a estudiar periodismo a finales de los años 50. Decía que «el periodista no puede ser un héroe cada noche». Yo creo que esta frase continúa teniendo sentido hoy, sobre todo si pensamos en un tipo de periodista de base, cuya aceptación en una redacción depende de que sus pautas de conducta no chirríen dentro del mensaje dominante del canal de comunicación en el que está. Esto se ve además agravado por el problema de la fragilidad del mercado de trabajo, por la precariedad del puesto de trabajo de las redacciones. Todo esto condiciona la capacidad de fijar y ejercer la cláusula de conciencia y reclamar el derecho a la diferencia y a la pluralidad en los mensajes que se dan en los diferentes medios de comunicación, un derecho prácticamente inabordable. Esta cláusula, prácticamente teórica o retórica, va bien para congresos de periodistas, pero si no se refuerza la red y la capacidad defensiva de los profesionales acaba siendo papel  mojado.

Está también la aparición de una progresiva intervención de lo que podríamos llamar intelectuales orgánicos de empresa. Son unos intermediarios ideológicos que algunas empresas crean, bien vistos, obviamente, por el poder económico que legítima estas empresas, y que tienen poder para fijar las líneas por donde ha de ir una publicación, qué se puede decir, con quién se puede meter y con quién no, cómo acentuar una corriente determinada de información, y que muchas veces tienen un papel casi más importante que el del mismo director, por lo menos en algunos casos que se han producido en un pasado no muy lejano.

La virtud del fairplay  catalán no puede esconder el vicio de estas pautas de conducta, de estas malformaciones que pagan el precio de un cierto monolitismo real y de una falsa conciencia sobre la verdadera situación del país. En mi opinión, en este momento, en Cataluña, existe una falsa conciencia, condicionada en buena parte por la ausencia critica de los medios de comunicación, de sus niveles reales de corrupción democrática, ya sea corrupción económica o corrupción política. No se advierte el nivel de histerismo y de canibalismo que puede encontrarse en muchos casos en los medios de comunicación de Madrid, pero es obvio que se ha producido en los medios de comunicación una ocultación de los auténticos niveles de corrupción. Incluso el famoso código deontológico que aprobamos en cierta ocasión y  que en sus líneas generales es positivo, a veces ha sido instrumentalizado para demostrar que aquí nos guiábamos por unas pautas filosóficas de conducta factual diferente, cuando en realidad nos guiábamos por pautas de conducta factualmente impuestas por las tendencias dominantes y por el poder dominante en el interior de cualquier medio de comunicación, y el código deontológico muchas veces sólo ha sido un paisaje teórico, un paisaje filosófico, pero sin demasiada operatividad a la hora de reivindicar sobre el terreno real del establecimiento de la pluralidad y del derecho a la diferencia los mensajes dentro de los medios de comunicación catalanes.

Esto es fruto de la irrelevancia objetiva de la presión profesional y de la falta de referentes críticos. Curiosamente, en España se ha podido hablar de que se han creado unos referentes que se han convertido en pequeños dictadores de la opinión pública: los famosos creadores de opinión, los columnistas. Y es muy curioso advertir cómo en los medios de comunicación estrictamente catalanes la figura del creador de opinión individualizado prácticamente no existe. El auge de esa figura tiene el riesgo del vedetismo y la arbitrariedad, de convertirla en un pequeño Dios propietario de su columna, de su territorio expresivo, pero también tiene la capacidad compensatoria de que dentro de un medio de comunicación que tiene una tendencia dominante ligada con la filosofía de la empresa, al menos determinados sectores de la población pueden sentir que les hace compañía un columnista dererminado. Quiero decir que si un determinado periódico manifestaba una tendencia hacia la justificación, por ejemplo, de la guerra del golfo, pero uno o dos o tres columnistas no adoptaban esa tendencia, al menos el público tenía la posibilidad de encontrar una pequeña  parcela en aquel medio de comunicación que formaba parte de sus vivencias. Ahora, cuando no existe ni siquiera esta posibilidad acaba imponiéndose la línea dominante de la transmisión de la ideología que contiene la línea editorial, la ideología que está detrás del medio de comunicación.

Otro factor a considerar, dentro de la cuestión catalana, sobre todo tal como se ha presentado y de las experiencias tanto de los columnistas como de los periodistas que trabajamos en Barcelona y Madrid, es la definitiva pérdida de instrumentos mediáticos para fijar la imagen de Cataluña en España desde una perspectiva catalana. Esto es inexplicable, sobre todo cuando desde el poder político estrictamente catalán y autonómico se ha gastado mucho dinero en una política mediática determinista y determinante, y en cambio no se ha hecho ningún esfuerzo para crear medios que puedan dar al conjunto del Estado otra imagen de Cataluña, perdiendo de esta manera una batalla que en estos momentos está en las manos de los medios de comunicación que se editan en Madrid o fuera de Cataluña. Es un déficit increíble dentro de esta voluntad de hacer el trabajo bien hecho que ha caracterizado el objetivo de la que parece una voluntad nacional, etc., etc., para después encontrarnos con que el único instrumento de presión que existe para crear una imagen de Cataluña en el resto de España es el teléfono, supongo que cuatribarrado, que une o ha unido al presidente Pujol con el presidente González.

Esto es extraordinariamente importante, porque muchas veces el profesional que aquí responde a las campañas de mistificación de la imagen de Cataluña se encuentra con que sólo tiene una audiencia ligada al territorio de Cataluña, por lo que es una respuesta totalmente endogámica sin capacidad de influencia fuera de la misma Cataluña. Habría que señalar entonces la deserción de un sector emergente catalán y de la impotencia para generar medios de comunicación competitivos en el Estado.

La pesadilla centrista, céntrica y centrada que podemos contemplar en los mensajes dominantes en los medios de comunicación implica un desprecio hacia el derecho a la diferencia, un desprecio a minorías que a veces no son tan minoritarias. Yo me fijé en el transcurso de la última campaña electoral cómo en un periódico de esta ciudad un candidato hablaba de la honestidad de la izquierda; el periódico puso entre comillas las palabras izquierda honesta. Claro, esto forma parte de esta batalla, de este metalenguaje del cómo titulas, cómo compaginas, a quién le das la página par, a quién la impar, a quién le colocas su noticia arriba, o en una esquina que casi no se encuentra, etc., etc. Esto forma parte de este juego que evidentemente todo el mundo sabe como se hace.

Aún así, es muy grave que se pusiera entre comillas la honestidad de la izquierda para llevar a cabo una pequeña jugada de descalificación electoral, lo cual implicaba no sé si el escepticismo hacia aquella izquierda concreta o el escepticismo sobre que fuese posible la honestidad. Yo casi llegué a la conclusión de que el redactor, o el que tenía que corregir el titular, de hecho desconfiaba de la honestidad más que de la honestidad concreta de aquella determinada formación de izquierda.

Esta es una pequeña demostración de cómo cotidianamente se están falsificando, mistificando, los derechos de las minorías dentro de los medios de comunicación de este país con la coartada de que, ya que hay una mayoría y una minoría dictadas por las urnas, ello implica una determinación cuantitativa y cualitativa en la selección, pero a la hora de la verdad se ve que hay una decantación clarísima hacia la perpetuación de un bipartidismo que, por otro lado, está ampliamente negado por las urnas como tentación y como objetivo.

Podríamos plantearnos hasta que punto la ley del mercado, tal como la estamos practicando en este nivel de democracia española y catalana, busca solamente el monolitismo y la desidentificación de la diferencia. Aquí quiero hacer una tercera cita, también de James Petras, cuando, continuando con su reflexión sobre el por qué se va hacia esta clase concreta que se convierte en emisaria y promotora agresiva de la modernidad, de hecho lo que se está practicando es la sobreidentificación de este sector dominante para que el efecto contrario sea la desidentificación del supuesto antagonista social, es decir, este sector que no pertenece directamente al sector emergente y que podría estat en condiciones de rebelarse de no estar de acuerdo con el pacto social implícito, y que cuanto más desidentificado y cuanta mayor incapacidad tenga para sentirse organizado y representado por mensajes públicos que lo objetiven, mayor dificultad tendrá para constituirse en una alternativa real. Es decir, muchas veces detrás de la voluntad de desidentificar, de quitarle identidad a un sector de la sociedad, el objetivo real es quitarle su capacidad de intervención y su capacidad de poner en cuestión el modelo dominante.

Yo colocaría, entonces, la situación actual del proceso democrático bajo sospecha, aunque elogiando que sea un proceso democrático y no lo contrario, e invitaría a que como profesionales de la comunicación nos diéramos cuenta del rol que nos hacen cumplir dentro de esta mecánica, y no a sentarnos en la autosatisfacción que muchas veces demostramos.

Instalados dentro de esta cultura, y dentro de la pauta de la doble verdad, en este momento sólo respetamos el pluralismo que refuerza el monolitismo, y  nos colocamos a la defensiva ante todo aquello que implica diferencia, que implica diversidad.

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