domingo, 10 de febrero de 2019

PUBLICADO EN ESPAÑA Y SU HISTORIA.ORG (PERSONAJES)

SANTA ENGRACIA Y ZARAGOZA, UNA ESTRECHA RELACIÓN

Cuando hablamos de Zaragoza es inevitable hablar de la Virgen del Pilar. No hay un icono más querido, valorado y apreciado por los zaragozanos…, pero esta idílica historia de amor no ha sido eterna  ― quién lo hubiera imaginado ― y es que hubo un tiempo en el que otra santa ocupo el corazón de los zaragozanos. Hablamos de Santa Engracia, la histórica protectora de la ciudad.

            Corría el año 303 y el emperador romano Diocleciano dominaba su imperio en una época en la que la crisis económica se dejaba sentir en la mayoría de sus provincias. Las batallas libradas para asegurar la paz años atrás contra las tribus del Danubio y los que amenazaban Egipto habían cumplido su cometido, pero a un alto precio económico. La inflación tras estos conflictos bélicos era muy elevada y las clases populares, ya muy desencantadas empezaban a abrazar una nueva manera de concebir el mundo…el cristianismo, abandonando poco a poco los ritos tradicionales paganos. Aquel fenómeno fue visto como una grave amenaza por el emperador el cual decidió combatir vehementemente el auge de la comunidad cristiana que comenzaba a aflorar por todo el imperio. La suerte de medidas políticas llevadas a cabo por Diocleciano para combatir al cristianismo es lo que se conoce como “la gran persecución” y comprendían desde la prohibición del ingreso de cristianos al ejército o la inhabilitación para ocupar cargos públicos a la reunión para la celebración de actos litúrgicos y cuyas penas iban desde la confiscación de bienes hasta la pena de muerte.
La protagonista de nuestra historia, Engracia, es contemporánea a la época de la gran persecución. La leyenda cuenta que la mártir era natal de Bracara Augusta, la actual Braga, Portugal. Se trataba de una bella muchacha y cuando llegó el momento, su padre comenzó a buscar un candidato digno para desposar a su hermosa hija. Finalmente, Engracia fue prometida en matrimonio a un poderoso señor de la Galia Narbonense, provincia romana situada en el sur de Francia. Una vez dispuestos los preliminares y acordada la dote entre los cabezas de familia, la joven debía reunirse con su prometido en la Galia Narbonense para que la boda tuviera lugar así que Engracia salió de Bracara Augusta acompañada de un séquito de 17 hombres y una dama llamada Julia. En su viaje hacia la Galia Narbonense, pasó por Caesaraugusta, actual Zaragoza, situada al noroeste de España.

        La joven, al ser testigo de las afrentas e injusticias procesadas a los cristianos en dicha ciudad por parte de las autoridades romanas, decidió interceder por ellos en los juicios que debían celebrarse ante los tribunales romanos para establecer sus penas. El gobernador de la ciudad en aquel momento, Daciano, había ya dictado sentencia y ejecutado a tres sacerdotes, cuando Engracia se erigió y reprendió la sentencia del gobernador. Daciano, al contemplar a la joven Engracia, quedó ensimismado por su belleza. Las pasiones del corazón ocupaban ya su mente y él solo pensaba en pretenderla para sí. Cegado por sus impulsos trató de yacer con ella, además de intentar persuadirla para que abandonase su fe cristiana, pretensiones que Engracia le negó taxativamente. Ante la negativa, el gobernador, ejecutó a todo el séquito de la mártir y así comenzó el triste y macabro final de la bella joven. Los nombres del séquito de la santa son recordados y perduran hasta hoy, escritos en el suelo de la nave central de la iglesia de Santa Engracia, en Zaragoza.

            La pasión comenzó con la flagelación de la santa, siendo posteriormente arrastrada por caballos a lo largo y ancho de la ciudad. Después de esto, fue llevada a la cárcel mientras Daciano pensaba en cómo seguir torturándola. Luego la colocaron en una cruz de aspa, arañándole con uñas de hierro y arrancándole el hígado; también le amputaron el pecho izquierdo, dejando al descubierto su corazón. De nuevo, la llevaron a la cárcel, aunque le negaron la decapitación. Finalmente le clavaron un clavo en la frente, lo que le causó, por fin, la muerte. El martirio de la santa está representado en el altar mayor de la iglesia de Santa Engracia (Zaragoza) por el escultor Eusebio Arnau y también en el lienzo de la bóveda pintada por Joaquín Pallarés que data del 1897 en la misma iglesia.
La misericordia demostrada por Santa Engracia, así como el terrible y cruel relato de su final, la convirtieron en un personaje muy querido y popular y lejos de amedrentar a los cristianos de la ciudad, el martirio de la santa les dio fuerza para profesar en su fe con renovadas fuerzas y se produjo una ola de nuevas conversiones…las acciones de Daciano se habían vuelto en contra de sus objetivos.
Siendo consciente de la situación, Daciano, decidió asestar un golpe definitivo a la comunidad cristiana, y así urdió un astuto plan para terminar de raíz con todos sus problemas. A través de un edicto, el gobernador misericordioso perdonaba la vida a todo cristiano que abandonara la ciudad a la mañana siguiente por la puerta sur, más conocida como Puerta Cinegia. Hoy en día, la zona es muy popular entre los Zaragozanos y turistas, conocida como «Puerta Cinegia y el tubo» es la referencia del tapeo en la ciudad. Algún curioso recordará esta historia cuando  ― entre pincho y caña ― pase por la calle de «los mártires», situada en la zona «del tubo» en conmemoración a esta historia-
         Convencidos de la honestidad de la propuesta, los cristianos salieron confiados, pero todo era una treta y un engaño, ya que junto a la puerta había apostadas varias guarniciones de soldados que tenían orden de acabar con la vida de todos y cada uno de los cristianos que hubieran escuchado el falso ofrecimiento de libertad.
No contento con esto y para evitar que los restos de Santa Engracia, su séquito y el resto de cristianos asesinados  ―conocidos como los mártires ― pudieran ser guardados como reliquia, hecho que infundiría esperanza y valor a los cristianos, Daciano ordenó también ajusticiar a los convictos que cumplían penas en las cárceles de la ciudad, para después ser incinerados todos los cuerpos y mezcladas sus cenizas de modo que fuera imposible separar los restos de malhechores y mártires.
La leyenda de las «santas masas» nos cuenta que en ese momento se obró un milagro, ya que una luz separo las cenizas de los mártires, de modo que los cristianos supervivientes pudieron guardar los restos de estos, que fueron depositados en la cripta de la iglesia de Santa Engracia, donde todavía hoy reposan y pueden ser visitados.
Desde ese momento la devoción por la santa, así como el culto al mito de «las santas masas» fue in crescendo sobreviviendo a todas las épocas, durante la época visigoda, sobreviviendo también a la ocupación musulmana, en el que el lugar sagrado siguió siendo una iglesia cristiana, hasta el prácticamente el inicio de la edad contemporánea.
Podemos decir sin ánimo de equivocarnos que la Santa a la que históricamente los Zaragozanos se solían encomendar y depositaban su cariño era Santa Engracia, no a la Virgen del Pilar, hecho que puede sorprender hoy en día.
El lugar donde los restos de Santa Engracia, su séquito y «los mártires» fueron depositados, se convirtió con el paso del tiempo en un lugar sagrado e importante, se erigió una Iglesia en su honor, conocido como Santa María de las Santas Masas durante la última época romana y Visigoda. Durante la edad media la orden benedictina fue la encargada de su custodia. Erigieron un monasterio al lado de la iglesia.
La importancia de la santa no solo para la ciudad, sino para la cristiandad entera fue muy importante a lo largo de la historia. En el siglo VIII, según relatan los cronistas aragoneses Zurita y Blancas, el templo consagrado a Santa Engracia se convirtió en un importante centro cultural, llegando a albergar entre sus paredes los escritos de san Braulio. Cabe mencionar que los escritos de san Braulio, especialmente sus crónicas de los concilios componen una de las escasas fuentes con las que contamos hoy por hoy para estudiar la época Visigoda y arrojar más luz sobre ella. En el siglo XV el monarca Juan II de Aragón ― padre de Fernando el Católico ― enfermó  de cataratas y acudió devotamente y arrodillado ante el clavo de la santa, creyendo curarse por mediación de la misma.
Si nos fijamos en la portada principal de la iglesia de Santa Engracia, aparecen esculpidos los Reyes Católicos. Como veis, Isabel y Fernando eligieron dicha iglesia y no a la basílica del Pilar para representarse.
           Además, intelectuales de la época mantuvieron un encarnecido y airado debate con sus homónimos portugueses defendiendo que la verdadera patria de la Santa era España, ya que en tierras españolas había tenido lugar su martirio. Los portugueses, en cambio, defendían que la patria de la santa era por supuesto y sin ninguna duda la Portugal. Santa Engracia, al fin y al cabo, había nacido en Portugal y reclamaban para sí los honores de la Santa. Este hecho supuso un conflicto diplomático entre España y Portugal. 
             La fuente de la devoción hacia Santa Engracia se mantuvo con fuerza hasta principios del siglo XIX, en los años de la Guerra de la Independencia contra el primer imperio francés de Napoleón. Fue en 1808, durante los Sitios de Zaragoza por parte de las tropas francesas, cuando la Virgen del Pilar se convirtió realmente en patrona de los zaragozanos.
            En la noche del 13 al 14 de agosto de 1808 la iglesia de Santa Engracia, lugar tan querido por los zaragozanos y cuya importancia histórica hemos podido aproximar, quedó casi completamente destruido al estallar una mina mandado colocar por el general francés Lefebvre en su retirada. El hecho supuso un acto de venganza por la dura resistencia de los zaragozanos, puesto que el francés sabía de la especial devoción que sentían los ciudadanos por Santa Engracia. De la iglesia y el monasterio, tan solo se conserva la portada y la cripta. Todo lo demás ―lo que podemos ver hoy en día ― es una reconstrucción que tuvo lugar a partir de 1882.
Tras los sitios de Zaragoza, no solo la iglesia de Santa Engracia quedó dañada, sino que prácticamente toda la ciudad fue arrasada por las tropas napoleónicas. A pesar de los intentos de los franceses por destruirla, la Basílica del Pilar, donde se refugiaba la población, no fue dañada. Es ahí cuando los zaragozanos hicieron suya a la Virgen del Pilar y olvidaron a Santa Engracia, cuya iglesia fue destruida.
Es así como acaba la historia de amor entre los zaragozanos y Santa Engracia…pero como se suele decir «Donde hubo fuego, siempre quedan cenizas», de modo que, yo al menos, guardo un rinconcito para recordar esta historia de misericordia y amor y sobre todo, si pasan por Zaragoza, no dejen de visitar la iglesia de Santa Engracia y sean testigos de toda su historia. ¡Hasta tapeando está presente!
Jaime Sogas
BIBLIOGRAFIA
  • Fatás, G.; “Caesaraugusta christiana”, en I Concilio Caesaraugustano. MDC aniversario, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1980.
  • “Ibañez, J.; La portada escultórica de Santa Engracia: aproximación histórica y breve estudio artístico e iconográfico, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2004.
  • Lacarra, M.C.; Notas sobre la Iglesia de Santa Engracia o Santuario de las Santas Masas en el siglo XV (1421-1464), separata de Aragón en la Edad Media, Nº 16, Zaragoza, 2000.
  • Cue, R.; “Zaragoza, capital del martirio” Autoedición, 1979.
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