sábado, 21 de mayo de 2016

LA DECADENCIA DEL IMPERIO USA

Un poder imperial en la cuesta abajo
UN DESAFIO AL PODER DE ESTADOS UNIDOS (I)

4/5

Rebelión
TomDispatch
17.05.2016

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García.

Los desafíos de hoy en día: Europa del Este

Si giramos la vista hacia la segunda región, la Europa oriental, hay una crisis cocinándose en la frontera entre los países de la OTAN y Rusia. No se trata de un asunto menor. En su esclarecedor y acertado estudio académico de la región, Frontline Ukraine: Crisis in the Borderlands , Richard Sakwa –con toda verosimilitud– escribe que “la guerra ruso-georgiana de agosto de 2008 fue en realidad la primera ‘guerra para parar la expansión de la OTAN’: la segunda, sería la crisis de Ucrania. No está claro si la humanidad sobreviviría a una tercera”.

Occidente ve que la ampliación de la OTAN como algo benigno. Lógicamente, Rusia, junto con buena parte del Sur Global, tiene un parecer distinto, como también lo tienen prominentes analistas occidentales. George Kennan advirtió tempranamente de que la ampliación de la OTAN “es una trágica equivocación”; a él se unieron importantes personalidades políticas de Estados Unidos en una carta abierta a la Casa Blanca describiéndola como un “error político de proporciones históricas”.

La actual crisis tiene sus orígenes en 1991, en coincidencia con el final de la Guerra Fría y el derrumbe de la Unión Soviética. Había entonces dos visiones contrapuestas de un nuevo sistema de seguridad y economía en Eurasia. En palabras de Sakwa, una visión era la de una “‘Europa ampliada’ alrededor del centro representado por la UE, pero cada vez más colindante con la seguridad euro-atlántica y la comunidad política; en el otro lado, estaba la idea de una ‘Europa mayor’, una visión de una Europa continental extendiéndose desde Lisboa a Vladivostok, con múltiples centros –entre ellos Bruselas, Moscú y Ankara–, pero con el propósito común de superar las divisiones que desde siempre han atormentado el continente”.

El líder ruso Mikhail Gorvachov fue el principal proponente de la ‘Europa mayor’, un concepto que también tenía raíces europeas en el gaullismo y otras iniciativas. Sin embargo, según Rusia se venía abajo debido a las devastadores reformas de los mercados en los noventa del siglo pasado, la visión fue difuminándose. Solo fue rescatada cuando Rusia empezó a recuperarse y a buscar un sitio en el escenario mundial bajo Vladimir Putin quien, junto con su colega Dmitry Medveded, llamó repetidamente a la “unificación geopolítica de todos los componentes de la ‘Gran Europa’, desde Lisboa a Vladivostok, para crear una auténtica ‘asociación estratégica’”. Estas iniciativas fueron “recibidas con cortés desdén”, escribe Sakwa, y vistas como “poco más que un restablecimiento encubierto de la ‘Gran Rusia’, realizado con furtividad”, y un esfuerzo por “meter una cuña” entre América del Norte y Europa occidental. Esos asuntos conectan con los temores reinantes durante los primeros años de la Guerra Fría, los temores de que Europa pudiera convertirse en una “tercera fuerza” independiente tanto de las mayores como de las menores superpotencias y promover vínculos más estrechos con las segundas (tal como puede verse en la Ostpolik de Willy Brandt y otras iniciativas).

La respuesta occidental al derrumbe de Rusia fue el triunfalismo. Fue saludado como si marcara “el fin de la historia”, la victoria final de la democracia occidental capitalista, casi como si Rusia debiera ser instruida para que regresase a su estatus anterior a la Primera Guerra Mundial, como si fuera una virtual colonia económica de Occidente. La ampliación de la OTAN empezó de inmediato, violando garantías expresadas verbalmente a Gorbachov acerca de que las fuerzas de la OTAN no se moverían “ni una pulgada hacia el este”, después de que él accediera a que una Alemania unificada pudiera convertirse en miembro de la organización atlántica, una notable concesión a la luz de la historia. Esa discusión se limitó a Alemania Oriental. La posibilidad de que la OTAN se expandiera más allá de Alemania no se discutió –ni siquiera privadamente– con Gorbachov.

Muy pronto, la OTAN empezó a moverse más lejos, justo hasta la frontera rusa. La misión general de la organización fue modificada oficialmente hasta convertirse en un mandato para proteger “infraestructura esencial” del sistema mundial de la energía, rutas de navegación, oleoductos y gasoductos, lo que le concedió una zona de operaciones que abarcaba todo el planeta. Más aún, gracias a una decisiva revisión occidental de la ahora ampliamente promocionada doctrina de la “responsabilidad de proteger”, absolutamente diferente de la versión oficial de Naciones Unidas, ahora la OTAN solo puede ser una fuerza de intervención si lo hace a las órdenes de Estados Unidos.

Rusia está particularmente preocupada por los planes de expansión de la OTAN en Ucrania. Esos planes fueron articulas explícitamente en la cumbre de la OTAN de abril de 2008 realizada en Bucarest, cuando se les prometió a Georgia y Ucrania la posibilidad de integrarse en la organización atlántica. El discurso no tenía ambigüedad alguna: “La OTAN da la bienvenida a las aspiraciones euro-atlánticas de Ucrania y Georgia respecto de la incorporación en la OTAN”. Con la victoria de los candidatos pro-occidentales de la “Revolución Naranja” en 2004, el representante del departamento de Estado Daniel Fried se apresuró a acudir allí para “recalcar el apoyo estadounidense a las aspiraciones de Ucrania respecto de la OTAN y el euro-atlantismo”, como reveló una información de Wikileaks.

Las preocupaciones rusas son comprensibles. Son esbozadas por el académico especialista en relaciones internacionales John Mearsheimer en el principal periódico del establishment Foreing Affairs, quien escribe que “la raíz de la crisis actual (relacionada con Ucrania) es la ampliación de la OTAN y la dedicación de Washington a la causa de sacar a Ucrania de la órbita moscovita e integrarla a Occidente”, algo que es visto por Putin como “una amenaza directa al corazón de los intereses rusos”.

“¿Quién puede reprochárselo?”, pregunta Mearsheimer, señalando que “A Washington quizá no le guste la posición de Moscú, pero debería entender la lógica que hay tras de ella”. Eso no debería ser tan difícil. Después de todo, como cualquiera lo sabe, “Estados Unidos no tolera que grandes potencias distantes desplieguen fuerzas militares en cualquier sitio del hemisferio occidental, mucho menos en sus fronteras”.

De hecho, la posición de Estados Unidos es mucho más fuerte. No tolera lo que oficialmente recibe el nombre de “rebeldía exitosa” en la Doctrina Monroe de 1823, que declaraba (pero todavía no ha podido implementar) el control estadounidense del hemisferio. Así, un pequeño país que lleva adelante y con éxito semejante acto de rebeldía puede ser sometido a “los terrores de la Tierra” y a un aplastante bloqueo, como sucede con Cuba. No es necesario que nos preguntemos cómo habría reaccionado Estados Unidos de haberse unido los países latinoamericanos al Pacto de Varsovia y de haber existido planes para que México y Canadá también se unieran a ese Pacto. El mero atisbo de la primera tentativa en esa dirección habría “terminado con extremos perjuicios”, para utilizar la jerga de la CIA.

Como en el caso de China, no hay por qué ver con simpatía las acciones y las motivaciones de Putin para entender la lógica que hay tras ellas, tampoco para darse cuenta de la importancia de comprender esa lógica en lugar de lanzar imprecaciones contra ella. Como en el caso de China, hay demasiado en juego, incluso cosas tan importantes –literalmente– como la supervivencia.


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