martes, 7 de febrero de 2017

SOBRE LA OBRA "FOUCAULT Y EL NEOLIBERALISMO"



SOBRE LA OBRA “FOUCAULT Y EL NEOLIBERALISMO”
 
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Entrevista a Daniel Vargas Zamora

 

Sociología crítica

06.02.2017

 

Indice: Estudios Marxistas Nº 109 Autor: Daniel Vargas Zamora Traducción: http://www.jaimelago.org, basado en traducción previa andoenpando.wordpress.com

 

En su texto, usted cuestiona su visión de la seguridad social y la redistribución de la riqueza: ¿Nos puedes contar algo más de este asunto?

Daniel Zamora: ¡Es una pregunta casi inexplorada por los “foucaltianos”! A decir verdad, no creí que acabase trabajando sobre ese tema cuando estaba ideando la estructura del libro. Mi interés en la seguridad social no estaba originalmente conectado a Foucault de forma directa, pero mi investigación sobre el tema me llevó a pensar cómo hemos pasado en los últimos 40 años de una política dirigida a combatir la inequidad, basada en la seguridad social, a una política dirigida a combatir la pobreza, crecientemente organizada alrededor de repartos específicos de presupuesto y poblaciones objetivo.

Pero el paso del primer objetivo al segundo ha transformado completamente el concepto de justicia social: combatir las desigualdades (y buscar reducir la disparidad absoluta) es muy diferente a combatir la pobreza (y buscar ofrecer un mínimo a los menos favorecidos). Llevar a cabo esta pequeña revolución requirió años de trabajo deslegitimando la seguridad social y las instituciones de los asalariados.

Mientras leía detenidamente los textos del Foucault “tardío” (de finales de los 70 e inicios de los 80) me di cuenta que tomaba partido plenamente en esta operación. Así, no sólo retó a la seguridad social, sino que también fue seducido por la alternativa de los impuestos negativos a la renta propuestos por Milton Friedman en dicho periodo. Foucault pone a los mecanismos de asistencia social y de seguro social al mismo nivel que las prisiones, las barracas, o la escuela, instituciones indispensables “para el ejercicio del poder en las sociedades modernas”.

También es interesante señalar que en la obra central de Francois Ewald, no duda en escribir que “el estado de bienestar cumple el sueño del ‘biopoder’”. ¡Ni más ni menos! [Ewald fue discípulo y asistente de Foucault, y actualmente es un intelectual alineado con la industria de seguros de Francia y Medef, la principal federación de empresas de Francia].

Dados los muchos defectos del sistema de seguridad social, Foucault estaba interesando en reemplazarlo con un impuesto negativo a la renta. La idea es relativamente simple: el Estado le paga una ayuda a cualquiera que se encuentre por debajo de cierto nivel de ingreso. La meta es organizar las cosas de tal modo que nadie esté bajo el nivel mínimo, sin grandes trabas administrativas.

En Francia este debate empieza a aparecer en 1974, con el libro de Lionel Stoleru “Acabar con la pobreza en los países ricos”. También es interesante recordar que Foucault se reúne con Stoleru varias veces cuando éste era asesor técnico en el gobierno de Valery Giscard D’Estaing. Un argumento importante recorre su trabajo y atrae la atención de Foucault: en el mismo espíritu que Friedman, distingue entre una política que busca la igualdad (el socialismo) y una política que simplemente quiere eliminar la pobreza sin retar las desigualdades (liberalismo). Para Stoleru, cito, “las doctrinas… pueden llevarnos o a una política dirigida a eliminar la pobreza o a una política que busca limitar la brecha entre ricos y pobres”.[iii] Es lo que llama “la frontera entre la pobreza absoluta y la pobreza relativa”. [iv]La primera se refiere simplemente a un nivel arbitrariamente determinado (al que se dirige el impuesto negativo a la renta) y la otra a disparidades generales entre individuos (a las que se dirigen la seguridad social y el estado de bienestar). Según el punto de vista de Stoleru, “la economía de mercado es capaz de asimilar las acciones contra la pobreza absoluta” pero “es incapaz digerir medidas contundentes contra la pobreza relativa”.[v] Por eso, señala, cree que “la distinción entre pobreza absoluta y pobreza relativa es de hecho la distinción entre capitalismo y socialismo”. De ese modo, lo que está en juego cuando se pasa de una a otra es un tema político: la aceptación del capitalismo como la forma económica dominante, o su rechazo.

Desde ese punto de vista, el entusiasmo no oculto con que Foucault recibe la propuesta de Stoleru forma parte de un movimiento más grande, que sustituirá el declive de la filosofía igualitaria de la seguridad social por una lucha contra la “pobreza” bastante más orientada al libre mercado. En otras palabras, y por más sorprendente que parezca, la lucha contra la pobreza, lejos de limitar los efectos de los programas neoliberales, en realidad ha contribuido a su hegemonía política.

Así que no es sorprendente ver que las grandes fortunas del mundo, como las de Bill Gates o George Soros, se embarcan en esta lucha contra la pobreza incluso cuando apoyan, sin ninguna contradicción aparente, la liberalización de servicios públicos, la destrucción de todos estos mecanismos de redistribución de la riqueza, y las “virtudes” del neoliberalismo.

Combatir la pobreza de ese modo permite incluir cuestiones sociales en la agenda política sin tener que pelear en contra de la desigualdad y los mecanismos estructurales que la producen. Así que esta evolución ha sido parte central del neoliberalismo, y el objetivo de mi libro es mostrar que Foucault es en parte responsable de este desarrollo.

El problema del Estado es omnipresente en su trabajo. El que critica su razón de ser pasa a ser un liberal. ¡Pero Bakunin, al igual que Lenin y las tradiciones anarquista y marxista, critican el Estado! ¿No ignora esta dimensión?

Daniel Zamora: No lo creo. Creo que la crítica de las tradiciones marxista o anarquista es muy diferente de la que formula Foucault, y no solamente él, sino una importante concepción del marxismo de los años 70.

Primero, por la simple razón que todos esos viejos escritores anarquistas y marxistas no conocieron la seguridad social o la forma que el estado toma después de 1945. El estado al que Lenin se refería era efectivamente el estado de la clase dominante, en el que los trabajadores no jugaban rol alguno. El derecho a voto, por ejemplo, no se generaliza – sólo para los hombres- hasta el el periodo de entreguerras. Así que es difícil saber qué habrían pensado sobre estas instituciones y su carácter “burgués”.

Siempre me ha irritado esta idea, que es relativamente popular dentro de la izquierda radical, de que la seguridad social es en última instancia una herramienta de control social del gran capital. Esta idea demuestra un completo malentendido de la historia y los orígenes de nuestros sistemas de protección social. Estos sistemas no fueron establecidos por la burguesía para controlar a las masas. Al contrario, la burguesía fue totalmente hostil.

Estas instituciones fueron el resultado de un posicionamiento fuerte del movimiento obrero tras la Liberación. Fueron inventadas por el propio movimiento obrero. Del siglo XIX en adelante, los trabajadores y los sindicatos establecieron sociedades mutuas, por ejemplo, para pagar ayudas a aquellos que no podían trabajar. La lógica del mercado y los enormes riesgos que imponía a sus vidas les obligó a desarrollar mecanismos para la socialización parcial de los ingresos. En la fase temprana de la revolución industrial, sólo aquellos que eran dueños de propiedades eran ciudadanos plenos, y como enfatiza el sociólogo Robert Castel, solamente con la seguridad social tuvo lugar la “rehabilitación social de los no propietarios”. Fue la seguridad social la que estableció, al lado de la propiedad privada, una propiedad social, con la intención de elevar a las clases populares a la ciudadanía. Es la idea que Karl Polanyi desarrolla en “La Gran Transformación”, que ve en el principio de protección social el objetivo de sacar al individuo fuera de las leyes del mercado y reconfigurar las relaciones de poder entre capital y trabajo.

Por supuesto, se puede criticar la gestión estatal de la seguridad social, o decir, por ejemplo, que debería ser dirigida por colectivos –aunque realmente no creo en ese argumento- pero criticar la herramienta y su base ideológica en sí, eso es muy diferente. Cuando Foucault llega a decir que “difícilmente tiene sentido hablar de un ‘derecho a la salud’”, y pregunta sí “una sociedad debería buscar satisfacer la necesidad de salud de los individuos, y si pueden esos individuos legítimamente demandar la satisfacción de esas necesidades”, noe parece realmente que nos encontremos en el registro anarquista.

Para mí, a diferencia de Foucault, lo que debemos hacer es ahondar en los derechos sociales que ya tenemos, deberíamos “construir sobre lo que ya existe”, como señala Bernard Friot. Y la seguridad social es una herramienta excelente que deberíamos defender y profundizar. En esa misma línea, cuando leo a la filósofa Beatriz Preciado, que escribe en Libération que “no vamos a llorar por el final del estado de bienestar, porque el estado de bienestar es también el hospital psiquiátrico, la oficina para discapacitados, la prisión, la escuela patriarcal-colonial-heteronormativa”, me hace pensar que el neoliberalismo ha hecho mucho más que transformar nuestra economía; ha reconfigurado profundamente la imaginación social de cierta izquierda “libertaria”.

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