miércoles, 29 de mayo de 2024

Nemo y Eurovisión

 

¿Para qué tener identidad si puede uno/a/e dejarse arrastrar en el río de la inacabable fluidez de la nada? Eurovisión ha coronado esa Nada que desafía a la naturaleza, a la genética, a la carne y al espíritu para flotar en el éter de la indefinición.


Nemo y Eurovisión

 

 

29 mayo, 2024 Andrea Zhok

 


La libertad como ausencia de identidad

 

Sé que en el mundo suceden cosas infinitamente más importantes y graves, pero me permito una reflexión dominguera.

Me enteré de que había un concurso de canto llamado «Eurovisión». No voy a reprender a los espectadores, porque, por las imágenes que he visto circular, quienes lo han visto ya han sido bastante castigados, y no hay por qué enojarse.

Sin embargo, también descubro que habría ganado un tal Nemo, que se deja fotografiar vestido de muñeco y juega todas sus cartas de talento para el canto en otra apasionante «provocación» de ser fluido (tan fluido que incluso se me durmió el brazo mientras escribía).

Ahora bien, el señor/señora/ente sudoroso (no diré mucho, marcad la casilla correspondiente) parece alguien con las ideas realmente claras. Y no estoy bromeando ahora.

De hecho, un entrevistado dice: «El darme cuenta de mi identidad me hizo libre».

¿Y cuál es esta identidad?

Él mismo lo dice, por supuesto: Nemo = Nadie (en latín).

El nombre fue elegido específicamente porque la única identidad que nos hace libres aquí es la ausencia de identidad.

Y esto es filosóficamente de gran interés, porque hace explícito de la manera más clara un punto importante, que va más allá de la estúpida vulgaridad de Eurovisión.

La libertad que se asume como la única verdadera libertad residual de esta «cultura generacional» es la libertad negativa, es decir, la libertad como posibilidad de escapar de cualquier presión externa.

E incluso el «ser alguien» en sí mismo se percibe como una forma de presión externa.

Por tanto, la única libertad alcanzable es la de no ser nadie.

Todo esto puede parecer muy sugerente, new age, pero en realidad es una manifestación ejemplar de degeneración motivacional (o si queremos, de nihilismo militante). De hecho, ser alguien, poseer (y cultivar) una identidad personal es la condición previa de toda responsabilidad, de toda integridad personal, de toda veracidad, de toda voluntad y proyecto, y también de toda forma de confiabilidad interpersonal.

Pero todo esto, todos estos rasgos éticos que han estado en el corazón de las virtudes personales en la variada historia de la humanidad, hoy son percibidos por esta cultura generacional como un peso insostenible, una carga.

La modernidad neoliberal ha ganado así juegos, sets y partidos.

Quedan por ahí identidades vacías, líquidas, maleables, que en los pocos casos «ganadores» son Nemos de carreras, mientras que en el mar de perdedores son ruedas intercambiables que el sistema puede colocar donde quiera, durante el tiempo que quiera, sin encontrar ninguna resistencia, a la espera de que sean sustituidos definitivamente por un autómata, que ahora sin embargo corre el riesgo de demostrar mayor carácter.

Fuente: sinistra.ch

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