Nord Stream 2: una anciana sin calefacción, una guerra
en Ucrania y una tubería bajo el mar
diario octubre / 17.05.2021
El
imperialismo es bien capaz de dejar a una anciana sin calefacción o incluso
provocar guerras en lejanos rincones de Europa, si lo que está en juego es un
negocio energético de miles de millones de dólares.
¿Qué tienen que ver el recrudecimiento de la guerra del Donbass en Ucrania, la construcción de una tubería submarina en el Báltico y la anciana que se queda sin calefacción en pleno invierno? Algunos lo llamarán geopolítica y los marxistas lo traducimos como la confrontación interimperialista en torno a la energía.
Si
bien el conflicto en el Este de Ucrania nunca se ha apaciguado, las últimas
semanas han visto un incremento de las acciones militares ucranianas contra los
civiles de Donestsk y Lugansk, el despliegue de la armada estadounidense en el
Mar Negro y la acumulación de tropas rusas al otro lado de la frontera.
Pero
las razones del conflicto están cientos de kilómetros al Norte de Kiev. Allí,
en las aguas internacionales del mar Báltico, Rusia y Alemania construyen el
Nord Stream 2, un gasoducto con capacidad para trasladar 55.000 millones de
metros cúbicos de gas al año. Con 1.230 kilómetros de longitud y 11.000
millones de dólares de presupuesto, este segundo gasoducto une al mayor
exportador de gas natural del mundo -Rusia- con el mayor importador -Alemania.
El acuerdo, firmado bilateralmente entre los gobiernos de ambos países, no está
enmarcado dentro de los acuerdos comerciales de la Unión Europea, como tampoco
lo está el del gasoducto por el que España importa gas de Argelia.
Los
mayores opositores al proyecto son Polonia, Ucrania, Eslovaquia y Estados
Unidos, por razones variadas. En el caso de las tres naciones europeas, cuentan
con gasoductos operativos desde tiempos soviéticos por los que pasa el gas que
Rusia exporta a Europa Occidental. Esto les genera cuantiosos ingresos por
derechos de tránsito, que en el caso de Ucrania suponen el 3% de su PIB.
Este
es uno de los motivos por los que Rusia quiere construir este segundo gasoducto
por la ruta báltica: eliminar intermediarios para no pagar derechos de
tránsito. Especialmente, debido a las malas relaciones entre Rusia y algunos de
los países de la zona, en particular Ucrania, que mantiene litigios con la
estatal rusa GazProm. De un lado, están las crecientes reclamaciones de Kiev
sobre el precio del tránsito, pero de otro está la costumbre ucraniana de
compensar lo que dejan de percibir robando de los gasoductos que pasan por su
territorio. Estas disputas han provocado en más de una ocasión que media Europa
se quede sin calefacción en pleno invierno.
Como
inciso, Ucrania, décima economía mundial en tiempos soviéticos y la número 55
hoy, viviendo del tránsito y el robo de hidrocarburos ajenos. Rusia, en su día
segunda economía mundial y líder tecnológico en sectores que iban desde la
exploración espacial hasta la máquina herramienta, hoy exporta cereales e
hidrocarburos.
Pero
no sólo aquellos que cobran derechos de tránsito están en contra del Nord
Stream 2. Estados Unidos, tradicionalmente importador neto de hidrocarburos,
hizo numerosas inversiones durante la última década en la tecnología conocida
como fracking o fractura hidraúlica, que permite extraer gas natural inyectando
agua a presión en zonas profundas. A pesar del impacto ecológico de esta
técnica, Estados Unidos consiguió posicionarse como exportador de gas. Esta
amenaza para la hegemonía rusa y de ciertos países de Oriente Medio en el
sector, llevó a una guerra de precios a la baja. Dado que el fracking es un 50%
más caro que extraer hidrocarburos de los pozos tradicionales, la guerra de
precios hundió la naciente industria norteamericana que, de hecho, en plena
pandemia, tuvo que pagar a quienes se llevaran la mercancía.
No
sólo el producto estadounidense es más caro, sino que la exportación mediante
gasoducto evita la necesidad de licuar el gas, por lo que abarata el monto
económico.
Incapaces
de competir con motivos económicos, Estados Unidos y los tres países europeos
han recurrido a toda una serie de argumentos extraeconómicos. Desde la
preocupación por los derechos humanos en Rusia (pero no en Arabia Saudí, por lo
visto) hasta la provocación militar. De momento, el Parlamento Europeo ya ha
votado una resolución que llama a detener el proyecto amparándose en la
“amenaza rusa” y las provocaciones en el Donbass y el Mar Negro parecen
destinadas a reforzar esta idea.
Varias
flotas de la OTAN han realizado maniobras en la zona donde se construye el
gasoducto y Rusia ha denunciado intentos de sabotaje. Las habituales sanciones
estadounidenses ya están aprobadas y han llevado a 18 empresas europeas a
abandonar el proyecto.
Sin
embargo, con solo 120 km por construir (un 6%) y un trabajo conjunto de décadas
entre las oligarquías de Rusia y Alemania en el sector de la energía,
difícilmente el proceso es ya reversible. Rusia se ha asegurado contactos en
las altas esferas alemanas de la mano de Gerhard Schröder, antiguo canciller
alemán y actual presidente del Consejo de Administración de Rosneft, monopolio
estatal petrolero de Rusia, y del consorcio que construye Nord Stream. Y las
preocupaciones polacas y ucranianas por el envenenamiento de Alexei Navalny o
el belicismo de Moscú, difícilmente resultan creíbles cuando su propuesta es
que el gas siga pasando por su territorio.
Por
lo tanto, tenemos por delante meses de intensa confrontación en Europa
Oriental. El imperialismo es bien capaz de dejar a una anciana sin calefacción
o incluso provocar guerras en lejanos rincones de Europa, si lo que está en
juego es un negocio energético de miles de millones de dólares.
Juan
Nogueira
nuevo-rumbo.es
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