Pese a la debacle global que la pandemia ha causado, prácticamente nada se ha tocado de sus causas, lo cual afirma las bases para que sigan preparándose próximas pandemias. El panorama sin duda es sombrío.
EL LEGADO DE LA PANDEMIA
El Viejo Topo
16.02.2021
Nadie
olvidará el 2020. Nunca antes tantos saludos de cambio de año fueron a
propósito de terminar, dejar atrás, salir de ese año como de la peste,
literalmente. Excepto varias de las más grandes empresas farmacéuticas, los
titanes tecnológicos y unas cuantas trasnacionales más que aprovecharon el
desastre para cosechar ganancias en volúmenes que la mayoría de la gente no
podemos ni imaginar. Basadas, además, en enormes subsidios públicos y en no
pagar impuestos, especialmente las plataformas digitales.
Según el
informe El virus de la desigualdad (Oxfam, 2021), los
milmillonarios que vieron afectadas sus fortunas, recuperaron el nivel previo a
la pandemia en apenas nueve meses, mientras la pobreza en el mundo aumentó
notoriamente y se sigue profundizando. Para los miles de millones de personas
de la población mundial en situación de pobreza, recuperar el escaso poder
adquisitivo que tenían antes de la pandemia tomará más de una década. Algo
además incierto (https://tinyurl.com/23zy6zz9).
Desde el inicio
de la pandemia, los 10 hombres más ricos del planeta (siete de ellos dueños de
plataformas y empresas digitales) agregaron más de 500 mil millones de dólares
a sus abultadas arcas. Oxfam pone el ejemplo de Jeff Bezos, actualmente el
segundo individuo más rico del mundo, fundador de la plataforma digital Amazon.
Con la fortuna personal que acumuló entre marzo y agosto 2020, podría haber
pagado a cada uno de sus 876 mil trabajadores un bono de 105 mil dólares y aún
seguiría siendo tan rico como al inicio de la pandemia.
Se hizo patente
la destrucción o falta de sistemas de atención de la salud accesibles para las
mayorías en muchos países. La educación formal se realizó con grandes
limitaciones y en modo virtual en todos los niveles, aumentando en estos
sectores también la brecha entre pobres y ricos. La carga de trabajo para las
mujeres aumentó mucho más que para los hombres, también la violencia de género.
Al aumento
brutal de la desigualdad que ya existía, se sumó el hecho de que las medidas
restrictivas para contener los contagios dejaron una importante huella negativa
en la interacción social y una ola de contención de las luchas sociales, al no
poder participar en forma presencial en protestas, reuniones, etcétera. A tono
con lo mismo, se enlentecieron e hicieron más injustas (por idioma, zonas
horarias, acceso a internet) las discusiones en Naciones Unidas sobre
alimentación, cambio climático, biodiversidad, y se limitaron seriamente las
posibilidades de participación de la sociedad civil en esos ámbitos. La
tendencia de los gobiernos del G-7 hacia el resto de los países es convertir
esas discriminaciones en permanentes.
Para las
grandes plataformas digitales y empresas tecnológicas, las ganancias han sido
indescriptibles, pero no sólo en dinero, también en poder y control. Ya están
presentes en todas las industrias –incluso agricultura y alimentación– en el
trabajo, educación, salud, comunicación, sistemas de gobierno,
redes sociales, sistemas financieros.
Todas y todos
somos sus presas y el comercio de nuestros datos, sus principales fuentes de
ganancia. Prácticamente no están reguladas en ninguna parte y apenas se ha
comenzado tímidamente a intentar supervisarlas en algunos países, solo en
aspectos parciales. No tiene precedente el peso y poder económico y de cabildeo
de estas empresas frente a gobiernos nacionales e internacionales, sumado a que
tienen control de sus datos e instrumentos.
A las medidas
de Twitter de cerrar cuentas de quien considere según su criterio y conveniencia,
se suma el reciente anuncio de Facebook e Instagram, de cerrar las cuentas que
comenten que las vacunas podrían no ser efectivas o que el virus podría haber
sido producto de una manipulación de laboratorio. Más allá de que existe mucha
basura en Internet (que las plataformas alientan), de que nos alegre que
cancelen los mensajes de Trump o que estemos o no de acuerdo con posiciones
críticas sobre las vacunas, el fenómeno de la censura ejercida por los gigantes
tecnológicos abre una batería de preocupaciones.
Mientras
Facebook – cuyo fundador Mark Zuckerberg es uno de esos 10 hombres más ricos
del globo– sostiene que las vacunas son la solución para la pandemia y se
arroga determinar qué y quien puede hablar sobre ellas, Oxfam explica en su
informe que nueve de cada 10 personas en países pobres no tendrán acceso a las
vacunas en este año, aunque varios de los países más ricos han comprado dosis
para inocular a toda su población tres veces. El debate de los muchos y
diferentes impactos de esta industria es urgente e impostergable.
Pese a la
debacle global que la pandemia ha causado, prácticamente nada se ha tocado de
sus causas, lo cual afirma las bases para que sigan preparándose próximas
pandemias. Por ejemplo, para parar la destrucción de la biodiversidad que
aumenta con megaproyectos mineros, de transporte, energía, expansión de la
frontera agrícola (https://tinyurl.com/1lydnlmh).
El panorama sin duda es sombrío. Que muchos aspectos del capitalismo hayan quedado al desnudo, también ayuda a combatirlo. Existe un creciente tejido de debates y acciones entre comunidades, organizaciones y movimientos populares que siguen actuando solidariamente, pensando, cuestionando, construyendo.
Artículo
publicado originalmente en La Jornada.
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