domingo, 15 de marzo de 2020

ROSA LUXEMBURGO



Lecciones para los tiempos que corren

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Rebelión
14/03/2020


 Fuentes: Rebelión

A propósito de la conmemoración del centenario de su asesinato, el año pasado se publicaron un sinnúmero de artículos en homenaje a la revolucionaria polaca. El presente trabajo se sitúa en la misma línea de estos. 

O sea, reivindica el pensamiento y acción de Rosa Luxemburgo como militante socialista, rescatando una serie de elementos que resultan de especial relevancia para la política revolucionaria en los tiempos actuales.

Hay si una diferencia. La reivindicación de la figura y pensamiento de Rosa Luxemburgo se hace no sin constatar una práctica que se ha vuelto común entre los escritores de izquierda, a saber: servirse de una figura de renombre en el campo del marxismo (Marx, Engels, Lenin, Gramsci u otro) para hacer pasar ideas de cosecha personal como supuestamente propias de la autoridad a la que se apela, intentando además hacerlas coincidir con tal o cual corriente académica en boga –que poca o ninguna relación guardan con el marxismo– como signo de respetabilidad intelectual.

Esto, aparte de ser una práctica poco rigurosa, en el caso particular de Rosa Luxemburgo, denota la deshonestidad intelectual que hoy campea en cierta producción teórica de la izquierda latinoamericana. Deshonestidad que incluso raya en la desfachatez a la luz del estilo literario simple, directo y claro que ella desarrolló. En efecto, sus escritos no dejan espacio a la ambigüedad. No se iba con medias tintas ni pelos en la lengua, plasmando su propia personalidad como militante y propagandista socialista.

Aun así, a Rosa Luxemburgo se le suelen atribuir posiciones e ideas que poco o nada tienen que ver con lo que defendió en sus escritos, atribuyéndosele posiciones que incluso explícitamente rechazó. Es lo que sucede, por ejemplo, con la cuestión del imperialismo y las luchas nacionales. Hay otras también que resultan en gran medida desconocidas, siendo necesario detenerse en ellas. 

Sin pretensión de mayor sistematicidad ni ánimo de agotarlas, se relevan algunas ideas luxemburguistas cuya reivindicación resulta crucial para la elaboración política socialista contemporánea, destacando entre estas la cuestión del internacionalismo, la relación de la teoría con la elaboración programática y la política socialista y la importancia de la discusión en la construcción político-orgánica.

Internacionalismo: «¡Preferimos perder la vida antes que ser infieles a este ideal!»
En verdad sorprende que algunos de los propagandistas actuales de la izquierda latinoamericana –siguiendo sus propias ideas preconcebidas– hayan logrado poner en circulación una imagen adulterada de Rosa, amoldándola más a la de una nacionalista pequeñoburguesa que a la de una internacionalista revolucionaria, que es lo que realmente en vida fue.

En su triple condición de mujer, judía y polaca, tres minorías discriminadas social y culturalmente a lo largo de la historia, nada le hubiese resultado más sencillo que adoptar sin más el credo nacionalista pequeñoburgués que hoy predomina en la izquierda, el cual propugna la defensa abstracta de los “más débiles” y “desposeídos”, rasgando vestiduras y derramando lágrimas por cada “pequeña” nación agredida por el “imperialismo” (que en estricto rigor se reduce exclusivamente a la denuncia de las intervenciones del gobierno norteamericano).

Sin embargo, no fue así. Por el contrario, apegada a la concepción marxista marxista, Rosa adoptó una inflexible postura internacionalista ante el problema de las disputas entre Estados burgueses. En eso no se dejó nunca embaucar por la fraseología izquierdizante del nacionalismo pequeñoburgués ni intimidar por el matonaje militarista.

El internacionalismo constituía para ella una de las piedras angulares del socialismo moderno, sin el cual le era imposible a la clase obrera liberarse de la tutela ideológica del capital. Tanto era su apasionamiento en la lucha contra toda variante del nacionalismo entre los trabajadores que, en el transcurso de las disputas políticas en el período de la Primera Guerra Mundial, sostenía la posición de que:

tenemos que educar a cada proletario con conciencia de clase alemán, francés y de los demás países, en la convicción de que la confraternización de los trabajadores del mundo es para nosotros lo más elevado y lo más sagrado en la Tierra; es la estrella que nos guía, nuestro ideal, nuestra patria.

Rematando con la frase:

¡Preferimos perder la vida antes que ser infieles a este ideal! [i]

Y efectivamente así fue. La vergonzosa capitulación de la socialdemocracia alemana frente al nacionalismo de la burguesía teutona, que Rosa no se cansó de denunciar, y su tenaz internacionalismo fueron causas determinantes que gatillaron el trágico final de su vida.

Por otra parte, el «tenemos que educar [sic] a cada proletario» en el internacionalismo no es una declaración vacía de buenas intenciones lanzada al boleo, sino una de las tareas prácticas primordiales que Rosa le atribuía a la organización política de la clase trabajadora, tanto en tiempos de “paz” como –y especialmente– en los de guerra. Esto sigue plenamente vigente, constituyendo una de las tareas ineludibles que cada militante revolucionario bebiese asumir hoy para con los trabajadores. No hay posibilidad en el mundo actual, con un capitalismo globalizado como nunca antes, de levantar una alternativa socialista sin el componente internacionalista, para lo cual hay que educar paciente y tenazmente a las masas trabajadoras.

Como verdadera campeona y defensora intransigente del internacionalismo proletario, tal fue su falta de concesiones al nacionalismo que llegó incluso a cuestionar las perspectivas progresistas de las luchas independentistas en el capitalismo contemporáneo. En base a tal diagnóstico rechazaba la adopción de la consigna de autodeterminación como reivindicación programática de los partidos socialistas; tema que, tanto antes como durante la Primera Guerra, fue un punto de debate con Lenin.

Sin embargo, la discrepancia con este nada tenía que ver con la de apoyar y generar causa común con gobiernos burgueses frente agresiones extranjeras en pos de una supuesta “defensa de la patria”. O con que los socialistas tuvieran que cerrar los ojos y callar las tropelías locales de tales gobiernos en vista a la implementación de una táctica de enfrentamiento del “enemigo principal”, tal como la izquierda latinoamericana lo hace hoy frente a gobiernos como los de la banda Ortega-Murillo en Nicaragua, al chavismo en Venezuela o al del derrocado Evo Morales en Bolivia, llegando incluso a atribuirles fantasiosas características “revolucionarias” y “socialistas” a cada uno de ellos.

Los dos eran luchadores inquebrantables contra el poder estatal burgués, independiente del ropaje específico que adoptase. Sostenían que el enemigo inmediato que enfrenta la clase trabajadora en cada país es su propia burguesía; siendo, por tanto, el deber de los revolucionarios trabajar por su derrocamiento. Allí residía el fundamento de la solidaridad internacional de los trabajadores. En eso había completa coincidencia entre Rosa y Lenin.

Solo es posible compatibilizar la figura de Rosa Luxemburgo con la del nacionalismo pequeñoburgués a costa de una descarada adulteración de su pensamiento en base a una maliciosa omisión y/o manipulación de sus escritos.

Por más pequeña e inocua que parezca, en el aspecto internacionalista de su pensamiento no debe permitirse ningún tipo de falsificación que se preste para presentarla como una defensora de posiciones nacionalistas. Ante cualquier intento en dicha dirección hay que decir inmediata, clara y firmemente lo mismo que en su momento declaró Trotsky frente a las calumnias estalinistas[ii]: ¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo! Que plumíferos del tipo Dr. Boron y similares justifiquen como quieran sus componendas con las distintas representaciones políticas de las burguesías latinoamericanas. Ese es su problema. Pero, ¡fuera las manos de Rosa Luxemburgo!

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