Artículo en abierto de
la Revista de El Viejo Topo nº454, noviembre de 2025. Entrevista a Javier Marín
por Miguel Riera. Artículos de Claudio Zulian, Javier Enríquez Román, Peiman
Salehi, Genis Plana, respuesta de Moreno Pasquinelli a Ramón Franquesa, Higinio
Polo, Carlos Antonio Aguirre Rojas Miguel Ángel Cerdán y Miguel Candel
¡En la calle el Topo de Noviembre!
El Viejo topo
1 noviembre, 2025
Artículo en
abierto de la Revista de El Viejo Topo nº454, noviembre de 2025. Entrevista a
Javier Marín por Miguel Riera. Artículos de Claudio Zulian, Javier Enríquez
Román, Peiman Salehi, Genis Plana, respuesta de Moreno Pasquinelli a Ramón
Franquesa, Higinio Polo, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Miguel Ángel Cerdán y
Miguel Candel. Más cine: Fernando Fernán Gómez. Y reseñas de libros.
De la policía
franquista a la policía democrática
Entrevista con
Javier Marín por Miguel Riera
El Viejo Topo
ha publicado “El poli rojo”, autobiografía de Javier Marín que casi puede
leerse como una novela de aventuras. Es este el relato de una vida trepidante,
de un combate permanente, pero también la crónica de una etapa histórica
vinculada a la llegada y desarrollo de la democracia.
—Empecemos
por el principio: tus padres, andaluces de Jaén, emigran a Barcelona, donde tú
naces…
—Sí, yo nací en
Barcelona, en la calle Comercio, al lado del Borne. Mis padres vinieron huyendo
del hambre. Aquí mi padre siempre trabajó en dos empleos, 16 horas cada día, y
eso le dio para acumular un poquito de dinero y comprarse un trozo de tierra en
la montaña, en el Verdún.
—¿Era la
Barcelona del 47?
—Lo era. En el
Verdún todo eran campos, no había ninguna calle asfaltada. Y ya que citas el
47, nosotros fuimos los que secuestramos el primer autobús, que subimos de la
Vía Julia hasta arriba del barrio de Verdún, en el 71.
—Muy
jovencito entraste en un partido político clandestino, el PCE(i), un partido
marxista-maoísta que luego se convertiría en el PT, el Partido del Trabajo.
Siendo tan joven, ¿cómo viviste esa experiencia?
—Desde pequeño
me ha desasosegado mucho ver injusticias y no enfrentarme a ellas. Cuando
ocurrió en mi familia una tragedia, que cuento en el libro, el PCE(i), que
había surgido de una escisión en el PCE, lanzó octavillas por el barrio, y la
gente pensó que las había hecho yo, porque las octavillas hablaban de esa
tragedia familiar. Había tres miembros del PCE(i) en la célula de Verdún, y uno
de ellos se puso en contacto conmigo. Juan Domingo Linde, que en la
clandestinidad se llamaba El Poeta y después llegó a ser el secretario general
de la CSUT, el Sindicato del Partido del Trabajo. Me puso a prueba, e ingresé
en el Partido.
—¿Y allí hasta
qué niveles llegaste?
—En la célula
de Verdún entré como militante de base, pero antes de ingresar en el ejército
ya era secretario general de mi célula. Actuábamos en los barrios de Horta, Nou
Barris, Trinidad Nueva, la Trinidad Vieja, Prosperitat, Torre Baró, Vallbona, o
sea, todos los barrios que están al noreste de Verdún, los que están en el
límite con Sardañola y Ripollet.
—En el libro
narras un hecho verdaderamente llamativo: el partido te pidió que entraras en
el ejército para crear la semilla de un ejército revolucionario.
—Dicho así
suena como una alocada idea de juventud. Pero antes de eso, me dieron otra
orden importante. José Antonio Sánchez Carreté, que era el secretario general
de Cataluña…
—Menudo
personaje. Un revolucionario que acabó siendo asesor financiero de Jordi Pujol…
—Sí, quizá es
el que le enseñó a manejar lo del 3%. Pero continúo: este hombre vino a mi
casa, y en una reunión de célula me dijo, camarada, tú, que trabajas en una
gran fábrica de 2.500 trabajadores, lo que tienes que hacer es dejar de
trabajar con chaqueta y corbata –porque yo estaba en el departamento de
importación y exportación– y tienes que conseguir que te envíen a la fábrica,
con el mono azul. Y ahí predicar la buena nueva de la revolución. Y me dijeron
que tenía que dejar de estudiar, porque en la sociedad socialista no va a servir
para nada saber calcular el debe y el haber o la plusvalía. En la sociedad
socialista no habrá plusvalía. Deja los estudios y dedícate solamente a esto. Y
tuve que dejar de estudiar.
—¿Y lo del
ejército?
—Pues me dieron
la orden de ingresar como voluntario en el cuartel de Pedralbes. Porque desde
ahí podría organizar ese embrión en los 9 cuarteles que había en la provincia
de Barcelona. Yo practicaba artes marciales, técnicas de defensa personal y
querían que me implicase en el manejo de las armas, porque la revolución estaba
muy próxima y había que preparar el ejército rojo.
—¿Y qué
hiciste?
—Pues montar
las comisiones de soldados. Igual que en Comisiones Obreras montaban las
comisiones de trabajadores, nosotros montamos las comisiones de soldados, que
después dieron lugar a un sindicato, la Unión Democrática de Soldados. Después,
yo ya había salido licenciado de la mili, empezaron a haber detenciones y
consejos de guerra con sentencias de muy larga duración.
—Obviamente
no conseguiste crear un ejército revolucionario, un ejército rojo, pero llegó
la democracia y cuentas que estabas un poco como desubicado. Decidiste ingresar
en la policía, en la policía municipal. ¿A qué se debió eso? ¿Quizá, porque
eras karateka, te veías con ventaja para acceder? ¿Qué te llevó a querer ser
policía? ¿O fue por órdenes de ese partido, que todavía existía?
—Bueno, una
cosa llevaba a la otra. Antes de entrar en el ejército yo trabajaba en MACOSA.
Trabajé en esa empresa desde los 16. Me detuvieron en la huelga general del
metal, en abril del 76. Ya había muerto Franco, pero yo era responsable de
aquella zona y me tenían fichado. En consecuencia, me expulsaron de la fábrica.
Así que pasé a estar dos años liberado, trabajando exclusivamente para el
partido y para el sindicato, y cobrando el paro. Y en estas, el partido se
disolvió y quedé desamparado.
—Antes de
disolverse, el partido sufrió un grave batacazo electoral.
—Electoral y
financiero. Fuimos 15 los que avalamos el crédito electoral con el que se hizo
la campaña electoral del 78. Y como no se pudo pagar el crédito, porque no
tuvimos diputados…
—Tuvistéis
uno…
—Pues sí,
tuvimos uno, pero como éramos una coalición electoral, el que salió diputado
fue Heribert Barrera. Menudo personaje también. Ese fue el peor error de
juventud que cometí: avalar el crédito con mi piso, que finalmente me quitó el
banco. Sin piso y se me acababa el paro, así que como había sido el responsable
de seguridad del Comité Central, pensé que tenía cierta práctica y que era una
buena idea ingresar en la policía. No estaba dispuesto a ingresar ni en la
Guardia Civil ni en la Policía Nacional, porque las mandaba Fraga en aquel
momento, un heredero del franquismo. Y cuando se convocó la primera promoción
de policías locales en la etapa democrática, me presenté.
—Al
ingresar, ya en la etapa democrática, te debiste topar con que el grueso de la
policía local se había formado durante el franquismo…
—Sí, y al
principio fue una convivencia muy difícil. Todos los que estaban en el cuerpo
antes de la Constitución del 78 habían jurado fidelidad al movimiento nacional.
Y eran Guardias de Franco, o falangistas, o gente procedente de la Guardia
Civil o de la Policía Nacional que, como los jubilaban muy pronto, se metían como
segunda opción en la policía local. Cuando entré en la plantilla de la policía
municipal de Hospitalet había 150 policías del antiguo régimen y los nuevos
éramos solamente 40. Y de esos 40, sólo 5 teníamos cierta experiencia política,
habíamos estado en algo en la dictadura. Estos 5 fuimos los que más intentamos
transformar ese cuerpo policial.
—Convivir
con quienes antes te perseguían… menuda experiencia. ¿Cómo era la convivencia?
—Era difícil.
Pero yo tenía toda la experiencia de la lucha clandestina, de modo que lo vivía
con cierta naturalidad. ¿Qué me hacían? Alguna encerrona en los servicios… A
veces, cuando salía del turno, me encontraba con que me habían pinchado las
ruedas del coche. O me habían roto el limpiaparabrisas, o el espejo retrovisor.
Me rayaban el coche…
—¿Y tú qué
hacías?
—Plantar cara.
El primer año estuve sin pistola. Yo y los 40 que entramos. No nos dieron arma,
éramos policías interinos, a prueba. Pero cuando nos dieron la plaza en
propiedad, pudimos tener arma. Es decir, el primer año estuve sin pistola, y
cuando teníamos una intervención difícil me ponían por delante, venga, chaval,
tira p’alante. Tú que eres joven. Y cuando me daba la vuelta habían
desaparecido, quizá esperando que los delincuentes me liquidaran. En el libro
explico algunas de esas incidencias.
—¿A partir de
cuándo crees que se puede decir que la policía estaba ya suficientemente
democratizada para considerar que estaba al servicio de los ciudadanos?
—Los
ayuntamientos democráticos se constituyeron en 1980, pero yo diría que la
policía no fue plenamente democrática hasta el 2000. Durante mucho tiempo hubo
miembros del cuerpo que maltrataban a los ciudadanos. Algunos estaban
acostumbrados a maltratarlos de forma habitual. Y cuando los cargos municipales
les decían «ustedes están a las órdenes de los ciudadanos, son un servicio
público», se descojonaban. Costó mucho hacerles entender algo tan simple como
que a un detenido había que leerle sus derechos cuando se le ponían las
esposas. Y costó mucho evitar que, una vez detenidos se les pegaran palizas.
Era parte de su educación policial. Lo habían vivido así siempre.
—Ya en el
cuerpo, tuviste un papel en la creación de los primeros sindicatos…
—Sí, yo fundé
la primera sección sindical de UGT en el Ayuntamiento de Hospitales, y llegué a
ser el responsable de acción sindical de toda Cataluña. El responsable de
acción sindical a nivel nacional era José Luis Corcuera. ¿Qué hacíamos?:
elaborar reglamentos internos que, por un lado, dignificaran el trabajo
policial, es decir, que se les pagara lo suficiente para que no pudieran
justificarse diciendo que ponían la mano porque el poder político les pagaba
muy poco, y reglamentos internos que sancionaran a todo aquel que cayera en
corruptelas en el servicio o fuera del servicio. Y eso se puede decir que lo
conseguimos 20 años después, cuando la mayoría de ayuntamientos y policías
locales ya estaban en manos de gentes que habíamos ingresado en 1980.
—Desoyendo a
Sánchez Carreté, acabaste ingresando en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Estudiaste Prevención y Seguridad Integral.
—Sí. Cuando
acabé la carrera y aprobé el máster tuve una oferta del PSC, al que yo me había
afiliado…
—¿Cuándo
empezaste a militar en el PSC?
—A finales del
80, poco antes de que me dieran la plaza en propiedad. Y nada más ingresar,
como no había cuadros en el partido, directamente me metieron en la ejecutiva
de Hospitalet como responsable de acción sindical.
—Las páginas en
las que narras tus vivencias militando en el PSC recogen cosas positivas, pero
también alguna que otra corruptela. No entraremos en ellas aquí, quien quiera
conocerlas tiene a su alcance el libro. Pero hay que destacar que acabaste
siendo el responsable de formación del partido.
—Sí, y organicé
una escuela de cuadros en el Bajo Llobregat de la que salieron cuadros que
después han sido ministros del gobierno de España, o consellers de la
Generalitat de Cataluña, o alcaldes muy importantes. Había que formar gente
para las listas del Congreso de los Diputados, para las alcaldías…. Yo tenía mucha
experiencia política y en el PSC había gente que, formalmente, eran cuadros
políticos, pero algunos no tenían ni idea de política.
Al principio,
muchos llegaban desde el CDS de Suárez, o desde Convergència, se pasanan. Es
decir, había mucho oportunista, muchísimo oportunista. Cuando Borrell fue
Secretario de Formación seguía siendo europarlamentario en Bruselas, y
prácticamente delegó en mí todas sus funciones en ese cargo. A Borrell no lo
querían en PSOE, pero tenía una mente privilegiada. Como Carmen Chacón, que
también fue alumna mía.
—En fin, al
final, después de tantos años en el PSC, de tanto trabajo, te has ido del
partido.
¿Por qué?
—Pues mira, yo
he vivido en una contradicción permanente, que dirían los clásicos. He tenido
una formación muy potente desde el punto de vista ideológico, ya desde los años
en que estuve en el Partido de Trabajo. De modo que tengo claro que la
democracia tiene dos vertientes, la social o política, y la económica. O sea,
que se trata de los derechos que cuestan dinerito en los presupuestos generales
del Estado, y de los que no cuestan. Pondré un ejemplo: cuando Zapatero dijo
que se pueden casar los homosexuales, en eso no hay problema, porque no le
cuesta dinero al Estado, la boda se la pagan ellos ¿no? Pero hay que aumentar
las pensiones, que eso sí que afecta a todos los trabajadores, el dinero tiene
que salir de los presupuestos generales del Estado y depende de cómo se
gestiona la política impositiva. Y yo he tenido siempre claro que el PSC era
muy rosa, no rojo, muy rosa en el tema de la política social y económica. Se
hacían gestos en lo político, de los que no costaban dinero, pero lo costaba
mucho dinero resultaba mucho más difícil.
De hecho, ya
empecé a tener enfrentamientos cuando Narcís Serra fue el primer secretario del
PSC. Tras la trifulca entre Obiols y José María Sala, salió la tercera vía, que
era Narcís. Narcís era muy de derechas, muy, muy de derechas. Era tan de
derechas que lo hicieron presidente de la Caixa de Catalunya.
—Con un final
desgraciado.
—Sí, la Caixa
quebró. Yo estuve en el Consejo Nacional de Cataluña, el órgano máximo de
dirección, desde el año 90. Éramos, en el Consejo Nacional, 100 personas. Mis
intervenciones solían ir en contra de la política formal que defendía el
secretario general, Narcís Serra. Y los demás se llevaban las manos a la
cabeza.
Pero yo hago
política para ser feliz, no para tragarme ruedas de molino. Les decía: al menos
dejadme ejercer el derecho de la libertad de expresión. Después ya sé que será
muy difícil que esto avance, porque la mayoría no estáis aquí por los mismos
motivos que yo, pero al menos que pueda expresarme. Y claro, me expresaba, pero
era visto como un bicho raro, porque era muy rojo. De hecho, José María Sala me
dijo en alguna reunión pública: Javier, ¿tú qué quieres, nacionalizar la banca?
¿Qué crees que es esto? ¿Corea? Oír cosas como nacionalizar la banca les
escandalizaba. Y encima resulta que en el régimen anterior franquista existían
empresas nacionalizadas, que después el PSC empezó a privatizar.
—El
liberalismo impregna hoy a casi todas las formaciones políticas… hablar de
nacionalizar es pecado, y privatizar es norma obligada.
—Yo siempre
estuve en contra de la privatización de las empresas públicas, y lo manifestaba
en las reuniones. Yo era el rojo, muy rojo, el extremista. Yo sabía que no
servía para un cargo institucional, donde hay que hacer más de un paripé. Me
opuse a Zapatero cuando empezó a plantear el recorte de las pensiones, me opuse
también cuando planteó los recortes con el 135, me opuse a todas las políticas
de recorte que hizo el PSC cuando estuvo en el gobierno en el periodo
2004-2010. Yo ya sabía que eso me inhabilitaba para que alguien me propusiese
para un cargo institucional. Pero tampoco quería serlo.
—Vamos a
dejarlo aquí, aunque tu libro cuenta tantas cosas –entre ellas incidentes con derramamiento
de sangre y algún muerto, o intentos de compra de voluntades políticas–, que
podríamos estar hablando durante horas. Pero ahí está el libro para quien
quiera seguir leyendo. Gracias por tus palabras.


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