martes, 25 de noviembre de 2025
lunes, 24 de noviembre de 2025
Detrás de las manzanas de Yan’an en el espacio hay una historia de esfuerzo y continuidad
Detrás de las manzanas de Yan’an en el espacio hay una historia de esfuerzo
y continuidad
Diario octubre / noviembre 23, 2025
Ding Gang (Diario del Pueblo).— Cuando los astronautas chinos mordieron una manzana fresca cultivada en Yan’an, una ciudad en el norte de la provincia de Shaanxi, fue un acto ordinario que tenía una resonancia poco común.
Mientras la
nave espacial Shenzhou-21 regresaba recientemente al sitio de aterrizaje de
Dongfeng, las manzanas de Yan’an viajaron al espacio por undécima vez. Hay
estrictos requisitos de calidad para cada manzana. Esa pequeña fruta, llevada
desde las mejores áreas de cultivo de manzanas de China hasta el silencio de la
órbita, conectó el pasado revolucionario del país con sus ambiciones
tecnológicas actuales.
La manzana, por
supuesto, es comida, pero también es una metáfora: una conversación entre la
historia y el desarrollo, entre los ideales que la nación una vez sostuvo y la
ciencia que ahora extiende su alcance hacia las estrellas.
Yan’an ocupa un
lugar único en la memoria moderna china. Situada en la meseta de Loess del
noroeste de China, sirvió como base del Partido Comunista de China (PCCh) desde
mediados de la década de 1930 hasta1940. Fue allí donde el PCCh condujo a la
nación hacia la victoria en la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la
Agresión Japonesa. Desde viviendas en cuevas talladas en los acantilados, Mao
Zedong, Zhou Enlai y sus compañeros planearon el camino hacia una nueva China.
En esos años de
escasez, surgió un ethos particular, más tarde conocido como el Espíritu de
Yan’an: autosuficiencia y trabajo arduo. Se convirtió en una base moral que ha
influido silenciosamente en el enfoque del país hacia la reforma y la
modernización desde entonces.
Durante
décadas, las condiciones naturales de Yan’an fueron desafiantes. Las laderas
eran secas y frágiles, y la gente dependía de lluvias irregulares para
sobrevivir. Sin embargo, esa dureza fomentó la resiliencia. En 1947, los
agricultores locales comenzaron a plantar manzanos en colinas áridas, logrando
«vida verde» del «suelo amarillo». Con el tiempo, la ciencia y las políticas
transformaron ese frágil experimento en una de las industrias de manzana más
grandes del mundo.
Desde los años
80, técnicas como el riego por goteo se han extendido por toda la región. La
logística de la cadena de frío ahora permite que la fruta de Yan’an recorra
miles de kilómetros sin perder frescura. Hoy en día, más de tres millones de Mu
de huertos cubren las colinas, produciendo más de cinco millones de toneladas
de manzanas al año. El crecimiento de la industria de la manzana en Yan’an no
es simplemente un éxito económico, es la continuidad de un espíritu antiguo: la
creencia de que, con esfuerzo, conocimiento y paciencia, incluso la tierra más
dura puede llegar a ofrecer algo nuevo.
Para los
agricultores que cuidaban esos árboles, ver su fruto a bordo de una nave
espacial es símbolo de orgullo y afirmación de que su trabajo importa. Esa
labor estuvo una vez arraigada en tierras áridas, y ahora los frutos de su
esfuerzo han «volado» literalmente por encima de las dificultades.
La conexión
entre el programa espacial de China y los huertos de Yan’an no solo es poética,
sino que también encarna una continuidad: la fusión del idealismo y el
pragmatismo, donde el sueño colectivo coexiste y se armoniza con la exploración
práctica. Ingenieros en laboratorios y agricultores en los campos comparten, al
menos metafóricamente, una mentalidad común: la resistencia y la fe en el
progreso constante.
En la década de
1940, la gente en Yan’an creía que la convicción misma podía transformar el
destino de una nación. Hoy, sus descendientes han combinado esa convicción con
la ciencia y la industria. Desde las cuevas iluminadas por velas de la era
revolucionaria hasta los laboratorios de investigación de la era espacial, el
camino ha sido largo, pero el hilo subyacente es claro: la determinación
inquebrantable de lograr la superación personal nunca ha vacilado. Para muchos
fuera de China, su ascenso puede parecer repentino: de bicicletas a trenes de
alta velocidad, de aldeas empobrecidas a programas de exploración lunar.
Pero historias
como la de la manzana de Yan’an nos recuerdan que la transformación de China se
basa en raíces profundas, tanto culturales como emocionales. Se ha fundado
tanto en la mentalidad como en la política, moldeada por generaciones que
sostenían que el progreso, aunque incierto, es un imperativo moral. Yan’an fue
el lugar donde China imaginó un futuro, y donde esa imaginación se ha renovado
una y otra vez.
El viaje de la
manzana, desde una ladera empobrecida hasta el silencio de la órbita, refleja
la misma creencia que acompañó a una generación a través de la adversidad y el
aislamiento: que el cambio comienza con el esfuerzo, y que la perseverancia
puede convertir incluso el polvo de la historia en alimento.
Se puede
imaginar un momento sereno y simétrico: un astronauta chino flotando en
ingravidez, saboreando una manzana nacida en el mismo lugar donde, décadas
atrás, los revolucionarios fraguaron la revitalización de la nación.
El autor es
editor principal del Diario del Pueblo e investigador principal del Instituto
Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China.
Fuente: people.com.cn
domingo, 23 de noviembre de 2025
HABLEMOS CLARO: PRIVATIZAR LA SANIDAD MATA. LO DICEN LOS DATOS
HABLEMOS
CLARO: PRIVATIZAR LA SANIDAD MATA. LO DICEN LOS DATOS
Juan Torres
López
Ganas
de escribir
14.11.2025
Publicado
en La Voz del Sur el 14 de noviembre de 2025
Soy
consciente de que el titular de este artículo es duro y quiero advertir de
entrada de dos cosas importantes. En primer lugar, sé perfectamente que en la
sanidad privada hay facultativos y todo tipo de personal empeñado en salvar
vidas y que las salvan haciendo lo mejor que pueden su trabajo. Pero mi
análisis no evalúa su desempeño particular, sino el del sistema sanitario de
propiedad privada en general, que actúa como un negocio más en el ámbito de la
salud.
En
segundo lugar, quiero señalar que la afirmación que hago en el título no es una
opinión subjetiva, sino la conclusión a la que han llegado estudios científicos
que han evaluado el rendimiento y los efectos de los sistemas sanitarios en
todo tipo de países.
Se
puede decir taxativamente que la privatización de los sistemas sanitarios mata
por razones de diverso tipo, aunque todas tienen que ver con una fundamental:
la sanidad privada es un negocio y, por tanto, sólo puede proporcionar los
servicios sanitarios que le proporcionen rentabilidad. No puede ser de otro
modo porque, en caso contrario, desparecería como tal. En consecuencia, deja
que enfermen o incluso que mueran sin darles atención las personas que no
dispongan del dinero suficiente para pagar los servicios que pudieran
necesitar. No hay otra posibilidad. Ningún negocio privado vende algo a quien
no le pague por ello.
Sabiendo
que esto último es un hecho innegable, quienes defienden la sanidad privada
argumentan que tal problema se soluciona por medio de las pólizas de seguros
privados que la población suscriba para que, llegado el momento, sus
respectivas compañías se hagan cargo de las facturas correspondientes a los
tratamientos que necesitaran.
Sin
embargo, quien responde de esta manera se olvida de algo igualmente esencial:
los seguros son también un negocio privado. Un negocio que quebraría sin
remedio si asegurase a personas que le supusieran un gasto sanitario mayor que
la cuota que pagaran por él. Recurren a estudios de probabilidades para hacer
que su negocio resulte, en promedio, beneficioso, pero no pueden sobrepasar un
determinado umbral de riesgo a la hora de proporcionar las coberturas
particulares. O se las cobran muy caras, o dejan directamente fuera a las
personas con patologías que necesiten tratamientos muy costosos. En ambos
casos, excluyen a una parte importante de la población que termina enfermando o
muriendo sin atención. Si se quiere tener pruebas de ello y ver cómo funciona
el negocio de los seguros de salud privados, recomiendo ver aquí la
película documental Sicko, de Michael Moore.
Hay que
decirlo claro y conviene que nadie se deje engañar: el objetivo del sistema de
sanidad privada, de sus empresas sanitarias, no es curar o prevenir
enfermedades, sino maximizar su beneficio económico. Es legítimo. No lo
critico, simplemente expreso un hecho. Si no lo hicieran así, como he dicho,
tendrían que cerrar y perder el dinero que sus propietarios han invertido.
Eso
significa que, para obtener beneficios y maximizarlos, un sistema sanitario
privado no puede tener como objetivo reducir el número de enfermos, sino tener
clientes recurrentes. Lo cual lleva, como está ampliamente demostrado, a
incentivar la sobreprescripción de tratamientos rentables y, como he dicho, a
descuidar o no atender a los menos lucrativos (los que necesitan prevención,
atención o salud mental o cuidados crónicos). Esto es lo que produce daños
médicos y mortalidad por mala praxis o por ausencia de seguimiento adecuado que
son perfectamente evitables, tal y como confirman investigaciones de cuyos
resultados doy cuenta resumida más abajo.
Puesto
que un sistema sanitario privatizado no atiende a quien no tiene dinero o
seguros, copagos o ayudas para medicamentos, la consecuencia inevitable es la desatención,
el retraso de la consulta o sencillamente la renuncia al tratamiento. Eso
agrava dolencias que serían perfectamente curables y multiplica muertes
evitables por cáncer, diabetes, hipertensión o infecciones, por ejemplo. Un estudio de hace diez años mostró que,
en Estados Unidos, un aumento de 10 dólares en los copagos mensuales por
consultas médicas y medicamentos recetados provocaba una reducción del 8,6% en
el gasto por esos servicios.
Puesto
que la sanidad privada sólo puede funcionar bien allí donde hay dinero, produce
además un agrandamiento de las brechas de salud. Los recursos (personal,
tecnología, camas UCI) se concentran donde son más rentables, no donde hay más
necesidad, y las zonas rurales o empobrecidas quedan desatendidas. El resultado
también es el aumento de las tasas de mortalidad evitable y el descenso de la
esperanza de vida en los grupos de población con menores ingresos.
Cuando
la sanidad pública se privatiza se producen más enfermedades y muertes por otra
razón adicional: los servicios sanitarios públicos, de cobertura universal
actúan como una infraestructura de prevención, y cuando se privatiza se pierden
capacidades de vigilancia epidemiológica, de vacunación masiva o de respuesta
ante pandemias. Sin olvidar, además, que cuando eso sucede la información
sanitaria se fragmenta y los datos clínicos se tratan como propiedad privada,
por no decir que como una mercancía más con la que se puede ganar dinero
adicional.
Por
otro lado, está ampliamente demostrado que el personal sanitario, facultativos,
personal de enfermería, auxiliares, etc. está sometido a mucha mayor presión
para aumentar su productividad en los centros sanitarios de propiedad privada.
Es lógico que ocurra eso pues, como he dicho, allí hay que recuperar la
inversión realizada y obtener el mayor beneficio posible. La consecuencia es el
menor tiempo dedicado a los pacientes, contratos precarios y una presión
constante que aumenta los errores y el agotamiento, lo que empeora la atención
y termina produciendo más muertes evitables.
Hay
otra razón más que hace que los sistemas sanitarios privados produzcan muertes.
Aunque pueda parecer mentira, la lógica del mercado es la de curar cuando ya
hay enfermedad (en eso justamente consiste el negocio) y no evitar que la haya
(pues entonces no lo hay). Dicho muy claramente: la prevención de la enfermedad
no es negocio y, por tanto, no es lo que puede ponerse como objetivo la sanidad
privada. Y, sin embargo, es bien sabido que la prevención es la mejor vía para
evitar muchas enfermedades y millones de muertes.
Este
hecho es el que provoca que los programas de vacunación, educación nutricional,
detección temprana o salud comunitaria, sin los cuales se producen más muertes
evitables, sean más débiles y mucho menos efectivos en países, como Estados
Unidos, en donde la sanidad privada está generalizada.
A todo
lo anterior hay que añadir que el negocio sanitario es muy poderoso y que las
grandes empresas hospitalarias y farmacéuticas tiene capacidad suficiente para
actuar como grupos de presión que imponen precios inflados y políticas que le
sean favorables, normas que permitan tratamientos marginalmente eficaces pero
carísimos y el abandono de los baratos y efectivos. Lo cual afecta también a la
salud y llega a producir la muerte de muchas personas. Una de las consecuencias
de esto último son las trabas de todo tipo que se ponen a la realización de
estudios científicos que permitan mostrar mucho más ampliamente que, como se
dijo en la revista The Lancet, «la privatización de la atención sanitaria
casi nunca ha tenido un efecto positivo en la calidad de la atención» y que «el
respaldo científico para una mayor privatización de los servicios sanitarios es
débil». Los escándalos que rodean la actuación del Grupo
Quirón en Madrid son buena prueba de ellos, aunque no la única ni la más
onerosa para las arcas públicas.
Por
último, hay una razón más por la que se puede afirmar que privatizar la salud
mata. El negocio sanitario privado obtiene beneficios (de carácter
extraordinario generalmente, al no haber perfecta competencia en ese mercado)
no sólo como exclusivo resultado de poner en valor los capitales y recursos que
proporcionan sus propietarios. Se nutre muy ventajosamente del valor producido
durante decenios por el capital público (investigación básica,
infraestructuras, formación del personal…) por el que no paga, puesto que no se
cuantifica en sus balances contables. Además, obliga a que el Estado tenga que
asumir el coste derivado de sus déficits de gestión a los que he hecho
referencia. Y, por si todo esto fuese poco, se nutre de una constante
aportación privilegiada de fondos procedentes del sector público. Dicho de otro
modo: el sector sanitario privado, al menos en países como España no podría ser
rentable sin recibir fondos multimillonarios del Estado o sin excluir de sus
servicios a la mayor parte de la población. Su negocio es parasitario y
oportunista: gana dinero con los servicios sanitarios rentables y deja los que
no lo son al Estado. Eso mina los recursos públicos y, al final, el servicio
público se deteriora e incluso allí aumenta el número de muertes evitables.
Como
dije al principio, las afirmaciones que acabo de hacer no son opiniones
subjetivas, sino que está avaladas por investigaciones y estudios empíricos
realizados en los centros científicos más prestigiosos del mundo. Afirmar, por
tanto, que la privatización de la sanidad mata es sostener un hecho objetivo y
cierto que la experiencia real demuestra día a día.
Expongo
a continuación sólo algunos datos que lo demuestran:
– En
Estados Unidos, la falta de seguro sanitario se asocia con 45.000 muertes
anuales y un 40% más de riesgo de morir respecto a personas aseguradas,
en general, e incluso con un
50% mayor que los asegurados en algunos grupos de población
de menor ingreso.
– En
Inglaterra, el aumento del gasto externalizado a proveedores privados entre
2013 y 2020 (lo que viene ocurriendo en muchas comunidades autónomas españolas
desde hace tiempo) se asoció con incrementos significativos de muertes
que no deberían ocurrir con atención oportuna y eficaz.
– La OCDE ha mostrado que la “mortalidad
evitable” (suma de la que se puede evitar con salud pública y primaria fuertes
y con la evitable con asistencia clínica eficaz y a tiempo) aumenta donde se
debilitan la prevención y la atención primaria por lógicas de mercado. Por el
contrario, señala que fortalecer la atención primaria, la salud pública y el
acceso universal reduce esas muertes.
– Los
estudios comparativos internacionales muestran que los sistemas sanitarios con
mayor fragmentación y peso privado tienen peores resultados. Según un estudio comparativo entre diez países de 70
indicadores de desempeño del sistema de salud relativos al
acceso a la atención sanitaria, proceso de atención, eficiencia administrativa,
equidad y resultados de salud, Estados Unidos destaca «por el bajo rendimiento
de su sistema de salud». Y, sobre todo, por no «mantener a su población sana».
–
Estados Unidos es el país que más gasta en sanidad (más
del doble que los de la OCDE de media) pero al ser privatizada, obtiene peores resultados que los demás: tiene
menos camas hospitalarias por 1.000 habitantes, menos esperanza de vida, mucha
más mortalidad evitable, mortalidad infantil y materna, menos vacunación
infantil y mayor extensión de las epidemias… El exceso de mortalidad acumulado durante la pandemia de
la Covid-19 fue sustancialmente mayor en Estados Unidos que
en los demás países de la OCDE.
Estados
Unidos es la primera potencia económica mundial, la que más gasta en salud,
pero la que en mayor medida lo hace en un sistema de salud y seguros privados.
La consecuencia es que ocupa el lugar 54 en el ranking que ordena a todos los
países por eficiencia del gasto sanitario atendiendo a todos sus resultados, y
-como acabo de decir- es el último de entre todos los más adelantados
atendiendo al acceso, eficiencia, equidad, resultados y atención preventiva.
– Tras analizar casi 700.000 hospitalizaciones en
Estados Unidos se descubrió que las llevadas a cabo en
centros adquiridos por fondos de inversión de capital privado registraban un 24
% más de infecciones provocadas en el hospital que en el resto, y son más
costosas para la sociedad.
– Las tasas de mortalidad de pacientes atendidos en los
servicios de emergencia de los hospitales de Estados Unidos aumentaron con
posterioridad a sus adquisiciones por empresas privadas.
Estas
son las razones y los hechos que permiten afirmar sin duda ninguna que
privatizar los servicios sanitarios y alejarse del modelo de asistencia
universal garantizada es una forma más de matar a la gente.
Ningún
político va a reconocer nunca que está dando ese paso. Como no lo hace el
presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, que acaba de decir que
su partido, el PP, es «que más hace por los servicios públicos en esta
comunidad», cuando el 26% de las camas y el 53% de los hospitales en Andalucía
ya son de propiedad privada y el 51,7% de los hospitales públicos tiene
conciertos con el privado.
Esos
porcentajes, en aumento constante, no son cifras frías. No tenga ninguna duda
quien lea estas páginas: se están traduciendo ya, y esto irá en aumento, en
desatención y en muertes evitables. La forma más inhumana y cruel de hacer que
se muera la gente inocente. La que van a tener docenas de miles de personas,
quizá millones, en Andalucía en donde vivo, en España y en todo el mundo, si
siguen votando y dejando hacer a los políticos y partidos que actúan, por muy
callada y vergonzantemente que lo hagan, al servicio del capital sanitario
privado que hace negocio con la salud y la vida de la gente.
1.
Me ahorro calificar a los responsables políticos y
dirigentes sociales, económicos, empresariales o mediáticos que, sabiendo
perfectamente lo que supone privatizar la sanidad para la vida de la gran
mayoría de la gente, siguen privatizándola con el único objetivo de ganar más
dinero.
Hoy hay palabras que ya
no significan, en el lenguaje popular, lo que significaron. Su sentido se
perdió entre las añagazas del sistema y las apreturas de la vida cotidiana.
Pero hay margen para rescatarlas… y para aplicarlas.
Ser marxista hoy
Salvatote. A. Bravo
El Viejo Topo
22 noviembre, 2025
El comunismo
tiene el potencial de ser un «polo de resistencia» que lo reconecte y lo
revitalice. De lo contrario, seguirá desintegrándose en una miríada de nichos
con un futuro incierto y sombrío.
Los marxistas
de hoy
El declive de
los ideales y prácticas comunistas que se observa en la actualidad tiene sus
raíces en una compleja red de contingencias históricas cuyos efectos nos
alcanzan hasta hoy. El artículo de Costanzo Preve de 1988, «Ser marxistas hoy:
Una invitación a un debate teórico en siete puntos», es sumamente relevante; es
un espejo en el que los comunistas contemporáneos pueden mirarse y reconocerse.
Ciertamente, en comparación con 1988, la situación es considerablemente más
difícil. Ya no existe un Partido Comunista. Se ha fragmentado en una serie de
pequeños grupos. Cada uno logra obtener apenas unos pocos votos en las
elecciones, y en el imaginario popular, el comunismo se asocia con el
estalinismo.
El sistema
aprovechó la caída del Muro de Berlín. Nos encontramos entre los escombros del
presente, y entre los escombros debemos retomar nuestra senda. Ser comunista en
ausencia de un partido popular es casi heroico. La misión sigue siendo la
descrita por Costanzo Preve: reconstruir el proyecto con un lenguaje claro,
para evitar formas obsoletas de esnobismo cultural. Sencillez sin
simplificaciones excesivas, para que la resistencia y los prejuicios puedan
—podrían— desaparecer. Es una tarea larga y ardua, cuyo resultado no está
garantizado.
En una era de
individualismo poco ético, los comunistas deben demostrar que el comunismo es
una alianza entre la individualidad y la comunidad, y que este proceso nos
emancipa de la «soledad sin parangón» del liberalismo, en la que la
individualidad se hunde hasta perderse en formas nuevas y antiguas de miseria
material y espiritual:
Ser marxista
hoy significa, ante todo, explicar el marxismo a la gente común de la manera
más sencilla posible. La sencillez, por supuesto, no tiene nada que ver con la
simplificación. La diferencia entre ambos conceptos es la misma que existe
entre ellos y el plomo. En las décadas de 1950 y 1960, en condiciones mucho
mejores que las actuales, un marxismo simplificado condujo a la percepción de
una nueva forma de fabricar automóviles, a la industrialización de la llanura
del Gioia Tauro y a la reconstrucción extremista de partidos sectarios como
soluciones de «izquierda». En la década de 1970, en condiciones sin duda
mejores que las actuales, el marxismo simplificado no pudo resistir y se
derrumbó ante las teorías de la llamada «complejidad» (es decir, la conversión
de la sociedad en realidad opaca, en sí misma disfrazada de conciencia
virtuosa), del diferencialismo posmoderno y de la «izquierda europea» integrada
en el capitalismo multinacional. Ser marxista hoy significa explicar que todo
esto se debió, sobre todo, a errores humanos, y que no estaba en absoluto
predestinado por la voluntad divina. Ser comunista hoy es mucho más difícil que
ser marxista. El comunista de hoy debe serlo en ausencia de un partido
comunista de masas externo, en una situación donde las mismas palabras que
conforman su identidad son manipuladas y usadas en su contra. No debe ni puede
repetir el camino, revelado como un callejón sin salida, de los años veinte, en
el que figuras como Antonio Gramsci, Camilla Ravera, Teresa Noce, Luigi Longo,
etc., formaron pequeñas comunidades cerradas y supuestamente «perfectas», en
las que el comunismo se «anticipaba» en el grupo solidario de camaradas. Hoy,
la nueva alianza se da entre la libre individualidad y el comunismo, más allá
de cualquier sueño de un «organismo» anticipatorio (véanse, a este respecto,
los recientes estudios del marxista francés Lucien Séve, quien más que nadie ha
comprendido bien esta dimensión) [ 1 ].
Hay comunistas
que han dudado hasta el punto de cambiar de bando. Su duda hiperbólica, en
realidad, ha ocultado y sigue ocultando un oportunismo ideológico sin parangón.
La duda es positiva si fomenta la revisión de la práctica, pero si se torna
paralizante, permite que el enemigo avance rápidamente y, a menudo, es síntoma
del nihilismo que ha debilitado a los comunistas. Estos deben, en cambio,
demostrar la validez de las categorías marxistas y ser un instrumento para una
interpretación real y racional de la explotación. Esta explotación no depende
de causas astronómicas ni de la naturaleza, sino que es el efecto de procesos
inherentes al modo de producción capitalista. La duda es parte integral de los
procesos emancipadores; abre nuevos campos de experimentación teórica y
resignifica el pensamiento marxista, pero no debe ser hiperbólica. La duda
hiperbólica señala una crisis desesperada e irresoluble, y eso es precisamente
lo que no necesitamos. La duda es diálogo y verificación; la duda hiperbólica
es el fin de la vitalidad del comunismo.
Para muchos
hoy, la necesaria duda metódica se ha convertido en una suerte de duda
hiperbólica. Así como Descartes dudó en su momento de la persistencia del mundo
exterior, hoy algunos empiezan a dudar de la existencia del capitalismo, de la
capacidad del marxismo para comprenderlo, de que la superación comunista de la
explotación sea un objetivo que valga la pena perseguir. Cabe decir que con
esta actitud uno puede cerrarse inmediatamente. Quien extiende la indispensable
duda metódica a este vértigo hiperbólico se excluye, sobre todo, de la
comunicación científica, filosófica y política, que tiende a mejorar los
paradigmas conceptuales de referencia. En su tiempo, Hegel se expresó así:
«Esta actitud puramente negativa, que pretende seguir siendo mera subjetividad
y apariencia, deja de ser útil para el conocimiento; quien se aferra a la
vanidad de que así le parece, de que así lo cree, y se niega rotundamente a que
sus expresiones sean consideradas un elemento objetivo del pensamiento y del
juicio, que se quede solo; su subjetividad no le importa a nadie, y menos aún a
la filosofía, ni a la filosofía a ella». Poco hay que añadir. Con aquellos que
dudan hiperbólicamente de la existencia misma del marxismo, el capitalismo y el
comunismo, es mejor pasar inmediatamente a la discusión de Gullit y Maradona y
sus respectivos méritos» [ 2 ].
Explotación y
teoría del valor
A pesar de la
tormenta de dudas, existen algunos pilares fundamentales: la teoría del valor y
la alienación son los fundamentos del comunismo. Sin la teoría del valor, el
comunismo no es comunismo; se transforma, como vemos hoy, en una expresión
vagamente siniestra de las clases adineradas y globalistas que apoyan el
liberalismo desenfrenado y la explotación legalizada. La teoría del valor, una
«teoría de la revelación», reconstruye la relación entre «pensamiento y ser».
Es la categoría con la que racionalizar las causas reales de innumerables
fenómenos sociales y tragedias públicas que esperan ser descifradas. Los
comunistas tienen la tarea de derribar las barreras del silencio y la
irracionalidad que imperan. El comunismo arroja luz racional sobre la
explotación de la humanidad y el medio ambiente. Pensar que podemos resolver la
emergencia ecológica dejando el sistema capitalista intacto —piénsese en el
ecologismo verde— es una ingenuidad cómplice que los comunistas deben afrontar.
El capitalismo es explotación; por lo tanto, solo si hay una abolición de la
explotación podrán sobrevivir el planeta y sus habitantes.
La teoría del
valor de Marx, por lo tanto, no es una teoría histórico-naturalista y eterna de
la relación entre el hombre en general y la naturaleza en general. Es una
teoría vinculada a la teoría de la alienación del trabajo asalariado y a la
teoría del fetichismo de la mercancía. Lejos de ocultar el costo ambiental del
proceso de producción, revela, por el contrario, por qué en el capitalismo solo
es posible contabilizar el valor puro de la fuerza de trabajo. Es una teoría
científica de la revelación, no una teoría ideológica del ocultamiento. Cabe
añadir, a este respecto, que Marx ya había criticado cualquier posible
malentendido en su Crítica del Programa de Gotha. La teoría del
valor de Marx, en esa conexión que la vincula con la teoría de la alienación y
el fetichismo, me parece el único fundamento materialista para un ambientalismo
científicamente fundamentado. En este punto, la pelota vuelve a estar en manos de
los ambientalistas. Creen firmemente que pueden fundamentar mejor su lucha con
una referencia genérica y sapiencial: ¿a Heidegger, al mundo antiguo, o a
Capra, a una «otra física»? ¿No es este un fundamento mil veces más débil que
el claro y cristalino que desciende de una interpretación correcta de la teoría
clásica marxista del valor? [ 3 ].
Los comunistas
no deben replegarse en el sectarismo por temor a la «contaminación», sino que
deben tender puentes para unir a los explotados con aquellos incluidos en el
sistema capitalista, con el objetivo de explotarlos con mayor habilidad y
utilizarlos como instrumento de autolegitimación. Los ecologistas son un
elemento clave del proyecto comunista. Exigen que el capitalismo resuelva el
problema ambiental; esta irracionalidad debe ser abordada. Incluso el feminismo
sin la teoría del valor se convierte en una lucha entre los sexos, que el
capitalismo aplaude, puesto que dicha lucha sustituye a la lucha de clases y
oculta los procesos de explotación en curso. La teoría del valor es tanto el
arco como la flecha, ya que puede utilizarse para guiar el camino de un «nuevo
comunismo». Si el feminismo quiere comprender las causas de la explotación y
planificar una emancipación real, debe volver a Marx.
En realidad, el
capital, que es una relación social de producción, constituye clases (¡que no
le preexisten en absoluto!) mediante el trabajo asalariado, y moldea los roles
masculinos y femeninos no a partir de una supuesta diferencia original, sino de
las culturas precapitalistas particulares con las que interactúa. A través de
la simple «contradicción sexual», la dinámica de la producción capitalista de
imágenes sexistas taylorizadas y fordizadas (de las cuales Cicciolina es un
ejemplo) resulta completamente incomprensible, al igual que la reafirmación del
papel de la familia en el desmantelamiento del estado de bienestar, o la
dinámica del ejército industrial femenino de reserva, llegando incluso a la
trata de empleadas domésticas filipinas y eritreas. Una vez más, la única base
teórica seria para un feminismo que realmente quiera llegar a la raíz de la
opresión histórica de las mujeres solo puede ser el análisis marxista del
trabajo alienado y el lugar de la especificidad femenina en esta reproducción.
Sin duda, esto no está de moda hoy en día, pero no hay atajos. No nos hacemos
ilusiones, en absoluto. La tendencia del principal impulso del feminismo
teórico actual es hostil, abierta y lúcidamente hostil, a una investigación
histórico-materialista de la opresión femenina [ 4 ].
Liberación y
lucha
El pacifismo
también puede encontrar en el comunismo no solo un punto de referencia, sino
una constelación a la que unirse. El pacifismo, incapaz de intervenir de forma
ofensiva en las causas que determinan el conflicto, declara su apego orgánico
al poder. Gandhi empleó el concepto de satyagraha, que no se reduce a
pacifismo y pasividad impotente; implica desobediencia tanto defensiva como
ofensiva. La desobediencia ofensiva es la lucha de clases. Los pacifistas que
apelan a la «paz» sin combatir las condiciones sociales que provocan la guerra
y la explotación son bien recibidos por el sistema, ya que no son más que un
escenario para la legitimación del poder. El comunismo debe ser un centro de
atracción y diálogo con los pacifistas auténticos que luchan por la paz a
través de las contradicciones del capitalismo.
Gandhi es muy
superior en este sentido. Para Gandhi, son fundamentales las nociones de
satyagraha, un estilo de vida no violento, y sarvodaya, una sociedad
generalmente no violenta. Gandhi también distingue entre desobediencia civil
defensiva y ofensiva, dependiendo de si se limita la dignidad humana básica a
la defensa de la propia contra normas manifiestamente injustas (discriminación
racial o sexual, impuestos en tiempos de guerra, etc.), o si se desafían normas
menos evidentemente opresivas que, sin embargo, también son incompatibles con
la autodeterminación y el autogobierno del pueblo. La desobediencia civil
ofensiva de la que habla el pacifista Gandhi no está en absoluto alejada de lo
que los marxistas llaman la lucha de masas del pueblo por sus derechos. Más
allá de las distinciones filosóficas entre el comunismo marxista y el sarvodaya
gandhiano, en realidad pertenecen a la misma familia de conceptos. Si esto es
cierto, la verdadera incomodidad teórica que a menudo sienten los marxistas
resulta incomprensible. La animosidad entre marxistas y pacifistas, así como la
obstinada resistencia a admitir el componente moral de la política comunista,
son características de la lucha de clases pacífica y de masas. Esta lucha, la
forma de lucha indiscutiblemente preferida por todos los marxistas como la
mejor, la más fructífera, la más creativa y la más instructiva, es de hecho y
de derecho una forma de desobediencia civil ofensiva capaz de cuestionar
incluso la legitimidad legal de una forma de democracia que proclama con
arrogancia que considera la política multipartidista competitiva sobre una base
capitalista como el fin de la historia humana [ 5 ].
El comunismo
puede volver a expresarse para planificar, si una vez más no teme declararse
«comunista» y, al hacerlo, reconoce dialécticamente la validez universal de las
categorías con las que Marx y Lenin desmantelaron el poder capitalista. No se
trata de nostalgia por el pasado, sino de rediseñar el comunismo dentro de la
claridad de su identidad histórica.
El punto
fundamental de toda la cuestión, sin embargo, reside en otro lugar. En nuestra
opinión, la dinámica ideológica y política que podría transformar el comunismo
tradicional, esa ideología nostálgica de resistencia, en un componente esencial
del proceso de agregación de un nuevo comunismo, radica en forma paradójica
precisamente en un retorno de este comunismo tradicional a las fuentes clásicas
de su doctrina de referencia, es decir, a Marx y Lenin. Los dos elementos
esenciales de la renovación son, de hecho, una concepción no economicista del
capital y de la lucha de clases, por un lado, y una aceptación franca de la
democracia leninista del partido y de la clase, por otro. El primero es,
obviamente, un retorno a Marx; el segundo, un retorno a Lenin [ 6 ].
La galaxia de
combatientes de la resistencia es diversa y multifacética. El comunismo debe
emerger de la superficialidad de un pasado nostálgico y mirar hacia el futuro,
que a menudo se encuentra fragmentado en experiencias carentes de una visión
teórica y un propósito ambos claros. El comunismo tiene el potencial de ser un
polo de resistencia que lo reconecte y lo revitalice. Si esto fracasa,
continuará desintegrándose en una miríada de nichos con un futuro incierto y
sombrío.
Traducción
de Carlos X. Blanco.
Notas
[ 1 ] “Ser
marxista hoy Una invitación a un debate teórico en siete puntos” ,
en: Democracia Proletaria , Año VI, n° 6, junio de 1988.
[ 2 ]
Ibídem.
[ 3 ]
Ibídem.
[ 4 ]
Ibídem.
[ 5 ]
Ibídem.
[ 6 ]
Ibídem.
Fuente: GiroDivite
Texto tomado
de: La Casa de mi tía


