sábado, 22 de febrero de 2025
El Estado mafioso
Hedges denuncia aquí que
EEUU primero tuvo una economía mafiosa. Ahora se ha convertido en un Estado
mafioso. Piensa que debemos deshacernos de la clase criminal gobernante o nos
convertiremos en sus víctimas. El mundo contempla atónito lo que está sucediendo.
El Estado mafioso
El Viejo Topo
22 febrero, 2025
Bese el anillo.
Arrodíllese ante el Padrino. Entréguele tributo, una parte del botín. Si él y
su familia se enriquecen, usted se enriquece. Entre en su círculo íntimo, sus
hombres y mujeres «hechos», y no tendrá que seguir las reglas ni obedecer la
ley. Puede destripar la maquinaria del gobierno. Puede convertirnos a nosotros
y al mundo natural en mercancías para explotar hasta el agotamiento o el
colapso. Puede cometer crímenes con impunidad. Puede burlarse de las normas
democráticas y la responsabilidad social. La perfidia es muy rentable al
principio. A largo plazo, es un suicidio colectivo.
Estados Unidos
es una cleptocracia en toda regla. La demolición de la estructura social y
política, iniciada mucho antes de Trump, enriquece a unos pocos y empobrece a
todos los demás. El capitalismo mafioso siempre conduce a un estado mafioso.
Los dos partidos gobernantes nos dieron el primero. Ahora tenemos el segundo.
No solo nos están quitando nuestra riqueza, sino también nuestra libertad.
Desde la
elección de Donald Trump, Elon Musk, que actualmente vale unos 394.000 millones de
dólares, ha visto cómo su riqueza aumentaba en
170.000 millones de dólares. Mark Zuckerberg, que vale unos 254.000 millones de
dólares, ha visto cómo su patrimonio neto aumentaba en casi 41.000 millones de
dólares.
Sumas
considerables para arrodillarse ante Moloch.
Al menos 11
agencias federales que se han visto afectadas por la campaña de tala y quema de
la administración Trump tienen más de 32 investigaciones en curso, denuncias
pendientes o acciones de ejecución, en las seis empresas de Musk, según una
revisión de The New York Times.
El estado
mafioso ignora las restricciones y regulaciones legales. Carece de control
externo e interno. Canibaliza todo, incluido el
ecosistema, hasta que no queda nada más que un páramo. No puede distinguir
entre realidad e ilusión, lo que oscurece y exacerba la incompetencia
flagrante. Y entonces el edificio vaciado se derrumbará dejando a su paso una
cáscara de país con armas nucleares. Los imperios romano y sumerio cayeron de
esta manera. Lo mismo ocurrió con los mayas y el reinado esclerótico del
monarca francés Luis XVI.
En las etapas
finales de decadencia de todos los imperios, los gobernantes, centrados
exclusivamente en el enriquecimiento personal, instalados en sus versiones de
Versalles o la Ciudad Prohibida, exprimen hasta la última gota de beneficio de
una población cada vez más oprimida y empobrecida y de un entorno devastado.
La riqueza sin
precedentes es inseparable de la pobreza sin precedentes.
Cuanto más
extrema se vuelve la vida, más extremas se vuelven las ideologías. Enormes
segmentos de la población, incapaces de absorber la desesperación y la
desolación, se separan de un universo basado en la realidad. Busca consuelo en
el pensamiento mágico, un milenarismo extraño —que para nosotros se materializa
en un fascismo cristianizado— que convierte a estafadores, imbéciles,
delincuentes, charlatanes, gánsteres y timadores en profetas, mientras tacha de
traidores a quienes denuncian el saqueo y la corrupción. La carrera hacia la
autoinmolación acelera la parálisis intelectual y moral.
El Estado
mafioso no pretende defender el bien común. Trump, Musk y sus secuaces están
derogando rápidamente órdenes ejecutivas relativas a las normas de salud, medio
ambiente y seguridad, la asistencia alimentaria, así como los programas de cuidado
infantil, como Head
Start. Están luchando contra una orden judicial para detener su desmantelamiento
de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, que
ha garantizado
que los estadounidenses hayan sido reembolsados con más de
21.000 millones de dólares debido a la cancelación de deudas, compensaciones
financieras y otras formas de ayuda al consumidor. Están aboliendo la Agencia
de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Están cerrando las
oficinas de defensores federales, que proporcionan representación legal a los
pobres. Han recortado
miles de millones de dólares del presupuesto del Instituto
Nacional de Salud, poniendo en peligro la investigación biomédica y los ensayos
clínicos. Han congelado los permisos
para proyectos solares y eólicos, incluidas las autorizaciones necesarias para
proyectos en terrenos privados. Han despedido a más
de 300 empleados de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear, la agencia
que gestiona nuestro arsenal nuclear. Están desmantelando la
plantilla del Servicio Forestal, la Oficina de Gestión de Tierras, el Servicio
de Parques Nacionales, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre y el Servicio
Geológico de Estados Unidos.
El estado
mafioso, cuyo plan se recoge en el Proyecto 2025,
ignora las terribles lecciones de la historia sobre la desigualdad social
extrema, la desintegración política, el saqueo ecológico desenfrenado y la
destrucción del Estado de derecho.
Por supuesto,
no estamos destinados a la libertad por naturaleza. En la antigua Grecia
tuvieron que pasar dos milenios para que la democracia reapareciera en Europa
tras su colapso, en gran parte porque Atenas se convirtió en un imperio. El
Estado mafioso, y no las democracias, puede ser la ola del futuro, un futuro en
el que el uno por ciento más rico del planeta posee
alrededor del 43 por ciento de todos los activos financieros
mundiales (más del 95 por ciento de la raza humana), mientras que el 44 por
ciento de la población del planeta vive por debajo del
umbral de pobreza del Banco Mundial, que es de menos de 6,85 dólares al día.
Estos regímenes calcificados perduran únicamente gracias a sistemas draconianos
de control interno, vigilancia generalizada y la eliminación de las libertades
civiles.
Al mismo
tiempo, hemos aniquilado el 90
% de los peces grandes, como el bacalao, los tiburones, el fletán, el mero, el
atún, el pez espada y la aguja, y hemos degradado o
destruido dos tercios de los bosques tropicales maduros, los
pulmones del planeta. La falta de acceso a agua potable y la consiguiente
propagación de enfermedades infecciosas mata al menos a 1,4 millones de
personas al año (3.836 al día) y también contribuye al 50 % de la desnutrición
mundial, según el Banco
Mundial. Entre 150 y 200 millones de niños están afectados por la
desnutrición. El dióxido de carbono en la atmósfera está muy por encima de las
350 partes por millón que la mayoría de los científicos climáticos advierten
que es el nivel máximo para sostener la vida tal como la conocemos. Para mayo
de este año, se prevé que los
niveles de CO2 atmosférico alcancen las 429,6 ppm, la mayor
concentración en más de dos millones de años. El Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático estima que la medición
podría alcanzar entre 541 y 970 ppm para el año 2100. En ese momento, enormes
partes del planeta, acosadas por una alta densidad de población, sequías,
erosión del suelo, tormentas anormales, pérdidas masivas de cosechas y el
aumento del nivel del mar, serán inadecuadas para la existencia humana.
En el último
periodo de la civilización de la isla de Pascua, los clanes competían para honrar
a sus antepasados construyendo imágenes de piedra tallada cada vez más grandes,
lo que exigía los últimos restos de madera, cuerda y mano de obra de la isla.
En el año 1400, los bosques habían desaparecido. El suelo se había erosionado y
arrastrado hasta el mar. Los isleños empezaron a pelearse por las viejas
maderas y se vieron obligados a comer a sus perros y, poco después, a todas las
aves que anidaban.
Los
desesperados isleños desarrollaron un sistema de creencias mágicas según el
cual los dioses de piedra erigidos, los moai, cobrarían vida y los
salvarían del desastre.
La creencia de
los nacionalistas cristianos en el rapto, que no existe en la Biblia, no es
menos fantástica. Estos fascistas cristianos, encarnados en personas nombradas
por Trump como Russell Vought, jefe de la Oficina de Presupuesto y Gestión de
Trump, el vicepresidente JD Vance, el secretario de Defensa Pete Hegseth y
Mike Huckabee, nominado para ser embajador en Israel, pretenden utilizar las
escuelas y universidades, los medios de comunicación, el poder judicial y el
gobierno federal como plataformas para llevar a cabo el adoctrinamiento y
forzar la conformidad.
Los seguidores
de este movimiento se someten a un líder que creen que ha sido ungido por Dios.
Abrazan la ilusión de que los justos se salvarán, flotando desnudos hacia el
cielo, al final de los tiempos, y los secularistas que desprecian perecerán.
Este refugio en el pensamiento mágico, que es la base de todos los movimientos
totalitarios, explica su sufrimiento. Les ayuda a sobrellevar la desesperación
y la ansiedad. Les da la ilusión de seguridad. También asegura la retribución
contra una larga lista de enemigos —liberales, intelectuales, homosexuales,
inmigrantes, el Estado profundo— culpados de su miseria económica y social.
Nuestro
milenarismo es una versión actualizada de la fe en el moai, la
condenada revuelta de Taki Onqoy contra los invasores españoles en Perú, las
profecías aztecas de la década de 1530 y la Danza de los Espíritus, que los
nativos americanos creían que verían el regreso de las manadas de búfalos y los
guerreros asesinados resucitarían de la tierra para vencer a los colonizadores
blancos.
Este refugio en
la fantasía es lo que ocurre cuando la realidad se vuelve demasiado sombría
para ser asimilada. Es el atractivo de Trump. Por supuesto, esta vez será
diferente. Cuando caigamos, todo el planeta caerá con nosotros. No habrá nuevas
tierras que saquear, ni nuevos pueblos que explotar. Seremos exterminados en
una trampa mortal global.
Karl Polanyi,
en «La gran
transformación», escribe que una vez que una sociedad se rinde a los
dictados del mercado, una vez que su economía mafiosa se convierte en un estado
mafioso, una vez que sucumbe a lo que él llama «los estragos de este molino
satánico», conduce inevitablemente a «la demolición de la sociedad».
El Estado
mafioso no puede reformarse. Debemos organizarnos para romper nuestras cadenas,
una a una, para utilizar el poder de la huelga y paralizar la maquinaria
estatal. Debemos adoptar una militancia radical, que ofrezca una nueva visión y
una nueva estructura social. Debemos aferrarnos a los imperativos morales.
Debemos condonar las hipotecas y las deudas estudiantiles, instituir la
asistencia sanitaria universal y acabar con los monopolios. Debemos aumentar el
salario mínimo y poner fin al despilfarro de recursos y fondos para sostener el
imperio y la industria bélica. Debemos establecer un programa nacional de
empleo para reconstruir la infraestructura del país, que se está derrumbando.
Debemos nacionalizar los bancos, las empresas farmacéuticas, los contratistas
militares y el transporte, y adoptar fuentes de energía sostenibles desde el
punto de vista medioambiental.
Nada de esto
sucederá hasta que resistamos.
El estado
mafioso será brutal con cualquiera que se rebele. Los capitalistas, como escribe
Eduardo Galeano, ven las culturas comunitarias como «culturas
enemigas». La clase multimillonaria nos hará lo que hizo en el pasado a los
radicales que se levantaron para formar sindicatos militantes. Tuvimos las
guerras laborales más sangrientas del mundo industrializado. Cientos de
trabajadores estadounidenses fueron asesinados, decenas de miles fueron
golpeados, heridos, encarcelados y puestos en listas negras. Los sindicatos
fueron infiltrados, cerrados y prohibidos. No podemos ser ingenuos. Será
difícil, costoso y doloroso. Pero esta confrontación es nuestra única
esperanza. De lo contrario, nosotros, y el planeta que nos sustenta, estamos
condenados.
La purga del Estado profundo y el camino a la dictadura
La purga del Estado profundo y el camino a la dictadura
Rebelion
| 22/02/2025 |
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
La guerra de la Administración Trump contra el Estado profundo no es
purificadora. No va a liberarnos de la tiranía de las agencias de inteligencia,
de la policía militarizada, del mayor sistema penitenciario del mundo o de las
multinacionales depredadoras ni va a suponer el final de la vigilancia de
masas. No restaurará el imperio de la ley para exigir que rindan cuentas los
poderosos y los más ricos. No moderará el gasto desmesurado e irresponsable del
Pentágono, que asciende a un billón de dólares.
Todos los movimientos
revolucionarios, ya sean de izquierda o de derecha, desmantelan las antiguas
estructuras burocráticas. Tanto los fascistas en Alemania como los bolcheviques
en la Unión Soviética realizaron purgas agresivas en la administración pública
una vez alcanzado el poder. Con toda razón, consideran dichas estructuras como
un enemigo que obstaculizaría su poder absoluto. Es un golpe de Estado gradual.
Ahora nosotros tenemos el nuestro.
Como ocurrió en
los primeros años de la Unión Soviética y la Alemania nazi, las batallas de
retaguardia están teniendo lugar en los tribunales y los medios de comunicación
abiertamente hostiles a Trump. Al principio se producirán victorias pírricas
-los bolcheviques y los nazis fueron frenados por sus propios poderes judiciales
y su prensa hostil-, pero poco a poco las purgas, ayudadas por un liberalismo
en bancarrota que ya no defiende nada ni lucha por nada, asegurarán el triunfo
de los nuevos amos.
La
Administración Trump ha expulsado o despedido a los funcionarios que investigan
irregularidades en el gobierno federal, incluidos 17 inspectores generales. Las
agencias federales de aplicación de la ley y de inteligencia, como el FBI y la
Seguridad Nacional, están siendo purgadas de aquellos considerados hostiles a
Trump. Los tribunales, plagados de jueces vengativos, serán mecanismos de
persecución de los “enemigos” del Estado y ofrecerán protección a los poderosos
y los ricos. El Tribunal Supremo, que ha concedido inmunidad legal a Trump, ya
ha llegado a esta fase.
“La purga original
que se produjo tras la caída del Sha [en Irán] buscaba librar a los ministerios
de los altos cargos remanentes del antiguo régimen y proporcionar puestos de
trabajo a los fieles revolucionarios”, reza un memorando desclasificado de la
CIA, fechado el 28 de agosto de 1980, sobre la entonces recién formada
República Islámica de Irán. “La segunda oleada de purgas comenzó el mes pasado
tras una serie de discursos de Jomeini. Los funcionarios de bajo nivel que
habían formado parte de la burocracia del Sha, los que tenían formación
occidental o los que se consideraba que carecían de pleno fervor revolucionario
han sido retirados o despedidos a una escala cada vez mayor”.
Estamos
repitiendo los pasos que permitieron la consolidación del poder a los antiguos
dictadores, si bien siguiendo nuestra propia idiosincrasia. Quienes elogian
ingenuamente la hostilidad de Trump hacia el Estado profundo -que reconozco que
hizo un daño tremendo a las instituciones democráticas, erosionó nuestras
libertades más preciadas, es un Estado dentro del Estado que no rinde cuentas y
orquestó una serie de intervenciones mundiales desastrosas, incluidos los
recientes fiascos militares en Oriente Próximo y Ucrania- deberían mirar de
cerca lo que se propone para sustituirlo.
El objetivo
final de la Administración Trump no es acabar con el Estado profundo. El
objetivo es acabar con las leyes, reglamentos, protocolos y reglas y con los
funcionarios que las hacen cumplir, que entorpecen el control dictatorial. El
consenso, la limitación del poder, los controles y equilibrios y la rendición
de cuentas están destinados a ser abolidos. Aquellos que creen que el gobierno
está concebido para servir al bien común, en lugar de a los dictados del
gobernante, serán expulsados. El Estado profundo se reconstituirá para servir
al culto del liderazgo. Las leyes y los derechos consagrados en la Constitución
serán irrelevantes.
“Aquel que
salva a su país no viola ninguna ley”. Así se ufanaba Trump en las redes
sociales Truth Social y X.
El caos de la
primera Administración Trump ha sido reemplazado por un disciplinado plan para
sofocar lo poco que queda de la anémica democracia estadounidense. El Proyecto
2025, el Center for Renewing America y el America First Policy Institute ya
recopilaron por adelantado anteproyectos, dictámenes, propuestas legislativas y
de órdenes ejecutivas con todo detalle.
La piedra
angular jurídica de esta deconstrucción del Estado es la “teoría del ejecutivo
unitario”, articulada por el juez del Tribunal Supremo Antonin Scalia en el
voto disconforme que emitió en el caso Morrison contra Olson. En opinión de
Scalia, el Artículo II de la Constitución establece que todo lo que no se
considere parte del poder legislativo o judicial debe ser poder ejecutivo. El
poder ejecutivo, escribe, puede ejecutar todas las leyes de Estados Unidos
fuera de lo que la Constitución otorga explícitamente al Congreso o al poder
judicial. Es una justificación legal para la dictadura.
Aunque el
Proyecto 2025 de la Fundación Heritage no utiliza el término “teoría del
ejecutivo unitario”, sí defiende políticas que concuerdan con los principios de
dicha teoría. El Proyecto 2025 recomienda despedir a decenas de miles de
funcionarios de la administración y reemplazarlos por personas de probada
lealtad. Uno de las claves de este proyecto es el debilitamiento de las
protecciones laborales y los derechos de los funcionarios públicos, facilitando
su despido a instancias del poder ejecutivo. Russell Vought, fundador del
Center for Renewing America y uno de los principales arquitectos del Proyecto
2025, ha recuperado su puesto como director de la Oficina de Gestión y
Presupuesto que ya ocupó durante la primera presidencia de Trump.
Uno de los
actos finales de Trump en su anterior mandato fue firmar la orden “Creación
del Programa F en el Servicio Excepcional”. Esta orden eliminó las
protecciones laborales de los funcionarios de carrera del gobierno. Joe Biden
la anuló. Ahora Trump se ha vengado resucitándola. Una ordenanza que también
tiene ecos del pasado. La “Ley para la Restauración de la Función Pública
Profesional” de los nazis de 1933 despidió de la función pública a los
opositores políticos y a los no arios, incluidos los alemanes de ascendencia
judía. Los bolcheviques también purgaron de “contrarrevolucionarios” el ejército
y la administración pública.
El despido de
más de 9.500 trabajadores federales -y de otros 75.000 que aceptaron un acuerdo
blindado de cese incentivado como parte de un plan para recortar el 70% del
personal de diversas agencias gubernamentales-, la congelación de miles de
millones de dólares en financiación y la incautación de datos confidenciales
por parte del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus
siglas en inglés) de Elon Musk no tienen nada que ver con la eficiencia.
Los recortes a
las instituciones federales de poco servirán para contener el gasto voraz del
gobierno federal si el presupuesto militar sigue siendo intocable: los
representantes republicanos del Congreso han solicitado un aumento de al menos
100.000 millones de dólares para el ejército en el próximo decenio. Y aunque
Trump quiera acabar con la guerra en Ucrania, como parte de su iniciativa para
construir una alianza con el autócrata de Moscú al que admira, respalda el
genocidio en Gaza. Lo que se pretende con la purga es desmantelar la
supervisión y las protecciones. Es eludir miles de estatutos que establecen las
reglas para las operaciones del gobierno. Se trata de cubrir los puestos
federales con “partidarios” sacados de una base de datos recopilada por el
Conservative Partnership Institute. Se trata de enriquecer a las corporaciones
privadas (incluyendo unas cuantas propiedad de Elon Musk) a las que se
otorgaran lucrativos contratos del gobierno.
Sospecho que
esta deconstrucción también está relacionada con aumentar el “capital en la
nube” de Musk, su infraestructura algorítmica y digital. Musk se propone
convertir X en la “aplicación para todo” (“everything app”). Está lanzando “X
Money”, un complemento de la red social que ofrece a los usuarios un monedero
digital “para guardar dinero y hacer transferencias entre particulares”.
Pocas semanas
después del anuncio de la asociación de X Money con Visa, el [ministerio de
Musk] DOGE solicitó acceso a los datos confidenciales del Servicio de
Recaudación Interna*, incluyendo millones de declaraciones de ingresos. Los
datos incluyen el número de la Seguridad Social y la dirección, detalles sobre
los ingresos de las personas, cuánto dinero poseen, sus propiedades e incluso
los acuerdos sobre la custodia de los hijos. En las manos equivocadas, esta
información puede comercializarse y convertirse en un arma.
Musk está
poniendo en marcha un programa de «IA primero» con el fin de aumentar el papel
de la inteligencia artificial (IA) en las instituciones gubernamentales. Según
[la revista] Wired, está construyendo “un depósito de datos
centralizado” para el gobierno federal. El fundador de [la multinacional]
Oracle, socio comercial de Elon Musk y donante de Trump desde hace tiempo,
Larry Ellison, que recientemente anunció un plan de infraestructuras de IA de
500.000 millones de dólares junto a Trump, instó a las naciones a trasladar
todos sus datos a “una única plataforma de datos unificada” para que puedan ser
“consumidos y utilizados” por modelos de IA. Ellison ha declarado anteriormente
que un sistema de vigilancia basado en IA garantizará que “los ciudadanos se
comporten de la mejor manera posible porque estaremos constantemente grabando e
informando de todo lo que ocurre”.
Como todos los
déspotas, Trump tiene una larga lista de enemigos. Ha retirado las
autorizaciones de seguridad a antiguos funcionarios de su anterior
administración, como el general retirado Mark Milley, que fue el oficial de más
alto rango del ejército durante el primer mandato de Trump, y Mike Pompeo, que
fue director de la CIA y secretario de Estado de Trump. Ha revocado o amenazado
con revocar las autorizaciones de seguridad del presidente Biden y de antiguos
miembros de su administración, como Antony Blinken, ex secretario de Estado, y
Jake Sullivan, ex asesor de seguridad nacional. Está atacando a los medios de
comunicación que considera hostiles, impidiendo que sus reporteros cubran los
actos informativos en el Despacho Oval y desalojándolos de sus espacios de
trabajo en el Pentágono.
Esta lista de
enemigos irá aumentando a medida que mayores segmentos de la población se den
cuenta de que han sido traicionados, el descontento generalizado se haga
palpable y la Casa Blanca de Trump se sienta amenazada.
Una vez esté en
marcha el nuevo sistema, las leyes y reglamentos se convertirán en lo que la
Casa Blanca diga que son. Las instituciones gubernamentales como la Comisión
Electoral Federal, la Oficina de Protección Financiera del Consumidor y el
Sistema de Reserva Federal perderán su autonomía. La deportaciones en masa, la
enseñanza de valores “cristianos” y “patrióticos” en la escuela –Trump ha
prometido “acabar con los radicales, los fanáticos y los marxistas infiltrados
en el departamento federal de educación”- junto con el desmantelamiento de los
programas sociales, incluyendo Medicaid, las viviendas para personas con bajos
ingresos, la formación para el empleo y la ayuda a la infancia, crearán una
sociedad de siervos y amos. Las corporaciones depredadoras, como las industrias
sanitaria y farmacéutica, tendrán licencia para explotar y saquear a un público
impotente. El totalitarismo exige una conformidad total. El resultado, citando
a Rosa Luxemburgo, es la “brutalización de la vida pública”.
Los restos huecos
del antiguo sistema (los medios de comunicación, el Partido Demócrata, el mundo
académico, el caparazón de los sindicatos) no nos salvarán. Enuncian clichés
carentes de significado, se acobardan, persiguen inútiles reformas graduales,
se acomodan y demonizan a los seguidores de Trump sin considerar las razones
por las que le han votado. Se están diluyendo en la irrelevancia. Este hastío
es un denominador común en el aumento del totalitarismo y los regímenes
totalitarios. Engendra apatía y derrotismo.
La “Ley de
Constitución del Día de la Bandera y del Cumpleaños de Trump”, presentada por
la congresista Claudia Tenny es un indicador de lo que vendrá detrás. La ley
designaría fiesta nacional el 14 de junio para conmemorar el “Cumpleaños de
Donald J. Trump y el Día de la Bandera”. El siguiente paso son los desfiles
coreografiados con retratos sobredimensionados del gran líder.
Joseph Roth fue
uno de los pocos escritores alemanes que comprendieron la atracción del nazismo
y su inevitable ascensión. En su ensayo “El auto de fe
del espíritu”, que trata sobre la primera quema masiva de libros de
los nazis, aconsejaba a sus colegas escritores judíos que aceptaran que habían
sido vencidos: “Nosotros, que combatimos en primera línea bajo la bandera de la
espíritu europeo, cumplamos el deber más noble del guerrero derrotado:
Reconozcamos nuestra derrota”.
Roth, colocado
en la lista negra por los nazis, obligado a exiliarse y reducido a la pobreza,
no se engañaba con falsas esperanzas. Se preguntaba: “¿De qué sirven mis
palabras contra los cañones, los altavoces, los asesinos, los ministros
desquiciados, los periodistas estúpidos que interpretan la voz de por sí turbia
de este mundo de Babel mediante los tambores de Núremberg?
Él sabía lo que
estaba por venir.
“Ahora te
resultara evidente que nos dirigimos a una gran catástrofe”, escribió Roth a
Stefan Zweig en 1933, desde su exilio en Francia, a propósito de la toma del
poder por los nazis. “Los bárbaros están al mando. No te engañes a ti mismo. Es
el reinado del infierno”.
Pero Roth
también sostenía que aunque la derrota sea segura la resistencia era un
imperativo moral, una forma de defender la propia dignidad y la santidad de la
verdad. “Hay que escribir, aunque nos demos cuenta de que la palabra impresa ya
no puede mejorar nada”, insistía.
Yo soy tan
pesimista como Roth. La censura y la represión estatal irán en aumento. Quienes
tienen conciencia se convertirán en enemigos del Estado. La resistencia, cuando
se produzca, se expresará en erupciones espontáneas que se manifestarán fuera
de los centros de poder establecidos. Estos actos de desafío se enfrentarán a
una brutal represión del Estado. Pero si no resistimos sucumbimos moral y físicamente
a la oscuridad. Nos convertimos en cómplices de un mal radical, algo que nunca
debemos permitirnos.
*N. del T.: El
Internal Revenue Service sería el equivalente a la Agencia Tributaria en
España.
Chris Hedges es un periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer.
Fue durante 15 años corresponsal en el extranjero para The New York Times, ejerciendo como jefe para la oficina de Oriente
Próximo y la de los Balcanes.
Fuente:
Fuente: https://chrishedges.substack.com/p/the-purge-of-the-deep-state-and-the
Los efectos de la retirada de EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud
Los efectos de la retirada de
EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud
Rebelion
22/02/2025
Fuentes: Ganas
de escribir
Una de las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el presidente de
Estados Unidos, Donald Trump, fue la retirada de su país de la Organización
Mundial de la Salud (OMS), una decisión que poco después secundó el presidente
de Argentina, Javier Milei. Esta medida tendrá efectos críticos en la salud
global, en especial en los países más pobres, pero también en Estados Unidos y
en Argentina, si no se revierte en los 12 meses que quedan para que se haga
efectiva.
La orden
dictada por el presidente estadounidense es difícil de calificar. Cuesta
determinar si es un acto de profunda crueldad o una muestra más de la
impresionante ignorancia de la que presume la legión de negacionistas,
antivacunas o terraplanistas que, a base de mentiras, se multiplican como las
setas en todo el mundo.
Una organización esencial para el planeta
La OMS, fundada
en 1948, es una organización internacional que cuenta actualmente con 194
países miembros, lo que representa prácticamente la totalidad de los Estados
reconocidos a nivel global. Sus funciones son esenciales para la promoción de
la salud en todo el planeta: evalúa, monitorea, proporciona información,
asesora y establece estándares internacionales, presta ayuda a los países más
pobres y actúa ante epidemias o desastres.
Su intervención
ha sido decisiva para erradicar la viruela, reducir casos de polio en todo el
mundo en un 99%, o la prevalencia de la malaria y el tracoma. Sin la OMS,
hubiera sido imposible lograr avances en materia de salud, así como igualdad en
el acceso a servicios sanitarios en casi todos los países.
Estados Unidos
ha ejercido un papel fundamental para la organización desde sus inicios. No
solo por ser su mayor contribuyente financiero, tanto en aportes obligatorios
como en donaciones voluntarias de diversas fuentes, sino también por su
capacidad operativa a la hora de brindar asistencia y por la valiosa
contribución de su sistema de información e investigación. Muchos analistas
internacionales señalan que la OMS proporcionó también a Washington mucho
prestigio e influencia, además de abrirle las puertas para obtener otros beneficios
complementarios. Y, por ello, la medida que ahora propone el presidente Trump
implica renunciar a su propio legado como potencia sanitaria global. Y es
seguro que tendrá un efecto contrario al que aparentemente busca.
Su orden se
justifica afirmando que la OMS depende de la política de algunos países. Sin
embargo, lo que paradójicamente ocurrirá, si finalmente Estados Unidos se
retira, renunciando a su liderazgo, será que otros países, encabezados por
China, tomarán el relevo y aumentarán su influencia global.
Una medida inhumana y cruel
La retirada de
EE.UU. y de otros países, como Argentina, supondrá que esta organización
dispondrá de casi un 20% menos de presupuesto. Un recorte significativo que, si
no se compensa con aportes más cuantiosos de otros miembros, causará un gran
daño para la salud mundial.
Todos los
países, sin excepción, van a sufrir los efectos de la menor capacidad de esta
organización para evaluar, prever, asesorar, coordinar, actuar o ayudar frente
a enfermedades, pandemias o catástrofes sanitarias. Pero es lógico y será
inevitable que el perjuicio sea mucho mayor en los más pobres, en donde los
sistemas nacionales de salud son más débiles y con mayor dependencia exterior.
Claramente, la
decisión que han tomado Trump o Milei podría llevar a la enfermedad o a la
muerte a cientos de miles de seres humanos.
Ahora bien, la
medida de ambos presidentes es doblemente cruel porque perjudica incluso a sus
propias naciones. Hay que ser muy ignorante para no darse cuenta de que Estados
Unidos o Argentina también sufrirán las consecuencias de esta decisión.
Las epidemias,
infecciones o enfermedades que la OMS ayuda a combatir no entienden de
fronteras, como ha demostrado el Covid-19. Por lo tanto, cuanto más se expandan
fuera de un país, más riesgo tendrán de sufrirlas también los que hayan
abandonado la organización. Retirarse de ella limita la experiencia y capacidad
de monitoreo del sistema de salud, retrasa las respuestas y, sin la cooperación
activa de una organización global, se tendrá más dificultades para hacer frente
a riesgos sanitarios, como la gripe aviar o brotes de sarampión, que ya han
empezado a manifestarse, o a otros que puedan venir en el futuro.
Así lo
advierten especialistas como Jesse
Bump, profesor de políticas de salud global y director ejecutivo del Programa
Takemi en Salud Internacional, quien recientemente declaró que
en Estados Unidos serían “más vulnerables a la importación de enfermedades que
se propagarían a otros lugares (…) Con la disminución de la inmunización contra
las enfermedades infantiles, es más probable que tengamos brotes de polio,
sarampión y similares”.
En un mundo tan
interconectado como el actual, aislarse de organismos cuyo objetivo es combatir
enfermedades globales –ya sea por razones financieras, como dice Trump, o por
autonomía, como sostiene Milei– recuerda a la tremenda insensatez de los ricos
que, hace más de cien años, protestaban cuando tenían que pagar el saneamiento
de los barrios populares de sus ciudades. Sin entender que cualquier tipo de
enfermedad, desatada por falta de saneamiento, se propagaría sin remedio y
llegaría también a sus casas.
Mentiras y negacionismo de la ciencia
Tanto Trump
como Milei, junto a los equipos de oligarcas multimillonarios que los
acompañan, han tomado esa decisión mintiendo a sus compatriotas.
El mandatario
de EE.UU. se
queja del coste financiero de la contribución obligatoria de su
país, sin mencionar que esta se fija objetivamente en función de la población y
el Producto Interno Bruto. Y sin considerar los beneficios que le producciones.
Como también acusa sin pruebas a la OMS de dependencia política, cuando su país
es el más influyente de todos.
Por su parte,
Milei afirma que toma esta decisión para tener «más
flexibilidad para adoptar políticas» y para que ningún «organismo internacional
intervenga en nuestra soberanía». Pero oculta que esta organización no dicta ni
impone políticas, sino que, a lo sumo, hace recomendaciones que pueden seguirse
o no.
La OMS pudo
haber tenido retrasos e incluso haber cometido errores en la última pandemia de
Covid-19, pero en ningún caso esto justifica que algún país la abandone por esa
razón. Por el contrario, debería impulsarlos a fortalecerla.
Al sostener que
sus decisiones responden a ideologías o preferencias políticas y no de
conclusiones científicas, lo que hacen Trump, Milei y su cohorte de oligarcas
es precisamente destruir la confianza en el soporte más potente que ha tenido
el progreso de la humanidad a lo largo de la historia: la ciencia.
Lo hacen porque
saben perfectamente que la única forma de consolidar su estrategia de dominio
imperial es engañar y mantener a los pueblos en la ignorancia y la confusión.
Ya lo dijo el libertador latinoamericano Simón Bolívar ante el Segundo Congreso
de Venezuela en 1819: “La esclavitud es hija de las tinieblas y un pueblo
ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción.”
Esperemos que
haya presión social y se imponga la sensatez. Las consecuencias de esta
decisión irresponsable, si no se revierte, serían dramáticas.
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viernes, 21 de febrero de 2025
El primer día del mundo del mañana
En estas mismas páginas
se dejó claro desde el principio de la guerra: Rusia no podía perderla. No
podía permitírselo. Y así ha sucedido. EEUU perdió la guerra, y la principales
víctimas son Ucrania y la UE.
El primer día del mundo del mañana
El Viejo Topo
21 febrero, 2025
La narrativa
impulsada por Occidente en los últimos años, ha colapsado. Lo que en un
principio se presentó como un enfrentamiento entre el bien y el mal, la
democracia contra la tiranía, y la soberanía frente a una ocupación
neoimperialista, ha resultado en una farsa sangrienta y en un fracaso
estratégico para las élites occidentales.
Se nos intentó
convencer de que la guerra ucraniana era una guerra justa contra el
expansionismo ruso. En gran medida lo consiguieron, una parte nada desdeñable
de la población compró ese relato. La derecha lo apoyó (era lo esperado); lo
inesperado y que revela el nivel de desorganización de la izquierda existente,
ha sido el apoyo al relato otanista y el apoyo acrítico de esta “izquierda
verde” o “la autonodenominada anticapitalista”. En nuestro país, sin ir más
lejos, las declaraciones de dirigentes de Sumar o el propio Pablo Iglesias
desde sus redes han dado apoyo al régimen de Zelenski por oposición al malvado
Putin. Su influencia, aunque decreciente, ha sido útil para proyectar hacia
sectores progresistas un discurso coincidente con el atlantista limitando en
buena medida la respuesta popular contra la guerra.
La desunida
Unión Europea ha quedado retratada en estos días como el brazo político de la
OTAN. Nos conduce, si los pueblos europeos no lo impiden, hacia escenarios de
confrontación mientras los ejecutivos continentales en la mayoría de los países
se afanan en recortar los servicios públicos para pagar las nuevas inversiones
en “defensa”.
Todo lo
expuesto está siendo revelado por el propio ejecutivo norteamericano. Los miles
de millones de dólares destinados a la compra de periodistas (más de 6.200) de
medios de difusión de todo tipo (más de 700 sólo en Europa…. cabeceras de
diarios, ONGD…. nos sorprendieron tanto por su extensión como su amplitud.
Gracias al propio trumpismo y sus deseos de controlar los recortes más íntimos
de las agencias gubernamentales sabemos que se invirtieron más de 5.000
millones de dólares desde la USAID para orquestar el golpe de Estado del Maidán
en 2014. También ha quedado en evidencia el cinismo de dirigentes europeos como
Merkel, Hollande y Poroshenko, quienes nunca tuvieron intención de aplicar los
acuerdos de Minsk I y II y mientras hablaban de paz rearmaban al régimen de
Zelenski. También sabemos que la actitud belicosa de Reino Unido no es por un
afán de defender la democracia ucraniana, sino para asegurarse de que las
inversiones realizadas por el ejecutivo londinense, pagando o avalando parte de
la deuda de Kiev, reviertan posteriormente en beneficios para las clases
dirigentes de ese país.
A medida que se
adivina el inevitable desenlace –la derrota de Estados Unidos, la OTAN y la
Unión Europea–, las contradicciones dentro de Occidente se hacen cada vez más
evidentes. El varapalo sufrido por la UE en la conferencia de paz de Munich
cuando vimos a su presidente, Christoph Heusgen, llorar, posiblemente de
impotencia, y el ninguneo del vicepresidente Vance hacia los políticos europeos
demostraron el escaso o nulo peso de la UE en el concierto internacional.
En estos tres
años ninguno de los objetivos pretendidos por la OTAN/UE se han cumplido: ni se
podido debilitar a Rusia, ni se ha conseguido aislarla diplomáticamente, ni se
ha podido hundir su economía. Por el contrario, la obsesión rusofóbica de los
dirigentes de la UE y la incapacidad de la administración Biden han facilitado
el fortalecimiento de una nueva alianza global con China. La guerra en Ucrania
se muestra como un revés estratégico para Occidente; no solo ha fracasado en
sus propósitos, sino que finalmente ha debido aceptar las condiciones impuestas
por Moscú.
El presidente
Donald Trump ha reconocido públicamente que Estados Unidos y la OTAN han
perdido la guerra. Incluso el secretario de Defensa estadounidense ha admitido
que Ucrania no tiene posibilidad de recuperar las fronteras de 2014, lo que
confirma que el conflicto no comenzó en 2022, como se ha insistido en la narrativa
occidental, sino en 2014, con el golpe de Estado del Maidán. Ante este
panorama, Washington ha comenzado a ceder en dos de las cuatro condiciones
clave de Rusia: el reconocimiento de Crimea y las cuatro provincias
anexionadas, así como la detención de la expansión de la OTAN en la región. La
reducción del presupuesto militar del Pentágono que está abordando la nueva
administración republicana conducirá tal vez a la retirada de tropas
norteamericanos del continente. Todo está sobre la mesa.
Trump intenta
forzar un alto el fuego rápido en la actual línea de contacto. Desea cerrar un
acuerdo que le permita utilizarlo como moneda de cambio en futuras
negociaciones con Moscú. Sin embargo, el tiempo juega a favor de Rusia. Cuanto
más se prolongue la guerra, más territorio quedará bajo su control, menos
efectivos tendrá el ejército ucraniano y más sólida será la posición de Putin.
La desmoralización de las fuerzas ucranianas ha permitido avances rusos sin una
resistencia significativa, lo que hace improbable un cese de las hostilidades
en el corto plazo. De hecho, lo más probable es que la ofensiva rusa se
intensifique. Por otra parte una de las condiciones impuestas por Rusia será en
un futuro la negociación con otros dirigentes de Ucrania nacidos de la convocatoria
electoral de finales de octubre donde se renovaría el liderazgo en Ucrania.
Trump ha dejado
claro que no respaldará la entrada de Ucrania en la OTAN ni enviará tropas
estadounidenses para apoyar a Kiev. Como resultado, la carga económica y
militar recae completamente en la Unión Europea, que ya ha asumido parte del
costo del conflicto y ahora debe afrontar la reconstrucción de un Estado en
colapso. Mientras, Europa está sufriendo las consecuencias de los aranceles
impuestos por Trump y la compra de energía a precios desorbitados tras romper
sus lazos con Rusia. Ahora se enfrenta a la necesidad de sostener
financieramente a Ucrania, cuando en realidad debería concentrarse en su propia
recuperación económica.
Ucrania,
entretanto, se ha convertido en un Estado fallido. Con una población en éxodo y
sin un censo oficial en décadas, es imposible determinar cuántos ciudadanos
siguen en el país. En Kiev persiste un régimen que persigue a la Iglesia
Ortodoxa, prohíbe 11 partidos políticos y ha instaurado un sistema de gobierno
autoritario. La incertidumbre sobre el futuro político de Ucrania y su posible
adhesión a la UE sigue aumentando, y cada vez parece más improbable que este
proceso llegue a concretarse. En Kiev hay música de entierro, la visita de
Zelenski a Arabia Saudita y Turquía tiene como objetivo negociar y poner a
salvo las fortunas personales del propio presidente y la de de sus secuaces. No
ha ido a negociar nada con nadie sino a asegurar su supervivencia financiera.
EUROPA: UNA
POTENCIA RELEGADA Y SIN INFLUENCIA
Europa ha sido
marginada de las decisiones clave en el conflicto. La reciente llamada entre
Trump y Putin, la reunión en Riad entre altos funcionarios del gobierno
estadounidense y rusos marginando a Ucrania y Europa ha generado pánico en las
capitales europeas. Incapaces de adaptarse al nuevo escenario, los líderes
europeos siguen repitiendo mecánicamente los mismos discursos del pasado sin
asumir que su papel es irrelevante.
En la
Conferencia de Seguridad de Múnich los dirigentes europeos evidenciaron su
frustración. El secretario de Defensa británico, John Healey, insistió en que
no se podían llevar a cabo negociaciones de paz sin Ucrania: no aceptan que
Kiev ya no tiene poder de decisión, si alguna vez lo tuvo, sobre su propio
futuro. En la misma línea, el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius,
lamentó las “concesiones” de Trump a Rusia y pidió continuar discutiendo la
adhesión de Ucrania a la OTAN. Por su parte, la ministra alemana de Asuntos
Exteriores, Annalena Baerbock, afirmó que la paz debía incluir a Europa y
Ucrania, mientras que el primer ministro polaco, Donald Tusk, reiteró la
necesidad de cooperación transatlántica para alcanzar la paz.
No obstante,
todas estas declaraciones solo evidencian la debilidad de Europa. Estados
Unidos ha gastado miles de millones de dólares en el conflicto y ahora busca
resarcirse. En Múnich el gobierno de Trump puso sobre la mesa el documento por
el cual Ucrania cedía el 50% de sus riquezas a Norteamérica, su acreedor. La
parte ucraniana sólo tuvo una hora para leerlo, estudiarlo y aceptarlo. Washington
pretende recuperar 500.000 millones, mientras que la UE ya ha desembolsado
124.000 millones (que se sepa) sin obtener nada a cambio. Y lo peor aún está
por venir: Bloomberg Economics estima que el costo de mantener y reconstruir
Ucrania ascenderá a 3,1 billones de dólares en la próxima década.
Europa
simplemente no puede sostener esta guerra, ya que carece de los recursos
económicos y militares para hacerlo. También carece de la necesaria unidad de
acción y resolución política. La desunión europea está en marcha.
Mientras
Washington decide poner fin al conflicto, la UE debe afrontar las consecuencias
económicas de haber sido utilizada como un mero instrumento en la estrategia
contra Rusia. La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ya ha
comenzado a allanar el camino para incrementar el endeudamiento de los países
europeos con el fin de financiar tanto el rearme militar como la reconstrucción
de Ucrania. Sin embargo, esta medida solo conducirá a un mayor deterioro
económico y a una crisis estructural dentro del bloque. La reunión en París
convocada por el presidente francés Macron ha revelado las enormes fisuras que
se han instalado en el interior de la UE. Grietas que se verán amplificadas en
una institución que pierde legitimidad en la medida que introduce castigos en
forma de impuestos desorbitados a su propia población y que por otra parte
muestra “tics” profundamente antidemocráticos como se ha demostrado con la
anulación de las elecciones en Rumanía.
EL FUTURO: UN
NUEVO OBJETIVO EN LA MIRA
Con el
conflicto en Ucrania acercándose a su desenlace, Estados Unidos y sus aliados
han comenzado a redirigir su estrategia hacia un nuevo objetivo: China. Para
mantener su hegemonía global, Washington necesita debilitar a sus principales
competidores económicos y tecnológicos.
Dentro de esta
estrategia, se busca neutralizar a Corea del Sur, y a Taiwán, cuyas industrias
de alta tecnología representan una amenaza para la supremacía estadounidense en
semiconductores y electrónica avanzada.
Japón, por su
parte, deberá ser contenido para evitar que su sector manufacturero siga
expandiéndose. Sin embargo, el gran rival a vencer es China, y todo apunta a
que en los próximos años la presión sobre Pekín se intensificará con sanciones
económicas, restricciones tecnológicas y un aumento de la presencia militar
estadounidense en el Indo-Pacífico.
Paralelamente,
América Latina se convertirá en un foco de interés geopolítico, ya que sus
recursos naturales y mercados emergentes son estratégicos para la competencia
global. Washington intentará reforzará su control sobre la región, evitando que
sus gobiernos se alineen con China y Rusia.
Cuando la
guerra en Ucrania entre en vías de solución –tampoco será pronto– y con una
Europa debilitada, el foco se traslada a Asia y América Latina. Mientras tanto,
la UE observa impotente cómo su papel en la escena global se reduce a financiar
con deuda pública y más recortes una guerra que no pudo ganar. El mundo ha
cambiado y el antiguo sistema se desmorona. Un nuevo equilibrio de poder está
emergiendo: este es el inicio de una nueva era.
jueves, 20 de febrero de 2025
La larga crisis de la UE
¿Por qué las clases
dirigentes europeas se han convertido en entusiastas de una estrategia
político-militar que perjudica gravemente sus países? He ahí un misterio que
Monereo analiza en profundidad. El futuro pinta mal.
TOPOEXPRESS
La larga crisis de la UE
El Viejo Topo
20 febrero,
2025
LA LARGA CRISIS DE LA UNIÓN EUROPEA: EL FRACASO DE LA SOLUCIÓN POLÍTICO
MILITAR
Los tiempos son
difíciles, los que se avecinan serán aún peores. Habría que exigir hablar con
claridad y evitar el lenguaje falsario. La voladura, el 26 de septiembre de
2022, del Nord Stream 1 y el Nord Stream 2 puso fin a
cualquier debate serio sobre la supuesta autonomía estratégica de la Unión
Europea y mostró hasta qué punto está sometida a la lógica de poder y a
los intereses estratégicos de los EEUU. El
Presidente Biden se lo dijo, en vivo y en directo, al
canciller Olaf Sholz: Alemania tiene que suspender inmediatamente las
obras del gaseoducto Nord Stream 2 y dejar de recibir gas y petróleo de Rusia.
Unos meses después –en pleno conflicto armado en Ucrania– ambos gaseoductos
fueron dinamitados.
Todos sabemos
quién estaba por delante y quién estaba por detrás; tampoco se oculta
demasiado, solo silencio y bulos que, dependiendo de los días, señalan pistas
falsas para eludir la responsabilidad de los “primos americanos”, como
diría John Le Carré. La vejación no pudo ser mayor: aliados de la OTAN
sabotean una construcción estratégica, vital, de Alemania y no pasa nada. Es
más, nadie denuncia, nadie investiga en serio, nadie dimite y, lo que es peor,
el alineamiento del país germánico, del conjunto de la UE con la Administración
Biden se hizo más estrecho, más férreo. Dicho a lo Vito Corleone: le
hicieron una oferta que no pudieron rechazar. Este dato pone de manifiesto la
determinación, la importancia decisiva que la guerra programada contra Rusia
tenía para los EEUU y la necesidad imperiosa de contar con unos aliados
europeos disciplinados y comprometidos, costara lo que costara. Lo que no
esperaban era que Trump volviera a ganar las elecciones y que el escenario
pudiese cambiar tan rápidamente. Es el problema de ser aliado subalterno de una
gran potencia en declive y en plena mutación política, social y cultural. Ahora
toca rasgarse las vestiduras, denunciar la ingratitud del malvado Trump e ir
recomponiendo la figura para lo que viene, a saber: cambiar de opinión sin que
se note mucho.
La pregunta hay
que hacerla:
¿Por qué las
clases dirigentes de los países de la UE se han convertido en actores
entusiastas y fervorosos de una estrategia político-militar que perjudica
gravemente su economía, la hace comercial y tecnológicamente más dependiente y
la convierte de nuevo en zona de guerra, campo de batalla entre dos grandes
potencias?
Una primera
respuesta pondría el acento en que, una vez más, las cosas no han salido como
se esperaba. La idea era someter a Rusia a una guerra de desgaste comercial,
financiera y militar que provocara una crisis económica especialmente grave,
malestar social, división del equipo dirigente y la caída de Putin. Lo que se
puede decir, a tres años del comienzo de la intervención militar rusa, es que
el plan no ha funcionado y que el consenso en torno a Putin se ha hecho más
fuerte y sólido. La economía rusa crece por encima de la media europea; su
política de sustitución de importaciones está siendo exitosa; su complejo
militar, científico e industrial se desarrolla eficazmente y la producción de
materias primas vegetales y minerales tienen un dinamismo difícil de negar. Es
más, Europa hoy sigue dependiendo del gas y del petróleo ruso a pesar de los
esfuerzos de los norteamericanos.
Lo más notable
es que en el frente militar la situación de las fuerzas ucranianas es
extremadamente difícil y que la guerra se decanta en favor de las fuerzas
armadas rusas. Si se ahonda un poco aparece siempre, siempre, el desprecio de
las elites europeas a una Rusia bárbara, atrasada e insoportable tapón
geopolítico. Los dirigentes polacos lo dicen cada día: no debería existir un
Estado así. En esto no hay que equivocarse, los planificadores de la OTAN sabían
perfectamente que Ucrania nunca ganaría esta guerra; simplemente, sería el
instrumento (pondrían los muertos y las riquezas del país) para infligir una
derrota estratégica a la potencia euroasiática y debilitar a China, que
era el verdadero objetivo del viejo equipo de Hillary Clinton, del que
formaba parte Biden.
Una segunda
respuesta daría prioridad a la historia, a lo que podríamos llamar la “venganza
de la historia”. Lo políticamente correcto lo contamina todo e impide ver y contar
lo que tenemos delante de nuestros ojos. Si se observa con cierta atención la
sofisticada política de alianzas de los EEUU, se verá cómo esta se organiza en
círculos concéntricos. Primero, el anglosajón, con el Reino
Unido y Australia en el núcleo duro. Es el AUKUS, al que siempre
hay que añadir a Nueva Zelanda. El segundo, lo componen los tres
protectorados político-militares de los EEUU, Estados militarmente ocupados,
nuclearizados y estructuralmente alineados con los intereses estratégicos de la
Administración norteamericana. Nos referimos a Alemania, Japón y Corea del Sur,
y, en muchos sentidos, Italia. Es decir, países con soberanía limitada,
imposibilitados para definir sus prioridades nacionales y obligados a
externalizar su política de seguridad y defensa. Habría un tercero y hasta un
cuarto círculo. En el centro de todo, la OTAN y su control sobre la península
europea.
La historia
cuenta. Las élites europeas llevan años intentando vivir al margen de ella,
como si los Estados, las naciones y pueblos fuesen el obstáculo fundamental
para la construcción de una Europa con voluntad de superpotencia. Que el Estado
dominante europeo sea un protectorado político-militar de EEUU dice mucho sobre
el tipo de Unión que se ha ido definiendo en estos años. El Tratado de
Maastricht fue la señal de un cambio decisivo en la correlación de
fuerzas, marcado por tres hechos: la unidad alemana, la desintegración de la
Unión Soviética y la ampliación acelerada hacia el Este de la Unión. La “nueva
Europa” que surgía se incorporaba al Nuevo Orden
Internacional dictado por la potencia vencedora (EEUU) y
constitucionalizaba el neoliberalismo como fundamento de su construcción, con
el euro como objetivo. OTAN y ampliación hacia el Este se complementaban
funcionalmente definiendo espacios y cercando a Rusia. Primero, los países del
antiguo Pacto de Varsovia y luego, las antiguas repúblicas soviéticas: Ucrania,
Georgia, Moldavia. La UE y los EEUU siempre fueron de la mano. La estrategia,
la misma en todas partes, a saber, promover la oposición a Rusia, organizar a
las fuerzas nacionalistas y crear una línea de demarcación de masas entre
supuestos europeístas y los partidarios de un Moscú siempre al acecho.
La implicación
euroamericana y atlantista para ir sitiando a Rusia es conocida y cada vez más
documentada. Los “papeles” que vamos conociendo de la USAID (Agencia de
los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) dan pistas
sobre los dispositivos empleados por las agencias de inteligencia y demás
organismos especializados en la desinformación, “Revoluciones Coloreadas”,
impulso de las oposiciones nacionalistas y pro UE. Todo ello financiado con
generosidad a través de ONGs creadas al efecto. Se dirá que los “otros” hacen
lo mismo, es verdad, pero habría que reconocer que hay una asimetría de
recursos, medios y coberturas mediáticas notable, sobre todo, cuando la UE y
los EEUU trabajan al unísono. El dato más sobresaliente, a mi juicio, es la
promoción de nuevas élites políticas formadas en Occidente, fervientes
partidarias del atlantismo, desnacionalizadas e intercambiables entre sí. Estas
agencias e instituciones no paran nunca, siempre han estado ahí: contra la
URRS, contra Yeltsin /Primakov, contra Putin.
Está siendo
duro, muy duro, para las élites europeas, para los publicistas que han
justificado hasta la saciedad las políticas atlantistas y que ahora se muestran
comprensivos ante las “masacres” (la palabra genocidio está prohibida)
perpetradas por las fuerzas armadas israelitas contra la población palestina,
adaptarse a la nueva administración norteamericana. Las instituciones europeas,
sus representantes más caracterizados se han ido convirtiendo en el ala más
belicista de la coalición internacional contra Rusia. Conforme más se acercaba
el momento de la toma de posesión de Trump más fuertemente han reivindicado la
continuidad de la guerra y el apoyo a un Zelenski en sus horas
más bajas. Cegados por el mito americano, no quisieron entender que algo grave
y hondo estaba pasando en la sociedad estadounidense; que la reelección en
diferido de una persona como Trump era la señal de una
reacción política que viene de lejos y que, con él y sin él, cambiará
sustancialmente las relaciones del Estado norteamericano con aliados,
adversarios y enemigos. Lo advirtió Kissinger: ser enemigo de EEUU es
peligroso; ser amigo puede ser fatal.
Cuando uno lo
fía todo al servicio de una gran potencia, debe saber que eso tiene sus costes
y uno de ellos, frecuente por lo demás, es que suelen cambiar de prioridades y
de clase dirigente. Von der Layen, Borrell, Sánchez, Scholz, Macron tienen
ahora la ingrata tarea de recomponer la figura y volver a un discurso aceptable
para la nueva administración norteamericana. Ahora toca rasgarse las vestiduras
y gritar.
Hay un tema que
vuelve y que ilumina mucho la realidad política europea. Me refiero al retorno
cada vez más evidente de los Estados nacionales. El discurso dominante se ha
ido convirtiendo en un sentido común políticamente construido: para sobrevivir
en un mundo globalizado hace falta ceder soberanía a la Unión Europea. Se
insinuaba que las competencias que se perdían por “abajo” se recuperarían por
“arriba” en la larga marcha hacia los Estados Unidos de Europa, una nueva
superpotencia, un “imperio-jardín” liberal, que tenía que vérselas con una
“jungla” internacional donde imperaba el Estado de naturaleza. ¿Qué
competencias se cedieron? La política monetaria y, derivadamente, la política
fiscal, el control y la regulación de los mercados (es decir, de los grandes
poderes económicos, empezando por los financieros), las políticas comerciales…
¿Se recuperaron por arriba? Solo aquellas que cuidadosa y sistemáticamente
desmantelaban el Estado Social y lo hacían económica y financieramente
inviable.
Lo que consiguió
esta estrategia “hayekiana” de integración europea fue desconectar “cuestión
social” de la “cuestión democrática”, imponiendo –era lo fundamental– un
conjunto de políticas neoliberales obligatorias para cada uno de los Estados
individualmente considerados. Las democracias, autodefinidas como socialmente
avanzadas, sólo decidían cómo se aplicaban las directivas que venían de la
cúpula de la Unión o los márgenes (siempre estrechos) para otras políticas que
respondieran a las demandas de una ciudadanía cada vez más indignada. Dicho de
otra forma, la soberanía popular perdió poder real, la democracia como
deliberación/elección entre distintos modelos socio-económicos se limitó
estructuralmente, la diferenciación derecha/izquierda se fue diluyendo como
definición entre clases e intereses sociales contrapuestos y lo que fue
quedando es un espacio político-cultural cada vez más colonizado por la cultura
dominante neoliberal; donde la derecha era cada vez más de extrema derecha y la
izquierda, débil y sin proyecto, se posicionaba en función de ella y en los
márgenes particularistas e identitarios permitidos por los que mandan.
Las
consecuencias se conocen desde hace mucho tiempo. Wolfgang
Streeck, Sergio Cesaratto y yo mismo, venimos hablado de “momento
Polanyi” desde hace más de una década. La contraposición entre una coalición
globalista de ganadores y una mayoría social y territorial que la soporta y la
sufre, se hace más aguda, más visible. El dato más significativo es que estos
sectores populares, insisto, mayoritarios, han sido abandonados por las
izquierdas y han terminado por caer baja la influencia de las fuerzas
populistas de derecha en nombre, tremenda paradoja, de un soberanismo sin
pueblo y sin Estado. La vida política y cultural se polariza y degrada; la
desigualdad y la involución social se acentúa, los grandes poderes económicos
determinan la agenda política y se imponen en una esfera pública uniformizada y
de espaldas a las demandas populares.
Una clase
política cada vez más cerrada, políticamente homogénea y dependiente de los que
toman las decisiones fundamentales al margen de la soberanía popular. Las
élites políticas se han ido convertido en “funcionarios del capital”, en
agentes de las grandes empresas financieras-empresariales, de los grandes fondos
de inversión; dedicados a la vieja tarea de mandar; especializados en el arte
de legitimar y hacer pasar como buenas políticas que perjudican a las mayorías
sociales, a los jóvenes, a los mayores, eso sí, siempre con la ayuda directa de
la industria de manipulación de las consciencias, en manos de una estrecha
coalición de grandes bancos y empresas.
Estas clases
dirigentes han construido una Unión Europea funcional y conscientemente
dependiente de los intereses estratégicos norteamericanos. No son capaces de
concebir otra Europa posible, dotada de capacidades para definir autónomamente
sus prioridades, en un mundo, además, que cambia aceleradamente. Basta ver,
hace unos días, al Presidente de la Conferencia de Seguridad de
Múnich, Christoph Heusgen, quejarse amargamente y llorar –sí, llorar en
público– ante el cambio de prioridades de la nueva Administración
norteamericana. Se trata de algo más que servidumbre voluntaria, es una clara y
nítida cooptación por la potencia imperial. ¿Dónde está lo nuevo? ¿El dato
fundamental? Que las políticas de Trump ponen de manifiesto el carácter
subalterno de estas élites; el papel central de la OTAN en la definición de la
política exterior y de defensa europeas y, sobre todo, la naturaleza real de
las estructuras de poder de la Unión.
La crisis de la
Unión Europea seguía estando ahí, al menos desde el 2008, latente unas veces,
abiertas otras. El conflicto ucraniano ofrecía una posibilidad y fue
aprovechada: unirse, fortalecerse frente a un enemigo creíble: Putin. Los viejos
atavismos culturales frente al mundo eslavo-asiático, el recuerdo de la sombra
amenazante de la URSS, la reconstrucción acelerada de un poder ruso y, lo peor,
que trenzaba alianzas cada vez más estrechas con China e Irán, generaban
las condiciones para justificar un nuevo impulso en la integración de la UE,
esta vez basada en las políticas de seguridad, de defensa. La situación era
propicia. Las mayorías sociales habían venido interiorizando inseguridad,
miedo, temor al futuro. La pandemia agravó aún más viejos problemas
relacionados con la precariedad, los recortes sociales, el incremento de las
desigualdades y la inseguridad cultural. El miedo se ha ido convirtiendo en una
segunda piel.
La maniobra ha
sido, hay que reconocerlo, de grandes dimensiones: desplazar la atención de los
problemas sociales, económicos y culturales creados por las políticas
neoliberales impulsadas, precisamente, por la Unión Europea, hacia el enemigo
externo; transformar las demandas de orden, justicia, seguridad de las
poblaciones en miedo organizado y dirigido, concretado en un mal absoluto
(Rusia) que pone en peligro nuestros derechos, libertades, nuestras vidas. El
discurso es disciplinario: demoniza al crítico y criminaliza al disidente. No
hay debate posible: o se está con el bien (Occidente) o se está con el mal (la
Rusia de Putin). Biden fue la gran oportunidad. Derrotado, por poco, pero
derrotado (¡por fin!) el primer Trump, llegaba un nuevo Presidente con las
ideas claras: defender el Orden Internacional y sus normas; fortalecer la OTAN
y propiciar el alineamiento férreo de los aliados europeos. La historia es
conocida. Ahora, de nuevo, Trump. Lo dicho, toca resituarse, crear un nuevo
relato y ver cómo, poco a poco, una clase política es sustituida por otra más
cercana a la nueva Administración norteamericana. En los imperios pasan estas
cosas.
Hay un debate
de fondo siempre eludido, impensable, prohibido: ¿Coinciden los intereses
estratégicos de Europa con los de Estados Unidos? Para clarificar aún más esta
cuestión, habría que plantear una segunda pregunta: ¿cuál será el papel de
Europa en el Nuevo Orden Internacional Multipolar? ¿Tendrá alguno? ¿El
que decidan los EEUU? El perspicaz lector habrá observado que hablo de Europa y
no de la Unión Europea. No las confundo. La UE es un modo, a mi juicio
fracasado, de construir Europa desde los intereses de los grandes poderes
económicos, y subalterna a los EEUU. Pensar y construir una Europa europea,
exigiría un cambio de orientación fundamental, otras prioridades económicas,
políticas, sociales y, lo fundamental, unas nuevas clases dirigentes
comprometidas con la justicia social, la democracia sustancial, la paz y la
solidaridad internacional.
Termino como
comencé, citando al viejo socialdemócrata alemán:
“Si queremos una Europa pacífica y mantenernos al margen de los conflictos
entre las potencias nucleares, necesitamos la liberación de Europa de la tutela
militar de los Estados Unidos mediante una política europea independiente de
seguridad y defensa. Este objetivo debería ser nuestra máxima prioridad”
Oskar
Lafontaine escribió esto hace algo más de dos años. Ahora, es mucho más urgente
tener en cuenta sus reflexiones. Aparentemente, sus argumentos pueden parecer
similares o parecidos a otros que políticos y publicistas despechados gritan
hoy entre lágrimas. No hay que confundirse. Si Europa quiere ser un sujeto
activo, independiente y con autonomía política en el Nuevo Orden Internacional
en gestación, debe comenzar por apostar por un tratado de paz, cooperación y
desarrollo con Rusia, como condición para definir soberanamente sus prioridades
estratégicas. Todo lo demás es seguir siendo protectorado político-militar
estadounidense. En palabras de Chevènement: Europa habría salido ya de la
historia.
El debate no ha
hecho otra cosa que empezar. Continuará.
Fuente: Nortes