lunes, 22 de abril de 2024

Occidente quiere «moderación»

 

Tras meses de alimentar un genocidio en Gaza, Oriente Próximo está al borde de la guerra precisamente porque los políticos occidentales consintieron durante décadas todos los excesos militares de Israel, a quien ahora Occidente le pide “moderación”.


Occidente quiere «moderación»

 

Jonathan Cook

El Viejo Topo

22 abril, 2024 

 


De repente, los políticos occidentales, desde el presidente estadounidense Joe Biden hasta el primer ministro británico Rishi Sunak, se han convertido en ardientes defensores de la «moderación», en una lucha de última hora por evitar una conflagración regional.

Irán lanzó una salva de drones y misiles contra Israel en lo que supuso una demostración de fuerza en gran medida simbólica. Al parecer, muchos de ellos fueron derribados por los sistemas de interceptación israelíes financiados por Estados Unidos o directamente por aviones de combate estadounidenses, británicos y jordanos. No hubo muertos.
Fue el primer ataque directo de un Estado contra Israel desde que Irak disparó misiles Scud durante la guerra del Golfo de 1991.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió apresuradamente el domingo, y Washington y sus aliados pidieron que se rebajaran las tensiones, que podrían desembocar fácilmente en el estallido de una guerra en Oriente Próximo y más allá.
«Ni la región ni el mundo pueden permitirse más guerras», declaró en la reunión el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres. «Ahora es el momento de desactivar y desescalar».
Israel, por su parte, prometió «exigir el precio» a Irán en el momento que elija. Pero la abrupta conversión de Occidente a la «moderación» necesita algunas explicaciones.
Después de todo, los líderes occidentales no mostraron ninguna moderación cuando Israel bombardeó el consulado de Irán en Damasco hace dos semanas, matando a un general de alto rango y más de una docena de otros iraníes –la causa de la represalia de Teherán.
Según la Convención de Viena, el consulado no sólo es una misión diplomática protegida, sino que se considera territorio soberano iraní. El ataque israelí contra él fue un acto desenfrenado de agresión, el «crimen internacional supremo», como dictaminó el tribunal de Nuremberg al final de la Segunda Guerra Mundial.
Por ello, Teherán invocó el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que le permite actuar en legítima defensa.

BLINDAR A ISRAEL

Sin embargo, en lugar de condenar la peligrosa beligerancia de Israel –un ataque flagrante al llamado «orden basado en normas» tan venerado por Estados Unidos–, los líderes occidentales se alinearon detrás del Estado cliente favorito de Washington.
En una reunión del Consejo de Seguridad celebrada el 4 de abril, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia despreciaron intencionadamente la moderación al bloquear una resolución que habría condenado el ataque de Israel al consulado iraní, una votación que, de no haber sido bloqueada, podría haber bastado para aplacar a Teherán.
El fin de semana, el ministro británico de Asuntos Exteriores, David Cameron, dio el visto bueno al ataque israelí contra la sede diplomática iraní, afirmando que podía «entender perfectamente la frustración que siente Israel», aunque añadió, sin ningún atisbo de conciencia de su propia hipocresía, que el Reino Unido «tomaría medidas muy enérgicas» si un país bombardeara un consulado británico.
Al proteger a Israel de cualquier consecuencia diplomática por su acto de guerra contra Irán, las potencias occidentales se aseguraron de que Teherán tuviera que buscar una respuesta militar.
Pero la cosa no acabó ahí. Tras avivar el sentimiento de agravio de Irán en la ONU, Biden prometió un apoyo «férreo» a Israel –y graves consecuencias para Teherán– si se atrevía a responder al ataque contra su consulado.
Irán hizo caso omiso de esas amenazas. El sábado por la noche lanzó unos 300 drones y misiles, al tiempo que protestaba a gritos por la «inacción y el silencio del Consejo de Seguridad, que no ha condenado las agresiones del régimen israelí».
Los dirigentes occidentales no tomaron nota. Volvieron a ponerse del lado de Israel y denunciaron a Teherán. En la reunión del Consejo de Seguridad del domingo, los mismos tres Estados -Estados Unidos, Reino Unido y Francia- que antes habían bloqueado una declaración de condena del ataque israelí a la misión diplomática iraní, solicitaron una condena formal de Teherán por su respuesta.
El embajador ruso ante la ONU, Vasili Nebenzya, ridiculizó lo que calificó de «desfile de hipocresía y doble rasero de Occidente». Y añadió: «Saben muy bien que un ataque a una misión diplomática es un casus belli según el derecho internacional. Y si las misiones occidentales fueran atacadas, ustedes no dudarían en tomar represalias y demostrar su caso en esta sala».
Tampoco se vio ningún tipo de moderación cuando Occidente celebró públicamente su connivencia con Israel para frustrar el ataque de Irán y, de este modo, convertirse en parte directa de esta peligrosa confrontación.
El primer ministro británico, Rishi Sunak, elogió a los pilotos de la RAF por su «valentía y profesionalidad» al ayudar a «proteger a los civiles» en Israel.
En una declaración, Keir Starmer, líder del partido laborista, supuestamente de la oposición, condenó a Irán por generar «miedo e inestabilidad», en lugar de «paz y seguridad», con el riesgo de avivar una «guerra regional más amplia». Su partido, dijo, «defenderá la seguridad de Israel».
La «moderación» que Occidente exige sólo se refiere, al parecer, a los esfuerzos de Irán por defenderse.

MORIR DE HAMBRE

Dado el nuevo reconocimiento por parte de Occidente de la necesidad de actuar con cautela y de los peligros evidentes de los excesos militares, puede que haya llegado el momento de que sus dirigentes se planteen exigir moderación de forma más general, y no sólo para evitar una nueva escalada entre Irán e Israel.
En los últimos seis meses, Israel ha bombardeado Gaza hasta convertirla en escombros, ha destruido sus instalaciones médicas y oficinas gubernamentales y ha matado y mutilado a muchas, muchas decenas de miles de palestinos. En realidad, tal es la devastación que Gaza perdió hace algún tiempo la capacidad de contar sus muertos y heridos.
Al mismo tiempo, Israel ha intensificado su bloqueo de 17 años del minúsculo enclave hasta el punto de que llegan tan pocos alimentos y agua que la población está presa de la hambruna. La gente, especialmente los niños, se muere literalmente de hambre.
El Tribunal Internacional de Justicia, el más alto tribunal del mundo, presidido por un juez estadounidense, dictaminó en enero –cuando la situación era mucho menos grave que ahora– que se había presentado un caso «plausible» de que Israel estaba cometiendo genocidio, un crimen contra la humanidad estrictamente definido en el derecho internacional.
Y, sin embargo, los líderes occidentales no han pedido «moderación» mientras Israel bombardeaba Gaza semana tras semana hasta dejarla en ruinas, atacando sus hospitales, arrasando sus oficinas gubernamentales, volando por los aires sus universidades, mezquitas e iglesias y destruyendo sus panaderías.
Por el contrario, el presidente Biden se ha apresurado repetidamente a aprobar ventas de armas de emergencia, pasando por alto al Congreso, para asegurarse de que Israel tenga suficientes bombas para seguir destruyendo Gaza y matando a sus niños.
Cuando los dirigentes israelíes prometieron tratar a la población de Gaza como «animales humanos», negándoles todo tipo de alimentos, agua y energía, los políticos occidentales dieron su visto bueno.
Sunak no estaba interesado en reclutar a sus valientes pilotos de la RAF para «proteger a los civiles» de Gaza frente a Israel, y Starmer no mostró ninguna preocupación por el «miedo y la inestabilidad» que sienten los palestinos por el reino del terror de Israel.
Más bien al contrario. Starmer, famoso como abogado de derechos humanos, incluso dio su aprobación al castigo colectivo de Israel a la población de Gaza, su «asedio total», como parte integrante de un supuesto «derecho de legítima defensa» israelí.
Al hacerlo, invalidó uno de los principios más fundamentales del derecho internacional, según el cual los civiles no deben ser objeto de ataques por las acciones de sus dirigentes. Como ahora resulta demasiado evidente, sentenció a muerte a la población de Gaza.
¿Dónde estaba entonces la «moderación»?

DESAPARECIDA EN COMBATE

Del mismo modo, la moderación se esfumó cuando Israel inventó un pretexto para erradicar la agencia de ayuda de la ONU Unrwa, el último salvavidas de la hambrienta población de Gaza.
A pesar de que Israel fue incapaz de ofrecer ninguna prueba de su afirmación de que un puñado de empleados de Unrwa estaban implicados en un ataque contra Israel el 7 de octubre, los líderes occidentales se apresuraron a cortar la financiación de la agencia. Al hacerlo, se convirtieron en cómplices activos de lo que el Tribunal Mundial ya temía que fuera un genocidio.
¿Dónde estaba la moderación cuando los funcionarios israelíes –con un largo historial de mentiras para promover la agenda militar de su Estado– inventaron historias sobre la decapitación de bebés por Hamás o sobre violaciones sistemáticas el 7 de octubre? Todo esto fue desmentido por una investigación de Al Jazeera basada en gran medida en fuentes israelíes.
Esos engaños que justificaban el genocidio fueron amplificados con demasiada facilidad por los políticos y los medios de comunicación occidentales.
Israel no mostró ninguna moderación a la hora de destruir los hospitales de Gaza o de tomar como rehenes y torturar a miles de palestinos que sacó de la calle.
Los políticos occidentales hicieron caso omiso de todo ello.
¿Dónde estaba la moderación en las capitales occidentales cuando los manifestantes salieron a las calles para pedir un alto el fuego, para detener la sangría israelí de mujeres y niños, la mayoría de los muertos de Gaza? Los manifestantes fueron calumniados –y siguen siendo calumniados– por los políticos occidentales como partidarios del terrorismo y antisemitas.
¿Y dónde estaba la exigencia de moderación cuando Israel rompió el libro de reglas sobre las leyes de la guerra, permitiendo a cualquier aspirante a hombre fuerte citar la indulgencia de Occidente con las atrocidades israelíes como precedente para justificar sus propios crímenes?
En cada ocasión, cuando favoreció los malévolos objetivos de Israel, el compromiso de Occidente con la «moderación» desapareció en combate.

ESTADO CLIENTE DE PRIMER ORDEN

Hay una razón por la que Israel ha sido tan ostentoso en su saqueo de Gaza y su pueblo. Y es la misma razón por la que Israel se sintió envalentonado para violar la inviolabilidad diplomática del consulado de Irán en Damasco.
Porque durante décadas Israel ha tenido garantizada la protección y la ayuda de Occidente, sean cuales sean los crímenes que cometa.
Los fundadores de Israel limpiaron étnicamente gran parte de Palestina en 1948, mucho más allá de los términos de partición establecidos por la ONU un año antes. En 1967 impusieron una ocupación militar en lo que quedaba de la Palestina histórica, expulsando a una parte aún mayor de la población nativa. Después impuso un régimen de apartheid en las pocas zonas donde quedaban palestinos.
En sus reservas de Cisjordania, los palestinos han sido sistemáticamente maltratados, sus casas demolidas y se han construido asentamientos judíos ilegales en sus tierras. Los lugares sagrados de los palestinos han sido rodeados y arrebatados gradualmente.
Por otra parte, Gaza lleva 17 años aislada y su población no puede circular libremente, ni trabajar, ni disfrutar de las necesidades básicas.
El reino del terror de Israel para mantener su control absoluto ha hecho que el encarcelamiento y la tortura sean un rito de iniciación para la mayoría de los hombres palestinos. Cualquier protesta es aplastada sin piedad.
Ahora Israel ha añadido la matanza masiva en Gaza –genocidio– a su larga lista de crímenes.
Los desplazamientos de palestinos a Estados vecinos provocados por las operaciones de limpieza étnica y las matanzas de Israel han desestabilizado la región en su conjunto. Y para asegurar su proyecto colonial militarizado de colonos en Oriente Próximo –y su lugar como Estado cliente de Washington en la región– Israel ha intimidado, bombardeado e invadido a sus vecinos con regularidad.
Su ataque contra el consulado iraní en Damasco fue sólo la última de las humillaciones en serie a las que se enfrentaron los Estados árabes.
Y durante todo este tiempo, Washington y sus Estados vasallos no han hecho más que llamamientos ocasionales y de boquilla a la moderación hacia Israel. Nunca ha habido consecuencias, sino recompensas de Occidente en forma de ayuda multimillonaria y un estatus comercial especial.

ALGO PRECIPITADO

Entonces, ¿por qué, tras décadas de violencia desenfrenada por parte de Israel, de repente Occidente se ha interesado tanto por la «moderación»? Porque en esta rara ocasión sirve a los intereses occidentales calmar los fuegos que Israel está tan decidido a avivar.
El ataque israelí contra el consulado de Irán se produjo justo cuando a la administración Biden se le acababan por fin las excusas para proporcionar las armas y la cobertura diplomática que han permitido a Israel masacrar, mutilar y dejar huérfanos a decenas de miles de niños palestinos en Gaza durante seis meses.
Las exigencias de un alto el fuego y un embargo de armas a Israel han llegado a un punto álgido, y Biden está perdiendo apoyo entre parte de su base demócrata, cundo se enfrenta a las elecciones presidenciales a finales de este año frente a un rival resurgente, Donald Trump.
Un pequeño número de votos podría marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.
Israel tenía motivos de sobra para temer que su patrocinador pronto tirara la toalla ante su campaña de matanzas masivas en Gaza.
Pero tras haber destruido toda la infraestructura necesaria para mantener la vida en el enclave, Israel necesita tiempo para que se produzcan las consecuencias: o hambruna masiva allí o una reubicación de la población en otro lugar por motivos supuestamente «humanitarios».
Una guerra más amplia, centrada en Irán, distraería la atención de la desesperada situación de Gaza y obligaría a Biden a respaldar incondicionalmente a Israel, a cumplir su «férreo» compromiso con la protección de Israel.
Y para colmo, si Estados Unidos se viera arrastrado directamente a una guerra contra Irán, Washington no tendría más remedio que ayudar a Israel en su larga campaña para destruir el programa de energía nuclear iraní.
Israel quiere eliminar cualquier posibilidad de que Irán desarrolle una bomba, algo que nivelaría el campo de juego militar entre ambos de forma que Israel tendría muchas menos garantías de poder seguir actuando a su antojo en toda la región con impunidad.
Por eso, los funcionarios de Biden están expresando a los medios de comunicación estadounidenses su preocupación por que Israel esté dispuesto a «hacer algo precipitado» en un intento de arrastrar a la administración a una guerra más amplia.
La verdad es, sin embargo, que Washington cultivó hace tiempo a Israel como su monstruo Frankenstein militar. El papel de Israel consistía precisamente en proyectar el poder de EEUU de forma implacable en Oriente Medio, rico en petróleo. El precio que Washington estaba más que dispuesto a aceptar era la erradicación por Israel del pueblo palestino, sustituido por un «Estado judío» fortaleza.
Pedir ahora a Israel que ejerza la «moderación», mientras sus atrincherados grupos de presión flexionan sus músculos inmiscuyéndose en la política occidental y unos fascistas confesos gobiernan Israel, va más allá de la parodia.
Si Occidente realmente apreciara la moderación, debería haber insistido en ella a Israel hace décadas.

 

Fuente: https://jonathancook.substack.

Artículo seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de Salvador López Arnal

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Demandan a una agencia federal de EE.UU. por “vigilancia masiva” ilegal a ciudadanos

 

Demandan a una agencia federal de EE.UU. por “vigilancia masiva” ilegal a ciudadanos

 

DIARIO OCTUBRE / abril 22, 2024

 

Los querellantes sostienen que se trata de "la mayor recopilación masiva de datos financieros personales ordenada por el Gobierno en la historia de Estados Unidos".

Rafael Henrique / SOPA Images/Si / Legion-Media

La Nueva Alianza por las Libertades Civiles (NCLA), un grupo estadounidense de derechos civiles, no partidista y sin fines de lucro, comunicó recientemente que interpuso una demanda en contra de la Comisión de Bolsa y Valores de EE.UU. (SEC, por sus siglas en inglés), argumentando que la agencia está realizando una “vigilancia masiva” y recopilando datos ilegalmente de cada ciudadano que invierte en el mercado de valores.

La mayor recopilación de la historia

Los querellantes, que interpusieron su queja en el Tribunal de Distrito Oeste de Texas, señalan que el programa de Registro de Auditoría Consolidado (CAT, por sus siglas en inglés) de la SEC “es la mayor recopilación masiva de datos financieros personales ordenada por el Gobierno en la historia de Estados Unidos“.

Asimismo, se quejaron de que “la SEC está obligando a los corredores, bolsas, agencias de compensación y sistemas comerciales alternativos a capturar y enviar información detallada sobre las operaciones de cada inversor en los mercados estadounidenses a una base de datos centralizada”.

Los litigantes consideran que esta “sería la base de datos de valores más grande jamás creada y la base de datos gubernamental más masiva de cualquier tipo fuera de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA)”. También afirmaron que la agencia y “los reguladores privados pueden acceder para siempre” a esta base y que la SEC no cuenta con “autoridad legal” para esto.

Actividad “completamente ilegal”

La nueva demanda califica la recopilación de datos por parte de la SEC como “ilegal“. También señalan que la SEC pone en “grave riesgo” innecesario los datos financieros de los estadounidenses “debido a violaciones de seguridad cibernética”, al acumular todos esos datos “en una única base de datos gubernamental”.

Debido a que el Congreso nunca autorizó a la SEC establecer tal sistema de vigilancia y recopilación de datos, la NCLA alega que la SEC ha violado el Artículo I de la Constitución, la Cuarta Enmienda, la Quinta Enmienda y la libertad de asociación y expresión de la Primera Enmienda. Asimismo, también la acusan de violar la Ley de Procedimiento Administrativo.

Declaraciones de la NCLA

Peggy Little, asesora principal en litigios de NCLA señaló que el “CAT de la SEC no tiene precedentes en la historia. Al apoderarse de todos los datos financieros de todos los estadounidenses que comercian en las bolsas estadounidenses, la SEC se atribuye poderes de vigilancia y se apropia de miles de millones de dólares sin la más mínima autoridad del Congreso […] Este CAT debe ser arrancado de raíz”.

“Para crear el Registro de Auditoría Consolidado, la SEC ha eliminado venerables salvaguardias constitucionales que protegen la información privada de los ciudadanos del Gobierno. Esta nueva base de datos rastrea las inversiones realizadas por más de 100 millones de ciudadanos particulares que no han hecho nada malo”, expuso el abogado litigante Andrew Morris. Por su parte, Mark Chenoweth, presidente de NCLA ha manifestado que el CAT “es solo el último ejemplo de una agencia descontrolada que reclama poder para hacer algo que el Congreso nunca le otorgó”.

FUENTE: actualidad.rt.com

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El Tribunal Penal Internacional estudia cursar órdenes de detención por crímenes de guerra contra Netanyahu

 

El Tribunal Penal Internacional estudia cursar órdenes de detención por crímenes de guerra contra Netanyahu

 

DIARIO OCTUBRE / abril 21, 2024

 


El Tribunal Penal Internacional estudia cursar orden de detención contra Netanyahu y otros cabecillas israelíes por crímenes de guerra, informó el jueves la cadena israelí de noticias N12 (*).

Alrededor de 125 países del mundo son miembros del Tribunal Penal Internacional, incluidos esencialmente los europeos, y están obligados a cumplir las órdenes de detención del Tribunal Penal Internacional, aunque ha habido ejemplos de países que protestan contra dichas órdenes y se niegan a cumplirlas.

El reportaje es desconcertante porque el Tribunal Penal Internacional no ha resuelto las cuestiones prejudiciales relevantes antes de emitir las órdenes de detención.

El Tribunal Penal Internacional debe abordar primero la complementariedad, o sea, la cuestión de si Israel se investiga adecuadamente a sí mismo lo suficiente como para que el Tribunal Penal Internacional no pueda abordar ninguna denuncia por crímenes de guerra basada en una jurisdicción complementaria o adicional.

Para evitar que el asunto pase a la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional, Israel llevó a cabo 32 investigaciones criminales y alrededor de 500 investigaciones preliminares sobre la Guerra de 2014 en Gaza, y se espera que lleve a cabo miles de investigaciones más sobre la guerra actual, mucho más larga y amplia.

Pero el Tribunal Penal Internacional también podría decidir que esas investigaciones internas son lo que son: un paripé que no conduce a nada y que sólo trata de impedir que el asunto pase a ser investigado por el Tribunal Penal Internacional.

Pero Netanyahu está preocupado y se ha reunido con el ministro de Asuntos Estratégicos, Ron Dermer, el ministro de Justicia, Yariv Levin, y el ministro de Relaciones Exteriores, Israel Katz, para abordar el tema.

El reportaje de N12 también dice que Netanyahu discutió el asunto con diplomáticos británicos y alemanes que esta semana estaban de visita en Israel. A sus patrones occidentales les pide que controlen al fiscal y los jueces del Tribunal Penal Internacional

El Tribunal podría evitar la cuestión prejudicial persiguiendo a Israel por crímenes de guerra relacionados con la ayuda humanitaria.

En el otoño del año pasado el fiscal del Tribunal Penal Internacional, Karim Khan, acusó a Israel de retrasar la asistencia humanitaria, argumentando que eso era un crimen de guerra.

Para evitar la incriminación, Israel aumentó de 100 a 200 camiones de ayuda por día a más de 500 camiones.

Una última posibilidad: el fiscal podría haber llevado a cabo un proceso probatorio secreto ante la Sala de Cuestiones Preliminares del Tribunal Penal Internacional para obtener autorización para cursar las órdenes internacionales de detención.

(*) https://www.jpost.com/international/article-797820

FUENTE: mpr21.info

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domingo, 21 de abril de 2024

URGENTE: RUSIA DERRIBA UN F35 de ISRAEL CARGADO CON UNA BOMBA NUCLEAR: M...

Réquiem por The New York Times

 

En estos tiempos en que los medios se han convertido en “constructores del relato”, no está de más asomarse a las interioridades –algo patéticas– del afamado The New York Times, que Chris Hedges aquí nos muestra.


Réquiem por The New York Times


EL VIEJO TOPO / 21 abril, 2024



Nueva York: Estoy sentado en el auditorio de The New York Times. Es la primera vez que vuelvo en casi dos décadas. Será la última. El periódico es un pálido reflejo de lo que era cuando yo trabajaba allí, acosado ahora por numerosos fiascos periodísticos, una dirección sin rumbo y un miope apoyo a las debacles militares en Oriente Próximo, Ucrania y el genocidio en Gaza, donde una de las contribuciones del Times a la masacre de palestinos fue un editorial que se negaba a apoyar un alto el fuego incondicional. Muchos de los sentados en el auditorio son culpables.


Sin embargo, no estoy aquí por ellos, sino por el antiguo editor ejecutivo al que rinden homenaje, Joe Lelyveld, fallecido a principios de este año. Él me contrató. Su marcha del Times marcó el pronunciado descenso del periódico. En la portada del programa del homenaje, el año de su muerte es incorrecto –emblemático de la dejadez de un periódico plagado de erratas y errores. Reporteros a los que admiro, como Gretchen Morgenson y David Cay Johnston, que están en el auditorio, fueron expulsados una vez que Lelyveld se fue, sustituidos por mediocres.


El sucesor de Lelyveld, Howell Raines, que no tenía nada que hacer al frente de un periódico, eligió al fabulador y plagiador en serie Jayson Blair para ascenderle rápidamente y alienó a la redacción con una serie de insensibles decisiones editoriales. Reporteros y editores se rebelaron. Fue expulsado junto con su igualmente incompetente director.


Lelyveld regresó por un breve periodo. Pero los redactores jefe que le sucedieron apenas mejoraron. Eran propagandistas a ultranza –Tony Judt los llamó «los idiotas útiles de Bush»– de la guerra de Irak. Eran verdaderos creyentes en las armas de destrucción masiva. Suprimieron, a petición del gobierno, una revelación de James Risen sobre las escuchas telefónicas sin orden judicial a estadounidenses por parte de la Agencia de Seguridad Nacional hasta que el periódico se enteró de que aparecería en el libro de Risen. Vendieron durante dos años la ficción de que Donald Trump era un activo ruso. Ignoraron el contenido del portátil de Hunter Biden que tenía pruebas de tráfico de influencias multimillonario y lo etiquetaron de «desinformación rusa». Bill Keller, que fue editor ejecutivo después de Lelyveld, describió a Julian Assange, el periodista y editor más valiente de nuestra generación, como «un capullo narcisista.» Los editores decidieron que la identidad, y no el saqueo corporativo con despidos masivos de 30 millones de trabajadores, era la razón del ascenso de Trump, lo que les llevó a desviar la atención de la causa fundamental de nuestro marasmo económico, político y cultural. Por supuesto, esa desviación les salvó de enfrentarse a corporaciones, como Chevron, que son anunciantes. Produjeron una serie de podcasts llamada Califato, basada en las historias inventadas de un estafador. Más recientemente, el 7 de octubre, publicaron un reportaje de tres periodistas –entre ellas una que nunca antes había trabajado como reportera y que tenía vínculos con la inteligencia israelí, Anat Schwartz, que fue despedida después de que se revelara que había dado «me gusta» a mensajes genocidas contra palestinos en Twitter– sobre lo que calificaron de abusos sexuales y violaciones «sistemáticas» por parte de Hamás y otras facciones de la resistencia palestina. También resultó ser infundado. Nada de esto habría ocurrido con Lelyveld.


La realidad rara vez penetra en la corte bizantina y autorreferencial de The New York Times, que se mostró en todo su esplendor en el memorial de Lelyveld. Los antiguos editores hablaron –Gene Roberts fue una excepción– con una empalagosa noblesse oblige, embelesados con su propio esplendor. Lelyveld se convirtió en un vehículo para deleitarse en su privilegio, un anuncio involuntario de por qué la institución está tan lamentablemente fuera de órbita y por qué tantos periodistas y gran parte del público desprecian a quienes la dirigen.


Nos obsequiaron con todas las ventajas del elitismo: Harvard. Veranos en Maine. Vacaciones en Italia y Francia. Bucear con tubo en un arrecife de coral en un centro turístico de Filipinas. Vivir en Hampstead, en Londres. La casa de campo en New Paltz. Bajar en gabarra por el Canal du Midi. Visitas al Prado. La ópera en el Met.


Luis Buñuel y Evelyn Waugh ensartaron a este tipo de gente. Lelyveld formaba parte del club, pero eso era algo que habría dejado para la charla de la recepción, que me salté. Esa no era la razón por la que el puñado de periodistas presentes en la sala estaban allí.


Lelyveld, a pesar de algunos intentos de los ponentes por convencernos de lo contrario, era malhumorado y acerbo. Su apodo en la redacción era «el enterrador». Cuando pasaba por delante de las mesas, los periodistas y redactores intentaban evitar su mirada. Era socialmente torpe, dado a largas pausas y a una desconcertante risa entrecortada que nadie sabía cómo interpretar. Podía ser, como todos los papas que dirigen la iglesia de The New York Times, mezquino y vengativo. Seguro que también podía ser simpático y sensible, pero ésa no era el aura que proyectaba. En la redacción era Ahab, no Starbuck.


Le pregunté si podía aceptar una beca Nieman en Harvard después de cubrir las guerras de Bosnia y Kosovo, guerras que culminaron con casi dos décadas de reportajes sobre conflictos en América Latina, África y Oriente Medio.


«No», respondió. «Me cuesta dinero y pierdo a un buen reportero».
Insistí hasta que finalmente le dijo al editor de Exteriores, Andrew Rosenthal: «Dile a Hedges que puede coger la Nieman e irse al infierno».
«No lo hagas», advirtió Andy, cuyo padre fue editor ejecutivo antes de Lelyveld. «Te lo harán pagar cuando vuelvas».
Por supuesto, acepté la Nieman.
A mitad de curso me llamó Lelyveld.
«¿Qué estás estudiando?», me preguntó.
«Clásicas», respondí.
«¿Como latín?», preguntó.
«Exactamente», dije.
Hubo una pausa.
«Bueno», dijo, «supongo que puedes cubrir el Vaticano».
Colgó.


Cuando volví, me puso en el purgatorio. Me aparcaron en el escritorio metropolitano sin ritmo ni asignación. Muchos días me quedaba en casa leyendo a Fiódor Dostoievski. Al menos cobraba mi sueldo. Pero él quería que supiera que yo no era nadie.


Me reuní con él en su despacho al cabo de un par de meses. Fue como hablar con una pared.


«¿Recuerdas cómo se escribe una historia?», me preguntó, cáustico.
A sus ojos, todavía no me había domesticado lo suficiente.


Salí de su despacho.
«Ese tío es un puto gilipollas», les dije a los redactores que estaban en las mesas frente a mí.
«Si no crees que eso le llegó en 30 segundos eres muy ingenuo», me dijo más tarde un redactor.


No me importaba. Estaba luchando, a menudo bebiendo demasiado por la noche para borrar mis pesadillas, con traumas de muchos años en zonas de guerra, traumas en los que ni Lelyveld ni nadie del periódico se interesaba lo más mínimo. Tenía que luchar contra demonios mucho mayores que un director de periódico vengativo. Y no amaba a The New York Times lo suficiente como para convertirme en su perro faldero. Si seguían así, me marcharía, y no tardé en hacerlo.


Digo todo esto para dejar claro que Lelyveld no era admirado por los periodistas por su encanto o personalidad. Se le admiraba porque era brillante, culto, un escritor y reportero dotado y exigente. Era admirado porque se preocupaba por el oficio de informar. Nos salvó a los que sabíamos escribir –un número sorprendente grande de reporteros no son grandes escritores– de la mano muerta de los correctores.


No consideraba una filtración de un funcionario de la administración como el evangelio. Se preocupaba por el mundo de las ideas. Se aseguró de que la sección de reseñas de libros tuviera seriedad, una seriedad que desapareció cuando él se marchó. Desconfiaba de los militaristas. (Su padre había sido objetor de conciencia en la Segunda Guerra Mundial, aunque más tarde se convirtió en un franco sionista y apologista de Israel). Esto, francamente, era todo lo que queríamos como reporteros. No queríamos que fuera nuestro amigo. Ya teníamos amigos. Otros periodistas.


Vino a verme a Bosnia en 1996, poco después de la muerte de su padre. Yo estaba tan absorto en una colección de cuentos de V.S. Pritchett que perdí la noción del tiempo. Levanté la vista y lo encontré de pie junto a mí. No pareció importarle. Él también leía con voracidad. Los libros eran una conexión. Una vez, al principio de mi carrera, nos reunimos en su despacho. Citó de memoria unos versos del poema de William Butler Yeats «La maldición de Adán»:

…Una línea puede llevarnos horas;
Sin embargo, si no parece un momento de pensamiento,
Nuestro coser y descoser ha sido en vano.
Mejor ir abajo en sus huesos de médula
Y fregar un pavimento de cocina, o romper piedras
Como un viejo indigente, en todo tipo de clima;
Porque articular dulces sonidos
Es trabajar más duro que todo esto, y aún así
Ser considerado un holgazán por el ruidoso conjunto
De banqueros, maestros de escuela y clérigos
Los mártires llaman al mundo.

«Todavía tienes que encontrar tu voz», me dijo.

Éramos hijos de clérigos. Su padre era rabino. El mío era ministro presbiteriano. Nuestros padres habían participado en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra. Pero ahí acababan nuestras similitudes familiares. Tuvo una infancia profundamente problemática y una relación distante con su padre y su madre, que sufrió crisis nerviosas e intentos de suicidio. Hubo largos periodos en los que no veía a sus padres, y se trasladaba a casa de amigos y parientes, donde de niño se preguntaba si no valía nada o si siquiera le querían, tema de sus memorias «Omaha Blues».

Fuimos en mi jeep blindado a Sarajevo. Fue después de la guerra. En la oscuridad habló del funeral de su padre, de la hipocresía de pretender que los hijos del primer matrimonio se llevaran bien con la familia del segundo, como si, dijo, «todos fuéramos una familia feliz». Estaba amargado y dolido.

En sus memorias escribe sobre un rabino llamado Ben, que «no tenía ningún interés en las posesiones» y fue un padre sustituto. En los años 30, Ben había desafiado la segregación racial desde su sinagoga en Montgomery, Alabama. El clero blanco que defendía a los negros en el sur era raro en los años sesenta. En los años treinta era casi inaudito. Ben invitó a ministros negros a su casa. Recogió alimentos y ropa para las familias de los aparceros que en julio de 1931, después de que el sheriff y sus ayudantes disolvieran una reunión sindical, se habían enzarzado en un tiroteo. Los aparceros se dieron a la fuga y fueron perseguidos en el condado de Tallapoosa. Sus sermones, predicados en plena Depresión, reclamaban justicia económica y social.


Visitó a los negros condenados a muerte en el caso Scottsboro –todos ellos acusados injustamente de violación– y celebró mítines para recaudar fondos para su defensa. La junta de su templo aprobó una resolución formal nombrando un comité «para ir a ver al rabino Goldstein y pedirle que desistiera de ir a Birmingham bajo cualquier circunstancia y desistiera de hacer nada más en el caso Scottsboro».


Ben hizo caso omiso. Finalmente fue expulsado por su congregación porque, como escribió un miembro, había estado «predicando y practicando la igualdad social» y «juntándose con radicales y rojos». Ben participó más tarde en la Liga Americana contra la Guerra y el Fascismo y en el Comité Americano de Ayuda a la Democracia Española durante la guerra civil española, grupos que incluían a comunistas. Defendió a los purgados en la caza de brujas anticomunista, incluidos los Diez de Hollywood, encabezada por el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes. Ben, que era cercano al partido comunista y quizá en algún momento fue miembro, fue incluido en la lista negra, incluso por el padre de Lelyveld, que dirigía la Fundación Hillel. Lelyveld, en unas páginas tortuosas, trata de absolver a su padre, que consultó al FBI antes de despedir a Ben, por esta traición.  Ben fue víctima de lo que la historiadora Ellen Schrecker en «Many Are the Crimes: McCarthyism in America» llama «la ola de represión política más extendida y duradera de la historia de Estados Unidos».


«Con el fin de eliminar la supuesta amenaza del comunismo nacional, una amplia coalición de políticos, burócratas y otros activistas anticomunistas persiguió a toda una generación de radicales y a sus asociados, destruyendo vidas, carreras y todas las instituciones que ofrecían una alternativa de izquierdas a la política y la cultura dominantes», escribe.


Esta cruzada, prosigue, «utilizó todo el poder del Estado para convertir la disidencia en deslealtad y, en el proceso, redujo drásticamente el espectro del debate político aceptable».


El padre de Lelyveld no fue el único en sucumbir a la presión, pero lo que me parece fascinante, y quizá revelador, es la decisión de Lelyveld de culpar a Ben de su propia persecución.


«Cualquier llamamiento a la prudencia de Ben Lowell le habría recordado instantáneamente los llamamientos hechos a Ben Goldstein [más tarde cambió su apellido por Lowell] en Montgomery diecisiete años antes cuando, con su puesto claramente en juego, nunca dudó en hablar en la iglesia negra desafiando a sus administradores», escribe Lelyveld. «Su latente complejo de Ezequiel volvió a activarse».


Lelyveld se perdió al héroe de sus propias memorias.


Lelyveld dejó el periódico antes de los atentados del 11-S. Denuncié los llamamientos a invadir Irak –había sido Jefe de la Oficina de Oriente Medio del periódico– en programas como Charlie Rose. Fui abucheado en los platós, atacado sin tregua en Fox News y la radio de derechas y objeto de un editorial del Wall Street Journal. El banco de mensajes del teléfono de mi oficina se llenó de amenazas de muerte. El periódico me amonestó por escrito para que dejara de hablar en contra de la guerra. Si incumplía la amonestación, me despedirían. Lelyveld, si aún dirigiera el periódico, no habría tolerado mi falta de etiqueta.


Lelyveld podría diseccionar el apartheid en Sudáfrica en su libro «Mueve tu sombra», pero el coste de diseccionarlo en Israel le habría llevado, como a Ben, a la lista negra. Él no cruzó esas líneas. Cumplió las normas. Era un hombre de empresa.
Nunca encontraría mi voz en la camisa de fuerza del New York Times. No tenía fidelidad a la institución. No podía aceptar los estrechos parámetros que establecía. Al final, ese fue el abismo que nos separó.


El teólogo Paul Tillich escribe que todas las instituciones son inherentemente demoníacas, que la vida moral suele requerir, en algún momento, que desafiemos a las instituciones, incluso a costa de nuestras carreras. Lelyveld, aunque dotado de integridad y brillantez, no estaba dispuesto a asumir ese compromiso. Pero era lo mejor que la institución nos ofrecía. Le importaba mucho lo que hacemos e hizo todo lo posible por protegerlo.


El periódico no se ha recuperado desde su marcha

 

Fuente: https://chrishedges.substack.

Artículo seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de Salvador López Arnal

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Un niño con un lápiz y un borrador: la víctima más joven de una fosa franquista en España

 

Un niño con un lápiz y un borrador: la víctima más joven de una fosa franquista en España

 

DIARIO OCTUBRE / abril 20, 2024

 

Fue hallado en el mismo lugar donde se cree que descansan los restos del poeta Federico García Lorca, asesinado en 1936 en Granada.


Alex Camara / Europa Press / Gettyimages.ru


Un cráneo perteneciente a un niño de entre 11 y 14 años ha sido el último resto mortal exhumado de la fosa de Víznar, en la provincia de Granada, al sur de España, según apunta la prensa local.

 

Se trata de un lugar en el que fueron asesinados sin juicio previo un número indeterminado de personas por los sublevados franquistas desde el inicio de la Guerra Civil española. Por el momento se han recuperado los restos de más de un centenar, muchos de ellos con signos de tortura.

Los de este pequeño son hasta ahora los restos más jóvenes exhumados: se encontraban junto a su lápiz y una goma de borrar. Fue fusilado a finales de 1936, como se puede comprobar por los dos agujeros de bala que tiene su cráneo. Una de ellas todavía se alojaba en su interior.

Las labores en esta fosa las lleva a cabo un equipo multidisciplinar que trabaja en el proyecto ‘Barranco de Víznar. Lugar de Memoria’, que afronta ya su cuarta campaña de exhumaciones en esta zona.

“Emocionalmente nos ha afectado bastante porque uno no puede imaginarse a un niño de esa edad, alrededor de los 12 años, que aún conservaba de su colegio su lápiz de dibujo”, explicaba a La Sexta el profesor de la Universidad de Granada y coordinador de la excavación, Francisco Carrión Méndez.

Las labores de exhumación están acompañadas por familiares de víctimas que se encuentran a la espera de si se consigue recuperar los restos de sus allegados.

Los familiares se apoyan en la forma en la que fueron asesinados y los signos violentos que presentan muchos de los restos para exigir que estas muertes sean consideradas crímenes de lesa humanidad, para que no prescriban.

Es en este barranco donde se cree que podrían reposar los restos del poeta Federico García Lorca, asesinado por el bando sublevado un mes después del golpe de Estado que propició la Guerra Civil, el 18 de agosto de 1936, acusado de socialista, masón y homosexual.

El barranco de Víznar está repleto de fosas comunes de todos los tamaños, donde fueron sepultadas miles de personas por sus simpatías con la República española.

En su fosa principal hay un pequeño monolito de piedra con la inscripción: “Lorca somos todos. 18-08-2002”. Allí, el 19 de agosto se celebra cada año una velada poética que da comienzo a la medianoche y se alarga hasta la madrugada.

Según diversas investigaciones, las ejecuciones en Víznar no concluyeron con la guerra, sino que se prolongaron años después.

FUENTE: actualidad.rt.com

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PESADILLA EN UCRANIA: LOS KINZHALS VUELVEN A KIEV | RUSIA LOS ENGAÑÓ