domingo, 9 de noviembre de 2025
sábado, 8 de noviembre de 2025
Zohran Mamdani llevó a
cabo una excelente campaña. Pero su victoria fue posible gracias a una década
de arduo trabajo electoral por parte de los socialistas democráticos de la
ciudad de Nueva York y a la disfunción estructural del establishment político.
Mamdani contra el establishment
Michael Kinnucan
El Viejo Topo
8 noviembre, 2025
CÓMO ZOHRAN
MAMDANI TRIUNFÓ SOBRE UN ESTABLISHMENT DECRÉPITO
La asombrosa
victoria de Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de la ciudad de
Nueva York electrificará a la izquierda en todo el país —como debe ser—. Pero
¿qué significa esta victoria para los socialistas? Siempre resulta tentador
leer los resultados electorales en términos ideológicos amplios, como un índice
del estado de ánimo nacional o una reivindicación de una ideología. Todos
recordamos hace menos de un año, cuando la derrota de Kamala Harris mostró que
una nación cada vez más antiinmigrante se desplazaba hacia la derecha —y los
lectores mayores incluso recordarán que, hace cuatro años, el centrismo represivo
contra el crimen de Eric Adams era el futuro del Partido Demócrata—. (Ahora la
gente dice lo mismo sobre Zohran).
Pero las
elecciones nunca son referendos ordenados sobre una ideología o un programa.
Están determinadas en gran medida por los talentos y defectos de quien resulte
ser candidato. Si Mamdani no hubiera sido elegido para la legislatura del
estado de Nueva York en 2020, no habría estado en posición de postularse, y
ningún candidato de talento y compromiso similares lo habría reemplazado. Si
Eric Adams no hubiera sido notoriamente corrupto, bien podría estar ahora
navegando hacia la victoria, y quizás no habría surgido ningún candidato serio
para desafiarlo. No había ninguna garantía de que se presentara la oportunidad
de postular a un socialista democrático para la alcaldía de Nueva York en 2025,
ni de que, cuando esa oportunidad surgiera, existiera un candidato preparado
para aprovecharla.
Precisamente
por esa contingencia, el trabajo que posicionó a la izquierda para aprovechar
esa oportunidad fue crucial. Una parte significativa de ese trabajo fue
realizada por los Democratic Socialists of America (DSA) de la
ciudad de Nueva York (NYC-DSA), que durante la última década se ha dedicado a
elegir candidatos como Mamdani para el concejo municipal y la legislatura
estatal. Este capítulo y su capítulo hermano del valle de Mid-Hudson han
elegido a nueve legisladores estatales y dos concejales, todos comprometidos
con la causa de la clase trabajadora. Las elecciones para la alcaldía no
formaban parte del plan de la NYC-DSA hace ocho años, pero si nuestro capítulo
no hubiera trabajado incansablemente en las trincheras de las carreras para la
asamblea estatal, la capacidad organizativa, las relaciones de coalición, la
credibilidad y, lo más importante, el candidato, no habrían existido para una
contienda como esta.
Esa capacidad
organizativa también ha moldeado la forma en que se llevó a cabo la campaña. La
NYC-DSA ha desarrollado a lo largo de los años una ética de campaña única,
centrada en el «campo» —es decir, el puerta a puerta realizado por miles de
voluntarios individuales—. Para la NYC-DSA, el puerta a puerta no es
simplemente una táctica para ganar votos (aunque también lo es); es una forma
de incorporar a la gente común directamente en la campaña como un proyecto
colectivo, como participantes y coorganizadores, más que como observadores y
simpatizantes. Mamdani entiende claramente que su operación de 90.000
voluntarios fue clave para su éxito, y no es casualidad que esa operación haya
sido dirigida por la veterana militante de DSA Tascha Van Auken; la campaña se
apoyó (y mejoró) en una ética organizativa y una pericia técnica desarrolladas
a lo largo de años de campañas ganadas y perdidas dentro de la DSA.
Esta ética de
participación masiva explica más de lo que la mayoría de los observadores
externos entenderán sobre el poder de la campaña de Mamdani. No ha habido en mi
vida un momento en que la brecha entre el deseo politizado de la gente
(trabajar colectivamente para cambiar el mundo) y las oportunidades que se le
ofrecen haya sido mayor. En estas circunstancias, la capacidad de la campaña de
Mamdani para ofrecer a las personas no solo esperanza, sino también la
posibilidad de trabajar por el cambio y construir lazos con sus vecinos, ha
resultado revolucionaria.
Aun así, la
campaña bien podría haberse hundido ante oponentes más fuertes. He oído decir a
muchas personas este ciclo que Zohran ha tenido suerte con sus rivales: suerte
de que Adams fuera corrupto y estuviera endeudado con Trump, y suerte de que
Andrew Cuomo fuera un exgobernador desacreditado, dotado de una especie de
anticarisma esquelético, que cayó en desgracia por acoso sexual y cuyas
políticas durante sus años como gobernador son en gran parte responsables de
todo lo que hoy está mal en la ciudad de Nueva York.
Ciertamente, si
los donantes multimillonarios que respaldaron primero a Adams y luego a Cuomo
hubieran encontrado un mejor abanderado, la contienda podría haber sido
diferente. Pero les propongo que su fracaso no se debe exactamente —o no
exclusivamente— a la mala suerte. Hay razones estructurales por las cuales los
candidatos centristas son tan malos, razones que también quedaron muy en
evidencia en la campaña presidencial del año pasado.
Un Partido
Demócrata cada vez más desconectado de cualquier base significativa y
desprovisto incluso de una estructura interna coherente termina dominado por quien
esté en la cima y quien pueda recaudar más donaciones; no es casualidad que
esas personas resulten ser candidatos mediocres, desconectados, propensos al
escándalo y a la corrupción, ni es casualidad que, incluso cuando los donantes
centristas pueden ver que se avecina un desastre para ellos (Joe Biden en el
verano de 2024, Cuomo inmediatamente después de las primarias de este año),
carezcan de la capacidad colectiva para detenerlo. Esta forma de fracaso está
incorporada al sistema; el sistema es lo que es y eleva sistemáticamente a
personas como Adams y Cuomo al poder.
Más
sorprendente, al menos para mí, fue el éxito de Zohran en dominar el ala
progresista en las primarias. Este es el punto en el que más me tienta alzar
las manos y culpar a la contingencia: por razones que la ciencia aún no
comprende del todo, algunas personas simplemente son más carismáticas que
otras.
Eso explica
parte —pero no todo—. Un amplio espectro de políticos incluso progresistas está
atrapado en un modelo mental en el que los votantes se ubican en un espectro de
izquierda a derecha; en ese modelo, si los votantes se desplazan hacia la
derecha (como parecía suceder en 2024), entonces uno también se mueve hacia la
derecha. Actualmente existe una pequeña industria de comentaristas demócratas
que insisten en que, si los demócratas quieren vencer a Trump, deben
concentrarse en los temas prácticos de la vida cotidiana; en estos tiempos sin
precedentes, dicen, es demasiado arriesgado aspirar a medidas sin precedentes.
Esta visión del
mundo genera resultados cada vez más absurdos (Trump está ganando porque se
concentra en los «temas cotidianos», como secuestrar trabajadores de la
construcción y contagiar de sarampión a los niños). Pero los candidatos
«progresistas» compartían esta visión, y eso los llevó a malinterpretar
profundamente el momento político. Los votantes no estaban cansados de los
extremos y buscando el centro; no estaban cansados del progresismo de Biden y
buscando sentido común; estaban cansados de un statu quo que claramente no
funciona ni como política (no pueden pagar el alquiler) ni como política
institucional (gobernados por fascistas), y buscaban algo agresivamente nuevo.
Zohran ofreció eso.
Esta dimensión
de la campaña no puede entenderse al margen de la guerra en Gaza. Cuando
Mamdani anunció su candidatura, su apoyo rigurosamente principista y público a
los derechos palestinos fue considerado su mayor desventaja como candidato
—incluso más que su compromiso socialista democrático—. Resultó ser todo lo
contrario: un poderoso activo. Muchos votantes (particularmente, aunque no
exclusivamente, jóvenes y musulmanes) estaban cada vez más disgustados por la
evidente apología deshonesta de los demócratas tradicionales ante el genocidio
israelí; la negativa de Mamdani a comprometerse en este tema y su exigencia de
igualdad de derechos para los palestinos se convirtieron en una señal de su
valentía y autenticidad, no solo respecto a Israel-Palestina, sino de manera
más general. Muchos votantes tal vez no tuvieran una postura clara sobre la
solución de dos Estados, pero estaban hartos de las mentiras y evasivas.
¿Qué pasa
ahora? La elección de Mamdani representa un éxito más allá de los sueños más
ambiciosos de la mayoría de los socialistas neoyorquinos de hace ocho, cuatro o
dos años. Pero, como muchos han señalado, esto es solo el comienzo de la lucha.
Mucho dependerá de lo que logremos hacer juntos como ciudad en los próximos
cuatro años, tanto para ofrecer soluciones públicas a crisis como la vivienda y
el cuidado infantil como, ante todo, para proteger a los cientos de miles de
inmigrantes de Nueva York de la campaña de limpieza étnica de Trump.
Ciertamente no
hay ninguna garantía de éxito. Pero para los neoyorquinos, una administración
Mamdani ofrece la oportunidad de contraatacar —y para los socialistas de todo
el país, su campaña ofrece un modelo para construir la infraestructura
necesaria para conquistar el poder.
Michael
Kinnucan es miembro de los Socialistas Demócratas de América (DSA). Vive en
Brooklyn.
Traducción de Natalia López
Artículo
seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de
Salvador López Arnal
Fuente: Jacobin Latinoamérica
viernes, 7 de noviembre de 2025
África participó en la
guerra antifascista. Desde el desafío de Etiopía a Mussolini hasta la masacre
de Thiaroye, los africanos lucharon contra el fascismo en el extranjero y
contra el imperio en su propio territorio, sentando las bases de la liberación.
Soldados africanos contra el fascismo
Por Mika*
El Viejo Topo
7 noviembre,
2025
ÁFRICA NO FUE
LA PERIFERIA DE LA GUERRA ANTIFASCISTA
La clásica obra
de Ousmane Sembène de 1988, Camp de Thiaroye, comienza con una
escena que resume la contradicción colonial. Es 1944. Los soldados africanos
—los Tirailleurs Sénégalais— regresan a casa desde los frentes de batalla de
Europa, después de haber luchado para liberar a Francia del fascismo. En ese
momento, con un solo gesto contenido, Sembène captura el balance moral del
imperio. La guerra había terminado en Europa, pero su lógica persistía en
África. Effok no era solo un pueblo, era un registro de requisas, palizas y
desapariciones durante la guerra. La sonrisa del general es una máscara; la
negativa del tío, un acto político. Desde esta tranquila rebeldía hasta
la masacre de
Thiaroye que le sigue, Sembène traza el camino desde la
resistencia pasiva a la activa contra el colonialismo francés, desde la lucha
contra el fascismo en el extranjero hasta su enfrentamiento en casa.
El primer
frente: Etiopía se queda sola
Incluir a
África en la historia de la Guerra Mundial Antifascista —comúnmente conocida
como Segunda Guerra Mundial, 1939-1945— no es añadir una nota decorativa, sino
corregir el registro. Mucho antes del desembarco de Normandía, se produjeron
importantes levantamientos armados contra el auge del fascismo fuera de Europa,
ya desde el 18 de septiembre de 1931, con la invasión imperial japonesa de China.
La lucha mundial contra el fascismo no comenzó en 1939 en Europa, sino años
antes en continentes que a menudo se marginan en la narrativa histórica.
En 1935-1936,
cuando el ejército de Mussolini invadió el país, lanzando gas
mostaza y bombas químicas en violación flagrante del Protocolo de Ginebra, los
patriotas etíopes, tanto hombres como mujeres, libraron una guerra de
guerrillas de varios años que dejó al descubierto el fascismo como colonialismo
sin disfraz. Estos arbegna (patriotas) encarnaban un rechazo
que trascendía el género, la clase y la región.
El coste humano fue
inmenso: más de 750 000 combatientes y civiles etíopes murieron durante la
invasión y la ocupación. En 1937, tras un intento de asesinato del virrey
italiano, las fuerzas italianas desataron la masacre de Yekatit 12, en la que
murieron 30.£000 civiles en tres días de castigo colectivo. En las cuevas de
Ametsegna Washa, gasearon y ametrallaron a más de 5500 etíopes, en una de las
mayores masacres del teatro africano y un ejercicio metódico de terror. Aun
así, la resistencia nunca cesó. Un tercio de los patriotas registrados
eran mujeres:
organizadoras, combatientes y comandantes cuyo desafío resonó en todo el
continente. Su resistencia de cinco años abrió una escuela de resistencia,
sembró la geografía política y se convirtió en un modelo para los movimientos
antifascistas y anticolonialistas que siguieron.
La
infraestructura de la victoria
A medida que la
guerra se extendía, África se convirtió en su corazón logístico. Sus costas
protegían las rutas marítimas; sus minas alimentaban la maquinaria bélica; sus
trabajadores construían los puertos, las vías férreas y las pistas de
aterrizaje que sostenían los frentes aliados y permitían la victoria final. Por
todo el continente circulaban convoyes, aviones y combustible, impulsados por
la mano de obra, los recursos y el sacrificio africanos.
Los soldados
africanos y de la Commonwealth derrotaron a Italia en África Oriental en Keren
y Amba Alagi, reabriendo el Mar Rojo y destrozando el imperio del Eje en suelo
africano. Las tropas francesas libres y africanas capturaron Kufra en Libia,
asegurando el flanco sur para la guerra del desierto. En el oeste, Gabón y
Dakar se convirtieron en bases de operaciones para el África francesa y
proporcionaron a De Gaulle una columna vertebral territorial y una base
logística. Freetown y Takoradi transportaban aviones y protegían los convoyes
que sostenían los frentes de Oriente Medio y el norte de África, incluso cuando
los submarinos alemanes acechaban esas rutas marítimas. En el océano Índico, la
toma de islas clave privó al Eje de un trampolín submarino que podría haber
amenazado el canal de Suez y el canal de Mozambique.
Más de un
millón de soldados africanos prestaron servicio; otros millones trabajaron en
condiciones coercitivas y peligrosas. En el Congo, el uranio extraído de la
mina de Shinkolobwe —por trabajadores africanos, muchos de los cuales sufrieron
efectos desastrosos para su salud— alimentó las
bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. La contribución de África
fue decisiva —material, estratégica y humana—, pero a su pueblo se le negó el
reconocimiento y la recompensa. Los imperios que afirmaban luchar contra el
fascismo en el extranjero mantuvieron sus métodos en casa: jerarquía racial,
trabajos forzados, castigos colectivos.
Thiaroye:
Victoria y violencia
Camp de
Thiaroye, de Sembène, relata lo que sucedió cuando el frente
se trasladó al país. Los tirayeles que habían derramado su sangre por Francia
fueron reunidos en un campo de tránsito cerca de Dakar para esperar la
desmovilización. Cuando se devalúa el pago atrasado que se les había prometido,
su conciencia política, templada en los campos de batalla extranjeros, se
endurece y se convierte en una demanda colectiva de justicia económica. Se
declararon en huelga, no por caridad, sino por dignidad. La respuesta colonial
llegó al amanecer: tanques y artillería contra hombres desarmados y dormidos.
Entre ellos se encontraba Pays, superviviente de los campos nazis, que llevaba
un casco de las SS. Él intuyó lo que iba a pasar, pero, destrozado por el
trauma, no pudo advertirles de que el fascismo solo había cambiado de uniforme,
no de víctimas.
La masacre de
Thiaroye del 1 de diciembre de 1944 no es una aberración, es el Estado colonial
hablando con su voz más clara. Menos de seis meses después, el 8 de mayo de
1945 (Día de la Victoria en Europa), el mismo día en que Europa celebraba la
victoria sobre el fascismo, las tropas francesas masacraron a miles de
argelinos en Sétif y Guelma por exigir la independencia. Dos años más tarde,
los veteranos de la guerra antifascista y los jóvenes malgaches
politizados se levantaron por
la independencia y corrieron la misma suerte. Para los colonizados, la
«liberación» significó el restablecimiento del látigo, los campos y las armas.
Ochenta años después, el número de muertos y los lugares de enterramiento siguen siendo
objeto de controversia, y la búsqueda de la verdad completa sigue
obstaculizada, lo que demuestra que la guerra por la memoria continúa.
Del servicio
en tiempos de guerra a la lucha de posguerra
Sin embargo, la
guerra cambió África. La experiencia de luchar contra el fascismo y sostener el
esfuerzo bélico aliado transformó a los trabajadores y soldados comunes en
sujetos políticos. Afirmaron que las promesas antifascistas de libertad y
justicia social también debían aplicarse en las colonias, fusionando los
frentes laboral y anticolonial.
En junio de
1945, los trabajadores nigerianos, que habían alimentado y abastecido al frente
aliado, lanzaron una huelga general para reclamar salarios dignos y dignidad.
Al año siguiente, 70.000 mineros sudafricanos que habían impulsado la economía
aliada durante la guerra —oro para las reservas, carbón para la industria— lanzaron una
huelga contra el régimen laboral «fascista» del capitalismo del apartheid:
salarios de miseria y leyes laborales racistas. En 1947-1948, el impulso se
extendió por todo el continente. En toda el África occidental francesa, los
trabajadores ferroviarios se valieron de su disciplina bélica para organizar una
huelga sostenida que vinculaba la lucha por un salario justo
con la demanda más amplia de libertad.
En 1948, en
Accra, unos
exmilitares desarmados que marchaban para exigir sus pensiones
fueron abatidos a tiros por un oficial británico. Los asesinatos desencadenaron
disturbios y radicalizaron a toda una generación. Entre los detenidos tras los
disturbios se encontraba Kwame Nkrumah, que pronto llevaría a Ghana a la
independencia. Tras haber trabajado en un partido nacionalista moderado, se
separó de él para formar su propio movimiento, que exigía el autogobierno
inmediato, reconociendo —como escribió más
tarde su biógrafo— que, tras el fin de la guerra, había comenzado la revolución
africana.
Precisión, no
piedad
Sembène rechaza
el consuelo fácil. Tras la masacre, en su escena final, un nuevo grupo de
jóvenes soldados africanos embarca en un barco rumbo a Europa, tal y como
hicieron en su día los veteranos de Thiaroye. La historia, al parecer, se dispone
a repetirse.
Recordar el
papel de África en la Guerra Mundial Antifascista no es un acto de caridad,
sino de decir la verdad. Los campos de batalla del continente no eran
periféricos, sino fundamentales para la derrota del fascismo y el nacimiento
del mundo de la posguerra. Su lucha contra el fascismo era inseparable de su
lucha contra la arquitectura del imperialismo. Pero también revelaron algo más
profundo: que la lógica central del fascismo —la jerarquía racial, la
expropiación, el castigo colectivo— era propia del imperio.
Ochenta años
después, la lucha continúa bajo nuevas formas: contra los regímenes de deuda,
el saqueo ecológico, las fronteras militarizadas y la instrumentalización de la
memoria. Para conmemorar la gran victoria de la Guerra Mundial Antifascista,
resistir el resurgimiento del neofascismo y abordar las crisis entrelazadas a
las que se enfrenta el Sur Global, el Foro Académico del Sur Global (2025) se
reunirá en Shanghái los días 13 y 14 de noviembre de 2025 bajo el lema «La
victoria de la Guerra Mundial Antifascista y el orden internacional de la
posguerra: pasado y futuro».
Una nueva
generación de pensadores, artistas y organizadores de todo el Sur Global está
recuperando esta historia, no para idealizar el pasado, sino para comprender el
mundo que hemos heredado. Como nos recuerda Sembène, la resistencia comienza
con la precisión: ver claramente lo que se hizo, quién pagó el precio y lo que
aún queda por ganar.
(*) Mika es
investigadora y editora en Tricontinental:
Instituto de Investigación Social y coordina la oficina
panafricana de Tricontinental, donde ha coescrito un reciente dossier
titulado Sahel busca
la soberanía. Actualmente cursa su doctorado en la Escuela de
Relaciones Internacionales y Asuntos Públicos de la Universidad de Fudan. Es
miembro de la Secretaría de Pan Africanism Today, que coordina la articulación
regional de la Asamblea Popular Internacional. También forma parte del comité
de coordinación de No Cold War,
una plataforma por la paz que promueve la multipolaridad y la máxima
cooperación global.
Fuente: Tricontinental
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