miércoles, 3 de diciembre de 2025

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Ucrania: ¿hacia la guerra civil?

 

Lejos del frente, la situación en Ucrania empieza a ser desesperada. La caída de Andrei Yermak, hombre fuerte del régimen, revela que las tensiones internas han crecido hasta límites insospechados. Incluso hay quien cree que hay una guerra civil en ciernes.


Ucrania: ¿hacia la guerra civil?

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

3 diciembre, 2025 


Si hay en la tragedia ucraniana un personaje oscuro, corrupto y, en última instancia, criminal, ese hombre es Andrei Yermak, el auténtico zar en la sombra. Eso no exime de responsabilidad al propio presidente ucraniano. La guerra de Ucrania ha entrado en una fase crepuscular que ya no puede describirse con los eufemismos que durante años dominaron la retórica occidental. La caída de Andrei Yermak —hasta hace poco el hombre más poderoso del entorno de Volodímir Zelenski— revela el agotamiento del proyecto político construido alrededor de la resistencia ucraniana y de la narrativa heroica promovida por Washington y Bruselas. Lo que queda ahora es un país exhausto, arruinado por generaciones, militarmente derrotado y políticamente fracturado, que ya no puede ocultar sus tensiones internas ni la mano visible de quienes lo han tutelado desde el principio.

Washington dicta, Zelenski obedece

Durante meses, Andrei Yermak fue la figura clave que sostenía el complejo edificio político del régimen ucraniano. Controlaba la agenda presidencial, dominaba los servicios de inteligencia, influía en la política exterior y era el encargado de mantener cohesionada a una élite corroída por la guerra, los negocios opacos y las rivalidades entre oligarcas. En la mente gris del terrorismo ucraniano se le atribuye la búsqueda de “bombas radiactivas sucias” en Francia y Reino Unido, con el fin de provocar una escalada nuclear por parte de Moscú.

Su oposición frontal al plan de paz de Donald Trump —un documento que exigía concesiones territoriales para congelar el conflicto— fue interpretada en Washington como un desafío intolerable. La respuesta no tardó: la Oficina Nacional Anticorrupción de Ucrania (NABU), una institución creada y financiada bajo supervisión estadounidense, irrumpió en su oficina y en su residencia con un operativo espectacular que coincidió con la llegada a Kiev del secretario del Ejército estadounidense, Daniel Driscoll. El mensaje era nítido: si Ucrania no acepta el marco de negociación dictado por Estados Unidos, la guillotina caerá sobre quien se interponga. Zelenski entendió la señal. Para salvar su propia cabeza sacrificó la de su lugarteniente. Y así, Yermak dimitió. De momento, él es el derrotado.

Pero su caída no augura clemencia ni sosiego: tanto él como Zelenski cargan con un futuro personal muy oscuro, cercados por acusaciones de corrupción a gran escala y por los rumores, cada vez más persistentes, de que altos funcionarios estadounidenses y europeos habrían participado en redes de desvío y reventa de armamento destinado a Ucrania. Si esa trama llega a salir a la luz, la política ucraniana no será la única que se tambalee. Si la trama de corrupción occidental se revela por filtración de estos personajes, su vida no valdrá un ardite.

La derrota militar y colapso estructural

La crisis política es consecuencia de la derrota militar, que ahora es imposible de maquillar. La caída, hace unos días, de Pokrovsk y el desmoronamiento del frente en torno a Huleipole y Siversk evidencian que el ejército ucraniano ya no dispone de capacidad operativa para sostener la guerra. Las pérdidas demográficas son inmensas: se estiman en más de un millón de bajas irrecuperables. Con una población actual, según proyecciones actualizadas, de unos 25 millones de habitantes (cuando se independizó de Rusia se acercaba a los 52 millones), Ucrania se acerca al límite de desaparecer como Estado viable.

El país carece de reservas, carece de artillería, carece de defensas y carece, sobre todo, de soldados dispuestos a seguir muriendo por un conflicto sin horizonte. El Estado Mayor sabe que no puede ganar. Los estados mayores de la OTAN también lo creen. Zelenski lo sabe… pero admitirlo sería firmar el acta de defunción del régimen.

Hay muchas fuerzas interesadas en mantener el conflicto abierto. Los batallones nazis se incautan de las tarjetas de crédito de los soldados para robar sus fondos; se roba, se saquea a la propia población civil; se recluta por la fuerza en las calles y las plazas. En Kiev, salir a pasear el perro puede significar acabar muriendo en cualquier zanja del frente. Los hombres de más de 60 años pueden ser movilizados; hay 53.000 mujeres combatiendo, muchas de ellas en primera línea. La UE ha sido generosa manteniendo estos ejércitos privados al servicio de los oligarcas ucranianos; a fin de cuentas, también se han untado las manos. El negocio está ahí, y mientras dure el conflicto llegarán más y más millones que desaparecerán en los bolsillos de unos y otros.

Mientras la casta política europea mantiene la liturgia vacía de las sanciones —19 paquetes después—, Katja Kallas, símbolo del fervor atlantista, asegura que “hay que obligar a Rusia a negociar”. ¿Cómo? Nadie lo explica. Quizá con el vigésimo o el vigésimo primer paquete de sanciones; quizá con rogatorias a la Virgen; quizá pagando misas en el Vaticano; ¿con fe?…

El factor más peligroso

La caída de Yermak no solo deja a Zelenski aislado frente a Washington. También lo deja expuesto a sus enemigos domésticos: los batallones nazis que fueron creados y financiados en la época Obama y que, desde el inicio de la guerra, han actuado como policía política y de represión interna más que como combatientes en primera línea. Estos grupos —armados, ideologizados y con mandos autónomos— han intervenido en la retaguardia para vigilar deserciones y disciplinar a las unidades regulares. Se han guardado muy mucho de participar en el frente abierto; su función ha sido garantizar la obediencia interna. Por ello representan hoy el mayor riesgo: no aceptarán concesiones territoriales. No aceptarán negociaciones. No aceptarán una retirada. Son, en términos estrictamente políticos, una fuerza con ambición propia. Zelenski lo sabe. Washington también. Y el país entero se desliza hacia una situación donde el ejército regular se hunde, el Estado pierde legitimidad y los actores armados autónomos ganan protagonismo. Ninguna guerra moderna termina bien cuando el Estado deja de monopolizar la violencia.

¿Un escenario de guerra civil?

Hablar de guerra civil en Ucrania ya no es una exageración retórica. Es una posibilidad que se abre paso en medio del caos: se dan todos los ingredientes para un conflicto civil. Washington exige concesiones territoriales. Zelenski intenta sobrevivir sacrificando a sus aliados. El ejército se derrumba y las deserciones se multiplican. Los batallones nazis no admitirán ninguna retirada. Las redes de corrupción y el tráfico de armas salpican al poder político.

Si Zelenski acepta el plan de Trump, se enfrentará a estos grupos armados que lo consideran demasiado “blando”. Si no lo acepta, Washington utilizará la NABU y otros instrumentos para destruir lo que queda de su gobierno y a él mismo.Si intenta frenar a los grupos radicales, estallará un conflicto interno. Si no lo frena, perderá el control de lo que queda del Estado.

Ucrania está atrapada entre fuerzas que no controla. Los actores que antes se declaraban aliados y que ayudarían a Kiev “hasta la victoria final” —Estados Unidos, Europa, los grupos nazis— se convierten ahora en piezas de un tablero imposible.

El fin del ciclo

El sacrificio de Yermak marca el inicio del final. No del final de la guerra —que Rusia ya ha definido en términos militares—, sino del final del régimen político que emergió en 2014 y que se sostuvo gracias al respaldo económico, militar y comunicativo de Occidente. La economía está destruida. El ejército está exhausto. La clase política está fracturada. El presidente ilegítimo está acorralado. Y los grupos armados que durante años ejercieron la violencia en nombre del Estado ahora podrían desafiarlo directamente. La pregunta ya no es si Ucrania puede ganar la guerra. Eso quedó atrás. La pregunta real es si Ucrania podrá evitar una guerra dentro de la propia guerra. Y, a medida que Kiev entra en esta fase terminal, la respuesta se vuelve cada vez más sombría.

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DIRECTO. PÁNICO EN UCRANIA. ZELENSKI DERROTADO.PUTIN NO CEDER.ESCÁNDALO:...

martes, 2 de diciembre de 2025

LAS BANDERAS RUSAS ONDEAN EN TODA LA CIUDAD DE POKROVSK.CAE TAMBIÉN LA C...

Inquietud en el Caribe

 

El Caribe tiene que elegir entre dos futuros: Uno es una mayor militarización, dependencia e incorporación al aparato de seguridad estadounidense. El otro la revitalización de la autonomía regional, la cooperación Sur-Sur y las tradiciones antiimperialistas.


Inquietud en el Caribe

Vijay Prashad

El Viejo Topo

2 diciembre, 2025 



EL CARIBE SE ENFRENTA A DOS OPCIONES: UNIRSE AL INTENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS DE INTIMIDAR A VENEZUELA O CONSTRUIR SU PROPIA SOBERANÍA

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha autorizado la entrada del USS Gerald R. Ford en el Caribe. Ahora se encuentra al norte de Puerto Rico, uniéndose al USS Iwo Jima y a otros activos de la Armada de los Estados Unidos para amenazar a Venezuela con un ataque. La tensión es alta en el Caribe, con diversas teorías sobre la posibilidad de lo que parece ser un asalto inevitable por parte de los Estados Unidos y sobre la catástrofe social que tal ataque ocasionaría. La CARICOM, el organismo regional de los países del Caribe, emitió un comunicado en el que afirmaba su opinión de que la región debe ser una “zona de paz” y que las disputas deben resolverse de forma pacífica. Diez exjefes de Gobierno de los Estados del Caribe publicaron una carta en la que exigían que “nuestra región nunca se convierta en un peón en las rivalidades de otros”.

El ex primer ministro de Trinidad y Tobago, Stuart Young, declaró el 21 de agosto: “La CARICOM y nuestra región son una zona de paz reconocida, y es fundamental que así se mantenga”. Trinidad y Tobago, dijo, ha “respetado y defendido los principios de no intervención y no injerencia en los asuntos internos de otros países, y con razón”. A primera vista, parece que nadie en el Caribe quiere que los Estados Unidos ataque a Venezuela.

Sin embargo, la actual primera ministra de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar (conocida por sus iniciales KPB), ha dicho abiertamente que apoya las acciones de los Estados Unidos en el Caribe. Esto incluye el asesinato ilegal de ochenta y tres personas en veintiún ataques aéreos desde el 2 de septiembre de 2025. De hecho, cuando la CARICOM publicó su declaración sobre la región como zona de paz, Trinidad y Tobago se retiró de la declaración. ¿Por qué la primera ministra de Trinidad y Tobago se ha opuesto a todos los líderes de la CARICOM y ha apoyado la aventura militar de la administración Trump en el Caribe?

Patio trasero

Desde la Doctrina Monroe (1823), los Estados Unidos ha tratado a toda América Latina y el Caribe como su “patio trasero”. Los Estados Unidos ha intervenido en al menos treinta de los treinta y tres países de América Latina y el Caribe (es decir, el 90% de los países), desde el ataque estadounidense a las islas Malvinas argentinas (1831-1832) hasta las actuales amenazas contra Venezuela.

La idea de la “zona de paz” surgió en 1971, cuando la Asamblea General de la ONU votó a favor de que el océano Índico fuera una “zona de paz”. En las dos décadas siguientes, cuando la CARICOM debatió este concepto para el Caribe, los Estados Unidos intervino, al menos, en la República Dominicana (después de 1965), Jamaica (1972-1976), Guyana (1974-1976), Barbados (1976-1978), Granada (1979-1983), Nicaragua (1981-1988), Surinam (1982-1988) y Haití (1986).

En 1986, en la cumbre de la CARICOM celebrada en Guyana, el primer ministro de Barbados, Errol Barrow, dijo: “Mi postura sigue siendo clara: el Caribe debe ser reconocido y respetado como una zona de paz… He dicho, y repito, que mientras sea primer ministro de Barbados, nuestro territorio no se utilizará para intimidar a ninguno de nuestros vecinos, ya sea Cuba o los Estados Unidos”. Desde que Barrow hizo ese comentario, los líderes caribeños han afirmado puntualmente, frente a los Estados Unidos, que no son el patio trasero de nadie y que sus aguas son una zona de paz. En 2014, en La Habana, todos los miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) aprobaron una proclamación de “zona de paz” con el objetivo de “erradicar para siempre la amenaza o el uso de la fuerza” en la región.

Persad-Bissessar o KPB ha rechazado este importante consenso entre las tradiciones políticas del Caribe. ¿Por qué?

Traiciones

En 1989, el líder sindical Basdeo Panday formó el Congreso Nacional Unido (UNC), una formación de centroizquierda (cuyo antiguo nombre era Caucus por el Amor, la Unidad y la Hermandad). KPB se unió al partido de Panday y ha permanecido en el UNC desde entonces. A lo largo de su carrera hasta hace poco, KPB se mantuvo en el centro del UNC, defendiendo políticas socialdemócratas y favorables al bienestar social, tanto como líder de la oposición como en su primer mandato como primera ministra (2010-2015). Pero incluso en su primer mandato, KPB demostró que no se mantendría dentro de los límites de la centroizquierda, sino que se inclinaría hacia la extrema derecha en una cuestión: la delincuencia.

En 2011, KPB declaró el estado de emergencia para librar una “guerra contra la delincuencia”. En su casa de San Fernando, Filipinas, KPB declaró a la prensa: “La nación no debe ser rehén de grupos de matones empeñados en sembrar el caos en nuestra sociedad”, “Tenemos que tomar medidas muy enérgicas”, dijo, “medidas muy decisivas”. El gobierno detuvo a siete mil personas, la mayoría de las cuales fueron puestas en libertad por falta de pruebas en su contra, y la Ley Antipandillas del Gobierno no pudo ser aprobada: se trataba de una política que imitaba a las campañas contra los pobres del Norte Global. Ya en este estado de emergencia, KPB traicionó el legado de la UNC, a la que arrastró aún más hacia la derecha.

Cuando KPB volvió al poder en 2025, comenzó a imitar a Trump con la retórica de “Trinidad y Tobago primero” y con un lenguaje aún más duro contra los presuntos traficantes de drogas. Tras el primer ataque estadounidense contra una pequeña embarcación, KPB hizo una contundente declaración en apoyo del mismo: “No siento ninguna simpatía por los traficantes, el ejército estadounidense debería matarlos a todos violentamente”. Pennelope Beckles, líder de la oposición en Trinidad y Tobago, dijo que, aunque su partido (el Movimiento Nacional Popular) apoya las medidas enérgicas contra el tráfico de drogas, dichas medidas deben ser “legales” y que KPB debe retractarse de su “imprudente declaración”. En cambio, KPB ha reforzado su apoyo a la militarización del Caribe por parte de los Estados Unidos.

Problemas

Sin duda, Trinidad y Tobago se enfrenta a un complejo entramado de vulnerabilidad económica (dependencia del petróleo y el gas, escasez de divisas, lenta diversificación) y crisis sociales (delincuencia, desigualdad, migración, exclusión de los jóvenes). Todo ello se ve agravado por la debilidad de las instituciones estatales para ayudar a superar estos retos. La debilidad del regionalismo aísla aún más a los países pequeños como Trinidad y Tobago, que son vulnerables a la presión de los países poderosos. Pero KPB no solo está actuando debido a la presión de Trump; ha tomado la decisión política de utilizar la fuerza estadounidense para intentar resolver los problemas de su país.

¿Cuál podría ser su estrategia? En primer lugar, conseguir que los Estados Unidos bombardee las pequeñas embarcaciones que quizá estén involucradas en las operaciones de contrabando que se llevan a cabo en el Caribe desde hace siglos. Si los Estados Unidos bombardea suficientes embarcaciones de este tipo, los pequeños contrabandistas se replantearán el tránsito de drogas, armas y productos básicos de consumo. En segundo lugar, utilizar la buena voluntad generada con Trump para fomentar la inversión en la esencial pero estancada industria petrolera de Trinidad y Tobago. KPB podría obtener beneficios a corto plazo. Trinidad y Tobago necesita al menos 300 millones de dólares, si no 700 millones, al año para el mantenimiento y la mejora de sus plantas petroquímicas y de gas natural licuado (y luego necesita 5000 millones de dólares para el desarrollo de yacimientos marinos y la construcción de nuevas infraestructuras). La enorme inversión de ExxonMobil en Guyana (que, según los rumores, supera los 10.000 millones de dólares) ha llamado la atención de todo el Caribe, donde otros países desearían atraer este tipo de inversiones. ¿Invertirían empresas como ExxonMobil en Trinidad y Tobago? Si Trump quisiera recompensar a KPB por su untuosidad, le diría al director ejecutivo de ExxonMobil, Darren Woods, que ampliara la inversión en bloques de aguas profundas que su empresa ya ha realizado en Trinidad y Tobago. Quizás el cálculo de KPB de dejar de lado las ideas de la zona de paz le reporte algo más de dinero de los gigantes petroleros.

Pero, ¿qué rompe esta traición? Sin duda, perturba aún más cualquier intento de construir la unidad caribeña y aísla a Trinidad y Tobago de la sensibilidad caribeña más amplia contra el uso de las aguas para enfrentamientos militares estadounidenses. Hay problemas reales en Trinidad y Tobago: el aumento de la violencia relacionada con las armas, el tráfico transnacional y la migración irregular a través del golfo de Paria. Estos problemas requieren soluciones reales, no fantasías de intervención militar estadounidense. Las intervenciones militares estadounidenses no resuelven los problemas, sino que profundizan la dependencia, aumentan las tensiones y erosionan la soberanía de todos los países. Un ataque a Venezuela no va a resolver los problemas de Trinidad y Tobago, sino que podría amplificarlos.

El Caribe tiene que elegir entre dos futuros. Un camino conduce a una mayor militarización, dependencia e incorporación al aparato de seguridad estadounidense. El otro conduce a la revitalización de la autonomía regional, la cooperación Sur-Sur y las tradiciones antiimperialistas que han sustentado durante mucho tiempo la imaginación política del Caribe.

Fuente: Globetrotter

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El Caribe se enfrenta a dos opciones: incorporarse al intento de EE.UU. de intimidar a Venezuela o construir su propia soberanía

 

El Caribe se enfrenta a dos opciones: incorporarse al intento de EE.UU. de intimidar a Venezuela o construir su propia soberanía

 

Vijay Prashad

 Rebelion

02/12/2025 


Fuentes: Voces del Mundo [Foto: mapa del sur del Caribe, alrededor de la costa venezolana en el que se muestra la isla La Orchila (GilPe – © CC BY-SA 2.0)]


El presidente estadounidense Donald Trump ha autorizado que el portaviones USS Gerald R. Ford se adentre en el Caribe. En estos momentos navega por el norte de Puerto Rico, y se dispone a unirse al USS Iwo Jim y otros navíos que amenazan con atacar Venezuela. La tensión es alta en el Caribe, con diversas teorías sobre la posibilidad de que se produzca lo que parece ser un ataque inevitable por parte de EE. UU. y sobre la catástrofe social que tal ataque podría provocar. CARICOM, el organismo regional de los países caribeños, emitió un comunicado en el que reafirmaba su voluntad de que la región sea una “zona de paz” y que las disputas se resuelvan de forma pacífica. Diez ex jefes de Gobierno de los Estados del Caribe publicaron una carta en la que exigían que “nuestra región no se convierta nunca en un peón en las rivalidades de otros”.

El ex primer ministro de Trinidad y Tobago, Stuart Young, declaró el 21 de agosto: “La CARICOM y nuestra región son una zona de paz reconocida, y es fundamental que así siga siendo”. Trinidad y Tobago, afirmó, “ha respetado y defendido los principios de la no intervención y no injerencia en los asuntos internos de otros países, y por una buena razón”. A primera vista, parece que nadie en el Caribe quiere que Estados Unidos ataque a Venezuela.

Sin embargo, la actual primera ministra de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar (conocida por sus iniciales KPB), ha dicho abiertamente que apoya las acciones de Estados Unidos en el Caribe. Esto incluye el asesinato ilegal de ochenta y tres personas en veintiún ataques aéreos desde el 2 de septiembre de 2025. De hecho, cuando la CARICOM publicó su declaración sobre la región como zona de paz, Trinidad y Tobago se retiró de la declaración. ¿Por qué la primera ministra de Trinidad y Tobago se ha opuesto a todos los líderes de la CARICOM y ha apoyado la aventura militar de la administración Trump en el Caribe?

Patio trasero

Desde la Doctrina Monroe (1823), Estados Unidos ha tratado a toda América Latina y el Caribe como su “patio trasero”. Ha intervenido en al menos treinta de los treinta y tres países de América Latina y el Caribe (es decir, el 90% de los países), desde el ataque estadounidense a las islas Malvinas argentinas (1831-1832) hasta las actuales amenazas contra Venezuela.

La idea de la “zona de paz” surgió en 1971, cuando la Asamblea General de la ONU votó a favor de que el océano Índico fuera una “zona de paz”. En las dos décadas siguientes, cuando la CARICOM debatió este concepto para el Caribe, Estados Unidos intervino, al menos, en la República Dominicana (después de 1965), Jamaica (1972-1976), Guyana (1974-1976), Barbados (1976-1978), Granada (1979-1983), Nicaragua (1981-1988), Surinam (1982-1988) y Haití (1986).

En 1986, en la cumbre de la CARICOM celebrada en Guyana, el primer ministro de Barbados, Errol Barrow, declaró lo siguiente: “Mi postura sigue siendo clara: el Caribe debe ser reconocido y respetado como una zona de paz… He dicho, y repito, que mientras sea primer ministro de Barbados, nuestro territorio no se utilizará para intimidar a ninguno de nuestros vecinos, ya sea Cuba o Estados Unidos”. Desde que Barrow hizo ese comentario, los líderes caribeños han afirmado puntualmente, frente a los Estados Unidos, que no son el patio trasero de nadie y que sus aguas son una zona de paz. En 2014, en La Habana, todos los miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) aprobaron una proclamación de “zona de paz” con el objetivo de “erradicar para siempre la amenaza o el uso de la fuerza” en la región.

Persad-Bissessar o KPB ha rechazado este importante consenso entre las tradiciones políticas del Caribe. ¿Por qué?

Traiciones

En 1989 el líder sindical Basdeo Panday formó el Congreso Nacional Unido (CNU), una formación de centroizquierda (cuyo antiguo nombre era Caucus por el Amor, la Unidad y la Hermandad). KPB se unió al partido de Panday y ha permanecido en el CNU desde entonces. A lo largo de su carrera hasta hace poco, KPB se mantuvo en el centro del CNU, defendiendo políticas socialdemócratas y favorables al bienestar social, tanto como líder de la oposición como en su primer mandato como primera ministra (2010-2015). Pero incluso en su primer mandato, KPB demostró que no se mantendría dentro de los límites del centroizquierda, sino que se inclinaría hacia la extrema derecha en una cuestión: la delincuencia.

En 2011 KPB declaró el estado de emergencia para librar una “guerra contra el crimen”. En su casa de San Fernando, Filipinas, KPB declaró a la prensa: “La nación no debe ser rehén de grupos de matones empeñados en sembrar el caos en nuestra sociedad, tenemos que tomar medidas muy enérgicas”, dijo, “medidas muy decisivas”. El Gobierno detuvo a siete mil personas, la mayoría de las cuales fueron puestas en libertad por falta de pruebas en su contra, y la Ley Antipandillas del Gobierno no pudo aprobarse: se trataba de una política que imitaba las campañas contra los pobres del Norte Global. Ya en este estado de emergencia, KPB traicionó el legado del CNU, al que arrastró aún más hacia la derecha.

Cuando KPB volvió al poder en 2025, comenzó a imitar a Trump con la retórica de “Trinidad y Tobago primero” y con un lenguaje aún más duro contra los presuntos traficantes de drogas. Tras el primer ataque estadounidense contra una pequeña embarcación, KPB hizo una contundente declaración en apoyo del mismo: “No siento ninguna simpatía por los traficantes, el ejército estadounidense debería matarlos a todos violentamente”. Pennelope Beckles, líder de la oposición en Trinidad y Tobago, dijo que, si bien su partido (el Movimiento Nacional Popular) apoya las medidas enérgicas contra el tráfico de drogas, dichas medidas deben ser “legales” y que la “declaración imprudente” de KPB debía retirarse. No obstante, KPB ha reforzado su apoyo a la militarización del Caribe por parte de Estados Unidos.

Problemas

Sin duda, Trinidad y Tobago se enfrenta a un complejo entramado de vulnerabilidad económica (dependencia del petróleo y el gas, escasez de divisas, lenta diversificación) y crisis sociales (delincuencia, desigualdad, migración, exclusión de los jóvenes). Todo ello se ve agravado por la debilidad de las instituciones estatales para ayudar a superar estos retos. La debilidad del regionalismo aísla aún más a los países pequeños como Trinidad y Tobago, que son vulnerables a la presión de los países poderosos. Pero KPB no sólo está actuando debido a la presión de Trump; ha tomado la decisión política de utilizar la fuerza estadounidense para intentar resolver los problemas de su país.

¿Cuál podría ser su estrategia? En primer lugar, conseguir que Estados Unidos bombardee las pequeñas embarcaciones que quizá estén involucradas en las operaciones de contrabando que se llevan a cabo en el Caribe desde hace siglos. Si Estados Unidos bombardea suficientes embarcaciones de este tipo, los pequeños contrabandistas se replantearán el tránsito de drogas, armas y productos básicos de consumo. En segundo lugar, utilizar la buena voluntad generada con Trump para fomentar la inversión en la esencial pero estancada industria petrolera de Trinidad y Tobago. KPB podría obtener beneficios a corto plazo. Trinidad y Tobago necesita al menos 300 millones de dólares al año, por no decir 700 millones, para el mantenimiento y la mejora de sus plantas petroquímicas y de gas natural licuado (y luego necesita 5.000 millones de dólares para el desarrollo de yacimientos marinos y la construcción de nuevas infraestructuras). La enorme inversión de ExxonMobil en Guyana (que, según los rumores, supera los 10.000 millones de dólares) ha atraído la atención de todo el Caribe, donde otros países desearían atraer este tipo de inversiones. ¿Invertirían empresas como ExxonMobil en Trinidad y Tobago? Si Trump quisiera recompensar a KPB por su zalamería, le diría al director ejecutivo de ExxonMobil, Darren Woods, que ampliara la inversión en bloques de aguas profundas que su empresa ya ha realizado en Trinidad y Tobago. Quizás el cálculo de KPB de dejar de lado las ideas de zona de paz le reportará más dinero de los gigantes petroleros.

Pero ¿qué rompe esta traición? Sin duda, perturba aún más cualquier intento de construir la unidad caribeña y aísla a Trinidad y Tobago de la sensibilidad caribeña más amplia contra el uso de las aguas para enfrentamientos militares estadounidenses. Hay problemas reales en Trinidad y Tobago: el aumento de la violencia relacionada con las armas, el tráfico transnacional y la migración irregular a través del golfo de Paria.

Estos problemas requieren soluciones reales, no las fantasías de una intervención militar estadounidense. Las intervenciones militares estadounidenses no resuelven los problemas, sino que profundizan la dependencia, aumentan las tensiones y erosionan la soberanía de todos los países. Un ataque a Venezuela no va a resolver los problemas de Trinidad y Tobago, sino que podría amplificarlos.

El Caribe tiene que elegir entre dos futuros. Un camino conduce a una mayor militarización, dependencia e incorporación al aparato de seguridad estadounidense. La otra conduce hacia la revitalización de la autonomía regional, la cooperación Sur-Sur y las tradiciones antiimperialistas que durante mucho tiempo han sustentado la imaginación política del Caribe.

Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal-jefe de Globetrotter. Así como editor-jefe de LeftWord Books y director del Tricontinental: Institute for Social Research. Es miembro no residente del Instituto Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China. Ha escrito más de veinte libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. El libro más reciente de Vijay Prashad (con Noam Chomsky) es The Withdrawal: IraqLibya, Afghanistan and the Fragility of US Power (New Press, agosto 2022).

Texto en inglés: CounterPunch.org, traducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/12/01/el-caribe-se-enfrenta-a-dos-opciones-incorporarse-al-intento-de-ee-uu-de-intimidar-a-venezuela-o-construir-su-propia-soberania/

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