sábado, 22 de febrero de 2025

LOS RUSOS AVANZAN HACIA DNIPRO.CAE OTRA LOCALIDAD EN SUMY. IMPORTANTES C...

El Estado mafioso

 

Hedges denuncia aquí que EEUU primero tuvo una economía mafiosa. Ahora se ha convertido en un Estado mafioso. Piensa que debemos deshacernos de la clase criminal gobernante o nos convertiremos en sus víctimas. El mundo contempla atónito lo que está sucediendo.


El Estado mafioso

 

Christopher Lynn Hedges

El Viejo Topo

22 febrero, 2025 



Bese el anillo. Arrodíllese ante el Padrino. Entréguele tributo, una parte del botín. Si él y su familia se enriquecen, usted se enriquece. Entre en su círculo íntimo, sus hombres y mujeres «hechos», y no tendrá que seguir las reglas ni obedecer la ley. Puede destripar la maquinaria del gobierno. Puede convertirnos a nosotros y al mundo natural en mercancías para explotar hasta el agotamiento o el colapso. Puede cometer crímenes con impunidad. Puede burlarse de las normas democráticas y la responsabilidad social. La perfidia es muy rentable al principio. A largo plazo, es un suicidio colectivo.

Estados Unidos es una cleptocracia en toda regla. La demolición de la estructura social y política, iniciada mucho antes de Trump, enriquece a unos pocos y empobrece a todos los demás. El capitalismo mafioso siempre conduce a un estado mafioso. Los dos partidos gobernantes nos dieron el primero. Ahora tenemos el segundo. No solo nos están quitando nuestra riqueza, sino también nuestra libertad.

Desde la elección de Donald Trump, Elon Musk, que actualmente vale unos 394.000 millones de dólares, ha visto cómo su riqueza aumentaba en 170.000 millones de dólares. Mark Zuckerberg, que vale unos 254.000 millones de dólares, ha visto cómo su patrimonio neto aumentaba en casi 41.000 millones de dólares.

Sumas considerables para arrodillarse ante Moloch.

Al menos 11 agencias federales que se han visto afectadas por la campaña de tala y quema de la administración Trump tienen más de 32 investigaciones en curso, denuncias pendientes o acciones de ejecución, en las seis empresas de Musk, según una revisión de The New York Times.

El estado mafioso ignora las restricciones y regulaciones legales. Carece de control externo e interno. Canibaliza todo, incluido el ecosistema, hasta que no queda nada más que un páramo. No puede distinguir entre realidad e ilusión, lo que oscurece y exacerba la incompetencia flagrante. Y entonces el edificio vaciado se derrumbará dejando a su paso una cáscara de país con armas nucleares. Los imperios romano y sumerio cayeron de esta manera. Lo mismo ocurrió con los mayas y el reinado esclerótico del monarca francés Luis XVI.

En las etapas finales de decadencia de todos los imperios, los gobernantes, centrados exclusivamente en el enriquecimiento personal, instalados en sus versiones de Versalles o la Ciudad Prohibida, exprimen hasta la última gota de beneficio de una población cada vez más oprimida y empobrecida y de un entorno devastado.

La riqueza sin precedentes es inseparable de la pobreza sin precedentes.

Cuanto más extrema se vuelve la vida, más extremas se vuelven las ideologías. Enormes segmentos de la población, incapaces de absorber la desesperación y la desolación, se separan de un universo basado en la realidad. Busca consuelo en el pensamiento mágico, un milenarismo extraño —que para nosotros se materializa en un fascismo cristianizado— que convierte a estafadores, imbéciles, delincuentes, charlatanes, gánsteres y timadores en profetas, mientras tacha de traidores a quienes denuncian el saqueo y la corrupción. La carrera hacia la autoinmolación acelera la parálisis intelectual y moral.

El Estado mafioso no pretende defender el bien común. Trump, Musk y sus secuaces están derogando rápidamente órdenes ejecutivas relativas a las normas de salud, medio ambiente y seguridad, la asistencia alimentaria, así como los programas de cuidado infantil, como Head Start. Están luchando contra una orden judicial para detener su desmantelamiento de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, que ha garantizado que los estadounidenses hayan sido reembolsados con más de 21.000 millones de dólares debido a la cancelación de deudas, compensaciones financieras y otras formas de ayuda al consumidor. Están aboliendo la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Están cerrando las oficinas de defensores federales, que proporcionan representación legal a los pobres. Han recortado miles de millones de dólares del presupuesto del Instituto Nacional de Salud, poniendo en peligro la investigación biomédica y los ensayos clínicos. Han congelado los permisos para proyectos solares y eólicos, incluidas las autorizaciones necesarias para proyectos en terrenos privados. Han despedido a más de 300 empleados de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear, la agencia que gestiona nuestro arsenal nuclear. Están desmantelando la plantilla del Servicio Forestal, la Oficina de Gestión de Tierras, el Servicio de Parques Nacionales, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre y el Servicio Geológico de Estados Unidos.

El estado mafioso, cuyo plan se recoge en el Proyecto 2025, ignora las terribles lecciones de la historia sobre la desigualdad social extrema, la desintegración política, el saqueo ecológico desenfrenado y la destrucción del Estado de derecho.

Por supuesto, no estamos destinados a la libertad por naturaleza. En la antigua Grecia tuvieron que pasar dos milenios para que la democracia reapareciera en Europa tras su colapso, en gran parte porque Atenas se convirtió en un imperio. El Estado mafioso, y no las democracias, puede ser la ola del futuro, un futuro en el que el uno por ciento más rico del planeta posee alrededor del 43 por ciento de todos los activos financieros mundiales (más del 95 por ciento de la raza humana), mientras que el 44 por ciento de la población del planeta vive por debajo del umbral de pobreza del Banco Mundial, que es de menos de 6,85 dólares al día. Estos regímenes calcificados perduran únicamente gracias a sistemas draconianos de control interno, vigilancia generalizada y la eliminación de las libertades civiles.

Al mismo tiempo, hemos aniquilado el 90 % de los peces grandes, como el bacalao, los tiburones, el fletán, el mero, el atún, el pez espada y la aguja, y hemos degradado o destruido dos tercios de los bosques tropicales maduros, los pulmones del planeta. La falta de acceso a agua potable y la consiguiente propagación de enfermedades infecciosas mata al menos a 1,4 millones de personas al año (3.836 al día) y también contribuye al 50 % de la desnutrición mundial, según el Banco Mundial. Entre 150 y 200 millones de niños están afectados por la desnutrición. El dióxido de carbono en la atmósfera está muy por encima de las 350 partes por millón que la mayoría de los científicos climáticos advierten que es el nivel máximo para sostener la vida tal como la conocemos. Para mayo de este año, se prevé que los niveles de CO2 atmosférico alcancen las 429,6 ppm, la mayor concentración en más de dos millones de años. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático estima que la medición podría alcanzar entre 541 y 970 ppm para el año 2100. En ese momento, enormes partes del planeta, acosadas por una alta densidad de población, sequías, erosión del suelo, tormentas anormales, pérdidas masivas de cosechas y el aumento del nivel del mar, serán inadecuadas para la existencia humana.

En el último periodo de la civilización de la isla de Pascua, los clanes competían para honrar a sus antepasados construyendo imágenes de piedra tallada cada vez más grandes, lo que exigía los últimos restos de madera, cuerda y mano de obra de la isla. En el año 1400, los bosques habían desaparecido. El suelo se había erosionado y arrastrado hasta el mar. Los isleños empezaron a pelearse por las viejas maderas y se vieron obligados a comer a sus perros y, poco después, a todas las aves que anidaban.

Los desesperados isleños desarrollaron un sistema de creencias mágicas según el cual los dioses de piedra erigidos, los moai, cobrarían vida y los salvarían del desastre.

La creencia de los nacionalistas cristianos en el rapto, que no existe en la Biblia, no es menos fantástica. Estos fascistas cristianos, encarnados en personas nombradas por Trump como Russell Vought, jefe de la Oficina de Presupuesto y Gestión de Trump, el vicepresidente JD Vance, el secretario de Defensa Pete Hegseth y Mike Huckabee, nominado para ser embajador en Israel, pretenden utilizar las escuelas y universidades, los medios de comunicación, el poder judicial y el gobierno federal como plataformas para llevar a cabo el adoctrinamiento y forzar la conformidad.

Los seguidores de este movimiento se someten a un líder que creen que ha sido ungido por Dios. Abrazan la ilusión de que los justos se salvarán, flotando desnudos hacia el cielo, al final de los tiempos, y los secularistas que desprecian perecerán. Este refugio en el pensamiento mágico, que es la base de todos los movimientos totalitarios, explica su sufrimiento. Les ayuda a sobrellevar la desesperación y la ansiedad. Les da la ilusión de seguridad. También asegura la retribución contra una larga lista de enemigos —liberales, intelectuales, homosexuales, inmigrantes, el Estado profundo— culpados de su miseria económica y social.

Nuestro milenarismo es una versión actualizada de la fe en el moai, la condenada revuelta de Taki Onqoy contra los invasores españoles en Perú, las profecías aztecas de la década de 1530 y la Danza de los Espíritus, que los nativos americanos creían que verían el regreso de las manadas de búfalos y los guerreros asesinados resucitarían de la tierra para vencer a los colonizadores blancos.

Este refugio en la fantasía es lo que ocurre cuando la realidad se vuelve demasiado sombría para ser asimilada. Es el atractivo de Trump. Por supuesto, esta vez será diferente. Cuando caigamos, todo el planeta caerá con nosotros. No habrá nuevas tierras que saquear, ni nuevos pueblos que explotar. Seremos exterminados en una trampa mortal global.

Karl Polanyi, en «La gran transformación», escribe que una vez que una sociedad se rinde a los dictados del mercado, una vez que su economía mafiosa se convierte en un estado mafioso, una vez que sucumbe a lo que él llama «los estragos de este molino satánico», conduce inevitablemente a «la demolición de la sociedad».

El Estado mafioso no puede reformarse. Debemos organizarnos para romper nuestras cadenas, una a una, para utilizar el poder de la huelga y paralizar la maquinaria estatal. Debemos adoptar una militancia radical, que ofrezca una nueva visión y una nueva estructura social. Debemos aferrarnos a los imperativos morales. Debemos condonar las hipotecas y las deudas estudiantiles, instituir la asistencia sanitaria universal y acabar con los monopolios. Debemos aumentar el salario mínimo y poner fin al despilfarro de recursos y fondos para sostener el imperio y la industria bélica. Debemos establecer un programa nacional de empleo para reconstruir la infraestructura del país, que se está derrumbando. Debemos nacionalizar los bancos, las empresas farmacéuticas, los contratistas militares y el transporte, y adoptar fuentes de energía sostenibles desde el punto de vista medioambiental.

Nada de esto sucederá hasta que resistamos.

El estado mafioso será brutal con cualquiera que se rebele. Los capitalistas, como escribe Eduardo Galeano, ven las culturas comunitarias como «culturas enemigas». La clase multimillonaria nos hará lo que hizo en el pasado a los radicales que se levantaron para formar sindicatos militantes. Tuvimos las guerras laborales más sangrientas del mundo industrializado. Cientos de trabajadores estadounidenses fueron asesinados, decenas de miles fueron golpeados, heridos, encarcelados y puestos en listas negras. Los sindicatos fueron infiltrados, cerrados y prohibidos. No podemos ser ingenuos. Será difícil, costoso y doloroso. Pero esta confrontación es nuestra única esperanza. De lo contrario, nosotros, y el planeta que nos sustenta, estamos condenados.

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La purga del Estado profundo y el camino a la dictadura

 

La purga del Estado profundo y el camino a la dictadura

 

Chris Hedges

Rebelion

 | 22/02/2025 | 



 Fuentes: Rebelión [Ilustración: un solo pensamiento. Mr Fish]


Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

La guerra de la Administración Trump contra el Estado profundo no es purificadora. No va a liberarnos de la tiranía de las agencias de inteligencia, de la policía militarizada, del mayor sistema penitenciario del mundo o de las multinacionales depredadoras ni va a suponer el final de la vigilancia de masas. No restaurará el imperio de la ley para exigir que rindan cuentas los poderosos y los más ricos. No moderará el gasto desmesurado e irresponsable del Pentágono, que asciende a un billón de dólares.

Todos los movimientos revolucionarios, ya sean de izquierda o de derecha, desmantelan las antiguas estructuras burocráticas. Tanto los fascistas en Alemania como los bolcheviques en la Unión Soviética realizaron purgas agresivas en la administración pública una vez alcanzado el poder. Con toda razón, consideran dichas estructuras como un enemigo que obstaculizaría su poder absoluto. Es un golpe de Estado gradual. Ahora nosotros tenemos el nuestro.

Como ocurrió en los primeros años de la Unión Soviética y la Alemania nazi, las batallas de retaguardia están teniendo lugar en los tribunales y los medios de comunicación abiertamente hostiles a Trump. Al principio se producirán victorias pírricas -los bolcheviques y los nazis fueron frenados por sus propios poderes judiciales y su prensa hostil-, pero poco a poco las purgas, ayudadas por un liberalismo en bancarrota que ya no defiende nada ni lucha por nada, asegurarán el triunfo de los nuevos amos.

La Administración Trump ha expulsado o despedido a los funcionarios que investigan irregularidades en el gobierno federal, incluidos 17 inspectores generales. Las agencias federales de aplicación de la ley y de inteligencia, como el FBI y la Seguridad Nacional, están siendo purgadas de aquellos considerados hostiles a Trump. Los tribunales, plagados de jueces vengativos, serán mecanismos de persecución de los “enemigos” del Estado y ofrecerán protección a los poderosos y los ricos. El Tribunal Supremo, que ha concedido inmunidad legal a Trump, ya ha llegado a esta fase.

“La purga original que se produjo tras la caída del Sha [en Irán] buscaba librar a los ministerios de los altos cargos remanentes del antiguo régimen y proporcionar puestos de trabajo a los fieles revolucionarios”, reza un memorando desclasificado de la CIA, fechado el 28 de agosto de 1980, sobre la entonces recién formada República Islámica de Irán. “La segunda oleada de purgas comenzó el mes pasado tras una serie de discursos de Jomeini. Los funcionarios de bajo nivel que habían formado parte de la burocracia del Sha, los que tenían formación occidental o los que se consideraba que carecían de pleno fervor revolucionario han sido retirados o despedidos a una escala cada vez mayor”.

Estamos repitiendo los pasos que permitieron la consolidación del poder a los antiguos dictadores, si bien siguiendo nuestra propia idiosincrasia. Quienes elogian ingenuamente la hostilidad de Trump hacia el Estado profundo -que reconozco que hizo un daño tremendo a las instituciones democráticas, erosionó nuestras libertades más preciadas, es un Estado dentro del Estado que no rinde cuentas y orquestó una serie de intervenciones mundiales desastrosas, incluidos los recientes fiascos militares en Oriente Próximo y Ucrania- deberían mirar de cerca lo que se propone para sustituirlo.

El objetivo final de la Administración Trump no es acabar con el Estado profundo. El objetivo es acabar con las leyes, reglamentos, protocolos y reglas y con los funcionarios que las hacen cumplir, que entorpecen el control dictatorial. El consenso, la limitación del poder, los controles y equilibrios y la rendición de cuentas están destinados a ser abolidos. Aquellos que creen que el gobierno está concebido para servir al bien común, en lugar de a los dictados del gobernante, serán expulsados. El Estado profundo se reconstituirá para servir al culto del liderazgo. Las leyes y los derechos consagrados en la Constitución serán irrelevantes.

“Aquel que salva a su país no viola ninguna ley”. Así se ufanaba Trump en las redes sociales Truth Social y X.

El caos de la primera Administración Trump ha sido reemplazado por un disciplinado plan para sofocar lo poco que queda de la anémica democracia estadounidense. El Proyecto 2025, el Center for Renewing America y el America First Policy Institute ya recopilaron por adelantado anteproyectos, dictámenes, propuestas legislativas y de órdenes ejecutivas con todo detalle.

La piedra angular jurídica de esta deconstrucción del Estado es la “teoría del ejecutivo unitario”, articulada por el juez del Tribunal Supremo Antonin Scalia en el voto disconforme que emitió en el caso Morrison contra Olson. En opinión de Scalia, el Artículo II de la Constitución establece que todo lo que no se considere parte del poder legislativo o judicial debe ser poder ejecutivo. El poder ejecutivo, escribe, puede ejecutar todas las leyes de Estados Unidos fuera de lo que la Constitución otorga explícitamente al Congreso o al poder judicial. Es una justificación legal para la dictadura.

Aunque el Proyecto 2025 de la Fundación Heritage no utiliza el término “teoría del ejecutivo unitario”, sí defiende políticas que concuerdan con los principios de dicha teoría. El Proyecto 2025 recomienda despedir a decenas de miles de funcionarios de la administración y reemplazarlos por personas de probada lealtad. Uno de las claves de este proyecto es el debilitamiento de las protecciones laborales y los derechos de los funcionarios públicos, facilitando su despido a instancias del poder ejecutivo. Russell Vought, fundador del Center for Renewing America y uno de los principales arquitectos del Proyecto 2025, ha recuperado su puesto como director de la Oficina de Gestión y Presupuesto que ya ocupó durante la primera presidencia de Trump.

Uno de los actos finales de Trump en su anterior mandato fue firmar la orden “Creación  del Programa F en el Servicio Excepcional”. Esta orden eliminó las protecciones laborales de los funcionarios de carrera del gobierno. Joe Biden la anuló. Ahora Trump se ha vengado resucitándola. Una ordenanza que también tiene ecos del pasado. La “Ley para la Restauración de la Función Pública Profesional” de los nazis de 1933 despidió de la función pública a los opositores políticos y a los no arios, incluidos los alemanes de ascendencia judía. Los bolcheviques también purgaron de “contrarrevolucionarios” el ejército y la administración pública.

El despido de más de 9.500 trabajadores federales -y de otros 75.000 que aceptaron un acuerdo blindado de cese incentivado como parte de un plan para recortar el 70% del personal de diversas agencias gubernamentales-, la congelación de miles de millones de dólares en financiación y la incautación de datos confidenciales por parte del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) de Elon Musk no tienen nada que ver con la eficiencia.

Los recortes a las instituciones federales de poco servirán para contener el gasto voraz del gobierno federal si el presupuesto militar sigue siendo intocable: los representantes republicanos del Congreso han solicitado un aumento de al menos 100.000 millones de dólares para el ejército en el próximo decenio. Y aunque Trump quiera acabar con la guerra en Ucrania, como parte de su iniciativa para construir una alianza con el autócrata de Moscú al que admira, respalda el genocidio en Gaza. Lo que se pretende con la purga es desmantelar la supervisión y las protecciones. Es eludir miles de estatutos que establecen las reglas para las operaciones del gobierno. Se trata de cubrir los puestos federales con “partidarios”  sacados de una base de datos recopilada por el Conservative Partnership Institute. Se trata de enriquecer a las corporaciones privadas (incluyendo unas cuantas propiedad de Elon Musk) a las que se otorgaran lucrativos contratos del gobierno.

Sospecho que esta deconstrucción también está relacionada con aumentar el “capital en la nube” de Musk, su infraestructura algorítmica  y digital. Musk se propone convertir X en la “aplicación para todo” (“everything app”). Está lanzando “X Money”, un complemento de la red social que ofrece a los usuarios un monedero digital “para guardar dinero y hacer transferencias entre particulares”.

Pocas semanas después del anuncio de la asociación de X Money con Visa, el [ministerio de Musk] DOGE solicitó acceso a los datos confidenciales del Servicio de Recaudación Interna*, incluyendo millones de declaraciones de ingresos. Los datos incluyen el número de la Seguridad Social y la dirección, detalles sobre los ingresos de las personas, cuánto dinero poseen, sus propiedades e incluso los acuerdos sobre la custodia de los hijos. En las manos equivocadas, esta información puede comercializarse y convertirse en un arma.

Musk está poniendo en marcha un programa de «IA primero» con el fin de aumentar el papel de la inteligencia artificial (IA) en las instituciones gubernamentales. Según [la revista] Wired, está construyendo “un depósito de datos centralizado” para el gobierno federal. El fundador de [la multinacional] Oracle, socio comercial de Elon Musk y donante de Trump desde hace tiempo, Larry Ellison, que recientemente anunció un plan de infraestructuras de IA de 500.000 millones de dólares junto a Trump, instó a las naciones a trasladar todos sus datos a “una única plataforma de datos unificada” para que puedan ser “consumidos y utilizados” por modelos de IA. Ellison ha declarado anteriormente que un sistema de vigilancia basado en IA garantizará que “los ciudadanos se comporten de la mejor manera posible porque estaremos constantemente grabando e informando de todo lo que ocurre”.

Como todos los déspotas, Trump tiene una larga lista de enemigos. Ha retirado las autorizaciones de seguridad a antiguos funcionarios de su anterior administración, como el general retirado Mark Milley, que fue el oficial de más alto rango del ejército durante el primer mandato de Trump, y Mike Pompeo, que fue director de la CIA y secretario de Estado de Trump. Ha revocado o amenazado con revocar las autorizaciones de seguridad del presidente Biden y de antiguos miembros de su administración, como Antony Blinken, ex secretario de Estado, y Jake Sullivan, ex asesor de seguridad nacional. Está atacando a los medios de comunicación que considera hostiles, impidiendo que sus reporteros cubran los actos informativos en el Despacho Oval y desalojándolos de sus espacios de trabajo en el Pentágono.

Esta lista de enemigos irá aumentando a medida que mayores segmentos de la población se den cuenta de que han sido traicionados, el descontento generalizado se haga palpable y la Casa Blanca de Trump se sienta amenazada.

Una vez esté en marcha el nuevo sistema, las leyes y reglamentos se convertirán en lo que la Casa Blanca diga que son. Las instituciones gubernamentales como la Comisión Electoral Federal, la Oficina de Protección Financiera del Consumidor y el Sistema de Reserva Federal perderán su autonomía. La deportaciones en masa, la enseñanza de valores “cristianos” y “patrióticos” en la escuela –Trump ha prometido “acabar con los radicales, los fanáticos y los marxistas infiltrados en el departamento federal de educación”- junto con el desmantelamiento de los programas sociales, incluyendo Medicaid, las viviendas para personas con bajos ingresos, la formación para el empleo y la ayuda a la infancia, crearán una sociedad de siervos y amos. Las corporaciones depredadoras, como las industrias sanitaria y farmacéutica, tendrán licencia para explotar y saquear a un público impotente. El totalitarismo exige una conformidad total. El resultado, citando a Rosa Luxemburgo, es la “brutalización de la vida pública”.

Los restos huecos del antiguo sistema (los medios de comunicación, el Partido Demócrata, el mundo académico, el caparazón de los sindicatos) no nos salvarán. Enuncian clichés carentes de significado, se acobardan, persiguen inútiles reformas graduales, se acomodan y demonizan a los seguidores de Trump sin considerar las razones por las que le han votado. Se están diluyendo en la irrelevancia. Este hastío es un denominador común en el aumento del totalitarismo y los regímenes totalitarios. Engendra apatía y derrotismo.

La “Ley de Constitución del Día de la Bandera y del Cumpleaños de Trump”, presentada por la congresista Claudia Tenny es un indicador de lo que vendrá detrás. La ley designaría fiesta nacional el 14 de junio para conmemorar el “Cumpleaños de Donald J. Trump y el Día de la Bandera”. El siguiente paso son los desfiles coreografiados con retratos sobredimensionados del gran líder.

Joseph Roth fue uno de los pocos escritores alemanes que comprendieron la atracción del nazismo y su inevitable ascensión. En su ensayo “El auto de fe del espíritu”, que trata sobre la primera quema masiva de libros de los nazis, aconsejaba a sus colegas escritores judíos que aceptaran que habían sido vencidos: “Nosotros, que combatimos en primera línea bajo la bandera de la espíritu europeo, cumplamos el deber más noble del guerrero derrotado: Reconozcamos nuestra derrota”.

Roth, colocado en la lista negra por los nazis, obligado a exiliarse y reducido a la pobreza, no se engañaba con falsas esperanzas. Se preguntaba: “¿De qué sirven mis palabras contra los cañones, los altavoces, los asesinos, los ministros desquiciados, los periodistas estúpidos que interpretan la voz de por sí turbia de este mundo de Babel mediante los tambores de Núremberg?

Él sabía lo que estaba por venir.

“Ahora te resultara evidente que nos dirigimos a una gran catástrofe”, escribió Roth a Stefan Zweig en 1933, desde su exilio en Francia, a propósito de la toma del poder por los nazis. “Los bárbaros están al mando. No te engañes a ti mismo. Es el reinado del infierno”.

Pero Roth también sostenía que aunque la derrota sea segura la resistencia era un imperativo moral, una forma de defender la propia dignidad y la santidad de la verdad. “Hay que escribir, aunque nos demos cuenta de que la palabra impresa ya no puede mejorar nada”, insistía.

Yo soy tan pesimista como Roth. La censura y la represión estatal irán en aumento. Quienes tienen conciencia se convertirán en enemigos del Estado. La resistencia, cuando se produzca, se expresará en erupciones espontáneas que se manifestarán fuera de los centros de poder establecidos. Estos actos de desafío se enfrentarán a una brutal represión del Estado. Pero si no resistimos sucumbimos moral y físicamente a la oscuridad. Nos convertimos en cómplices de un mal radical, algo que nunca debemos permitirnos.

*N. del T.: El Internal Revenue Service sería el equivalente a la Agencia Tributaria en España.

Chris Hedges es un periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer. Fue durante 15 años corresponsal en el extranjero para The New York Times, ejerciendo como jefe para la oficina de Oriente Próximo y la  de los Balcanes.

Fuente: Fuente: https://chrishedges.substack.com/p/the-purge-of-the-deep-state-and-the

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Los efectos de la retirada de EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud

 

Los efectos de la retirada de EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud

 

Juan Torres López

Rebelion

22/02/2025 



Fuentes: Ganas de escribir


Una de las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue la retirada de su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una decisión que poco después secundó el presidente de Argentina, Javier Milei. Esta medida tendrá efectos críticos en la salud global, en especial en los países más pobres, pero también en Estados Unidos y en Argentina, si no se revierte en los 12 meses que quedan para que se haga efectiva.

La orden dictada por el presidente estadounidense es difícil de calificar. Cuesta determinar si es un acto de profunda crueldad o una muestra más de la impresionante ignorancia de la que presume la legión de negacionistas, antivacunas o terraplanistas que, a base de mentiras, se multiplican como las setas en todo el mundo.

Una organización esencial para el planeta

La OMS, fundada en 1948, es una organización internacional que cuenta actualmente con 194 países miembros, lo que representa prácticamente la totalidad de los Estados reconocidos a nivel global. Sus funciones son esenciales para la promoción de la salud en todo el planeta: evalúa, monitorea, proporciona información, asesora y establece estándares internacionales, presta ayuda a los países más pobres y actúa ante epidemias o desastres.

Su intervención ha sido decisiva para erradicar la viruela, reducir casos de polio en todo el mundo en un 99%, o la prevalencia de la malaria y el tracoma. Sin la OMS, hubiera sido imposible lograr avances en materia de salud, así como igualdad en el acceso a servicios sanitarios en casi todos los países.

Estados Unidos ha ejercido un papel fundamental para la organización desde sus inicios. No solo por ser su mayor contribuyente financiero, tanto en aportes obligatorios como en donaciones voluntarias de diversas fuentes, sino también por su capacidad operativa a la hora de brindar asistencia y por la valiosa contribución de su sistema de información e investigación. Muchos analistas internacionales señalan que la OMS proporcionó también a Washington mucho prestigio e influencia, además de abrirle las puertas para obtener otros beneficios complementarios. Y, por ello, la medida que ahora propone el presidente Trump implica renunciar a su propio legado como potencia sanitaria global. Y es seguro que tendrá un efecto contrario al que aparentemente busca.

Su orden se justifica afirmando que la OMS depende de la política de algunos países. Sin embargo, lo que paradójicamente ocurrirá, si finalmente Estados Unidos se retira, renunciando a su liderazgo, será que otros países, encabezados por China, tomarán el relevo y aumentarán su influencia global.

Una medida inhumana y cruel

La retirada de EE.UU. y de otros países, como Argentina, supondrá que esta organización dispondrá de casi un 20% menos de presupuesto. Un recorte significativo que, si no se compensa con aportes más cuantiosos de otros miembros, causará un gran daño para la salud mundial.

Todos los países, sin excepción, van a sufrir los efectos de la menor capacidad de esta organización para evaluar, prever, asesorar, coordinar, actuar o ayudar frente a enfermedades, pandemias o catástrofes sanitarias. Pero es lógico y será inevitable que el perjuicio sea mucho mayor en los más pobres, en donde los sistemas nacionales de salud son más débiles y con mayor dependencia exterior.

Claramente, la decisión que han tomado Trump o Milei podría llevar a la enfermedad o a la muerte a cientos de miles de seres humanos.

Ahora bien, la medida de ambos presidentes es doblemente cruel porque perjudica incluso a sus propias naciones. Hay que ser muy ignorante para no darse cuenta de que Estados Unidos o Argentina también sufrirán las consecuencias de esta decisión.

Las epidemias, infecciones o enfermedades que la OMS ayuda a combatir no entienden de fronteras, como ha demostrado el Covid-19. Por lo tanto, cuanto más se expandan fuera de un país, más riesgo tendrán de sufrirlas también los que hayan abandonado la organización. Retirarse de ella limita la experiencia y capacidad de monitoreo del sistema de salud, retrasa las respuestas y, sin la cooperación activa de una organización global, se tendrá más dificultades para hacer frente a riesgos sanitarios, como la gripe aviar o brotes de sarampión, que ya han empezado a manifestarse, o a otros que puedan venir en el futuro.

Así lo advierten especialistas como Jesse Bump, profesor de políticas de salud global y director ejecutivo del Programa Takemi en Salud Internacional, quien recientemente declaró que en Estados Unidos serían “más vulnerables a la importación de enfermedades que se propagarían a otros lugares (…) Con la disminución de la inmunización contra las enfermedades infantiles, es más probable que tengamos brotes de polio, sarampión y similares”.

En un mundo tan interconectado como el actual, aislarse de organismos cuyo objetivo es combatir enfermedades globales –ya sea por razones financieras, como dice Trump, o por autonomía, como sostiene Milei– recuerda a la tremenda insensatez de los ricos que, hace más de cien años, protestaban cuando tenían que pagar el saneamiento de los barrios populares de sus ciudades. Sin entender que cualquier tipo de enfermedad, desatada por falta de saneamiento, se propagaría sin remedio y llegaría también a sus casas.

Mentiras y negacionismo de la ciencia

Tanto Trump como Milei, junto a los equipos de oligarcas multimillonarios que los acompañan, han tomado esa decisión mintiendo a sus compatriotas.

El mandatario de EE.UU. se queja del coste financiero de la contribución obligatoria de su país, sin mencionar que esta se fija objetivamente en función de la población y el Producto Interno Bruto. Y sin considerar los beneficios que le producciones. Como también acusa sin pruebas a la OMS de dependencia política, cuando su país es el más influyente de todos.

Por su parte, Milei afirma que toma esta decisión para tener «más flexibilidad para adoptar políticas» y para que ningún «organismo internacional intervenga en nuestra soberanía». Pero oculta que esta organización no dicta ni impone políticas, sino que, a lo sumo, hace recomendaciones que pueden seguirse o no.

La OMS pudo haber tenido retrasos e incluso haber cometido errores en la última pandemia de Covid-19, pero en ningún caso esto justifica que algún país la abandone por esa razón. Por el contrario, debería impulsarlos a fortalecerla.

Al sostener que sus decisiones responden a ideologías o preferencias políticas y no de conclusiones científicas, lo que hacen Trump, Milei y su cohorte de oligarcas es precisamente destruir la confianza en el soporte más potente que ha tenido el progreso de la humanidad a lo largo de la historia: la ciencia.

Lo hacen porque saben perfectamente que la única forma de consolidar su estrategia de dominio imperial es engañar y mantener a los pueblos en la ignorancia y la confusión. Ya lo dijo el libertador latinoamericano Simón Bolívar ante el Segundo Congreso de Venezuela en 1819: “La esclavitud es hija de las tinieblas y un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción.”

Esperemos que haya presión social y se imponga la sensatez. Las consecuencias de esta decisión irresponsable, si no se revierte, serían dramáticas.

Fuente: https://juantorreslopez.com/los-efectos-de-la-retirada-de-ee-uu-de-la-organizacion-mundial-de-la-salud/

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viernes, 21 de febrero de 2025

UCRANIA ATERRADA: ZELENSKI OBLIGADO A HUIR. MACRON EN PANICO. TRUMP ULTI...

El primer día del mundo del mañana

 

En estas mismas páginas se dejó claro desde el principio de la guerra: Rusia no podía perderla. No podía permitírselo. Y así ha sucedido. EEUU perdió la guerra, y la principales víctimas son Ucrania y la UE.


El primer día del mundo del mañana


Eduardo Luque

El Viejo Topo

21 febrero, 2025 


La narrativa impulsada por Occidente en los últimos años, ha colapsado. Lo que en un principio se presentó como un enfrentamiento entre el bien y el mal, la democracia contra la tiranía, y la soberanía frente a una ocupación neoimperialista, ha resultado en una farsa sangrienta y en un fracaso estratégico para las élites occidentales.

Se nos intentó convencer de que la guerra ucraniana era una guerra justa contra el expansionismo ruso. En gran medida lo consiguieron, una parte nada desdeñable de la población compró ese relato. La derecha lo apoyó (era lo esperado); lo inesperado y que revela el nivel de desorganización de la izquierda existente, ha sido el apoyo al relato otanista y el apoyo acrítico de esta “izquierda verde” o “la autonodenominada anticapitalista”. En nuestro país, sin ir más lejos, las declaraciones de dirigentes de Sumar o el propio Pablo Iglesias desde sus redes han dado apoyo al régimen de Zelenski por oposición al malvado Putin. Su influencia, aunque decreciente, ha sido útil para proyectar hacia sectores progresistas un discurso coincidente con el atlantista limitando en buena medida la respuesta popular contra la guerra.

La desunida Unión Europea ha quedado retratada en estos días como el brazo político de la OTAN. Nos conduce, si los pueblos europeos no lo impiden, hacia escenarios de confrontación mientras los ejecutivos continentales en la mayoría de los países se afanan en recortar los servicios públicos para pagar las nuevas inversiones en “defensa”.

Todo lo expuesto está siendo revelado por el propio ejecutivo norteamericano. Los miles de millones de dólares destinados a la compra de periodistas (más de 6.200) de medios de difusión de todo tipo (más de 700 sólo en Europa…. cabeceras de diarios, ONGD…. nos sorprendieron tanto por su extensión como su amplitud. Gracias al propio trumpismo y sus deseos de controlar los recortes más íntimos de las agencias gubernamentales sabemos que se invirtieron más de 5.000 millones de dólares desde la USAID para orquestar el golpe de Estado del Maidán en 2014. También ha quedado en evidencia el cinismo de dirigentes europeos como Merkel, Hollande y Poroshenko, quienes nunca tuvieron intención de aplicar los acuerdos de Minsk I y II y mientras hablaban de paz rearmaban al régimen de Zelenski. También sabemos que la actitud belicosa de Reino Unido no es por un afán de defender la democracia ucraniana, sino para asegurarse de que las inversiones realizadas por el ejecutivo londinense, pagando o avalando parte de la deuda de Kiev, reviertan posteriormente en beneficios para las clases dirigentes de ese país.

A medida que se adivina el inevitable desenlace –la derrota de Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea–, las contradicciones dentro de Occidente se hacen cada vez más evidentes. El varapalo sufrido por la UE en la conferencia de paz de Munich cuando vimos a su presidente, Christoph Heusgen, llorar, posiblemente de impotencia, y el ninguneo del vicepresidente Vance hacia los políticos europeos demostraron el escaso o nulo peso de la UE en el concierto internacional.

En estos tres años ninguno de los objetivos pretendidos por la OTAN/UE se han cumplido: ni se podido debilitar a Rusia, ni se ha conseguido aislarla diplomáticamente, ni se ha podido hundir su economía. Por el contrario, la obsesión rusofóbica de los dirigentes de la UE y la incapacidad de la administración Biden han facilitado el fortalecimiento de una nueva alianza global con China. La guerra en Ucrania se muestra como un revés estratégico para Occidente; no solo ha fracasado en sus propósitos, sino que finalmente ha debido aceptar las condiciones impuestas por Moscú.

El presidente Donald Trump ha reconocido públicamente que Estados Unidos y la OTAN han perdido la guerra. Incluso el secretario de Defensa estadounidense ha admitido que Ucrania no tiene posibilidad de recuperar las fronteras de 2014, lo que confirma que el conflicto no comenzó en 2022, como se ha insistido en la narrativa occidental, sino en 2014, con el golpe de Estado del Maidán. Ante este panorama, Washington ha comenzado a ceder en dos de las cuatro condiciones clave de Rusia: el reconocimiento de Crimea y las cuatro provincias anexionadas, así como la detención de la expansión de la OTAN en la región. La reducción del presupuesto militar del Pentágono que está abordando la nueva administración republicana conducirá tal vez a la retirada de tropas norteamericanos del continente. Todo está sobre la mesa.

Trump intenta forzar un alto el fuego rápido en la actual línea de contacto. Desea cerrar un acuerdo que le permita utilizarlo como moneda de cambio en futuras negociaciones con Moscú. Sin embargo, el tiempo juega a favor de Rusia. Cuanto más se prolongue la guerra, más territorio quedará bajo su control, menos efectivos tendrá el ejército ucraniano y más sólida será la posición de Putin. La desmoralización de las fuerzas ucranianas ha permitido avances rusos sin una resistencia significativa, lo que hace improbable un cese de las hostilidades en el corto plazo. De hecho, lo más probable es que la ofensiva rusa se intensifique. Por otra parte una de las condiciones impuestas por Rusia será en un futuro la negociación con otros dirigentes de Ucrania nacidos de la convocatoria electoral de finales de octubre donde se renovaría el liderazgo en Ucrania.

Trump ha dejado claro que no respaldará la entrada de Ucrania en la OTAN ni enviará tropas estadounidenses para apoyar a Kiev. Como resultado, la carga económica y militar recae completamente en la Unión Europea, que ya ha asumido parte del costo del conflicto y ahora debe afrontar la reconstrucción de un Estado en colapso. Mientras, Europa está sufriendo las consecuencias de los aranceles impuestos por Trump y la compra de energía a precios desorbitados tras romper sus lazos con Rusia. Ahora se enfrenta a la necesidad de sostener financieramente a Ucrania, cuando en realidad debería concentrarse en su propia recuperación económica.

Ucrania, entretanto, se ha convertido en un Estado fallido. Con una población en éxodo y sin un censo oficial en décadas, es imposible determinar cuántos ciudadanos siguen en el país. En Kiev persiste un régimen que persigue a la Iglesia Ortodoxa, prohíbe 11 partidos políticos y ha instaurado un sistema de gobierno autoritario. La incertidumbre sobre el futuro político de Ucrania y su posible adhesión a la UE sigue aumentando, y cada vez parece más improbable que este proceso llegue a concretarse. En Kiev hay música de entierro, la visita de Zelenski a Arabia Saudita y Turquía tiene como objetivo negociar y poner a salvo las fortunas personales del propio presidente y la de de sus secuaces. No ha ido a negociar nada con nadie sino a asegurar su supervivencia financiera.

EUROPA: UNA POTENCIA RELEGADA Y SIN INFLUENCIA

Europa ha sido marginada de las decisiones clave en el conflicto. La reciente llamada entre Trump y Putin, la reunión en Riad entre altos funcionarios del gobierno estadounidense y rusos marginando a Ucrania y Europa ha generado pánico en las capitales europeas. Incapaces de adaptarse al nuevo escenario, los líderes europeos siguen repitiendo mecánicamente los mismos discursos del pasado sin asumir que su papel es irrelevante.

En la Conferencia de Seguridad de Múnich los dirigentes europeos evidenciaron su frustración. El secretario de Defensa británico, John Healey, insistió en que no se podían llevar a cabo negociaciones de paz sin Ucrania: no aceptan que Kiev ya no tiene poder de decisión, si alguna vez lo tuvo, sobre su propio futuro. En la misma línea, el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, lamentó las “concesiones” de Trump a Rusia y pidió continuar discutiendo la adhesión de Ucrania a la OTAN. Por su parte, la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, afirmó que la paz debía incluir a Europa y Ucrania, mientras que el primer ministro polaco, Donald Tusk, reiteró la necesidad de cooperación transatlántica para alcanzar la paz.

No obstante, todas estas declaraciones solo evidencian la debilidad de Europa. Estados Unidos ha gastado miles de millones de dólares en el conflicto y ahora busca resarcirse. En Múnich el gobierno de Trump puso sobre la mesa el documento por el cual Ucrania cedía el 50% de sus riquezas a Norteamérica, su acreedor. La parte ucraniana sólo tuvo una hora para leerlo, estudiarlo y aceptarlo. Washington pretende recuperar 500.000 millones, mientras que la UE ya ha desembolsado 124.000 millones (que se sepa) sin obtener nada a cambio. Y lo peor aún está por venir: Bloomberg Economics estima que el costo de mantener y reconstruir Ucrania ascenderá a 3,1 billones de dólares en la próxima década.

Europa simplemente no puede sostener esta guerra, ya que carece de los recursos económicos y militares para hacerlo. También carece de la necesaria unidad de acción y resolución política. La desunión europea está en marcha.

Mientras Washington decide poner fin al conflicto, la UE debe afrontar las consecuencias económicas de haber sido utilizada como un mero instrumento en la estrategia contra Rusia. La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, ya ha comenzado a allanar el camino para incrementar el endeudamiento de los países europeos con el fin de financiar tanto el rearme militar como la reconstrucción de Ucrania. Sin embargo, esta medida solo conducirá a un mayor deterioro económico y a una crisis estructural dentro del bloque. La reunión en París convocada por el presidente francés Macron ha revelado las enormes fisuras que se han instalado en el interior de la UE. Grietas que se verán amplificadas en una institución que pierde legitimidad en la medida que introduce castigos en forma de impuestos desorbitados a su propia población y que por otra parte muestra “tics” profundamente antidemocráticos como se ha demostrado con la anulación de las elecciones en Rumanía.

EL FUTURO: UN NUEVO OBJETIVO EN LA MIRA

Con el conflicto en Ucrania acercándose a su desenlace, Estados Unidos y sus aliados han comenzado a redirigir su estrategia hacia un nuevo objetivo: China. Para mantener su hegemonía global, Washington necesita debilitar a sus principales competidores económicos y tecnológicos.

Dentro de esta estrategia, se busca neutralizar a Corea del Sur, y a Taiwán, cuyas industrias de alta tecnología representan una amenaza para la supremacía estadounidense en semiconductores y electrónica avanzada.

Japón, por su parte, deberá ser contenido para evitar que su sector manufacturero siga expandiéndose. Sin embargo, el gran rival a vencer es China, y todo apunta a que en los próximos años la presión sobre Pekín se intensificará con sanciones económicas, restricciones tecnológicas y un aumento de la presencia militar estadounidense en el Indo-Pacífico.

Paralelamente, América Latina se convertirá en un foco de interés geopolítico, ya que sus recursos naturales y mercados emergentes son estratégicos para la competencia global. Washington intentará reforzará su control sobre la región, evitando que sus gobiernos se alineen con China y Rusia.

Cuando la guerra en Ucrania entre en vías de solución –tampoco será pronto– y con una Europa debilitada, el foco se traslada a Asia y América Latina. Mientras tanto, la UE observa impotente cómo su papel en la escena global se reduce a financiar con deuda pública y más recortes una guerra que no pudo ganar. El mundo ha cambiado y el antiguo sistema se desmorona. Un nuevo equilibrio de poder está emergiendo: este es el inicio de una nueva era.

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PÁNICO EN UCRANIA: TRUMP SENTENCIA A ZELENSKI. EUROPA UK ENVIARÁN TROPAS...

jueves, 20 de febrero de 2025

La larga crisis de la UE

 

¿Por qué las clases dirigentes europeas se han convertido en entusiastas de una estrategia político-militar que perjudica gravemente sus países? He ahí un misterio que Monereo analiza en profundidad. El futuro pinta mal.

TOPOEXPRESS

La larga crisis de la UE

Manolo Monereo

El Viejo Topo

20 febrero, 2025 



LA LARGA CRISIS DE LA UNIÓN EUROPEA: EL FRACASO DE LA SOLUCIÓN POLÍTICO MILITAR

Los tiempos son difíciles, los que se avecinan serán aún peores. Habría que exigir hablar con claridad y evitar el lenguaje falsario. La voladura, el 26 de septiembre de 2022, del Nord Stream 1 y el Nord Stream 2 puso fin a cualquier debate serio sobre la supuesta autonomía estratégica de la Unión Europea y mostró hasta qué punto está sometida a la lógica de poder y a los intereses estratégicos de los EEUU. El Presidente Biden se lo dijo, en vivo y en directo, al canciller Olaf Sholz: Alemania tiene que suspender inmediatamente las obras del gaseoducto Nord Stream 2 y dejar de recibir gas y petróleo de Rusia. Unos meses después –en pleno conflicto armado en Ucrania– ambos gaseoductos fueron dinamitados.

Todos sabemos quién estaba por delante y quién estaba por detrás; tampoco se oculta demasiado, solo silencio y bulos que, dependiendo de los días, señalan pistas falsas para eludir la responsabilidad de los “primos americanos”, como diría John Le Carré. La vejación no pudo ser mayor: aliados de la OTAN sabotean una construcción estratégica, vital, de Alemania y no pasa nada. Es más, nadie denuncia, nadie investiga en serio, nadie dimite y, lo que es peor, el alineamiento del país germánico, del conjunto de la UE con la Administración Biden se hizo más estrecho, más férreo. Dicho a lo Vito Corleone: le hicieron una oferta que no pudieron rechazar. Este dato pone de manifiesto la determinación, la importancia decisiva que la guerra programada contra Rusia tenía para los EEUU y la necesidad imperiosa de contar con unos aliados europeos disciplinados y comprometidos, costara lo que costara. Lo que no esperaban era que Trump volviera a ganar las elecciones y que el escenario pudiese cambiar tan rápidamente. Es el problema de ser aliado subalterno de una gran potencia en declive y en plena mutación política, social y cultural. Ahora toca rasgarse las vestiduras, denunciar la ingratitud del malvado Trump e ir recomponiendo la figura para lo que viene, a saber: cambiar de opinión sin que se note mucho.

La pregunta hay que hacerla:

¿Por qué las clases dirigentes de los países de la UE se han convertido en actores entusiastas y fervorosos de una estrategia político-militar que perjudica gravemente su economía, la hace comercial y tecnológicamente más dependiente y la convierte de nuevo en zona de guerra, campo de batalla entre dos grandes potencias?

Una primera respuesta pondría el acento en que, una vez más, las cosas no han salido como se esperaba. La idea era someter a Rusia a una guerra de desgaste comercial, financiera y militar que provocara una crisis económica especialmente grave, malestar social, división del equipo dirigente y la caída de Putin. Lo que se puede decir, a tres años del comienzo de la intervención militar rusa, es que el plan no ha funcionado y que el consenso en torno a Putin se ha hecho más fuerte y sólido. La economía rusa crece por encima de la media europea; su política de sustitución de importaciones está siendo exitosa; su complejo militar, científico e industrial se desarrolla eficazmente y la producción de materias primas vegetales y minerales tienen un dinamismo difícil de negar. Es más, Europa hoy sigue dependiendo del gas y del petróleo ruso a pesar de los esfuerzos de los norteamericanos.

Lo más notable es que en el frente militar la situación de las fuerzas ucranianas es extremadamente difícil y que la guerra se decanta en favor de las fuerzas armadas rusas. Si se ahonda un poco aparece siempre, siempre, el desprecio de las elites europeas a una Rusia bárbara, atrasada e insoportable tapón geopolítico. Los dirigentes polacos lo dicen cada día: no debería existir un Estado así. En esto no hay que equivocarse, los planificadores de la OTAN sabían perfectamente que Ucrania nunca ganaría esta guerra; simplemente, sería el instrumento (pondrían los muertos y las riquezas del país) para infligir una derrota estratégica a la potencia euroasiática y debilitar a China, que era el verdadero objetivo del viejo equipo de Hillary Clinton, del que formaba parte Biden.

Una segunda respuesta daría prioridad a la historia, a lo que podríamos llamar la “venganza de la historia”. Lo políticamente correcto lo contamina todo e impide ver y contar lo que tenemos delante de nuestros ojos. Si se observa con cierta atención la sofisticada política de alianzas de los EEUU, se verá cómo esta se organiza en círculos concéntricos. Primero, el anglosajón, con el Reino Unido y Australia en el núcleo duro. Es el AUKUS, al que siempre hay que añadir a Nueva Zelanda. El segundo, lo componen los tres protectorados político-militares de los EEUU, Estados militarmente ocupados, nuclearizados y estructuralmente alineados con los intereses estratégicos de la Administración norteamericana. Nos referimos a Alemania, Japón y Corea del Sur, y, en muchos sentidos, Italia. Es decir, países con soberanía limitada, imposibilitados para definir sus prioridades nacionales y obligados a externalizar su política de seguridad y defensa. Habría un tercero y hasta un cuarto círculo. En el centro de todo, la OTAN y su control sobre la península europea.

La historia cuenta. Las élites europeas llevan años intentando vivir al margen de ella, como si los Estados, las naciones y pueblos fuesen el obstáculo fundamental para la construcción de una Europa con voluntad de superpotencia. Que el Estado dominante europeo sea un protectorado político-militar de EEUU dice mucho sobre el tipo de Unión que se ha ido definiendo en estos años. El Tratado de Maastricht fue la señal de un cambio decisivo en la correlación de fuerzas, marcado por tres hechos: la unidad alemana, la desintegración de la Unión Soviética y la ampliación acelerada hacia el Este de la Unión. La “nueva Europa” que surgía se incorporaba al Nuevo Orden Internacional dictado por la potencia vencedora (EEUU) y constitucionalizaba el neoliberalismo como fundamento de su construcción, con el euro como objetivo. OTAN y ampliación hacia el Este se complementaban funcionalmente definiendo espacios y cercando a Rusia. Primero, los países del antiguo Pacto de Varsovia y luego, las antiguas repúblicas soviéticas: Ucrania, Georgia, Moldavia. La UE y los EEUU siempre fueron de la mano. La estrategia, la misma en todas partes, a saber, promover la oposición a Rusia, organizar a las fuerzas nacionalistas y crear una línea de demarcación de masas entre supuestos europeístas y los partidarios de un Moscú siempre al acecho.

La implicación euroamericana y atlantista para ir sitiando a Rusia es conocida y cada vez más documentada. Los “papeles” que vamos conociendo de la USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) dan pistas sobre los dispositivos empleados por las agencias de inteligencia y demás organismos especializados en la desinformación, “Revoluciones Coloreadas”, impulso de las oposiciones nacionalistas y pro UE. Todo ello financiado con generosidad a través de ONGs creadas al efecto. Se dirá que los “otros” hacen lo mismo, es verdad, pero habría que reconocer que hay una asimetría de recursos, medios y coberturas mediáticas notable, sobre todo, cuando la UE y los EEUU trabajan al unísono. El dato más sobresaliente, a mi juicio, es la promoción de nuevas élites políticas formadas en Occidente, fervientes partidarias del atlantismo, desnacionalizadas e intercambiables entre sí. Estas agencias e instituciones no paran nunca, siempre han estado ahí: contra la URRS, contra Yeltsin /Primakov, contra Putin.

Está siendo duro, muy duro, para las élites europeas, para los publicistas que han justificado hasta la saciedad las políticas atlantistas y que ahora se muestran comprensivos ante las “masacres” (la palabra genocidio está prohibida) perpetradas por las fuerzas armadas israelitas contra la población palestina, adaptarse a la nueva administración norteamericana. Las instituciones europeas, sus representantes más caracterizados se han ido convirtiendo en el ala más belicista de la coalición internacional contra Rusia. Conforme más se acercaba el momento de la toma de posesión de Trump más fuertemente han reivindicado la continuidad de la guerra y el apoyo a un Zelenski en sus horas más bajas. Cegados por el mito americano, no quisieron entender que algo grave y hondo estaba pasando en la sociedad estadounidense; que la reelección en diferido de una persona como Trump era la señal de una reacción política que viene de lejos y que, con él y sin él, cambiará sustancialmente las relaciones del Estado norteamericano con aliados, adversarios y enemigos. Lo advirtió Kissinger: ser enemigo de EEUU es peligroso; ser amigo puede ser fatal.

Cuando uno lo fía todo al servicio de una gran potencia, debe saber que eso tiene sus costes y uno de ellos, frecuente por lo demás, es que suelen cambiar de prioridades y de clase dirigente. Von der Layen, Borrell, Sánchez, Scholz, Macron tienen ahora la ingrata tarea de recomponer la figura y volver a un discurso aceptable para la nueva administración norteamericana. Ahora toca rasgarse las vestiduras y gritar.

Hay un tema que vuelve y que ilumina mucho la realidad política europea. Me refiero al retorno cada vez más evidente de los Estados nacionales. El discurso dominante se ha ido convirtiendo en un sentido común políticamente construido: para sobrevivir en un mundo globalizado hace falta ceder soberanía a la Unión Europea. Se insinuaba que las competencias que se perdían por “abajo” se recuperarían por “arriba” en la larga marcha hacia los Estados Unidos de Europa, una nueva superpotencia, un “imperio-jardín” liberal, que tenía que vérselas con una “jungla” internacional donde imperaba el Estado de naturaleza. ¿Qué competencias se cedieron? La política monetaria y, derivadamente, la política fiscal, el control y la regulación de los mercados (es decir, de los grandes poderes económicos, empezando por los financieros), las políticas comerciales… ¿Se recuperaron por arriba? Solo aquellas que cuidadosa y sistemáticamente desmantelaban el Estado Social y lo hacían económica y financieramente inviable.

Lo que consiguió esta estrategia “hayekiana” de integración europea fue desconectar “cuestión social” de la “cuestión democrática”, imponiendo –era lo fundamental– un conjunto de políticas neoliberales obligatorias para cada uno de los Estados individualmente considerados. Las democracias, autodefinidas como socialmente avanzadas, sólo decidían cómo se aplicaban las directivas que venían de la cúpula de la Unión o los márgenes (siempre estrechos) para otras políticas que respondieran a las demandas de una ciudadanía cada vez más indignada. Dicho de otra forma, la soberanía popular perdió poder real, la democracia como deliberación/elección entre distintos modelos socio-económicos se limitó estructuralmente, la diferenciación derecha/izquierda se fue diluyendo como definición entre clases e intereses sociales contrapuestos y lo que fue quedando es un espacio político-cultural cada vez más colonizado por la cultura dominante neoliberal; donde la derecha era cada vez más de extrema derecha y la izquierda, débil y sin proyecto, se posicionaba en función de ella y en los márgenes particularistas e identitarios permitidos por los que mandan.

Las consecuencias se conocen desde hace mucho tiempo. Wolfgang Streeck, Sergio Cesaratto y yo mismo, venimos hablado de “momento Polanyi” desde hace más de una década. La contraposición entre una coalición globalista de ganadores y una mayoría social y territorial que la soporta y la sufre, se hace más aguda, más visible. El dato más significativo es que estos sectores populares, insisto, mayoritarios, han sido abandonados por las izquierdas y han terminado por caer baja la influencia de las fuerzas populistas de derecha en nombre, tremenda paradoja, de un soberanismo sin pueblo y sin Estado. La vida política y cultural se polariza y degrada; la desigualdad y la involución social se acentúa, los grandes poderes económicos determinan la agenda política y se imponen en una esfera pública uniformizada y de espaldas a las demandas populares.

Una clase política cada vez más cerrada, políticamente homogénea y dependiente de los que toman las decisiones fundamentales al margen de la soberanía popular. Las élites políticas se han ido convertido en “funcionarios del capital”, en agentes de las grandes empresas financieras-empresariales, de los grandes fondos de inversión; dedicados a la vieja tarea de mandar; especializados en el arte de legitimar y hacer pasar como buenas políticas que perjudican a las mayorías sociales, a los jóvenes, a los mayores, eso sí, siempre con la ayuda directa de la industria de manipulación de las consciencias, en manos de una estrecha coalición de grandes bancos y empresas.

Estas clases dirigentes han construido una Unión Europea funcional y conscientemente dependiente de los intereses estratégicos norteamericanos. No son capaces de concebir otra Europa posible, dotada de capacidades para definir autónomamente sus prioridades, en un mundo, además, que cambia aceleradamente. Basta ver, hace unos días, al Presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich, Christoph Heusgen, quejarse amargamente y llorar –sí, llorar en público– ante el cambio de prioridades de la nueva Administración norteamericana. Se trata de algo más que servidumbre voluntaria, es una clara y nítida cooptación por la potencia imperial. ¿Dónde está lo nuevo? ¿El dato fundamental? Que las políticas de Trump ponen de manifiesto el carácter subalterno de estas élites; el papel central de la OTAN en la definición de la política exterior y de defensa europeas y, sobre todo, la naturaleza real de las estructuras de poder de la Unión.

La crisis de la Unión Europea seguía estando ahí, al menos desde el 2008, latente unas veces, abiertas otras. El conflicto ucraniano ofrecía una posibilidad y fue aprovechada: unirse, fortalecerse frente a un enemigo creíble: Putin. Los viejos atavismos culturales frente al mundo eslavo-asiático, el recuerdo de la sombra amenazante de la URSS, la reconstrucción acelerada de un poder ruso y, lo peor, que trenzaba alianzas cada vez más estrechas con China e Irán, generaban las condiciones para justificar un nuevo impulso en la integración de la UE, esta vez basada en las políticas de seguridad, de defensa. La situación era propicia. Las mayorías sociales habían venido interiorizando inseguridad, miedo, temor al futuro. La pandemia agravó aún más viejos problemas relacionados con la precariedad, los recortes sociales, el incremento de las desigualdades y la inseguridad cultural. El miedo se ha ido convirtiendo en una segunda piel.

La maniobra ha sido, hay que reconocerlo, de grandes dimensiones: desplazar la atención de los problemas sociales, económicos y culturales creados por las políticas neoliberales impulsadas, precisamente, por la Unión Europea, hacia el enemigo externo; transformar las demandas de orden, justicia, seguridad de las poblaciones en miedo organizado y dirigido, concretado en un mal absoluto (Rusia) que pone en peligro nuestros derechos, libertades, nuestras vidas. El discurso es disciplinario: demoniza al crítico y criminaliza al disidente. No hay debate posible: o se está con el bien (Occidente) o se está con el mal (la Rusia de Putin). Biden fue la gran oportunidad. Derrotado, por poco, pero derrotado (¡por fin!) el primer Trump, llegaba un nuevo Presidente con las ideas claras: defender el Orden Internacional y sus normas; fortalecer la OTAN y propiciar el alineamiento férreo de los aliados europeos. La historia es conocida. Ahora, de nuevo, Trump. Lo dicho, toca resituarse, crear un nuevo relato y ver cómo, poco a poco, una clase política es sustituida por otra más cercana a la nueva Administración norteamericana. En los imperios pasan estas cosas.

Hay un debate de fondo siempre eludido, impensable, prohibido: ¿Coinciden los intereses estratégicos de Europa con los de Estados Unidos? Para clarificar aún más esta cuestión, habría que plantear una segunda pregunta: ¿cuál será el papel de Europa en el Nuevo Orden Internacional Multipolar?  ¿Tendrá alguno? ¿El que decidan los EEUU? El perspicaz lector habrá observado que hablo de Europa y no de la Unión Europea. No las confundo. La UE es un modo, a mi juicio fracasado, de construir Europa desde los intereses de los grandes poderes económicos, y subalterna a los EEUU. Pensar y construir una Europa europea, exigiría un cambio de orientación fundamental, otras prioridades económicas, políticas, sociales y, lo fundamental, unas nuevas clases dirigentes comprometidas con la justicia social, la democracia sustancial, la paz y la solidaridad internacional.

Termino como comencé, citando al viejo socialdemócrata alemán:

“Si queremos una Europa pacífica y mantenernos al margen de los conflictos entre las potencias nucleares, necesitamos la liberación de Europa de la tutela militar de los Estados Unidos mediante una política europea independiente de seguridad y defensa. Este objetivo debería ser nuestra máxima prioridad”

Oskar Lafontaine escribió esto hace algo más de dos años. Ahora, es mucho más urgente tener en cuenta sus reflexiones. Aparentemente, sus argumentos pueden parecer similares o parecidos a otros que políticos y publicistas despechados gritan hoy entre lágrimas. No hay que confundirse. Si Europa quiere ser un sujeto activo, independiente y con autonomía política en el Nuevo Orden Internacional en gestación, debe comenzar por apostar por un tratado de paz, cooperación y desarrollo con Rusia, como condición para definir soberanamente sus prioridades estratégicas. Todo lo demás es seguir siendo protectorado político-militar estadounidense. En palabras de Chevènement: Europa habría salido ya de la historia.

El debate no ha hecho otra cosa que empezar. Continuará.

FuenteNortes

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