Sentimos repetirnos,
pero estamos de acuerdo con estas conclusiones de Mario Lombardo. Son puro
sentido común, en absoluto dogmáticas ni hiper-ideologizadas. Por eso asombra
que no las atisben en la cúpula de la UE.
TOPOEXPRESS
En torno a Ucrania
Por Mario
Lombardo
El Viejo Topo
14 noviembre,
2025
La inminente
amenaza del posible colapso definitivo de las líneas de defensa ucranianas en
el frente del Donbás está
generando una amarga reflexión en Europa sobre los desastrosos efectos de las
políticas de apoyo incondicional al régimen de Zelensky, implementadas desde
febrero de 2022. Sin embargo, las soluciones que se barajan no sugieren un
cambio de actitud ni una rectificación para al menos salvar lo que pueda, sino
que, por el contrario, prevén una intensificación de los esfuerzos para
alcanzar objetivos económicos y estratégicos inalcanzables. Este autoengaño y
la persistencia de tendencias autodestructivas, no obstante, solo sorprenden
superficialmente. Si la clase dirigente europea actual hubiera poseído un
mínimo de pensamiento racional e independiente, el viejo continente no se
encontraría en la senda del declive y la irrelevancia.
Entre los
análisis más alarmantes que han aparecido recientemente en los medios se
encuentra el publicado esta semana por la red paneuropea Euractiv.
Este medio multilingüe describe la situación económica europea como «horrible»,
antes de enumerar una serie de problemas de larga data que lastran el futuro de
la Unión. En términos generales, el artículo destaca algunas de las causas
inmediatas del estancamiento, la pérdida de poder adquisitivo y el vertiginoso
aumento de la deuda. Sin embargo, la razón subyacente de este declive se oculta
entre líneas o se encubre deliberadamente. En otras palabras, en ningún momento
se menciona una aventura, como la de Ucrania, lanzada intencionadamente para
provocar una reacción de Rusia que brindara la oportunidad de debilitar y, en
el peor de los casos, destruir a este país, permitiendo así que Estados Unidos
y Europa neutralicen la «amenaza» a su hegemonía y controlen su riqueza.
El fiasco
histórico que enfrenta Occidente en Ucrania lo está pagando en gran medida
Europa, y todo indica que lo peor está por venir. Sobre todo porque no hay ni
rastro en Bruselas, ni en Berlín ni en París, de una posible reconsideración o
un retorno a decisiones racionales en materia política, económica y
energética. Euractiv describe así una Europa marcada por un
crecimiento económico «terriblemente lento», una demanda «alarmantemente débil»
y una inversión extranjera en su nivel más bajo en nueve años. La lista no
termina ahí. Las empresas también se ven lastradas por los altísimos costes
energéticos, así como por los aranceles estadounidenses y la feroz competencia
china.
El problema
fundamental que el autor de ese artículo parece pasar por alto es, por
supuesto, la guerra en Ucrania, provocada no por Rusia, sino por Occidente y la
OTAN en su avance hacia el este, así como por el trato dado a la minoría
rusoparlante en el antiguo país soviético tras el Maidán. Estas decisiones
también tienen consecuencias políticas y, sobre todo, económicas. Tras el
inicio de la invasión rusa, recibida con fingida indignación en Europa y
Washington, Bruselas puso en marcha iniciativas que sentaron las bases para la
quiebra del proyecto europeo y de las economías de los Estados miembros. Estas
iniciativas se manifestaron principalmente de tres maneras: paquetes de
(auto)sanciones dirigidas nominalmente contra Moscú, la ayuda multimillonaria
sin precedentes al régimen de Kiev y, quizá lo más grave, la drástica
reducción, con la perspectiva de su desaparición, del suministro de gas y
petróleo ruso.
Estas medidas
fueron doblemente perjudiciales, no solo porque impusieron una carga
insostenible a la economía europea y a los ingresos de sus habitantes, sino
también porque se basaron en el engaño y la mentira; es decir, se presentaron
como necesarias para combatir un ataque brutal e injustificado contra un país
inocente y un modelo de democracia. La interrupción autoinfligida del
suministro de energía a bajo coste gracias a los productos rusos representó,
por tanto, la eliminación del elemento fundamental de la competitividad de la
industria europea. Una autoempoderamiento que también se produjo mediante actos
objetivamente terroristas, como la explosión que destruyó el gasoducto Nord Stream en
septiembre de 2022, a manos de fuerzas ucranianas, polacas o estadounidenses,
según las versiones más o menos oficiales de la investigación.
Las cifras que
ilustran la situación actual nos ayudan a comprender la locura colectiva que ha
permeado a la clase dirigente europea durante casi cuatro años, con muy pocas
excepciones. El gasto militar europeo solo para Ucrania asciende hasta ahora a
aproximadamente 180.000 millones de euros. Esta cifra carece prácticamente de
precedentes, especialmente para un proyecto fallido que resultó en la
destrucción de arsenales enteros y, peor aún, en la muerte de generaciones
enteras de ucranianos. Este despilfarro, sin embargo, no alcanza a reflejar la
catástrofe autoinfligida de figuras como Macron, Scholz, Merz, Tusk, Starmer,
Von den Leyen y muchos otros. Según algunas estimaciones, si sumamos la «ayuda»
prestada a Kiev a las pérdidas económicas y otros gastos directamente
relacionados con la tragedia ucraniana, Europa ha asumido hasta ahora un coste
total de alrededor de 700.000 millones de euros. Esta cifra absurda ni siquiera
incluye el precio adicional que han pagado particulares y empresas tras la
interrupción del suministro de gas y petróleo rusos.
La conducta de
los líderes europeos en los últimos años ha sido, por lo tanto, sencillamente
criminal, aunque ninguno de los responsables vaya a rendir cuentas jamás. De
hecho, lo que se está gestando es una aceleración de las políticas
militaristas, que drenan aún más los recursos públicos de los programas de
bienestar social hacia la compra de armamento. La razón: la histórica derrota
en la guerra infligida directamente a Rusia y la drástica reducción del papel
global de Europa. Todo esto, por supuesto, se presenta como una necesidad
absoluta para hacer frente a la (inexistente) amenaza militar de Moscú.
Hablando de
criminalidad, la clase dirigente europea también ha emprendido otras
iniciativas flagrantemente ilegales en un intento desesperado por evitar o
retrasar el enfrentamiento en Ucrania. La más evidente es la apropiación de
fondos rusos congelados en Europa, mediante una medida igualmente ilegítima,
tras el inicio de las operaciones militares en febrero de 2022. Estos fondos
ascienden a más de 200.000 millones de euros depositados en el banco
belga Euroclear, del
cual Bruselas ya ha extraído ilegalmente solo los intereses. El agujero negro
ucraniano requiere cada vez más ingentes cantidades de fondos para evitar el
colapso del Estado y las fuerzas armadas, pero la situación financiera europea
es ahora insostenible, lo que convierte a los fondos rusos en el principal
objetivo para abrir una nueva línea de crédito a
Kiev.
Lo que se
necesita es «solo» un instrumento creado específicamente para transformar un
robo en una operación aparentemente legal. Existen profundas divisiones dentro
de la UE entre los gobiernos que impulsan esta apropiación directa y otros que
aconsejan cautela dadas las implicaciones legales, las represalias rusas y el
daño a la credibilidad de Europa. Podría tomarse una decisión final el próximo
diciembre, pero las consecuencias de una posible o real violación del derecho
internacional por parte de Europa han tenido desde hace tiempo consecuencias
desastrosas.
Al menos, esto
es lo que se deduce de los datos sobre inversiones extranjeras en Europa,
citados en el artículo de Euractiv mencionado anteriormente,
que pone de relieve una creciente desconfianza hacia el viejo continente. Esta
desconfianza se alimenta no solo de la amenaza de que diversas inversiones y
activos puedan ser confiscados de facto en cualquier momento por las autoridades
europeas sin respetar la ley, sino también de la pérdida de competitividad del
sistema europeo y del astronómico coste de la energía. Un estudio publicado el
pasado mayo por EY reveló
que la inversión extranjera directa (IED) disminuyó por segundo año consecutivo
en 2024, alcanzando su nivel más bajo en nueve años. Evidentemente, esta
tendencia no se revertirá si Europa procede con la confiscación de facto de los
fondos rusos congelados.
Los precios de
la energía también subirán tras la decisión de Bruselas el mes pasado de
prohibir por completo las importaciones de gas y petróleo rusos a partir del 1
de enero de 2028. Esta medida también infringió las normas, ya que, mediante
una maniobra pseudolegal, se eliminó el requisito de unanimidad en favor de la
mayoría cualificada. Esta maniobra neutralizó la firme oposición de países como
Hungría y Eslovaquia.
La apoteosis de
la clase dirigente europea alcanzó su punto álgido en la gestión de las
relaciones transatlánticas tras el regreso de Trump a la Casa Blanca. El hecho
más curioso se relaciona con otro factor citado en el artículo de
Euractiv como obstáculo para el crecimiento económico del continente:
los aranceles impuestos por Trump a los productos europeos. Europa acabó
aceptando los dictados de la Casa Blanca, perjudicando a sus empresas
exportadoras en un intento de mantener a la administración republicana
vinculada al proyecto ucraniano.
Más allá de
simplemente negarse a negociar la reducción o eliminación de aranceles,
Europa accedió a importar gas estadounidense a precios exorbitantes, con la esperanza
de que Trump mantuviera la misma postura que su predecesor respecto a la guerra
contra Rusia. El resultado, sin embargo, fue otro desastre. El presidente
estadounidense ignoró repetidamente a Bruselas en las negociaciones con Moscú
y, finalmente, decidió no suspender por completo la transferencia de armas a
Kiev solo con la condición de que Europa asumiera los costos, obligándola así a
cometer otro suicidio político: comprar a productores estadounidenses lo que
necesita para intentar mantener a flote el régimen de Zelensky.
Fuente: Altrenotizie

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