Fuerzas del cambio
Vientosur
31 JULIO 2021
El alcance de la ruptura con el neoliberalismo
iniciada por la administración Biden dependerá tanto del desarrollo de la
política de Washington como del impacto de las movilizaciones por abajo. Sin
embargo, en el fondo, fuerzas impersonales seguirán afectando a la metamorfosis
del capitalismo a través de sus sucesivas etapas. Es a partir de estas
limitaciones y oportunidades estructurales como se construye el tejido de la
coyuntura actual. ¿Qué puede decirnos la economía política contemporánea sobre
ellas? Más allá de la esfera del pensamiento liberal dominante, una serie de
contribuciones teóricas recientes han intentado diagnosticar el momento actual
situándolo en los ritmos a largo plazo del desarrollo capitalista. Ofrecen una
nueva luz, si no una llave mágica, para entender el cambio sistémico que
representa la política de Biden.
Estas fuerzas de cambio
son ignoradas habitualmente por los economistas liberales. El intercambio de
mercado se considera una esfera de actividad que depende únicamente de sí
misma; la intervención colectiva consciente no debe interferir con la mano
invisible o el orden espontáneo. Sin embargo, cada vez está más claro que esta
fe en el ajuste autoequilibrado del mercado no puede proporcionar una teoría
general del rápido cambio socioeconómico, ni una explicación específica de
nuestras actuales turbulencias políticas. Reconociendo esta limitación, The
Economist rechazó recientemente los modelos de equilibrio neoclásico y
el instrumentalismo friedmaniano a favor de la economía evolutiva, que
"trata de explicar los fenómenos del mundo real como el resultado de un
proceso de cambio continuo". “El pasado informa al presente",
manifestó. “Las decisiones económicas se toman dentro de contextos históricos,
culturales e institucionales, y se basan en ellos".
Esta intervención
muestra el debilitamiento de la economía neoclásica en el conjunto de la
profesión. Sin embargo, el esquema evolutivo conserva una profunda lealtad a la
ideología burguesa, basada en la creencia de que Natura non facit
saltum, la naturaleza no da saltos. Para esta escuela de
pensamiento, la evolución es siempre gradual. Puede haber excepciones prácticas
a esta regla, como cuando los neoliberales abrazan la terapia de choque para
desmantelar los restos del antinatural orden socialista en
Europa del Este, o lanzan una revolución contra el modelo social francés al
estilo de Emmanuel Macron. Pero este voluntarismo oportunista se basa en el
presupuesto de las virtudes transhistóricas del mercado; no se apoya en una
teoría de los períodos de la historia capitalista, ni en una explicación de sus
puntos de inflexión más allá de los argumentos ad hoc.
Hace cuatro décadas,
John Elliott escribió en Quarter Journal of Economics que, a
pesar de sus compromisos ideológicos opuestos, Marx y Schumpeter coincidían en
las tres características más destacadas de la dinámica evolutiva del
capitalismo: "Proviene del interior del sistema económico y no es una mera
adaptación a los cambios exógenos. Se produce de forma discontinua y no con
facilidad. Aporta cambios cualitativos o revoluciones, que
desplazan fundamentalmente los antiguos equilibrios y crean condiciones
radicalmente nuevas". Pierre Dockès delineó esta perspectiva cambiante en
su monumental obra, Le Capitalisme et ses rythmes (2017):
"la mutación no afecta a un aspecto o a un carácter del orden productivo,
sino al propio sistema: un cambio de estado. A partir de un cierto umbral, se
da una mutación: el cambio cuantitativo de los elementos cristaliza en un
cambio cualitativo del estado del sistema".
Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿Qué impulsa
esta mutación y cómo se cristaliza exactamente? Más concretamente, ¿qué
tendencias a largo plazo están empujando la actual mutación más allá del
neoliberalismo?
Para aclarar estas cuestiones, podemos recurrir en
primer lugar a la rica tradición intelectual derivada de Schumpeter y Nikolai
Kondratiev, que vincula el cambio tecnológico a olas de acumulación de capital
de varias décadas. Para esta tradición, los grupos de innovación se despliegan
durante la fase expansiva hasta el momento en que las vías más rentables se
agotan. A continuación, una fase depresiva fomenta la búsqueda intensiva de
nuevas oportunidades de negocio, sembrando las semillas de una nueva fase
potencialmente expansiva. Estos cambios son ondas largas más que ciclos. Aunque
las depresiones son un resultado ineludible del desarrollo capitalista, no es
en absoluto inevitable que se desencadene una nueva fase de expansión.
Según la obra de Ernest
Mandel Long waves of Capitalist Development (1980), "no
es la innovación tecnológica per se la que desencadena una nueva expansión a
largo plazo. Sólo cuando esta expansión ya ha comenzado pueden producirse
innovaciones tecnológicas a gran escala". Esto requiere "tanto un
fuerte aumento de la tasa de beneficio como una enorme ampliación del
mercado". Como "la forma capitalista de asegurar la primera condición
entra en conflicto con la forma capitalista de asegurar la segunda", Mandel
sostiene que deben intervenir "cambios en el entorno social en el que
opera el capitalismo". En resumen, mientras que los descensos son
endógenos, los ascensos requieren "conmociones del sistema" exógenos
-guerras, contrarrevoluciones, derrotas de la clase obrera, el descubrimiento
de nuevos recursos- para permitir que la acumulación de capital despegue de
nuevo.
Antes de su muerte en 1995, Mandel identificó la
"integración total de la antigua URSS y de la República Popular China en
el mercado mundial capitalista", junto con una "gran derrota de la
clase obrera", como condiciones previas para un repunte. Este análisis se
confirmó parcialmente: la expansión de las cadenas de valor mundiales y la
creciente tasa de explotación resultante de las políticas neoliberales, además
de la disponibilidad de una enorme fuerza de trabajo de reserva, fueron cambios
decisivos que impulsaron el repunte de la economía mundial desde mediados de
los años 90 hasta la crisis de 2008. Pero debido al creciente exceso de
capacidad y a la anemia de la demanda, no se pudo materializar una fase
expansiva completa liderada por la economía digital.
La teoría de Mandel apenas se menciona hoy en día,
pero se pueden encontrar algunas de sus ideas en el influyente trabajo de
Carlota Pérez y Mariana Mazzucato. En un documento conjunto de 2014 titulado
"La innovación como política de crecimiento: el desafío para Europa",
también intentaron describir las condiciones para una recuperación económica.
“Los mercados por sí solos no pueden devolvernos la prosperidad", escribieron.
“La inversión está impulsada por la innovación; concretamente, por la
percepción de dónde se encuentran las nuevas oportunidades tecnológicas. La
inversión privada sólo se pone en marcha cuando esas oportunidades están
claras; la inversión pública debe dirigirse a crear esas oportunidades en todos
los espacios políticos y afectar a toda la economía". Pérez y Mazzucato
intentaron ir más allá de la confianza de Mandel en las "conmociones del
sistema", otorgando al Estado la responsabilidad de los factores
extraeconómicos necesarios para lanzar una expansión. La innovación deseable
debe rentabilizarse a través de la política industrial - regulación financiera,
gestión de la demanda, educación, etc. - mientras que unas políticas fiscales,
tributarias y monetarias adecuadas deberían dotar a este Estado activo de los
recursos necesarios.
Así, las fuerzas del cambio pueden situarse fuera de
la esfera económica. Para Pérez y Mazzucato, los "problemas actuales son
estructurales" (léase endógenos) y se remontan a décadas antes de la
crisis de 2008. Pero, fundamentalmente, creen que las condiciones para
superarlos residen en la autonomía de la política. La política puede cambiar
las condiciones estructurales. Esta es una lección ineludible de la
recuperación china liderada por el Partido Comunista, y la justificación básica
del regreso a la fórmula del capitalismo de Estado.
Si se acepta este
argumento, es tentador dar un paso más, explorando los factores que podrían
fomentar el cambio institucional y replantear las condiciones de la acumulación
de capital. Lo que inmediatamente viene a la mente es el doble
movimiento de Karl Polanyi. En The great transformation (1944), escribe que " Mientras
que la economía del librecambio constituía un producto de la acción deliberada
del Estado, las restricciones posteriores surgieron de un modo
espontáneo". Si la liberalización es un proyecto político, el impacto
destructivo de las fuerzas del mercado es automáticamente "detenido por la
autoprotección realista de la sociedad". Aunque Polanyi se centra en el
cambio institucional y no en las oleadas de acumulación, su análisis establece
una conexión ineludible entre ambos.
Una reciente contribución de la escuela postkeynesiana
retoma el camino donde lo dejó Polanyi, proponiendo una elegante endogenización
del conflicto de clases impulsado por las instituciones en la fluctuación
económica a largo plazo. En el modelo de Michalis Nikiforos, "el aumento
de la cuota de beneficios está relacionado con el dominio del mercado autorregulado
y conduce inevitablemente a una crisis. La sociedad se movilizará para
protegerse y habrá un contramovimiento, que... se manifestará como un aumento
de la cuota salarial". Para Nikiforos, "este contramovimiento también
puede conducir más tarde a una crisis que hará más atractiva la aparición del
mercado autorregulador y conducirá a un cambio en la dirección de la
distribución y a un aumento de la cuota de beneficios". Sostiene que la
inestabilidad de la distribución de la renta se debe a la dinámica de la lucha
de clases: cuanto más poder tiene una clase, mayor es su potencial para
apropiarse de una mayor parte de la renta social. Pero el poder de cada clase
se basa a su vez en "sus efectos potenciales sobre los resultados
macroeconómicos de la economía". Cuando el exceso de beneficios empieza a
perjudicar a la economía en general, aumenta la presión política para lograr un
acuerdo más favorable a los salarios. Y viceversa.
Este marco permite una interpretación directa de la
coyuntura actual: "La reciente crisis y el actual estancamiento son el
resultado de los arreglos institucionales neoliberales, que surgieron como
respuesta al profit-squeeze [reducción de beneficios] y a la crisis de los años
70... El súbito ascenso de fuerzas políticas igualitarias que hasta hace muy
poco estaban al margen del sistema político, o la popularidad del libro de
Piketty, son manifestaciones de la reacción de la sociedad contra los arreglos
institucionales responsables de la crisis y el estancamiento". El enfoque
unidimensional en la distribución de la renta es, por supuesto, una limitación
del modelo de Nikiforos, pero la ventaja es que proporciona un mecanismo
explicativo en ambos extremos de la fluctuación.
Los economistas
influenciados por la llamada Escuela de la Regulación también han intentado
explicar la recurrencia de las crisis estructurales que
requieren una importante reestructuración institucional y producen un nuevo
equilibrio de fuerzas de clase. En The Rise and Fall of Neoliberal
Capitalism, publicado en 2015, David Kotz anticipó un movimiento hacia una
forma más regulada de capitalismo, definida por un Estado más fuerte que
influye y limita el mercado. Señala que "la crisis actual no es la primera
sino la tercera crisis de una forma liberal de capitalismo en Estados Unidos.
Cada una de las dos crisis anteriores fue seguida por una forma regulada de
capitalismo. Las grandes empresas desempeñaron un papel importante en el cambio
al capitalismo regulado tanto en 1900 como a finales de los años 40, con
grandes movimientos sociales que crearon un contexto que llevó a los líderes de
las grandes empresas a apoyar o consentir un papel más amplio del Estado".
Uno de los puntos fuertes de la Escuela de la
Regulación, heredado de su ascendencia althusseriana, es que su teorización de
la sucesión de regímenes de acumulación no se limita a la dicotomía
regulado/liberal. Cada modo de regulación se organiza bajo la restricción de
una forma institucional específica que pesa sobre los demás componentes del
sistema. Esto permite un serio compromiso con la evolución cualitativa del
capitalismo a través de sus sucesivas etapas. En este marco, la competencia, el
nexo entre el capital y el trabajo y las finanzas han desempeñado un papel
destacado en diferentes períodos históricos. De cara al futuro, Robert Boyer
considera que la coyuntura actual está abierta a producir tres formas
potenciales de capitalismo regulado: un biocapitalismo centrado en las
actividades antropogénicas; un capitalismo de plataforma asociado al auge de
las grandes empresas digitales; y un capitalismo de Estado neodirigido
vinculado al modelo chino o a lo que él denomina "populismo
democrático".
Sin embargo, el
inconveniente de este enfoque de la Escuela de la Regulación es que se tiende a
pasar por alto los mecanismos precisos del cambio. Mientras que las
disfuncionalidades crecientes en el régimen de acumulación conducen a una
crisis estructural, el proceso por el cual emerge un nuevo régimen es
impredecible -dependiendo de trouvailles (descubrimientos
fortuitos) racionalizados a posteriori por los responsables políticos, los
teóricos y los actores sociales. La fascinación por la capacidad del
capitalismo para resucitar tras las crisis se produce a costa de una
imaginación política empobrecida.
La prolongación más prometedora
de la Escuela de la Regulación -que se acerca más a la formulación de una
teoría coherente del cambio institucional- se encuentra en The Last
Neoliberal (2021) de Bruno Amable y Stefano Palombarini, un incisivo
análisis de la Francia de Macron. Para Amable y Palombarini, la dinámica
macroeconómica, las instituciones y las mediaciones políticas existen como una
totalidad. La arquitectura institucional de la sociedad proviene de la
sedimentación histórica de compromisos macrosociales que son el resultado de
procesos políticos irreductiblemente conflictivos. Dichos procesos políticos
están determinados a su vez por la dinámica económica a través de la evolución
de las expectativas de los distintos grupos sociales. Siguiendo a Gramsci, el
enfoque neorrealista pone un claro énfasis en la autonomía de la política. Las
expectativas sociales no se fijan en una cruda expresión de intereses, sino que
proceden de representaciones ideológicas en movimiento que responden a una
elaboración política concreta.
Macron está nadando a
contracorriente de la marea internacional, hacia una intensificación de la
reestructuración neoliberal. La teoría de Amable y Palombarini ofrece una
poderosa interpretación de este fenómeno. La desarticulación progresiva del
modelo nacional fuertemente coordinado, que tuvo lugar a lo largo de cuatro
décadas de reforma neoliberal gradual, decepcionó las expectativas de las
clases populares. Esto condujo a una disgregación de los bloques tradicionales
de derecha e izquierda, allanando el camino para un movimiento plenamente
neoliberal-burgués encarnado por Macron. Sin embargo, la falta de apoyo popular
a este movimiento dificulta su capacidad para llevar a cabo una
neoliberalización radical. Esto lo demostraron con fuerza los chalecos
amarrillos, incluso antes de que la crisis de la covid-19 dejara obsoleto
el manual neoliberal.
Hay mucho que aprender de estas diversas
aproximaciones -polanyianas, poskeynesianas, regulacionistas, gramscianas- en
el estudio de las etapas históricas: la no linealidad del cambio, la
contingencia de la expansión tecnológico-económica en los entornos
institucionales adecuados, las reacciones sociopolíticas a las fuerzas
destructivas de los mercados y los cambios cualitativos del sistema provocados
por sus mutaciones. Estas percepciones nos ayudan a descifrar la coyuntura
actual y a prever sus posibles direcciones. Sin embargo, también debemos tener
en cuenta los efectos acumulativos de las sucesivas etapas de desarrollo. Las
contradicciones no sólo existen dentro de cada fase; también se acumulan de una
etapa a otra, ya que la dinámica de un régimen de acumulación entra en
conflicto con sus predecesores. El capitalismo, como sistema, está
envejeciendo.
Con la globalización de la manufactura, el exceso de
capacidad sigue aumentando y las fijaciones espaciales continúan agotándose,
haciendo que la contradicción interna del proceso de acumulación se manifieste
a un nivel verdaderamente global. Sigue siendo dudoso que la industrialización
de los servicios y su fragmentación internacional puedan crear oportunidades lo
suficientemente grandes como para absorber esta masa de capital sobreacumulado.
Mientras tanto, lo que James O'Connor describió como la segunda contradicción
del capitalismo está ganando fuerza. Para O'Connor, un obstáculo clave para el
desarrollo capitalista no surge dentro del proceso de acumulación en sí mismo,
sino "entre las relaciones de producción capitalistas (y las fuerzas
productivas) y las condiciones de producción capitalistas", debido a "la
apropiación y el uso económicamente autodestructivo que hace el capitalismo de
la fuerza de trabajo, la infraestructura y el espacio urbanos, y la naturaleza
externa o el medio ambiente". La crisis ecológica, el encarecimiento de la
sanidad y la educación, el deterioro de las infraestructuras físicas... todo
ello indica unos costes crecientes por el lado de la oferta que podrían
dificultar aún más el proceso de acumulación. La resolución de estos problemas
no está en absoluto fuera del alcance de la acción humana. Pero sería insensato
no preguntarse si la restricción sistémica adicional del ánimo de lucro puede
haber puesto el listón demasiado alto.
28/07/2021
https://newleftreview.org/sidecar/posts/forces-of-change?pc=1363
Traducción: viento sur
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