miércoles, 18 de marzo de 2020

ROSA LUXEMBURGO


Lecciones para los tiempos que corren


4/4

Rebelión
14/03/2020

 Fuentes: Rebelión

 Política revolucionaria: educación de las masas y realismo político
 
Si bien Rosa Luxemburgo fue siempre una acerba crítica desde la izquierda del oportunismo, rompiendo con el conciliacionismo de clase que este propugnaba; no adoptó, sin embargo, posiciones ni impulsó líneas políticas revolucionaristas. En efecto, contrario sensu de la imagen que suele atribuírsele desde el comunitarismo popular, ella no era cultora de un basismo abstracto, el cual pertenece más bien a las tendencias consejistas (Rühle, Pannekoek, Mattick).

Ilustrativo de lo anterior fue la discusión en el Congreso fundacional de Partido Comunista Alemán (KPD) respecto a la participación en las elecciones para la Asamblea Nacional (nótese la similitud de la disyuntiva con la actual situación de la política chilena).

Hacia fines de 1918 y principios de 1919 se había abierto una situación política particular en Alemania: la instauración de la República, que resultaba de la derrota militar y el consecuente colapso del orden monárquico. Junto con el auge del movimiento de masas, estaba además el ejemplo vivo de la reciente toma del poder por los bolcheviques en Rusia apoyados en la fuerza de los soviets.

Así, en la segunda sesión del Congreso, Otto Rühle argumentó contra la participación en las elecciones para la Asamblea Nacional de la siguiente forma:

En la actualidad, nuestra participación sería interpretada como una aprobación de principio con respecto a todo lo que supone la Asamblea Nacional. Una decisión en favor de las elecciones no solo sería censurable, sino que equivaldría a un suicidio, puesto que no haríamos más que ayudar a evitar la revolución en la calle, llevándola al parlamento. Para nosotros no puede haber más que una tarea y esta tarea es la del reforzamiento del poder de los consejos obreros y de los soldados porque, si se desea verdaderamente eliminar la Asamblea Nacional de Berlín en favor de las masas, es evidente que entonces nosotros tendremos que constituir un nuevo poder en la capital.[x]

Rühle cerraba su intervención en medio de repetidas aclamaciones, según consta en las actas del congreso.

¿Hay alguna semejanza entre los argumentos de Rühle y los que hoy sostienen las vertientes popular comunitaristas de la izquierda? Sí, ¡muchas! Tómese nada más eso de «evitar la revolución en la calle, llevándola al parlamento», reemplácese los “consejos de obreros y soldados” por “asambleas territoriales autoconvocadas”, Berlín por Santiago y se tiene prácticamente un texto que se ajusta a la perfección a cualquier panfleto tipo de estas tendencias.

Después de las palabras de Rühle intervino Rosa Luxemburgo. Recibida con vivas aclamaciones, retrucó:

En la fuerza tempestuosa que nos empuja hacia adelante, creo que no debemos abandonar la calma y la reflexión. Por ejemplo, el caso de Rusia no puede ser citado aquí como un argumento contra la participación en las elecciones, pues allí, cuando la Asamblea Nacional fue dispersada, nuestros camaradas rusos tenían ya un gobierno encabezado por Trotsky y Lenin. Nosotros, en cambio, estamos aún en los Ebert-Scheidemann [gobierno burgués socialdemócrata]. El proletariado ruso tenía detrás de sí una larga historia de luchas revolucionarias, mientras que nosotros nos encontramos en el comienzo de la revolución, no teniendo detrás nuestro más que la insignificante semi-revolución del 9 de noviembre. En mi opinión, lo que nosotros debemos hacer es plantearnos la siguiente alternativa: ¿Qué camino es el más seguro para conseguir educar a las masas? El optimismo del camarada Rühle es ciertamente muy hermoso, pero la realidad es que no estamos aún tan avanzados para convertirlo en un hecho histórico. Lo que yo veo hasta el presente entre nosotros es la no-maduración de las masas llamadas a derrocar la Asamblea Nacional. El arma con que el enemigo piensa combatirnos debemos volverla contra él. Por una parte, teméis las consecuencias de las elecciones, y por otra creéis posible abolir la Asamblea Nacional en quince días. La acción directa es seguramente más simple, pero nuestra táctica es justa, en el sentido de que cuenta con un largo camino a recorrer. La acción esencial, desde luego, corresponde a la calle, y esta debe tender en consecuencia al triunfo del proletariado. Pero nosotros entendemos que, previamente y para el apoyo de esa lucha, se hace preciso que conquistemos la tribuna de la Asamblea Nacional.[xi]

A diferencia de Rühle, su intervención fue acogida por débiles aplausos de la audiencia.
¿En qué se parece el razonamiento de Rosa a los planteamientos popular comunitaristas? En nada. De hecho, a la luz de estas tendencias, argumentos así caen fácilmente dentro de motes de “electoralismo reformista”, “traidores del pueblo”, “ilusos”, “entreguistas” o, en el mejor de los casos –y para salvar el honor de Rosa–, de “incautos frente al fraude burgués”.
Sin embargo, lo que hay detrás finalmente de todas estas imprecaciones de Júpiter tronante es el vacío programático que resulta impotente para llevar a cabo una auténtica política de masas en el seno de la clase trabajadora. En vez de llenar de contenido político la acción de las masas y aclararles las tareas que estas tienen por delante, se les prescribe los cursos de acción que debiesen seguir –que se declaren, por ejemplo, en tal o cual estado: de “rebeldía”, de “asamblea” u otro– según imaginarios esquemas preconcebidos.

Ahora bien, lo que importa no es establecer el acierto o no de una determinada opción táctica defendida por Rosa frente a una coyuntura política concreta, ni tampoco reivindicar su aplicabilidad a situaciones actuales; sino relevar el tipo de razonamiento subyacente. Es en dicho sentido que se constata una gran discrepancia entre sus posiciones y las que predominan en los sectores radicalizados de la izquierda. De este modo, así como la figura de Rosa no encaja dentro de los moldes del nacionalismo pequeñoburgués, tampoco se ajusta a los cánones del comunitarismo popular que en muchos casos pretende reivindicarla para su causa.

Hay dos criterios estrechamente imbricados entre sí que constituyen la base de la política socialista en Rosa Luxemburgo que la distancian de los moldes corrientes de la izquierda. Se trata de la educación de las masas y el realismo político.

Siendo la clase trabajadora en su conjunto la encargada de derrocar a la burguesía y materializar el programa socialista, la educación y esclarecimiento político de sus más amplios sectores resulta un objetivo central de la política socialista y condición previa necesaria de la acción revolucionaria de masas.

Considerada en conexión con la relevancia de la elaboración programática, la educación de las masas marca un importante contraste con el revolucionarismo de izquierda. Subyacen diferencias insalvables respecto a qué se entiende finalmente por conciencia de clase, y el concepto y rol de organización política que se desprende.

La conciencia de clase no es un estado de ánimo pasajero inflamado por el descontento de la coyuntura, el cual hay que enardecer con consignas del tipo “luchar hasta vencer”, “revolución, única solución”, etc. La organización política revolucionaria, en consecuencia, no es un grupo agitativo de choque que se pliega a la acción espontánea de las masas, sino fundamentalmente el centro pensante del conjunto de la clase que defiende los intereses generales de esta en cada coyuntura concreta.

Cabe destacar que la educación de las masas como labor de la organización política es un punto nodal de la concepción marxista de partido. Marca también un punto de coincidencia de Rosa con Lenin, para quien, por ejemplo, en la coyuntura rusa de 1917, aun en contexto de ascenso del movimiento de masas y establecimiento de una situación de doble poder (aquí sí, poder popular efectivo y no meramente “comunitario”), la tarea principal del partido bolchevique consistía (Tesis de abril) en «aclararles [a las masas] su error [respecto a la guerra] de un modo singularmente minucioso, paciente y perseverante» y «organizar la propaganda más amplia de este punto de vista». Frente a las ilusiones que las masas depositaban en la burguesía y sus representantes, «nuestra misión solo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz […] Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento […] a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores»[xii]. 

El realismo político, en tanto, tiene una larga tradición y arraigo en el marxismo, que arranca desde sus mismos orígenes y deriva de la aplicación del materialismo a los fenómenos histórico-sociales. Se trata en esencia de no suplantar los deseos por la realidad. Precisamente en base a este realismo político característico del marxismo, Engels calificaba de ridícula aquella política “revolucionaria” consistente en «lanzar, venga o no a cuento, al buen tuntún, sin conocer ni tener en cuenta la situación, con tonante voz, intimaciones a la revolución»[xiii].

De este modo, coincidentemente con Engels, en Rosa Luxemburgo la política revolucionaria que el movimiento socialista pone en práctica es algo más que “intimaciones a la revolución” e inflamados llamamientos lanzados “al buen tuntún”, “vengan o no a cuento”. La cuestión es más sutil y compleja.

La discusión como ejercicio militante

La discusión es otro aspecto que cobró especial importancia en la vida de Rosa Luxemburgo como militante socialista. Cualquiera que lea sus escritos constará que fue una gran polemista, desarrollando penetrantes razonamientos a través de una mordaz pluma.

Sin negar los caracteres singulares de la personalidad de Rosa que se plasmaban en sus escritos, lo relevante para hoy es el rol que juega la discusión para la práctica militante socialista, tanto para fuera como para dentro de la organización revolucionaria.

Como se mencionó anteriormente, Rosa formuló una serie de reparos al programa de los marxistas rusos sobre la cuestión nacional, lo que le llevó a ser criticada por Lenin. Ya antes había sostenido importantes polémicas con las principales lumbreras teóricas del socialismo internacional de la época, sin que se amilanara frente a personajes de la talla de Bernstein o Kautsky.

No se hará una exposición de los argumentos que cada cual sostenía sobre la cuestión nacional, ya que no importa aquí quién de los dos estaba en la posición correcta; sino simplemente destacar la importancia que cobra ejercicio del debate dentro del socialismo. Son los presupuestos implícitos, las formas de razonamiento y el ejercicio mismo que Rosa Luxemburgo puso en juego en esta y otras cuestiones de particular trascendencia para el socialismo los que finalmente hoy importan.

Un primer aspecto se refiere a la concepción de organización. En efecto, si se concibe a la organización revolucionaria en términos de “cabeza pensante” (núcleo de elaboración política) del conjunto de la clase es natural que la discusión no se tenga por una señal de debilidad; sino, por el contrario, como una de fortaleza, de vida militante activa.

Es, en cambio, cuando se le concibe como un grupo jerárquica y burocráticamente cohesionado (caricatura común del partido leninista) que las sospechas y resquemores hacia la discusión aparecen. Efectivamente, esta “molesta” porque interfiere con la “razón de partido”, especialmente si saca a la luz los yerros de la organización. Inmediatamente entra en escena el burócrata de turno para sugerir que es mejor aplazar “ciertas” discusiones o si no darlas “a la interna”. El mismo personaje que pone reparos a las “formas” porque la militancia podría ofenderse o porque carece de “formación”, sin reparar sobre el fondo ya que –en estricto rigor– él mismo no entiende los argumentos que se plantean.

Sin embargo, no se puede lograr una organización auténticamente revolucionaria –cohesionada en lo interno y con arraigo de masas– acallando las divergencias políticas por medio medidas administrativas (censura, amedrentamiento de militantes, sanciones disciplinarias, expulsiones, etc.). No hay ninguna forma alternativa de zanjar fructíferamente las divergencias políticas internas que no sea sino a través del esclarecimiento y el convencimiento de la militancia. De ahí la importancia que cobran las instancias colectivas de decisión (congresos, plenarios, conferencias, etc.) y celebración periódica de las mismas.

Además, está involucrado también el aspecto que se refiere a la relación de la organización con las masas. La cuestión es que, si la discusión concierne a los cursos de acción que involucran al conjunto de la clase, esta debe poder hacerse sin problemas, con toda sinceridad y crudeza, de cara a las masas. No a sus espaldas. Aquí la importancia que cumple la prensa partidaria.

Rosa expresó con particular dramatismo todas estas ideas cuando dio cuenta de la profunda crisis que quebró al movimiento socialista internacional en la Primera Guerra. En sus propias palabras:

la socialdemocracia ha capitulado. Cerrar los ojos ante este hecho, tratar de ocultarlo, sería lo más necio, lo más peligroso que el proletariado puede hacer […] La autocrítica, la crítica cruel e implacable que va hasta la raíz del mal, es vida y aliento para el proletariado […]

Ningún otro partido, ninguna otra clase en la sociedad capitalista puede atreverse a reflejar sus errores, sus propias debilidades en el espejo de razón para que todo el mundo los vea […] La clase obrera siempre puede mirar la verdad cara a cara, aunque esto signifique la más tremenda autoacusación […][xiv]

Es por la valentía de este tipo posiciones, pero sobre todo por su claridad y acierto, que las ideas de Rosa Luxemburgo continúan vigentes para la práctica revolucionaria actual. El rescate de estas resulta más necesario que nunca.

Notas:

[i] Rosa Luxemburgo: La política de la minoría socialdemócrata (1916) en VV.AA.: Marxistas en la Primera Guerra Mundial, Ediciones IPS/CEIP León Trotsky, Buenos Aires, 2014, p. 256.
[ii] León Trotsky: ¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo! Disponible en: http://www.ceip.org.ar/Fuera-las-manos-de-Rosa-Luxemburgo
[iii] Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional y la autonomía, El Viejo Topo, España, 1998, p. 73. Destacados añadidos.
[iv] Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional…, op. cit., p. 71.
[v] Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional…, op. cit., pp. 33-34.
[vi] Ibíd.
[vii] Ibíd.
[viii] Rosa Luxemburgo: La cuestión nacional…, op. cit., pp. 19-20.
[ix] Rosa Luxemburgo: Reforma o revolución, Editorial Grijalbo, México, 1967, p. 88. Los destacados son del original.
[x] Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht: La Comuna de Berlín, Editorial Grijalbo, México, 1971, pp. 26-27. Los destacados son añadidos.
[xi] Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht: La Comuna de Berlín, op. cit., pp. 27-28. Los destacados son añadidos.
[xii] Véase V.I. Lenin: Las tareas del proletariado en la presente revolución (Tesis de abril). Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/abril.htm. Destacados añadidos.
[xiii] Federico Engels: Los comunistas y Karl Heinzen en Obras fundamentales de Marx y Engels, tomo 2, Fondo de Cultura Económica, México, 1981, p. 643.
[xiv] Rosa Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia, Akal, España, 2017, pp. 15 y 18.

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