sábado, 30 de julio de 2022

Hacia un comunalismo democrático

 

Tal día como hoy en 2006 moría Murray Bookchin, uno de los grandes y más influyentes pensadores libertarios contemporáneos. Sus escritos sobre ecología, comunalismo y municipalismo han sido relevantes para movimientos sociales de todo el mundo.


Hacia un comunalismo democrático

 

Murray Bookchin

El Viejo Topo

30 julio, 2022 

 

Mi visión del anarquismo personal está lejos de ser completa; la tendencia personalista de este cuerpo ideológico permite moldearlo de muchas maneras, siempre y cuando haya palabras como imaginación, sagrado, intuitivo, éxtasis primitivo que embellezcan su superficie.

El anarquismo social, a mi entender, está hecho de una materia fundamentalmente diferente, heredera de la tradición de la Ilustración, con la debida consideración a sus límites e imperfecciones. Según cómo se defina la razón, el anarquismo social defiende la mente humana pensante sin negar de forma alguna la pasión, el éxtasis, la imaginación, la diversión y el arte. Pero, en vez de materializarlos en categorías nebulosas, trata de incorporarlos a la vida cotidiana. Está comprometido con la racionalidad, oponiéndose a la vez a la racionalización de la experiencia; lo está con la tecnología, oponiéndose a la vez a la «megamáquina»; con la institucionalización social, oponiéndose a la vez al sistema de clases y a la jerarquía; con una política genuina, basada en la coordinación confederal de municipios o comunas por el pueblo, con democracia directa cara a cara, oponiéndose a la vez al parlamentarismo y al Estado.

Esta «comuna de comunas», para utilizar un eslogan tradicional de revoluciones anteriores, puede denominarse de manera apropiada comunalismo. Pese a la opinión contraria de quienes se oponen a la democracia como «sistema», describe la dimensión de­ mocrática del anarquismo como una administración mayoritaria de la esfera pública. De manera consecuente, el comunalismo busca la libertad más que la autonomía, en el sentido en que las he contrapuesto. Rompe categóricamente con el ego psicopersonal stirneriano —bohemio y liberal—, en cuanto que soberano contenido en sí mismo, afirmando que la individualidad no surge de la nada, con unos «derechos naturales» conferidos desde el nacimiento, sino que es considerada en gran medida el producto en constante evolución del desarrollo social e histórico, un proceso de autoformación que no puede ser petrificado por el biologismo ni preso de dogmas limitados temporalmente.

El «individuo» soberano y autosuficiente siempre ha sido una base precaria sobre la que  fundamentar una perspectiva libertaria de izquierdas. Como observó Max Horkheimer,

… la individualidad se perjudica cuan­ do alguien decide tornarse autónomo […]. El individuo totalmente aislado ha sido siempre una ilusión. Las cualida­ des personales que más se estiman, como la independencia, la voluntad de liber­ tad, la comprensión y el sentido de jus­ ticia, son virtudes tanto sociales como individuales. El individuo plenamente de­ sarrollado es la realización cabal de una sociedad plenamente desarrollada.[1]

Para que una visión libertaria de  izquierdas  de una futura sociedad no desaparezca en un submundo bohemio y marginal, tiene que ofrecer una solución a los problemas sociales, no revolotear arrogantemente de un eslogan a otro, evitando la racionalidad con mala poesía e imágenes vulgares. La democracia no es antitética al anarquismo, ni el gobierno por mayoría y las decisiones no consensuadas son incompatibles con una sociedad libertaria.

Que ninguna sociedad puede existir sin unas estructuras institucionales es algo evidente para cualquiera que no haya quedado alelado por Stirner y los de su especie.

Al negar las instituciones y la democracia, el anarquismo personal se aísla de la realidad social para poder dejarse llevar por una rabia fútil, y queda reducido así a una travesura subcultural para jóvenes crédulos y consumidores aburridos de ropa negra y pósteres excitantes. Argumentar que la democracia y el anarquismo son incompatibles porque cualquier oposición a los deseos de incluso «una minoría de uno» constituye una violación de la autonomía personal no es defender una sociedad libre, sino al «conjunto de personas» de Brown: en breve, a un rebaño. La «imaginación» dejaría de llegar al «poder». El poder, que siempre existirá, pertenecerá o bien a la comunidad en una democracia cara a cara y claramente institucionalizada, o bien a los egos de unos pocos oligarcas que crearán una «tiranía de falta de estructura».

No le faltaba razón a Kropotkin, en su artículo de la Enciclopedia Británica, cuando consideraba el ego stirneriano como elitista y lo censuraba por jerárquico. Se hacía eco, en términos positivos, de la actitud crítica de V. Basch respecto al anarquismo individualista de Stirner como una forma de elitismo, al mantener que «el objetivo de toda civilización superior no es hacer que todos los miembros de la comunidad se desarrollen de modo normal, sino permitir a ciertos individuos mejor dotados desarrollarse plenamente, aun a costa de la felicidad y de la existencia misma de la gran mayoría de los seres humanos». En el anarquismo, esto genera en efecto un regreso

…al individualismo más ordinario, de­ fendido por todas las minorías que se creen superiores, para las cuales, ciertamente, el hombre necesita en su historia precisamente del Estado y de todo lo demás que los in­ dividualistas  combaten.  Su  individualismo va tan lejos que conduce a la negación de su propio punto de partida, y eso sin hablar de la imposibilidad para el individuo de al­ canzar un desarrollo realmente completo en las condiciones de opresión de las masas por parte de las «bellas aristocracias».[2]

En su amoralidad, este elitismo se presta fácilmente a la falta de libertad de las «masas», poniéndolas en última instancia bajo la custodia de los «únicos», una lógica que podría dar lugar a un principio de liderazgo característico de la ideología fascista.[3]

En Estados Unidos y gran parte de Europa, precisamente en un momento en que el desprestigio del Estado ha alcanzado unas proporciones sin precedentes, el anarquismo va de capa caída. La insatisfacción con el gobierno como tal es profunda a ambos lados del Atlántico, y pocas veces en el pasado reciente ha habido un sentimiento popular más clamoroso demandando una nueva política, incluso un nuevo reparto social que pueda dar a la gente un sentido de dirección que permita compatibilizar la seguridad y los valores éticos. Si el fracaso del anarquismo para afrontar esta situación puede atribuirse a un único motivo, la estrechez de miras del anarquismo personal y sus fundamentos individualistas deben ser considerados como los responsables de impedir que un potencial movimiento libertario de izquierdas entre en una esfera pública cada vez más reducida.

A favor del anarcosindicalismo cabe decir que en el momento de su apogeo trató de practicar lo que predicaba y crear un movimiento organizado —tan ajeno al anarquismo personal— dentro de la clase obrera. Sus principales problemas no radican en su deseo de estructura e implicación, de programas y movilización social, sino en el declive de la clase obrera como sujeto revolucionario, en particular después de la Revolución española. No obstante, afirmar que al anarquismo le faltaba una política, entendiendo  el término  en su sentido  original  del

griego como «autogestión de la comunidad» —la histórica «comunidad de comunidades»—, es repudiar una práctica histórica y transformadora que trata de radicalizar la democracia inherente a cualquier república y crear un poder confederal municipalista para  contrarrestar  al Estado.[4]

El aspecto más creativo del anarquismo tradicional es su compromiso con cuatro principios básicos: una confederación de municipios descentralizados, una firme oposición al estatismo, una creencia en la democracia directa y un proyecto de sociedad  comunista  libertaria.  El  problema más importante  al  que  el  libertarismo  de izquierdas —tanto el socialismo libertario como el anarquismo— se enfrenta hoy es: ¿Qué hará con estos cuatro poderosos principios? ¿Cómo les daremos forma y contenido social? ¿De qué maneras y con qué me­ dios los convertiremos en relevantes para nuestra época y haremos que sirvan a los fines de un movimiento popular organizado para lograr el empoderamiento y la libertad?

El anarquismo no debe disiparse en un comportamiento indulgente consigo mismo, como el de los adamistas primitivistas del siglo xvi, que «vagaban por los bosques desnudos, cantando y bailando», como Kenneth Rexroth observó con desdén, pasando «el tiempo en una orgía sexual constante» hasta que fueron perseguidos por Jan Zizka y exterminados, con el consiguiente alivio de los campesinos indignados, cuyas tierras habían saqueado.[5] No debe retroceder al submundo primitivista de los John Zerzans y George Bradfords. No pretendo en absoluto argüir que los anarquistas no deberían vivir su anarquismo en la medida de lo posible en el día a día, tanto personalmente como social, estética y pragmáticamente. Pero no deberían vivir un anarquismo que merma, incluso elimina los rasgos más importantes que han distinguido al anarquismo como movimiento, práctica y programa del socialismo de Estado. El anarquismo hoy en día debe mantener resueltamente su carácter de movimiento social —tanto programático como activista—, un movimiento que conjugue su disposición a luchar por una sociedad comunista libertaria con su crítica directa del capitalismo, sin ocultarlo bajo etiquetas como  «sociedad industrial».

En resumen, el anarquismo social debe reafirmar con rotundidad sus diferencias con el anarquismo personal. Si un movimiento social anarquista no puede traducir sus cuatro principios —confederalismo municipal, oposición al Estado, democracia directa y, finalmente, comunismo libertario— en una práctica real, en una nueva esfera pública; si esos principios se debilitan como recuerdos de luchas pasadas en declaraciones y encuentros ceremoniosos; peor aún, si son subvertidos por la industria del ocio «libertario» y por los teísmos asiáticos quietistas, entonces su esencia socialista revolucionaria tendrá que restablecerse bajo un nuevo nombre.

Ciertamente, ya no es posible, en mi opinión, llamarse a sí mismo anarquista sin añadir un adjetivo calificativo que lo distinga de los anarquistas personales. Como mínimo, el anarquismo social está radicalmente en desacuerdo con el anarquismo centrado en un estilo de vida, la invocación neo-situacionista del éxtasis y la soberanía del  ego pequeño-burgués cada vez más marchito. Ambos divergen completamente en los principios que los definen: socialismo o individualismo. Entre un cuerpo revolucionario de ideas y prácticas comprometidas, por una parte, y el anhelo deambulante de placer y autorrealización personal, por otra, no puede haber ningún punto en común. La mera oposición al Estado podría muy bien unir al lumpen fascista con el lumpen stirneriano, un fenómeno que no carecería de precedentes históricos.

1 de junio de 1995

Notas:

[1] Max Horkheimer: The Eclipse of Reason, Oxford University Press, Nueva York, 1947, p. 135. [En castellano: Crítica de la razón instrumental, Trotta, Madrid, 2002.].

[2] Piotr Kropotkin, op. cit., pp. 287,  293.

[3] Ibid., pp. 292-293.

[4] En su odiosa «crítica» sobre mi obra The Rise of Urbanization and the Decline of Citizenship, retitulada más tarde Ur­ banization Without Cities, John Zerzan repite el despropósito de que la Atenas clásica es «desde hace tiempo el modelo de Bookchin para la revitalización de la política urbana». De hecho, me esforcé mucho en apuntar los fallos de la polis ateniense (la esclavitud, el patriarcado, los antagonismos  de clase y las guerras). Mi eslogan «Democratizar la república, radicalizar la democracia», que subyace en la república —con el objetivo explícito de crear un poder dual—, queda reducido cínicamente a la interpretación: «Tenemos que [Bookchin] nos aconseja ampliar y expandir gradualmente las “instituciones existentes” y “tratar de democratizar la república”». Esta manipulación engañosa de ideas es elogiada por Lev Chernyi (seudónimo de Jason McQuinn), de las publicaciones Anarchy: A Journal of Desi­ re Armed Alternative Press Review, en su prólogo exhortatorio de Futuro primitivo de Zerzan.

[5] Kenneth Rexroth: Communalism, Seabury Press, Nueva York, 1974, p. 89.

Fuente: Último capítulo del libro de Murray Bookchin Anarquismo social o anarquismo personal. Un abismo insuperable.

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