viernes, 3 de junio de 2022

Kropotkin póstumo: la Ética, un siglo después

 



Kropotkin póstumo: la Ética, un siglo después

 

Por Rafael Cid

 KAOSENLARED.NET

03.06.2022

Si el pasado año 2021 se conmemoraba el centenario de la muerte del sabio anarquista Piotr Kropotkin (para evaluar su legado la FAL publicó un volumen colectivo de unas 400 páginas titulado Kropotkin cien años después), en este 2022 se cumple un siglo de la aparición del libro que recoge sus últimas voluntades, Ética, origen y evolución de la moral. Obra donde el pensador ruso trata de dar continuidad en el entorno humano a las investigaciones reseñadas en El apoyo mutuo, un factor de la evolución. Libro cuya primera edición fue publicada en Londres en 1902 a modo de respuesta al <<darwinismo social>> con que algunos discípulos de Charles Darwin, más papistas que el papa, habían enmarcado su famoso estudio sobre El origen de las especies. Consecuencia de los trabajos de campo realizados en Siberia, Kropotkin sostenía que la cooperación y la solidaridad son tan importantes en la preservación de la especie que la competencia y la rivalidad, opción mantenida machaconamente por los epígonos fundamentalistas del gran naturalista inglés pionero de la selección natural. Kropotkin lo precisaba en su introducción al Apoyo mutuo: «Pero la sociedad, en la humanidad, de ningún modo se ha creado sobre el amor ni tampoco sobre la simpatía. Se ha creado sobre la conciencia -aunque sea instintiva- de la solidaridad humana y de la dependencia recíproca de los hombres. Se ha creado sobre el reconocimiento inconsciente o semiconsciente de la fuerza que la práctica común de la ayuda mutua presta a cada hombre; sobre la dependencia estrecha de la felicidad de cada individuo de la felicidad de todos, y sobre los sentimientos de justicia o de equidad que obligan al individuo a considerar los derechos de cada uno de los otros como iguales a sus propios derechos».

Y si bien su Ética es un libro póstumo porque Kropotkin murió cuando solo había terminado la primera parte (la dedicada al origen y evolución de la moral, quedando pendiente el tramo teórico), su discurso debe interpretarse como un tratado destinado a mostrar que el <<apoyo mutuo>> ha sido un rasgo indeleble del proceso civilizatorio. Una idea que siempre estuvo presente en el imaginario kropotkiniano a lo largo de su intensa y azarosa vida de activista libertario. De hecho, aquel texto súbitamente interrumpido pretendía desarrollar in extenso lo anticipado en el folleto La moral anarquista de 1891, que iba encabezado con una significativa cita de Antonio Nayeñ: <<La excepción de la regla en el campo de las ideas corresponde a la Anarquía>> . Aunque habría que esperar hasta que las evidencias científicas contenidas en El Apoyo mutuo rubricaran ese desiderátum ideológico, los rasgos esenciales de lo que luego y a posteriori sería su legado ético ya estaban contenidos en esa precuela. Así, la necesidad de una comunidad basada en valores compartidos: (<< […] cuanto el principio de solidaridad igualitaria más se desarrolla en un grupo animal, convertido en costumbre, más probabilidades tiene de sobrevivir […] Imagínese cómo ese sentimiento llegaba a ser costumbre y se transmitía por herencia […] y se comprenderá el origen del sentimiento moral, que es una necesidad para el animal, como el alimento o el órgano destinado a ingerirlo>>). O el imperativo de la equidad como auténtica igualdad empática, excluyendo todo tipo de sanción: << […] ese principio de tratar a los demás como uno quiere ser tratado, ¿qué es sino el genuino principio de la Igualdad, el principio fundamental de la Anarquía? ¿Y cómo puede uno llegar a creerse anarquista sin ponerlo en práctica? No queremos ser gobernados. Pero por eso mismo, ¿no declaramos que no queremos gobernar a nadie? […] La felicidad de cada uno está íntimamente ligada a la felicidad de todos los que le rodean>>.

Es en el contexto de este plano-secuencia, con las posiciones insertas en El apoyo mutuo, donde hay que ubicar el malogrado proyecto de la Ética, origen y desarrollo de la moral, que encarnaba el anarquismo de Kropotkin, y que Nicolái Lebedev, su amigo y prologuista, resumía en el axioma: <<Sin igualdad no hay Justicia y sin justicia no hay Moral>>. Hasta tal punto ambos estudios están imbricados, que en su obra póstuma el pensador ruso denota los hallazgos de Darwin como inspiración para su historia de la ética. Si el apoyo mutuo era un factor de evolución (biológica), la ética lo es respecto a la moralidad (entre humanos). Contexto cuyo epicentro Kropotkin sitúa en el <<sentido del deber>>: <<La parte más importante de la Ética de Darwin es la explicación que da de la conciencia moral en el hombre, del sentido del deber y de los remordimientos de la conciencia>> (Ética, pág. 47. Ediciones Antorcha. 2017). Para insistir a continuación en el argumentario aristotélico del <<zoon politikón>> (el hombre como animal social): <<En esta identificación continua del individuo con la totalidad reside el origen de toda la Ética, de ella se han desarrollado todos los conceptos posteriores de la Justicia y los más amplios aún de la moralidad>> (Ibíd., pág. 66).

Fijado esa prioridad moral en la naturaleza, la historia de la ética analizada por Kropotkin se configura como una sucesión de etapas en el tiempo y en el espacio con el apoyo mutuo como vector de un desarrollo progresivo. Ciclos civilizatorios sin solución de continuidad, con sus flujos y reflujos en razón de cual sea el estímulo imperante, ora competencia ora cooperación. De los antiguos pobladores destaca la importancia del derecho consuetudinario que liga a sus integrantes a las normas de la colectividad: <<En una palabra, cuanto más antigua es la sociedad primitiva más rigurosamente se observa en ella la regla “cada uno para todos”>> (Ibíd., pág.80) Desde esa lógica, pero con un salto de siglos exponencial, el sociólogo Marcel Mauss conceptuó con el término don al contrato antropológico y el guerrillero anarquista ucraniano Néstor Majnó decía que <<la libertad de cada uno es responsabilidad de todos>>. De la Grecia clásica rescata la emancipación de la metafísica y el ejercicio de la razón: << […] aparecieron pensadores que se empeñaron en basar los conceptos morales no solo en el miedo a los dioses, sino en la comprensión de su propia naturaleza, en la estimación de sí mismo, en el sentimiento de su dignidad y en el estudio de sus finalidades intelectuales y morales superiores>> (Ibíd., pág. 87). Del cristianismo primitivo analiza su degradación a mano de una institucionalización jerárquica y centralizada y su espíritu de intolerancia :<< […] el principal mandamiento de Cristo que consistía en devolver bien por el mal fue repudiado muy pronto por los cristianos […] De modo que al fin y al cabo la venganza por medio de los tribunales, hasta en sus formas más crueles, se ha convertido en un atributo de lo que se llama Justicia en los Estados y en la Iglesia cristiana>> (Ibíd., pág. 80).

Con la misma mirada escrutadora Kropotkin pasa revista a las ideas morales de la Edad Media y del Renacimiento y registra las aportaciones de Hobbes, Spinoza y Locke, dedicando especial atención a la mutación que introduce el autor de El Leviatán como precursor del contrato social, cuya taxonomía aún perdura urbi et orbi. Kropotkin hace recaer sobre Thomas Hobbes el haber relanzado, legalizado y legitimado el <<miedo mutuo>> y la hostilidad como modelo en que cifrar la organización civil. <<Con su obra sobre el Estado, Hobbes sentó por primera vez la afirmación de que el hombre no es de ningún modo el “animal social” nacido ya con costumbres societarias del cual había hablado Aristóteles, sino todo lo contrario, homo homini lupus, el hombre es lobo para el hombre>> (Ibíd., pág.139). Añadiendo seguidamente sobre las consecuencias de lo que considera una mutación del devenir positivo:<<Es preciso un poder que organice la moral social con la amenaza del castigo y a este poder, de un hombre aislado o de una reunión de hombres, tienen todos que obedecer incondicionalmente. En el Estado, igual que en la naturaleza, es la fuerza la que crea el Derecho. El estado natural de los hombres es la guerra de todos contra todos. El Estado defiende la vida y los bienes de sus súbditos al precio de la obediencia absoluta. La voluntad del Estado es la ley suprema>> (Ibíd., pág.142).

El libro de referencia se completa con reflexiones sobre <<Teorías morales francesas de los siglos XII y XVIII>>; <<La ética del sentimiento de Shaftesbury a Adam Smith>>, de este último observa que aunque el creador de la Riqueza de las naciones <<no escribió una sola palabra sobre la igualdad de derechos entre los hombres […] estudió cómo se desarrolla en el hombre la conciencia moral, “ese espectador imparcial que existe dentro de nosotros”>> (Ibíd., pág.181); <<La filosofía moral de Kant y sus sucesores>>; << Teorías morales de la primera mitad del siglo XIX>>; <<La Ética del socialismo y el evolucionismo>>; <<Teorías morales de Spencer>>; y <<La ética de Guyau>>, capítulo con el que rubrica su periplo filosófico. No sin antes anunciar como colofón el propósito de probar que <<si la costumbre tiene su origen en la historia del desarrollo de la humanidad, entonces la conciencia moral tiene su origen en una causa más profunda, en la conciencia de la igualdad de derechos que se desarrolla fisiológicamente en el hombre así como en los animales sociales>> (Ibíd., pág.280). Tesis que su fallecimiento en Dmitrov (Rusia) el 8 de febrero de 1921 dejó en barbecho.

Visto en perspectiva, la Ética de Kropotkin resulta fruto de una doble experiencia vital e intelectual. La de la observación de la naturaleza que plasmó en El apoyo mutuo, un factor de la evolución, y la de su propia realidad como anarquista que llevaba un mundo nuevo en el corazón. De suyo, los dos elementos capitales del ideal moral, el dominio de sí mismo y la conciencia del deber, quedaron plasmados en los principios de la Primera Internacional, donde Kropotkin militó. Dos lemas de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) hoy casi arrumbados que prescriben orgullosamente: <<la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos>> y <<no más deberes sin derechos ni más derechos sin deberes>>. Una solidaridad comprometida y responsable que inspiró al ácrata gaditano Fermín Salvochea al proclamar: <<mi patria es el mundo, mi familia la humanidad, mi religión hacer el bien>>.

El ciclo se ha cerrado en falso y las consecuencias son devastadoras (emigraciones masivas, desigualdades lacerantes, pandemias, guerras, amenazas nucleares, emergencia climática, militarización de la convivencia, etc.). El apoyo mutuo en las especies se llama ética en los humanos. Precisamente el hálito que intentaron plasmar en actos los internacionalistas antes que la ciencia y la sapiencia lo confirmara como un vector de evolución positiva. También lo que la combinación del Estado y el Capital, esa distopia que filantrópicamente no gobierna, se ha encargado de extirpar del horizonte existencial. La vertical del poder, troquelada a golpe de competencia-rivalidad y dependencia-sumisión. Para así preñar una sociedad-caverna de súbditos sin más derechos que los que otorgan graciosamente desde lo más alto de la empalizada. Porque extirpada la conciencia del deber y la autonomía del sujeto (el factor humano solidario) difícilmente alcanzaremos a ser aquello que por naturaleza debíamos llegar a ser. El darwinismo social es hoy la moneda de curso legal y la resignación masificada la marca del sistema. Resulta más cómodo la obediencia debida y que otros decidan por uno. ¿Derechos con deberes y deberes con derechos? Por favor, ya son ganas de fastidiar: es muy molesto asumir responsabilidades. No mires arriba que es peor.

(Nota. Este artículo se ha publicado en el número de Junio de Rojo y Negro)

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