sábado, 20 de mayo de 2017

1917 LA REVOLUCIÓN FINLANDENSA (RUSA)


1917
 
La revolución finlandesa



Eric Blanc

Viento Sur

16.05.2017

 
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Polarización de clase

El derrumbe del gobierno de coalición finlandés comenzó en el verano. Para agosto, el avituallamiento del imperio había colapsado y la expectativa de la hambruna aterrorizaba a los obreros finlandeses. Las revueltas por la comida estallaron a principios de mes y la organización de Helsinki del SDP denunció el rechazo del gobierno a adoptar medidas tajantes para afrontar la crisis. “La hambrienta clase obrera pronto perdió toda la confianza en el gobierno de coalición” señalaba Otto Kuusinen, principal teórico de izquierda del SDP que fundaría el movimiento comunista finlandés al año siguiente.

La intransigencia socialista en la lucha por la liberación nacional aumentó aún más la polarización de clase. Los socialistas finlandeses lucharon con tenacidad para acabar con la continua injerencia del gobierno ruso en la vida nacional interna. Al lograr la independencia esperaban utilizar la mayoría parlamentaria —y su control de las milicias obreras— para impulsar un ambicioso programa de reformas políticas y sociales.

Un líder socialista explicaba en julio que “hasta ahora hemos sido obligados a luchar en dos frentes: contra nuestra propia burguesía y contra el gobierno ruso. Para que triunfe nuestra guerra de clase, para ser capaces de concentrar toda nuestra fuerza en un frente, contra nuestra propia burguesía, necesitamos independencia, para lo cual Finlandia está preparada” .

Los conservadores y liberales finlandeses también querían, por sus propias razones, fortalecer la autonomía de Finlandia. Pero no estaban dispuestos a usar métodos revolucionarios para alcanzar este objetivo, ni apoyaban por lo general los intentos del SDP de lograr una independencia completa.

El choque llegó finalmente en julio. En el parlamento finlandés, la mayoría socialista propuso el histórico proyecto de ley valtalaki [del poder] que proclamaba unilateralmente la completa soberanía finlandesa. Con la dura oposición de la minoría parlamentaria conservadora, la valtalaki fue aprobada el 18 de julio. Pero el gobierno provisional ruso, dirigido por Alexandr Kerensky, rechazó inmediatamente la validez de la valtalaki y amenazó con ocupar Finlandia si no se respetaba el veredicto.

Cuando los socialistas finlandeses se negaron a ceder o a renunciar a la valtalaki, los liberales y conservadores de Finlandia aprovecharon el momento. Esperando aislar al SDP y poner fin a su mayoría parlamentaria, apoyaron y legitimaron cínicamente la decisión de Kerensky de disolver el parlamento, democráticamente elegido, de Finlandia. Se convocaron nuevas elecciones parlamentarias, en las que los no-socialistas obtuvieron una estrecha mayoría.

La disolución del parlamento de Finlandia marcó un punto de viraje decisivo. Hasta ese momento, los obreros y sus representantes tenían muy altas expectativas en que el parlamento pudiera ser usado como vehículo de la emancipación social. Kuusinen explicaba que “nuestra burguesía carecía de ejército, ni siquiera podían contar con una fuerza policial. (…). Por eso, había muchas razones para mantenerse en el transitado camino de la legalidad parlamentaria, en el que, al parecer, la socialdemocracia podía obtener una victoria tras otra”.

Pero se hacía evidente para cada vez más obreros y líderes del partido que el parlamento había llegado al límite de su utilidad.

Los socialistas denunciaron el golpe antidemocrático y atacaron a la burguesía por conspirar con el Estado ruso contra los derechos nacionales de Finlandia y sus instituciones democráticas. Según el SDP, las elecciones al nuevo parlamento eran ilegales y se habían ganado por medio de un amplio fraude electoral. A mediados de agosto, el partido ordenó a todos sus miembros que dimitieran del gobierno. No menos importante, los socialistas finlandeses se aliaron cada vez más estrechamente con los bolcheviques, el único partido ruso que apoyó su intento de independencia. Todas las partes habían arrojado el guante y la hasta entonces pacífica Finlandia se precipitaba hacia la explosión revolucionaria.

La lucha por el poder

Para octubre, la crisis a lo largo de todo el imperio ruso había llegado a su punto de ebullición. Los obreros finlandeses en la ciudad y el campo exigían furiosamente que sus líderes tomaran el poder. Empezaron a estallar violentos choques a lo largo de Finlandia. Sin embargo, muchos en la dirección del SDP continuaban creyendo que el momento de la revolución podría ser postergado hasta que la clase obrera estuviera mejor organizada y armada. A otros les atemorizaba abandonar la esfera parlamentaria. En palabras del líder socialista Kullervo Manner a finales de octubre: “No podemos evitar la revolución por mucho tiempo (…). Se ha perdido la fe en el valor de la actividad pacífica y la clase obrera comienza a creer sólo en su propia fuerza (…). Si nos equivocamos respecto a la rápida llegada de la revolución, estaremos encantados”.

Después de que los bolcheviques conquistaran el poder a finales de octubre, parecía que Finlandia sería la siguiente en la lista. Sin el apoyo militar del gobierno provisional ruso, la élite de Finlandia quedó peligrosamente aislada. Los soldados rusos —estacionados en Finlandia por cientos de miles— apoyaban en general a los bolcheviques y sus llamamientos a la paz. “La ola del bolchevismo victorioso llevará agua al molino de los socialistas y son ciertamente capaces de hacerlo girar”, observaba un liberal finlandés.

Las bases del SDP y los bolcheviques en Petrogrado imploraron a los líderes socialistas que tomaran inmediatamente el poder. Pero la dirección del partido daba rodeos. Nadie tenía claro que el gobierno bolchevique pudiera mantenerse más allá de unos pocos días. Los socialistas moderados se agarraban a la esperanza de encontrar una solución parlamentaria pacífica. Algunos radicales planteaban que la toma del poder era posible y urgentemente necesaria. La mayoría de los líderes vacilaban entre estas dos opciones.

Kuusinen recordaba la indecisión del partido en este momento crítico: “Nosotros los socialdemócratas, ’unidos sobre la base de la guerra de clases’, oscilábamos a un lado y luego al otro, dirigiéndonos decididamente hacia la revolución para luego retirarnos de nuevo”.

Incapaz de llegar a un acuerdo sobre la insurrección armada, en vez de eso el partido llamó a una huelga general el 14 de noviembre en defensa de la democracia contra la burguesía, por las urgentes necesidades económicas de los obreros y por la soberanía finlandesa. La respuesta desde abajo fue abrumadora. De hecho, fue mucho más allá del cauto llamamiento a la huelga.

Finlandia quedó paralizada. En varias ciudades, las organizaciones locales del SDP y Guardias Rojas tomaron el poder, ocuparon edificios estratégicos y arrestaron a los políticos burgueses.

Parecía que este patrón revolucionario se repetiría pronto en Helsinki. El 16 de noviembre el Consejo de la huelga general en la capital votó a favor de la toma del poder. Pero cuando los líderes moderados sindicales y socialistas condenaron la decisión y dimitieron de la institución, el Consejo dio marcha atrás ese mismo día. Resolvió que “puesto que una minoría tan amplia disentía, el Consejo no puede, en esta ocasión, empezar a tomar el poder para los obreros, sino que continuará ejerciendo presión sobre la burguesía”. La huelga se desconvocó poco después.

El historiador finlandés Hannu Soikkanen ha enfatizado que la huelga de noviembre fue una gran oportunidad perdida: “Caben pocas dudas de que este fue el mejor momento para que las organizaciones obreras tomaran el poder. La presión desde abajo era enorme y la voluntad de lucha estaba al máximo (…). Sin embargo, la huelga general convenció a la burguesía, con pocas excepciones, del grave peligro que representaban los socialistas. Invirtieron el tiempo hasta que estalló la guerra civil para organizarse bajo una dirección firme”.

Fijándose en la indecisión del SPD para las acciones de masas, Anthony Upton ha dicho que “los revolucionarios finlandeses fueron en general los revolucionarios más miserables de la historia”. Tal afirmación podría sostenerse si nuestra historia terminara en noviembre, pero los siguientes sucesos mostraron que el espíritu revolucionario de la socialdemocracia finlandesa se mantuvo.

Tras la huelga general, los frustrados obreros, cada vez más, buscaron armas y se encaminaron hacia la acción directa. La burguesía se preparaba, de igual modo, para la guerra civil, formando a su “Guardia Blanca” y pidiendo al gobierno alemán ayuda militar.

A pesar de la acelerada ruptura de la cohesión social, muchos líderes socialistas continuaron dedicados a estériles negociaciones parlamentarias. Pero esta vez el ala izquierda del SDP se plantó y declaró que cualquier otro retraso en la acción revolucionaria sólo conduciría al desastre. Por medio de una larga serie de batallas internas, en diciembre y principios de enero, los radicales vencieron finalmente.

En enero, las palabras revolucionarias del SDP se tradujeron por fin en hechos. Para marcar el inicio de la insurrección, la tarde del 26 de enero los líderes del partido encendieron una lámpara roja en la torre del Sala Obrera de Helsinki. Los días sucesivos, los socialdemócratas y sus organizaciones obreras afiliadas tomaron fácilmente el poder en todas las grandes ciudades de Finlandia; el norte rural quedó, por el contrario, en manos de las clases dominantes.

Los insurgentes de Finlandia redactaron una proclamación histórica anunciando que la revolución era necesaria puesto que la burguesía finlandesa, unida al imperialismo extranjero, había dado un golpe contrarrevolucionario contra las conquistas obreras y la democracia: “El poder revolucionario en Finlandia pertenece desde este momento a la clase obrera y sus organizaciones. (…) La revolución proletaria es noble y severa (…) severa para los insolentes enemigos del pueblo, pero preparada para dar su apoyo a los oprimidos y marginados”.

Aunque el recién instaurado gobierno rojo trató al principio de seguir un cauto camino político, Finlandia descendió con rapidez en una sangrienta guerra civil. La clase obrera finlandesa pagó muy caro el retraso en la toma del poder, puesto que desde enero la mayoría de las tropas rusas habían regresado a sus hogares. La burguesía aprovechó los tres meses desde la huelga de noviembre para reclutar sus tropas en Finlandia y en Alemania. Al final, casi 27 000 finlandeses rojos perdieron sus vidas en la guerra. Y después de que la derecha aplastara la República Socialista de los Trabajadores de Finlandia en abril de 1918, otros 80 000 obreros y socialistas fueron recluidos en campos de concentración.

Los historiadores están divididos en torno a si la revolución finlandesa pudo haber triunfado de haberse iniciado antes y si hubiera tomado un enfoque político y militar más ofensivo. Algunos afirman que, en último extremo, el factor decisivo fue la intervención imperialista de Alemania en marzo y abril de 1918. Kuusinen hace un balance similar:

“El imperialismo alemán escuchó los lamentos de nuestra burguesía y pronto se dedicó a engullir nuestra recién conquistada independencia, que a petición de los socialdemócratas finlandeses fue reconocida por la República Soviética de Rusia. El sentimiento nacional de la burguesía no sufrió daño alguno por este asunto y el yugo de un imperialismo extranjero no le causó terror cuando parecía que la patria estaba a punto de convertirse en la patria de los obreros. Estaban dispuestos a sacrificar todo el pueblo al gran bandido alemán si éste les mantenía en el deshonroso puesto de conductores esclavizados”.

Lecciones aprendidas

¿Qué podemos pensar de la revolución finlandesa? Lo más obvio es que muestra que la revolución obrera no fue sólo un fenómeno de la Rusia central. Incluso en la pacífica y parlamentaria Finlandia, el pueblo trabajador se fue convenciendo de que sólo un gobierno socialista podía ofrecer una salida a la crisis social y a la opresión nacional.

Tampoco los bolcheviques fueron el único partido en el imperio capaz de dirigir a los obreros al poder. En muchos sentidos, la experiencia del SDP finlandés confirma la perspectiva tradicional de la revolución planteada por Karl Kautsky: por medio de una paciente organización y educación con conciencia de clase, los socialistas obtuvieron una mayoría parlamentaria, obligando a la derecha a disolver la institución lo que, a su vez, hizo estallar una revolución de orientación socialista.

La preferencia del partido por una estrategia parlamentaria defensiva no le evitó, al final, tener que derrocar al poder capitalista y dar pasos hacia el socialismo. En contraste, el burocratizado Partido Socialdemócrata de Alemania —que había abandonado hacía tiempo la estrategia de Kautsky— sostuvo activamente el poder capitalista en 1918-19 y aplastó violentamente los esfuerzos por derribarlo.

Pero Finlandia no sólo mostró la fuerza sino también los límites potenciales de la socialdemocracia revolucionaria: vacilación en abandonar la esfera parlamentaria, subestimación de la acción masas y una tendencia a inclinarse hacia los socialistas moderados para mantener la unidad del partido.


Eric Blanc es historiador del movimiento socialista.

15 de mayo de 2017

Traducción: viento sur


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