El siguiente texto
recoge una intervención de Panagiotis Sotiris en la conferencia Historical
Materialism Paris : Conjurer la catastrophe / Combating the Catasthrophe
celebrada del 26 al 28 de junio de 2025.
De la nación al pueblo
El Viejo Topo
5 noviembre, 2025
DE LA NACIÓN AL
PUEBLO: REIMAGINAR EL “NOSOTROS” DE LA EMANCIPACIÓN
En este texto
se propone una redefinición del sujeto político de la emancipación que –lejos
de oponer entre sí… articule la dimensión de clase con las de pueblo y nación.
La recuperación de la soberanía popular se entiende, así, como una dimensión
constitutiva de un nuevo bloque histórico, antagónico con respecto a la
hegemonía burguesa. Panagiotis Sotiris parte de Antonio Gramsci y Nicos
Poulantzas para ampliar la perspectiva desde la cual integrar la pluralidad de
formas de dominación y, a tal fin, examina la noción de “patriotismo
internacionalista” propuesta por Houria Bouteldja. “De la nación al pueblo:
reimaginar el `nosotros´ de la emancipación” se publica en español
simultáneamente en Communis y Jacobin América Latina, en francés en Communis y Contretemps.
Revue de critique communiste, y en inglés en Communis y Historical
Materialism.]
Uno de los más
cruciales desafíos al que nos enfrentamos es cómo transformar las tendencias
generalizadas de protesta e impugnación de las que somos testigos en un sujeto
colectivo coherente, capaz de revertir la desintegración y la atomización en
curso de las clases subalternas.
Desafío más
crucial aún si tenemos en cuenta que en los últimos quince años hemos asistido
a impresionantes momentos de movilización de masas, que en algunos casos han
sido de naturaleza casi insurreccional, al mismo tiempo que han puesto de
manifiesto notables divisiones en el seno de las clases subalternas. De hecho,
lo que se ha denominado auge de la extrema derecha podría describirse, en gran
medida, como desplazamiento de amplios segmentos de la clase obrera y, en
general, de las clases subalternas hacia la extrema derecha.
En una época en
la que el capitalismo neoliberal se vuelve aún más disciplinario y cínico y
alimenta un imperialismo belicoso y genocida que no oculta sus designios
neocoloniales con respecto al Sur, la cuestión de la creación de un “nosotros”
colectivo de resistencia y emancipación no es sólo, ni principalmente, de orden
analítico sino, ante todo, una cuestión estratégica cuya urgencia es asunto
casi de vida o muerte.
¿CLASE O
PUEBLO?
Tradicionalmente,
la respuesta a esa pregunta se contenta con exhortar a la clase obrera a que
articule una posición común y a rechazar las identidades nacionales, étnicas y
religiosas en favor de una nueva identidad proletaria.
Debemos, sin
embargo, recordar que los explotados y dominados comparten como condición la
necesidad de vender su fuerza de trabajo para sobrevivir y que los enemigos a
quienes se enfrentan, desde las empresas globales hasta los Estados genocidas y
los agresores imperialistas, se basan en ese tipo de explotación
específicamente capitalista.
Al mismo
tiempo, sabemos que las relaciones de clase reales son complejas y que existen
diferencias entre los distintos segmentos de la clase trabajadora, así como un
problema que en épocas pasadas alcanzara alarmantes dimensiones y que aún
persiste hoy; a saber, que una parte importante de los subalternos no son
trabajadores, sino campesinos, trabajadores autónomos o pobres.
No se trata,
por tanto, solamente de pensar en términos de alianzas sociales en sentido
amplio, es decir, más allá de la sola clase obrera, algo que de por sí implica
reimaginar las diferentes formas de designación e interpelación del sujeto
colectivo de la emancipación. Se trata igualmente de reimaginar la forma misma
que adoptan los antagonismos políticos de la modernidad.
Pienso, en este
caso, en la dialéctica entre clase y masa, de la que se puede decir, siguiendo
a Etienne Balibar, que es el resultado del “cortocircuito” que entre la
economía y la política —a las cuales añadiría yo la ideología—provocara Marx
(Balibar 1997). Cabría decir, siguiendo una vez más a Balibar, que el
proletariado es a la vez clase y masa. Que, en cierto sentido, no es un sujeto
histórico, sino el resultado de coyunturas y relaciones de fuerza particulares,
de las que dependen todas las formas de subjetividad e identidad colectivas. Se
trata, por tanto, de
obligarse a
buscar las condiciones que, en cada coyuntura, puedan precipitar las
luchas de clases en movimientos de masas, así como las formas de representación
colectiva que, en esas condiciones, puedan mantener en los
movimientos de masas la instancia de la lucha de clases[1].
Antonio Gramsci
captó ese reto cuando subrayó que:
Las clases
subalternas, por definición, no están unificadas y no pueden unificarse
mientras no puedan devenir Estado”: su historia, por tanto, se entrelaza con la
historia de la sociedad civil, es una “función disgregada” y discontinua de la
historia de la sociedad civil y, a través de ella, de la historia de los
Estados o grupos de Estados[2].
Y es en esa
misma nota del cuaderno 25 de sus Cuadernos de la cárcel donde
Gramsci también sostiene que el objetivo de las clases subalternas es contar
con formaciones políticas que afirmen su “completa autonomía”.
NACIÓN Y LUCHA
DE CLASES
Ahora bien,
“devenir Estado” también significa “devenir nación” y “devenir pueblo”. De modo
que la cuestión es determinar si tal aleación no entra en contradicción con una
larga tradición según la cual nación y pueblo son fundamentalmente
construcciones ideológicas que mistifican el antagonismo social y las
divisiones de clase y que, además, sirven de justificación del racismo
sistémico, creando con ello comunidades «imaginadas”[3].
En primer
lugar, recordemos que “imaginado” no significa ”irreal”. Cabe citar una vez más
a Balibar, quien en la década de los ochenta hizo una importante observación:
“toda comunidad social, reproducida por el funcionamiento de las instituciones,
es imaginaria”, es decir, se basa en la proyección de la existencia individual
en el entramado de un relato colectivo, en el reconocimiento de un “nombre”
común y en las tradiciones vividas como huella de un pasado inmemorial
(incluso en aquellos casos en que se hayan fabricado e inculcado en
circunstancias recientes). Pero ello equivale a afirmar que, en determinadas
condiciones, “sólo las comunidades imaginarias son reales”[4].
Sin embargo,
creo que sería útil volver a Gramsci y a su conceptualización de las formas
políticas de la modernidad. En ese proceso histórico, vemos no sólo el
despliegue del poder y la influencia de la burguesía en su “larga marcha” hacia
la hegemonía, sino también el surgimiento de nuevas formas de movilización de
las clases subalternas, formas que constituyen el aspecto fundamental de la
constitución de esa voluntad colectiva nacional-popular contradictoria,
especialmente en los casos en que la propia burguesía ha pasado por una fase
revolucionaria. Sin embargo, en ningún momento Gramsci pierde de vista cómo
posteriormente la burguesía intenta contrarrestar el surgimiento de esa
voluntad colectiva nacional-popular o socavar sus características radicales y
emancipatorias.
El propio
término “nacional-popular” es, en cierto sentido, foco de tensiones, por lo que
Gramsci estableció explícitamente una distinción entre pueblo-nación [popolo-nazione]
y nación-retórica. También subrayó que la clase obrera, aunque internacional
por naturaleza y portadora de un cierto universalismo subalterno, debía
asimismo nacionalizarse, tanto para adaptarse a cada relación de fuerzas
nacional particular como para unificar a las clases subalternas:
Una clase de
carácter internacional, en la medida en que guía a estratos sociales
estrictamente nacionales (intelectuales) y de hecho a menudo menos aún que
nacionales, particularistas y municipalistas (los campesinos), debe
“nacionalizarse”, en cierto sentido[5].
Ante los
intentos de “nacionalismo proletario” promovidos por algunos segmentos del
movimiento fascista, que justifican el chovinismo y el expansionismo
colonial-imperialista, Gramsci propone convertir esa idea de nación proletaria
en la base de un nuevo cosmopolitismo proletario. Como subrayara André Tosel:
Es la Italia de
los inmigrantes y los consejos de fábrica, de las comunas y el humanismo civil,
la de la reforma intelectual y moral, de la “catarsis” de lo económico en
ético-político, la que puede producir la reforma trascendental de la religión
de la libertad en herejía creadora de un nuevo conformismo de masas y, al mismo
tiempo, un internacionalismo tanto laborista como cívico[6].
Del mismo modo,
Nicos Poulantzas propone reexaminar la cuestión de la nación, a cuyo propósito
subraya su carácter ineludible. Poulantzas analizó, en lo que constituye uno de
los enfoques más originales de la cuestión de la nación, “la historicidad de un
territorio y la territorialización de una historia”[7] en
el marco del surgimiento de la nación, así como la articulación espacial
específica del capitalismo y el imperialismo, el surgimiento de las fronteras,
del interior y del exterior, y, por supuesto, el papel del Estado: “Ese Estado
lleva a cabo un proceso de individualización y unificación, constituye el
pueblo-nación en el sentido de que representa su orientación histórica”[8].
Al mismo tiempo, Poulantzas insistió en que la relación de las clases
trabajadoras con el nacionalismo no es la simple expresión de dominación
ideológica de esas clases por la burguesía, ya que
la espacialidad
y la historicidad de cada clase obrera son una variante de su propia nación,
tanto porque están enmarcadas en las matrices espaciales y temporales, como
porque son parte integrante de esa nación entendida como resultado de la
relación de fuerzas entre la clase obrera y la burguesía[9].
Por otro lado,
como ha señalado Sadri Khiari, el Estado nacional también se constituye siempre
como Estado racial:
A la
integración nacional “gala” en el espacio de las fronteras hexagonales se ha
yuxtapuesto una integración nacional colonial que enmarca la pertenencia al
grupo estatutario “francés” en una pertenencia a un grupo estatutario más
amplio, la civilización blanca-europea-cristiana[10].
SOBERANÍA
NACIONAL, SOBERANÍA POPULAR
Es evidente,
por tanto, que no podemos eludir sin más la cuestión de la nación. A ese
propósito, también me gustaría mencionar otro concepto, sobre todo porque
nación (y pueblo) no son simplemente designaciones de comunidades. Esos
términos se refieren además a una forma política; a saber, el Estado-nación. Y
todo concepto de Estado y de nación supone igualmente un concepto de soberanía.
Sé que cierto
reduccionismo de clase tiene una respuesta fácil: el poder real y la soberanía
real pertenecen a la clase social dominante, hoy en día los segmentos más
agresivos e internacionalizados del capital. Sin embargo, una de las
particularidades de las formas sociales y políticas asociadas con la modernidad
capitalista es que la soberanía se proyecta para articularse y ejercerse en
nombre de una comunidad más amplia; a saber, el pueblo y la nación.
Creo que es muy
importante introducir el concepto de soberanía, por cuanto el de soberanía es
uno de los conceptos en juego en el antagonismo social y político
contemporáneo. No me refiero sólo al hecho de que una soberanía subalterna
emancipatoria se encuentre en el centro de esa tradición específicamente
marxista que afirma la necesidad de tomar el poder para cambiar el mundo. Me
refiero también al hecho de que el neoliberalismo disciplinario contemporáneo
opera, en particular en el contexto de la Unión Europea, como una forma de
soberanía nacional reducida, como una cesión de la soberanía, pero también como
un ataque constante contra la soberanía popular. Se podría decir que la Unión
Europea representa un ejemplo de soberanía limitada o reducida como estrategia
de clase, en particular a través de la arquitectura monetaria, financiera e
institucional de la zona del euro. Ya en la primera década de este siglo fuimos
testigos, en “campos de prueba” como Grecia, de la violencia de ese proceso. En
cierto sentido, lo que habría evitado el desastre social y político ocurrido en
Grecia habría sido precisamente una recuperación de la soberanía nacional y
popular tras el impresionante resultado del referéndum de julio de 2025, una
recuperación de la soberanía que habría implicado la salida de la zona euro y
de la Unión Europea.
A ese
propósito, me gustaría destacar lo siguiente. Muchos compañeros, cuando oyen
hablar de soberanía nacional, piensan inmediatamente en las fronteras. Ahora
bien, nosotros estamos en contra de las fronteras. Estamos a favor de la
apertura de las fronteras. Sin embargo, en el contexto europeo, es en realidad
la limitación, la reducción de la soberanía, lo que ha permitido la imposición
de las políticas de la Unión Europea contra los inmigrantes y los refugiados,
en particular después de 2016 y del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía. Y
será necesario recuperar la soberanía para restablecer plenamente el derecho de
asilo y la libertad de circulación. ¡Para abrir las fronteras hay que ser
realmente soberanos!
Permítaseme
pasar ahora a consideraciones más estratégicas. ¿Significa esto que hay
simplemente que volver a la nación y a una referencia nacional?
En algunos
casos, como en el período posterior a la crisis de la zona euro, hemos asistido
a ese tipo de retorno. Podría citar la forma en que algunos segmentos de la
izquierda italiana de origen comunista decidieron, sin mucho éxito, marchar en
esa dirección, O también los numerosos debates que tuvieron lugar en Grecia en
el marco más amplio de la lucha contra la austeridad, así como la aparición de
la idea de un “espacio político patriótico”. O incluso, para acercarnos a
Francia, los problemas de ciertas concepciones neorrepublicanas del “retorno al
Estado”. ¿Cuáles son los límites de tal retorno a la nación, ya sea en su
modalidad republicana o tradicionalmente “patriótica”? En pocas palabras, ese
retorno tiende a excluir del espacio político (y cultural) de la nación y del
pueblo ciertos puntos de referencia culturales o religiosos, a pesar de su
importancia para amplios segmentos de las clases subalternas procedentes de la
inmigración. Y en ningún momento aborda el colonialismo como un aspecto
permanente del funcionamiento de los Estados-nación actuales. Se trata, en
efecto, de una concepción de la nación que no encara ese aspecto de la
exclusión de todos aquellos que no se consideran parte de la nación. Por tanto,
es un retorno a la nación que socava la unidad subalterna que estamos tratando
de construir. Además, esa concepción “neorrepublicana”, patriótica” o
soberanista” puede conducir a posiciones francamente reaccionarias, como
ilustra el ejemplo de Jacques Sapir[11],
quien en 2015 propusiera una “alianza soberanista” de la que formase parte
Rassemblement National (RN) y, a raíz de ello, asistió a la universidad de
verano de RN en 2016.
Un concepto
estratégico de pueblo
Sobre esa base,
sostuve que la única manera de replantearse la posibilidad de reclamar la
soberanía popular de una manera que eluda las trampas del universalismo
cosmopolita y el nacionalismo excluyente es redefinir pueblo (y nación)
partiendo de la condición contemporánea de subalternidad. Una condición que ha
ampliado los vínculos entre la subalternidad y el sojuzgamiento a la
acumulación capitalista, tanto de forma directa como indirecta. Lo cual
conlleva una redefinición de pueblo (y de nación) que los disocie de la
etnicidad, el origen o la historia compartida y que más bien los vincule a una
condición, un presente y una lucha comunes. Consiguientemente, se trata de una
concepción “escindida” del pueblo y la nación, por cuanto también supone un
enfoque que se oponga a los “enemigos del pueblo”, muchos de los cuales son
formalmente “miembros de la nación”.
Por último,
ello se inscribiría en una concepción posnacional y descolonial de pueblo y
nación que, aunque remita a una idea políticamente performativa del
pueblo y -para utilizar la terminología gramsciana- del “pueblo-nación”, se
base al mismo tiempo en la clase. Ya no se trata de la “comunidad imaginaria”
de la “sangre común”, sino de la unidad en la lucha de las clases subalternas,
de la unidad de quienes comparten los mismos problemas, la misma miseria, la
misma esperanza, el mismo bregar. Pueblo no es origen común, sino condición y
perspectiva comunes. En ese sentido, siguiendo a Deleuze, hablamos de un
“pueblo que falta”, de un pueblo que hay que producir, de un pueblo por venir,
no [d]el mito
de un pueblo pasado, sino [de] la fabulación del pueblo por venir. Es necesario
que el acto de habla se forje como una lengua extranjera dentro de una lengua
dominante, precisamente para expresar la imposibilidad de vivir bajo la
dominación[12].
¿Significa esto
abandonar el análisis de clase en tal perspectiva? ¡De ninguna manera! Pues son
las formas contemporáneas de acumulación capitalista las que crean las
condiciones materiales “objetivas” que aglutinan a capas de la clase obrera con
capas de la “nueva pequeña burguesía” (en el sentido de Poulantzas: los
asalariados de cuello blanco y los ejecutivos), los funcionarios y hasta segmentos
de las capas pequeñoburguesas tradicionales, debido a la incapacidad de las
políticas neoliberales contemporáneas para constituir un bloque histórico
duradero en torno a las finanzas y los capitales multinacionales. En efecto, el
movimiento del capital crea demandas e intereses comunes, basados en la
condición común del trabajo, la precariedad, el desempleo, la explotación y la
dificultad cada vez mayor para satisfacer las necesidades básicas, que, de
alguna manera, pueden aglutinar a una amplia gama de agentes, desde los
inmigrantes indocumentados hasta los jóvenes titulados que pasan del desempleo
a un empleo precario a tiempo parcial y de vuelta al desempleo. Si bien los
teóricos del populismo han tendido a considerar los grandes cambios políticos recientes
y los movimientos de protesta masiva como acontecimientos esencialmente
políticos, articulados en torno a reivindicaciones políticas comunes, esos
momentos también representan el encuentro visible de segmentos de la fuerza de
trabajo colectiva que comparten una condición común. No debe ignorarse el
carácter de clase de esas movilizaciones de masas.
Sería erróneo
creer que lo que aquí sostenemos es que una reconceptualización del pueblo
debería basarse exclusivamente en criterios de clase. La condición
contemporánea de subalternidad abarca asimismo las consecuencias del
patriarcado, el sexismo, el racismo y el colonialismo. Las formas
contemporáneas de acumulación capitalista integran el racismo, el
neocolonialismo y el sexismo en el régimen dominante de acumulación en cuanto
aspectos cruciales de la reproducción social. Esos aspectos contribuyen a la
formación de grupos sociales subalternos y, al mismo tiempo, nos ponen ante el
desafío de inscribir esas luchas y prácticas antagónicas en el intento de
“hacer pueblo” o “hacer nación”. Ello propicia nuevos encuentros entre los
movimientos populares y las luchas dirigidas no sólo contra el racismo y el
nacionalismo (luchas que durante mucho tiempo se han considerado parte
integrante de la política de clase emancipatoria), sino también contra el
sexismo, el patriarcado y la heteronormatividad, en cuanto condiciones para la
formación de la necesaria unidad del pueblo. Esa articulación está
sobredeterminada por la dinámica de la acumulación capitalista, las numerosas
formas en que el sexismo y el racismo se convierten en aspectos indispensables
del régimen dominante de acumulación, pero también en intentos de las clases
dominantes de mantener a los subalternos en una posición desintegrada y pasiva.
Desde esa perspectiva,
es obvio que el concepto de pueblo no es una construcción discursiva a
posteriori, como han sostenido los teóricos del “populismo de izquierda”, y
que, por tanto, no sería más que el resultado de una interpelación ideológica.
Se trata de un concepto estratégico basado en el análisis de clase, en el
sentido descrito por Poulantzas:
La articulación
de la determinación estructural de clase y las posiciones de clase dentro de
una formación social —lugar de existencia de las coyunturas— requiere conceptos
particulares. Se trata, en este caso, de lo que denominaré conceptos de
estrategia, que abarcan en particular los fenómenos de polarización y alianzas
de clases. Es lo que ocurre, por ejemplo —en lo que respecta a la dominación de
clase—, con el concepto de bloque de poder”, el cual designa una alianza
específica de las clases y las facciones de clase dominantes; también es el
caso, en lo que respecta a las clases dominadas, del concepto de pueblo”, el
cual designa una alianza específica de estas últimas[13].
Desde esa
perspectiva, debemos volver a Gramsci y a su concepción estratégica y
transformadora que vincula al pueblo-nación con un bloque histórico potencial:
Si la relación
entre intelectuales y pueblo-nación, entre dirigentes y dirigidos, entre
gobernantes y gobernados, la da una adhesión orgánica en la que el
sentimiento-pasión se convierte en comprensión y por tanto en saber (no mecánicamente,
sino de forma viviente), sólo entonces la relación es de representación, y
acaece el intercambio de elementos individuales entre gobernados y gobernantes,
entre dirigidos y dirigentes, esto es, se realiza la vida de conjunto, que es
la única fuerza social; se crea el bloque histórico”[14].
No obstante,
esa concepción del bloque histórico remite a algo más complejo que la formación
del pueblo mediante un proceso de significación que crea a la vez una identidad
común y una oposición a un “enemigo” común, por importantes que sean esos
aspectos para el resurgimiento del pueblo como agente colectivo de
transformación y emancipación. Ante los problemas particulares que plantea la
necesidad de crear nuevas formas de unidad popular entre los diferentes
segmentos de las clases y grupos subalternos separados por motivos étnicos o
religiosos, pero también por la división institucional entre ciudadanos,
inmigrantes e indocumentados, las prácticas colectivas, las reivindicaciones,
las estrategias, las reescrituras de la historia, los saberes de unos y otros
y, sobre todo, las aspiraciones comunes son más importantes que los “referentes
culturales” comunes y pueden, de hecho, inducir a la identificación común como
pueblo. Ese proceso también requiere luchas concretas para construir formas
institucionales que hagan posible esa convergencia, en particular de los
derechos sociales y políticos, pero también formas de organización política y
de intelectualidad política de masas que vinculen esa condición común a
proyectos hegemónicos comunes de transformación y emancipación. Formas que
contribuyan a articular luchas y alianzas comunes y al advenimiento de eso que
Gramsci intentó definir como el “Príncipe moderno”, forma política de un Frente
Unido moderno.
Por tanto,
cuando hablamos de pueblo o de nación como metonimia de un posible bloque
histórico subalterno, no nos referimos a una alianza social o a una “identidad
colectiva”. Tampoco hablamos de una simple intervención política. Hablamos, en
cambio, de una práctica con un fuerte objetivo hegemónico, de un proceso
histórico. Un proceso que abarca no sólo interpelaciones ideológicas o
discursivas, sino sobre todo un programa político estratégico, así como las
tácticas y las formas de organización capaces de propiciar que ese programa se
transforme en un nuevo relato histórico para un país dado.
¿SE PUEDE
REIVINDICAR LA NACIÓN?
La cuestión
ahora es si se puede describir esa línea como una recuperación de la nación. Me
refiero en particular a las recientes intervenciones de Houria Bouteldja[15].
Independientemente de qué nombre le demos a esa unidad potencial, diría que en
general estoy de acuerdo con el planteamiento de Bouteldja. Lo que me parece
muy original y también importante para los debates contemporáneos y las
exigencias políticas es el hecho de que Bouteldja no intente mostrar cómo los
diferentes segmentos pueden aglutinarse sobre la base de la “realización”, de
la “toma de conciencia” de que comparten una esencia común o un momento de
revelación en que trascenderían sus diferencias. Bouteldja nos muestra, en
cambio, cómo puede haber objetivos políticos comunes y, en particular, una
recuperación de la soberanía nacional mediante la salida de la Unión Europea y
un “patriotismo internacionalista” como medio para crear una nueva unidad política
y social que agrupe a las capas subalternas que hoy se sienten atraídas por la
izquierda (al menos en los lugares donde todavía existe una izquierda) con las
clases trabajadoras y otras capas subalternas que actualmente constituyen el
núcleo principal del electorado de la extrema derecha:
De ahí que el
retorno al Estado-nación también deba considerarse como un momento de esa
utopía, incluso como su condición. Habría que pensar simultáneamente en una
estrategia descolonial de retorno al marco nacional en favor de los autóctonos
a quienes les importa un bledo Europa, pero que carecen de patria, y en una
estrategia antiliberal en favor de las clases populares blancas, para quienes
la patria es un valor refugio tan fuerte y seguro como el oro[16].
Y sigo estando
de acuerdo con Bouteldja cuando describe los impasses de las tradiciones
actuales de la izquierda:
Cuando la
izquierda es internacionalista, no comprende la necesidad de la nación (y, por
tanto, de la seguridad); cuando es republicana y universalista, no comprende la
necesidad identitaria y religiosa. Cuando es antifascista, no comprende las
consecuencias perjudiciales de la diferencia de trato por parte del Estado
entre el antisemitismo y otros racismos. Y cuando es feminista, no comprende la
opresión de las masculinidades no hegemónicas, ya sean blancas o no blancas.
Sea cual sea el rostro de esa izquierda, se obstina en aplicar análisis y
respuestas inadecuadas sin tener en cuenta seriamente la singularidad de los
sujetos subalternos de clase o raza[17].
Para concluir,
es igualmente importante señalar que tal concepción del pueblo —y de la nación—
como nuevo “bloque histórico” potencial se opone tanto a cierta concepción del
multiculturalismo que tiende a considerar a las sociedades como simples
aglomeraciones de personas y diferencias y que de hecho es perfectamente
compatible con el neoliberalismo, y a una versión neorrepublicana de la nación
como historia y “valores nacionales” comunes, que tendería a excluir a gran
parte de las clases y grupos subalternos contemporáneos. A lo que remite, en
cambio, es a un pueblo y una nación por construir y a la aceptación de todos
los puntos de referencia de las clases subalternas como elementos
necesariamente contradictorios de un pueblo (y una nación) por venir y de una
nueva historia por escribir juntos.
En esa
concepción, el elemento “nacional-popular” no se define sobre la base de los
elementos o la herencia del pasado, sino más bien como algo que viene del
futuro. El elemento “nacional-popular” debe construirse, ser objeto de un
proceso constante de reconstrucción, reproducción y renovación. Contrariamente
a la creencia nacionalista fundamental de que “los otros” deben aprender
nuestra historia o “nuestros” valores, se trata en este caso de producir una
nueva perspectiva popular a la que “los otros” estén llamados a contribuir
desde el principio, una perspectiva que considere que “nosotros” y “los demás”
podemos producir efectivamente un nuevo “nosotros”, una nueva forma de unidad
basada no en el intercambio de elementos culturales, sino principalmente en la
condición común de explotación y resistencia, en contraposición a todas las
visiones de una “guerra de civilizaciones” presuntamente inevitable. Una
perspectiva, en fin, que insista en que el punto de partida necesario es la
aceptación de la diferencia relativa, es decir, el reconocimiento de que los
segmentos de las clases subalternas constituidos por inmigrantes o refugiados
tienen un derecho inalienable a la organización autónoma y a la identidad
colectiva y que ese reconocimiento es la condición necesaria para el
surgimiento de una nueva forma de unidad popular.
En ese sentido,
con lo que hay que habérselas es con una concepción de pueblo y de nación que
no deje de lado el antagonismo de clases, sino que lo trate como una condición
constitutiva. Se trata, por tanto, de una concepción antagonista y agonística
de la unidad potencial del pueblo que no teme su carácter contradictorio.
Optar por la
recuperación de la soberanía popular, en forma de ruptura con los acuerdos
institucionales supranacionales que socavan la democracia y refuerzan los
agresivos regímenes capitalistas de acumulación, como la zona euro y la Unión
Europea, al tiempo que se exigen derechos y una ciudadanía plena para todas las
personas que viven y trabajan en cada país (y contribuyen en general a la vida
social), ofrece una alternativa real.
Permítaseme un
último señalamiento. Como he subrayado, el debate que hemos sostenido en estas
reflexiones no es un debate sobre la identidad. No se trata simplemente de
examinar cómo designar a un sujeto colectivo, si bien los nombres y las
designaciones desempeñan un papel importante. Se trata más bien de reimaginar
la política. Reimaginar una política de emancipación que, en palabras de
Maquiavelo, apunte alto para llegar más lejos, una política de emancipación que
se atreva a pensar en grande, que se conciba en términos de nuevos bloques
históricos y de un “príncipe moderno” capaz de crear esos bloques históricos,
una política revolucionaria que evite la comodidad de las pequeñas sectas y
trate de comprometerse realmente con la historia. Una práctica política que,
sí, se crea capaz de construir un pueblo y una nación, a partir de la explosiva
combinación contemporánea de impugnación masiva y desintegración cada vez mayor
de las clases subalternas.
Traducción:
Rolando Prats
Referencias
bibliográficas
Benedict
Anderson, Imagined Communities, Verso, Londres, 1983.
Étienne Balibar, La crainte des masses. Politique et philosophie
avant et après Marx, Galilée, París, 1997.
Étienne Balibar
e Immanuel Wallerstein, Race, nation, classe. Les identités
ambiguës, La Découverte, París, 1988.
Houria Bouteldja, Beaufs
et barbares. Le pari du nous, La Fabrique, París, 2023.
Houria Bouteldja, 2025, “Rêver ensemble. Pour un patriotisme
internationaliste”, Contretemps, 11 de febrero de 2025.
Gilles
Deleuze, Cine 2. L’image-temps, Minuit, París, 1985.
Antonio
Gramsci Cuadernos de la cárcel (traducción y notas de Antonio
J. Antón Fernández), Akal, Madrid, 2023 (3 volúmenes).
Sadri
Khiari, La contre-révolution coloniale en France. De de Gaulle à
Sarkozy, La Fabrique, París, 2009.
Nicos
Poulantzas, Les classes sociales dans le capitalisme aujourd’hui,
Seuil, París, 1974.
Nicos Poulantzas, L’Etat, le pouvoir, le socialisme, PUF, París,
1978.
André
Tosel, Le marxisme du 20e siècle, Syllepse, París, 2009.
Notas
[1] Balibar
1997, p. 248. (La traducción es mía. [N. del T.])
[2] Gramsci
2023, III. Cuadernos 12-29 (1932-1935), Q25, § 5, p. 730.
[3] Anderson
1983. (La traducción es mía. [N. del T.])
[4] Balibar
en Balibar y Wallerstein 1988. (La traducción es mía [N. del T.])
[5] Gramsci
2023, III. Cuadernos 12-29 (1932-1935), Q14, §68, p. 197.
[6] Tosel
2009, p. 179. (La traducción es mía. [N. del T.])
[7] Poulantzas
1978, p. 126. (La traducción es mía. [N. del T.])
[8] Poulantzas
1978, p. 125. (La traducción es mía. [N. del T.])
[9] Poulantzas
1978, p. 130. (La traducción es mía. [N. del T.])
[10] Khiari
2009 citado en Bouteldja 2023, p. 56. (La traducción es mía. [N. del T.])
[11] Sapir
2016. (La traducción es mía. [N. del T.])
[12] Deleuze
1985, p. 290. (La traducción es mía. [N. del T.])
[13] Poulantzas
1974, p. 21. (La traducción es mía. [N. del T.])
[14] Gramsci
2023, II. Cuadernos 6–11 (1930-1935), Q11, §67, p. 740.
[15] Bouteldja
2025. (La traducción es mía. [N. del T.])
[16] Bouteldja
2023, p. 234. (La traducción es mía. [N. del T.])
[17] Bouteldja
2023, p. 223. (La traducción es mía. [N. del T.])
Fuente: Viento sur

No hay comentarios:
Publicar un comentario