miércoles, 22 de octubre de 2025

El inspector Gadget, el rey y la hija del rey

 

Nos birlaron la posibilidad de elección, y con el tiempo la monarquía española se ha convertido en un bastión del sistema. La columna vertebral. Así, de tapadillo. Nada que reprocharle al rey actual, que simplemente ha recogido el testigo. ¿O tal vez sí?


El inspector Gadget, el rey y la hija del rey


Alfons Cervera

El Viejo Topo

22 octubre, 2025 


Me disculparán ustedes porque con la que está cayendo llegue aquí hoy con una risa abierta. O una carcajada. Lo siento, de verdad. Pero es que esto va de la Monarquía y a mí la Monarquía no me gusta nada. No la quiero. Nunca me han preguntado si prefería Monarquía o República. Se murió Franco y pensábamos que nos lo iban a preguntar en plan sistema democrático y esas cosas. Pero no, nadie nos preguntó nada. La Transición hizo algo de lo que se podía hacer y dejó en el aire demasiadas cuentas pendientes. La Ley de Amnistía de 1977 y la Constitución de 1978 acabaron de redondear el asunto del miedo y en algunos casos el oportunismo político y en esta última metieron de tapadillo lo que no se atrevió a preguntar Adolfo Suárez: entre Monarquía y República pues nos quedamos con la Monarquía. Punto pelota. Por la chimenea de los nuevos tiempos, la fumata blanca de la herencia franquista aquel año de 1978: habemus rey, como hacen en el Vaticano cada vez que se muere un Papa.

El caso es que no me gusta la Monarquía. Lo que nos tocaba entonces era recuperar la República que se habían cargado los fascistas muchos años atrás: mejorarla, avanzar en lo que había empezado antes del golpe de Estado de 1936, dejar bien a las claras que, a la hora de elegir, como cantaban Los Chunguitos, no había color entre una Monarquía y una República. Hay muchas razones para esa elección, pero me quedo con una que creo que es importante: a los reyes no los elige nadie. Nacen con la corona en la cabeza. Viven sin pegar palo al agua todos los miembros de la numerosísima familia real desde que nacen hasta que se mueren. No tienen gastos porque todo se lo pagamos con nuestros dineros. Con tanto ahorro, amontonan fortunas que ríete tú de lo que se jugaban el BBVA y el Sabadell en su Opa interminable. Y encima va y el rey padre se mete a chorizar el bien común para montarse un negocio por su cuenta y ningún riesgo. Ahí lo tienen: con la Justicia haciéndole la ola, más ancho que largo paseando su garbo por el mundo mundial, riéndose de quienes pensaron que las herencias no se cumplen, apoyando en su bastón la arquitectura de un desgarro de la decencia que a él le importa un pito. En 2014 tuvieron que bajarlo con grúa del elefante de Botsuana, entre Rajoy y Rubalcaba vistieron al hijo para que pareciera rey en un plis plas y la momia podía seguir descansando tranquila bajo la cruz más grande que se conoce desde los tiempos de Espartaco. ¡País, como diría el maestro Forges!

Y vuelvo al principio. A lo de la risa abierta o la carcajada de hoy en infoLibre. Una risa que me libra del cabreo que me provocan las babas de sumisión con que la mayoría de líderes mundiales han saludado y aplaudido al nuevo, a la vez que ridículo, emperador de las galaxias. Sólo nombrarlo me da asco. Lo mismo que siento al ver a esos líderes besándole la mano, como cuando éramos críos en el pueblo se la besábamos al cura fuera donde fuera. Contentos de su humillación, del apretón de manos con golpecito final del jefe que sonaba a una clarísima amenaza: a portarse bien, ¿vale?, ya ves que donde hay un Maduro puede haber setecientos. Así que necesitaba algo que me aliviara las ganas de convertirme en exterminador de cucarachas, como en uno de los cómics de Jacques Tardi que más me gustan. Una sonrisa. O una risa abierta. O una carcajada. Y en ese trance se me apareció el resumen televisivo de una semana en que la noticia principal era el desfile de las fuerzas armadas. El día de la patria lo llaman. Cientos de militares y una cabra desfilando por una gran avenida madrileña mientras los aviones hacían cabriolas en el aire y el fascista, cobardica y cara dura Abascal ejercía de facción legionaria pero sin cabra.

Fueron sólo unos segundos. La tele es para mí como el foso de los cocodrilos a los pies de un castillo medieval. No tengo configuradas las cadenas. Por eso el otro día tenía que ver un programa que me interesaba personalmente, no digo de qué cadena porque me da vergüenza (bueno, de laSexta: ya está dicho), y en la búsqueda se me cruzó lo del resumen semanal televisivo. El desfile militar. La celebración del día de la patria. El lujo y el orgullo de una raza con el mismo olor a alcanfor que desprendía el baúl donde la abuela guardaba la dote de pobre que había de durar toda la vida. No sé cuántos militares pasaron por la pantalla en medio minuto. La pasta gansa que habría costado ese espectáculo. Pero menos mal que hubo algo que me arrancó de golpe y porrazo una carcajada, como si estuviera viendo una peli de los Hermanos Marx.

Ahí, en el escenario, entre tanto político y estrellas cuartelarias, estaban el rey y su hija vestidos de militares. Y me entró la risa tonta. Es que no me la puedo aguantar incluso ahora mismo, cuando recuerdo aquella imagen que era para darle el Goya al mejor vestuario. Iba a poner mejor disfraz pero no: a ver si me denuncian por faltarle el respeto a la Corona. Poca broma con esos deslices en los tiempos que corren. Imagino que en la Zarzuela tienen un guardarropía a prueba de celebraciones. Como el inspector Gadget en sus películas de risa. O como el Mortadelo inmortal del genial Francisco Ibáñez. Es que me los veo así a los dos, tan llenos de espíritu castrense, con sus gorritas y su mirada perdida en el horizonte, igual que los futbolistas en el campo cuando suena el himno nacional, y no puedo aguantarme la risa. Y me río a carcajada limpia. Y me entran ganas de dejar este artículo como está, asomarme a la ventana y gritar con el puño en alto: ¡Viva la República! Y lo hago.

Fuente: infoLibre

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