Nos birlaron la
posibilidad de elección, y con el tiempo la monarquía española se ha convertido
en un bastión del sistema. La columna vertebral. Así, de tapadillo. Nada que
reprocharle al rey actual, que simplemente ha recogido el testigo. ¿O tal vez
sí?
El inspector Gadget, el rey y la hija del rey
El Viejo Topo
22 octubre, 2025
Me disculparán
ustedes porque con la que está cayendo llegue aquí hoy con una risa abierta. O
una carcajada. Lo siento, de verdad. Pero es que esto va de la Monarquía y a
mí la Monarquía no me gusta nada. No la quiero. Nunca me han
preguntado si prefería Monarquía o República. Se murió Franco y pensábamos que
nos lo iban a preguntar en plan sistema democrático y esas
cosas. Pero no, nadie nos preguntó nada. La Transición hizo algo de lo que se
podía hacer y dejó en el aire demasiadas cuentas pendientes. La Ley de Amnistía
de 1977 y la Constitución de 1978 acabaron de redondear el asunto del miedo y
en algunos casos el oportunismo político y en esta última metieron de tapadillo
lo que no se atrevió a preguntar Adolfo Suárez: entre Monarquía y
República pues nos quedamos con la Monarquía. Punto pelota. Por la chimenea de
los nuevos tiempos, la fumata blanca de la herencia franquista aquel
año de 1978: habemus rey, como hacen en el Vaticano cada vez
que se muere un Papa.
El caso es que
no me gusta la Monarquía. Lo que nos tocaba entonces era recuperar la República
que se habían cargado los fascistas muchos años atrás: mejorarla, avanzar en lo
que había empezado antes del golpe de Estado de 1936, dejar bien a las claras
que, a la hora de elegir, como cantaban Los Chunguitos, no había
color entre una Monarquía y una República. Hay muchas razones para esa
elección, pero me quedo con una que creo que es importante: a los reyes no
los elige nadie. Nacen con la corona en la cabeza. Viven sin pegar palo al
agua todos los miembros de la numerosísima familia real desde que nacen hasta
que se mueren. No tienen gastos porque todo se lo pagamos con nuestros dineros.
Con tanto ahorro, amontonan fortunas que ríete tú de lo que se jugaban el BBVA
y el Sabadell en su Opa interminable. Y encima va y el rey padre se mete a chorizar
el bien común para montarse un negocio por su cuenta y ningún riesgo.
Ahí lo tienen: con la Justicia haciéndole la ola, más ancho que largo paseando
su garbo por el mundo mundial, riéndose de quienes pensaron que las herencias
no se cumplen, apoyando en su bastón la arquitectura de un desgarro de la
decencia que a él le importa un pito. En 2014 tuvieron que bajarlo con grúa del
elefante de Botsuana, entre Rajoy y Rubalcaba vistieron
al hijo para que pareciera rey en un plis plas y la momia podía seguir
descansando tranquila bajo la cruz más grande que se conoce desde los tiempos
de Espartaco. ¡País, como diría el maestro Forges!
Y vuelvo al
principio. A lo de la risa abierta o la carcajada de hoy en infoLibre.
Una risa que me libra del cabreo que me provocan las babas de sumisión con
que la mayoría de líderes mundiales han saludado y aplaudido al nuevo, a la vez
que ridículo, emperador de las galaxias. Sólo nombrarlo me da asco. Lo mismo
que siento al ver a esos líderes besándole la mano, como cuando
éramos críos en el pueblo se la besábamos al cura fuera donde fuera. Contentos
de su humillación, del apretón de manos con golpecito final del jefe que sonaba
a una clarísima amenaza: a portarse bien, ¿vale?, ya ves que donde hay un Maduro puede
haber setecientos. Así que necesitaba algo que me aliviara las ganas de
convertirme en exterminador de cucarachas, como en uno de los cómics de Jacques Tardi que
más me gustan. Una sonrisa. O una risa abierta. O una carcajada. Y en ese
trance se me apareció el resumen televisivo de una semana en que la noticia
principal era el desfile de las fuerzas armadas. El día de la
patria lo llaman. Cientos de militares y una cabra desfilando por una gran
avenida madrileña mientras los aviones hacían cabriolas en el aire y el
fascista, cobardica y cara dura Abascal ejercía de facción
legionaria pero sin cabra.
Fueron sólo
unos segundos. La tele es para mí como el foso de los cocodrilos a
los pies de un castillo medieval. No tengo configuradas las cadenas. Por eso el
otro día tenía que ver un programa que me interesaba personalmente, no digo de
qué cadena porque me da vergüenza (bueno, de laSexta: ya está dicho), y en la
búsqueda se me cruzó lo del resumen semanal televisivo. El desfile militar. La
celebración del día de la patria. El lujo y el orgullo de una raza con el mismo
olor a alcanfor que desprendía el baúl donde la abuela guardaba la dote
de pobre que había de durar toda la vida. No sé cuántos militares
pasaron por la pantalla en medio minuto. La pasta gansa que habría costado ese
espectáculo. Pero menos mal que hubo algo que me arrancó de golpe y porrazo una
carcajada, como si estuviera viendo una peli de los Hermanos Marx.
Ahí, en el
escenario, entre tanto político y estrellas cuartelarias, estaban el rey y su
hija vestidos de militares. Y me entró la risa tonta. Es que no me la puedo
aguantar incluso ahora mismo, cuando recuerdo aquella imagen que era para darle
el Goya al mejor vestuario. Iba a poner mejor disfraz pero no: a
ver si me denuncian por faltarle el respeto a la Corona. Poca broma con esos
deslices en los tiempos que corren. Imagino que en la Zarzuela tienen un
guardarropía a prueba de celebraciones. Como el inspector Gadget en sus
películas de risa. O como el Mortadelo inmortal del genial Francisco
Ibáñez. Es que me los veo así a los dos, tan llenos de espíritu
castrense, con sus gorritas y su mirada perdida en el horizonte, igual que
los futbolistas en el campo cuando suena el himno nacional, y no puedo
aguantarme la risa. Y me río a carcajada limpia. Y me entran ganas de dejar
este artículo como está, asomarme a la ventana y gritar con el puño en alto: ¡Viva
la República! Y lo hago.
Fuente: infoLibre
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