El cuaderno de Kiev. Un diario
desde el 19 hasta el 24 de febrero
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La Vanguardia
Sociología crítica
2014/02/27
Tras casi
tres meses de protesta en la plaza de Kíev (Maidán) y después de doce años de
no haber pisado esta entrañable tierra, aterrizo en la capital de Ucrania el segundo
día con tiros y muertos. Desde Berlín escribí el artículo “Horizonte
ucraniano” (link abajo); ahora se trata de contemplarlo de cerca y en
caliente. Este es el resultado.
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Miércoles 19
– Ucrania ha cruzado el límite de la sangre, algo que de por sí es una tragedia, porque desde la
disolución de la URSS este país había demostrado una rara capacidad de resolver
con pactos y consensos los pulsos y tensiones más agudos. 25 muertos, nueve de
ellos policías, según los informes preliminares contienen una clara advertencia
del potencial de violencia de esta enorme nación europea a la deriva entre dos
imperios. Pero estos muertos no son desenlace de nada y más bien anuncian más
muertos. Entre el aeropuerto y el centro la policía detiene a los camiones por
si traen armas, pero el tráfico de coches es relativamente fluido. El taxista
me pone a caldo a Viktor Yanukovich, el presidente del país.
Todo sigue
abierto, la plaza sigue ahí en pie de guerra. En sus momentos más masivos ha
congregado a unas 70.000 personas en esta ciudad de cuatro millones de
habitantes. Entre ellos hay una minoría de varios miles, quizá cuatro o cinco
mil, equipados con cascos, barras, escudos y bates para enfrentarse a la
policía. Y dentro de ese colectivo hay un núcleo duro de quizás 1.000 o 1.500
personas puramente paramilitar, dispuestos a morir y matar lo que representa
otra categoría. Este núcleo duro ha hecho uso de armas de fuego.
Las
barricadas formadas con sacos llenos de nieve de diciembre se han deshinchado
tras el brusco descenso de las temperaturas registrado en las últimas
horas. Con la batalla de ayer, cuya responsabilidad imputa cada
bando al otro, el gobierno ha avanzado algunas posiciones en las calles que
conducen a las sedes del poder (Parlamento, Consejo de ministros, ministerios,
sede de la presidencia…) algunos edificios están desastradas por la ocupación,
o calcinados.
Fuera de la
zona de los enfrentamientos la situación es de normalidad, aunque el metro está
cerrado y los accesos a la ciudad sometidos a control para evitar la llegada de
los autobuses con ciudadanos, sobre todo del oeste del país, que quieren unirse
a la revuelta. En algunas carreteras se ha visto a centenares de esos
voluntarios caminando hacia Kíev después de que la policía los hiciera bajar de
los autobuses.
En ese
contexto, los ministros europeos no vienen a mediar –son parte en este
conflicto- sino a presionar; Frank-Walter Steinmeier, Laurent Fabius y Radoslav
Sikorski (Alemania, Francia y Polonia), junto con la errática jefa de la política
exterior europea, Lady Ashton, le apretarán los tornillos a Yanukovich,
horas antes de que la UE examine su insensata propuesta de sancionar a los
dirigentes ucranianos que no sirve más que para colocarlos contra las cuerdas y
radicalizar sus decisiones. Esta mezcla de revuelta popular y de intento
euro-atlántico de cambio de régimen a lo Milosevic, es una insensatez que
juega con fuego.
La jornada
del martes en Kíev fue una especie de 4 de octubre de 1993
moscovita. Aquel día Boris Yeltsin aplastó a su oposición tras un golpe de
estado presidencialista que dejó más de un centenar de muertos, con el apoyo y
aplauso de Occidente. Aquello fue una tragedia y al mismo tiempo un desenlace:
tras la masacre la situación se estabilizó con el nacimiento del nuevo régimen
autocrático ruso, que hoy administra el denostado Vladimir Putin. El 18 de
febrero de Kíev con sus 25 muertos no promete estabilidad, sino todo lo
contrario: nuevas turbulencias y violencias. El motivo es la general debilidad,
tanto del poder como de la oposición.
El
presidente Yanukovich está muy desprestigiado, sobre todo por el deterioro
socio-económico y la corrupción que vive el país. Desde ese punto de
vista no hay gran diferencia de fondo (sí de escala) entre el EuroMaidan y
el 15-M o las huelgas generales griegas, de las que Bruselas
abomina. Pero la oposición también es débil. Sus líderes, con el protegido de
Merkel y boxeador Vitali Klichkó en primer lugar, son unos
perfectos inútiles sin apenas control del movimiento popular, cuyo sector
“radical” es una mezcla de ultraderechistas, gente valerosa y, probablemente,
provocadores al servicio de poder y también del enigma. No tienen más programa
que el “que se vaya Yanukovich”, cuyo programa, a su vez, es mantenerse
en el poder. Más allá del más que comprensible cabreo hacia el gobierno, ¿cuál
es el programa social y económico? Arseni Yatseniuk, otro de los líderes de la
oposición es un hombre que cree en las recetas del FMI, universalmente fallidas
desde América Latina hasta Europa y Rinat Ajmedov, el hombre más rico de
Ucrania (propietario del apartamento más caro de Londres: 155 millones de
euros), y otros magnates apoyan de una u otra forma, por acción u
omisión, “la justa lucha ciudadana”. Hay que recordar que esta oposición
ya estuvo en el poder, tras la “revolución naranja” del 2004 y que las cosas
cambiaron muy poco. La deriva de Ucrania es un panorama de oligarcas y magnates
al servicio de uno u otro imperio.
El país,
como Rusia (y a otro nivel, la propia UE, por cierto), debe encontrar una vía
no oligárquica de desarrollo sostenible. Si no lo hace hay un gran potencial de
disgregación e incluso de guerra civil: este es un país bicéfalo que contiene
dos civilizaciones, con diferentes religiones, identidades y lenguas. Ucrania
necesita urgentemente una mediación bienintencionada, pero sus vecinos
imperiales, el Imperio del Oeste, la UE, y el del Este, Rusia, son más problema
que solución.
Al Oeste hay
una torpe Alemania con ínfulas de liderazgo que está estrenando apenas su
soberanía exterior. Horas antes de que en Kíev se escenificara la
tragedia, Merkel recibía en Berlín el lunes a dos de los tres
líderes de la oposición (el tercero es un antisemita ultraderechista que no es
presentable). En lugar de desplegar un “soft power” benévolo y mediador, la UE
baraja sanciones que solo servirán para arrinconar más al gobierno ucraniano
(el siguiente paso nefasto sería amenazar con la siempre selectiva “justicia
internacional).
Al Este, una
Rusia que también presiona fuertemente porque ve en Ucrania una condición
importante para su consolidación geopolítica, algo que Washington quiere
impedir como sea. Pero así como Moscú está de acuerdo en solucionar el vínculo
“comercial y económico” (lo que se llama la “integración”) en un foro
tripartito, con los europeos y Ucrania (el gobierno de Kíev está por ello),
Bruselas/Berlín no quieren hablar del tema. Es decir, todas las fuerzas
exteriores actúan aquí negativamente, convirtiendo una situación difícil pero
solucionable en un barril de pólvora. En Kíev se necesita urgentemente un
mediador.
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