Ante la inexistencia –en
España– de un proyecto de país, es hasta cierto punto lógico que no exista un
proyecto educativo potente y coherente. Pero lo de lógico no es, en este caso,
un atributo positivo. Más bien es lamentable. Y lleva tiempo siendo así.
¿Para qué sirve nuestro sistema educativo?
El Viejo Topo
18 octubre, 2025
En cualquier
Instituto de Enseñanza Secundaria de España hay una enorme concentración de
talento. Una concentración de talento muy superior a la que pueda haber en una
empresa media de nuestro país. No sé si los españoles son muy conscientes de
que en un IES pueden encontrarse con economistas, ingenieros, arquitectos,
matemáticos, físicos, periodistas, filólogos, filósofos, químicos,
informáticos, biólogos, etc., trabajando y prestando sus servicios. Son
los profesores de los jóvenes españoles. Y ahí están subempleados, digámoslo
alto y claro. Y lo están por dos motivos. Por un lado, por nuestro propio
sistema educativo. Y por otro lado, por una estructura productiva
como la española, con una penosa clase empresarial que no da muchas más
opciones al talento español.
En el total de
institutos públicos de nuestro país hay un total de más de 250.000
profesores, de los que aproximadamente el 60 % son mujeres. Están subempleados,
es decir empleando menos talento del que sus conocimientos, aptitudes y
habilidades les permite, por dos razones. En primer lugar por un muy deficiente
sistema educativo, diseñado por leyes cada una de ellas peor que la anterior,
con el que nuestros alumnos y alumnas salen cada vez peor formados y con menos
conocimientos. No es que lo diga yo. Es que lo dicen todas las estadísticas
internacionales, como las de la OCDE, o diversos estudios como el último del
IVIE, que indican que los jóvenes españoles tienen peor formación que los que
cursaron en su momento la EGB. Además de una inversión en relación al PIB
siempre por debajo de la media de la Unión Europea, todo esto es consecuencia
de unas leyes y de un sistema educativo que únicamente busca la mediocridad y
tener “estabulados” a los jóvenes, si se me permite la expresión. Lo importante
es no repetir. No los conocimientos. Todo ello aderezado con una fraseología y
una terminología obtusa y oscura para encubrir lo evidente. No interesa formar
“ciudadanos críticos” más allá de usar ese lema como mero marketing de
cara a la galería. Y en segundo lugar tenemos que mencionar que todo esto
ocurre porque el profesorado está despojado de toda autoridad, y nuestros
centros de enseñanza se han convertido en una mezcla de heterogeneidad, ruido e
indisciplina que hacen que dos de cada 10 docentes se planteen abandonar la
enseñanza y que el pensamiento predominante sea llegar sano y salvo a un nuevo
día.
Debemos incidir
en el mismo sentido que además de un prestigio social que se ha derrumbado en
las últimas décadas, el profesorado español ha perdido un 30 % de poder
adquisitivo en los últimos 25 años, lo que se dice pronto. Aún así, es una
opción que sigue teniendo un enorme tirón entre nuestros licenciados,
arquitectos e ingenieros. Y aunque no me gusta hablar de vocación, porque la
vocación considero que es cosa de curas, es algo claro que a muchos aspirantes
a docentes les gusta enseñar. También buscan, y aquí tendremos que hablar de la
empresa española, estabilidad, una conciliación de la vida laboral y familiar y
poder formar una familia y tener hijos, algo especialmente valorado por las
mujeres. Y esto es algo que sólo encuentran en los centros públicos. Como
también encuentran allí la seguridad de que no te despedirán a los 50 años,
algo cada vez más frecuente en la empresa privada de nuestro país.
Tenemos que
hablar pues de por un lado el penoso sistema productivo español. Y por otro
lado de una clase empresarial en buena medida lamentable. Así, nuestros
empresarios no buscan retener talento. Lloriquean pero pagan salarios
miserables y explotan hasta la extenuación, acostumbrados y en busca de
competir sólo en base a mano de obra barata y llenarse así los bolsillos. De
esta manera nos encontramos con ingenieros o ingenieras de caminos que ganan de
sueldo, después de cinco años de permanencia en la empresa, menos que un
reponedor de supermercado. O de ingenieros aeroespaciales que cobran 1.000
euros al mes como becarios. Sí, eso pasa y está pasando en nuestro país. Y es
que si los salarios en general de los españoles están a la cola de Europa, los
sueldos de los titulados universitarios de nuestro país son el hazmerreir del
mundo. Así, el salario de un licenciado español apenas es un 60 % superior a
alguien que no tenga estudios. En Europa son muy superiores, y así el salario
de un licenciado alemán por ejemplo supera en un 177 % el sueldo de alguien que
no tenga estudios. No es extraño pues que ahora que tienen idiomas y saben
moverse por el mundo muchos de nuestros jóvenes mejor formados opten por irse a
trabajar al extranjero. Otros prefieren dedicarse a enseñar en nuestros IES.
Algo que indica que nuestro sistema económico, que nuestro sistema productivo
está muy enfermo y que por supuesto subemplea y desprecia el talento.
Todo esto no
debería extrañarnos ya que, como han demostrado Carreras y Tafunell, el
supuesto milagro económico español de principios de siglo se hizo en base a la
construcción y a un sector servicios de muy escaso valor añadido, mientras que
la supuesta recuperación de la Crisis, como indican los mismos autores, se ha
conseguido en base a salarios muy bajos y mano de obra de abundante en sectores
de escaso o nulo valor añadido. Ese es nuestro sistema productivo.
Entonces,
respondiendo a la pregunta del principio: ¿Para qué sirve nuestro sistema
educativo? Para formar cada vez peor a nuestros jóvenes y que se conformen con
trabajos y salarios pésimos por un lado y para subemplear a buena parte del
talento que produce nuestro país. Así son las cosas, y así las contamos.
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