Contra la deshumanización de
los inmigrantes pobres
Por Jorge Majfud
REBELION
08/02/2025
Fuentes: Rebelión
- Imagen: "Migrantes", Denis Berríos
La lucha por
los derechos de los inmigrantes es la lucha por los Derechos Humanos, eso que
cada día se evidencia como irrelevante cuando no sirven los intereses de los
poderosos. Pero la inmigración no es sólo un derecho; es, también, la
consecuencia de un sistema global que discrimina de forma violenta ricos y
pobres, capitalistas y trabajadores. Esta vieja lucha de clases no solo es
invisibilizada a través de las guerras culturales, étnicas, sexuales como
ocurre desde hace siglos con las luchas raciales y religiosas, sino con la
misma demonización del concepto “lucha de clases”, practicada por los ricos y
poderosos y atribuida a los ideólogos de izquierda como proyecto del mal. La
lucha de clases, el violento despojo y la dictadura de los ultra millonarios
sobre el resto de las clases trabajadoras es un hecho observable por cualquier
medición cuantitativa.
Esta cultura de
la barbarie y de la humillación, de la política de la crueldad y de la ética
del egoísmo, ocurre dentro de cada nación y se reproduce a escala global, desde
las naciones imperiales hasta sus serviles colonias capitalistas y sus
excepciones: las bloqueadas y demonizadas alternativas rebeldes.
La ilegalidad
de la inmigración fue inventada hace más de un siglo para extender la
ilegalidad de las invasiones imperiales a países más débiles. Fue inventada
para prevenir las consecuencias de la expoliación de las colonias mantenidas en
situación de servidumbre a través del cañón, de las masacres sistemáticas, de
las eternas y estratégicas deudas que las desangran aún hoy, de las agencias
secretas que asesinaron, manipularon los medios, destruyeron democracias,
dictaduras rebeldes, hundieron en el caos a medio mundo y deshumanizaron desde
el primer día a los esclavos, algunos de ellos esclavos felices.
La inmigración
ilegal no solo castigó a los desheredados de este proceso histórico sino
también a los perseguidos por las múltiples y brutales dictaduras que Europa y
Estados Unidos diseminaron por África y América latina, con los diversos grupos
terroristas diseñados en Washington, Londres y París, como los Contras en
América Central, los Escuadrones de la Muerte en América del Sur, los planes de
exterminio como el Plan Cóndor, la Organisation armée secrète en
África, los terroristas islámicos como Al Qaeda, los talibán, el ISIS, todos
creados por la CIA y sus mafias cómplices para terminar con proyectos
independentistas, seculares y socialistas en África y Medio Oriente… Es decir,
no es solo el capitalismo colonial es el que expulsa a su propia gente, sino el
origen de esa brutalidad: el capitalismo imperial.
Luego, las
víctimas pasan a ser criminales. Como ocurrió con el atrevimiento de Haití de
declararse libre e independiente en 1804, como ocurrió en otros casos de
abolición de la esclavitud: los esclavistas demandaron compensaciones a los
gobiernos por la pérdida de sus propiedades privadas de carne y hueso. No las
víctimas que había construido la riqueza de Estados Unidos, de los bancos, de
las corporaciones; no los esclavos que construyeron la Casa Blanca y el edificio
del Congreso. De la misma forma, según Trump y su horda supremacista, el Canal
de Panamá le pertenece al amo invasor y no a los panameños y caribeños que
dejaron por miles sus vidas en su construcción.
La inmigración
en casi todas sus formas, desde la económica hasta la política, es una
consecuencia directa de todas estas injusticias históricas. Los ricos no
emigran; dominan las economías y los medios de sus países y luego envían sus
“beneficios” a paraísos fiscales o en forma de inversiones que sostienen el
sistema de esclavitud global como si fuese una actividad de “alto riesgo”.
Los ricos
tienen asegurada su entrada a cualquier país. Los pobres, en cambio, son
sospechosos desde el momento en que se presentan ante una embajada de algún
país poderoso. Por lo general, sus solicitudes son denegadas, razón por la cual
suelen endeudarse con préstamos de coyotes por 15 mil dólares, solo para entrar
a un país que imprime una divisa global y trabajar por años como esclavos
mientras son doblemente criminalizados. No se victimizan, como los definen
algunos académicos asimilados. Son víctimas reales. Son esclavos asalariados
(con frecuencia, ni eso) bajo un permanente terrorismo psicológico que sufren
tanto ellos como sus niños. En Estados Unidos existen cientos de miles de niños
que no asisten regularmente a la escuela porque trabajan en régimen de
esclavitud, en nada diferente a los esclavos indenture de
siglos pasados.
Cada año, desde
hace décadas, los inmigrantes ilegales aportan a la Seguridad Social de los
quejosos votantes cien mil millones de dólares, dinero que no recibirán ellos
sino aquellos que dedican sus días a lamentarse de los trabajos que les han
robado los inmigrantes. Como si esta escala de injusticia no fuese suficiente,
finalmente los más abnegados, perseguidos y pobres trabajadores son arrojados a
una cárcel como terroristas y devueltos a sus países encadenados y humillados,
irónicamente por la impiedad de gobernantes condenados por delitos serios por
la justicia del propio país que gobiernan, como es el caso de los actuales
ocupantes de la Casa Blanca. A esta remarcable cobardía llaman coraje,
como llaman libertad a la esclavitud ajena
y víctimas a los acosadores mundiales.
A eso se suma
la tradicional colaboración de los cipayos promovidos, desde académicos a
votantes, desde periodistas a miembros latinos, indios o africanos de
los gobiernos imperiales que, como “solución al problema de la inmigración” y
la desobediencia soberana de algunos países del Sur imponen más bloqueos y
sanciones para estrangular aún más a sus hermanos menos exitosos que decidieron
no emigrar a la Tierra de Dios. Patología que luego se vende como ejemplo de
“éxito en base al mérito y al trabajo duro”. Porque ese es el único placer de
los psicópatas que no pueden ser felices con nada: no su propio éxito, sino la
derrota y la humillación de todos los demás. Una de las características del
fascismo, aparte de recurrir a un pasado inexistente, es explotar, perseguir,
demonizar, culpar y castigar a todos aquellos que no tienen el poder económico
o militar para defenderse, como es el caso de los inmigrantes pobres en los
centros imperiales del mundo.
Nosotros,
despojados de los intereses sectarios del poder global y sin responder más que
a un sentido de la moral y los Derechos Humanos, levantamos nuestra voz para
protestar contra la mayor organización del crimen organizado en el mundo,
seguros de que esta perversión de la crueldad humana terminará por
derrumbarse―no por su propio peso, sino por el coraje y la resistencia
solidaria de los de abajo.
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