120 años después de su muerte, Antonio Labriola es un
pensador casi olvidado, prácticamente ausente tanto en los ámbitos académicos
como políticos, aunque Labriola nos ayuda a comprender que el marxismo es, al
tiempo, una filosofía, una ciencia y una política.
Recordando a Labriola
Los payasos
políticos siempre tienen algo con qué divertirnos en este país
donde florecen la comedia para llorar y la tragedia para reír.
Carta de
Antonio Labriola a Friedrich Engels del 5 de noviembre de 1894.
La «crisis de
fin de siglo» y el estado de sitio político caracterizaron en Italia el periodo
comprendido entre los cañonazos del general Fiorenzo Bava Beccaris, con los que
fue aplastada la insurrección popular (Milán, 6-7-8-9 de mayo de 1898), y los disparos
de revólver del anarquista Gaetano Bresci, con los que fue aplastada la vida
del rey Umberto I (Monza, 29 de julio de 1900). Sin embargo, estos
acontecimientos no impidieron el florecimiento de estudios e investigaciones en
torno a la teoría de Marx, ya que en aquel dramático cambio de siglo el
marxismo adquirió una posición de prestigio en la cultura italiana y se
convirtió en el centro de un amplio debate intelectual que comprometió a las
mentes más agudas de la época.
- Un florecimiento excepcional de estudios y debates sobre el
pensamiento de Marx y Engels
En el espacio
de unos meses, vieron la luz uno tras otro los ensayos de Benedetto Croce Materialismo
storico ed economia marxistica , la monografía de Giovanni Gentile
sobre La filosofia di Marx ,1 Pel materialismo storico de
Corrado Barbagallo y La teoria del valore di Carlo
Marx de Arturo Labriola: cuatro jóvenes intelectuales emergentes que
se estrenaban en la escena cultural acercándose al pensamiento
marxista-engelsiano. En el mismo periodo estalló la polémica entre Merlino y
Bissolati sobre el revisionismo, el joven Enrico Leone publicó un trabajo sobre
el Método en «El Capital» de Karl Marx en la «Rivista critica
del socialismo», y aparecieron La produzione capitalistica de
Antonio Graziadei e Il terzo volume del «Capitale» de Vincenzo
Giuffrida. Surge una pregunta: ¿cómo se explica que el marxismo, apenas
conocido veinte años antes, hubiera alcanzado, en una época en que las ideas
circulaban todavía con bastante lentitud, tal influencia y éxito?
Contrariamente
a lo que se podría pensar, el mérito de la introducción del marxismo en Italia
corresponde, en primer lugar, a los anarquistas, que no estaban de acuerdo con
Marx en muchas cuestiones –sobre la dictadura del proletariado, sobre la
concepción del partido, sobre la necesidad de participar en las elecciones
políticas–, pero lo reconocían como el mayor maestro y fundador del socialismo
moderno. Del marxismo, los anarquistas habían tomado prestada la visión
materialista de la historia, el análisis de la sociedad burguesa y de sus
contradicciones, el método de la lucha de clases y el objetivo del comunismo y,
sobre esta base, se oponían tanto a las reformas institucionales de los
republicanos como a las reformas políticas de los radicales y de los propios
socialistas reformistas. En este sentido, cabe mencionar al menos a tres exponentes
anarquistas: Emilio Covelli, que en 1871 cita y discute la obra de Marx (el
primer volumen El Capital había aparecido en 1867)
en las páginas de la «Rivista Partenopea» (en aquel Nápoles donde en la misma
época se había constituido la primera sección italiana de la Asociación
Internacional de los Trabajadores, también conocida como Primera
Internacional); Carlo Cafiero, gran y humanísima figura del anarquismo (era un
terrateniente que sacrificó todo a la causa de la emancipación social: tierra,
patrimonio, seguridad y salud), que en 1879 publicó el importante Compendio del
primer tomo de ‘El Capital’, que preparó en la cárcel de Santa María Capua
Vetere, donde estaba preso por su participación en los disturbios de la Banda
del Matese; el abogado Francesco Saverio Merlino (defensor, entre otros, del
regicida Bresci), conocedor directo de la obra de Marx y su primer crítico. Un
lugar especial lo ocupó, entonces, el grupo de la «Plebe», animado por Bignami
y Gnocchi-Viani (futuro fundador en Milán de la primera Cámara del Trabajo en
1891), a medio camino entre el proudhonismo, el malonismo (a partir de las
posiciones idealistas y revisionistas del ex-comunista Benoît Malon) y el
marxismo (por sus contactos con Marx y Engels); Andrea Costa, que en la transición
de las posiciones anarquistas a las socialistas transfundió en estas últimas no
pocos elementos del marxismo; y, finalmente, por su apasionada y tenaz
actividad como artesano aislado del marxismo, Pasquale Martignetti, de
Benevento, germanoparlante autodidacta y traductor de algunas obras importantes
de Engels.
A partir de
1891 la difusión ocasional por parte de los anarquistas dio paso a una
actividad sistemática de información y profundización por parte de la revista
«Critica Sociale» que Filippo Turati y Anna Kuliscioff empezaron a publicar en
Milán. Aquí cabe recordar la gran influencia que ejerció sobre Andrea Costa
primero y sobre Turati después esta inteligente y fascinante exiliada rusa, la
«dama del socialismo italiano», que, formada en la escuela de Pietro Lavrov y
de la socialdemocracia alemana, ya dominaba el concepto marxista a finales de
los años setenta. En este sentido, los diez primeros años de «Critica Sociale»
constituyeron el laboratorio teórico y político del marxismo italiano. La revista,
que se sirvió de los consejos de Engels a los socialistas italianos, de la
colaboración de Lafargue, Kautsky y Plejánov, y de la información constante y
puntual sobre las experiencias y debates internacionales, no sólo tendió un
puente entre la cultura socialista italiana y la europea, sino que vinculó la
cultura positivista, que había sido típica de la democracia republicana, al
joven pensamiento marxista, encontrando en Antonio Labriola (1843-2004) un
crítico severo e irreductible de tal eclecticismo. De hecho, el cáustico
profesor universitario ocupa un lugar central en la historia del marxismo en
Italia. Su ensayo En memoria del ‘Manifiesto comunista’ (1895),
la ‘Dilucidazione preliminare’ que introduce el ensayo Del materialismo
storico (1896), las cartas a Georges Sorel recogidas en Conversando
de socialismo y filosofía (1897), representaron la base y marcaron el
inicio del gran debate mencionado al principio de este artículo. Labriola no
sólo infundió respeto al marxismo y al socialismo en las aulas universitarias,
sino que con la agudeza de sus razonamientos, con el estilo a la vez elevado y
conmovido de sus escritos, con su profundo conocimiento del método y del
contenido del marxismo, llevó esta teoría al más alto nivel de confrontación con
las corrientes culturales de la época. Su epistolario es una prueba del rigor
teórico y de la dignidad intelectual a la que supo elevar el marxismo italiano,
que hasta entonces se había quedado en un medio de propaganda cotidiana,
repetido de forma catequística, sin una adecuada reelaboración crítica e
interpretativa.
- Una intensa correspondencia en un periodo histórico crucial
“Alemania tuvo
a Marx y Engels, y al primer Kautsky; Polonia, a Rosa Luxemburgo; Rusia, a
Plechanov y Lenin; Italia, a Labriola, que (¡cuando teníamos a Sorel!) mantenía
correspondencia de igual a igual con Engels, y luego con Gramsci”. Así, Louis
Althusser, en esa colección de ensayos, Por Marx, que entre los
años sesenta y setenta hizo una importante contribución a la reactivación del
debate marxista, grabó, al mismo tiempo que denunciaba «la ausencia de una
verdadera cultura ‘teórica’ en la historia del movimiento obrero francés»2, la existencia, en Italia, de una gran tradición
teórica del marxismo, que incluso había sido capaz de dialogar, a través de
Labriola, con uno de los dos fundadores del propio marxismo, a saber, Engels.
La
correspondencia entre Antonio Labriola y Friedrich Engels abarca el quinquenio
1890-95: un periodo de tiempo en el que en Italia se agudiza la lucha de
clases, las revueltas populares, antes limitadas a motines locales, adquieren
dimensiones nacionales y el movimiento obrero surge trabajosamente de la
espontaneidad y da origen al partido socialista, mientras las clases dominantes
reaccionan furiosamente a la creciente presión de las masas y estallan
escándalos que ponen al descubierto la corrupción y los métodos empresariales
de la clase política gobernante.3 No es casualidad que los historiadores, al referirse a los conflictos
sociales y las represiones estatales de los años 90, califiquen este periodo
como la «década de la sangre». Como ocurre en las fases de transición de un
ciclo económico recesivo a otro expansivo, la fase que sigue al final de la
«Gran Depresión» (1873-1895) y a la transformación del capitalismo de libre
mercado en monopolista, que da paso a la era del imperialismo y sus robustos
vástagos (proteccionismo, colonialismo, militarismo y chovinismo), también está
marcada por el estallido de guerras entre Estados y conflictos entre clases. En
el caso italiano, el despegue industrial se entrelazó con la crisis agraria y a
los crecientes gastos militares se sumaron los elevados aranceles aduaneros, lo
que condujo a un empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de las
clases populares y provocó una vasta oposición antigubernamental que involucró
también a sectores de la burguesía empresarial del Norte, perjudicada por la
política económica proteccionista del gobierno central en su búsqueda de
salidas en los mercados exteriores.
Friedrich
Engels, en ese momento, había llegado al límite de sus años y era el
carismático y a menudo solicitado líder de los partidos socialistas de la II
Internacional, a los que prestaba la inestimable ayuda de su excepcional
experiencia. Antes, hasta principios de los años ochenta, Antonio Labriola
había escrito sobre todo libros, ensayos y memorias académicas, aunque nunca
dio demasiada importancia ni a ese tipo de producción ni al trabajo de sus
colegas universitarios, «que fingen no saber», como escribió a Benedetto Croce
en 1897, «que están todos enfermos de servidumbre voluntaria».4 Luego, al llegar al umbral de la cincuentena, el
estudio sistemático de Marx y Engels, así como el conjunto de experiencias a
las que nos referiremos más adelante, orientaron a Labriola hacia el marxismo.
Su correspondencia, en ese momento, se volvió intensa y novedosa, ya que, por
un lado, se dirigía en gran parte a los principales dirigentes del socialismo
internacional para presentar los acontecimientos italianos con una visión libre
de «tendencias nacionalistas» y, por otro, desempeñaba una función preparatoria
de los tres «Ensayos» que Labriola redactó posteriormente, en la segunda mitad
de los años noventa. Así, si antes sus interlocutores privilegiados habían sido
filósofos como Bertrando Spaventa y Benedetto Croce, a partir de 1890 Labriola
encontró en Engels el cerebro político «internacional» y el «maestro» al que
acudir «para toda duda científica, para toda comprobación de los hechos, para
todo consejo práctico».5
- Hacia la fundación del Partido Socialista de los Trabajadores
Italianos
Con la
conferencia de 1889 sobre el socialismo Labriola demostró que había completado
su aprendizaje marxista, haciéndolo fructificar en el doble terreno de una
elaboración teórica autónoma y de una experiencia política consecuente, hasta
alcanzar la plena madurez que sentía haber logrado en 1894, cuando pudo
escribir a Engels que «todas las dudas sobre la interpretación materialista de
la historia han pasado». 6 La alternancia y combinación de teoría y práctica o, si se prefiere,
de filosofía y política, así como su fusión tendencial en la constitución del
partido del proletariado, objetivo último al que se dirigían los esfuerzos de
Labriola en esta etapa, marcaron con un apretado ritmo dialéctico el proceso de
adquisición y elaboración del marxismo, del que el profesor-militante fue
protagonista solitario entre las décadas de 1980 y 1990. Para mostrar el papel
decisivo de la práctica como origen, fuente y criterio de la teoría, conviene
recordar el punto de partida de la militancia socialista de Labriola en este
período, a saber, la organización de la manifestación internacional del Primero
de Mayo de 1891, caracterizada por la consigna de la jornada laboral de ocho
horas. Labriola, en una época en la que el movimiento socialista era aún débil
y poco incisivo, no sólo hizo todo lo posible por llevar a la práctica esta
iniciativa, sino que se dedicó a aclarar el significado estratégico y
revolucionario de la reivindicación de las «ocho horas» como alternativa a la
anterior del «derecho al trabajo», de origen en los años cuarenta e inspiración
reformista. La reducción de la jornada laboral es de hecho para él, como para
Marx y Engels, el objetivo intermedio correcto que puede nutrir y hacer crecer,
incluso en una situación atrasada como la italiana, «el germen sano de un
partido obrero». 7
- Antonio Labriola y «el clásico triángulo marxista».
Benedetto
Croce, a quien le unían lazos de amistad y estima y fue editor de sus
‘Ensayos’, fijó con esta imagen el retrato de Antonio Labriola, hace
exactamente ciento veinte años, con ocasión de su muerte: un maestro al que el
joven alumno era «todo oídos para escuchar», admirando su capacidad para
transformar la política en «sátira amena» y para conversar de todo «con
abundante vena» y «con chispeante ingenio», cualquiera que fuera el escenario
en el que este moderno Sócrates se encontrara discutiendo: un salón intelectual
o una sala de conferencias de la Universidad de Roma o una sección del partido
socialista o una sala del café «Aragno». Y recordando el papel de Labriola en
la elaboración y difusión del materialismo histórico, Croce lo define así: «Él
[Labriola] fue el primer defensor de esta concepción desde una cátedra
universitaria, el primero que se ocupó de ella, no como un aficionado o un
periodista, sino como un científico, con severidad de propósito».8 En la continuación de este artículo, Croce
reiteró también esa disidencia fundamental de la concepción del materialismo
histórico que haría de él y de Giovanni Gentile, no sin esa importante lección
que sin embargo deja huellas muy sustanciales en su pensamiento filosófico, los
dos principales exponentes del neoidealismo italiano. Además, al escribir los
famosos ensayos sobre el socialismo científico en aquella breve temporada entre
1895 y 1897, Labriola estaba movido por la convicción de que era la única obra
política que le estaba permitido realizar en la situación dada. En la misma
línea, hay que subrayar con fuerza que Labriola fue el primer intelectual
italiano que caracterizó su relación con el movimiento de clase con una
apelación constante a la prioridad e inerradicabilidad de la teoría. Esto
explica, entre otras cosas, la gran estima que Lenin le tenía: ese Lenin que,
por su parte, nunca dejaría de afirmar, consciente de la circularidad
dialéctica entre teoría y práctica, que «sin teoría revolucionaria no puede
haber movimiento revolucionario».9
En este
sentido, la lección de Antonio Labriola nos ayuda a comprender que el marxismo
es, al mismo tiempo, una filosofía, una ciencia y una política, por tanto, una
«triangulación» entre estos tres polos, con lados de longitudes variables según
las corrientes y experiencias históricas, de modo que dan lugar a infinitas
variaciones de la figura geométrica del triángulo. Hoy, sin embargo, como ha
escrito Göran Therborn, «el triángulo marxista clásico se ha roto, y es muy
poco probable que pueda recomponerse».10 El escritor cree que la parte que falta hoy es, por un lado, la política
-el marxismo hace tiempo que dejó de guiar la acción del movimiento obrero- y,
por otro, la filosofía, debido a la debilidad ecléctica de la teoría marxista
frente a la fuerza, más aparente que real, de las corrientes burguesas –aquí es
claramente el materialismo dialéctico el que hay que resucitar–. Por eso poner de nuevo en circulación los textos de
Antonio Labriola será una empresa útil y meritoria en la medida en que ayudará
a recomponer ese mismo triángulo.
Notas
1 Para el significado crucial de la lectura que hace Gentile de la «filosofía
de Marx», véase el siguiente artículo: https://www.sinistrainrete..
2 Véase L.
Althusser, Per Marx, Roma, 1967, p. 7.
3 Sobre la
importancia de la correspondencia entre Engels y Labriola me remito al
siguiente artículo: https://www..
4 A.
Labriola, Epistolario 1896-1904, Editori Riuniti, Roma 1983, p.
683.
5 Carta a
Engels del 3 de abril de 1890, en A. Labriola, Epistolario 1890-1895,
Editori Riuniti, Roma 1983.
6 Ivi,
Carta a Engels del 14 de marzo de 1894.
7 A.
Labriola, Scritti filosofici e politici, Einaudi, Turín 1973, p.
132.
8 A.
Labriola, Scritti varii di filosofia e politica, recogidos y publicados
por B. Croce, Laterza, Bari 1906, pp. 498 y ss.
9 V. I. Lenin,¿Qué
hacer?, en Id., Contra el oportunismo de izquierda y derecha y
contra el trotskismo, Ediciones Progreso, Moscú 1978, p. 30.
10 Véase Göran
Therborn, ¿Del marxismo al posmarxismo?, Verso, Londres, 2008.
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