El pianista
Miguel Medina Fernández-Aceytuno -
Miguel Sagaseta
HOJAS
DE DEBATE
1 de
enero de 2024
Al
silenciar la terrible biografía del capitán nazi Wilm Hosenfeld, la película
acaba por blanquear el nazismo. Hay nazis buenos. Una
maravillosa pieza musical de Chopin conmueve al secuestrador y perdona la vida
a Wladyslaw Szpilaman. ¡Qué grande es la música que hermana al captor con su
víctima!
El Pianista
“El pianista”
es una película de 2002 que obtuvo tres Oscar: al mejor director (Roman
Polanski), al mejor actor (Adrien Brody) y al mejor guión (Ronald Harwood). Fue
también premiada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. La cinta relata
una historia real sin héroes, contada por el músico polaco Wladyslaw Szpilaman,
sobreviviente a la ocupación de la ciudad de Varsovia, capital de Polonia, por
el ejército nazi en 1939.
El protagonista central del relato es el pianista y compositor citado en
cuyas memorias describe
las atrocidades de los invasores, con una detallada descripción del gueto de
Varsovia, las penosas condiciones de vida de los judíos y la violencia extrema
de la que son víctimas, con un final controvertido, que con una puesta en
escena aderezada de la autobiografía de Szpilaman, ofrece una estampa
edulcorada de un alto jerarca militar nazi que se conmueve escuchando la balada nº 1 op nº 23 del genial compositor y
virtuoso pianista polaco Frédéric Chopin. Una pieza musical que expresa la
desolación que siente cuando vivía solo en Viena mientras sus amigos y su
familia luchaban en Polonia contra la opresión del imperio ruso en 1830.
Comienza el film con la interpretación por Szpilaman, el pianista, en los locales de la Radio de Varsovia,
del famoso nocturno nº 20 del mismo
compositor.
Protagonista
destacado es sin duda el actor premiado Adrien Brody, que con menos de treinta
años logra un Oscar por su memorable actuación. Para interpretar el papel
protagonista, hubo de adelgazar quince kilos, estudiar piano para abordar
frente al preciado instrumento musical las escenas en las que interpreta
determinados fragmentos de partituras de Chopin y, durante un tiempo, vivir
solo con escasos medios materiales para integrarse más tarde, con la mayor
naturalidad posible, a las enormes exigencias del guión.
La primera
parte de la cinta nos describe con minuciosidad el gueto de Varsovia. Invadida
Polonia, los nazis lo levantan en octubre de 1940, recluyendo en una superficie
del 2,4% del casco urbano de la ciudad, unas 400 hectáreas, una población judía
de más de 400.000 miembros. En el siguiente mes, los nazis construyen un muro
de unos tres metros de altura que sella el perímetro de la zona. Varsovia
contaba entonces con 1.300.000 habitantes. En los tres años aproximadamente de
su existencia, la población encarcelada descendió a unas 50.000 personas.
Desde el 1 de
septiembre de 1939 en que se produce la invasión de Polonia, los nazis
comienzan a imponer medidas discriminatorias, por la fuerza, a la población
judía de Varsovia. Prohibición de entrada en cafeterías (9 m.) y en los parques
de la ciudad; veto a usar el transporte público; obligación de portar en el
brazo derecho (10 m.) un brazalete blanco con la estrella de David en azul para
los mayores de doce años y drástica limitación de moneda que obliga a la
familia de Szpilaman, para poder comer, a malvender el piano de cola, la joya
de la corona familiar, por 2.000 zlotis (13 m. 53s.).
El 1 de octubre siguiente los judíos son recluidos en el gueto. El pianista
y su familia son alojados en una inmunda
vivienda desde la que pueden ver la construcción del muro (16 m. 30s.) que
alcanzó una longitud de 18 kilómetros. A partir de entonces el maltrato se
incrementa contra los judíos del gueto. Los nazis se divierten obligando a
bailar a los ancianos (19 m.), incluidos los discapacitados para mofarse de
todos ellos. Desde el ruinoso aposento la familia contempla la dantesca escena
en la que los criminales nazis lanzan por el balcón a un inválido en silla de
ruedas, expulsan a los vecinos del inmueble (29 m.), y una vez en la calle les
aplican la particular ley de fugas, habitual en la España de la posguerra, una
ejecución extrajudicial que promueve la previa evasión de los presos para luego
asesinarlos por la espalda.
La película registra la figura de los colaboracionistas (33 m. 34 s.) que
golpean a sus compatriotas en funciones de policía al servicio de los nazis.
Entre otras felonías, participan coadyuvando a la organización de las
deportaciones hacia los campos de exterminio de todos aquellos que por edad o
mala salud no pueden trabajar como esclavos (42 m.
30 s.). En la misma escena, la cámara nos ofrece una madre que llora
desesperadamente por la muerte de su bebé, al que intentó callar durante una
redada y sin querer le asfixia, ¡¡porqué lo hice!!, ¡¡porqué lo hice!!
solloza la pobre mujer.
La resistencia
judía en el interior del gueto cuenta con dos organizaciones: la “Organización
Judía de Lucha” y la “Unión Militar Judía” que combaten a los nazis y a sus
colaboradores.
No menos terroríficos son los asesinatos por entretenimiento de los verdugos nazis. Colocan en
formación a las víctimas (57 m.), y de manera aleatoria seleccionan a los que
luego les darán muerte con un tiro en la cabeza.
Fuera del
gueto, la vida parece transcurrir con normalidad (55 m.) cuando la cámara nos
muestra un concurrido mercado de puestos ambulantes que ofrecen alimentos a
clientes bien vestidos.
Sin embargo,
con escasa atención, el film aborda los hechos heroicos de la resistencia
judía de abril a mayo de 1941 en la que pierden la vida 13.000 de sus
combatientes. La rebelión finalmente es aplastada. Igual ocurre con el
levantamiento civil contra la ocupación nazi de Varsovia entre el 1 de agosto y
el 2 de octubre de 1944.
Como ya indicábamos con anterioridad, el final de la película resulta
refutable. Al silenciar la terrible biografía del capitán nazi Wilm Hosenfeld,
la historia del pianista acaba por blanquear el
nazismo. Hay nazis buenos. Una maravillosa pieza musical de Chopin conmueve al
secuestrador y perdona la vida a Wladyslaw Szpilaman, a quien protege y le
entrega alimentos durante unos días. ¡Qué grande es la música que hermana al
captor con su víctima!
Wilm Hosenfeld
no es ningún héroe. Nace el 2 de mayo de 1895 en el seno de una familia
acaudalada en la región de Hesse. Participa en la I Guerra Mundial enrolado en
el ejército alemán y herido en dos ocasiones de gravedad. Se afilia en la
madurez de la vida, con esposa e hijos, a las fuerzas parapoliciales de las
SA,una organización voluntaria (camisas pardas) vinculada al Partido
Nacionalsocialista Obrero Alemán a cuyos congresos de Núremberg asiste en dos
ocasiones.
Al tiempo de la invasión de Polonia, Hosenfeld dice: «Ahora, todas las diferencias políticas e ideológicas han de
relegarse a un segundo plano. Todos tenemos que ser alemanes y dar la cara por
nuestro pueblo». Forma parte del ejército invasor y asciende al
puesto relevante de capitán, asumiendo responsabilidades en la dirección de los
campos de prisioneros en la Polonia ocupada. En ningún momento sufre
represalia de sus superiores por comportamientos contrarios a la barbarie de la
que es partícipe.
“Szpilaman y el capitán nazi Wilm Hosenfeld”. Fuente: Filmaffinity
La indulgente
actitud con Szpilaman se produce el 17 de noviembre de 1944 en la Avenida
Niepoleglosci 223 de Varsovia. En ese momento, el capitán nazi Wilm Hosenfeld
es consciente de la inminente derrota nazi y del negro futuro que le espera. En
el libro de memorias el pianista lo detalla. El texto señala:
«—¿Dónde están las tropas soviéticas?
—Están
ya en Varsovia, en Praga, al otro lado del Vístula. Sólo tendrás que aguantar
unas pocas semanas más: la guerra habrá terminado para la primavera, como muy
tarde…
El 12
de diciembre fue a verme por última vez el oficial. Me dijo que se iba de
Varsovia con su destacamento y que yo no debía desanimarme en absoluto, porque
se esperaba una ofensiva soviética en cualquier momento.
—¿En
Varsovia?
—Sí.
Cuando
ya nos habíamos despedido y él estaba a punto de irse, se me ocurrió una idea
en el último momento. Había estado estrujándome el cerebro para encontrar
alguna forma de mostrarle mi gratitud y él se había negado en redondo a aceptar
mi único tesoro, mi reloj.
—¡Oye!
—Tomé su mano y comencé a hablar de forma atropellada—.
Nunca
te he dicho mi nombre; no me lo has preguntado, pero me gustaría que lo
recordaras. ¿Quién sabe lo que puede ocurrir? Te queda un largo camino hasta tu
casa. Si sobrevivo, es seguro que volveré a trabajar en la radio oficial
polaca. Allí estaba antes de la guerra. Si te ocurre algo, si puedo ayudarte de
la forma que sea, recuerda mi nombre: Szpilman, radio oficial polaca.
Esbozó
su sonrisa habitual, mitad reprobatoria, mitad tímida y azorada, pero noté que
lo había complacido mi deseo, ingenuo en esa situación, de ayudarlo.»
En efecto, en
noviembre de 1944 los nazis ya habían capitulado en Stalingrado; se había
producido el desembarco aliado a Sicilia y el sur de Italia; meses antes tiene
lugar el desembarco de Normandía; Roma es liberada en junio de 1944, y en ese
mismo mes los soviéticos lanzan una ofensiva masiva en el este de Bielorrusia y
destruyen el Centro del Grupo del Ejército Alemán, avanzando hacia el oeste
rumbo al río Vístula frente a Varsovia, en el centro de Polonia, el 1 de
agosto. En este mismo mes, los aliados liberan Paris.
Es claro entonces que Wilm Hosenfeld era consciente de la inminente debacle
alemana. Su actitud con el pianista ¿no fue acaso interesada? ¿por qué no lo hizo a principios de 1941
con alguna de las víctimas del holocausto, cuando los nazis arrasaban Polonia?
Szpilaman pudo haber sido víctima de un trastorno psicológico por la
horrenda violencia sufrida de manera ininterrumpida durante cuatro años y que
hoy conocemos con el nombre de síndrome de estocolmo,
un padecimiento psíquico que sufre la persona que durante un largo periodo
permanece secuestrada y que fatalmente evoluciona hasta acabar por mostrarse
comprensivo con su carcelero, ya sea durante el secuestro o tras ser liberado.
Al terminar la
guerra, Wilm Hosenfeld, fue condenado a 25 años de prisión por crímenes de
guerra. Si le hubieran aplicado el vigente Código Penal español la pena podría
haber sido la de prisión permanente revisable. Con el Código Penal Militar
anterior a noviembre de 1995 tal vez hubiera sido condenado a la pena capital.
La
condescendencia que mostró con Szpilaman, y en su caso con otras víctimas del
gueto referidas por algunas fuentes, constituirían una circunstancia atenuante
de su responsabilidad, pero en modo alguno una eximente. Desde luego, la
conmovedora audición de una pieza musical por muy elevada que sea, y la de
Chopin lo es, no libera de responsabilidad al autor de crímenes de guerra.
A diferencia de Wilm Hosenfeld, en “El general de la Rovere” este sí fue un héroe. Un
estafador con grandes dotes teatrales acaba transformándose en un implacable
luchador de la resistencia italiana. Como también lo fue Alí La Pointe,
en “La batalla de Argel” un
joven argelino, analfabeto, jornalero en paro y bruto, con un largo
historial de reformatorios y cárceles por delitos menores que toma conciencia,
y con el tiempo pasa a ocupar puestos de máxima
responsabilidad en el Frente de Liberación Nacional. Muere en un bombardeo
por los paracaidistas franceses tras su negativa a rendirse.
La película de Roman Polanski concluye con la interpretación orquestal de
la Polonesa Brillante en Mi Mayor op. 22 de Chopin con
Szpilaman como solista.
El pianista nos
invita a reflexionar sobre las consecuencias drásticas de la guerra en la que
la bondad y la maldad de los seres humanos adquieren perfiles extremos.
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